el Poeta, el Diablo y Margari...

By MarianaDiAcqua

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En la cotidianeidad del Buenos Aires de 2002 sucede un hecho extraordinario: el poeta conoce a Margarita y se... More

el Poeta - I
II
III
IV
V
el Diablo - VI
el Poeta - VII
VIII
el Diablo - IX
el Poeta - X
XI
XII
XIII
XIV
Caleidoscopio - XV
el Poeta - XVI
XVIII
XIX
XX
XXI
XXII
Margarita - XXIII
el Poeta - XXIV
Margarita - XXV
Epílogo

el Diablo - XVII

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By MarianaDiAcqua


el Diablo

XVII

La puerta de la buhardilla se abrió muy despacio, quejándose por la humedad de sus años. Margarita se paralizó en la puerta. El poeta estaba sentado junto a la mesa. Una vela encendida chorreaba sus lágrimas sobre un plato de loza iluminando los anillos de humo que él creaba con los labios mientras la ceniza del cigarrillo caía sobre el suelo de madera.

–Son las dos de la mañana –señaló el poeta, enarcando una ceja al notar sus cabellos revueltos y que el camisón otrora blanco se había tornado de un sospechoso color marrón.

–¿Tan tarde ya? –se asombró ella, entrando cohibida bajo su mirada penetrante–. No sabía que fumabas –comentó como al pasar, cerrando la puerta de la habitación.

–Lo había dejado hasta esta noche. ¿Dónde estabas?

La voz gangosa del poeta denunciaba que no estaba del todo sobrio.

–¿Estás borracho? –preguntó ella con algo de alarma.

Era la primera vez que Margarita lo veía alcoholizado.

Él soltó una risa áspera y contestó:

–No. Sólo tomé un poco, lo suficiente para acompañarme mientras esperaba que volvieras a casa. ¿Dónde estabas? –volvió a preguntar.

–No importa dónde estaba. Hay algo que tengo que decirte.

–¿Vas a dejarme? ¿Volviste por tus cosas o para despedirte?

Ignorándolo, Margarita respiró hondo y se acercó a él con pasos seguros para anunciarle:

–Tenés una visita, por favor cambiá esa cara de enojo, no es conveniente ser irrespetuoso con Él.

El poeta parpadeó varias veces con rapidez para contener su furia y así tener la calma necesaria para poder contestarle con mordacidad.

–¿Así que tengo una visita? ¡Qué bueno! ¡Hay que festejarlo! –vociferó–. Mientras me visto, andá a despertar a Santiago y decile que ponga el agua a calentar para preparar mate. Aunque por la hora quizás sea mejor hacer bastante café ¿no te parece? ¡Vamos! ¿Qué hacés ahí parada? ¡Corre rápido a la panadería, a ver si ya abrieron, a exigirles que te den las mejores facturas que vayan saliendo del horno!

Con la mirada asesina el poeta se puso de pie algo tambaleante y se peinó con gestos exagerados, desordenándose el pelo todavía más. Después, se arregló la camisa de dormir metiéndola adentro de los pantalones del pijama.

–¿Así está mejor? –preguntó. Y apagó el cigarrillo en el platito de loza.

Ella meneó la cabeza, intentando contener su rabia.

–Supongo que no importará, dada la hora. Al menos, eso espero. Ahora, cambiá esa cara que voy a presentártelo. Me da miedo que se ofenda si lo sigo haciendo esperar.

–Pero, entonces... ¡hay que suspender el desayuno! Habrá que descorchar pronto una botella de champaña para recibir a tu nuevo amante.

Margarita arrugó el ceño, igualándolo en su ira.

–¿Que tengo un amante? ¿Cómo te atrevés, siquiera, a pensarlo? ¡Ya veo la confianza que me tenés!

El poeta caminó hacia ella fuera de sí.

–¿Dónde estuviste? ¿Ibas a dejarme como una traidora cobarde en el medio de la noche? ¿Lo trajiste para burlarte de mí?

Margarita no tuvo tiempo de contestar. Es probable que si no hubiesen sido interrumpidos en ese momento, lo habría abandonado de veras. El Caballero hizo su aparición en ese momento, harto de esperar, entrando por la puerta, cosa muy inusual en Él. Con su sola presencia cortó la discusión.

–Evidentemente, debí enviar a alguno de mis súbditos para anunciarme. Sin duda, lo habría hecho con la mayor presteza, amén de la ceremonia.

Margarita abrió grandes los ojos, asustada.

–Lo siento muchísimo –dijo–. Por favor, sepa disculparnos.

El Caballero le quitó importancia al asunto con un movimiento sutil, no exento de gracia.

–Si no entendiera las disputas entre los amantes... –suspiró–. ¡Imagínense qué catástrofe para mis negocios!

La nebulosa confusión en la que el alcohol lo había sumido, de pronto, se disipó. El poeta recuperó de golpe el poder sobre sus facultades mentales, alerta ante el peligro incierto. Clavó los ojos en el hombre extravagante que tenía frente a sí y se midieron con la mirada durante unos instantes.

El poeta no podía precisar exactamente de qué forma el ambiente de la habitación había cambiado con la entrada del Otro. Un olor a moho se desprendió del aire y el fuego de la vela se encogió sobre sí misma hasta casi extinguirse, después volvió alzarse orgullosa y más brillante aún que antes, casi como si hubiese efectuado una venia. Hasta podría jurar que las sombras bailaron a su alrededor como almas en pena.

Era una situación lúgubre, irreal, fantasmagórica. Un escalofrío trepó por su espalda y le cosquilleó en la nuca. Su instinto le advirtió que no se hallaba en presencia de hombre común y corriente.

–¿Quién es usted?– lo increpó, avanzando para interponerse entre el visitante y Marga, en un vano intento por protegerla de lo desconocido.

–En esto ha devenido la Humanidad –comentó, afablemente, el siniestro personaje –ya nadie detenta ni una pizca de cortesía. Podrías haber hecho alarde de una buena educación, mi estimado poeta, y ofrecerme un asiento, ya que no un refrigerio.

Margarita cerró los ojos aterrorizada y, saliendo de detrás de la espalda del poeta, le acercó una silla.

–No te preocupes, Margot, no me ofendo por nimiedades... ¡qué sería del mundo si así lo hiciera! Un mayor desastre de lo que es actualmente, de eso no hay duda.– Se dirigió al poeta y le ordenó:– Sentate, vine a proponerte un trato.

Sin saber muy bien por qué el poeta obedeció, sentándose frente al peculiar personaje que había aparecido a tan intempestivas horas de la madrugada. Margarita quedó aparte, en medio de los dos.

–¿Quién es usted? –volvió a preguntar el poeta.

El desconocido suspiró hondo, se levantó y anunció con su voz cavernosa, a falta de otro que lo hiciera por Él:

–Satanás. A tus órdenes –dicho lo cual hizo una amplia reverencia que coronó sus palabras. Después, volvió a sentarse–. No te preocupes si no me reconociste de entrada. "Si te he de decir la verdad, suelo andar mucho de incógnito."

El poeta miró a Margarita de reojo y enseguida volvió enfrentar al huésped.

–Es una broma de muy mal gusto, señor– afirmó el poeta sin el más mínimo temblor en la voz, lo cual hablaba muy bien de su valerosa predisposición (aunque no de su diplomacia) para tratar un asunto de tamaña delicadeza.

Lucifer chasqueó la lengua, íntimamente divertido, en un gesto de reprobación.

–¿Te llamás a vos mismo "poeta" pero negás mi existencia? ¿En mi propia cara?

Marga intervino suplicante:

–No es su intención ser irrespetuoso. Ha perdido una gran parte de su fe en los seres humanos y no le queda mucho para lo sobrenatural. Intente comprenderlo, por favor.

–Margarita, ¿qué significa esto? –le preguntó el poeta con el rostro grave–. Estás preocupándome.

–Simplemente, que el representante de la ficción es incapaz de reconocer a lo fantástico cuando lo tiene frente a sí, ni más ni menos. –Interrumpió el Diablo. Luego, se puso pensativo y habló para sí–: me pregunto qué pasaría si le diera la merecida patada en el trasero... Quizás, sea la única manera de hacerlo recapacitar... y, ya que estoy, de enseñarle un poco de respeto...

Entre ofuscado y confundido, el poeta se levantó de su asiento para caminar por la habitación. Sus ojos cayeron sobre la botella que había en la mesa, acompañada de tres copas. Nada de eso estaba allí antes de la llegada de Margarita.

Hizo un gesto con la cabeza, desentendiéndose del asunto. Se sirvió una medida generosa que se tragó de golpe y luego se volvió hacia los otros dos, que lo observaban con paciencia.

–Sabrá perdonarme, Mandinga –le dijo al fin–. Es que no estoy acostumbrado a estos sobresaltos. ¿Puedo servirle un poco de vino?

–Por favor –aceptó el Maligno.

Después de repartir la bebida, una a su amada y otra al invitado no deseado, retornó a su lugar en el drama. El poeta creía hallarse en presencia de un loco peligroso que, vaya a saberse cómo, había convencido a la luz de sus ojos de ser el Amo y Señor de las Tinieblas. ¿O acaso sería él el que estaba perdiendo el juicio?

–Veo que no estás convencido, estimado poeta, sobre mi identidad –comentó Asmodeo, luego de beber un poco del espeso líquido rojo que tenía en su copa.

–Si de veras es quién dice ser, entonces, me disculpo de antemano por mi comportamiento. Pero convengamos en que una aparición, en estos días, es algo bastante inusual...

–Te entiendo perfectamente. Lo que querés pedirme, con mal empleada sutileza, es alguna prueba irrebatible sobre mi existencia. Muy bien, así se hará, entonces.

Y, sin más, sin siquiera ponerse de pie, comenzó a levitar en el aire con la silla y todo. Luego, sin inmutarse, dejó que la gravedad terrestre ejerciera su atracción normal.

–¿Es suficiente?

El poeta, que había desorbitado los ojos, recuperó el habla.

–De acuerdo –le concedió.– Puede no pertenecer a nuestra especie pero eso no demuestra nada. Podría ser un extraterrestre burlándose de nuestras absurdas creencias. O, en el peor de los casos, un ilusionista desempleado.

Mefistófeles se rió con ganas y le preguntó:

–¿Te parece que mi semblante es verde? ¿Tendré antenas ocultas debajo de la boina? ¿Qué tal si te cuento algo tuyo, que nadie más sepa en este mundo; algún oscuro secreto? ¿Entonces te convencerías?

–Mmmmm... –meditó el poeta–. No. Podría ser un fantasma aburrido o un vampiro astuto, decidido a gastarnos una broma macabra. Eso explicaría que conozca los detalles de mi vida.

–¡Acabáramos de una vez! –exclamó perdiendo, sólo en parte, su paciencia eterna–. ¿Realmente creés que un vulgar espíritu se atrevería a tomar mi lugar sin temer una represalia de mis demonios?

Y, sin otra palabra de aviso, ante la vista del incrédulo poeta y de la asustada Margarita crecieron llamas por doquier, los rodearon sin lastimar su piel pero quemándolos con su calor. Presenciaron por un instante fugaz e inmortal el escenario vedado a los mortales.

–Si todavía precisás otra prueba sobre mi identidad –lo amenazó Lucifer –te condenaré al Fuego Eterno por tu estupidez.

El poeta le contestó, rehaciéndose con rapidez:

–No me engaña, eso no depende de usted, sino del Otro. Y, hasta es posible, que de mí mismo también.

El Diablo hizo una mueca de satisfacción que casi pareció una sonrisa, al tiempo que le contestaba.

–Estaba teniendo serias dudas sobre tu inteligencia. Ahora que ya no ponés en duda quién soy, ¿serías tan amable de escuchar la propuesta que vine a hacerte?


Fausto de Goethe.

Asmodeo es el nombre de un demonio que mata a los maridos de la mujer a la que ama.

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