La Mujer Que Yo Robé

By AmorTekila

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Dionisio Ferrer ha llegado a El Soto por cuestión de negocios; Una vez ahí, queda completamente deslumbrado a... More

Capítulo I
Capítulo II
Capítulo III
Capítulo IV
Capítulo V
Capítulo VI
Capítulo VII
Capítulo VIII
Capítulo IX
Capítulo X
Capítulo XI
Capítulo XII
Capítulo XIII
Capítulo XIV
Capítulo XV
Capítulo XVI
Capitulo XVII
Capitulo XVIII
Capitulo XIX
Epilogo

Capítulo XX

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By AmorTekila

La vista era impresionante desde el piso más alto del nuevo y lujoso hotel, Buen Aventura. Cristina admiraba los extensos y boscosos terrenos que se expandían a la distancia. Sin duda un paraíso. El refugio perfecto para cualquiera que quisiera alejarse unos días de la ciudad. Los primeros rayos del sol se asomaban sobre el horizonte, filtrándose por la ventana e iluminando la enorme habitación a sus espaldas. Escucho a Dionisio ronronear y removerse aun dormido sobre la cama. Cristina giro hacia él, encontrando la sabana enredada entre sus piernas cubriéndolo hasta la cintura nada más. Sonrió en adoración mientras se acercaba a la cama, subiendo cuidadosamente para no despertarlo. Se recostó sobre su brazo, usándolo de almohada y echándole un brazo sobre su torso desnudo se abrazo a él. Su tacto era suave, agradable, aun entre sueños Dionisio lo reconoció. Se giro hacia ella, envolviéndola firmemente entre sus brazos, aspirando su aroma, sintiendo su cuerpo fino pegado al de él. La mujer de sus sueños, se dijo a sí mismo mientras sonreía levemente, era real y era de él.

-Eres un dormilón.- acuso Cristina, su tono dulce y juguetón.

-Después de lo de anoche... Podría dormir por horas.- respondió Dionisio, entrelazando sus piernas con las de Cristina.

-Fuiste tú quien me despertó, no una, sino dos veces, mi amor.- le recordó ella.

-¿Te quejas ahora?- pregunto él sonriendo, abriendo sus ojos finalmente y posándolos sobre los de ella.- Anoche no pareció molestarte...- agrego, echándose sobre Cristina sin abandonar su mirada.

La sonrisa seductora y la mirada que le dedico la hicieron ruborizarse. Cristina sonrió, debería ya estar acostumbrada a cada gesto, cada palabra que viniera de él para evitar aquella reacción, pero lo cierto era que no. Señal que ese hombre la tenia y mantendría loca de amor por el resto de su vida.

-Eres un insaciable.- dijo ahora ella, tendida boca arriba y sintiendo el peso de Dionisio sobre ella.

-Es lo que tú provocas en mí...- aseguro él, su sonrisa convenciendo a Cristina de sus palabras.

-Me encanta que sea así.

Los besos no se hicieron esperar y en cuestión de segundos, unían sus cuerpos nuevamente entregándolo todo en nombre del amor. Ambos terminaron exhaustos, saciados, pero solo por el momento. De eso, estaban seguros.

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-Norberto...- dijo Dionisio, su tono cargado con un dejo de ironía.- Te conozco lo suficiente como para saber que invertir en tus tierras, no me traerá más que problemas.

El hombre sonrió levemente, un tanto avergonzado. Tras enterarse de quien había resultado ser hija la novia de su hijo, Norberto no había perdido oportunidad para intentar sacar provecho de dicha unión. No pretendía ningún mal, solo quería sacar a su finca del apuro económico en el que había caído y se aferraba a la esperanza de contar con la ayuda de Dionisio. Quiso aprovechar que él pasaba por Alejandra para intentar convencerlo una vez más de brindarle la ayuda económica que tanto necesitaba pero, Dionisio no se la estaba poniendo nada fácil.

-Vamos, Dionisio...- insistió el hombre descaradamente.- Solo un año.- propuso.- Échame la mano, y después si esto no resulta como esperas rompemos nuestro trato.

-¿Y el dinero que haya invertido de aquí a entonces?- pregunto.- Dudo que a su tiempo me lo devuelvas...

-Bueno...- murmuro Norberto, no sabiendo que contestar a eso.- Podríamos llegar a un acuerdo.

Dionisio observo a Alejandra, en compañía de Germán, acercarse a la distancia. Ella y el muchacho compartían el pequeño departamento situado en los terrenos de Norberto. A Dionisio no le agradaba la idea, pero no quería invadir el espacio de su hija por completo. Pronto regresaría a la capital a continuar con sus estudios y por lo menos allá, él podría asegurarse de que Alejandra viviera como toda una princesa. Su princesa.

-Te diré una cosa, Norberto...- dijo Dionisio, volviendo su atención al hombre que tenía en frente.- Tienes mi ayuda por un año.- accedió.- Sí no aprovechas esta oportunidad, que te quede muy claro que me quedare con tus tierras al cumplirse ese plazo.

-Pero, Dionisio...- protesto el hombre.

-Es eso o no hay trato.- sentencio Dionisio.- Quiero a tu hijo libre de problemas para que su único enfoque en la vida, sea hacer feliz a mi hija. Por eso lo hago.- aclaro.- Así que piénsalo...- sugirió antes de unirse a Alejandra quien estaba lista para pasar el resto del día con él, su padre.

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El bebé pataleaba y agitaba las manitos contento, mientras su madre lo llenaba de mimos. Sus ojitos brillaban de alegría y a Cristina le causaba una ternura infinita verlo sonreír como lo hacía. Cada día que pasaba, se iba pareciendo más y más a Dionisio. Sus gestos, sus manías, a pesar de ser tan pequeño indicaban que sería igual de viril que su padre. Su pequeño hombrecito, como ella lo llamaba, crecía a pasos agigantados.

-Si sigues así de inquieto, te caerás de la cama, mi amor.- dijo Cristina, tomando a Lobito y colocándolo al centro de la amplia cama por milésima vez.- Papá no debe tardar...- aseguro, sonriendo tiernamente.

El bebé la miro atento y sonrió ante las palabras de su madre, haciendo pequeños ruiditos, comunes en una criatura de su edad. Dionisio entro a la recamara en el momento justo para presenciar la tierna escena entre madre e hijo. Cristina alzo la mirada, viéndolo deshacerse de su chaqueta mientras se acercaba a la cama para unirse a ellos. Un tierno beso para ella, costumbre que no fallaba y para nada molestaba a ninguno de los dos. 

-¿Cómo se porto mi pequeño Lobito?- pregunto Dionisio juguetón, tomando al bebé entre sus manos y alzándolo alto, causando la risa del bebé.

-Bien como su padre.- respondió Cristina, sonriendo mientras observaba como se divertían los amores de su vida.- Aunque muy activo también...

-Cuando menos lo esperemos andará correteando por toda la casa.- dijo Dionisio, ahora arrullando a su hijo entre sus brazos, sentado en la cama y sintiendo como Cristina se acercaba a su lado, pasándole un brazo sobre sus hombros.

-¿Cómo te fue con Alejandra, mi amor?- pregunto ella, colocando el chupón en la boquita del bebé.

-Muy bien.- respondió Dionisio en casi un susurro pues Lobito comenzaba a cerrar sus ojitos en señal de sueño.- Al fin tuvimos tiempo de platicar, y de ponernos al día...- agrego, Cristina escuchándolo atentamente.- Alejandra es una muchacha, al igual que Acacia, muy madura para su edad y de un gran corazón.

-Ambas han tenido grandes pérdidas y eso las ha hecho fuertes y capaces de vencer cualquiera adversidad.- comento, acariciando la cabecita de Lobito y notando que se había quedado dormidito.

-Así es. Una vez más intente convencerla de consultar con un especialista para que le ayude a superar sus...- Dionisio pauso, no le gustaba pensar en lo que aquel infeliz había sido capaz de hacerle a su hija, jamás terminaría de lamentar el no haber estado presente para evitarlo.- Traumas.- continuo.- Pero se negó. Ella asegura que con Germán es suficiente.

-Y así será, mi amor.- le animo, Cristina.- Por lo menos por ahora. No hay nada que el amor no lo pueda, y además Germán es un gran muchacho que hará lo necesario para hacer feliz a tú hija.- aseguro.- Igual como tú haces todo por mí.- comento, inclinando su rostro sobre el de él y besándolo lentamente en los labios.

-Mmm...- gimió Dionisio.- Y tú por mí.- dijo, disfrutando del roce de los labios de su mujer.- ¿Te he dicho lo bella que te ves esta noche?- pregunto entre besos, su tono peligrosamente seductor y refiriéndose al corto camisón que Cristina vestía y él deseaba despojar.- Acuesto al niño y vuelvo.- interrumpió él muy a su pesar, saliendo de la cama con Lobito en brazos.

-No tardes.- pidió ella, sonriente al verlo salir de la habitación casi corriendo, y esperando que el bebé no despertara llorando al ser acostado en su pequeña cuna pues dormir con sus padres se le estaba haciendo costumbre.

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La audiencia concluyo tras dictarse la sentencia del juez. Esteban Domínguez pasaría el resto de su vida tras las rejas y por supuesto no contento con eso, se elevo a sus pies gritando amenazas a medio mundo presente incluyendo al juez. Los guardias lograron tomar control de la situación y lo sacaron casi a rastras de la sala. Teresa, sosteniendo la mano de Andrés, suspiro aliviada. Otro triunfo más, y otro delincuente tras las rejas. 

-Señorita Medrano...- llamo el Comandante Juárez, acercándose a ella y a Andrés al verlos salir del edificio.- Felicidades.

-Gracias, comandante. Y por favor llámeme Teresa nada más.- pidió ella, el comandante asintiendo con una inclinación de cabeza. 

-Como guste. ¿La señora Cristina no los acompaño?- pregunto.

-Dionisio no lo creyó conveniente y además ella no insistió.- informo la mujer.

-Hicieron bien.- respondió el comandante.- No fue nada agradable la reacción del señor Domínguez tras dictarse su sentencia y de haber estado aquí ellos, las cosas se hubieran puesto peor.

-Es increíble el cinismo de ese hombre.- expreso Teresa en referencia a Esteban.- Sigue sin aceptar todo el mal que ha hecho.

-Lo aceptara tarde o temprano.- aseguro el comandante.- Tendrá lo que le resta de vida para pensar en lo que le hizo caer tan bajo.

-Ojala no se equivoque, Comandante...- dijo Teresa, pensando en lo común que era que un delincuente como Esteban Domínguez, jamás se arrepintiera de nada. 

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Las dos jóvenes disfrutaban del día soleado mientras caminaban y platicaban por los hermosos jardines de El Soto. Cada día más visitados, por cierto. Repletos de turistas, todos encantados por la hospitalidad que recibían de parte de la gente del pueblo. Sin duda la visión de Ulises y Dionisio de traer ganancias a la zona estaba resultando ser todo un éxito.

-Lleva días, tal vez semanas así y la verdad es que ya empieza a preocuparme.- dijo Acacia, su voz y expresión mostrando su desconcierto.

-¿Has intentado hablar con él?- pregunto Alejandra.

-Sí. Pero siempre evade mis preguntas asegurándome que todo está bien.

-¿Entonces qué te preocupa? Ulises te ama, Acacia.- aseguro la joven.- Trata de no preocuparte tanto.

-Es que lo intento pero siento que algo me oculta, Ale.

-No seas impaciente.- sugirió la muchacha sonriendo.- Si eso es verdad, terminara por decirte lo que es tarde o temprano, ya verás...

-¿Tú sabes lo que es verdad?- pregunto Acacia, realizando que bien, su amiga estaba enterada de algo que ella desconocía.- No es justo, somos hermanas. Tienes que contarme.

-No puedo.- respondió la joven a las suplicas de Acacia.- Pero mañana hay una cena en el hotel de papá y tienes que estar presente.

-¿Una cena?- pregunto la joven.- ¿Para qué?

-En parte es mi despedida.- respondió Alejandra.- Regreso a la capital la semana que entra.

-Me alegra mucho que continúes con tus estudios, Ale.- expreso Acacia, sonriendo sinceramente.- Aunque te voy a extrañar muchísimo.

-Yo a ti, Acacia.- aseguro la muchacha.- Pero nos estaremos viendo muy seguido. Vendré cada que tenga oportunidad.   

-Te estaremos esperando. Ahora dime por qué otro motivo cenaremos en familia.

-Es una sorpresa, y no diré más.- respondió, sonriendo al instante que Acacia hacia una mueca de disgusto.

No muy convencida y un tanto molesta, Acacia asintió, dejando escapar una sonrisa que luchaba por contener pues lo creía injusto que Ulises le ocultara cosas que al parecer Alejandra conocía bien. La curiosidad la mataría, y las horas sin duda no marcharían nada rápido.

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-¿Cadena perpetua?- pregunto.

Teresa asintió y una sensación de alivio cayó sobre él. Se encontraban en su casa a las afueras de El Soto. Aun la conservaba como estación de negocios, y aunque mayor parte del tiempo la pasaban en La Benavente siempre le había gustado contar con su propio espacio. Eso sin olvidar la lujosa suite de la cual también era dueño en su hotel. Dionisio suspiro, satisfecho por el dictamen del juez. Esteban Domínguez estaba en donde pertenecía y nunca más volvería a acercarse a su mujer, a sus tierras, a su familia.  

-Es lo que merece y mucho más.- dijo Dionisio.- Ojala su vida se convierta en un infierno en ese lugar.

-Sin duda lo será.- aseguro Andrés.

-Y más porque se niega a aceptar su suerte.- agrego Teresa convencida.

Dionisio bebió el contenido de su copa de un solo trago. Le hervía la sangre por el coraje que sentía cada que trataba ese asunto. Se tranquilizo un poco al entrarle una llamada de Cristina. Llamada que no dudo en aceptar inmediatamente.

>Dime, mi amor... Paso por ellos a mi regreso... Te amo, un beso para ti y otro para el niño...

Dionisio termino la llamada, poniendo su celular sobre la mesa de centro. Una sonrisa aun dibujada en su rostro mientras compartía detalles con Teresa y Andrés de la llamada que acababa de recibir.

-Era Cristina.- dijo Dionisio.- Nuestro hijo necesita más pañales.

Tanto Teresa como Andrés no evitaron sonreír ante las palabras de Dionisio. Simplemente se les hacia algo extraño en él. Procurar a un bebé y a una mujer no habían sido características dignas de admiración en él. Pero ahora lo eran, y no podían estar más felices de lo que estaban por él.             

-Volviendo al tema...- comento finalmente Dionisio.- ¿Qué me dices del imbécil de Danilo?- pregunto, sirviéndose otra copa de whiskey sin rastro de la sonrisa que un momento atrás compartía.

-Su caso sigue bajo investigación.- informo Teresa.- Las mujeres que mantenía en ese lugar se niegan a declarar en su contra.

-Eso no puede ser.- dijo Dionisio, sin entender por qué las victimas de Danilo harían eso.

-Tal vez sea por miedo.- sugirió Andrés.

-Es lo más probable. Pero el juez necesita testimonios y de no obtenerlos puede resultar muy difícil probar que Danilo es culpable de lo que se le acusa.

Dionisio miro fijamente a Teresa. Entendiendo bien sus palabras y sabiendo al instante lo que pretendía. Algo a lo que él mantendría un firme rechazo.

-Absolutamente no.- dijo Dionisio al instante, su tono firme y decidido.- No voy a exponer a mi hija de esa manera.

-Entiendo tu postura, Dionisio pero su testimonio es todo lo que tenemos contra Danilo.

-Dije que no y es mi última palabra, Teresa.- respondió, poniéndose de pie y caminando hacia su pequeña barra en busca de otro trago.- Tiene que haber otra manera de refundir a ese infeliz en la cárcel.

-Todo se puede mantener confidencial.- dijo Teresa en un intento de convencer a Dionisio.- Alejandra no tendría que presentarse ante una audiencia y mucho menos enfrentar a Danilo.

-No.- sostuvo Dionisio, volviendo al sofá con copa en mano.- Eres como una hermana para mi, Teresa. No me hables como abogada justo en esta ocasión.- pidió Dionisio y ella asintió.- Mi hija queda fuera de esto y no cambiare de opinión. Andrés...- llamo Dionisio después de un relativo largo silencio, su fiel asistente atento a las órdenes de su jefe.

-Dime.

-El boleto de avión que le conseguiste a Perla, ¿qué rumbo llevaba?

Andrés no titubeo, le dijo todo a Dionisio tal como lo quería saber. Estaba claro lo que pretendía y la verdad es que no existía otra salida. Tenía que localizar a Perla cuanto antes o Danilo podría salir libre, sin nada de cargos, y sus atrocidades pasando a ser impunes. Por supuesto que no lo permitiría. No después del daño que le había hecho a su hija. 

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-A ver mi muñequito precioso...

Elenita tomo a su nieto entre sus brazos, recién bañadito y vestidito como todo un príncipe. Cristina estaba contenta de tener a sus padres de vuelta en la hacienda. Aunque seguramente solo sería por unos días pues ellos se negaban a abandonar su hogar en San Jacinto.

-Me alegra mucho que tú y papá hayan decidido venir a la cena de mañana, mamá.

-No podíamos faltar hija. Según sé que Ulises tiene algo muy importante que comunicarnos a todos.- respondió la mujer, sin dejar de acariciar y mimar a Lobito quien se entretenía mordiendo uno de sus juguetes.

-Dionisio no ha querido decirme nada pero creo que se trata de una propuesta de matrimonio a Acacia.- adivino Cristina, quitándole el juguete a su hijo y reemplazándolo por un chupón.- Parece que no tarda en salirle un dientito.- dijo sonriendo.

-Este hombrecito se pone más grande cada vez que lo veo.- comento Elenita tiernamente, Lobito atento, sin quitarle la mirada de encima.- Sera todo un rompe corazones.

El bebé sonrió, causando que su chupón cayera. Cristina no supo si por las palabras de su madre o al escuchar la voz de Dionisio quien anunciaba su llegada con todo y caja de pañales en brazos. Él se acerco, abrazo y beso a modo de saludo a su suegra. Después a Lobito quien feliz de verlo manoteaba y pataleaba en brazos de su abuelita. Por último a Cristina, un rápido y discreto beso en los labios de su amada.

-¿Cómo te fue?- pregunto ella.

-Bien.- respondió, deshaciéndose de su chaqueta.

-Llevare al pequeño a su habitación. No tarda en dormir su siesta.- dijo Elenita, retirándose para dejar a su hija y a Dionisio hablar libremente.

Dionisio tomo a Cristina de la mano y la guio al sofá más cercano. Ya una vez sentados los dos y después de asegurarse que no hubiera nadie en cerca le conto a Cristina lo que había dictado el juez. Al igual que él, su reacción había sido una de alivio y satisfacción. Aunque también alcanzo a notar cierta tristeza en ella. Dionisio lo comprendió. Ella se había casado con aquel infeliz llena de ilusiones, de esperanza a recuperar la felicidad que su difunto marido le había dado, se había casado enamorada de un hombre que no había hecho más que engañarla. Lo odiaba y odiaría el resto de su vida por ello. Pero Cristina ahora era suya, se dijo a sí mismo mientras alargaba su mano y le acariciaba tiernamente el rostro haciéndola sonreír al instante. Le encantaba verla así, feliz.

-Dedicare mi vida entera a hacerte feliz, Cristina.- aseguro él.- Mi Cristina...

-Ya lo haces, mi amor.- respondió ella, disfrutando de las tiernas caricias que él le brindaba.- No tienes que esforzarte mucho.- agrego sonriendo y viéndolo sonreír también antes de unir sus bocas en un profundo y apasionado beso.

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El momento al fin había llegado. No tenía por qué pero el joven estaba hecho todo un manojo de nervios. Era consciente del gran paso que estaba por dar y de la responsabilidad que implicaba el pedirle a Acacia que fuera su esposa. Quería hacerlo, jamás en su vida había estado tan seguro de algo más que de eso. La amaba, y ella le correspondía de la misma manera. Un amor puro, limpio, un amor incondicional por sobre todas las cosas. No había dudas. El momento al fin había llegado.

-Su atención por favor...- pidió Ulises, poniéndose de pie y acaparando las miradas de todos los presente.

El salón era amplio, no el más grande que ofrecía el hotel pero acogedor para dicha ocasión. Tanto la familia de Acacia, que incluía a Dionisio, como la familia de Ulises estaban presentes. Eso fue suficiente para hacer sospechar a Acacia que algo pasaba. La joven miro atenta a su novio mientras se dirigía a la familia. El muchacho luego de decir unas cuantas palabras, tomo la mano de Acacia, invitándola a ponerse de pie a su lado. Ella sonrió e hizo lo que él le pedía. Su corazón comenzó a latir fuerte  al escucharlo empezar a decirle, frente a todos, cuanto la amaba. Nuevamente sonrió, agradecida por ese amor que él le profecía, un poco tímida pues toda su familia los veía, y por ultimo muy nerviosa ya que imaginaba lo que estaba por suceder. No se equivoco.

-Acacia...- dijo Ulises, colocándose en una rodilla mientras sacaba y extendía hacia ella una pequeña caja que contenía un hermoso y brillante anillo de compromiso.- ¿Aceptas casarte conmigo?

Las lágrimas rodaron por sus mejillas, decir que estaba sorprendida sería poco. Amaba a ese hombre, de eso estaba segura y nada habría podido ser más perfecto. Sus abuelitos, su madre quien al igual que ella derramaba una que otra lagrima, Dionisio quien la consolaba, Alejandra a quien veía como una hermana, la madre de Ulises y su hermano, todos se encontraban en espera de una respuesta la cual Acacia dio casi al instante.

-Sí...- dijo la joven, visiblemente emocionada y muy alegre.- Sí acepto casarme contigo...- agrego, lanzándose a los brazos de su ahora prometido y el salón estallando en aplausos y palabras de felicidad por la pareja. 

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Era muy tarde por la noche cuando todos regresaban a La Benavente. Los jóvenes se quedaron en el patio disfrutando de una linda velada mientras que Don Juan Carlos y Elenita se retiraban a descansar. Cristina y Dionisio, por otra parte, dedicaban atención y tiempo a su pequeño bebé quien por lo visto no lograba conciliar sueño y había estado muy inquieto según las palabras de Rosa.

-¿Ya se tranquilizo?- pregunto Dionisio, saliendo del cuarto de baño recién bañado y oliendo delicioso pensó Cristina cuando tomaba asiento en la cama a un lado de ella.
-Parece que solo nos extrañaba.- respondió sonriendo mientras Dionisio tomaba al bebé y lo colocaba boca abajo sobre su pecho, dando leves palmaditas sobre su pequeña espalda.

-¿Es eso, campeón?- pregunto tiernamente, Cristina notando como sonreía Lobito al escuchar la voz de su padre y sin dejar de morderse las manitos.

Mimaron y acariciaron a su hijito largo rato mientras platicaban amenamente. Cristina estaba muy contenta por su hija y el futuro que le esperaba. Ulises era un gran muchacho, que la amaba demasiado y Cristina estaba segura que su hija sería muy feliz a su lado. Dionisio, por su parte, estaba un tanto decaído pues su hija, Alejandra, regresaría a la capital a retomar sus estudios. Pero le consolaba el hecho de verla feliz y en compañía de un buen hombre que daba la vida por ella.

-¿Qué pasa, mi amor?- pregunto Cristina, tomando y arrullando al bebé ahora ella entre sus brazos.- Te noto un poco tenso. 

-Es la situación con Danilo...- respondió.- Ese imbécil está a punto de salirse con la suya.

-¿Pero cómo es posible?

-El juez dio un plazo.- explico, la frustración y coraje visible en su expresión.- Si no presentamos pruebas en su contra quedara libre a fin de mes.

-Eso sería una injusticia...- exclamo ella, cuidadosa de no alzar la voz demasiado pues Lobito se había quedado dormido.- Tiene que haber algo que podamos hacer.

-Lo hay.- aseguro Dionisio.- Solo espero que quien tiene la capacidad de ayudarnos también tenga la voluntad de hacerlo.

-¿De quién se trata?- pregunto Cristina.

-De Perla...

Era absurdo sentir celos de esa mujer, se repitió Cristina una y otra vez en su mente. Pero no era perfecta. Era mujer y ante todo perdidamente enamorada de un hombre que difícilmente pasaba desapercibido por nadie. Mucho menos para las mujeres. Por supuesto que estaba celosa. Por supuesto que preferiría que Dionisio no tuviese que hacer dicho viaje. Pero no había salida, el tiempo se estaba acabando y Danilo tenía que pagar por todo el daño que había causado. No había salida.      

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-Estoy harto de este maldito lugar.- refunfuño Esteban.

Él y Danilo caminaban sin rumbo por el patio de la correccional. Los demás presos los miraban al pasar, reconocían a Esteban Domínguez pues era innegable que había sido uno de los hombres más poderosos de la región. Pero ya no lo era, y a nadie en ese lugar le importaba su existencia.

-Pues será mejor que te vayas acostumbrando.- dijo Danilo, su sonrisa burlona permanentemente plasmada en su rostro.- Como bien dijo el juez, pasaras el resto de tu vida en esta cárcel.

-No seas imbécil, Danilo.- respondió molesto.- Mejor ahórrate tus comentarios y cuéntame que te ha dicho tú abogado.

-Nadie se ha presentado a declarar en mi contra.- informo el hombre, evidentemente satisfecho por lo sucedido.- ¿Te das cuenta? Quedare libre de cargos si todo sigue así...

-Yo no me confiaría tanto. Ese infeliz de Dionisio no dejara que te salgas con la tuya.- aseguro Esteban.- Mucho menos después de lo que le hiciste a su hija.

-Yo qué iba a saber que él terminaría siendo el padre de mi chiquita.- se defendió.- En todo caso la habría tratado como todo una reina para ganarme a mi suegro.- agrego burlonamente.

-Lo dices en broma, pero sí te creería capaz.- respondió Esteban, riendo ante las palabras de Danilo.- ¿Y ahora, Danilo? ¿Qué harías con Dionisio si lo tuvieras frente a ti ahora mismo?

-Lo mataría...- respondió sin rodeos.- Por su culpa estoy aquí, por su culpa he perdido todo lo que tenia. 

-Yo también...- agrego Esteban, su mirada penetrante por el odio que sentía hacia aquel hombre a quien culpaba por su desgracia.

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Apenas aterrizo el avión y Dionisio fue directo a su destino. Un par de años atrás se habría distraído, paseando por la playa, divirtiéndose con cuanta mujer le atraerá, o simplemente disfrutando de los placeres que la ciudad de Miami tenia por ofrecer. Pero ahora todo era diferente. No había nada que quisiera más, que encontrar a Perla y convencerla de declarar en contra de Danilo para así él poder regresar a lado de su pequeño hijo y mujer cuanto antes.

-¿Algo de beber, señor?- pregunto el impecablemente vestido mesero del lujoso restaurante.

-Un whisky, por favor...- respondió Dionisio, viendo al hombre alejarse a cumplir con su orden.

Paseo la vista por el lugar esperando encontrar a quien buscaba, pero no tuvo suerte. Estaba seguro de estar en el sitio correcto, Andrés se había encargado de eso pero aun así no miraba a Perla por ninguna parte. Pasaba de medio día, clientes entraban y salían, en su mayoría turistas extranjeros que disfrutaban del clima envidiable que ofrecía Miami. Una mescla de humedad sofocante y brisa marina se sentía en el ambiente. Dionisio hecho un vistazo a su reloj de mano tras darle el último trago a su segunda copa. Resoplo enfadado, desilusionado y un tanto malhumorado pues Perla seguía sin aparecer. Dejo un par de billetes sobre la mesa al tiempo que se ponía de pie dispuesto a abandonar el lugar y fue entonces cuando alcanzo a mirarla salir del restaurante a escondidas y casi corriendo. Corriendo de él.

-¡Perla!- llamo Dionisio ya una vez fuera del local y siguiéndola a paso apresurado por un callejón abandonado a plena luz del día.- ¡Espera!

-¡¿Qué quieres?!- grito ella de vuelta sin detenerse y viendo que él la alcanzaba.- ¿Para qué has venido?

-Perla, espera...- repitió Dionisio, firme y tomándola del brazo, obligándola a detenerse.

-¡Me estas lastimando!- se quejo ella.- ¡Suéltame!

-No sin que antes prometas que no huiras.

-¿Huir yo?- pregunto ella riendo.- ¿Cómo de qué o de quién o qué?

-No finjas. Te estuviste escondiendo de mí todo este tiempo allá adentro.- dijo Dionisio, aun sin soltarla.

-¡Bueno está bien! Ya...- aseguro ella, alzando las manos a modo de derrota.- ¿Qué quieres?- volvió a preguntar una vez Dionisio la había soltado.

-Que regreses a El Soto...

-Pero te has vuelto loco.- exclamo la mujer riendo y un tanto confusa por la petición de él.- Yo a ese lugar no regreso ni muerta, papacito.

-Regresaras lo quieras o no.- dijo Dionisio, su tono severo y firme.- La cuestión es si iras voluntariamente, o tendré que arrastrarte a la fuerza.

-¿Y cómo qué tengo que ir a hacer yo a ese pueblucho?- pregunto Perla, un tanto temerosa por la casi amenaza de Dionisio.

-Es fácil, Perla.- aseguro.- Declarar en contra del infeliz de Danilo Vargas. Ese imbécil le desgracio la vida a mi hija, la marco de por vida...- conto Dionisio, su mirada llena de odio ante el asombro de Perla.- Tiene que pagar por lo que hiso y a falta de testigos...- agrego, una sonrisa cínica, malévola dibujada en su rostro.- Tú me vas a ayudar a refundirlo en la cárcel, porque de no ser así, Perla, escúchame muy bien...- continuo, su tono ahora amenazante.- Yo mismo me encargare de que ese cobarde te encuentre, haga de ti lo que quiera, y después los mato a los dos yo mismo. Claro que a ti, si no lo hace él antes que yo.

Perla, aterrorizada, miraba con atención a Dionisio. ¿Realmente sería capaz? No lo conocía tan a fondo como para sacar conclusiones pero lo que sí tenía claro, es que Dionisio había mostrado ser un hombre de palabra y por lo tanto estaba casi segura de que él jamás amenazaría en vano.

-Tienes hasta este fin de semana para tomar una decisión.- informo él después de ver que ella había quedado sin habla.- Me lo debes, Perla...- concluyo a modo de despedida antes de retirarse, desapareciendo al dar vuelta al fondo del callejón, dejando a Perla pensativa y debatiéndose entre complacerlo y hacer lo correcto o no.

-Te lo debo, muñeco.- murmuro en un susurro, asintiendo levemente con la cabeza.

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Juguetes esparcidos por toda la sala y área de la entrada principal a la hacienda se había convertido en algo común para todos. Parecía casi imposible que un pequeño de poco menos de un año de nacido fuera el causante de todo ese desorden y más. Pero así lo era. El pequeño Dionisio ya gateaba y por lo tanto requería de más atención y sobre todo supervisión que los meses anteriores. En está ocasión, tanto Acacia como Alejandra, quien había regresado al pueblo después de haber estado un tiempo estudiando en la capital, habían ofrecido cuidar de su hermanito en la ausencia de sus padres.

-Dioni, no.- le regaño Acacia, al ver al bebé parado sosteniéndose de una maceta con intención de meter la manito y agarrar un puño de tierra.

-¡Da!- grito Lobito, volteando a ver a su hermana mayor y una hermosa sonrisa mostrando solo un dientito plasmada en su rostro.

Ambas jóvenes sonrieron, era imposible enojarse con él. Era hermoso, había heredado los ojos de su madre, siempre cargados de ese brillo especial que cautivaban a cualquiera.

-Aunque nos mires así...- dijo Alejandra, caminando hacia el bebé y tomándolo en brazos.- Sabes que a mamá no le gusta que toques sus plantas.

-Ma ma ma...- balbuceo mientras era colocado en el sofá entre ambas muchachas.

-No tardara en extrañarlos.- dijo Acacia, acariciando la cabecita de su hermanito que se encontraba entretenido con un par de juguetes.

-Y ellos seguramente a él.- respondió Alejandra, sonriendo al igual que Acacia con evidente complicidad.

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El viento acariciaba su rostro, la refrescante brisa marina se elevaba al atardecer. Un hermoso y colorido paisaje se extendía ante ellos, reflejándose así en las aguas cristalinas que les rodeaban. El lujoso yate en el que se encontraban se mecía a un sereno ritmo acompasado. Solo estaban él y ella. Ambos disfrutando plenamente de su compañía, ambos disfrutando plenamente de su amor. Dionisio observaba a Cristina desde la barra en donde se encontraba sirviendo dos copas. Ella contemplaba el mar, totalmente ajena a la mirada pensativa de él. Sonrió en asombro por lo mucho que seguía y seguiría amando a esa mujer. La quería bien, pensó a sí mismo. La quería a su lado, la quería para el resto de su vida con él.

-Un brindis...- dijo acercándose a ella y ofreciéndole una de las copas.

-¿Por qué?- pregunto Cristina sonriendo.

-Porque te amo...- respondió, encogiéndose de hombros.- Porque hoy más que nunca...- continuo, deshaciéndose de ambas copas después de beber un trago y tomando las manos de Cristina entre las suyas.- Sé lo que quiero de la vida.

Sus palabras y más que nada su mirada la tenían totalmente embelesada. Cristina lo miraba y escuchaba con atención intentando descifrar lo que él estaba por decir.

-Te quiero a ti...- dijo Dionisio, sonriendo tiernamente, con adoración verdadera.- Quiero a nuestro hijo... Los quiero conmigo siempre... Cristina...

-¿Sí?- pregunto ella expectante, incitándolo a continuar.

-Amor mío... ¿Quieres casarte conmigo?- pregunto al fin, sin entender por qué se sentía tan nervioso.

Si él estaba nervioso, Cristina no salía de su asombro. No negaba haber soñado varias veces con ese momento pero que ahora realmente estuviese pasando era sumamente irreal. Sonrió nerviosamente, viéndolo hacer lo mismo a él.

-¿Tú quieres?- pregunto Cristina.

-Claro que sí.- aseguro Dionisio, aun sosteniendo las manos femeninas entre las suyas.

-Pero pensé que no creías en...

-Creo en nuestro amor.- la interrumpió.

-Entonces sí...- respondió ella, una sonrisa radiante iluminando su rostro, sus ojos destellando un brillo de alegría incomparable.- Acepto casarme contigo. Acepto ser tu esposa, Dionisio. Para siempre.

Dionisio la envolvió entre sus brazos, riendo de felicidad, la estrecho contra su cuerpo, segundos después sus bocas uniéndose en un beso profundo y voraz.

-Tal vez debí comprarte un anillo...- dijo Dionisio, apartándose un poco de ella y viéndola sonreír tiernamente.

-Con otro beso me conformo.- respondió Cristina, echándole los brazos al cuello.

- Ven...- dijo Dionisio, envolviéndola nuevamente entre sus brazos y besándola con desesperación.

Sus labios eran dulces y suaves, adictivos para él. Entre besos y ardientes caricias se adentraron al camarote, deteniéndose ante la enorme cama disponible para ellos, ambos agitados y sumamente excitados.

Cristina lo despojo de su camisa, trazando caricias sobre su pecho. La manera que lo tocaba y la forma en que lo miraba lo enloquecían de deseo. Tenía los labios hinchados por los besos arrebatadores que le había dado y eso solo le provocaba continuar.

Dionisio deslizo los tirantes del vestido femenino hacia abajo uno a uno, besando cada hombro al hacerlo. La prenda cayó al piso y ante él, admiraba a la perfección hecha mujer.

-Eres hermosa...- susurro, su voz mucho más ronca de lo normal.

Cristina sonrió, sus mejillas teñidas de un leve rubor. Sintió a Dionisio situarse tras ella, ambos aun de pie, ella en ropa íntima y él aun vistiendo sus pantalones. Sintió sus labios sobre su cuello, su barba produciéndole una indescriptible sensación de placer. Las manos de Dionisio se posaron sobre sus muslos, deslizándose después hacia arriba lentamente, tocando sus caderas, su cintura, y deteniéndose sobre su vientre cuando la apegaba mucho más a él. Cristina lo escucho gruñir cuando su erección rozo su cuerpo de ella.

Dionisio presiono su entrepierna contra la espalda baja de Cristina. La deseaba demasiado y quería que ella lo supiera. Le costaba mucho contenerse para llevar las cosas con calma. La giro nuevamente hacia él, ambos quedando frente a frente y sintió las manos de Cristina deshaciendo el botón y cierre de sus pantalones mientras él se disponía a quitarle el sostén. Sus senos llenos y firmes imploraban sus caricias. Dionisio se inclino hacia abajo, besando y succionando cada pezón fugazmente, arrebatándole leves gemidos a Cristina de placer.

Su autocontrol estaba por estallar, ella lo noto cuando Dionisio la tomo en brazos bruscamente y la recostó sobre la cama, situándose entre sus piernas al instante. Lo sintió agitar sus caderas, restregándose contra ella, la fina tela de sus bragas y la de los pantalones de él siendo la única barrera que impedía su unión. Pero se sentía tan bien. Su peso sobre ella, disfrutar de sus besos, de sus caricias, todo eso y más la hacían delirar.

Dionisio degustaba sus pechos, mordisqueándolos a su antojo y sintiendo como ella se retorcía bajo él, sintiendo como se aferraba a sus brazos y hombros en momentos clavándole las uñas en su piel.

-Te deseo...

-Y yo a ti...

Sus voces eran casi un murmullo, sus miradas oscuras y respiraciones jadeantes delataban el incontenible deseo que incrementaba segundo a segundo. Dionisio rasgo las bragas de Cristina deshaciéndose de ellas de un impulsivo jalón. Ella se quejo, pero él detuvo sus protestas besándola apasionadamente, impidiéndole razonar en ese preciso momento.

-¿Y tú?- pregunto Cristina entre besos.

Él se retiro un instante de ella, arrodillado aun sobre la cama, observándola de pies a cabeza mientras se deshacía de sus pantalones arrojándolos al piso junto a la demás ropa. Cristina también lo miraba expectante, incapaz de retirar su mirada de la de él. Volvió a tenderse sobre ella, situando su masculina rigidez en la entrada femenina directamente piel contra piel. Cristina se abrió a él, recibiéndolo en su interior tras un lento y profundo embate.
         
Se sentía tan llena, siempre requiriendo tiempo para acoplarse al tamaño de él. Dionisio lo sabía, estaba para su placer antes del suyo propio, es por eso que mecía sus caderas lentamente, saliendo y entrando cada vez más profundo que la anterior. Los gemidos de Cristina y la manera en que su cuerpo se relajaba y tensaba en torno a él, le hacían saber lo mucho que ella disfrutaba de su entrega. Dionisio giro rápidamente, colocándola sobre de él sin salir de ella.

Cristina plasmo sus manos sobre el pecho de él, apoyándose mientras ahora ella tomaba el control.

-Despacio...- dijo ella, moviendo sus caderas lentamente.
Subía y bajaba sobre la longitud de Dionisio, aumentando el ritmo en momentos, llevándolo casi al borde del éxtasis y disminuyendo otra vez. Lo veía tensar su quijada, sentía como clavaba sus dedos en sus caderas cuando la sostenía y movía a su antojo.

Dionisio giro nuevamente, enterrado profundamente en ella. Ambos seguían respirando con dificultad, después de besarla y apresar sus manos entre las suyas a sus costados, Dionisio retomo el ritmo. Esta vez mucho más posesivo y menos delicado que anteriormente. Salía y entraba, sus embates profundos y rápidos hacían a Cristina retorcerse de placer. Quería tocarlo, aferrarse a él, pero Dionisio se lo impedía queriendo mantener total control sobre de ella.

-Mírame...- demando él, sin dejar de mover sus caderas.

Cristina obedeció, abriendo sus ojos y luchando por mantenerlos así conforme crecía su deseo por dejarse elevar a la cima del placer. Nuevamente intento mover sus manos para tocarlo, decepcionándose un poco cuando no lo logro.

Dionisio sonrió, al verla quejarse, le enloquecía tenerla a su merced. Una fina capa de sudor perlaba su frente. No estaba seguro de poder continuar más tiempo. Libero las manos de Cristina, ella aferrándose a él inmediatamente mientras continuaba su asalto con aquel cadencioso vaivén de caderas.

Sus gemidos inundaron el lugar, al igual que los gruñidos roncos de Dionisio. Ambos jadeaban, sus cuerpos sudorosos seguían unidos. Fue Cristina quien estallo primero, su cuerpo entero tensándose en respuesta al alcanzar la cima del placer.

Dionisio siguió embistiendo, satisfecho por haberla complacido ahora buscaba su propio placer. Pego su frente a la de ella, bombeando incontrolablemente en su interior. Cerró sus ojos fuertemente y apretó la quijada a modo que su cuerpo era arrastrado al máximo nivel de excitación. Totalmente saciado y profundamente sumergido en ella, Dionisio se desplomo. Tanto él como Cristina entrando en un trance de total relajación. Nada ni nadie más importaba en esos momentos. Nada jamás sería más importante que su amor.

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-Te advertí que no debiste confiarte.- dijo Esteban, su tono un tanto burlón y cargado de ironía.- ¿Ahora lo ves? Dionisio otra vez se ha salido con la suya.

Danilo y Esteban caminaban de un lado a otro dentro de la diminuta celda. Cada día, cada semana, cada mes que pasaba se llevaba consigo la "esperanza" que esos tipos guardaban de volver a disfrutar de su libertad. Estaban frustrados, completamente derrotados pero oponiéndose a aceptar su destino.

-De nada sirve pensar en eso ahora.- contesto de mala gana.- Maldita Perla.- murmuro entre dientes, aferrándose a los barrotes y conteniendo la ira que le provocaba el sentirse derrotado.

-No es a ella a quien debes odiar.- dijo Esteban, con intención de sembrar más odio hacia Dionisio por parte de Danilo.

-Lo sé. Pero esa maldita también me las va a pagar por haberme traicionado como lo hizo.

-Obtendrás tu venganza.- aseguro Esteban.- Y yo la mía. Ahora lo que tenemos que hacer es pensar en cómo le vamos a hacer para escaparnos de aquí.

-Dijiste que tenias dinero.- le recordó Danilo, ambos hombres hablando en voz baja.- ¿Cuánto?

-Suficiente.

-¿Para qué?- pregunto Danilo.

-Para comprar la ayuda de quien sea necesario.- respondió Esteban, sonriendo con malicia y viendo a Danilo hacer lo mismo después de escuchar su respuesta.- Tenemos que ser cuidadosos.- explico.- Ver en quien podemos confiar.

-Eso puede tomar tiempo.- dijo Danilo no muy convencido por la idea de tener que estar mucho más tiempo en ese lugar.

-No llevamos prisa.- sentencio Esteban, tanto él como Danilo completamente ajenos a la cercanía de un guardia que había estado escuchando su conversación e intenciones.

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Solo habían estado fuera un par de días pero para todos en la hacienda ese corto plazo había parecido una eternidad. Todos los habían extrañado, pero por supuesto nadie más que el bebé quien a consecuencia del viaje de sus padres había tenido que acostumbrarse nuevamente a dormir solito y en su recamara.

-¡Campeón!- exclamo con alegría Dionisio al ver a su hijo.

-¡Ba ba!

Los ojitos de Lobito brillaban como dos grandes diamantes, la sonrisa de oreja a oreja que esbozaba le enterneció el corazón a Cristina, quien miraba como Dionisio tomaba al pequeño entre sus brazos y lo abrazaba con cariño.

-Nos distrajimos un segundo y destrozo dos más de tus plantas, mamá.- informo Acacia, sonriendo a modo de disculpa.

-Lobito Ferrer...- dijo Cristina, en tono serio y acusador.

El pequeño aun en brazos de su padre, miraba a su madre con atención. Ella siempre sonreía. A él le gustaba cuando lo hacía. Pero ahora no estaba sonriendo, al igual que las veces pasadas que él había "jugado" con sus plantas. 

-No te preocupes, campeón...- dijo Dionisio, alentando a su hijito en un susurro.- Con un par de besos a mamá se le olvida lo que hiciste.

-No le des esos consejos al niño, Ferrer.- lo regaño Cristina, sonriendo levemente y tomando al bebé en brazos, incapaz de molestarse con él por las travesuras que hacía.

-Pueden llegar a serle útiles algún día, mi amor.- se justifico Dionisio, sonriéndole a Cristina y viéndola hacer lo mismo al instante.

Esa noche cenaron en familia. Todos queriendo saber cómo les había ido en su viaje a Dionisio y Cristina quienes omitiendo la gran novedad de que habían decidido unir sus vidas, compartieron un poco de lo mucho que se habían divertido en alta mar.

-¿Cuándo les daremos la noticia?- pregunto Dionisio en un susurro, abrazando a Cristina por la espalda, ambos en la habitación de su hijo, observándolo dormir tranquilamente bajo la luz de la luna.

-Si no te molesta, quisiera esperar un tiempo hasta después de la boda de mi hija.- respondió, acariciando las manos que la rodeaban.

-De acuerdo.- acordó él, inclinándose hacia abajo y besando levemente el cuello de Cristina.- Todo se hará cómo tú quieras, mi amor. 
 
Cristina giro entre los brazos de Dionisio, quedando ambos frente a frente. Alargo una mano, deslizándola por el cabello de él, después acariciando su mejilla tiernamente.

-Gracias...- dijo Cristina, elevándose a las puntas de sus pies y besándolo suavemente.

-¿Por qué?- pregunto con confusión.

-Por todo.

No fueron sus palabras, sino la manera en que sonreía mientras respondía que hicieron a Dionisio dudar. Estaba seguro que algo le ocultaba pero fuera lo que fuera, se enteraría tarde o temprano así que nada más sonrió en respuesta y envolviendo a Cristina entre sus brazos deposito un tierno beso sobre su cabeza.

-Te amo.- susurro sobre su oído, estrechándola fuerte contra su cuerpo.

-Yo a ti.- respondió Cristina.- Para siempre.

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La gente comenzó a avanzar por la pequeña plaza en la que se encontraban y él no hizo más que seguirlos a paso lento, dejando que la multitud avanzara por delante de él, lo que le daba tiempo de poder apreciar con ojo crítico el estado de los edificios, los cuales a pesar de su antigüedad, estaban bien conservados. Miró alrededor de la plaza, observando y analizando los pequeños negocios de artesanías de la gente oriunda de aquel lugar, hasta que algo le llamó su atención. ¿Algo? No, algo no, más bien... alguien. Una mujer. Pero no una mujer cualquiera. Era una mujer de tez blanca, quizá mediría 1.60 o poco más, esbelta, de exuberantes curvas, y tenía el cabello largo y ondulado, tan negro como la noche, justo como a él le gustaba. En ese momento, la mujer se encontraba de pie, de perfil, con las manos en la cadera, la cabeza en alto y la barbilla elevada de forma desafiante. Su lenguaje corporal transmitía poder, seguridad y una gran confianza en sí misma. Parecía ser que ella era la dueña de todo y de todos, que ella con solo chasquear los dedos, todo el mundo haría lo que fuera por complacer sus caprichos al instante y él... Tenía que admitir que a él no le importaría nada ser alguno de aquellos en esmerarse para complacerla, siempre y cuando fuera dentro de una cama, y envueltos entre las sábanas.

*Muy bella.* pensó para sí, sin dejar de mirarla. *Tiene que ser para mi.*

-El que sólo se ríe...- dijo Cristina, llegando al rio y encontrando ahí a Dionisio con el pequeño Lobito en brazos. 

-De sus maldades se acuerda.- agrego él, girando su mirada a ella al escuchar su voz.

Tras meses de preparativos, muchos nervios, y mucho trabajo, al fin su hija, Acacia, había unido su vida al hombre que amaba. Ulises. La ceremonia religiosa había sido todo y más de lo que habían esperado. Sin duda un día que recordarían por el resto de sus vidas. Ahora los jóvenes, recién casados, disfrutaban de su fiesta junto a un sinfín de invitados que incluía familiares, amigos, y hasta gente del pueblo. Dionisio nunca había sido fanático de eventos a multitud, y aunque había disfrutado y celebrado la unión de su amigo y su, casi hija, al llegar la tarde sentía la necesidad de despejarse y alejarse de todo un poco. Con su hijo en brazos, eso hizo, perdiéndose entre el bosque, disfrutando de la tranquilidad que brindaba la naturaleza, y recordando.

-¿En qué pensabas hace un momento?- pregunto Cristina sonriente, acercándose a Dionisio y a su hijo, sintiendo como él la envolvía y apegaba a su costado con un brazo.

-En la primera vez que te mire y cómo desde entonces me propuse conquistarte.- respondió, esbozando aquella gran sonrisa que la embelesaba por completo.
   
-Todo empezó como un juego.- recordó Cristina.- ¿Tenias idea de cómo terminarían las cosas entre nosotros?

-Me daba una idea.- respondió.- Pero llego el momento que no creía merecerte. 

-Ahora sabes que sí.- dijo ella, abrazando tanto a Dionisio como a Lobito quien se entretenía deshojando unas ramas que sostenía entre sus manitos.- Jamás vuelvas a dudarlo.

-No lo hare.- aseguro, mirándola intensamente a los ojos.- Tengo algo para ti.- dijo sonriente, sacando una pequeña cajita del bolsillo de su pantalón.- Sé que acordamos en no decir nada acerca de nuestro compromiso hasta un tiempo después de la boda de Acacia pero me parece buen momento entregarte este anillo ahora, aquí. En este lugar que se ha convertido tan especial para nosotros, y en presencia de nuestro hijo.

-¡Esta hermoso, mi amor!- exclamo Cristina al ver el anillo, no tanto por lo fino y carísimo que parecía sino por lo que representaba.

- Ya no hay marcha atrás...- dijo Dionisio, colocando el anillo en el dedo de su amada.- Nos casaremos, y pondré todo de mi parte para asegurar que nuestra unión dure toda la vida, mi amor.- confeso, después inclinándose y besándola suave y sensualmente.

-Te amo.- susurro ella contra su boca.- Yo también tengo algo para ti.

-¿De qué se trata?- pregunto Dionisio suspicaz, apartando sus labios de los de ella y más entusiasmado de lo que quería dar a notar.

-Una noticia.- dijo ella, riendo levemente al verlo tan expectante.

-¿Algo grave?- insistió, ahora su expresión una de preocupación.

-Nada de eso, mi amor, más tarde te cuento.

- No no no...- se quejo él, colocando a Lobito sobre sus hombros, el bebé aferrándose al cabello de su padre y riendo por la gran vista que disfrutaba desde aquella altura.- Nos cuentas ahora. ¿Verdad que sí, campeón?

-¡Ta!- respondió Lobito, causando la risa de sus padres.

-Está bien, está bien.- se rindió Cristina, sonriendo.- Primero cómprame un helado.- pidió ella sin dejar de sonreír.- Tengo días que muero por uno de fresa.

-¿Helado?- pregunto Dionisio sin entender.- ¿Cristina...?- dijo él entrecerrando los ojos, sintiendo como ella tomaba su mano libre y la posaba planamente sobre su vientre.

-Vamos a tener otro bebé, mi amor.- confeso ella, derramando unas lagrimas de felicidad.

Dionisio sonrió después de salir de su asombro. Seco las lagrimas de Cristina con el dorso de su mano, la beso, la abrazo. Si con Lobito había creído volverse loco de alegría, en esta segunda ocasión no había sido diferente. ¡Otro bebé! Hijo suyo y del amor de su vida. SU familia. Después de un largo trayecto por la vida en donde abundaba la soledad, al fin Dionisio encontraba su lugar. Lugar que se había ganado y junto a la mujer que más había amado.

"Juego a ganar."

Había sido su lema, y sin duda ganó.

FIN

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