RASSEN I

By YolandaNavarro7

968K 27.4K 2.5K

Luna no recuerda nada de su pasado, aún así, terribles pesadillas nocturnas la ayudan cada noche a hacerse un... More

RASSEN ARGUMENTO TRAMA PRINCIPAL TRILOGÍA
RASSEN ARGUMENTO <<LUNA>> Vol.1
Árbol genealógico (Relaciones entre los personajes)
INTRODUCCIÓN
CAP.1
CAP.2
CAP.3
CAP.4
CAP.5
CAP.6
CAP.7
CAP.8
CAP.9
CAP.10
CAP.11
CAP.12
CAP.13
CAP.14
CAP.15
CAP.16
CAP.17
CAP.18
CAP.19
CAP.20
CAP.21
CAP.22
CAP.23
CAP.24
CAP.25
CAP.27
CAP.28
CAP.29
CAP.30
CAP.31
CAP.32
CAP.33
CAP.34
CAP.35
CAP.36
CAP.37
CAP.38
CAP.39
CAP.40
CAP.41
CAP.42
CAP.43
CAP.44
CAP.45
CAP.46
CAP.47
CAP.48
CAP.49
CAP.50
CAP.51
CAP.52
CAP.53
CAP.54
CAP.55
CAP.56
CAP. 57
CAP.58
CAP.59
EPÍLOGO
LA NOVELA ESTÁ SIENDO REEDITADA Y CORREGIDA
IMPORTANTE: LA HISTORIA DETRÁS DE LA HISTORIA. POR FAVOR, ÉCHALE UN VISTAZO.

CAP.26

9.4K 399 47
By YolandaNavarro7

Luna sabía que tanto alboroto por un simple vuelo era ridículo a su edad, pero no podía evitar sentir cierto recelo. Al fin y al cabo, jamás se había subido a un avión. Una vez en el aeropuerto, quiso obsequiar al taxista con una generosa propina, pero este incluso rehusó cobrarle la carrera, porque, según sus propias palabras <<a los emprendedores siempre había que apoyarlos, en la medida de lo posible>>. Después de despedirse efusivamente de él, se vio obligada a hacer un lento recorrido por las tiendas del aeropuerto. En su afán por no perder el vuelo, había llegado demasiado temprano, y eso se había traducido en un ejemplar de bolsillo de Mansfield Park, un paquete de chicles y tres chocolatinas sin trazas de frutos secos, que eran muy raras de encontrar, y resultaban un verdadero tesoro para los alérgicos a los pistachos (como era su caso). Sabía que sería difícil para los demás pasajeros no reparar en la rubia pequeñita, que no quitaba los ojos de la pantalla de la sala de espera, y que había revisado su documentación a razón de una vez cada cinco minutos, pero en esos momentos, todo le parecía tan peligroso como apasionante. Solo esperaba que nadie se diese cuenta y se burlase de ella, o la tratase con condescendencia.

—¡Te aseguro que está todo ahí, canija! No importa las veces que husmees en tu bolso.

La voz de Lucas a su espalda hizo que las piernas le flaqueasen, y que una enorme sonrisa se dibujara en su cara. Su suerte estaba cambiando, o, más bien, ella estaba cambiando su suerte: lo que más necesitaba en ese momento era una cara amiga, que le dijera que todo iba a salir bien (aunque no lo creyera realmente).

El nieto de la Sra. Pitbull, se había alegrado tanto de que Martín estuviera sano y salvo, que le había hecho prometer que le avisaría con antelación de su regreso al país, pues pensaba organizarle una fiesta de bienvenida. Ella, feliz de que alguien apreciara tanto a su padre, se había comprometido a hacerlo. A pesar de eso, al chico se le había ocurrido transmitirle su afecto al paleobotánico desde la distancia, llegando al aeropuerto cargado con los últimos números de las revistas científicas más prestigiosas. Después de pedirle a Luna que se las hiciera llegar en su nombre, el pelirrojo, emocionado, le regaló una bonita pashmina rosada, asegurándole que le resultaría imprescindible, después se giró sobre sus talones para marcharse, aunque cambió de idea en el último momento:

—Mucha suerte, amiga, te la mereces—le susurró al oído, fundiéndose con ella en un emotivo abrazo, justo antes de desearle que tuviera un buen viaje.

Sin que se dieran cuenta, el hijo de la doctora Vega se les había unido, y los miraba con cierto recelo. Luna no fue consciente de lo mucho que iba a echarle de menos hasta que le tuvo delante. Solo su presencia, tan cálida y familiar, ya la hizo relajarse. Resultaba tan poético que su amor platónico acudiera raudo y veloz en su rescate, y tan duro quererle tanto y no poder demostrárselo...

—¡Has venido! —le gritó, intentando contener la euforia. Sin embargo, él no parecía tan contento de verla, de hecho, ni siquiera hizo amago de aproximarse. Permaneció inmóvil frente a ella, con cara de circunstancias.

Lucas, incómodo, le tendió la mano al recién llegado, que correspondió a su saludo sin demasiada efusividad, después le dio un beso en la mejilla a Luna y se largó.

—¿Qué ocurre? ¿Por qué estás tan serio? —le preguntó ella al doctor, cuando se quedaron a solas.

—¿Quién era el tipo que acaba de marcharse?

—¿Lucas? Un amigo del barrio. Aprecia mucho a Martín y me ha traído un regalo para él.

Gabriel se giró, para ver desaparecer la espalda del muchacho entre la multitud, después instó a Luna a caminar hasta unos sillones de plástico, de los muchos que había dispuestos alrededor.

—No puedo acompañarte, solo he venido a despedirme —la informó, en tono neutro, tomando asiento.

La desilusión hizo que la sonrisa de Luna se desvaneciera en el acto, solo en ese momento reparó en que él no llevaba equipaje. El repentino alivio que había sentido se había transformado en desazón y dolor de estómago.

—Despreocúpate, lo comprendo: tu trabajo es lo primero—le recordó al doctor, mientras se sentaba a su lado.

—Lo es, por el momento, pero eso no impedirá que, pasado mañana, a más tardar, me reúna contigo en Srinagar—le prometió él, en tono cansado.

—No quiero que te sientas comprometido a hacer este viaje: me he dado cuenta de que esta es una gran oportunidad para que aprenda a valerme por mí misma—le aseguró ella, esforzándose por parecer despreocupada.

—Tranquila, no estás sola en esto. Todo saldrá bien—prometió él, tomándole las manos y tirando de ella suavemente, para atraerla hacia sí.

Soledad... Ya la había sufrido demasiadas veces, y de la forma más intensa desde la desaparición de Martín. Luna sabía bien que estar solo no resultaba tan agradable cuando no era una opción, sino una imposición. Como si supiera qué sentía en aquellos momentos, Gabriel la abrazó con fuerza, instándola a acurrucarse entre sus brazos. Ella se dejó cobijar y aspiró su perfume, apoyando la mejilla sobre su pecho; al hacerlo pudo escuchar el rumor de su respiración. No quería que se marchara, tendría que contener el impulso de aferrarse a sus piernas y arrastrarle hasta el avión entre lágrimas. Le necesitaba tanto, pero no podía decírselo. Alzó la barbilla para buscar sus ojos, siempre tan llenos de vida, y él aprovechó para sujetarla por el mentón y besarla en la boca. Fue un beso rápido, intrusivo y violento, y tan inesperado como perturbador, que no llenó su estómago de mariposas, ni de cosquilleos su espalda. Cuando terminó, solo sentía tristeza y una dolorosa presión en el abdomen. Enseguida, las críticas que Clara había hecho sobre ella volvieron a mortificarla. ¿Tendría razón su psicóloga? ¿Era ella <<una niña fantasiosa que lee novelas románticas y percibe el sexo como un invento diabólico>>? Mientras intentaba averiguarlo, y contener al tiempo unas inexplicables ganas de llorar, Gabriel la miraba expectante. Con el corazón latiendo frenético en el pecho, le respondió con lo que acabó siendo un amago de sonrisa.

—Pensé que era lo que querías—comenzó a justificarse el joven.

Luna se cubrió los labios con una mano y ladeó la cabeza.

—Lo siento—se disculpó, forzando una nueva sonrisa, con la voz quebrada y la respiración agitada—, es la primera vez que... No sabía muy bien qué hacer...

Gabriel intentó llegar hasta sus pensamientos, atravesándola con una mirada ceñuda y gélida.

—¿De veras? A mí no tienes por qué mentirme. Sabes de sobra que no soy ningún santo—le recordó.

Ella no supo muy bien cómo interpretar sus palabras. Su amigo, siempre despreocupado y seguro de sí mismo, parecía desconfiado y nervioso, y eso la hizo sentirse culpable.

—Tenerte en mi vida ha sido de lo mejor que me ha pasado —admitió con franqueza, buscando sus ojos —. Contar con tu afecto y con tu apoyo hace que me sienta la chica más afortunada del mundo.

Él le tomó la mano derecha, se la llevó a su corazón y la apretó con fuerza un instante.

—¿Puedes sentirlo? ¿Sientes eso? ¿Te atreverías a llamarlo afecto? —le reclamó, casi a gritos—. Parecías mucho más receptiva y satisfecha cuando ese pelirrojo onanista y friki te estaba abrazando.

Sus reproches dejaron a Luna petrificada: nunca habían hablado de amor. Sentía que, o bien él estaba sobreactuando para hacerla sentir mal o bien su orgullo era mucho más frágil de lo que aparentaba.

—No sé bien a qué te refieres. Pero, si te he ofendido, lo lamento—dijo, con un hilo de voz, zafándose de su puño de un tirón—. Era lo último que pretendía, supongo que me ha pillado de improviso, porque nunca me has hablado de tus sentimientos.

—Como si fuera necesario...—le reprochó él—. Creo que en el hospital todo quedo claro.

—¿Por qué dices eso? —inquirió ella, sintiendo como las lágrimas empezaban a agolparse en sus ojos.

—Porque era evidente el efecto que causaba en ti mi cuerpo cuando me acercaba—le recordó el doctor, ofuscado—. Y lo que eso me hacía sentir a mí.

La conversación estaba tomando un cariz demasiado incómodo para Luna, que no sabía cómo reconducirla hasta un punto menos tosco.

—A veces ni siquiera puedo interpretar mis propios sentimientos—confesó—. Si querías que conociera los tuyos, solo tenías que hablarme de ellos.

A Gabriel se le escapó una risa amarga.

—Sor Constanza no nos escucha, tampoco mi madre: no tienes por qué jugar conmigo a ese tipo de juegos hipócritas, Luna—le aseguró—. Yo no deseo a la niña llorosa e insegura, que no sabe lo que quiere, y que no te deja avanzar. Deseo a la mujer dulce e inteligente en la que te has convertido (sin darte cuenta), pero tengo la sensación de que no la vas a liberar jamás, o de que, cuando lo hagas, ya será tarde para los dos.

La joven, muy dolida, intentó analizar sus reproches sin demasiado éxito. Lo único que tenía claro era que él la había llamado hipócrita, y que ella podría tener muchos defectos, pero no ese.

—Yo no soy una hipócrita, ni juego a juegos; es porque soy una mujer, y no una niña, que he aprendido la necesidad de ir despacio y de ser precavida con lo que siento—aseguró.

—¿Precavida conmigo? Yo no soy como cualquiera de los tipos con los que hayas podido estar. No sé qué te hayan hecho, pero me duele y me ofende que me compares con ellos. ¿Acaso te he dado algún motivo para que desconfíes de mí?

¿Otros tipos? ¿Acaso se refería a Belmonte? ¿Qué estaba insinuando? La mente de Luna se nubló por la desolación. No se sentía capaz de expresar lo que quería decir con palabras.

—Nunca he dicho que desconfíe de ti—respondió, sintiendo como las lágrimas se abrían paso a través de su nariz.

—Me resulta violento tener que decirte las cosas de una forma tan directa. Pero siento que, si no hago algo rápido, lo que había nacido entre nosotros morirá, y tú no habrás hecho nada para evitarlo. Piensa en ello durante tu viaje—la sermoneó él.

Era el peor de los momentos para que el doctor recibiera una llamada urgente del hospital, pero así sucedió. Sin darle tiempo a ella para asimilar aquella conversación absurda, él se despidió y se subió a un taxi. Poco después de quedarse sola, con la sensación de haberle fallado, Luna sucumbió al llanto y sus piernas comenzaron a flaquear de nuevo. Pero esa vez no era el amor lo que les robaba la fuerza, era una mezcla de desilusión y anticipación. Le había dejado claro a Gabriel que aquel había sido su primer beso, y él no solo no la había creído, había insinuado que ella era una mujer muy experimentada. ¿Lo había hecho para justificar su rudeza y desviar la culpa hacia ella? Solo había percibido cierto afán de castigo y posesión en sus labios. ¿Qué pretendía demostrarle o demostrarse actuando como lo había hecho? ¿Se había enfadado porque tampoco había sentido nada especial al besarla? ¿Odiaba que su madre tuviera razón o acaso sabía lo que le había hecho Belmonte y se sentía engañado?

Mientras las preguntas bullían en su cabeza, caminaba cabizbaja por la pasarela metálica que conducía a la puerta de embarque del avión. El corazón empezó a latirle con tal fuerza que temió sufrir un colapso en cuánto la primera azafata le dio la bienvenida. Sabía que si no lograba controlarse su mente podría jugarle una mala pasada, y si eso sucedía estaría perdida. Sin duda, Gabriel se había precipitado cambiándole la medicación antes de tomar un vuelo de casi nueve horas. Si empezaba a alucinar delante de los pasajeros acabarían encerrándola en la bodega. << ¡Señor! ¿Por qué tiene que ser todo tan complicado?>>, pensó. En los alrededores, el llanto desconsolado de un bebé y gemidos de perros terminaron agobiarla; resultaba difícil relajarse con tanto alboroto. Cuando ya había recorrido casi la mitad del trayecto, se detuvo unos segundos, los suficientes como para tomar aire y acomodar mejor el bolso/mochila en su espalda. Los pasajeros siguieron pasando a su lado, sin fijarse en ella, a excepción de una chica de color, muy alta, con una hermosa y larga melena oscura de bucles acaramelados, que le sonrió tras tropezarse con el talón de una de sus botas. Luna le devolvió la sonrisa y continuó andando a trompicones. Sentía las piernas tan faltas de fuerza, que estuvo a punto de caer de bruces contra el suelo al entrar en el aparato.

<<Ya no hay marcha atrás>>, se dijo, mientras intentaba localizar su asiento. Frunció el ceño al localizarlo; la chica alta de la pasarela estaba a punto de sentarse en él... Luna no recordaba haberla visto en la sala de espera, y eso que difícilmente pasaría desapercibida, no solo por su alta estatura, sino también por su exótica belleza; piel y facciones perfectas, que enmarcaban unos enormes ojos negros, una nariz chata respingona y una boca de labios gruesos, bien definidos.

—Disculpe ¿me permite? — le preguntó, armándose de valor, pero con apenas una vocecilla.

—Oh, por supuesto. Perdona, es la costumbre: siempre suelo viajar al lado de la ventanilla. En esta ocasión, han debido confundirse — se disculpó la chica, con su sonrisa de estrella de cine.

Luna recorrió con la mirada los dos asientos y se encogió de hombros.

—A mí no me importa cambiárselo—se ofreció. Al fin y al cabo, jamás había volado, consideró que sentiría el mismo miedo a un lado que al otro.

—¿De verdad? Me harías un gran favor—le aseguró la joven.

Ella asintió. Tenía que pasar muchas horas junto a aquella desconocida y le aliviaba que fuera tan agradable.

En cuanto se acomodaron, dos de las azafatas explicaron el modo de uso de las máscaras de oxígeno y de los salvavidas, enumeraron las salidas y les desearon un feliz vuelo a los pasajeros. Cuando terminaron ya sentía náuseas de nuevo. No sabía muy bien si era a causa de los nervios, por la falta de medicación, o porque se había mareado, el caso era que estaba comenzando a plantearse tomar una de sus pastillas para emergencias.

—¿Nerviosa? —le preguntó su simpática vecina, en cuanto la última azafata desapareció del pasillo.

Ella asintió con una mueca de resignación.

—No sé por qué, pero tenía ese presentimiento —le aseguró la chica, con una sonrisa pícara, al tiempo que le tendía la mano—. Beth Dos Santos—se presentó —. Puedes tutearme, no soy tan mayor.

—Luna —acertó a decir ella, mientras sentía como el rubor delataba su timidez.

—Vaya, tienes un nombre precioso —la felicitó Beth, fingiendo no darse cuenta de su embarazo —. ¿Sabes? Soy un poco claustrofóbica y la primera vez que subí a uno de estos obligué a mi madre a acompañarme, sin tener en cuenta que sufre de acrofobia. Fue un viaje inolvidable, en una gran variedad de sentidos.

Luna, que no sabía lo que era la acrofobia, asintió y sonrió. Después se preguntó si la mujer habría sido capaz de adivinar que ese era su primer vuelo, o si, por el contrario, su comentario había sido inocente y fruto del azar.

—La verdad es que no sé qué me preocupa más, estar a tantos pies de altitud, o el hecho de dirigirme hacia un lugar del que no sé nada—reconoció sin pensar, con la única intención de no parecer maleducada. El rubor volvió a su rostro, cuando cayó en la cuenta de que siempre que estaba nerviosa comenzaba a hablar sin parar. No podía dejar que ocurriera.

—¿A qué lugar? —inquirió la morena, aunque conocía de sobra la respuesta.

—Srinagar—murmuró ella, intentando que no se notara mucho su mala pronunciación.

—¿Srinagar?

Luna asintió con lentitud, en los labios de aquella diosa el nombre sonaba muy diferente.

—¡Qué casualidad! ¡Yo también viajo a esa ciudad! —la informó Beth, fingiéndose sorprendida.

Viendo que no se pronunciaba, su compañera de viaje siguió hablándole como si fueran viejas amigas, algo que a ella le resultó agradable, aunque también violento. Sólo quería concentrarse en el despegue del artefacto, no tenía tiempo para nada más; la parte delantera del avión comenzaba a elevarse y un agradable cosquilleo sacudió su estómago mientras el sonido de los motores acallaba la voz de la morena, que seguía haciendo propaganda de su destino...

—Te aseguro que no debes preocuparte más de lo razonable, la zona está muy tranquila en los últimos tiempos—le advirtió en tono relajado, en cuanto el aparato volvió a estar en posición horizontal —. A pesar del conflicto bélico, Srinagar sigue conservando ese encanto místico por el que es tan popular.

Luna dejó escapar un suspiro. Sin duda su vieja <<yo>>, esa chica dependiente y cobarde, pugnaba por derrotar a la nueva (la Luna, valiente y decidida, que tenía ganas de vomitar).

—Yo paso meses alternos en esa ciudad, trabajo en una escuela infantil, y nunca he tenido ningún problema—siguió parloteando Beth—. Y tú ¿nos visitas por placer?

El avión se balanceó un poco hacia un lado, y Luna alzó una ceja de forma inconsciente. Algunos asientos más atrás, el bebé soltó una risita que la hizo sonreír; al menos ya no lloraba. Se giró para buscarlo, pues sentía curiosidad por saber qué le había hecho tan feliz, pero los respaldos de los asientos eran tan altos que no consiguió localizarlo.

No tenía ganas de hablar y no sabía si haría bien contándole la verdad a aquella extraña, a la que no tenía por qué darle explicaciones. Por otro lado, si como le había dicho, llevaba años visitando aquel lugar, existía la posibilidad de que la chica hubiese visto a su padre en alguna ocasión. Dispuesta a dejar sus temores y timidez a un lado, le contó a lo sucedido con su padre adoptivo, incluso se atrevió a mostrarle la vieja fotografía de ambos que llevaba en la cartera.

Ante la atenta mirada de Luna, la novia del mejor amigo de Alexander Blake escudriñó la polaroid unos segundos, acercándosela a la cara hasta casi rozarla con la punta de la nariz.

—Lo siento. No le he visto. Si lo hubiera hecho lo recordaría; su rostro transmite mucha serenidad —la felicitó—. ¿A qué se dedica?

Luna aspiró hondo, su padre hacía mil cosas y no sabía muy bien cómo definirlo.

Sé que sonará a trabalenguas—advirtió con una risilla—, pero mi padre es paleobotánico, polifacético y un filántropo. Creo que jamás ha dejado de estudiar, aunque en los últimos años se ha volcado casi por completo en su afición por la botánica—resumió a trompicones—. Antes de jubilarse, colaboraba en la búsqueda y rehabilitación de yacimientos arqueológicos de interés, para la ONG de The Second Chance (especializada en crear empleo en zonas empobrecidas, ayudándolas a conservar y explotar su patrimonio de interés turístico).

El rostro de Beth se contrajo en una mueca extraña por un instante. Había albergado la secreta esperanza de que Alexander por fin hubiera conocido el amor, pero no, como sospechaba, Luna era mucho más que la hija de un viejo amigo de su padre.

¡Qué casualidad! The Second Chance fundó la escuela a la que asisto como voluntaria; aquí la llamábamos TSC, hasta que el conglomerado se deshizo de ella. Supongo que tu padre formaría parte del proyecto, si, como dices, ya se ha jubilado—tanteó.

Pero Luna no sabía qué contestar. ¿Cómo reconocer ante Beth que su padre estaba tan traumatizado con la pérdida de sus compañeros de trabajo que se negaba por completo a hablar de él?

—Sí, eso creo—salió al paso.

Beth percibió aquel brillo de duda en sus ojos y decidió no dejarla ir hasta averiguarlo todo sobre ella; estaba claro que Alexander debía haberla arrastrado hasta allí con mentiras, dado que Munt estaba ilocalizable. Pero, ¿qué pretendía hacer su amigo con aquella pobre chica? A todas luces se notaba que no había visto mucho mundo. Ni siquiera sabía qué había hecho su padre durante sus viajes. ¿Acaso pretendería usarla de señuelo para atraer al escurridizo paleobotánico? Tenía que descubrirlo.

—Mi padre era diplomático, antes de jubilarse—mintió, con cara de no haber roto un plato en toda su vida—, y fue muy duro para mí tener que mudarme cada poco tiempo; no tengo hermanos y siempre he sido bastante tímida a la hora de hacer nuevos amigos. ¿Qué me dices de ti? ¿Te gustaba eso de ir de un lado para otro, con tus cosas a cuestas, como un caracol?

Confundida, Luna contempló por un momento la posibilidad de decirle a Beth que era adoptada, para descartarla casi de inmediato. Una cosa era abrirse un poco a los demás, otra, ir pregonando sus intimidades a los cuatro vientos.

—Solía quedarme en casa —contestó.

—Le echarías muchísimo de menos entonces—insistió la morena.

—No puedo quejarme, porque a pesar de todos sus compromisos, Martín siempre estaba pendiente de mí —zanjó ella.

<<Pendiente de mí>> repitió Beth en su mente, no de <<nosotras>>. << ¿Qué sucede con la Sra. Munt?>>. Cada vez más intrigada, se felicitó de que aquel fuera un vuelo directo; demasiadas horas para que aquella chica no sucumbiera a sus encantos, por muy tímida que fuera.

—Tu madre debe ser una santa—aseguró con una sonrisita cándida—; la mía, que siempre ha sido bastante celosa, no hubiera permitido que papá viajara solo a ninguna parte. ¿Te espera ella también en Srinagar?

El corazón de Luna se detuvo. Mentir se le daba mal. Conversar con extraños se le daba mal. Volar se le daba mal (y le producía náuseas). ¿Por qué el bebé había vuelto a llorar? ¡A todas luces se notaba que estaba asustado y nervioso! ¿No había nadie capaz de reconfortarlo?

—Mi madre murió—improvisó, cruzando los dedos y desviando la mirada hacia el pasillo, para intentar encontrar al pequeño.

El lenguaje corporal no guardaba muchos secretos para Beth, pero hasta un niño de un año se hubiera dado cuenta de que Luna estaba mintiendo, y de que eso no era algo que soliera hacer con frecuencia.

—Oh, vaya, lo siento—se disculpó, con fingida aflicción, dispuesta a no rendirse bajo ningún concepto—. ¿Sabes? Por cómo me lo has descrito, creo que tu padre se parece mucho a mi novio, aunque no creo que sea tan excéntrico como él: Hrithik siempre tiene algo que hacer, y cuando no, se obsesiona con ser útil, ayudando a otros, pero no dedica ni un solo minuto a su persona.

Luna dejó escapar una espontánea risilla. El corazón se le reblandecía cuando pensaba en Martín y en todas sus rarezas.

—Mi padre sí que es peculiar; está totalmente alejado de cualquier cosa mínimamente trivial —confesó animada —. Puede pasar semanas sin mirarse al espejo e intercambiando solo media docena de camisas, la mayoría blancas. Nunca ve la televisión, ni sale a pasear en el asfalto. Pasa el tiempo encerrado en el invernadero mimando a sus plantas, leyendo o escribiendo reflexiones en su diario. Aunque no puedo criticarle por eso último, porque yo también tengo esa afición desde que era pequeña.

<<Un diario>>—pensó Beth, intentando disimular su asombro—. <<Acaso puede ser ella la "chica de los diarios", de Alex>>. Se ajustaba a la descripción: rubia, pelo ondulado, ojos azules y tristes, tímida, atormentada y ¿con el corazón lleno de cicatrices? <<Sin duda, una metáfora>>. Él le había dicho que la chica del avión tenía cicatrices en la cara, y Luna las tenía, finas y maquilladas, pero ahí estaban. No era monstruosa, ni muchísimo menos, pero encajaba a la perfección con la descripción que Alex había colgado en su blog personal, a modo de poema, y que Tiziano (profesor de música y aspirante a estrella del rock), había convertido en canción con unos pocos arreglos.

—¿Un diario? ¿Te refieres a algo así como a un cuaderno de bitácora? —preguntó en tono inocente.

—Sí, supongo que sí—contestó Luna, sin darle mayor importancia.

—Pensé que yo era de las pocas románticas que escribe uno en los tiempos que corren—mintió Beth, con total desparpajo, dispuesta a ganarse por completo su confianza —. El papel ni te juzga, ni te traiciona. Con las personas es distinto; una ya no sabe en quién confiar, y a mí me han decepcionado demasiadas veces. Tal vez por eso me gusta pasar tiempo sola, y tener largas conversaciones mentales conmigo misma. Creo que esa labor introspectiva me ayuda a comprender mejor a los demás.

Las dos tenían muchas cosas en común... Luna calibró por un instante abrirse un poco más a la que podría ser su primera amiga fuera de Bruma. Era buena analizando a las personas, o eso creía, y no vio nada en su compañera de asiento que le inspirara desconfianza. De hecho, desde sus gestos a su tono de voz, todo en ella le resultaba agradable.

—Yo solía escribirlo todo en cuadernillos cuando era más joven. Al principio, soñaba con tener uno de esos diarios tan bonitos, con candado y tapa dura, pero acabé acostumbrándome a esas hojillas de rayas, que se rasgaban con solo mirarlas—se sinceró a medias, y a partir de aquel momento su gran bocaza no pudo parar de hablar—. Siempre he sido bastante introvertida y escribir tenía un efecto terapéutico en mí. Asistí a un colegio de monjas, solo para chicas, y no tengo demasiados amigos. Mi vida social es inexistente. De hecho, este es mi primer viaje fuera de Bruma, el pueblo en el que crecí.

Beth sintió la confesión de Luna como un jarro de agua fría sobre su cabeza; hubiera preferido que la chica fuera una arpía, pero parecía tan ingenua como transparente. Aún tenía mucho tiempo por delante para analizarla, aunque presentía que nada de lo que le quedaba por descubrir sobre ella podría justificar que Alex la utilizara para vengarse de su padre. Esa falta de escrúpulos no encajaba con la personalidad del griego, que, a pesar de su atractivo, de su buena posición económica y de la mala reputación que le había dado la prensa, era un hombre humilde, sensato, respetuoso y responsable (la mayoría de las veces). Sabía que cuando al fin encontrara el amor, lejos de la frialdad de su madre y del falso interés de las arribistas, los buenos sentimientos de Alex someterían a los malos, y llegaría a sentirse en paz consigo mismo, pero, por desgracia para Luna, ese momento parecía no haber llegado. Empezaba a odiar el maldito poema, convertido en canción, que había alimentado sus esperanzas.

—Me alegra mucho que tengamos tanto en común—aseguró Beth, con cierta ironía—. Espero poder presentarte a mis amigos; ellos también colaboran en la escuela como voluntarios. Estoy segura de que les encantará conocerte.

Luna puso cara de circunstancias y ladeó la cabeza, confirmándole su reticencia a hacer vida social. Mientras su hermosa acompañante sacaba una pequeña almohada de debajo de su asiento y la ahuecaba con delicadeza, ella no podía dejar de mirar de reojo el azul etéreo e infinito del cielo. Estaba flotando en el aire, esa vez era ella la que iba a dejar atrás la monotonía. Nunca lo hubiera imaginado cuando observaba las marañas de estelas en el cielo en su terraza, cuando hacía cábalas sobre el rumbo de cada aparato y la identidad de su pasaje, cuando soñaba que escapaba de su patética rutina...

<<Flying...fightin>>, tarareó en su cabeza. Sin que pudiera evitarlo la canción que había oído en el taxi había vuelto a su memoria.

Al mismo tiempo que la rubia se dejaba obnubilar por sus pensamientos, Beth, con la única intención de no perderle el rastro una vez llegaran a su destino, rebuscó en su bolso y sacó una elegante tarjeta de invitación, la cual le ofreció, tras escribir su nombre y su teléfono detrás.

—Ten, celebraremos una pequeña fiesta con fines benéficos: el dinero recaudado se destinará a rehabilitar la vieja escuela del lago que ayudó a construir tu padre. Consideraos invitados los dos, aunque doy por hecho que él ya lo estará.

Luna asintió, no muy convencida, y guardó la tarjetita bolsillo de su mochila. Luego buscó su mp3 dentro otro, pero no lo encontró, así como tampoco encontró sus nuevas pastillas, ni el cargador de su teléfono móvil, ni el móvil... Se quedó paralizada, invadida por el pánico: estaba convencida de haberlo puesto todo ahí. ¿Acaso lo había imaginado? ¿Le habían robado? ¿O quizá le habían requisado todo en el aeropuerto y nadie había sentido la necesidad de decírselo?

—¿Va todo bien? —se preocupó Beth, al ver su rostro desencajado por la desolación.

—Pues la verdad es que no... —admitió ella, con una vocecilla—. Preparé un neceser aparte con el cargador del móvil, algunos medicamentos y mi mp3, y todo ha desaparecido...Incluido el teléfono. Juraría que fue lo primero que metí en el bolso.

Le había resultado tan fácil robarle a Luna, que Beth había olvidado por completo que aún conservaba sus cosas a buen recaudo, dentro de su propio bolso. Alexander le había pedido en un mensaje de texto que tomara muestras de sus pastillas, y que se hiciera con su teléfono, y ella, como siempre, había accedido, porque era la única forma que tenía de averiguar en qué asuntos andaba metido.

—Estará en otra maleta, no te preocupes. Es algo que suele pasar cuando viajas y te sientes intranquilo, te lo digo por experiencia —intentó calmarla, después sacó su Ipod del maletín de su ordenador portátil y se lo ofreció.

—Oh, no, gracias, no puedo aceptarlo—se apresuró a rechazarlo Luna

—Quédatelo, seguro que encuentras algo que te guste. Un amigo que entiende bastante de música me ha pasado algunas de sus canciones favoritas esta misma semana —la instó Beth, con una sonrisa prometedora—. Yo, si no te importa, voy a echar una cabezadita. En los últimos días me siento tan cansada que puedo dormir sin dificultad durante horas, de noche y de día—se quejó al tiempo que reclinaba la cabeza hacia atrás de nuevo y cerraba los ojos.

—Es admirable que puedas dormir con ese bebé llorando a pleno pulmón—la felicitó ella.

—¿Qué bebé? —inquirió Beth frunciendo el ceño y haciendo con que se sintiera como un ogro intolerante sin el mínimo instinto maternal y sin paciencia—. Presta especial atención a la pista número 2. Se llama <<Dark dawn>> y habla de una chica que escribe diarios—le recomendó con un tonillo sospechoso, antes de quedarse profundamente dormida.

Para sorpresa de Luna, su nueva amiga tenía razón. Era difícil que sus gustos musicales coincidieran con los de otras personas, pero aquella canción, por la emotividad y profundidad de su letra, consiguió remover algo en su interior. En ella un hombre se enamoraba de una chica tras leer su diario, según él <<lleno de amaneceres oscuros>>. Se había enamorado de su alma, porque, a excepción del color de sus ojos y de su pelo, lo desconocía todo sobre su aspecto físico. Pero su <<rostro borroso>> no era un impedimento para que sus sentimientos hacia ella aflorasen. A ella le gustaba pensar que había gente así en el mundo, aunque sabía que no era cierto. Si se tratase de una historia verdadera, estaba segura de que el interés del tipo se esfumaría sin dejar huella, si al conocer a la chica su aspecto le desagradaba. Y lo mismo ocurriría en el caso contrario... El que había escrito aquello era muy romántico, pero también un mentiroso.


*De claustrofobia: temor a los espacios reducidos, y/o cerrados.

*Acrofobia: miedo a las alturas.

Continue Reading

You'll Also Like

69.8M 6.9M 49
[COMPLETADA] Una noche fue suficiente para cambiarlo todo, para destruirlo todo. Él acabó con mi familia, con todo lo que amo y por alguna razón me d...
4.7M 532K 57
↬Cuando te vi, una parte de mi dijo: "Es hermosa" y la otra se imaginó cómo te verías amarrada a una silla con los ojos y la boca vendados, luchando...
1.5M 175K 6
Libro que sigue a Mi desesperada decisión. Portada: BetiBup33 design studio.
33.3K 2.3K 40
después de lo ocurrido en la mina MC , queda en shock respecto a lo que se entera por otro lado los chicos exigen muchas cosas a MC , pero una person...