Lascivia (Disponible en libre...

By EvaMuozBenitez

133M 8.3M 21.6M

Las vacaciones acabaron y Rachel debe volver a su puesto como teniente en el ejército de la FEMF, encontrándo... More

¡DISPONIBLE EN FÍSICO!
Lascivia©
CAPÍTULO 1
CAPÍTULO 2
CAPÍTULO 3
CAPÍTULO 4
CAPÍTULO 5
CAPÍTULO 6
CAPÍTULO 7
CAPÍTULO 8
CAPÍTULO 9
CAPÍTULO 11
CAPÍTULO 12
CAPÍTULO 13
CAPÍTULO 14
CAPÍTULO 15
CAPÍTULO 16
CAPÍTULO 17
CAPÍTULO 18
CAPÍTULO 19
CAPÍTULO 20
CAPÍTULO 21
CAPÍTULO 22
CAPÍTULO 23
CAPÍTULO 24
CAPÍTULO 25
CAPÍTULO 26
CAPÍTULO 27
CAPÍTULO 28
CAPÍTULO 29
CAPÍTULO 30
CAPÍTULO 31
CAPÍTULO 32
CAPÍTULO 33
CAPÍTULO 34
CAPÍTULO 35
CAPÍTULO 36
CAPITULO 37
CAPÍTULO 38
CAPÍTULO 39
CAPÍTULO 40
CAPÍTULO 41
CAPÍTULO 42
CAPÍTULO 43
CAPÍTULO 44
CAPÍTULO 45
CAPÍTULO 46
CAPÍTULO 47
CAPÍTULO 48
CAPÍTULO 49
CAPÍTULO 50
CAPITULO 51
CAPITULO 52
CAPITULO 53
CAPITULO 54
CAPITULO 55
CAPITULO 56
CAPITULO 57
CAPITULO 58
Capítulo 59
CAPITULO 60
CAPÍTULO 61
CAPÍTULO 62
CAPÍTULO 63
CAPÍTULO 64
CAPÍTULO 65
CAPÍTULO 66
CAPÍTULO 67
CAPÍTULO 68
CAPÍTULO 69
CAPÍTULO 70
CAPÍTULO 71
CAPÍTULO 72
CAPÍTULO 73
CAPÍTULO 74
CAPÍTULO 75
CAPÍTULO 76
CAPÍTULO 77
CAPÍTULO 78
CAPÍTULO 79
CAPÍTULO 80
CAPÍTULO 81
CAPÍTULO 82
CAPÍTULO 83
CAPÍTULO 84
CAPÍTULO 85
CAPÍTULO 86
CAPÍTULO 87
CAPÍTULO 88
CAPÍTULO 89
EPÍLOGO
LUJURIA

CAPÍTULO 10

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By EvaMuozBenitez

Rachel. 

Hawái Parte 1. 

Paso los dedos por el retrato de mi mesita de noche. La imagen desencadena un sin fin de sentimientos encontrados; Dolor, rabia, arrepentimiento.

Amo la foto de Bratt y yo sentados en la playa West Wittering, envueltos en una toalla azul, admirando las estrellas mientras la luna se esconde en el infinito.

Lleva cinco días sin hablarme, me está doliendo su indiferencia. Son seis años (Un año como amigos y cinco como novios) donde hemos hablado noche tras noche (donde repite un "Te amo" en cada conversación). 

Me estoy preguntando porque carajos no hago borrón y cuenta nueva. El mundo avanzando mientras yo sigo lamentándome por lo mismo. Fue un jodido desliz, ya está... 

Tomo el móvil marcando el numero de mi novio repitiendo el mismo patrón de todos los días, el teléfono timbra y timbra, sin embargo, no me contesta. Es lo que hace ahora, rechazar todas mis llamadas. 

Nunca se había puesto así, nuestros disgustos tardan un día como máximo. Al final de la tarde, bajamos la bandera a la vez que arreglamos nuestras diferencias. Ahora... ahora parece que nunca más volverá a hablarme.

Me pego el móvil en la oreja e intento una última vez. No quiero seguir así.

—Hola —contesta. Siento que el alma me vuelve al cuerpo.

—Hola... —balbuceo— Pensé... que no... contestarías.

«¡Tonta!»

—No quería, pero temo que tu insistencia reviente mi buzón de mensajes.

Me olvido de lo que quería decir, tengo que pedir tantas disculpas que no sé por donde empezar.

—Lo siento ¿Sí? No debí llevarte la contraria sabiendo que te molestaría.

—Tu arrepentimiento no borra la falla.

Pego la frente contra la pared, está actuando como su madre. Odio que tome esa faceta.

—No quiero que discutamos más —tomo aire— Aprendí la lección, a las malas, pero la aprendí.

Estando aquí tengo que dar el primer paso.

—Te echo de menos. 

Suspira al otro lado de la línea.

—También te extraño.

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—¡No puedo creer que te vayas sola a Hawái! —reclama Luisa mientras empaca mi maleta.

Mi cama es un revoltijo de ropa, maquillajes, bolsos y zapatos.

—No voy por mi gusto, tampoco es un viaje de placer.

—Estar en un hotel cinco estrellas con vista a una de las mejores playas del mundo, ¿No es placentero para ti?.

—Sabes a qué me refiero —apago el cigarro cerrando las puertas del balcón— No es divertido convivir con los Lewis, a eso, añádele que va ir el coronel. Ya presiento las jaquecas, las tortícolis y las pesadillas.

—Pesadillas con figura de Dios —se burla— Como quisiera ser tú, mi querida amiga.

Entro a la ducha quedándome varios minutos bajo el agua tibia. El viaje no empieza y ya tengo nudos en la espalda.

El vuelo es largo, así que opto por vaqueros anchos y una camiseta de algodón. Me recojo el cabello en un moño alto en tanto calzo mis converse.

Luisa ya terminó de empacar. Se está maquillando frente al espejo.

—¿Qué es ese atuendo tan horrendo? —coloca los brazos como jarras—¿Vas de viaje o a sacar la basura?

—Voy a un viaje familiar, quiero estar cómoda, así que ahórrate los comentarios.

Tuerce los ojos volviendo a la maleta.

—Me tomé la molestia de elegir tu guardarropa. Quiero que luzcas fabulosa al lado de Sabrina —cierra la cremallera— Debes mostrarme como te queda todo, así que por tu bien tómate muchas fotos.

—Lo usaré siempre y cuando no sea nada llamativo, quiero pasar desapercibida.

Los Lewis son extremadamente conservadores. 

—Eso es imposible —me da una nalgada— Eres una sensual diosa de ojos azules, eso no se esconde ni se disimula.

Me entrega los lentes y el bolso de mano. 

—Te acompaño al aeródromo. 

—¿Y la cena con Simón?

—Todo está planeado —agarra la maleta—¿Bratt vendrá en los días de permiso?.

Niego.

—Como no estaré, se quedará en Alemania.

El general le concedió tres días de permiso a los capitanes líderes de la misión.

Lulú está desparramada en el sofá comiendo cheetos con coca cola. Tiene el televisor a todo volumen y no para de maldecir a la pantalla.

—No me extrañes —me despido. 

—Suerte con el viaje —me dice Lulú sin apartar la vista del televisor.

Charlo con Bratt durante el camino, ahora que hicimos las paces hablamos cada cinco minutos. Cuelgo mientras Luisa empieza con la típica terapia de "Ya deja el trauma que solo fue un momento de estrés" 

 — Aeródromo  —anuncia cuando llegamos. 

—¡Ten cuidado con el auto! —le advierto — No quiero que termine como el tuyo.

Hace seis meses chocó con un camión de carga. No le pasó nada, en cambio el auto se fue directo al depósito de chatarra.

Hay poca gente, las primas de Bratt se toman fotos en la sala de espera.

—¡Rachel! —exclaman al mismo tiempo.

Me abrazan ante de saludar a Luisa. 

—La última vez que las vi eran unas mocosas —les dice mi amiga— ¿Ya se liaron algún chico?.

Le clavo el codo en las costillas, los Lewis están a pocos metros. Estoy segura de que no quieren saber sobre la vida amorosa de sus sobrinas.

—Los chicos de la escuela son unos idiotas —dice Mía decepcionada.

—Antes del príncipe toca besar unos cuantos sapos —guiña un ojo — Rachel y yo tuvimos que esperar estar en la central.

—Muero por estar ahí —comenta Zoe. 

—Ya llegará tu hora, peque —la consuela mi amiga— Las dejo, me voy a arreglar el cabello ya que Simón viene de visita.

—Salúdalo de mi parte —dice Mía— Lo vi en las redes y está guapísimo.

—Sí, ese viejo dicho de que la belleza atrae belleza, es muy...

Deja la frase a medias quedándose medio aturdida, así dice que lo deje pasar. No hay que ser adivina para saber a quien vio. 

Volteo, Christopher viene con el asa de una maleta en la mano reiterando que estando de civil o no, se ve increíble. Trae lentes, vaqueros y una playera gris reluciendo las placas del ejercito en el pecho.  

—Diviértanse—se despide Luisa.

—No olvides alimentar el pez —busco un tema de distracción.

—Júrame que le tomarás una foto sin ropa—dice entre dientes cuando me abraza.

La aparto con una sonrisa mal disimulada, no me veo tomando fotos una como psicótica obsesionada.

—Júramelo —insiste.

—Vete a casa —digo sin dejar de sonreír.

Abordo el jet de los Lewis, Sabrina es la última en llegar. 

Me acomodo junto a las gemelas, trajeron la saga de Crepúsculo para verla en DVD.

                                            ━━━━━━━━ ⇜ ━━━━━━━━

Honolulu nos recibe con dos limusinas en la pista privada donde aterrizó el jet. 

Christopher me atropella con el hombro, se acerca a la acera abordando el primer vehículo.

—Pensé que las damas entraban primero —se queja Mia.

—Buenas noches, señor Morgan —lo saluda el chofer.

No contesta ni se molesta en ayudar a Sabrina con la maleta, simplemente ignora a todo mundo abordando el vehículo seguido de su esposa y sus suegros. Abordo la segunda limusina con las gemelas.

La estadía será en el Four Season, dicho hotel nos da la bienvenida con piña colada. 

El lugar es asombroso, tiene un estilo victoriano con un amplio techo parecido al de las antiguas iglesias romanas, el mármol resplandece, en tanto el personal luce impecable con uniformes sobrios y elegantes.

—¡Cuánto lujo!—Mía se pasea por el lobby.

—Como todo lo de mi marido —comenta Sabrina aplicándose brillo labial.

No sabía que estaba en el negocio hotelero.

—Técnicamente es de su madre —Zoé limpia el lente de sus anteojos.

—Ella no quiere saber nada sobre el negocio hotelero —alega Sabrina con el leve tono de "Siempre tengo la razón"— Christopher es hijo único y eso lo convierte en el dueño absoluto.

Espero en silencio mientras la familia se reúne y planea el itinerario del día siguiente. El coronel no es partícipe de la reunión, se va a la oficina administrativa demorando en salir.

Joset intenta que me integre y opine. Por mi parte, prefiero asentir a todo lo que dicen, no quiero interferir en lo que quieren hacer.

El coronel vuelve a salir, no se ve de buen humor. El único gesto humano que le veo es un leve coqueteo con una huésped que lo tropieza de forma intencional.

«¡Gilipollas!» 

—Sus llaves —anuncia y todos se acercan— Mia y Zoé habitación 1012, Joset y Martha 1214, Sabrina 1008.

—Pensé que nos hospedaríamos en la suite presidencial.

—Está ocupada.

—Pero eres el dueño.

—¿Y? —saca el tono arrogante— Sólo necesitas algo cómodo para dormir.

La deja callada botando humo por las orejas

—Rachel, 1024.

—Gracias —recibo la llave.

Los botones se llevan el equipaje. Me arrojo a la cama cuando cruzo la alcoba, las sábanas me arrullan y siento que me susurran "Relájate" .Lo hago, a duras penas me quito los zapatos quedándome dormida a los pocos minutos.

Al día siguiente despierto radiante y descansada como si ya no tuviera tanta carga. No tuve divagaciones eróticas, por el contrario, soñé con mi novio como en meses pasados. 

El móvil vibra con un mensaje de Martha.

"Estamos en el restaurante de la piscina. No tardes".

Me visto con el look número uno de la lista de Luisa, un vestido corto, color blanco y sandalias bajas. Me trenzo el cabello. Bajo a desayunar.

—Buenos días —saludo.

Todos menos Sabrina me sonríen e invitan a sentarme. Las gemelas se ven radiantes con vestidos amarillos  y trenzas africanas que se les pegan al cuero cabelludo.

—¿Qué tal tu noche Rachel? —comenta Martha sin apartar la mirada del menú.

—Genial, el hotel es hermoso, ni hablar de la atención...

—Nos alegra que la estés pasando bien —Joset me toma la mano— Después del desayuno haremos un recorrido por la ciudad, el hotel nos ofreció un guía turístico.

Christopher no aparece en el desayuno, supongo que es el motivo del disgusto de Sabrina ya que no pronuncia palabra alguna.

El guía turístico nos espera en el lobby. 

—¿Christopher no viene? —pregunta Zoé.

—Tiene trabajo que hacer —responde Sabrina molesta.

—¿Trabajo que hacer? —se burla Mía— Estamos en Hawaii, ¿Quién diablos trabaja en vacaciones?.  

—Para él no son vacaciones, tiene meses sin venir, por ende, tiene que ponerse al tanto de todo.

—Me duele verte tan engañada,  querida prima —Mía le coloca la mano en el hombro— No está aquí porque simplemente no le interesa compartir con nosotros.

— Guarda silencio  —fija los ojos en mi como si le molestara que toquen esos temas en mi presencia. 

—¿Por qué?, ¿Te molesta que piense que lo que tu esposo tiene de guapo, lo tiene de amargado?.  

—¡Basta! —interviene Joset— No voy a permitir que una estúpida pelea dañe las vacaciones familiares, suban ya. No quiero escuchar comentarios ofensivos.

Suben de mala gana.

El primer punto del recorrido es el acuario, luego continuamos por el palacio Lolani, sitio Histórico Nacional que se encuentra en el centro de Honolulu y solía ser la residencia de la monarquía hawaiana. Desde allí, fuimos al jardín botánico Foster, un paraíso floral que alberga una gran cantidad de plantas tropicales.

Almorzamos en un acogedor restaurante a la orilla de la playa que sirve comida típica de la región y finalizamos el recorrido en el zoológico de la ciudad. 

Charlo con mi madre mientras nos llevan de vuelta al hotel.

Mi hermana confesó que no quiere ir a la academia. Papá lo tomó mal por un par de horas y al día siguiente la acompañó a llevar los papeles a la universidad. A mi papá lo único que le importa es que seamos felices. 

El atardecer cae sobre la carretera, llegamos al hotel y acordamos vernos a las ocho para cenar.

A la hora estipulada estoy lista para bajar con un vestido corto color coral de manga tres cuartos y escote en V. Calzo mis tacones plateados dejándome el cabello suelto.

En el restaurante están todos menos el coronel.

Mi tranquilidad de hoy tal vez se deba a que no he recibido mi dosis diaria de ataques cardíacos.
El camarero me ubica al lado de Sabrina. Se ve hermosa, trae un vestido strapless color oliva, en la mano izquierda le brilla un brazalete de diamantes a juego con su gargantilla y pendientes.

Admiro su belleza y la habilidad de verse siempre elegante.

La noche inicia con vino mientras Joset y Martha comentan sobre sus antiguas vacaciones.

—Al fin decidiste salir de tu madriguera —comenta Mía mirando por encima de mi cabeza.

Se me detiene el pulso, se acaba la paz. Me veo cayendo de cabeza al hoyo negro. 

—Tenía trabajo que hacer —responde a mi espalda. Percibo su aroma y... Bragas mojadas en 3,2,1. 

Me levanto sin apartar la mirada del plato tomando asiento en el puesto siguiente para que se siente al lado de su esposa.

Luisa mataría por una foto así. Recién afeitado, vestido con pantalones negros, camisa azul marino y el cabello perfectamente arreglado.

—Planteamos la teoría de que eres un vampiro alérgico al sol y a la diversión.

Sonríe con sensualidad.

—El calor aumenta tu sentido del humor —responde. 

—Soy una chica alegre, ser amargada y aburrida no es mi estilo...

—Es un placer disfrutar de tu compañía, Christopher —la interrumpe Martha. Ella más que nadie sabe que si no interviene, su sobrina soltará una infinidad de indirectas.

Disfrutamos de la cena mientras Sabrina chismorrea de los matrimonios fallidos de sus amigas. Mía no deja de poner los ojos en blanco con cada uno de los comentarios. Su esposo no le pone la más mínima atención.

Me pregunto qué tan feliz es con la mentira en la que vive. No creo que nadie pueda sentirse bien en un matrimonio de apariencias, ella intenta llamar su atención en todo momento mientras él actúa como si no existiera. ¿En qué momento la hizo feliz?

A veces nos atamos la soga al cuello sin necesidad. Ella es hermosa, elegante, con clase, de buena familia. Cualquier hombre quedaría impactado con su belleza, sin embargo, verla aquí hablando mal, criticando a sus propias amigas le quita el encanto.

—¿Bratt y tú ya hablaron de matrimonio? —la pregunta me toma desprevenida.

Martha se tensa a la vez que toma un sorbo de vino sin dejar de mirarme. Se resignó a verme como la novia de su hijo pero le aterra la idea de tenerme como su nuera para toda la vida. Cree que no soy digna de llevar el apellido Lewis.

—No —respondo— Nunca hemos tocado el tema.

—Cinco años de relación y ¿Aún no lo hablan? —continúa Sabrina— Pensé que estaban perdidamente enamorados.

—Están locos el uno por el otro —me defiende Zoé— No necesitan casarse para ser felices.

—Tal vez Bratt piensa que todavía no es el momento —dice Martha— Supongo que quiere asegurarse que eres la indicada.

—Seguramente —le doy un sorbo a mi copa con agua.

—Mi hermano es muy apegado a la familia —habla Sabrina— Sabe que es difícil aceptarte.

Concentro el enojo en el agarre de mi tenedor. Van a empezar con los dardos cargados de superioridad, es el plato principal cada vez que ceno con ellas. 

—Los americanos no congenian bien con los ingleses —la apoya Martha— La idea nos asusta.

—¿Qué hay de malo en los americanos? —pregunto tranquila— Que yo sepa no tenemos peste, ni nada parecido.

—No es peste, es la costumbre y el libertinaje que creen tener.

Un grupo de chicas estalla en aplausos en la mesa del centro mientras chocan sus copas armando una algarabía. 

—¡Happy Birthday, Katy! —gritan. «americanas»

—Que falta de educación —murmura Martha.

—Tengo entendido que sales a embriagarte con tus amigas —continúa Sabrina, haciéndome sentir como si estuviera en un concurso de arpías para saber cual humilla más.

—Sí, no hay nada de malo el que me guste divertirme.

—Estoy de acuerdo contigo —me apoya Mía— Estamos en el 2017, no en los años 60.

—La elegancia y la vulgaridad no van de la mano —murmura Sabrina entre dientes— Por eso no tienes la altura que se requiere.

—No me interesa estarlo —a diferencia de ella, hablo para que todos me escuchen— Soy americana, me gusta salir a divertirme con mis amigas, beber, fumar... Así nací, así me crié y no me importa cambiar nada de eso.

—¡No te enojes, querida! —dice Martha limpiándose con una servilleta.

—No estoy enojada —vuelvo a mi plato— Estamos compartiendo opiniones y yo estoy dando la mía.

—Debes entender que no es fácil...

—¡Suficiente del tema! —interviene Joset enojado— Si Bratt la ama y quiere casarse, bienvenida será.

—Tranquilo, señor Joset — las miro a las dos— Reconozco que por esto no he querido hablar de matrimonio con Bratt. No quiero dejar mi vida para volverme una británica aburrida y amargada.

Mía se ahoga con la bebida mientras Martha y Sabrina me miran como la peor de las alimañas. 

—Gracias por la velada.

Abandono el restaurante. Por este tipo de situación no quería venir a fingir ser la nuera perfecta. 

Me encamino al lobby lleno de turistas. 

—¿Se le ofrece algo? —me pregunta una de los botones.

—Un taxi, por favor —reviso que esté cargando efectivo.

—El servicio de transporte privado está a su disposición.

Habla a través del radio y en menos de un minuto tengo una camioneta en la entrada.

—¿A dónde la llevo? —pregunta el conductor.

Quiero estar sola, pensar y embriagarme. No es que sea alcohólica, pero necesito deshacerme de la frustración.

—Un bar.

—Conozco un lugar donde se presentan importantes artistas...

— Quiero un sitio común, nada de millonarios egocéntricos. 

Me mira con el ceño fruncido.

—Llévame a donde sales a divertirte.

Se sale de la zona de grandes centros comerciales adentrándose a la zona de estratos bajos. 

—La calle está cerrada debido a la celebración del carnaval anual.

—Me quedo aquí —abro la puerta.

—¿Desea que la espere?

Niego.

—Tomaré un taxi de regreso al hotel.

Bajo del auto, el bullicio me perfora los oídos. 

Me adentro en la multitud. Salsa, merengue y bachata predominan en el ambiente. Mujeres y hombres me ofrecen bebidas y una que otra sustancia alucinógena.

Llego al final de la calle. Una enorme fogata ilumina la mitad de la playa, mientras los nativos bailan samba tocando los tambores alrededor de la misma.

Entro a uno de los bares.

—¿Qué tomarás, hermosa? —me pregunta el hombre de la barra.

—Tequila —dejo la cartera.

Estrella el trago contra la mesa.

—Voy a necesitar toda la botella —bebo el trago— ¿Puedo fumar aquí?

Asiente volviendo a desaparecer.

Tomo trago tras trago, dejando que el líquido caliente se deslice por mi garganta. No me equivoqué de sitio ya que el ambiente deja de lado el rato desagradable. El aire carnavalero me hace moverme en la silla observando las parejas que disfrutan bailar salsa. 

—¿Bailas? —me pregunta un moreno moviendo los hombros.

«Así de urgida debo verme» La música esta buena, pero...

—Soy gay —añade a la defensiva.

—Guárdame esto —le entrego la cartera al hombre de la barra.

No sé quién diablos es pero ¿qué más da? Yo sé defenderme, por ello, integrarme con extraños no es problema. Dejo que me lleve a la pista, Héctor Lavoe tiene a la gente sudando.

Se asombra cuando tomo el ritmo rápido, es que bailo desde los cuatro años. En la FEMF, las mujeres como yo deben tener un talento creativo, unas cantan, otras tocan instrumentos musicales mientras yo me fui por el lado de la danza. 

—¿Qué haces aquí sola? —pregunta el moreno.

—No tenía con quien venir —me encojo de hombros.

—Puedes acompañarnos—señala su mesa— Soy Víctor, somos dominicanos.

—Me llamo Rachel.

Bailamos tres canciones antes de que me presente con sus amigos. 

—Te presento a Carolina, María, Guillermo y Pablo.

Me saludan con un beso en la mejilla, pido que trasladen la botella a la mesa. El grupo de personas me acogen como uno de ellos, me deleito embriagándome mientras bailo hasta que me duelen los pies.

A las dos de la mañana toman rumbo dejándome en la barra. 

—Un gusto conocerte —se despide Víctor.

— Gracias por el rato.

El calor es insoportable.

—¿Más tequila, muñequita?.

—Por favor —saco un cigarro.

Reviso el celular. Tengo tres llamadas pérdidas de Luisa, una de mi madre y dos de Martha. ¿Para qué diablos me llama?, ¿Para terminar de restregarme la poca clase que tengo?

—¿Quieres bailar? —me pregunta un hombre con la cabeza rapada repleto de sudor. La punta de una navaja se le asoma en el cinturón, tiene la típica pinta de depredador sexual.  

—Estoy cansada, pero gracias por el ofrecimiento.

—¡Te vi bailando con el maricón! —replica molesto— No te hagas la difícil conmigo.

—No me hago la difícil, simplemente estoy cansada.

—La música está suave —aferra la mano en mi brazo.

—Dije que no —aplasto el cigarrillo en el cenicero.

De un tirón me saca del taburete.

—Di que sí, la pasaremos muy bien.

—Déjala Miguel —le advierte el hombre de la barra.

—¿Por qué? La muñeca tiene pinta de estar muy rica—me impregna de su sudor.

—¡Dije que no! —lo empujo y cae sobre una mesa.

Aunque esté ebria tengo un entrenamiento de defensa personal de más de quince años.

Vuelvo a la barra mientras el hombre insiste tomándome otra vez, me preparo para golpearlo pero el agarre no dura mucho ya que le propinan un puñetazo que lo deja tendido en el suelo. 

—¡Lárgate! —mis sentidos captan su voz desencadenando un torrente de emociones que viaja por mi estómago.

No me atrevo a mirarlo. El hombre se levanta y sale maldiciendo mientras el de la barra me pregunta si estoy bien, asiento en tanto pido otro trago.

«¡Que se largue, que se largue!» Ruego para mis adentros, en cambio, sucede todo lo contrario. Hala un taburete pidiéndose un trago.  

Pasea los ojos por mi cuerpo empeorándome los nervios. 

—¿Qué haces aquí? —pregunta.

—Bebiendo —me inclino el trago de tequila.

Me toma la barbilla obligándome a que lo mire. Sigue estando igual de perfecto que en el restaurante, de hecho, siempre está perfecto; con uniforme, elegante, de civil, desnudo.

 Podría andar en harapos y seguiría siendo el hombre más apetecible del mundo. 

—No es un buen lugar para beber.

—¿Qué te importa? —aparto la cara— Tampoco es un buen lugar para el "Coronel Morgan"

Me sirvo otro trago.

—¿Y desde cuándo me das sugerencias? —arrastro la lengua para hablar— Ni siquiera te agrado.

—No hables de lo que no sabes —le da un sorbo a su whisky.

—No podría agradarte jamás—sonrío sin ganas— Me acosté contigo siendo la novia de tu mejor amigo.

Deja el vaso sobre la mesa mirándome de arriba abajo. La piel se me enciende mientras el libido me avisa que no fue un vistazo común.

—El tequila te suelta la lengua —da dos pasos hacia mí.

—¡No te me acerques! —le advierto con la mano levantada— Estoy cabreada, ebria y llevo semanas soñando que me follas.

La música no está tan alta, el de la barra me mira como si hubiese perdido la cabeza «¡Idiota!» No medí el volumen de mi voz.

Espero que diga algo pero como era de esperarse se devuelve a la barra dedicándome la ignorada del siglo.

«¡Que estúpida!» Busco mi billetera.

Estoy mareada, tengo ganas de vomitar, soltar la lengua y hablar como loro, es lo peor de estar así. Mi otra yo (la zorra por lo que veo) sale a luz diciendo disparates y estupideces.

Pago, bebo el último trago preparándome para largarme. 

—Yo te llevo —me toma del brazo. El contacto me quema, las emociones hacen estragos, encima mis piernas amenazan con dejar de sostenerme.

—No quiero ir al hotel.

—¡No era una pregunta! —aprieta el agarre.

Me suelto y con rodillas temblorosas emprendo la huida sin mirar atrás mientras mi corazón me pide a gritos que me devuelva.

Los pies me dejan de funcionar cuando llego la puerta «No quiero irme» Giro sobre mis tacones, «¿Qué haces?» Grita mi conciencia pero ya es demasiado tarde, estoy caminando hacia él como si no tuviera auto control.

Está de espalda contra la barra, intento razonar conmigo misma, pero mi razonamiento se fue a La Patagonia.

Me aferro a su hombro encarándolo con valentía. Saco el descaro y el valor que no tengo estando sobria. Mi cerebro advierte mi relación con Bratt, pero ver el atractivo de este hombre me tiene demasiado mal. 

Sin palabras ni explicaciones tomo su cuello y lo atraigo a mi boca abriéndome paso entre sus labios. El contacto me enloquece mientras las bragas se me empapan cuando nuestras lenguas danzan al ritmo del beso. Lo peor es que no me toca ni me aparta, simplemente deja que lo devore y lo apriete contra mí.

Los minutos se me hacen eternos, mis manos no se contienen así que se pasean por su torso palpando la dureza de su pecho. La adrenalina me consume cuando mi cuerpo responde encendiendo un sinfín de mariposas que me cuesta controlar. No sé de donde saco el razonamiento y la fuerza para apartarlo finalizando el beso con un leve mordisco en su labio inferior.  

Abro los ojos detallando la boca roja por el beso, sigue serio, en cambio yo, siento que me he quitado parte del peso que me acompaña todas las noches. 

—Lo... siento— es lo único que digo antes de irme. 

«¿Qué diablos me pasa? La brisa me tambalea cuando me sujeto de la puerta que da a la salida ¿Cómo diablos se me ocurre ser tan descarada?».

El golpe de moral llega como el choque de una ola, me siento sucia. Emprendo la huida lejos de él y de todo lo que me hace sentir, encima su fragancia me está causando una muerte lenta, difícil de asimilar.

«Dios» Parece que tuviera fiebre. Sinceramente siento que no soy yo en ningún sentido estando así; inquieta, caliente y arrebatada. Camino rápido adentrándome en la playa desierta. 

"Bratt se merece alguien mejor"  Sabrina y Martha tienen razón, no lo merezco. 

Tiemblo cuando siento un leve tirón en mi cabello, su aroma me abruma. Me deja sin habla cuando siento sus manos sobre mi cuello.

—Me besas y luego te acojonas —me gruñe en la mejilla— Tenga la amabilidad de explicarme a qué jugamos, teniente.

No contengo el jadeo que suelta mi garganta, en tanto que el calor que emana es demasiado y la erección me está taladrando la espalda.

—Si quieres que follemos, sólo dilo. No te pongas con juegos de niñita.

Baja por mi pecho sacándome las tetas del vestido, sin sutilezas las toma y las estruja como si fueran suyas.

Miro hacia todos lados asegurándome de que no haya nadie. 

—Basta —intento razonar, pero mi entrepierna está aclamando otra cosa— Estoy ebria... No sé lo que hago.

Pasa la boca por mi cuello robándome otro gemido.

—¡Déjame ir! —suplico.

Toma mi cintura dejándome de cara contra él.

—¡Repítelo! —exige a centímetros de mi boca.

Roza mis pezones erectos mientras vuelvo a colgarme de su boca, sabe tan bien que me cuesta razonar y alejarlo ¡Maldita sea! Es como un afrodisíaco que me pone el libido a doscientos por ciento.

Paso los brazos por encima de su nuca dejando que me tire a la arena mientras caemos uno arriba del otro, no dudo en abrir las pierna ofreciéndole mi coño empapado. Se relame, no vacila a la hora de quitarme las bragas en tanto se prende de mis tetas lamiendo y saboreando sin ningún tipo de lástima. Pasa la lengua una y otra vez mojándome más de lo que ya estoy a la vez que su mano viaja a los pliegues de mi sexo empapándose los dedos con mis fluidos.

Medio se aleja para soltar el pantalón liberando el miembro erecto. Lo sujeta paseando el glande entre mis pliegues, se siente tan grande y gruesa que me contoneo suplicando que acabe con la tortura. 

—Ábrete más —hunde los dedos en mi entrada— Quiero meterla toda.

Obedezco mientras ubica el glande en mi abertura. La primera embestida es dura y salvaje, se hunde tan rápido robándome quejidos que se pierden en el eco de las olas. Este hombre es pura potencia. La erección me maltrata, pero me complace cada vez que sale y vuelve a entrar rozando los testículos en mi periné. Se prende de mis pechos chupando mientras hunde las manos en mi cadera soltando leves gruñidos con cada embestida.

Le muerdo el lóbulo de la oreja mientras trazo círculos con mi cintura, el orgasmo se acerca y tengo la necesidad de sentir su tibieza antes de soltarlo.

—Quiero sentirla —le pido en medio de jadeos.

—¿Qué? —pregunta con la respiración acelerada.

—Tu eyaculación.

Tensa la mandíbula tomándome del cuello.

—Demasiado pronto.

—No para mí —alzo la pelvis incentivándolo a que la suelte. Quiero repetir lo mismo que sentí en Brasil ya que me estremeció ocasionar aquella descarga.  

Se le oscurecen los ojos mientras arremete con todo lo que tiene, sin embargo, no llega tan pronto. Primero embate con estocadas certeras y besos feroces. Me aferro a sus brazos cuando presiento la llegada del orgasmo. El deseo me gana perdiéndome en llamas y en nubes de extremo placer.

Me empapa y lo empapo cuando eyacula en la entrada de mi sexo.  

Se deja caer a mi lado, sudoroso y con la respiración agitada.

Lo volví a hacer. Esta vez no tengo excusa para justificarme. Me gusta y ese gusto se debe a que me encanta como me toma, toca, muerde y besa.

Apoyo los codos en la arena mientras me siento para desabrocharme las sandalias. Tengo que irme, no quiero hablar ni tener que mirarlo después de haber suplicado como una golfa para que se corriera dentro de mí

No tengo palabras que decir ni explicaciones que dar, solo medio me acomodo el vestido y recojo mis zapatos. 

—¿Qué  haces? 

No contesto, me voy sin mirar atrás. 

—¡Rachel, espera! —grita a mi espalda.

Los sentimientos encontrados no me dejan razonar. Debo largarme del hotel de Hawaii y tal vez de Londres. 

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