RASSEN I

By YolandaNavarro7

968K 27.4K 2.5K

Luna no recuerda nada de su pasado, aún así, terribles pesadillas nocturnas la ayudan cada noche a hacerse un... More

RASSEN ARGUMENTO TRAMA PRINCIPAL TRILOGÍA
RASSEN ARGUMENTO <<LUNA>> Vol.1
Árbol genealógico (Relaciones entre los personajes)
INTRODUCCIÓN
CAP.1
CAP.2
CAP.3
CAP.4
CAP.5
CAP.6
CAP.7
CAP.8
CAP.9
CAP.10
CAP.11
CAP.12
CAP.13
CAP.14
CAP.15
CAP.16
CAP.17
CAP.18
CAP.19
CAP.20
CAP.21
CAP.22
CAP.23
CAP.24
CAP.25
CAP.26
CAP.27
CAP.28
CAP.30
CAP.31
CAP.32
CAP.33
CAP.34
CAP.35
CAP.36
CAP.37
CAP.38
CAP.39
CAP.40
CAP.41
CAP.42
CAP.43
CAP.44
CAP.45
CAP.46
CAP.47
CAP.48
CAP.49
CAP.50
CAP.51
CAP.52
CAP.53
CAP.54
CAP.55
CAP.56
CAP. 57
CAP.58
CAP.59
EPÍLOGO
LA NOVELA ESTÁ SIENDO REEDITADA Y CORREGIDA
IMPORTANTE: LA HISTORIA DETRÁS DE LA HISTORIA. POR FAVOR, ÉCHALE UN VISTAZO.

CAP.29

11.5K 404 34
By YolandaNavarro7

En el Mare Nostrum, Sanjay regresó al ala de los reptiles aún más ofuscado de lo que ya estaba al marcharse, y cargado con un maletín repleto de documentos vinculados al funcionamiento del acuario. Dando por hecho que Erika no estaba allí como forense, justo cuando le hacía entrega de una copia del informe redactado por el director de la sucursal sobre lo sucedido, le preguntó por qué había decidido honrarle con su visita. Para no despertar ningún tipo de sospecha, la mujer improvisó una conmovedora historia en base a su pasado como agente, a su amistad con Reyes y a la falta de personal en el cuartel, presentándose a sí misma como una amiga altruista, que se prestaba a asesorar a un buen amigo que no podía valérselas solo. El relato satisfizo la curiosidad del supervisor, casi tanto como ofendió al sargento, que se vio obligado a esconder sus deseos de venganza bajo una sonrisa forzada.

En el informe que les acabo de entregar no se menciona el origen del fallo eléctrico que, según el testimonio del vigilante nocturno, apagó todas las cámaras de seguridad de esta sección, poco después de que el reptil llegara al muelle y fuera introducido en un vehículo especial —puntualizó el supervisor, en un tonillo reivindicativo y suspicaz —. Tampoco menciona que dicho vehículo hizo un viaje, de ida y vuelta, a algún punto en un radio de diez a quince kilómetros.

Erika y Reyes intercambiaron una mirada cómplice: el apagón había sido tan oportuno como selectivo con los daños que había causado. Sanjay tenía motivos de sobra para sospechar, porque el artífice de todo aquello no había sido demasiado listo a la hora de borrar su rastro.

—Perdone, Sr. Rice, hay algo que no entiendo: ¿Cómo sabe que el reptil salió de aquí y hacia dónde pudieron llevarlo? —cuestionó la forense—. Acaba de afirmar que las cámaras estaban apagadas, luego el vigilante no pudo ver nada ¿o sí?

—Mi precisión se debe al exhaustivo control que hacemos del kilometraje de nuestros vehículos de empresa y del gasto de carburantele aseguró el supervisor—; cuando se reanudó la actividad en las obras, y se descubrió que la anaconda aún seguía aquí, el conductor habitual de ese camión se percató de que alguien había regulado los espejos y el asiento, y eso le hizo sospechar que había sido utilizado por alguien ajeno a la empresa. Solo tuvimos que mirar el registro del cuentakilómetros para certificar que sus sospechas no eran infundadas.

—Está bien, supongamos que es cierto: un extraño se coló en el edificio y sacó del muelle el vehículo con el animal, solo para devolverlo muerto unas horas después, y abandonarlo aquí, en esta zona cerrada al público—resolvió Reyes, mirando a Erika de soslayo—. ¿Cómo es posible que el conductor no se diese cuenta de que habían manipulado el camión el mismo día en el que sucedió? Según la información que nos ha dado, él era el encargado de trasladar al animal, y debía hacerlo en pleno apagón, ¿me equivoco?

Sanjay dejó escapar un largo suspiro, rebuscó en el interior del maletín una declaración escrita y firmada por dicho conductor, y se la entregó al sargento.

—Ese hombre no pudo ver nada extraño, porque no estaba en el acuario: la misma persona que extendió el contrato del animal, haciéndose pasar por mí, contactó con él, y con el resto de nuestros empleados del turno de noche en el muelle. Les dijo a todos que no debían asistir al trabajo, porque el dueño del reptil iba a enviar personal y vehículo propiosalegó.

Desde aquel edificio a casa de los Munt no había más de diez kilómetros; las cifras coincidían, y el círculo alrededor de los Belmonte se estrechaba. Complacido, Reyes le guiñó un ojo a su compañera y se dispuso a tomar buena nota en su libreta de aquellos reveladores datos.

—¿Sospecha de alguien que quisiera perjudicarles, Sanjay? ¿Algún cliente, proveedor o trabajador insatisfecho? ¿Algún rival del sector? ¿Antiespecistas? —preguntó, cruzando los dedos para ganarse un golpe de suerte.

El supervisor negó tajante con la cabeza.

—No hemos tenido problemas serios con nadie, que yo sepa. En cuanto a la plantilla: no paso aquí el tiempo suficiente como para conocer a unos y otros en profundidad, y las contrataciones son cosa de la dirección central—reconoció con pesar—. Es cierto que los directores locales son los encargados de evaluar el rendimiento y el comportamiento de los empleados, y que sus opiniones son tenidas en cuenta, pero no están autorizados a contratar ni a despedir personal. Por eso me resulta tan incomprensible que el dueño de la constructora haya empleado como vigilante de seguridad de las obras a su hijo; un chico sin cualificación ni experiencia. El director debió informar de ello a la central de inmediato.

Sanjay intentó ocultar en vano una incipiente sonrisilla maquiavélica. Sin despeinarse, había señalado con uno de sus dedos de uñas impecables a Belmonte, y luego, relajado como un recién nacido bien alimentado y limpio, había fingido no haberlo hecho. Y es que nadie podría reprocharle aquella acusación, porque ni siquiera aparecería como tal en las diligencias derivadas de la denuncia que iba a interponer. Reyes no pudo disimular su júbilo y dejó que una palabrota se le escurriera de los labios. Erika, petrificada y con los ojos abiertos como platos, le advirtió a su exmarido con una mueca que debía ser cauteloso. El maldito pirómano se tambaleaba sobre su pedestal y ellos dos iban a darle el golpe de gracia sin que Mendoza o Interpol pudieran hacerles reproches. Al fin y al cabo, aquel asunto no tenía nada que ver con los Blake, y, aunque Luna Munt estaba implicada, sería el acuario el que emprendiera acciones legales en contra de la constructora, no ella.

—Nos gustaría poder hablar con ese chico esta noche...—tanteó el sargento.

—Pueden hacerlo ahora, si quieren— propuso el Sr. Rice, para alivio y asombro de la pareja—; su padre le envió hace un rato para que vigilase las obras. Supongo que por temor a que manipulásemos algo, antes de que el seguro nos envíe al perito que demostrará que ese tinglado eléctrico (al que llamaron preinstalación), no solo propició el secuestro del reptil, también pudo haber provocado un incendio. El caso es que el muchacho empezó a encontrarse mal hace un rato y ahora está en la enfermería, esperando a que su novia venga a buscarlo. ¿Quieren que les lleve hasta él?

Al asentir, Reyes estuvo a punto de fracturarse una vértebra del cuello. Dentro de las metas vitales más inalcanzables que se había planteado, la que más felicidad podía aportarle era hacer justicia por todas las víctimas de los Belmonte (también poseer una réplica exacta y playera del Castillo de Neuschwanstein en tierras canarias).

Mientras se dirigían al ala opuesta del edificio, Erika, con los nervios metidos en el estómago, elaboraba en el block de notas de su teléfono móvil el cuestionario perfecto para <<molestar>> a Belmonte lo imprescindible, pero sacándole la mayor cantidad de información posible. Hacía mucho tiempo que no tenía que interrogar a un sospechoso, pero siempre había formado un buen equipo con su ex; él tenía paciencia y un talento innato para ganarse la confianza de las personas, y ella tenía el don de hacerlas hablar de más, sacándolas de quicio con su gélida (y fingida) indolencia. De una forma u otra, siempre se las arreglaban para conseguir lo que deseaban, y un veinteañero con problemas de drogas no suponía ningún gran reto para ellos, por muy importante y peligrosa que fuera su familia. Reyes, que mantenía el entusiasmo a raya, mientras intentaba contactar por teléfono con Mendoza, estaba tan acostumbrado a tratar con delincuentes, que solo estaba preocupado por lo que sucedería con la información que se desprendiera del interrogatorio improvisado. ¿Acaso todos sus esfuerzos caerían en saco roto? ¿Intentarían manipular Interpol o su capitán a los jefes del Sr. Rice para que su denuncia no afectase a los dueños de la constructora? Para dejar un poco de lado el pesimismo, decidió aprovechar al máximo su visita al acuario, formulándole al supervisor algunas de las preguntas que le rondaban la cabeza desde que estuviera en casa de los Munt.

—Sanjay, ¿cree que exista la posibilidad de que alguien sobreviviera al ataque de una anaconda como la que nos ocupa? —preguntó.

—¿Se refiere a un hombre? —inquirió su interlocutor, con el ceño fruncido.

—O una mujer... —apuntó Reyes, haciendo empalidecer al estresado Sr. Rice.

—No.

—¿Cómo puede estar tan seguro?

— Este animal tiene una fuerza de constricción de más de seis kilos por centímetro cuadrado. Eso equivaldría a una roca de cuatro mil kilos sobre el cuerpo de esa persona—explicó el supervisor con una risilla nerviosa—. Sin importar el sexo o la corpulencia de su víctima, le rompería todos los huesos y la asfixiaría, antes de tragársela.

Reyes y Erika intercambiaron una mirada confundida. No hacía falta ser muy listo, ni imaginar la escena, para saber que Luna Munt jamás hubiera resistido el ataque de aquella bestia. Pero los expertos estaban convencidos de que la chica había sido regurgitada...

—¿Y en caso de que hubiera sucedido? Si se hubiera tragado a un ser humano—insistió el agente, pasando totalmente por alto la cara de pánico del Sr. Rice —, ¿por qué razón cree usted que querría vomitarlo?

Víctima de una súbita palidez, el supervisor del acuario le recorrió de arriba abajo, con una mirada desconfiada, después alzó una ceja.

—Algunas serpientes son capaces de expulsar el alimento, aún sin digerir, si se sienten amenazadas. Esa es la única forma que tienen de escapar, ya que son especialmente vulnerables cuando han ingerido una presa de gran tamaño—alegó con una vocecilla—. ¿Ustedes no estarán aquí por otro asunto que no sea mi llamada? ¿Verdad? Lo... Lo que flotaba en el agua eran pelos de la mascota de alguien, ¿no es cierto?

Reyes ladeó la cabeza y puso cara de cordero degollado antes de responder.

—Tranquilo, no hay una chica ahí dentro, o al menos eso creo— desestimó con un cruel y deliberado titubeo.

Cuando atravesaban la pequeña sala en la que se exhibían las especies autóctonas, el Sr. Rice, cuya ira había dado paso a una inquietud que desbarataba su voz, sus gestos y sus pasos, se detuvo un instante al comprobar que los animales presentaban un comportamiento anómalo: algunos se atacaban entre sí y otros se golpeaban contra los cristales de sus respectivos cubículos. Cuando Reyes le preguntó si los reptiles solían ser tan impredecibles y hasta qué punto era normal que agrediesen a seres humanos, el supervisor entrecerró los ojos, sacudió la cabeza y se encogió de hombros.

—No deberían atacar si no se las provoca. Aunque, como puede comprobar, hoy no es uno de los mejores días para que me haga esa pregunta; según la veterinaria y el herpetólogo del centro, desde un incidente sin importancia (ocurrido durante una de las últimas visitas guiadas), la mayoría de ellas han dejado de comer, se muestran agresivas e incluso adoptan posturas suicidas—confesó—. Si Bruma tuviera un agitado pasado topográfico, me plantearía hacer las maletas ahora mismo, se lo aseguro—añadió con un guiño.

Tras escuchar los temores del supervisor, Erika esbozó una media sonrisa escéptica, y siguió elaborando su cuestionario perfecto para Belmonte.

—¿A qué se refiere con lo de <<un pasado topográfico>>? ¿Qué insinúa? —quiso saber Reyes.

—Se dice que las serpientes pueden predecir un terremoto horas antes de que se produzca —se adelantó a contestar su ex, sin abandonar su tarea —. Pero el tema es controvertido...

—¿Y si no fuese por un terremoto? ¿Por qué actuarían así? —insistió el sargento.

—En su hábitat natural, supongo que por la presencia cercana de algún tipo de amenaza. En cautividad, no lo sé. Es la primera vez, en veinte años de carrera, que veo algo parecido—admitió el Sr. Rice —. Lo cual no es buena señal.

—¿Insinúa que tratan de advertirnos sobre la inminente colisión de un meteorito o invasores extraterrestres? —se burló Erika, con una risilla.

—Comprendo que se lo tome a broma, doctora. Pero le ruego que no se deje engañar por las rocas de atrezo y las paredes de cristal; la conexión de estos animales con su entorno no conoce barreras físicas—aseguró el supervisor, con una mueca despectiva—. Quizá no entiendan de astronomía o exopolítica, pero no debemos subestimar la información que nos aportan, porque proviene de la fuente; no necesitan que se la confirmen o desmientan por la tele.

Erika se encogió de hombros y le dedicó al Sr. Rice (y a sus estúpidos temores) una sonrisa que pretendía parecer inocente, pero que a todas luces podía entenderse como cínica.

—Dice que todo empezó en un momento concreto, ¿no sería más lógico pensar que lo que ocurrió desencadenó este comportamiento y no atribuírselo a algo del exterior? —planteó.

Reyes, que empezaba a impacientarse, tamborileó con los dedos sobre el terrario de una espeluznante araña lobo. La tarántula abandonó su sedosa guarida tejida entre rocas, trepó por una ramita y se abalanzó con tanta fuerza hacia su mano, que hizo vibrar el cristal.

—¿Qué ocurrió en esa visita guiada, Sanjay? —preguntó el agente, con un hilo de voz, sin apartar la mirada de su nueva amiguita de ocho ojos y tomando distancia de ella.

—Nada que no forme parte de nuestra rutina, sargento: a menudo tenemos casos de ofidiofobia, de batracofobia e incluso de tripofobia—advirtió el Sr. Rice —. Yo no estaba presente, pero pude verlo todo en las grabaciones de las cámaras de seguridad; ocurrió en la sala que ahora está en obras, los animales empezaron a mostrar conductas similares a las que presentan los que nos rodean ahora, y una joven estudiante de arte se desmayó del susto.

La pobre chica asustadiza no podía ser otra que Luna, así se lo confió Reyes a Erika en un susurro, después de que el Sr. Rice se la describiera con todo lujo de detalles. La forense no entendió la importancia de aquel dato hasta que Esteban Belmonte apareció en la historia como un príncipe azul denostado.

—Él no dejó que nadie más se le acercara. Parecía muy preocupado... El día anterior había solicitado una entrada gratuita para su novia, que formaba parte de uno de los grupos de universitarios que nos visitaban ese día, así que doy por hecho que se trataba de ella—les aseguró el supervisor, abriendo la puerta de la enfermería e invitándoles a entrar—. Debió ser bastante humillante para él que esa joven le mandara a paseo, delante de todo el mundo, en cuánto recobró la conciencia; ya saben que a esa edad uno se vuelve muy dramático, y tiende a...

El Sr. Rice no pudo terminar su última frase; Belmonte, hecho un ovillo en un rincón de la habitación, temblaba, lloraba y decía incoherencias. Erika y Reyes se arrodillaron junto a él de inmediato. El supervisor, espantado, salió al pasillo y llamó a gritos al enfermero del centro.

—¿Esteban? —quiso asegurarse el sargento, tomándole por la barbilla para obligarle a mirarle.

—No creo que pueda responderte—advirtió Erika, señalando una pequeña plaquita identificativa prendida en la camisa del chico y desabrochándole los primeros botones de esta—. Llama a una ambulancia, esto no es cuestión de tiritas ni de paracetamol.

—¿Una sobredosis? —apostó el agente.

—No estoy muy segura—reconoció la mujer, sacando unos guantes de látex de su bolso y preparándose para examinar al muchacho.

Belmonte, como si de tanto en tanto recibiera pequeñas descargas eléctricas, se sacudió repetidas veces, antes de que ella pudiera tocarle. Reyes se apresuró a inmovilizarle para facilitarle la tarea.

—No me mordió... Pero... Ella me dio el antídotogimió el muchacho—. ¡Quema! ¡Quema por dentro!

—La anaconda es una serpiente constrictora, no venenosa. Y, en el caso de que sí lo fuera, la toxicidad del veneno sería inmediata, no permanecería latente durante días. A menos que esté hablando de otro animal, no tiene sentido que le hayan dado ningún antídoto—pensó Erika en voz alta—. Tiene fiebre, el pulso muy acelerado y sus pupilas están más dilatadas de lo normal; lo que sea que le hayan suministrado tiene pinta de ser el problema, no la solución.

—Electra? Si fue capaz de envenenar a su propia prima...—inquirió Reyes.

—¿Qué interés podría tener en deshacerse de alguien como él? —dudó la forense—Dijiste que ejercía de distribuidor para ella ¿no?

—Igual se quedó con mercancía o con dinero, o vio algo que no tenía que ver. Ya sabes que, en temas de drogas, parientes y amigos siempre cotizan a la baja.

Belmonte, que seguía balbuceando frases inacabadas que intercalaba con quejidos y llantos descontrolados, se convirtió en un muñeco rígido y frío bajo la presión del cuerpo del sargento.

—La chica me necesita... ¡Tiene que darse cuenta! Ella dijo que me ayudaría... Tenía que distraeros... Ella quería al monstruo... Pesaba tanto... Los tipos... Esos demonios... Arrancaron los cables y se fueron... No fue culpa mía... Ella se apresuró... Solo quería verla muerta...—comenzó a desvariar el joven.

Un rumor de sirenas a lo lejos anunció que el final del interrogatorio estaba demasiado cerca, como para dejarse llevar por algo que no fuera el deber de hacer cumplir la ley. Al menos así lo determinó Reyes, que reprimía a duras penas las ganas de sacudir a aquel abusador como si fuera una coctelera.

—¿Hablas de Iris? —le preguntó a gritos—. ¿Quién quería verla muerta? ¡Habla! ¡Maldita sea! ¿Te dijeron que nos distrajeras? ¿Para qué? ¿Montaste ese circo en casa de Luna para atraer la atención de las autoridades? ¿De eso se trataba? Alguien nos quería a todos lejos de la Factory, y tú te ofreciste a hacer el trabajo, pero llegaste tarde... ¿Es este tu castigo? ¿A quién tratas de encubrir? ¿Se trata de Electra Delaras?

El heredero de B&B abrió los ojos desmesuradamente y negó repetidas veces con la cabeza. No quería ser un chivato, o quizá su miedo a la muerte no era tan grande como el miedo que le producía la persona que le había hecho aquello.

—No he encontrado ninguna mordedura, ni herida, ni pinchazo reciente—descartó Erika, quitándose los guantes y poniéndose en pie—. Si Electra está detrás de esto, debe tratarse de algún tipo de cruel advertencia, porque ya ha demostrado que tiene acceso a sustancias tan sofisticadas como letales.

—Apareció de la oscuridad... Sus ojos... ¡Le arrancó la cabeza! la interrumpió el chico, entre lastimeros quejidos—. Nadie te creerá... Dijo... Pero...Yo... Yo tengo... Mi bolsillo... ¡Lo tengo ahí!

La forense y el sargento intercambiaron una mirada interrogativa, antes de que él sujetara con más fuerza al muchacho y ella procediera a examinar sus bolsillos con sumo cuidado. Cuando daban por hecho que no había nada que buscar, Erika palpó lo que creyó era una pequeña piedrecita. No fue sino al contemplarlo de cerca que se dio cuenta de que se trataba del colmillo de un animal.

—¿De dónde lo has sacado? —le preguntó a Belmonte, haciendo rodar el objeto en la palma de su mano—¿Tienes una mordedura? ¿Dónde? ¿Dónde está?

—Él...Él la mordió...La serpiente se retorció... Luna... Yo no quería... No...—murmuró su interlocutor, entre boqueadas, con la mirada perdida—. No era humano... No lo era... Tampoco los gigantes... ¿Lo será ella?

La tormenta eléctrica que parecía sacudir el cuerpo y la mente de aquel desgraciado, tomó el control de sus esfínteres y burló su piel, solo para ir erizar las pieles del sargento y de la forense. Aquel terror era genuino. Fuera lo que fuera lo que creía haber visto, para Belmonte era tan real como aquel pesado y afilado colmillo que les había entregado.


Miedo a las serpientes.

Miedo a los animales anfibios.

Miedo o repulsión que se siente al visualizar figuras geométricas muy juntas, especialmente orificios.

Continue Reading

You'll Also Like

40.6K 2.6K 20
La vida de una adolescente en un Apocalipsis sigue.. enamorada de alguien que le dobla la edad ¿esta bien? Temporada 2 Portada hecha por @ShinJL
3.7K 78 6
Grace es una chica normal que vive en un pequeño pueblo llamado Beatford. Allí todo el mundo se conoce o eso creía ella hasta que aparece Axel, un mi...
4.7M 532K 57
↬Cuando te vi, una parte de mi dijo: "Es hermosa" y la otra se imaginó cómo te verías amarrada a una silla con los ojos y la boca vendados, luchando...
852K 97.9K 43
«Las mentiras terminaron, pero las obsesiones se multiplican». Sinaí cree ser la reina del tablero, y perseguirá a su rey a donde haga falta, aunque...