La Mujer Que Yo Robé

By AmorTekila

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Dionisio Ferrer ha llegado a El Soto por cuestión de negocios; Una vez ahí, queda completamente deslumbrado a... More

Capítulo I
Capítulo II
Capítulo III
Capítulo IV
Capítulo V
Capítulo VI
Capítulo VII
Capítulo VIII
Capítulo IX
Capítulo X
Capítulo XI
Capítulo XII
Capítulo XIII
Capítulo XIV
Capítulo XV
Capítulo XVI
Capitulo XVII
Capitulo XVIII
Capítulo XX
Epilogo

Capitulo XIX

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By AmorTekila

Su piel era suave. Tan suave como la había imaginado. No resistió tocarla, acariciar su fino brazo mientras la veía dormir profundamente, tendida sobre su cama. Era tan hermosa, como un ángel que iluminaba su oscuridad. Un ángel que le hacía olvidar al demonio en el que se había convertido a causa de ese amor prohibido. Observaba embelesado el subir y bajar de su pecho a un ritmo acompasado delatando su respiración. El aroma femenino, atrapaba sus sentidos despertando en él las ganas primordiales de atacarla a besos y mucho más. Continúo con su leve caricia, a penas rozando su piel mientras descendía por el antebrazo, después por la mano y finalmente pasando al muslo de la joven mujer. El corto camisón que vestía, le permitía tocarla directamente piel contra piel. Ella no despertaba. Y él seguía acariciando. Tenía que ser suya, jamás en su vida había deseado tanto a una mujer. La erección que mantenía presa bajo la tela de sus pantalones resultaba casi dolorosa y suplicaba ser liberada por él. No resistió, y en un brusco y pronto movimiento tomo ambos tobillos de la joven, separando sus piernas y situándose entre ellas rápidamente. Intento gritar, pero él se lo impidió. Intento zafarse, luchar con todas sus fuerzas pero él no la soltó. La beso en el cuello, siguiendo por sus hombros, y bajando a sus firmes senos, disfrutándolos a su antojo hasta que el forcejeo cesó, y ella ya no se movió. Estaba helada, tan fría como la nieve, y él ya no sentía el aliento de su respiración. Estaba muerta. Esteban la había matado.

Despertó sobre saltado y empapado en sudor tras lo que se había convertido en una terrible pesadilla. Su respiración agitada y el temblor de sus manos le eran imposibles de controlar. Cerró sus ojos firmemente, sentado al borde de la pequeña cama, y respiro profundo intentando tranquilizarse. Solo había sido una pesadilla, solamente eso se convencía a sí mismo. Acacia estaba viva. Viva y tenía que encontrar la manera de que solo fuera para él.

-Yo te amo Acacia.- murmuro con pesar en la soledad de su celda y la oscuridad de la noche.- No puedo vivir sin ti...- agrego, derramando unas lagrimas casi capaces de ganarse la compasión de cualquiera.- No puedo, mi amor...- repitió una vez más, sus sollozos delatando la agonía que sentía en el alma por saberse preso de un amor que jamás sería correspondido. 

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-Ya nació.- anuncio Dionisio repleto de alegría y con una sonrisa de oreja a oreja.- Esta muy pequeño...- describió ya una vez los padres de Cristina, Acacia y los demás se habían acercado a él.- Y muy hermoso...

Todos lo felicitaron uno a uno, incluyendo Alejandra quien había llegado junto a Germán minutos atrás. Pero se mostro distante, fría, y se guardo el abrazo que Dionisio esperaba recibir ante un momento tan especial.

-Me alegra mucho que estés aquí.- dijo Dionisio un tanto nervioso a la joven ya una vez los demás se había retirado a ver a Cristina.

-La señora Cristina y Acacia no merecen menos de mí.- respondió sería.- Ellas se han portado muy bien conmigo y acompañarlas en estos momentos no me cuesta ningún trabajo. Al contrario, lo hago con gusto.

-Te lo agradezco en nombre de ellas entonces.- dijo él, intentando no prestar atención al tono en el que la joven le hablaba.

-No hace falta.- contesto cortante.- Con permiso...- agrego antes de comenzar a retirarse en dirección a la habitación de Cristina.

-Ana, espera...- la detuvo Dionisio, soltando su brazo al tiempo que ella se giraba para verlo.- Alejandra, perdón.- se disculpo él por haberla llamado así.- Sé que ahora no es el mejor momento pero me gustaría mucho que aceptaras platicar conmigo, hija. Hay tantas cosas que debes saber. 

-Yo le agradezco todo lo que ha hecho por mí.- dijo la muchacha.- Que esté pagando mis estudios.- aclaro.- Pero por favor no ahora, no me llame hija y tampoco espere que lo vea como un padre cuando toda mi vida he vivido privada de ese cariño, de ese amor y esa protección que solo un padre puede brindarle a sus hijos.- agrego Alejandra, sus ojos aguados mientras ella luchaba por contener las lagrimas.- No le guardo ningún rencor porque sea como sea, yo sé que usted es bueno.- aseguro.- Pero necesito tiempo.

-El tiempo no sanara ni te hará olvidar nada, Alejandra.- respondió Dionisio, dolido al ver a su hija sufrir.- Pero está bien. Te di mi palabra que no insistiría y así será. Lo que menos quiero es presionarte.- aclaro.- Pero te pido que nunca dudes de lo mucho que te adoro y ten en mente que siempre estaré aquí para ti.- agrego Dionisio, viendo como la joven lo observaba en silencio y después de una leve inclinación de cabeza se retiraba y desaparecía al fondo del pasillo en dirección a la habitación de Cristina.    

Le dolía pensar en el rechazo de su hija, pensar en la posibilidad de que jamás lo aceptaría. Pero había algo más. Alejandra sufría y estaba seguro que algo terrible escondía. No era rencor el que ella le transmitía, sino resentimiento, un reproche muy grande por su ausencia en momentos cruciales de su vida.

-En estos momentos Alejandra está muy dolida, confundida incluso.- se escucho una voz a las espaldas de Dionisio haciéndolo girar y percatarse de que se trataba de Germán.- Pero ya se le pasara, Señor.

-¿Te conto todo?- pregunto Dionisio.

-La encontré muy mal, lloraba desconsoladamente y no tuvo más remedio que decirme lo que le sucedía.- explico el joven mientras él y Dionisio tomaban asiento en la sala de espera.

-¿Qué es lo que te dijo exactamente?- pregunto Dionisio un tanto tenso y más serio de lo que pretendía.

-Que usted es su padre.- informo Germán.

-¿Solo eso?- pregunto Dionisio, sabiendo que había más.

-Señor, yo no lo conozco lo suficiente, pero sí a Cristina y si ella ha decidido compartir su vida con la de usted, es porque usted debe ser una buena persona.

-No entiendo.- dijo Dionisio, confuso y sorprendido por la madurez del joven.

-Alejandra cree que usted la abandono, pero yo en cambio estoy convencido de que así no sucedieron las cosas.- aseguro el muchacho.

-Agradezco tu voto de confianza, muchacho y efectivamente, así no sucedieron las cosas.- dijo Dionisio con pesar.- Pero Alejandra se niega a escucharme y parece que no hay nada que la hará cambiar de opinión.  

-Ella es buena, señor. Muy noble.- dijo Germán sonriente, realmente embobado cada que hablaba o si quiera pensaba en Alejandra.- Solo necesita tiempo.

-Eso ya lo sé.- respondió Dionisio en tono fuerte y arrepintiéndose al ver la expresión de sorpresa en la cara del joven.- Perdón.- se disculpo al instante.- Dime algo, Germán...- agrego después de una larga y silenciosa pausa.- ¿Cuánto quieres a mi hija?- pregunto, sosteniéndole la mirada al joven.

-Mucho, señor.- contesto, convencido.

-¿La amas?

-Con toda el alma.

-Entonces no la abandones.- pidió él.- Pase lo que pase, si tu amor por ella es tan grande como dices que lo es, no la abandones.

-No entiendo por qué me pide eso.- dijo el joven un poco confundido.

-A mi hija le pasa algo más.- informo Dionisio.- Ella huye de algo, seguramente terrible que le sucedió en su pasado. Tú amor y tú cariño, pero sobre todo tú comprensión la ayudaran a superar esos golpes tan injustos que le ha dado la vida.- aseguro, pensando en cómo Cristina había sido su propia salvación.- Necesito saber si cuento contigo para restablecer la alegría y las ganas de vivir en mi hija.

-Por supuesto que sí, señor.- aseguro Germán sin dudarlo ni un segundo.- Pondré todo de mi parte para hacer a su hija feliz.

Dionisio asintió, complacido por la respuesta del joven. Tenía que averiguar cuanto antes de dónde y cómo, Alejandra conocía a Perla y a Danilo. Tenía sospechas. Sospechas que lo hacían arder de coraje y provocaban en él unas ganas enormes de vengarse. Haría lo necesario para liberar a su hija de sus demonios del pasado. Incluso hasta estaba dispuesto a matar. 

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-Esta hermoso, hija.- exclamo la madre de Cristina, sosteniendo a su nieto que dormía plácidamente entre sus brazos.

-Parece un muñequito, ma.- exclamo Acacia, acariciando la manito del bebé, su hermanito.

Cristina observaba a sus padres, a su hija y a Ulises llenar de mimos a su hijito. Estaba realmente complacida, y la sonrisa que iluminaba su rostro lo reflejaba. Se encontraba adolorida sí, y sumamente agotada. Pero repleta de felicidad por la llegada de su hermoso bebé. Ese pequeño ser que significaba un nuevo comienzo para ella. Un nuevo comienzo a lado de Dionisio. Su corazón se llenaba de una ternura inexplicable al recordar lo contento y atento que él se mostraba con ella y con Lobito. Cristina era consciente que tanto su hijo como ella lo eran todo para Dionisio y por esa razón él lo seria todo para ellos y  lo amarían siempre.

-Alejandra...- dijo Cristina al ver a la joven abrir la puerta de la habitación.- Entra hija.- la invito amablemente, notándola más callada de lo normal y sabiendo el motivo de su timidez.- ¿Germán está aquí contigo?

-Sí, pero prefirió esperar afuera.- respondió la muchacha después de saludar a todos.- Me pidió que le avisara que mañana regresa con Don Norberto y la señora Juliana para conocer al bebé y para saludarla a usted.- informo mientras tomaba al bebé entre sus brazos tras la insistencia de Elenita.- Es muy bonito.- dijo la joven, derritiéndose de ternura al ver al pequeño hacer pucheros entre sueños.

Cristina le agradeció el halago hacia su hijo, observando a la joven contemplar al pequeño casi en adoración, de la misma manera en que lo hacía Acacia. Ambas hermanas mayores del pequeño bebé.

-¿Ya tienen nombre para mi nieto, hija?- pregunto Don Juan Carlos mientras se acercaba al bebé y depositaba un tierno beso en su cabecita.

-Sí, papá.- contesto Cristina.- Se llamara Dionisio.- agrego sonriente.- Como su padre.

-Me encanta la idea, ma.- dijo Acacia.- Se parece bastante a él desde ya.

-Don Dionisio debe estar muy contento porque el bebé se llamara cómo él.- comento Alejandra, Cristina notando un dejo de tristeza tras sus palabras.      

-Lo está.- aseguro Cristina tiernamente, recibiendo al bebé en sus brazos.- Pero no debería sorprenderte.- agrego discretamente aprovechando que los demás se encontraban entretenidos por la enfermera que acababa de entrar a la habitación.- Date la oportunidad de escuchar y tratar a tu padre, hija.- sugirió a la joven.- Tal vez ahora no lo creas pero Dionisio es un gran hombre.- concluyo Cristina, sonriendo levemente y viendo como Alejandra correspondía de igual manera a sus palabras antes de que la enfermera les informara a todos los presente que la visita había terminado.

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-¡Son unos inútiles!- exclamo Danilo, realmente enfurecido al enterarse que sus hombres no habían cumplido con lo que les había pedido.- Sus ordenes son muy claras. Me traen a La Turquesa, me traen a Dionisio. ¿Qué es lo que no entienden?

-Señor, había mucha gente presente.- se justifico uno de los tipos.

-Así es patrón. Y además Perla estaba con ellos.- agrego el otro hombre.

-¿Perla?- pregunto Danilo, no entendiendo por qué ella le había ocultado lo de su encuentro con Dionisio y Alejandra.

-Sí, señor. Parecían estar alegando.

-Tráiganme a Perla ahora mismo.

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-Al fin solos.

Dionisio entro a la habitación, encontrándose con una escena que jamás en su vida había imaginado presenciar, Cristina amamantando a su hijo. Sonrió embelesado y se acerco a ellos sin perder de vista al bebé mientras Cristina lo observaba sonriente a él.

-¿Ya se fueron todos?- pregunto ella en un susurro.

-Sí.- respondió Dionisio, besándola levemente en los labios, después a Lobito en la cabecita antes de tomar asiento al borde de la cama.- ¿Cómo te sientes?

-Bien. Un poco cansada, adolorida.- respondió Cristina.- Pero feliz.

-Por lo visto este pequeño no te ha dejado dormir.- dijo él, tomando al bebé en sus brazos cuando terminaba de comer con ayuda de Cristina.

-Me recuerda a alguien.- comento ella divertida, refiriéndose a Dionisio y viéndolo sonreír ante sus palabras.

-Tengo algo para ti.- dijo él, sosteniendo a Lobito en un brazo y sacando una pequeña caja del bolsillo de su saco.- Ver todo lo que tuviste que pasar para darme este gran regalo, me confirmo lo mucho que te amo, mi amor.- agrego Dionisio emocionado.- Te admiro como mujer y te respeto ahora mucho más que antes, Cristina. Mi Cristina. Mi corazón y el de nuestro hijo te pertenecen.- continuo, sacando de la cajita una hermosa cadena de plata con un colgante conformado por dos corazones entrelazados, uno más pequeño que el otro.- Te amamos, y te queremos a nuestro lado siempre, mi amor.

Su familia. Cristina pensó mientras tomaba la joya y se la colocaba alrededor de su cuello. Hacía muchos años que no se sentía tan plena. Tenía una hermosa hija a la cual adoraba, un gran hombre al que amaba y ahora su pequeño hijo que llegaba a sumarse a la gran cantidad de bendiciones que había recibido desde aquel día que conoció a Dionisio por primera vez. Por supuesto que estaría a su lado siempre.

-Te amo.- dijo ella, acariciando la mejilla de Dionisio.- Los amo a los dos.- agrego sonriendo antes de inclinarse hacia él, ambos fundiéndose en un tierno y apasionado beso con su hijo profundamente dormido entre sus brazos.

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-Por favor disculpa a Juliana, comadre. Se sentía un poco indispuesta y prefirió no venir.

Cristina había logrado descansar unas cuantas horas. Seria dada de alta a medio día, por lo cual Norberto y Germán aprovecharon ir a visitarla muy temprano por la mañana.

-No te preocupes Norberto, entiendo.- aseguro Cristina, conociendo los problemas matrimoniales por los que pasaban sus compadres.

-Tú bebé esta hermoso, Cristina.- comento Germán, sentado en el pequeño sofá de la habitación, por supuesto acompañado de Alejandra.

-Gracias, hijo.- agradeció tiernamente.- Me da mucho gusto verte nuevamente por aquí, Alejandra.- agrego Cristina, contenta de ver lo mucho que la muchacha mostraba querer a su hermanito a pesar de tener solo horas de nacido.

-Comadre, he querido preguntarte si todo finalmente se soluciono entre La Benavente y Peralta.- irrumpió Norberto. 

-Papá, no hablemos de esas cosas ahora.- intento cambiar de tema Germán, pues estaba enterado que Cristina no había sabido nada de aquella situación.

-¿De qué hablas Norberto?- pregunto, casi exigió ella confundida, no dejándole otra salida a Norberto más que le contara todo lo que sabía.

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Regalos y globos por todas partes es lo que encontraron Cristina y Dionisio ante su llegada a la hacienda. Luisa y Rosa, felices por recibir y conocer al bebé organizaron la calurosa bienvenida a casa. Vivirían ahí hasta que se inaugurara el hotel y centro comercial en El Soto. A Dionisio le complacía saber que todos atenderían muy bien a su mujer e hijo en dado caso que él tuviese que salir por asuntos laborales. El bebé se quedo en brazos de Rosa, siendo mimado y acariciado por todos los adultos presente. Cristina tenía que descansar. Ante la insistencia de Dionisio, ambos se dirigieron a la habitación, a su habitación.

-¿Cuándo pensabas contarme que estuvimos a punto de perder este rancho?

-¿Qué dices?- pregunto él, sorprendido por el tono en el que Cristina le hablo.

-No finjas Dionisio, sabes de qué hablo.

Sí lo sabía. Pero lo que desconocía era cómo Cristina se había enterado. En ese momento ya no importaba. Estaba molesta, Dionisio lo notaba, y lo que menos quería ahora era una discusión.

-Sí lo sé.- confeso él, terminando de cubrir a Cristina con la sabana y sentándose a su lado al borde de la cama.- Y si no te dije nada, fue porque Acacia me lo pidió y confió en que no lo haría.

-Así que todo fue idea de Acacia.- murmuro ella, no menos molesta ante la explicación de él.

-No te enojes con ella, mi amor.- pidió Dionisio, sorprendiendo un poco a Cristina al ver que él estaba dando la cara por su hija.- Fue el imbécil de Esteban quien metió a La Benavente en serios problemas, tú hija solo lucho por impedir que todo se perdiera.- explico.- Y yo la ayude.

-¿Pero por qué no me dijo nada?

-No quería preocuparte, Cristina. Tanto ella como yo solo cuidábamos de tu salud y de la de Lobito.- la tranquilizo, acariciando la mano que sostenía entre las suyas.

-Gracias.- dijo ella finalmente, sonriendo levemente y haciéndole saber a él que ya no estaba molesta.

-¿Por qué?- pregunto sonriendo.

-Por ganarte la confianza de mi hija.- respondió Cristina.- Ella me dijo que te quiere mucho, y no sabes lo importante que eso es para mí. Te amo, Ferrer.

-Y yo a ti. Yo a ti, chaparrita. 

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Dionisio regreso a la amplia sala después de que Cristina cayera profundamente dormida. Todos tomaban turno para cargar a su hijo. Sin duda el príncipe de esa casa, pensó él, sonriendo con satisfacción. Alcanzo a notar cómo Alejandra lo observaba con atención, después retirando la mirada cuando él giro la suya sobre ella. Ya no parecía tan molesta, resentida como antes, y eso le dio una esperanza a Dionisio.

-¿Cómo esta mi, mamá?- pregunto Acacia, acercándose a él.

-Descansando.- respondió él, sonriendo tiernamente a la joven.- Acabo de pasar por la recamara que decoraste para tu hermanito.- informo, causando una gran sonrisa en el rostro de Acacia.

-¿Te gusto?- pregunto ella.

-Me encanto, mi vida.- aseguro él, abrazando a la joven.- Gracias.

-Gracias a ti.- respondió Acacia, apreciando ese abrazo, sintiendo el cariño paternal que aquel hombre le brindaba.- Siempre quise tener un hermanito...- dijo ella al terminar el abrazo.- Y ahora lo tengo y esta precioso, Dionisio.

-Herencia de tú madre.- comento él, modestamente, notando de reojo cómo Alejandra, su hija, no lo perdía de vista.

Habría reconciliación, ahora estaba seguro.

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Escuchaba ruiditos entre sueño. Pequeños y casi inaudibles pucheros. Cristina despertó, encontrando la habitación oscura a excepción de una lámpara encendida que iluminaba tenuemente la recamara. Su corazón se lleno de ternura al ver a Dionisio recostado en el sofá, con su pequeño hijito entre sus brazos.

-Acaba de despertar.- dijo él, al ver a Cristina acercarse a ellos y haciendo espacio para que ella tomara asiento a su lado.- No sé como tranquilizarlo.

-Bueno...- dijo Cristina, sonriendo pues le parecía tierno que todo eso fuera nuevo para Dionisio.- Tal vez tenga hambre, o tal vez necesite cambio de pañal.

Cristina se puso de pie, Dionisio haciendo lo mismo después de ella y acostando al bebé que ya comenzaba a llorar sobre la cama.

-¿Quieres hacerlo tú?- pregunto ella, tendiéndole un pañal a Dionisio.

-No sé cómo.- respondió.

-Yo te ayudo, mi amor.

Paso a paso, ella dirigió a Dionisio, desde cómo desvestir al bebé, cómo limpiarlo, cómo ponerle el pañal y cómo volverlo a vestir. Al terminar con esa labor y con Lobito ya en brazos, Dionisio se sintió realizado.

-Ves que no es tan difícil.- dijo Cristina sonriendo, parándose de puntitas y besando a Dionisio en la mejilla.

-No lo es.- acordó él.- Pero está muy pequeñito y temo lastimarlo.- agrego sonriendo.- ¿Por qué no para de llorar?- pregunto, arrullando al bebé.

-Porque tiene hambre, mi amor.- respondió Cristina, acomodándose en la cama y tomando a su hijo en sus brazos.

-Yo también tengo hambre...- dijo él juguetón, en tono seductor- De ti... 

-Compórtate, Ferrer.- lo regaño ella, sonriendo.- Hay un bebé presente.

-Mi hijo y yo tenemos un trato.- dijo él.- Nos perteneces a los dos y a él no le molesta absolutamente nada de lo que yo te diga.- agrego, inclinándose hacia ella y besándola en los labios.- Verdad que sí, campeón...- dijo finalmente, acariciando la manito del bebé, bajo la dulce mirada de Cristina, el amor de su vida.

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-Ale, no puedo creer lo que me dices. Dionisio es tú papá...

No podía más. Germán había sido un gran apoyo, la comprendía como ningún otro hombre lo había hecho en su corta vida. Pero necesitaba hablar con alguien más, desahogarse con alguien más. Es por eso que Alejandra no dudo en citar a Acacia en un pequeño restaurante en El Soto, a medio día de aquel lluvioso día.

-Así es Acacia.- respondió la muchacha.- Lo descubrí hace unos días, antes que naciera nuestro...- la joven se detuvo, no creyéndose capaz de mencionar aquello. 

-Nuestro hermanito.- concluyo Acacia por ella.

-Sí.

-Pero no entiendo, Ale. ¿Cómo es posible?- pregunto Acacia.

-No lo sé, yo sabía que mi padre vivía pero nunca imagine que fuera él.

-No parece alegrarte la noticia.- dijo Acacia al ver a su amiga muy afectada.- ¿Fue él mismo quien te lo dijo?

-Sí.- respondió.- Dice no haber sabido de mi existencia hasta que mi madre murió.

-Y tú no le crees, ¿verdad?- dedujo Acacia.

-Yo no sé qué creer, Acacia pero eso es lo de menos.- aseguro la joven.- Sufrí mucho tras la muerte de mi madre. Viví cosas que si él hubiera estado a mi lado, habría podido impedir.

-¿Qué cosas, Ale?- pregunto, viendo las lagrimas de la joven caer.- Quiero ayudarte.

-Un hombre se aprovecho de mí, Acacia y hasta este día se niega a dejarme en paz.- confeso la muchacha, confiando plenamente en Acacia.

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Iba rumbo a su casa a las afueras del pueblo. Dionisio necesitaba unos documentos que había dejado en su despacho. Se sorprendió mucho al ver a una mujer caminando por la orilla de la carretera bajo la lluvia y sin abrigo ni paraguas para protegerse. Es por eso que no dudo en disminuir la velocidad de su auto e intentar ayudar a la mujer.

-¡¿Perla?!- exclamo sorprendido, captando la atención de la mujer.- ¿Qué haces?- pregunto, orillándose y estacionado el auto, después bajándose sin importarle la lluvia.

-¡No te me acerques!- dijo Perla.- Todo esto es tú culpa y la de ella.- refiriéndose a los golpes que marcaban su rostro.

-¿Quién te hizo eso?- pregunto Dionisio, haciendo caso omiso a las palabras de ella.- ¿Quién te golpeo así y por qué?

-¿Realmente te importa?- pregunto ella con sarcasmo.- No me hagas reír, papacito.

-Perla necesito hablar contigo.

-Estamos hablando.- respondió.

-Así no.- dijo él firmemente.- Sube.- exigió, abriendo la puerta de su auto.

-Estás loco si piensas que iré contigo, Danilo me quiere matar y a ti también. No puedo confiar en ti.

-No tienes opción, Perla. No me hagas que te lleve a la fuerza.- agrego Dionisio, tomando a la mujer por el brazo.- Ahora mismo me vas a decir todo lo que sabes de Alejandra y de donde la conoces o yo mismo te llevo de regreso con Danilo.- amenazo, viendo el temor en la mirada de aquella mujer quien accedió a sus peticiones inmediatamente. 

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¡DANILOOOOOOOOOOOOO!

El grito de Dionisio irrumpió como un trueno en el vacío y oscuro local. Buscaba vengarse, hacer justicia por todo lo que ese imbécil cobarde le había hecho a su hija. Su corazón estaba destrozado, y sentía un profundo dolor en su alma. Desafortunadamente era consciente que nada de lo que hiciera borraría los años de calvario que había vivido su hija, pero acabar con ese infeliz con sus propias manos traería un poco de resignación para él como padre.

-¿Qué haces aquí?- pregunto Danilo, intentando esconder el miedo que sentía al ver a Dionisio aproximarse a él de aquella manera.- ¿Cómo entraste?

-Te metiste con la persona equivocada, y ahora mismo vas a pagar por ello maldito miserable.

No había nadie para defenderlo. Cosa que Danilo lamento bastante al sentir los fuertes golpes sobre su rostro. Cayó al piso inmediatamente, sintiéndose suertudo al encontrar su bastón a su lado. Lo tomo con su mano y se defendió al instante, golpeando a Dionisio con él a la altura de su ojo. Con trabajos y aprovechando que Dionisio se recuperaba del golpe, Danilo se puso de pie, retomando la delantera y golpeando a Dionisio con su bastón de fierro cobardemente. Sentía merecerse esos golpes. Estaba seguro que no eran nada comparado a lo que su hija había vivido en manos de ese malnacido, pero no. Tenía que ser fuerte. Su propósito era vengarse, acabar con él y es lo que haría. Hábilmente Dionisio evadió los siguientes intentos de Danilo por golpearlo y tomo control del arma que usaba, jalándola hacia él y dejando a Danilo sin nada para defenderse más que sus manos. Ataco nuevamente, desatando su ira contra aquel ser despreciable que había abusado de su hija. Lo arrastro vulnerable hasta las afueras del local, la lluvia aun caía y la poca gente que había se acerco alarmada ante lo que sucedía. Dos hombres ensangrentados, matándose a golpes. Varias mujeres salieron del local segundos después, sorprendiendo a Dionisio pues no había visto a nadie cuando había entrado en busca de Danilo. Seguramente estaban encerradas, tal y como Perla le había contado las obligaba a vivir ese tipejo.

-¡Mátalo!- grito una mujer, evidentemente satisfecha y hasta aliviada de ver a Danilo casi inconsciente tendido sobre el piso.

-¡Sí! ¡Mátalo!- se unió otra.

Dionisio rodeo el cuello de Danilo con ambas manos, apretando fuerte, impidiéndole respirar ante la mirada de varia gente. Lo veía directamente a los ojos, lo sentía intentar zafarse con desesperación. Pero Dionisio no escuchaba nada. Ni la lluvia caer, ni los murmullos y hasta gritos de la gente que lo rodeaba, ni las sirenas de la patrulla que se acercaba. Nada.

-¡Papá!

Él giro su rostro rápidamente, encontrando a Alejandra acercándose a él. Estaba empapada, sus ojos llenos de lagrimas.

-No lo hagas papá.- suplico ella, arrodillándose a lado de Dionisio.- No te ensucies las manos por él.

Tanto Danilo como Dionisio quedaron sorprendidos. Uno al enterarse de quien era hija la joven que por tantos años mantuvo a su lado contra su voluntad. Y Dionisio, al escuchar por primera vez en su vida que alguien lo llamaba "papá". Soltó a Danilo y tomo a su hija, alejándola de aquel infeliz, abrazándola firmemente a su lado, haciendo lo mismo con Acacia cuando se acercaron a ella y se retiraron, rumbo a casa. Dejando que el comandante se hiciera cargo de darle un buen final a Danilo Vargas. Futuro compañero de celda de Esteban. Sin duda no valían la pena.

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Le afecto mucho verlo llegar todo ensangrentado y lleno de golpes pero tanto Alejandra como su hija se encargaron de explicarle todo a Cristina. No fue menos su sorpresa al escuchar la historia de Alejandra, Cristina no podía creer que existiera gente capaz de hacer tanto daño como se lo habían hecho a la hija del amor de su vida.

-¿Ya se fue?- pregunto Dionisio desde la bañera al ver a Cristina entrar al cuarto de baño.

-Intente convencerla de que se quedara, pero vino Germán por ella.- informo, arrodillándose a un lado de la tina y tomando una esponja entra su mano.- Ellos tienen mucho de qué hablar.          

-Espero que lo tome bien.- dijo él, disfrutando del agua tibia que caía por su espalda y pecho gracias a las atenciones de Cristina.

-A nadie nos gusta que nos mientan, mi amor.- respondió ella.- Pero te lo he dicho antes, Germán es un muchacho con un corazón enorme y sabrá comprender a Alejandra.

-Si así sucede, tanto mi hija como yo corrimos con suerte al encontrarlos a ustedes.

-La vida siempre nos premia después de tanto sufrimiento.- aseguro Cristina, mirándolo a los ojos.- A mi me premio contigo.- dijo, inclinándose hacia adelante y besándolo en los labios, retirándose al sentir a Dionisio profundizando el beso.- ¿Cómo te enteraste de lo de Danilo?

-Exigí respuestas.- respondió.

-¿A quién?

-A Perla.

-¿Conoces a esa mujer?- pregunto, recordando la fama que tenía esa tal Perla en El Soto.

-No necesariamente, solo sabía que trabajaba en el local de ese infeliz.- respondió él, notando la seriedad de Cristina.- La mire un par de veces hablando con Alejandra.

-¿Y qué te pidió a cambio?

-Cristina...

-Quiero saber, Dionisio.- agrego un poco molesta, los celos nunca le fallaban.

-Que la ayudara, eso es todo.- dijo él.- Tú eres mía, y yo soy tuyo, mi amor.- aseguro Dionisio.- No hay ni habrá nadie más.

-¿Y en donde esta?

-¿Perla?

-Sí.- respondió cortante.

-Seguramente rumbo a Europa, no volveremos a verla nunca más.

-Eso espero, Ferrer.- dijo Cristina.- No estoy dispuesta a compartirte con nadie, mucho menos con tu colección de antiguas noviecitas.

Quería reír, pero hacer eso seguramente la molestaría, le fascinaba verla celosa, tan posesiva con él. Eso era realmente adorable y de no ser porque acababa de parir a su hijo, la habría tomado ahí mismo, hacerla suya por horas era lo que más deseaba en esos momentos. Alejo esos ardientes pensamientos de su mente y se dispuso a tomar su baño al ver salir a Cristina. Esta vez llenando la tina de agua fría.

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Con mes y medio de nacido, el bebé cada vez conocía más a cada integrante de su familia. Sin duda era el consentido de la casa, acaparando la atención de todos cada que se reunía la familia. En esta ocasión, el motivo de la reunión era la planificación de la tan esperada inauguración del centro comercial y hotel que Dionisio y Ulises habían realizado. Todo había quedado claro durante la cena. Asistirían a la inauguración del centro comercial en familia, Lobito incluido pues sería a medio día. Pero a la recepción de gala solo asistirían los adultos, el bebé se quedaría a cargo de sus abuelos, cosa que les agrado demasiado a Elenita, Juan Carlos y Rosa.

-Jaque Mate...

Todos sentados alrededor de donde se llevaba a cabo la partida de ajedrez entre Don Juan Carlos y Dionisio aplaudieron y rieron tras la derrota a Dionisio. Él tomo todo de buena manera, sonriendo y fingiendo indignación por haber perdido pero nuevamente, al igual que la vez pasada, se había dejado ganar.

-La tercera será la vencida.- aseguro Dionisio, dándole un apretón de manos a su suegro.

-Cuando quieras, Dionisio.- comento el padre de Cristina.- Aunque sigo pensando que me dejas ganar al propósito, eh...

-Para nada señor, como cree.

-Eres todo un experto, papá.- dijo Cristina, acercándose a Dionisio con su hijo despierto en brazos.- Ganaste y sin trampas.

-Entonces me retiro como un triunfador y a dormir.- respondió, arrancándole risas a todos.- Ya es tarde.

-Hasta mañana, hija.- dijo Elenita, siguiendo fielmente a su esposo.- Buenas noches a todos. 

-Gracias.- dijo Cristina, ya una vez se habían retirado sus padres y los demás platicaban entretenidos.

-¿Por qué?- pregunto Dionisio, sin entender.

-Por todo.- respondió ella sonriente, girando su atención al igual que Dionisio a su hijito, quien no los perdía de vista.- Simplemente por todo.- repitió, alargando un suspiro al terminar.

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Lucia fascinante. A Dionisio le costaba trabajo mantener sus manos, incluso su mirada alejada de ella. Cristina era la mujer más hermosa que había visto en su vida. De eso estaba seguro. Se preocupo un poco. No es que fuera inseguro pero había demasiados hombres en aquella fiesta de gala. Todos empresarios, todos millonarios, y por supuesto uno que otro atractivo. Lo que menos deseaba y lamentablemente sucedió era encontrarse con el Don Juan de su socio, llamado Estévez. Si Dionisio había sido mujeriego, Estévez lo era el doble. Y lo peor era que seguía soltero. Cristina aunque era suya, técnicamente también lo seguía siendo.

-¡Dionisio! Amigo.- saludo aquel hombre.

Era apuesto, de buena estatura, atractivo por no decir más.

-Estévez.- respondió Dionisio al saludo, tomando la mano de Cristina entre la suya y manteniéndola a su lado.- No te esperábamos.

-¿Cómo me iba a perder de este gran evento?- respondió el hombre, dándole la mano a Dionisio.- Te quedo bien, amigo. De lo mejor que he visto.- aseguro.

-Agradezco tus palabras.- respondió él.- Mira, te presento a Cristina. Madre de mi hijo y el amor de mi vida.- agrego, como clara advertencia que no intentara nada con ella, advertencia que solo Estévez entendió, haciéndolo sonreír.

-Muy hermosa.- comento, tomando la mano de Cristina y llevándola a sus labios.- Mucho gusto.

-El gusto es mío.- respondió ella, un tanto incomoda y sonrojándose tras la mirada que le dedico aquel hombre, Dionisio sintiendo que le hervía la sangre de celos al instante.

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Completamente recuperado, Danilo era trasladado a donde sería su hogar por el tiempo que dictara el juez. Sus cargos eran serios, y lo suficientemente graves para mandarlo de por vida a la cárcel.

-Vaya, vaya.- dijo Esteban, al ver a Danilo llegar y ser adentrado a su celda.- ¿Tus mujercitas al fin te echaron de cabeza?- pregunto burlonamente.

-No fueron ellas.- respondió, tomando asiento al borde de la pequeña cama.- Esas inútiles no podrán sobrevivir sin mí.

-¿Entonces?

-Dionisio...

Ambos hombres se vieron a los ojos, notando el odio y deseo de venganza que compartían en contra de aquel hombre que había sido, según ellos, la razón de sus derrotas. Las cosas no se quedarían así, de eso estaban convencidos.

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Cristina disfrutaba de la velada, la inauguración del hotel, Buen Aventura, estaba resultando ser todo un éxito. Nada podía estar mejor, con todo y los celos de Dionisio. El señor Estévez había estado coqueteando ligeramente con ella  durante toda la noche, a lo cual provocaba a Dionisio y aunque tratara de disimularlo, ella lo conocía a la perfección y sabía no le agradaba la actitud de su amigo con ella. Pero debía admitir que era divertido ver celoso a Dionisio, divertido y hermoso, aquello demostraba que la amaba y además el pobre venía cargando sobre sus hombros el peso de la abstinencia sexual debido a la cuarentena después de que naciera el bebé. Sin duda, Dionisio la había pasado muy mal estas últimas semanas. Pero ya no más, sonrió Cristina. Esa misma mañana había ido al médico y éste le había comunicado que la cuarentena había terminado y podría regresar a su vida sexual sin ningún problema. Gracias a Dios. Pero Dionisio no lo sabía...

Dirigió su mirada hasta él, al otro lado del salón junto a otros hombres hablando. Cristina no sabía si era cosa del inmenso amor que sentía por él, pero no pudo evitar un profundo suspiro al verlo tan guapo como siempre, impecable de pies a cabeza, con esa masculinidad en su aura brotando de él, derrochando una arrogancia innata junto a una seguridad sobre sí mismo. Sin duda era un hombre muy atractivo que opacaba a los demás que estaban a su lado. Como si hubiera sentido su mirada, Dionisio se giró a verla y al encontrarse con sus ojos, le sonrió y Cristina, aún a pesar de estar a su lado desde hacía bastante tiempo, sintió como si algo dentro suyo se derritiera.

-Hola, hermosa dama.-murmuró Estévez, llegando detrás de ella.

Cristina no se giró para recibirlo. Al verlo llegar, la sonrisa se eliminó del rostro de Dionisio y su cuerpo se tensó pero sin embargo no se movió de ahí, aunque atento a lo que sucedía con su mujer y su amigo. Estévez se colocó a un lado de Cristina y soltó una risita por lo bajo, la cual solo ella pudo oír.

-¿Qué le causa tanta gracia, Señor? -preguntó ella, mirándolo.

-Dionisio.

Cristina sonrió.

-¿Se puede saber por qué?

-No me va a decir que no se ha dado cuenta ¿O sí? -preguntó Estévez con sorpresa.

Cristina enarcó una ceja, a la vez que su sonrisa se ensanchaba.

-Y parece que usted también se ha dado cuenta.

El hombre asintió.

-Lo conozco desde hace mucho tiempo y nunca lo había visto así de celoso. -rió, mirando a Dionisio quien seguía con los otros hombres, sin perder de vista lo que ocurría con Cristina y él.

-Y sin embargo, lo sigue provocando... -dijo Cristina.

El hombre se encogió de hombros.

-Es divertido -sonrió.- Pero debe saber que jamás me metería con la mujer de un amigo. -dijo en tono serio.

Y Cristina le creyó.

-Le creo. -dijo.- Y yo tampoco lo traicionaría... Ni con un amigo, ni con ningún otro hombre.

Estévez la miró fijamente un momento y luego sonrió.

-No cabe duda... Dionisio es un hombre con suerte.

Cristina sonrió agradecida por su halago y miró a Dionisio quien la miraba fijamente con una miraba enfadada, celosa... Pobre. Si tan sólo pudieran irse a casa de una vez... pero no podían, ellos eran los anfitriones y... en ese momento a Cristina se le ocurrió una idea.

-¿Señor Estévez? -preguntó Cris.

-¿Sí?

-¿Me haría un favor?

-Con mucho gusto, preciosa. -le sonrió.

Dionisio, no dejaba de observarlos, parecían estar manteniendo una charla amena, a excepción de los movimientos insinuantes de él, cosa que lo hacía enfurecer, estaba que se moría de celos. En ese momento Estévez le dijo algo a Cristina y ella le sonrió.

-¿No es así, mi querido Dionisio? -preguntó un hombre.

Al escuchar su nombre, se giró bruscamente hacia el hombre que había formulado la pregunta.

-Sí, sí, claro... -sonrió, sin tener la más mínima idea de qué le estaban hablando y no le importaba.

-Se los dije... -dijo el hombre con una sonrisa.

Dionisio volvió su mirada nuevamente hacia Cristina, solo para encontrarse  que ella ya no se encontraba ahí... Estévez tampoco.

Con urgencia recorrió la instancia con su mirada y tampoco pudo vislumbrarlos por ningún lado. ¿Dónde se habrían metido?

Durante un buen rato, siguió sin verlos y no le gustaba nada a cada minuto que pasaba. Se disculpó con los caballeros y fue en busca de su mujer... sin éxito alguno.

En ese momento un mesero se acercó a él

-Señor, esto es para usted... -entregándole una nota.

<<Dionisio, Cristina está mal. Estamos en la suite principal del hotel. Estévez>>

¿Qué? ¿Cristina estaba mal? Los pensamientos de Dionisio se convirtieron en una gran tormenta de furia, incertidumbre, preocupación y miedo. ¿Qué le ocurría a Cristina? ¿Qué demonios estaba haciendo en la habitación con Estévez?
Sin hacerse más preguntas salió corriendo rumbo a la habitación, temeroso ante lo que pudiera encontrarse ahí...

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Al llegar, la puerta estaba entreabierta con una nota pegada en ella. La caligrafía era de Cristina, sin duda.

"Entra y cierra la puerta."

¿De qué iba todo eso? Se preguntó. Sin embargo se guardó la nota en su bolsillo e hizo lo indicado. Ingresó a la habitación y cerró la puerta, la sala de la suite estaba casi a oscuras, a no ser por unas cuantas velas que iluminaban el lugar.

Sonrió. Fuera lo que fuera, aquello era obra de Cristina, estaba seguro, a lo que seguramente la nota que le había entregado el mesero era falsa pero entonces ¿Y Estévez? ¿Dónde estaba?

"¿Qué demonios...?"

-Cristina... -la llamó pero no hubo respuesta.

Vio que en la mesita de la sala había una botella de vino, un destapa corchos y al lado, dos copas de cristal. Se acercó lentamente y se percató de que pegada a la botella había otra nota.

<<Destapa la botella, llena las copas y ve a la habitación.>>

Sonriendo, se guardó la nota y nuevamente hizo lo indicado.

Una vez llenas las copas, se dirigió a la habitación. La puerta estaba entreabierta así que ingresó sin problemas. Al ingresar a la habitación... la encontró tenuemente iluminada por varias decenas de velas que le daban un toque mágico a la habitación. Inhaló profundamente percatarse de que el ambiente estaba impregnado del aroma de las rosas que había en el florero... Pero no había rastro de Cristina.

Dio un par de pasos y escuchó el clic de la puerta al cerrarse detrás suyo, para después poder sentir el cálido toque de unas manos rodeándolo por detrás.
Era Cristina. Reconocería su calidez donde fuera.

-¿Me buscabas? -preguntó ella, apoyando su mejilla en la ancha espalda de él, mientras cerraba los ojos, deleitándose con su presencia.

Dionisio se giró y se encontró frente a frente con la mujer que amaba y que en ese momento le robó el aliento al verla con el cabello suelto y vestida únicamente con una bata de baño del hotel.

Al verla se quedó perplejo, estaba atontado, Cristina era una mujer muy bella,  muy sexy y ahora ahí semidesnuda delante de  él, descalza, con el cabello suelto, le pareció la tentación personificada.

Cristina enarcó una ceja al verlo ahí de pie, mirándola con los ojos como platos, sin decir ni una sola palabra y con las copas de vino aún en las manos.

-¿Ocurre algo, caballero? -preguntó burlonamente.

-Yo...

Cristina soltó una carcajada y se acercó a él, rodeándolo por el cuello.

-Sorpresa, mi amor. -dijo antes de pararse sobre las puntas de sus pies para poder besarlo.

Fue un beso tierno al principio, que con el paso del tiempo fue tornándose más y más apasionado.
Cristina se aferraba a él como si fuera la vida misma y  Dionisio se dejó hacer hasta casi perder la cabeza.

-Cris... -murmuró entre besos.

-¿mmm? -sin dejar de besarlo.

-Para...

Ella paró y sin soltarlo del cuello lo miró sonriendo.

-¿Por qué?

-No podemos, tú aún estás... ya sabes. La cuarentena.

Cristina eliminó la sonrisa de su rostro.

-Oh... es verdad. -lo soltó de su agarre y acto seguido le quitó una copa de vino de las manos.- Entonces quiero hacer un brindis.

Dionisio la miró con sorpresa.

-¿Un brindis?

-Sí.

-¿Por?

-Porque oficialmente hoy ha terminado tu tortura, mi amor -levantó la copa. Dionisio no tenía idea de lo que hablaba- Desde hoy, no más cuarentena -sonrió.- ¡Salud!

Dionisio no bebió de la copa, sólo la miró con sorpresa.

-¿Estás diciendo que...?

Cristina asintió.

-¡Bendito sea Dios! -dijo Dionisio y se bebió la copa de un sólo sorbo y al terminar su copa, la lanzó al otro lado de la habitación.

Cristina rió. Dionisio le quitó la copa y también la lanzó, mirándola con una sonrisa lobuna.

-¿Qué quieres hacer? -preguntó con  fingida inocencia, Cristina.

-¿Tú qué crees?

Cristina sonrió.

-¿Y qué esperas?

Como si aquellas fueran las palabras mágicas, Dionisio la tomó con fuerza por la cintura y la acercó a su cuerpo y la besó con pasión, haciendo que sus respiraciones se fueran entrecortando poco a poco, haciendo desaparecer  todo alrededor. Los labios de Dioniso trataban desesperadamente de comerse los de Cristina, se deleitaba con ellos sin torpeza.
Cristina perdió el aliento mientras la boca de él jugaba con la de ella, lamiendo, chupado, mordiendo...

Ambos estaban ardiendo, Dionisio la tomo de los hombros y la  recargó contra la puerta cerrada y hundió su lengua en su boca, recorriendo cada rincón, con rudeza, con urgencia, con deseo, con pasión... con el alma.

Al mismo tiempo, Cristina se frotaba contra él, procurando que su cuerpo rozara la erección de su hombre que no tardó en hacerse visible y eso la excitó aún más.

Cristina tomó las manos de Dionisio y las guió por encima de su cuerpo, una mirada bastó para pedirle que la acariciara ansiosamente, cada centímetro de piel, sus senos, su cuello, su vientre.

Cristina interrumpió el beso para recobrar el aliento y lo besó en el cuello, haciendo temblar de placer a Dionisio, mientras que él introducía sus viriles manos dentro del escote de la bata, mientras la miraba con una pequeña sonrisa casi lujuriosa, esa pequeña sonrisa que le provocaba la necesidad de sentirlo dentro de ella en ese mismo instante.

Dionisio acarició ambos senos y finalmente dejó al descubierto uno para poder besarlo, chupar y lamer el pezón deliciosamente.

Cristina cerró los ojos y sin poder contenerse lanzó un gemido de placer, no queriendo que él parara.

-¿Te gusta? -preguntó Dionisio, mientras seguía jugueteando con su seno.

-S... Sí.

Enseguida Cristina sintió un leve mordisco que la hizo elevarse aún más hacia las cumbres del placer, creyendo que explotaría ahí mismo. Dionisio abandono su ataque y subió la vista para besarla en la boca nuevamente, mientras la cargaba por la cintura y la llevaba hasta la cama.

Sin pensárselo, Cristina se deshizo de la chaqueta de Dionisio, incluida la camisa que ya estaban a medio quitar por el primer asalto, mientras lo desvestía, interrumpió el beso y con su lengua trazó una ruta desde sus labios hasta el ombligo de él, depositando un beso sensual que hizo estremecer a Dionisio, quién cerró los ojos ante tal placer casi olvidado, disfrutando. Elevó a Cristina a su altura para besarla mientras que como un ciego, con las manos  buscaba aumentar el placer de ella acariciándole la espalda y regresando una y otra vez a sus senos, acariciándolos frenética y delicadamente a la vez, consciente de que estaban sensibles tras haber dado a luz.

Cristina dirigió sus manos hasta su pantalón, lo aflojó e inmediatamente introdujo sus manos dentro, mientras veía la  cara de éxtasis de él. Ella no sabía si la excitaba más las reacciones de él o el hecho de sentirlo entre sus manos... Dionisio se apartó y se liberó con rapidez de sus zapatos, seguidos de sus pantalones para quedar totalmente desnudo ante la atenta mirada de Cristina. Volvió junto a ella y esta vez la tocó en lo más íntimo de su ser, provocando y estimulando su placer, sintiendo su humedad y sintiéndose orgulloso de ser él quién provocaba aquello.

Cristina estaba embriagada de pasión, podía sentir las manos mágicas de Dionisio jugando con ella, al mismo tiempo que podía sentir su duro miembro rozando su pierna derecha y aquello estuvo a punto de volverla loca. Desesperada, tomó el miembro de Dionisio, haciéndolo gemir y lo guió  hasta la entrada de su vagina en un ruego silencioso. Dionisio giró su cuerpo, atrapando a Cristina debajo de ese cuerpo varonil y ardiente. Dejó de besarla y la miró fijamente con la respiración entrecortadamente.

-Te amo, Cristina. -murmuró mientras entraba en ella lentamente.

Cristina lo miró a los ojos, sintiendo como iba ingresando poco a poco en su interior.

-Yo también te amo. -murmuró, elevando sus caderas para recibirlo del todo dentro suyo.

Ambos gimieron y el mundo desapareció para ellos.

Dionisio se apoyaba en sus antebrazos para evitar cargarle todo su peso a Cristina,  mientras la penetraba profundamente con fuertes embestidas, haciéndola gritar de placer. Ella por su parte se aferraba a él con fuerza, enterrando sus uñas en la espalda y moviendo las caderas frenéticamente en busca de la cima. Sus cuerpos se movían en una perfecta sinfonía, sus cuerpos bañados en sudor, sus respiraciones agitadas, murmurando palabras de amor entre dos amantes.

Cristina poco a poco sintió cómo las embestidas de Dionisio cobraban más fuerza y más velocidad. Sintió un leve mareo, ese instante donde el resto del mundo desaparece y no importa, donde todo el cuerpo se concentra en sentir y querer más de ese néctar del ser amado. No quería que nada parara, solo deseaba estar en la cima, con Dionisio... y para allá iba. A Dionisio le ocurría exactamente lo mismo.
Cristina sintió como él se hundía profundamente en ella y descargaba dentro su calidez haciendo que su vientre se contrajera incontrolablemente  de placer y un instante después, ahí estaban... en la cima los dos, inmersos cada uno en su propio placer, en su amor.

Ambos se sintieron livianos, casi como si flotaran,  totalmente extasiados y felices.
Con la respiración agitada, Dionisio se dejó caer a un lado de Cristina y la acercó a su cuerpo en un cálido abrazo, cayendo ambos en el mundo de Morfeo, uno en brazos del otro.

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