RASSEN I

By YolandaNavarro7

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Luna no recuerda nada de su pasado, aún así, terribles pesadillas nocturnas la ayudan cada noche a hacerse un... More

RASSEN ARGUMENTO TRAMA PRINCIPAL TRILOGÍA
RASSEN ARGUMENTO <<LUNA>> Vol.1
Árbol genealógico (Relaciones entre los personajes)
INTRODUCCIÓN
CAP.1
CAP.2
CAP.3
CAP.4
CAP.5
CAP.6
CAP.7
CAP.8
CAP.9
CAP.10
CAP.11
CAP.12
CAP.13
CAP.14
CAP.15
CAP.16
CAP.17
CAP.18
CAP.19
CAP.20
CAP.21
CAP.22
CAP.23
CAP.24
CAP.25
CAP.26
CAP.27
CAP.28
CAP.29
CAP.30
CAP.31
CAP.33
CAP.34
CAP.35
CAP.36
CAP.37
CAP.38
CAP.39
CAP.40
CAP.41
CAP.42
CAP.43
CAP.44
CAP.45
CAP.46
CAP.47
CAP.48
CAP.49
CAP.50
CAP.51
CAP.52
CAP.53
CAP.54
CAP.55
CAP.56
CAP. 57
CAP.58
CAP.59
EPÍLOGO
LA NOVELA ESTÁ SIENDO REEDITADA Y CORREGIDA
IMPORTANTE: LA HISTORIA DETRÁS DE LA HISTORIA. POR FAVOR, ÉCHALE UN VISTAZO.

CAP.32

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By YolandaNavarro7

No importaba cuán profundo fuera el pozo en el que se arrojara el recuerdo de una traición; su putrefacto hedor a resentimiento y venganza siempre acababa impregnándolo todo. Alexander estaba convencido de ello, porque ni el paso del tiempo ni la terapia psicológica le habían ayudado a asimilar que no podría hacer justicia por su padre. Incluso en los momentos en los que se sentía feliz, parte de él se desdoblaba y permanecía ajena a esa felicidad, porque creía no merecerla. Leander solía decirle que no tenía por qué sentirse culpable, pero él sabía que sí: como único testigo vivo de lo sucedido (a parte del doctor Munt), en él recaía la responsabilidad de hacer pagar a los responsables, algo que no había sido capaz de lograr. Pensaba en ello mientras perseguía al hombre que había intentado asesinar a Shuary, y se descolgaba, como un macaco enfebrecido, por las barandillas metálicas de la escalera exterior de su edificio. Se sentía más vivo que nunca. Incluso sonreía. Intrigado, furibundo y con la adrenalina sincronizando sus pasos, flexionó sus largas piernas y tomó impulso para saltar al centro de la calle, eludiendo así el último tramo de escalera. La lluvia, cada vez más intensa, estaba empezando a arremolinarse alrededor de una pequeña alcantarilla; la misma que el pistolero, cubierto por una capa con capucha y en cuclillas, trataba de levantar. ¿Pretendía deshacerse de su arma o recuperarla? Alexander lo estudió apenas unos segundos antes de abalanzarse sobre su espalda, aunque no pudo calibrar su corpulencia hasta que lo tuvo debajo: un metro setenta, sesenta y tantos kilos, brazos y piernas cortos, fuertes, espalda ancha, cabeza grande y poco cuello. En resumen: lo que él solía llamar un <<cuerpecillo de rana>>. Cuando la capucha que impedía ver el pelo y el rostro de su contrincante cedió, en el inevitable forcejeo, el griego pudo comprobar que sus rasgos, grotescos y desproporcionados, tampoco tenían nada que envidiarle a los de un batracio. Sin embargo, su fuerza era la de un oso Grizzly y su agilidad la de un perro salvaje africano. Solo eso explicaría el hecho de que, con un simple manotazo y sin siquiera mirarle, le hubiera hecho aterrizar de nalgas en el asfalto. Humillado, pero sin dejarse amedrentar, Alexander volvió a la carga; saltó, rodó, se agachó y lo agarró con fuerza por uno de sus robustos antebrazos. Haciendo un esfuerzo sobrehumano, logró inmovilizar su muñeca y golpearle la barbilla con un codo, para intentar desestabilizarle, pero solo consiguió ganarse una fuerte patada en la corva lumbar, que le dejó inmóvil durante unos segundos. Se sentía estúpido y masoquista. Su contrincante no le veía como una amenaza, porque de ningún modo lo era. Aquello era inaudito. ¿Qué debía hacer en una situación como esa? No tenía experiencia previa... Obligado a improvisar, se quitó el abrigo, casi empapado, y se lo colgó del hombro derecho, a modo de capa, para poder empuñar su pistola bajo él. Cuando estuvo listo, acortó distancias con el que debía ser un mercenario, se agachó y presionó el cañón del arma sobre su espalda.

Debiste terminar el trabajo —le advirtió.

El tipo asintió y le miró como si hubiera dicho algo absurdo. Sosteniéndole esa mirada, sacó las manos llenas de basura del remolino de agua, se giró, la tiró lejos y después hizo una mueca bastante ilustrativa, para invitarle a echarle una mano con su tarea de desatascar la alcantarilla.

—¿Bromeas? Ese es... ¿Ese es tu trabajo? —farfulló el griego en hindi, sintiendo como toda la sangre se le agolpaba en los pies. A lo que su interlocutor asintió de nuevo.

¡Acababa de atacar sin razón a un empleado público! Había deducido que era su objetivo solo porque la calle estaba desierta. Y encima él parecía padecer algún tipo de discapacidad. ¡Había cometido un error imperdonable! Avergonzado, guardó su arma, le pidió disculpas al pobre tipo e inventó una historia tonta sobre un ladrón para justificarse. Se puso en pie y miró a un lado y a otro de la calle; hasta dónde la intensa lluvia le dejaba ver, no había señales de vida por ninguna parte. Ni siquiera Shuary se había asomado a la escalera metálica de su edificio para ver si estaba bien. ¡Menudo desagradecido! ¿Debía regresar junto a él? No parecía estar demasiado bien de la cabeza, aunque era obvio que tenía algunos enemigos... El operario, ajeno a sus divagaciones, le tironeó del bajo del pantalón para pedirle de nuevo que le ayudara a desatascar la alcantarilla. La culpabilidad obligó a Alex a agacharse a su lado y a meter las manos bajo el agua sucia. Solo pensar en lo que podía llegar a tocar le revolvía el estómago, aunque jamás imagino que iba a toparse con algo que quisiera arrastrarle hacia dentro del agujero. Paralizado, alcanzó a ver unos nudillos aferrados a los barrotes de metal. En esa ocasión no hizo falta que su nuevo amigo de ojos saltones y labios ausentes le tocara para que cayese de nalgas en el suelo.

—¡Dios santo! ¿Cómo ha acabado ahí abajo? ¿Le ha arrastrado la lluvia desde otro lugar? ¿Es un crío? ¡Es imposible que ahí quepa un adulto! ¿Es tu hijo? ¿Por qué no me lo has dicho? —le acribilló a preguntas. El tipo no contestó, pero le agarró de una muñeca para inducirle a tirar de la rejilla de nuevo.

Alexander sujetó con fuerza los resbaladizos bordes metálicos y tiró de ellos hacia atrás. Entonces se dio cuenta de que el problema no era la tapa del alcantarillado, pues estaba suelta: era la criatura que, desesperada, se aferraba a sus barrotes para evitar ser arrastrada por el agua.

—Su peso, la fuerza del agua, el lodo y la basura, empujan la rejilla hacia abajo; intentaré mantener despejada su superficie, mientras tú tiras de ella—aleccionó al desconocido—. ¡No te sueltes, por favor! —le pidió a gritos a la víctima, antes de volver a quitarse el abrigo, acumular bajo él la basura y ponerlo alrededor de la alcantarilla a modo de dique. Pocos minutos después, con un fuerte tirón conjunto, la rejilla y su presa saltaron por los aires, y se precipitaron sobre ellos dos. El tipo de la capa tuvo la mala suerte de ser golpeado en la frente por el disco de metal, Alexander, que había caído de espaldas, sintió a la criatura inmóvil y gélida sobre sus piernas. Temiéndose lo peor, se apartó el largo flequillo mojado de la cara y dobló el cuello lo suficiente como para poder comprobar si seguía con vida.

—Criatura...—balbuceó, perdido en unos ojos azules y yermos de muñeco, que le miraban sin verle. Esa era la palabra exacta para describir a aquella musculada y espigada quimera de bellos rasgos eslavos, piel cobriza y cabellos ocre, gruesos como cerdas, que estaba sentada sobre sus rodillas. La sangre se le heló en las venas y el fuego arrasó sus pensamientos de manos del pequeño Alexander. Sus oídos se inundaron de desgarradores gritos.

Tenía que huir. Intentó incorporarse, pero solo logró que él acercara más su cara a la suya y que su mirada fija se abriera en dos, para descubrirle otra oculta, musgosa y brillante, de inquietas pupilas rojas. Aterrado, las observó contraerse y dilatarse, en un mar de puntos diminutos, hasta que su propia mirada se perdió tras un velo acuático. Un sonido blanco transformó la lluvia en un rumor marino y su cerebro perdió la capacidad de inhibir lo fútil, envenenándole con una dolorosa y acelerada amalgama de sensaciones, emociones y pensamientos, que le llevó a intentar clavar las uñas en el suelo, para no dejarse arrastrar por ellos. Con los sentidos mermados, se quedó a merced de la lluvia y del monstruo, hasta que el que tanto había hecho por liberarlo, tuvo a bien inmovilizarlo, usando su capa y su propio cuerpo a modo de red.

—¡Svarg! —gritó la voz de Shuary desde el edificio de ladrillos, justo en ese momento, haciendo que el tipo de la capa agachara la cabeza y se encogiera.

Otra escena esperpéntica e ilusoria, bajo la lluvia torrencial y las mortecinas luces de las farolas. Alexander concluyó que estaba soñando: una pesadilla absurda, que terminaría de un momento a otro y que la luz del día le haría olvidar poco a poco. Como si solo fuera un mero espectador, frente a una representación teatral, observó al arrepentido y avergonzado Svarg cargar con el monstruo envuelto e intentar introducirlo de nuevo en la alcantarilla, cabeza abajo. La bestia de los ojos falsos se plegó sobre sí misma y desapareció... Tras haber liberado a su presa, con la misma actitud de niño castigado; cabeza gacha y arrastrando los pies, Svarg le ayudó a levantarse, le cubrió la cabeza con su propio abrigo, le tomó de la cintura y le alzó en volandas para cargarle sobre su espalda. Él estaba tan agotado y aturdido que se dejó hacer.

Shuary les esperaba en el baño de su apartamento. A través de los pliegues de su abrigo empapado, Alexander le vio verter su aliento en el espejo del lavabo, poco antes de que una pared se abriera, cual puerta de ascensor, hacia otro baño mucho más lujoso y amplio. Una vez allí, él y su lacayo le obligaron a desnudarse y a cubrirse con una manta, para, acto seguido, conducirle hasta un salón bien dispuesto y atarle a uno de los pesados sillones que rodeaban una mesa dispuesta con un servicio de té.

El forense se sentó frente a él y comenzó a hablarle como si aquella situación fuera de lo más normal.

—Padezco una enfermedad del corazón—le advirtió, sirviéndose un poco de té —. A veces necesito tomarme unos minutos, respirar en profundidad y beber algo caliente que me ayude a recuperar la serenidad. Alexander cerró los ojos y dejó que el vaporoso aroma de las plantas se expandiera por su garganta, a través de su nariz y que le erizara el bello. Estaba helado. ¿Podía sentirse frío y dolor de cabeza en un sueño? No recordaba haberlo experimentado antes. A un gesto del forense, Svarg le sirvió una taza de té y se la dio a beber.

—El truco está en poner la cantidad justa para encubrir el olor de la ashwagandha, sin anular la perfecta combinación de brahmi, shankpuspi y cardamomo—le aleccionó su anfitrión. Después soltó un largo suspiro y le pidió al gigante que encendiera la calefacción, y que fuera a buscar <<la caja>>.

—Hace frío—se oyó decir el griego, a sí mismo, con una voz ronca y lejana.

—Pronto no sentirá nada, pero, antes de llegar a eso, me gustaría ponerle un poco en antecedentes—dijo Shuary—: he sufrido varios asaltos e intentos de robo. Al no lograr lo que buscaban, me ofrecieron mucho dinero a cambio de una copia de las autopsias, pero, como es lógico, lo rechacé. Desde ese momento he recibido todo tipo de presiones y amenazas por parte de un grupo de mercenarios, Sr. Blake —aseguró—. No sé para quien trabajan, pero estoy seguro de que tienen algo que ver con la nueva fábrica que Nanonoichi ha abierto a las afueras. A medida que pasa el tiempo, sus ataques son más violentos y descarados. Supongo que porque gozan de cierta impunidad; mis dos últimos ayudantes han desaparecido sin dejar rastro y las autoridades no han mostrado el menor interés en encontrarlos.

Alexander sintió como el corazón le daba un vuelco. Sus pequeñas pupilas se encontraron con las flameantes pupilas del forense. Se sentía demasiado cansado, enfermo y abotagado como para hacer conjeturas. La humedad estaba dañando sus huesos y acelerando su respiración. Mientras el indio le hablaba, él se distrajo estudiando la decoración: paredes de madera decoradas con tapices, estanterías casi vacías, cubrepuertas bordados, una pequeña estatuilla de Ganesha y un bonito carrusel de bambú, espejos y cuentas, colgando del techo en un rincón. Bajo este último, sobre una montaña de libros, una pequeña esfera de cristal verdoso centelleó.

—La esfera... Es verde...—balbuceó, alzando la barbilla, a modo de indicación para Shuary.

—¿Se refiere al pisapapeles? Me lo regaló un viejo amigo de su país—le informó el forense, sin sentir el impulso de mirarlo —. Solía usarlo cuando abrí mi primer despacho, pero me vi obligado a esconderlo cuando mis mellizos decidieron que era mágico. En su momento perdí la cuenta de cuántos de sus amigos intentaron robarlo.

El griego dejó caer un poco la cabeza hacia atrás, apoyando todo su peso en el respaldo de la silla. Se le caían los párpados, su respiración era lenta y pesada. Estaba entrando en calor y solo quería dormir. Creyó hacerlo unos minutos, hasta que Svarg regresó con una caja de cartón y ayudó a su jefe a colocar su contenido sobre la mesa: algunos cuadernos, vasos de plástico transparente, pinceles y acuarelas. Él contuvo una media sonrisilla espontánea: ¿acaso esos dos iban a hacerle un retrato?

—Lo de la alcantarilla... ¿Era uno de ellos? —preguntó, temiendo sucumbir al sueño de un momento a otro.

— Lo era—aseguró su interlocutor—, aunque déjeme advertirle que, aunque su morfología es demasiado cambiante como para diferenciarles a simple vista, pueden dividirse en dos grupos muy diferenciados: unos son hostiles y curiosos, otros, curiosos y huidizos. Valoré que los primeros fueran transhumanos, generados por los mismos malvados que tratan de localizar a los naga, pero eso supondría un nivel científico que nadie posee. Tal vez sean solo disidentes entre su gente: el inconformismo parece algo intrínseco de la vida consciente, ¿no cree?

—Usted les protege, ¿para qué liquidarle?

—Eso quiero que averigüe, mi joven amigo, porque yo no tengo ni la menor idea. Si bien tengo claro que es Nanonoichi la que me envía a sus matones para presionarme, estoy convencido de que ellos no tienen nada que ver con los engendros de las alcantarillas.

Alex se estaba quedando sin fuerza en la voz, pero no se atrevió a mover la cabeza para asentir. Mientras que el forense colocaba los vasos en forma de hilera frente a él, Svarg fue el encargado de llenar de agua una de las jarras.

—¿Sabía que muchos fanáticos de las novelas de su abuela han viajado hasta aquí solo para poder sentirse cerca de Delamara? —aseguró Shuary, tomando una jarra y revisando su contenido a trasluz—. Su abuela Sofía ha sido muy inteligente al banalizar su origen. Tejiendo esa intrincada red de fantasía y romance alrededor del mito, por medio de sus libros, ha logrado burlar a chantajistas. También ha evitado que cualquier estudioso que pretenda tocar el tema en serio sea ridiculizado sin piedad por sus colegas. ¿Sigue soltera?

El conejo, la oruga, el agujero, el sombrerero loco y él, en un viaje opiáceo que le hacía delirar y le cerraba los párpados. ¿Shuary acababa de admitir un interés romántico por su abuela Sofía? Alexander soltó una carcajada que le hizo virar junto al resto de la habitación.

— Solo vi el primer capítulo de <<El ladrón de corales>>: una pobre sirvienta india enamorada de un noble inglés, perteneciente a una familia clasista y racista, que la abandonaría para regresar a su país y casarse con otra, sin importarle que ella estuviera embarazada de Delamara—narró el indio, entre risillas, con expresión mordaz —. Svarg me ha dicho que en el último capítulo se suicida; eso es absurdo, si se me permite decirlo, porque una naga no se ahogaría en el mar (aunque fuera mestiza y no supiera nadar). Me pregunto por qué las adaptaciones de los libros suelen ser tan chapuceras...

Svarg, ese tipo raro, feo y mudo, que tenía menos autonomía que una piedra, veía novelas románticas sobre el origen de su familia en internet. Si supiera que él mismo y su jefe/dueño podían protagonizar una mucho más interesante... Porque su difunta bisabuela Delamara no era para tanto. Alexander, que solo la había conocido a través de fotografías, la había asimilado, en su remoto recuerdo, como una exótica Pocahontas rubia. Al imaginarla no pudo evitar que se le vinieran a la memoria las palabras y la voz de su padre, narrándoles su historia a él y a sus hermanos, sentados frente a la chimenea: <<Una valquiria, alta y fuerte, de piel aceitunada, cuyos iris eran hipnóticas crisocolas verdeazuladas unas veces, frías piedras grises otras, pero siempre una corona de rojo fuego bordeaba aquellas insondables pupilas negras>>. Sí, debía ser una mujer bastante exuberante y fuerte, porque su bisabuelo George se había vuelto tan loco por ella, que había renunciado a su próspera carrera militar, para invertir todos sus ahorros en velar por el patrimonio y los derechos de los indígenas de aquellas montañas, creando la organización que más tarde destrozaría a todos sus descendientes...

Shuary, que había pintado de repente una sonrisilla sardónica en su demacrada y arrugada cara, no dudó en ilustrar sus pensamientos citando un párrafo que había debido memorizar de uno de los libros:

—<<Tenía sueños premonitorios y se comunicaba con mis perros sin necesidad de hablarles. Jamás conocí a una criatura más impresionante. Era fácil llegar a odiarla por las mismas razones por las que se la podía admirar; su porte regio no se servía de turbantes ni de medias. Ella no conocía el tipo de pudor que subyuga el cuerpo de una mujer a la hipocresía de otras mujeres y al deseo de los hombres. Ni sometía sus principios a convencionalismos que menoscabaran su dignidad>>.

—Tonterías—escupió Alexander, con una mueca de hastío.

—Tonterías que escribió Adolf Hitler después de visitar el levensborn de Zalück, dónde Delamara estuvo encerrada durante semanas—le informó el forense, en tono lisonjero, mientras vertía agua en uno de los vasos—. La capturaron cuando se escapó de su aldea para ir a buscar a su padre a Inglaterra. Supongo que usted ya lo sabía... ¿Conoce la Teoría del Trinquete de Muller?

Alexander intentó asentir, pero solo acertó a parpadear.

— Supongo entonces que, aunque me comprometí a hacerlo hace mucho tiempo, usted no querrá que le hable de las teorías sobre diatomeas, poríferos, el evento de Toba, el Adán cromosomal, la Atlántida y el margen de error de doscientos mil años en la fecha estimada del nacimiento del primate llamado Lucy o el verdadero origen del primate Ardi...—apostó su anfitrión.

Aquel hombre hablaba demasiado rápido como para entenderlo. Alex no pudo contener un nuevo bostezo.

—Tomaremos eso como un <<no>>.

Svarg regresó, cámara de fotos en mano, para tomar algunas instantáneas de las cicatrices que el impacto del rayo había dejado en su espalda. La respiración del gigante era casi tan pesada y arrítmica como la suya. Y sus manos, pegajosas, frías y húmedas.

—¿Has visto Svarg? ¡Perfectos fractales del color del cobre! —se congratuló Shuary, frente al que parecía ser su sirviente—. Si bien el noventa por ciento de los alcanzados por un rayo sobrevive al impacto, puedo asegurarte que ningún individuo considerado normal hubiese conservado la vida, en las circunstancias en las que golpeó al Sr. Blake, y si lo hubiese hecho, sus secuelas físicas serían espantosas e irreversibles. Nada que ver con estas hermosas cicatrices—aseguró.

Alexander sabía que en algún momento ese indio y su sirviente le habían drogado con algo. Tenía cierta lógica que recurrieran a eso, teniendo en cuenta que el forense estaba amenazado de muerte y que él era solo un desconocido. Por desgracia, no habían pensado en que, bajo el efecto de los sedantes, aquella clase de ciencias que trataban de impartirle pasaría por su mente sin pena ni gloria.

Como le decía, joven, no hubo un eslabón perdido, solo un matrimonio <<arreglado>> entre un piojoso primate y algo portentoso, cuyo origen parece remontarse a una civilización agónica, previa a la nuestra...

Café, Herodoto, Platón y los Atlantes, versus té, Antoine de Saint-Exupéry, Poe y Bécquer. Su balanza de pasiones adolescente siempre se había inclinado hacia la segunda opción, muy al contrario de lo que sucedía con su hermano Leander; tanto él como sus apuntes y resúmenes eran tan eficaces como aburridos, quizá por eso no recordaba casi nada de lo que había tenido que aprenderse a la fuerza. Su interés por el tema seguía siendo el mismo.

Se le ha ido la mano con el relajante, Shuary. Tanto, que incluso estoy empezando a ver atractivo a su esclavo mudo—le advirtió el griego a su anfitrión. No mentía: el hombre-rana, seco, peinado e iluminado con la amable luz de las drogas, parecía mucho más esbelto y sus rasgos mucho más delicados, casi femeninos.

El forense miró a Svarg de soslayo, lo que provocó que este, por alguna razón desconocida, se arrojara sobre la cara lo poco que quedaba de té en la taza de su jefe.

—No muy listo, pero irremediablemente guapo—insistió Alexander, con una risilla malévola, solo por ver qué más se atrevería a hacer Svarg para terminar de opacar su incipiente belleza.

—Necesita usted una novia—le regañó Shuary, con cara de circunstancias, al tiempo que le daba una palmada en la espalda a su sirviente y le pedía que se quedara en la cocina—. Por favor, preste atención, puede que estos conocimientos le salven la vida—le advirtió al griego, antes de volver a la carga con su perorata científica—: llamaremos <<origen>> al agua limpia, que representará a los nagá, justo antes de que se cruzaran con simios y dieran lugar a los primeros prehomínidos—comenzó a explicarle, a la par que llenaba otros tres vasos. Dividiremos ese grupo de origen en diversos grupos y les añadiremos algunas mutaciones en sus genes, derivados de diferentes tipos de alimentación, de diferentes situaciones geográficas, etc... etc... —anunció, tiñendo uno de los cuatro vasos de agua de azul, otro de rojo y otro de amarillo.

El griego sintió ganas de llorar; los vasos se entrecruzaban entre sí sin que nadie los tocara. Era incapaz de enfocarlos y de verlos con claridad. Si bien ya no tenía frío, ni sentía dolor alguno, necesitaba dormir, pero no podía hacerlo en aquella postura, ni rodeado de aquellos dos psicópatas. ¿Era un sueño? ¿Estaba ebrio?

—Si dividiéramos el contenido del vaso azul en varios vasos, para después volver a mezclarlos después de un tiempo sometidos a circunstancias parecidas, obtendríamos descendientes muy similares a sus progenitores. Lo mismo sucedería, con los otros dos colores—siguió parloteando Shuary —. Por el contrario, si ese intercambio de genes se produce entre individuos de diferentes grupos (colores), los descendientes no tendrán excesivo parecido al origen, y formarían parte de un nuevo grupo—advirtió. Después mezcló en un vaso vacío la mitad del líquido amarillo con la mitad del líquido azul, dando lugar a otro teñido de verde.

Alexander dormitaba de tanto en tanto frente a las enrevesadas explicaciones de Shuary. ¿Podría dormirse uno en un sueño? Cuando estaba consciente solo podía pensar en el monstruo de la alcantarilla, en cómo Svarg se había deshecho de él, después de que Shuary le llamara la atención, y en su actitud de niño al que habían atrapado en un juego peligroso.

—Tenemos cuatro grupos distintos, representados por los colores, rojo, azul, verde y amarillo, y conservamos parte del grupo inicial que les dio lugar, representado en el vaso de agua limpia—resumió su anfitrión. Ahora, cruzaré los subgrupos entre sí—anunció, entusiasmado, mezclando los vasos coloreados en una jarra vacía, a la que siguió añadiendo gotitas del resto de las acuarelas—. Añadámosles más mutaciones, en forma de gotas de color: migraciones, relaciones esporádicas entre ellos, adaptaciones al medio, extinciones, extinciones por cruce y nombres como: Neanderthal, Homo Sapiens, Denisovano... Y obtendremos como resultado un hombre moderno, como su tatarabuelo inglés, que se enamorará en este mismo instante de su tatarabuela la naga—concluyó, vertiendo un poco del parduzco resultado de su mezcla en un vaso vacío y colocándolo junto al vaso de agua limpia.

Alexander se quedó mirando los dos recipientes como hipnotizado, solo un nuevo movimiento de Shuary le hizo reaccionar: la unión del contenido de los dos vasos dentro de otro, al que llamó Delamara.

—Con su bisabuela Delamara, se produjo un excepcional caso de pseudo retrocruzamiento—afirmó el forense, agitando el vaso con un dedo. Pero viendo el rostro inexpresivo de Alexander, se apresuró a explicarse —: sería algo parecido al caso de que un elefante actual se apareara con un mamut, si el mamut no hubiera sufrido ninguna mutación desde su origen, y mil diferencias más que no tengo tiempo de revelarle... ¡Svarg! ¡Tu turno!

Era el nieto de un mamut... El griego dejó virar sus ojos al mismo ritmo que las partículas de color en el vaso de agua. Pensar y hablar eran tareas imposibles para él, y una clase de ciencias era lo que menos necesitaba en ese momento; el monstruo no podía ser un naga, porque no era como los monstruos que habían asesinado a su padre. Shuary había hablado de transhumanos, ¿acaso podría Nanonoichi generar algo así? No, de ningún modo. ¿Qué tipo de disfraces usaban entonces? ¿Podía un hombre común alterar su cuerpo hasta convertirlo en otra cosa? Era imposible que cupiera en aquel agujero... Si no lo hubiera visto con sus propios ojos...

Svarg regresó al salón aún más esbelto y grácil, envuelto en una capa amelocotonada y con un pequeño botecito blanco entre las manos. Bajo su capucha, miró a Shuary con cara de cordero degollado y él le dio permiso para usarlo. Sin poder ocultar su felicidad, el sirviente vertió unas gotitas en el vaso nombrado como <<Delamara>>. Al instante las partículas de color se acumularon en el fondo, dejando que el líquido recobrase su transparencia inicial.

—¿Ve? No importa lo que suceda: la sangre original sigue ahí, incorrupta en nuestras venas. Existe un mecanismo capaz de devolverla a su estado inicial, que resulta mortal para la mayoría de los seres humanos, pero no para descendientes tan directos como su bisabuela, o como usted y sus hermanos, Alexander—añadió, y su semblante amistoso se tornó despiadado—. Necesito saber cuál es el catalizador; por qué en Delamara actuó en la infancia y porqué en usted esa <<magia>> se mantiene latente.

Alexander estalló en ebrias carcajadas. Sabía que en encerronas como aquella era vital mostrarse colaborador y pacífico, pero Shuary estaba loco de atar, y eso le daba más miedo que cualquier arma. Y el tal Svarg; necesitaría dos años de terapia para sacárselo de la mente. No tenía ni la menor idea de cómo iba a librarse de aquella encerrona. Pensó en ello mientras Shuary limpiaba la mesa. Le produjo escalofríos oírle hablar consigo mismo, entre risillas y susurros. Incluso se alegró de no poder entender lo que decía y de sucumbir, por fin, a un sueño profundo.

—Lo he hecho muy bien—se felicitó el forense porlo bajo —. Los muchachos estarían satisfechos, incluso el piojoso de Kimmy. Ladocencia siempre fue mi fuerte, aunque él fuera más popular entre nuestrascompañeras de simposio... Esos malditos ojos grises de los Blake son como un imánpara las mujeres bonitas... ¡Svarg! ¡Encárgate de dejar a nuestro invitado en ellago! ¿A qué huele? ¿Otra vez lentejas?


Referencia a la novela de Lewis Carroll <<Las aventuras de Alicia en el país de las maravillas>>.

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