Conveniencia (ArgChi)

By ZomBelGress

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Martín Hernández desea convertirse en el presidente de la compañía de su padre, para ello necesita mostrar s... More

Nota de autor
1. ¡Que comiencen los preparativos de la boda!
2. Verde Oscuro.
3. Otoño y calabazas.
4. Fiesta de bodas.
5. El nuevo secretario.
6. ¿Qué es la libertad?
7. Recuerdos.
8. Una mente revuelta.
9. Sin arrepentimientos.
10. Baño.
11. ¿Me elegirías?
12. Perfume de manzanas.
13. Vuelo hacia Inglaterra.
15. Como la marea.
16. Sentimientos.
17. En casa.
18. Fotografía.
19. Heridas.
20. Celebración.
21. Una familia para proteger.
21.5: ¡Sos hemoso! (extra)
22. Todo saldrá bien.
23. Dolor y felicidad.
24. Conveniencia.

14. Aferrándose al presente.

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By ZomBelGress

Varias horas habían pasado desde que salieron de Argentina, ya estaban anunciando la llegada al aeropuerto de Londres, Manuel se desperezó y tironeo de las hebras rubios de Martín para que despertara también, apenas abrió sus ojos sonrió viendo el color esmeralda de estos, el rubio sonrió por inercia al ver tan precioso rostro con tal gesto, pero rápidamente miró para otro lado golpeándose mentalmente; el castaño solo se rio y se concentró en su teléfono para actualizar su estado de Facebook.

Francisco Javier fue el primero en salir del avión e ir por el pasillo directo a las puertas del aeropuerto donde lo estarían esperando los empleados de Martín, nuevamente se llevaba las miradas de todos en el lugar, aprovechando el clima cálido del país se encontraba mostrando más de lo necesario con sus ropas. Sus secretarios detrás de él no sabían dónde ocultarse, por más que llevarán mucho tiempo junto al rubio Mackenna, aún sentía vergüenza ajena de él.

Los tres Hernández iban juntos hablando de lo que harían en los dos días que se quedarían, no podían darse el lujo de quedarse más en Inglaterra, debían volver los tres a sus respectivas empresas y cargos. Daniel y Manuel quedaron juntos, pero ninguno de los hablaba, el paraguayo no quería recordar lo lejos que estaba del castaño, lo pequeño que era al de su jefe, parecía un aprovechado al pretender más que una relación de trabajo con él; por el lado del chileno solo pensaba que el paraguayo se veía demasiado bien, tenía que empezar a cuidarse, no quería que Martín volviera a llamar lindo al otro y no a él.

— ¡Welcome! —Saludó un rubio de cejas pronunciadas una vez llegaron a la salida del lugar. —I hope it was a good trip —Agregó dejando ver una pequeña sonrisa sobre sus labios, luego abrió la puerta del coche que esperaba por Martín y Manuel, todos se miraron y solo asintieron, subió como lo esperaba aquel rubio y emprendió marcha hacia el shopping.

Un segundo coche estaciono para el chileno empresario con sus secretarios dirigiéndose al mismo lugar, un tercero estaciono y en él subieron los que quedaron: Marcos, Daniel, Jeremías y su socio; aunque cierto pelinegro hubiera preferido ir con un rubio de mechas turquesas por más molesto que fuera, pero al parecer los coches ya habían sido programados por el gerente del shopping de Martín... puteo mentalmente a Bruno.

Al llegar al shopping, este estaba abarrotado de gente, al parecer estaba siendo administrado a la perfección. Manuel rápidamente corrió hacia un sector lleno de calabazas de Halloween, todo el lugar estaba decorado de aquella manera por la fecha, en Inglaterra aquella festividad tenía gran relevancia a diferencia de Argentina donde aún se tomaban como puras festividades "yankees".

— Dejalas che, están no tiene dulces. —Dijo divertido Martín viendo como el castaño no se despegaba de ellas, al parecer se estaba sacando fotos con ellas, así que mucha bola no le estaba dando que digamos. — Che, vos sos Arthur, ¿no? ¿Sos secretario de Bruno? Él no me dijo nada de vos, solo tu nombre y apariencia para que te reconociera en el aeropuerto. —Le preguntó al rubio de cejas abundantes.

— Yes, Sir. Soy el constructor, le pedí a su gerente que me dejara ir a buscarlo, deseaba escuchar en persona que piensa del trabajo de nuestra empresa. —Decía el inglés en español con el acento pronunciado de su tierra, Martín apretó sus labios para no soltar una carcajada que resonaría por el edificio entero, se le hacía gracioso aquel acento. — Es la primera vez que tengo la oportunidad de trabajar para un argentino.

— Bueno... no se derrumbó, así que... buen trabajo. —El inglés notó el sarcasmo en la voz del argentino, pero no comentó nada, sería estúpido pelearle a alguien de aquella nación, solo negó y caminó hacia algunos de los locales vacíos donde podrían instalarse los negocios de los primos de Martín.

— Voy a cortarte en pedazos, veré tu sangre manchar el piso, y traeré patitos para que floten en tu asquerosa sangre de puerco que se revuelve en la caca de los que tienen poder... —Decía alguien con tono escalofriante y mirada desquiciada al teléfono, ambos rubios parpadeaban perplejos, pero el rubio local tocó su garganta como temiendo de ella.

— ¡¿Y vos que carajos haces acá?! ¡¿Ahora sos mi secretario?! ¡¿Mi socio?! —Preguntó a los gritos al inglés sin perder su mirada de escapado del neuropsiquiátrico, el rubio balbuceó, y tras un gruñido del hombre de cabellos castaños casi rubio y ojos azules, se paró firme como cual soldado ante su coronel.

— Solo quería ayudarte... tienes tanto trabajo que pensé...

— ¡¿Pensar?! ¡Vos no pensas! ¡Andate!

— Pero... tengo que...

— Ah... cierto, bueno, tenes razón, solo no molestes.

Martín no estaba entiendo nada en aquella conversación, le estaban haciendo doler la cabeza, hablaron un poco entre ellos ignorando completamente su presencia, de qué servía ser el vicepresidente de la compañía Hernández si igual lo trataban como un cualquiera en ciertas ocasiones.

— Luego de recorrer un poco el lugar y ponernos de acuerdo con los locales que tomaran sus primos, Arthur te dará lo que me pediste que conseguiría. —Dijo Bruno después de ponerse de acuerdo con el inglés, Hernández asintió poniéndose serio, la información que había solicitado era demasiado importante para él.

— ¿Sabes? Manuel solía verse siempre deprimido en lo que recuerdo cuando iba a su casa, ahora parece una persona completamente diferente. —Dijo el rubio de cejas pobladas mirando como el nombrado no dejaba de tomarse fotos con las calabazas de la decoración, aunque luego corrió hacia un local, en sus labios se apareció una pequeña sonrisa de solo notar la gran diferencia entre ese Manuel y él que parecía no tener fuerzas para ni siquiera vivir.

Martín sonrió también, recordaba muy bien al castaño cuando llego hasta sus brazos, sus ojeras pronunciadas, sus pocas ganas de hablar y de mantenerse despierto, ahora solo dormía por la noche y si estaba verdaderamente cansado lo hacía rápido, sino sabía que se quedaba jugando en su computador, además podía hablar por horas si así lo quisiese, y, a diferencia del aire solitario que desprendía cuando recién lo conoció, era un chico que necesitaba mucho de su compañía.

Luego de aquella corta charla continuaron caminando, Marcos y Jeremías se concentraban en ver los sitios más adecuado para las tiendas de sus productos, en algunos peleaban y Martín prefería ver otros, no quería elegir entre algunos de ellos, los quería y detestaba a los dos por igual, por más que toda su vida la haya compartido más con su primo menor que el mayor.

Finalmente, cuando pasaron más de tres horas desde que llegaron tenían un acuerdo, ambos primos y el chileno rubio estaban de acuerdo en donde sería sus sucursales, todos los que los acompañaban estaban más que cansados, pero los empresarios, absortos en su mundo, no lo notaban.

— ¡Estoy harto weón! ¡Me voy! Hasta mañana yo no trabajo. —Exclamó exhausto uno de los secretarios de Francisco, más específicamente, el castaño de ojos miel llamado Camilo.

— Perdón mi comandante... debo seguirlo. —Dijo luego su secretario rubio opaco de nombre Marcelo, ambos secretarios se desaparecieron en el shopping, Francisco no hizo nada al respecto, comprendía el cansancio de ambos porque se sentía igual de cansado.

— Me voy también... estoy muerto. —Anunció ahora el socio de Jeremías, se despidieron ambos con un apretón amistoso de manos y a los demás con un rápido beso en la mejilla.

— Che, Dani, anda con los otros así recorres un poco la cuidad, si queres te doy plata para que comas en un buen lugar. —Le propuso Martín al secretario de su primo al verlo como se había quedado mirando por donde habían desaparecido los otros secretarios.

— Yo... —El paraguayo trato de responder, pero la mano de su jefe, que de pronto, apretó la suya le hizo olvidar cualquier cosa que estuviera por decir o hacer.

— Metete en tus cosas, Martín. —Dijo seco Marcos antes de irse con su secretario, en ningún momento le soltó la mano, Daniel ya estaba más rojo que las manzanas que su patrón siempre comía, Martín por su lado quedo sin entender nada de lo que había pasado, se encogió de hombros y se fue a buscar a su "esposo", que ni se enteró cuando desapareció de su lado.

Caminó un poco por aquel tercer piso en el que se encontraba ya pensando en bajar al siguiente piso, pero de pronto en una tienda de disfraces divisó a Manuel mirándose en un espejo vestido de estudiante de Hogwarts, específicamente de la casa Ravenclaw, soltó una carcajada sin querer que percato al contrario de su presencia, rápidamente se acercó a él para jalarlo dentro de la tienda y ponerle sobre su cabeza el uniforme de Slytherin.

— ¿Por qué yo de los engreídos? —Preguntó tomando las ropas entre sus manos, pensó un poco su propia pregunta mientras miraba el escudo y negó ligeramente con la cabeza. —Deja, ya entendí... voy a probármelo, ¿eso es lo que queres?

— Si... hay un carrete, Arthur me dijo que van a celebrar Halloween en el hotel que nos vamos hospedar, vayamos así... Dale weón, nunca hemos ido a un carrete juntos. — Los ojos de Manuel se volvieron como los de un cachorro pequeño abandonado en un día de Lluvia, deseaba rechazar la invitación, no le gustaban las fiestas, pero no pudo hacerlo, así que asintió y se fue a un probador a ver cómo le quedaba el uniforme.

Marcos se encontraba perdido en la sonrisa de Daniel, quien sonría viendo los grandes edificios de Londres, ni en sueños se imaginó en otro país, y muchos menos alguna vez se imaginó los ojos opacos de su patrón encima suyos, porque no era idiota, notaba todas las veces que se lo quedaba mirando desde aquel beso que tomó en su departamento, se preguntaba cuando volvería a tomar otro beso de sus labios, ¿acaso no notaba como se moría por ser tomado por él?

Giró riendo, estaba demasiado feliz, era mucho para él, sentía hasta miedo de pedirle un poco más a la vida, pero como si esta lo escuchara y por encima le dijera que no temiera, Marcos se acercó a él, tomó su rostro con ambas manos y dejo un delicado beso en sus labios.

-Nunca debes hacerle caso a Martín, ¿me entendes? -Cuestionó aun casi tocando sus cerezos, el paraguayo no soporto aquella situación, necesitaba más de aquellas carnosidades que sabían extrañamente a dulce casero de manzanas, sus brazos alzaron y abrazó el cuello de su patrón para presionar con bastante fuerza sus pares sobre los ajenos.

-Vos sos mi patrón... -Susurró en la boca del rubio antes de comenzar a mover sus labios en un ritmo necesitado, el sabor a dulce de manzanas se intensifica en la boca de Daniel a succionar con descaro cada par de su mayor o cuando sin permiso su lengua se aventura en la cavidad bucal del mismo, era simplemente adictivo, más de lo que de imagino, los labios de su patroncito no tenían comparación con otros... ni ahora, ni nunca.

Marcos Hernández abrazaba la cintura de su secretario, su cuello dolía de tenerlo literalmente colgado de él, así que lo alzó para que sus labios pudieran encontrarse aún más cómodamente, también pudo terminar con aquel contacto para no dañar su cervical, pero esa opción estaba muy lejos en su cabeza, no podía permitirse dejar aquellos exquisitos pares que sabían a hierbas de campo y menta fresca.

"Te dejo ir Manuel González de Hernández... fuiste un hermoso primer amor. "

Dijo el ríonegrino en su cabeza desde lo más profundo de su corazón, mientras observaba con detenimiento los ojos verdes brillantes del paraguayo que llegó a su vida para sacarlo de la oscuridad en la que siempre se había visto envuelto, una oscuridad que se género al no soltar aquellas cosas que lastimaban su pecho, por ejemplo Manuel o por ejemplo su padre, al que culpo siempre de no poder sonreír, pero con Daniel se dio cuenta que era cosa suya, porque la sonrisa no se la roba nadie más que vos mismo.

Jeremías y Francisco Javier habían quedado solos, tal vez pudieron separarse, cada uno ir por su lado, pero no, se quedaron uno al lado del otro, tan solo un cantero decorado con calaveras los mantenía separado en ese momento, y fue el pelinegro quien camino hasta rodear el cantero y encontrarse frente al rubio de mechas turquesas que bajo su mirada al tenerlo tan cerca, en ese mismo instante no era ni una sombra del arrogante Mackenna Cox.

— ¿Vos decís que tendríamos que hablar? —Cuestionó tomando su mentón para obligarle a elevar la mirada hacia sus ojos verdes tan claros como cuando le hechas aguas a una gota de tempera de aquel color.

— Te extraño... —Soltó sin siquiera pensarlo, el corazón del cordobés se hizo pequeño, toda su existencia pareció resumirse a esas palabras que salieron de labios ajenos que conocía a la perfección.

Sus brazos no esperaron más para encerrar la delicada figura de aquel chileno en su pecho, estaba sonriendo como idiota, varias lágrimas se hacían camino por sus mejillas, ¿Cuántas veces deseo escuchar palabras tiernas de la boca del rubio que amaba como si su vida dependiera de ello? Realmente lo amaba a él, había roto su orgullo por él, por reconocer que lo necesitaba a su lado.

— Te tardaste demasiado... fue un mes muy duro, trolo. —Francisco se sonrió, le encantaba aquel acento de su pelinegro, lo había extrañado tanto, algunas lágrimas también se escaparon de sus lagrimales, se escapó de su pecho y buscó su rostro para poder tomar un beso como tanto había soñado en aquellas noches solo que tuvo que vivir por su propia estupidez.

— ¿Me amas, weón? —Preguntó observando sus ojos, Jeremías alzó sus manos para apoyarlas en sus mejillas y así secar aquellas lágrimas con sus pulgares mientras se sonreía por la pregunta tan estúpida que le había hecho el menor.

— Sabes que estoy enamoradaso de vos, no me preguntes giladas. —Ambos ahora sonreían, rosaban sus narices como en un beso esquimal, tan cursi se veían para algunos, para otros era una escena asquerosa, pero ellos ignoraban al mundo por completo.

— Prometeme weón que no vamos a volver a pelear. —Pidió el chileno con un puchero sobre sus labios.

— No te puedo prometer eso, me calienta que me putees. —Respondió el pelinegro con una sonrisa coqueta en los suyos.

— Entonces en la próxima no te vayas aweonao, follame. —Agregó pronunciando aún más su puchero.

— Necesitaba saber que en verdad me amabas... pero puedo follarte ahora.

— No se diga más weón.

Ambos rieron, otros besos se robaron y sin más corrieron juntos hacía el hotel donde se hospedarían todos, debían recuperar el tiempo perdido, aunque no había apuro, ambos corazones estaban en paz, y aunque suene arrogante, el tiempo ahora era de ellos dos.

Manuel se encontraba tirado sobre la cama mirando fotos de Tincho, lo extrañaba a morir, maldecía al rubio que no se lo dejo traer. Le mando varios mensajes vía WhatsApp a la empleada doméstica para preguntarle cómo estaba su bebé, la señora seguramente se reía viendo la preocupación del esposo de su patrón. El pequeño estaba más que bien, andaba jugando con los cachorros de la señora, hasta le envió fotos para comprobarlo, Manuel abultaba sus labios viendo aquellas imágenes, ahora tenía miedo que se olvide de él.

— ¿Por qué esa cara, che? —Cuestionó Martín sentándose en la cama donde estaba el castaño, acarició su cabello y luego se inclinó para dejar un beso en su coronilla, Manuel tuvo que agarrar una almohada y ocultar su rostro para que no se notara la sonrisa que se dibujó en sus cerezos y el carmesí que apareció en sus mejillas.

— ¿Y ahora qué te pasa? —Una pequeña risa se escapó de los labios del vicepresidente, se aflojó la corbata, soltó un suspiro y revolvió los cabellos castaños tan suaves como esos cabellos de propaganda de sedal o Pantene.

Se levantó y se dirigió al baño del cuarto para darse una ducha, el castaño se quitó la almohada del rostro y rodó por la cama como un niño al que le habían dado el juguete que tanto quería, se recriminaba el como podía emocionarse tanto con un simple beso en su cabeza, comenzaba a pensar que estar enamorado por primera vez era una mierda, más si era su propia pareja por conveniencia, que por encima era heterosexual.

Tiró la almohada lejos de él, abrió la cama y se tapó hasta la cabeza con la manta, no quería pensar en nada más, lo mejor sería disfrutar de aquellos momentos, no sabía cuánto podría permanecer al lado del rubio, tonto era deprimirse pensando en el futuro cuando podía aprovechar su presente, aunque también era difícil ignorar la realidad, en algún momento todo terminaría tan rápido como empezó...

Se quitó la alianza, símbolo de su unión con Martín, dejó un beso en ella y cerró su puño atrapándola en su mano, de ese modo se quedó dormido, y ya dentro de sus sueños sus ojos dejaron caer unas gotas saladas que mojaron su rostro.


Nota: Me tarde mucho porque estoy laburando, iba escribiendo el cap en los descansos ;; 

Espero les haya gustado este cap muy amoroso, es mi especial de San Valentin, el amor vuela en el aire. (?) Por favor no olviden de dejarme sus comentarios que adoro leerlos <3 Y gracias por todos los votos. <3 

Chau <3 <3 <3

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