RASSEN I

YolandaNavarro7 द्वारा

968K 27.4K 2.5K

Luna no recuerda nada de su pasado, aún así, terribles pesadillas nocturnas la ayudan cada noche a hacerse un... अधिक

RASSEN ARGUMENTO TRAMA PRINCIPAL TRILOGÍA
RASSEN ARGUMENTO <<LUNA>> Vol.1
Árbol genealógico (Relaciones entre los personajes)
INTRODUCCIÓN
CAP.1
CAP.2
CAP.3
CAP.4
CAP.5
CAP.6
CAP.7
CAP.8
CAP.9
CAP.10
CAP.11
CAP.12
CAP.13
CAP.14
CAP.15
CAP.16
CAP.17
CAP.18
CAP.19
CAP.20
CAP.21
CAP.22
CAP.23
CAP.25
CAP.26
CAP.27
CAP.28
CAP.29
CAP.30
CAP.31
CAP.32
CAP.33
CAP.34
CAP.35
CAP.36
CAP.37
CAP.38
CAP.39
CAP.40
CAP.41
CAP.42
CAP.43
CAP.44
CAP.45
CAP.46
CAP.47
CAP.48
CAP.49
CAP.50
CAP.51
CAP.52
CAP.53
CAP.54
CAP.55
CAP.56
CAP. 57
CAP.58
CAP.59
EPÍLOGO
LA NOVELA ESTÁ SIENDO REEDITADA Y CORREGIDA
IMPORTANTE: LA HISTORIA DETRÁS DE LA HISTORIA. POR FAVOR, ÉCHALE UN VISTAZO.

CAP.24

10.5K 407 64
YolandaNavarro7 द्वारा

 Ataviado con un favorecedor traje negro de sport y con el pelo recogido en un pequeño moño sobre la nuca, Alexander pasaba desapercibido entre la multitud de altos ejecutivos, inversores y abogados, que frecuentaban aquella popular zona de restauración por las tardes. Apoyado en la fachada de <<El Escondite>>, una de las teterías de la franquicia de su amigo Mohamed, examinaba su teléfono móvil y permanecía ajeno a la lluvia, que ya había empezado a ser lo bastante intensa como para que los otros viandantes se guarecieran en porches y zaguanes. Intentaba contactar con su hermano mayor desde la noche anterior, pero ni él ni Shaya, su guardaespaldas y jefe de seguridad en el extranjero, atendían sus llamadas. Si bien Leander le había asegurado que necesitaba llorar su pérdida a solas, no estaba dispuesto a hacerse a un lado sin más, así que no resistió la tentación de enviarle un mensaje de texto. El muy cabezota podía negarse a verle y a escucharle, pero sería casi imposible que no leyera aquel par de líneas: <<Tengo en mi poder una lata de tu sopa favorita de arroz, huevo y limón, un disco de Mikis Theodorakis y una botella del mejor Ouzo de nuestras bodegas>> —escribió, dando por hecho que no iba a contestarle. Ni él ni sus dos hermanos eran muy comunicativos, pero sabían cómo expresar sus sentimientos de formas alternativas, y una lata de sopa <<milagrosa>> era la mejor terapia para un Blake deprimido.

Fuera del local, ya podía intuirse su ambiente exótico y el gusto por lo ostentoso de su dueño. Desde la música de bendires, arghules y laúdes, que escapaba por el portón damasquinado entreabierto, hasta el penetrante aroma de múltiples especias o el color cálido de las alfombras, todo estaba dispuesto para seducir al visitante. Aquella atmósfera, tibia y sosegada, le provocó un agradable estremecimiento de placer a Alex. Mientras se debatía mentalmente entre tomar té griego de montaña o un masala chai, su teléfono vibró en un bolsillo de su pantalón. Cruzó los dedos: ¡Milagro! Leander le había contestado casi en el acto:

<<Lamento mucho el mal trago que te hice pasar, hermanito. Sé que debí avistarte de lo sucedido el mismo día, al fin y al cabo, Iris no solo era tu prima, también era tu amiga. Me he dado cuenta de que estaba muy confundido: mis sentimientos por ella no eran tan fuertes cómo pensaba, solo sentía amor fraternal. Vi a Electra, y, sin pensar, le pedí que me perdonara, que retomáramos la relación, y ha accedido. Cenaremos juntos esta noche, pues tenemos mucho de lo que hablar. Te prometo que nuestra terapia de hermanos solo se pospone.

Posdata: Ni se te ocurra abrir sin mí esa lata de sopa.>>

Impactado, incapaz de dar crédito a lo que acababa de leer, el joven se quedó mirando el teléfono cómo si fuera un objeto desconocido para él. Tenía que encontrar a su hermano antes de que siguiera cometiendo errores, y evitar que se reuniera con aquella arpía a toda costa. Pero antes necesitaba hablar con el que fuera su inseparable compañero de fatigas en la * School y en *Sandhurst. Si algo se le daba bien a Mohamed, aparte de frustrar las altas expectativas de su padre el jeque, era recabar información acerca de las personas, y a Alex le había prometido averiguarlo todo sobre cómo la preciosa y pequeña Olympia Menounos había acabado convirtiéndose en la enloquecida y desfigurada Luna Munt. Desde el otro lado de la barra de azulejo que presidía el local, el árabe le señaló el pesado cortinón negro tras el que se ocultaban los reservados; un festival de cojines, gasas, sedas, espejos y labrados, amueblado con mesitas octogonales y mullidos sofás sin brazos, sutilmente iluminado por farolillos colgantes. Alex tomó asiento en uno de los sofás, y enseguida llegó Mohamed, portando una pequeña bandeja, en la que había dispuesto unos pastelillos de frutos secos, dos vasitos de cristal pintado y un par de pequeñas teteras plateadas. Alex no necesitó preguntarle que contenían las últimas, pues su olor las delataba: humeante y oloroso té chai, y revitalizante té griego de montaña. Tomó uno de los dos vasitos, señaló el té de montaña y esperó a que su amigo se sentara frente a él, y le sirviera.

—Siento mucho lo de Iris; me alegro de poder decírtelo de nuevo, en persona. Ya sabes que odio hacer ese tipo de cosas por teléfono— afirmó este, con gesto afectado, al devolverle el vaso —. Sé que la querías como a una hermana y que hiciste todo cuánto estuvo en tu mano para protegerla. También sé que Alá la recompensará, le dará paz y le perdonará todas sus faltas.

Alex inclinó la cabeza, cerró los ojos, doloridos y húmedos, y dejó que los vapores de la bebida penetraran por su nariz y le endulzaran los labios

—Gracias amigo —masculló, intentando no sucumbir a la pena—. ¿Y bien? ¿Qué es lo que has averiguado? —preguntó con impaciencia, dejando un pequeño sobre blanco sobre la mesa. Su amigo lo apartó de su lado deslizándolo con la punta de los dedos, sin siquiera mirarlo.

—¡Guárdate tu dinero! Mi padre ya les paga generosamente a sus hombres—justificó su rechazo—. Todo esto ha sido coser y cantar para quienes están acostumbrados a lidiar con terroristas

—Te debo una, entonces —resopló Alexander. Poco amigo de pedir favores y aún menos amigo de no pagar por ellos —. ¿Qué han averiguado?

Mohamed se inclinó sobre la mesa y adoptó un tono confidencial, antes de entregarle una pequeña memoria USB, personalizada con el logo de su negocio. Alex sonrió, miró a un lado y a otro, para asegurarse de que nadie les observaba, y la guardó en el bolsillo interior de su chaqueta.

—Estoy muy cerca de averiguar la identidad del piloto que llevó a España a Olympia, por orden de Martín Munt. Aunque ya he confirmado que el vuelo tuvo lugar la misma noche del ataque—le aseguró el árabe—. En cuanto a ti; necesitó la ayuda de las autoridades, de voluntarios y de los servicios de emergencias de la zona, para encontrarte y ellos te ingresaron directamente en el hospital de Satimón. Mientras estuviste allí, él se quedó en la ciudad, gestionando la repatriación de los cadáveres de sus colegas. Según tengo entendido, no se marchó hasta que tu abuela Sofía apareció, dispuesta a sacarte de allí para llevarte de vuelta a Loutraki.

—La abuela, ¿cómo no? Supongo que mi madre tendría que hacer cosas más importantes—apostó el griego, irónico—. ¿Alguna prueba de que las monjas estuvieran al tanto del secuestro de Olympia? Sé que Munt tiene una relación muy estrecha con ellas. Pudo engañarlas con cualquier mentira...

Mohamed negó rotundo con la cabeza.

—Necesitó algunos meses para ganarse la confianza de las religiosas. Su relación de amistad fue posterior al ingreso de la niña.

—Se retiró a un pueblo de montaña, se convirtió en un aburrido padre de familia y TSC perdió su interés en él, ¿sin más? —dudó Alex.

—Fue un proceso de años, en el que le vigilaron de cerca—aseguró su amigo—. La organización comenzó a olvidarle cuando cambió simposios y viajes por la redacción de artículos mensuales en revistas sobre botánica. Fue en ese momento cuando rehabilitó la vieja casa de sus padres en Bruma, y adoptó a Olympia bajo el nombre de Luna.

El griego no daba crédito a lo que escuchaba.

—¿Revisasteis sus cuentas y sus propiedades? —se vio obligado a preguntar—. No puedo creer que ese malnacido traicionase a mi padre y a su equipo, y privase a los Menounos de Oly, para hacer vida de abad.

Mohamed dio un pequeño sorbo a su vasito y se encogió de hombros.

—Munt está envuelto en un drama legal con la constructora que dirigen los Belmonte (la familia de ese tipo del que me hablaste en tu última llamada); ellos le acusan de haberles boicoteado un contrato multimillonario, falseando un informe sobre impacto ambiental, y eso le ha generado bastantes problemas y gastos—informó a su amigo—. Sus ahorros no son gran cosa, y la mayor parte de ellos están destinados a un plan de estudios a nombre de Luna (que ella jamás ha tocado). En cuanto a propiedades, cuenta con la casa de Bruma y con una cabaña en el lago , que compró tras la venta de unas tierras que había heredado.

Viendo que, a pesar de la gran cantidad de información que su amigo le había proporcionado, no era capaz de discernir las motivaciones de Munt para aliarse con Delaras y traicionar a los Blake, Alex le preguntó si había logrado averiguar algo más sobre el primogénito de los Belmonte; su amistad con Electra, sus altercados con la policía y sus trapicheos con drogas. Iris insistía en relacionarse con la novia de aquel delincuente, y aunque Leander y su abuela Sofía le habían asegurado que ella había muerto por una sobredosis de ansiolíticos, él, que había sido testigo y partícipe de su lucha contra la depresión, sospechaba que aquello no era del todo cierto; solo dos semanas antes de su muerte, su prima había terminado la primera fase de su tratamiento contra la anorexia y, para celebrarlo, habían donado a la beneficencia su ropa anodina y holgada, sus tarros de comida para bebés y sus barritas saciantes. Después de renovar su armario y su despensa, ella se había sentido lo bastante motivada y feliz como para retomar su blog de fotografía. Incluso se había atrevido a alquilar su primer apartamento, para el que había empezado a buscar antigüedades, menaje con la cara de Ville Valo y un póster de Poe (en el que pareciese animado).

¿Por qué Iris iba a recaer en sus inseguridades y miedos cuando estaba tan ilusionada? ¿Qué sentido tenía que sucediera justo en el momento en el que Leander había dejado a Electra para poder estar con ella? Los periódicos hacían hincapié en su vinculación con Belmonte, e insinuaban que él era una muy mala influencia para cualquier mujer joven que pretendiera llegar a cumplir los treinta años. Por otro lado, Oly había hecho lo imposible por alejarse de aquel tipo, mientras vivía en su casa... ¿Habría sido capaz ese bastardo de hacerles daño? Alexander no sabía qué pensar. Solo tenía claro que iba a llegar hasta el fondo del asunto, costase lo que costase.

Mohamed carraspeó para llamar su atención; había estado hablándole, pero él parecía no haber oído ni una sola de sus palabras.

—Lo siento, amigo, me había abstraído—se disculpó—. Trataba de analizar lo que Iris y yo hicimos en las últimas semanas, y nuestras conversaciones, pero no he encontrado nada que me haga sospechar que se sintiera mal, aparte de tener que acompañarme al gimnasio, más bien todo lo contrario... ¿Qué decías de los Belmonte?

El árabe bajó la cabeza y comenzó a juguetear entre los dedos con el fino paño de hilo que protegía la bandeja del calor de las teteras. Alex supo enseguida que algo andaba mal.

—Esa familia se instaló en Bruma huyendo de la capital, dónde su hijo Esteban había estado a punto de ser condenado a cuatro años de cárcel, por usar drogas para abusar sexualmente de una compañera de clase. Según parece, fueron varias las chicas que le denunciaron en esa época, pero solo una logró encontrar pruebas suficientes como para iniciar un proceso legal—aseguró su amigo, con cara de circunstancias —. Sé lo que estás pensando, Alex, pero no tiene por qué haber sucedido lo mismo con Iris u Olympia...

Sin saber qué hacer con las manos, Alexander se las llevó a las sienes. Sentía náuseas, impotencia y rabia. Creía que, en gran medida, era responsabilidad suya lo que les hubiera pasado a Oly y a su prima. Negó repetidas veces con la cabeza; no podía asegurar que Iris hubiera sido atacada por ese malnacido, pero ¿y Olympia? Mientras se juraba encargarse de Esteban Belmonte personalmente, algunos de los pasajes más lúgubres y crípticos que ella había escrito en sus diarios tomaron sentido por fin para él. Algo había cambiado en su interior desde que se había topado con aquellos cuadernos; ella se había convertido en una pequeña obsesión, robándole el pensamiento de forma constante, y sentía una necesidad abrumadora de hacer justicia con todos los que se habían atrevido a hacerla sentir miserable. Incluso soñaba con abrazarla, siendo ella aún pequeña, como si pudiera regresar atrás en el tiempo para evitarle todo el sufrimiento que había padecido.

—¿Estás bien? —preguntó Mohamed, sirviéndole un poco más de té—. No quería preocuparte más de lo necesario, pero tampoco mentirte.

Alex hizo una mueca, que pretendía ser una sonrisa, bebió un sorbito y negó con la cabeza.

—No es culpa tuya: según parece, llegué tarde a todas partes...

Conmovido, el árabe se quiso enumerarle muchas de las cosas que había hecho para proteger a su prima, pero Alex a penas si le dejó abrir la boca.

—Cumplí con mi obligación; era mi familia y mi amiga—se adelantó a recordarle el griego—. Sentir empatía está bien, pero ¿de qué sirve si dejamos a los demás abandonados a su suerte? A igual que Oly, o Luna (ya no sé cómo llamarla), Iris se sentía sola en un mundo que no entendía y que no la entendía. Y yo sé bien lo que es eso; ambos lo sabemos y sabemos también lo difícil que es seguir adelante, sin el cariño y el apoyo de nadie. ¿No es cierto?

Mohamed asintió, pero se negó a dejar que Alex le contagiara su pesadumbre.

—Puedes tratar de guiarles, puedes amarlos y desvivirte por protegerlos, pero no puedes sustituir a tus seres queridos en sus luchas individuales, porque su éxito siempre dependerá de sus luchas internas. Tu entrega nunca será suficiente para contrarrestar sus carencias emocionales y no hay modo humano de que puedas servirles de escudo de forma perpetua. Aunque te olvidaras por completo de ti mismo, para dedicarte solo a ellos, no podrías asegurarte su felicidad—intentó hacerle ver—; Iris se quedó sola por culpa de Delaras y de tu madre, Olympia, por culpa de Delaras y de Munt. Hicieras lo que hicieras, solo ellas podían encontrar en su interior el equilibrio y las herramientas necesarias para lidiar con eso. Demasiado has hecho tú por intentar enmendar los errores de todos.

—Hablando de errores—dijo el griego, en un suspiro, deseoso de cambiar de tema—: Lend pretende retomar su relación tóxica con Electra, y, después de lo que me has contado sobre Belmonte y ella, empiezo a sospechar que lo que le empuja a buscarla no tiene nada que ver con el amor.

—Bueno, él estuvo en esa sala de fiestas esa noche. Si sospecha que esos dos la obligaron a tomar algo a Iris seguro que tiene sus razones—opinó Mohamed—. Tu hermano Leander no es alguien a quien debamos subestimar; sabe muy bien lo que se hace. Yo que tú no intervendría, a menos que me lo pidiera.

Ante la sugerencia de su amigo, Alex no pudo evitar que se le escapara una sonrisa traviesa.

—Detestas a Electra, y quieres que mi hermano la ponga en su lugar, pero temes que yo trate de impedírselo—apostó—. Tranquilo, que eso no sucederá: si hay alguien ajeno a su influencia ese soy yo. El poco cariño que sentía por ella se esfumó cuando vi la podredumbre que se esconde tras su disfraz de buena samaritana —aseguró, poniéndose en pie, dispuesto a marcharse.

Mohamed negó con la cabeza y le sujetó por la muñeca, algo que incomodó a Alexander, pues, si algo había aborrecido durante su estancia en el sanatorio, era que le mantuvieran inmovilizado sin su consentimiento.

¿Por qué tanta prisa? Aún no hemos terminado de hablar —le recriminó el árabe—. Ni siquiera me has contado que planes tienes para la chica. ¿Piensas decirle la verdad?

—Lo siento amigo —se disculpó él—, esta misma noche vuelvo a Cachemira; antes de que llegue Olympia, debo organizar la fiesta benéfica para la recaudación de fondos, que todos los años celebra la escuela para niños sin recursos que fundó mi padre. En cuanto a ella, lo primero será empezar a acostumbrarme a llamarla Luna, lo segundo, lograr que se abra a mí cuando lleguemos a Srinagar y descubra que sus pesadillas son en realidad vivencias de su infancia. No es cuestión de soltarle la verdad a bocajarro, y arriesgarme con ello a que pierda del todo la cabeza.

—No puedo ayudarte con el tema mental—aseguró Mohamed, señalándose con un dedo la sien—, pero tengo un buen amigo cirujano plástico, en Corea del Sur, que se ha especializado en eliminar cicatrices. Me debe algunos favores, y puedo conseguir que le dé a Olympia un buen lugar en su larga lista de espera— se ofreció—. Sé que piensas que soy muy superficial, al mencionarte esto, pero, en casos como el de tu amiga, este tipo de tratamientos pueden servir de gran ayuda tanto a nivel físico como emocional.


—Es muy amable por tu parte: si confirmo que es algo que desea, intentaré proponérselo sin ofenderla—prometió.

Mohamed se puso en pie, y se dispuso a acompañar a su amigo a la salida. Cuando este le había confesado que se pasaba los días leyendo los diarios de aquella pobre chica se había espantado; sabía que su amigo jamás utilizaría aquella información para hacerle daño, pero tal invasión a su intimidad era un golpe muy bajo y no podía fingir que le parecía bien. Sin embargo, él, que creía en el destino, empezaba a sospechar que éste trataba a marchas forzadas de volver a conectar las vidas de el griego y de Olympia, como si ambos estuvieran predestinados a formar parte de la vida del otro. Después de meditar unos segundos al respecto, sacó de uno de sus bolsillos una servilleta de papel doblada y se la entregó a su amigo; a veces el destino necesitaba ciertas ayuditas...

—¿Qué es esto? —preguntó Alexander, desconcertado, sujetando el papelito como si estuviera impregnado de algo desagradable.

—Es la dirección de correo electrónico de un forense de Srinagar—le informó el árabe en un susurro—; se llama Vinay Shuary, y durante el último terremoto estuvo colaborando con las autoridades locales, ayudando a identificar los cuerpos de los fallecidos. Según él, fue invitado a marcharse de su trabajo por hacer demasiadas preguntas. Ahora malvive escondiéndose.

—¿Preguntas respecto a qué? —farfulló Alex, metiéndose la servilleta en el bolsillo interior de la chaqueta, sin detenerse a desplegarla.

Mientras caminaban hacia la puerta, Mohamed se detuvo y desvió la mirada hacia la ella, cómo si temiera que algún nuevo cliente entrara, y le obligara a atenderle, dándole así una excusa a Alex para dejarle.

—El tipo jura que algunos de los cadáveres que examinó tenían rasgos que no se corresponderían con ninguna raza humana conocida—le advirtió a este, en un tono casi inaudible—. Hizo un estudio al respecto, al que llamó <<La teoría del mono acuático y los naga>>.

El corazón de Alexander dio un vuelco. Se paró en seco. ¿Por qué todo el mundo estaba obsesionado con los naga? Muchos de sus seres queridos habían muerto por proteger su anonimato. Si había sido una estrategia suya, para desvirtuar las leyendas que habían llevado a los nazis a explorar la zona, había errado al completo, pues solo había alimentado el interés de la gente por historias condenadas a perderse en la memoria de los tiempos.

—¿Los naga? Ya sabes que todas esas memeces de los libros de mi abuela sobre ellos son fantasías, y que son solo uno más de los grupos adivasi de la zona, que desean permanecer aislados—alegó, con cara de fastidio —. Además, ya descartamos que ellos atacaran el campamento; no tendría ningún sentido. Los asesinos debieron disfrazarse para confundirnos. Estoy convencido de que fueron mercenarios contratados por Delaras y sus secuaces...

—Lo sé, lo sé... Recuerdo bien lo que hablamos, pero no los he mencionado por eso—se apresuró a explicarse su amigo—; después de lo que nos ocurrió en la playa, no podía quitarme de la cabeza esa frase recurrente en las novelas de tu abuela: <<Si nadas en aguas naga, te convertirás en uno de ellos>>.

Alexander entornó los ojos y soltó un resoplido, antes de dejar que los recuerdos del suceso le hicieran revivir el fuego y el dolor en su interior. No podía olvidar aquel día de hacía dos veranos; él había invitado a Mohamed y a su pareja a pasar unos días en la casa de invitados de Shambhala. Una tarde, en la que los tres se hallaban en Cefalonia, visitando la cueva de Melissani, estaban dando un paseo por la playa, cuando, en un momento dado y a pesar de la amenaza de tormenta, habían decidido darse un baño en el mar. Cinco minutos después de que se metiera en el agua, un rayo había surcado el cielo e impactado de lleno en su pecho. Tanto Mohamed como su compañero resultaron ilesos, él, lejos de lo que pudiera esperarse, solo había perdido un poco más de oído y se había hecho con alguna curiosa cicatriz en forma de fractales en la espalda.

—Lo del rayo fue una cuestión de suerte—resolvió, intentando convencerse a sí mismo.

—Impactó sobre ti y no te pasó nada—le recordó su amigo, con una mueca irónica —. Y eso no fue lo único que me hizo sospechar: siempre tienes sed, tu temperatura corporal es una montaña rusa y a veces ni siquiera puedes respirar con normalidad; te encontraron empapado y sin sentido, junto al lecho del río Jhelum, la noche de los asesinatos. ¿Nunca has contemplado la posibilidad de que los primeros en encontrarte fueran los naga y que te contagiaran de algo mientras intentaban llevarte a su escondite para protegerte?

¿Contagiarme? ¿Cómo al <<hombre araña>>? ¡No seas ridículo Moha! No es un secreto que mis secuelas son fruto de la profunda herida que tuve en el pecho—alegó Alex, entre risillas—. ¿Qué te ha hecho llegar a semejante conclusión? Por favor, no me digas que al final llegaste a comprarle a tu primo Bilal ese té sospechoso que te quería vender.

El árabe no participó en la broma. Con semblante adusto, le miró a los ojos y murmuró algo entre dientes. Fue entonces cuando el griego pudo percibir cierto temor e impotencia en él.

—¿Me lo vas a contar o no? —le apremió, apretando la mandíbula de forma inconsciente—. Sé que quieres decirme algo más, respecto a lo que has descubierto, pero que no te atreves, y no dispongo de tiempo para seguir esperando a que te decidas.

Mohamed puso cara de circunstancias y bajó la cabeza, en señal de rendición, colgó el cartel de <<regreso en unos minutos>> en el portón, se sentó en uno de los taburetes de frente a la barra e invitó a Alex a hacer lo mismo. Este rehusó su invitación, y se quedó de pie, a medio camino entre su amigo y la puerta.

—Quería demostrar que Munt había mentido: que la noche del incendio él había estado en las montañas junto con los demás, y no en un hospital, aquejado de no sé qué virus, como alegó frente a las autoridades. Después de un profundo sondeo, localicé al doctor que te atendió. Él, que ya está jubilado, dio por hecho que hablaba contigo, y no le desmentí—confesó el árabe—. Me aseguró que esperaba tu llamada desde hacía años, y que se sentía muy aliviado por tener la oportunidad de aclararte lo sucedido, ya que intuía que tu abuela, por sobreprotectora, no llegaría a hacerlo nunca.

Un mal presentimiento retorció el estómago de Alex, y se clavó, como un reguero de alfileres, desde su muñeca hasta su hombro izquierdo.

—¿Cuál verdad? —gimió.

—Te dispararon por la espalda: la bala te atravesó y rozó tu corazón al hacerlo. Alguien la sacó, cauterizó la herida y la cubrió con un rudimentario emplasto antiséptico de hierbas de la zona—aseguró su amigo, con voz suave y pausada—. En ese estado te encontraron los servicios de emergencias, y así te llevaron hasta el doctor, que se limitó a refinar el trabajo que ya había hecho otro.

—Eso no puede ser cierto...—murmuró Alex, llevándose las manos a las sienes (los imaginarios alfileres empezaban a esparcirse por todo su cuerpo)—. Yo vi a ese tipo dejando caer al suelo el cuerpo sin vida de mi padre, y dirigirse hacia mí con su daga en la mano, antes de desmayarme. Tenía una mirada diabólica...

—Tal vez esa mirada no era para ti, amigo. Tal vez era para el desalmado que fue capaz de dispararle a un niño por la espalda.

Alexander hizo un último e inútil esfuerzo por recordar algo más de la horrible escena que tenía grabada en la memoria y que permanecía estática en ella. Aquella última versión de lo que pudo ocurrir tenía demasiado sentido como para tomársela a la ligera. No podía descartarla solo porque dejaría en muy mal lugar a su abuela (la única persona de su familia en la que creía que podía confiar, al margen de sus hermanos).

—Un disparo echaría por alto la versión oficial y convertiría a mi abuela en una traidora—resolvió—, pero les daría sentido a mis sospechas, y a lo que oí y vi aquella noche; siempre supe que mis heridas no tenían nada que ver con los herrajes del entoldado del campamento.

—Según el doctor, tu abuela y las autoridades le aseguraron que te disparó por accidente un miembro del equipo; alguien que moriría poco después de hacerlo.

—¿De veras? —inquirió el griego, con una mueca escéptica—¿Y qué le habría llevado a querer matarme?

—¿Confundirte con uno de los intrusos que habían provocado el fuego? Eso es lo que dijo tu abuela—afirmó Mohamed, encogiéndose de hombros.

—Un drama bien hilado: no me extraña que mi abuela haya tenido tanto éxito con sus novelas—pensó Alex, en voz alta, con un nudo en la garganta—. He sido un estúpido: creí que ella no creía mi versión de lo sucedido, pero no, solo es otra mentirosa, igual que mi madre—gritó, haciendo que su amigo se viese obligado a recordarle que podrían oírle desde la calle.

Pero Alexander ya no atendía a razones. Se sentía tan vacío, tan herido y humillado, que en lo único en que lo podía pensar era en tomar un vuelo, para volver a Grecia y pedirle explicaciones a su abuela.

—Estás muy cerca de destapar esta farsa: no es el momento de flaquear—le recordó su amigo—. Si te enfrentas a tu abuela Sofía perderás todo lo que has logrado hasta el momento, porque estoy seguro de que, de un modo u otro, ella evitará que sigas adelante con la investigación.

—Todos ellos me hicieron creer que estaba loco... —gimió el griego, al borde de las lágrimas.

El árabe asintió con pesar y señaló su pecho, para recordarle la servilleta que acababa de entregarle, y que él había introducido en el bolsillo interior de su chaqueta, sin siquiera mirarla.

—Al Sr. Shuary también... —le aseguró con una mirada cargada de complicidad —. Por eso estoy seguro de que os llevaréis bien.


Compositor y político griego.

Tambor tradicional del norte de África.

Instrumento musical de viento-madera, tradicional árabe.

Instrumento musical de cuerda pulsada.

Mezcla de té con especias, tradicional de la India.

Real Academia militar de Sandhurst (Inglaterra)

Gordonstoun School internado, (Inglaterra)

Ville Hermanni Valo: vocalista y compositor finés.

Edgar Alan Poe, escritor estadounidense.

Adivasi: conjunto heterogéneo de grupos étnicos o tribales indígenas de la India.

पढ़ना जारी रखें

आपको ये भी पसंदे आएँगी

OBSESIÓN [Alastor x Charlie] Gilly द्वारा

रहस्य / थ्रिलर

6.2K 305 35
[_Hola, soy Gilly, cree esta cuenta para terminar y crear historias de hazbin hotel, La historia que voy a terminar se llama Obsesión de Charlie x Al...
16.6K 843 17
El tiempo pasa rápido cuando no esperas nada de nadie. "Mi padre me rompió el corazón, es por eso que me enamoro de todos los chicos que me demuestr...
91.3M 8.5M 65
El pueblo de Wilson es tranquilo, regido por sus costumbres y creencias religiosas muy estrictas, donde Leigh ha crecido, siguiendo cada regla y paut...
Killer (Darks 0.5) Ariana Godoy द्वारा

रहस्य / थ्रिलर

1.5M 174K 6
Libro que sigue a Mi desesperada decisión. Portada: BetiBup33 design studio.