La Mujer Que Yo Robé

By AmorTekila

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Dionisio Ferrer ha llegado a El Soto por cuestión de negocios; Una vez ahí, queda completamente deslumbrado a... More

Capítulo I
Capítulo II
Capítulo IV
Capítulo V
Capítulo VI
Capítulo VII
Capítulo VIII
Capítulo IX
Capítulo X
Capítulo XI
Capítulo XII
Capítulo XIII
Capítulo XIV
Capítulo XV
Capítulo XVI
Capitulo XVII
Capitulo XVIII
Capitulo XIX
Capítulo XX
Epilogo

Capítulo III

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By AmorTekila


Al escuchar la voz, Cristina se apartó bruscamente, dejando a un Dionisio deseoso de más. Incapaz de atreverse a mirarlo a los ojos, Cristina le dio la espalda y Dionisio no pudo reprimir una sonrisa de satisfacción.

-Buenas noches -volvió a decir aquella voz. Dionisio reconocía esa voz. Era de uno de los meseros que había contratado para aquella cena.

Dionisio abrió la boca para decirle algo a Cristina, pero prefirió callar, en su lugar, inhaló profundamente y fue a ver al mesero.

Cristina por su parte estaba muy avergonzada consigo misma, se sentía culpable por lo ocurrido momentos antes ¡Por Dios, había besado a un hombre que no era su marido! ¿Cómo pudo haber sido capaz de tal bajeza? ¡Estaba casada! ¡Su marido merecía respeto!

*Dios mío... ¿Qué hice?* se preguntó angustiada, pero en el fondo de su ser, la horrorizaba darse cuenta de que el beso había sido de su agrado.

Sí, le había gustado el sabor, la calidez y la forma de besar tan pasional de Dionisio. Le había gustado la forma en que sus labios se movían a un único ritmo, la forma en que sus brazos se ajustaban a la perfección al abrazarlo por el cuello, la forma en que Dionisio la rodeaba por la cintura, estrechándola más cerca de él, haciendo que las caderas de ambos estuvieran en contacto en una sinfonía casi perfecta...

*¡¿Pero qué estoy pensando?!* se preguntó horrorizada.

Ella no tenía que pensar esas cosas, no tenía que gustarle el toque y los besos de un hombre que no fuera su marido.

*Dios mío...* jadeó internamente.

¿Acaso un beso contaba cómo infidelidad? Se preguntó con culpabilidad.

-¿Cristina? -Era Dionisio. Cristina seguía de espaldas pero escuchaba sus pasos acercándose cada vez más.- ¿Estás bien?

No. No lo estaba. ¿Cómo podría estarlo después de lo ocurrido? Si aquel hombre, fuera quien fuera, no hubiera llegado a tiempo, no quería pensar que hubiera pasado después... Lo mejor sería irse.

-Eh... Sí, sí... -dijo nerviosa, pasándose una mano por el cabello. Armándose de valor, se giró y se enfrentó a su mirada.- Por favor, llévame a mi casa.

-Pero, Cristina... Aún no hemos cenado.

Cristina apretó la mandíbula.

-Dionisio, después de lo que acaba de ocurrir no puedo quedarme.

Él la miró con diversión y le dedicó una media sonrisa.

-No pasó nada malo.

Ella no le devolvió la sonrisa, en su lugar levantó la barbilla de forma desafiante.

-¿Un beso no es algo malo? -preguntó.

-Si lo que quieres es que me disculpe por haberte besado... lo siento. No lo haré.

-Te recuerdo que soy una mujer c-a-s-a-d-a. -deletreó la última palabra, con los dientes apretados.

-¿Y? -dijo casi con cinismo. Suspiró y se fue acercando lentamente a Cristina.- Yo no tengo ningún problema con que usted sea una mujer "prohibida".

Cristina lo miró como si se hubiera vuelto loco.

-¿Pero qué está diciendo? -preguntó incrédula y enfadada.- ¿Es que acaso va por la vida besando a mujeres casadas? -preguntó aún más enfadada con la idea.

*Celos...* le dijo su mente.

*¡Por supuesto que no!* se respondió a sí misma.

-No, Cristina. -le sonrió divertido.

Ella respiró aliviada por su respuesta y eso la molestó más.

-Entonces le suplico me lleve a mi casa.

-Cristina...

-Dionisio, por favor entiende -lo miró casi suplicante.- Esto no puede ser, yo amo a mi marido, lo único que puedo ofrecerte es mi amistad... nada más.

-Yo ya te expliqué que no tu quiero amistad.

-Entonces, lo siento. -dijo, caminando hacia la puerta.

Dionisio la detuvo, tomándola del antebrazo. Ella no se giró a verlo.

-¡Está bien, está bien! -Dionisio aprovechó y la sujetó con ambas manos por sus antebrazos, acercando su rostro al cabello de ella el cual despedía un aroma agradable.- Por favor, Cristina... -Murmuró con voz ronca contra su cabello.- Quédate a cenar. -suplicó.

Cristina cerró los ojos ante los escalofríos que le provocaba el toque de Dionisio junto al tono grave de su voz.

-Pero...

Dionisio la hizo girarse hasta quedar frente a frente.

-Si lo que quieres es una velada como amigos, así será y si lo que te preocupa es que te vuelva a besar... prometo no tocarte durante toda la cena. Te juro que sabré comportarme.

Cristina calló un momento, sabía que lo correcto era retirarse, irse a su casa en donde la esperaba su mari...

*¿Tu marido?* se burló su mente *En tu casa no tienes a nadie que te esté esperando*

El saber esa verdad le dolió, quizá fue por ello que decidió darle una oportunidad a Dionisio, solo esperaba no arrepentirse después...

-Está bien, Dionisio... Me quedaré a cenar -sonrió.

Dionisio le devolvió la sonrisa.

<<<


Esteban estaba en la habitación de hotel en México, D.F. llevaba todo el día tratando de comunicarse a la hacienda, pero nadie contestaba el maldito teléfono, así que había llamado al celular de Cristina pero ésta tampoco respondía.
Llevaba dos semanas en D.F. por asuntos de negocios y sabía que su mujer estaba enfadada por su repentina decisión de quedarse un par de días más, pero él necesitaba esa distancia urgentemente. Desde que Acacia había vuelto a la Benavente, su vida se había convertido en un infierno, antes de eso él llevaba años sin ver a Acacia y en el momento en que la vio por primera vez después de tanto tiempo, su cuerpo había reaccionado de una forma poco admirable ante la cercanía de la joven. Era muy bella, delicada, de finos rasgos... Pero ella lo despreciaba. Ni siquiera soportaba estar en la misma habitación con él.

*¿Qué esperabas? ¡Es la hija de tu esposa! ¡Es tu hijastra!* le dijo su mente.

Llevaba semanas con un dilema interno, sabía que era incorrecto sentirse atraído hacia su hijastra pero ¿Cómo evitarlo? ¿Cómo evitarlo si solo con verla sentía que su sangre se transformaba en lava? ¿Cómo evitarlo si durante el día el rostro que invadía su mente no era el de su esposa, sino el de su hijastra? Ojalá Acacia nunca hubiera decidido volver, antes de eso él era sumamente feliz con Cristina...
Sabía que tenía que encontrar la forma de terminar con todo aquello pero ¿Cómo? ¿Acaso lo lograría? No lo sabía, pero tendría que hacer el esfuerzo y mientras tanto, lo mejor sería regresar al Soto y buscar el perdón de Cristina, estar lejos de ella no lo ayudaría en su asunto con Acacia. Si realmente quería dejar en el olvido su momentánea "atracción" por Acacia, lo mejor sería estar lo más cerca posible de su esposa y rezar... rezar porque esta pesadilla terminara pronto.

<<<

Dionisio y Cristina iban de regreso a la Benavente, después de la magnífica velada que pasaron juntos. Se habían dado tiempo de conocerse un poco más, habían desvelado sus gustos, sus pasiones, donde Cristina le contó parte de su vida, desde su niñez, hasta la muerte de Alonso y los problemas por los que pasó la Benavente.

-La hacienda estaba en la ruina total y por si fuera poco, estaba hipotecada... Esteban y yo tuvimos que trabajar muy duro para poder salvarla.

Dionisio apoyó los antebrazos en la mesa y miró a Cristina con interés.

-Me imagino... y por ello te admiro más como mujer.

Cristina lo miró sorprendido.

-¿Me admiras?

-Sí.

-¿Por qué?

-Porque a pesar de estar destrozada por la muerte de tu marido, tuviste la fuerza de tomar las riendas de una situación nada fácil, tuviste el valor de enfrentarte a la adversidad y luchar por lo tuyo.

Cristina bajó la mirada, un poco tímida.

-La verdad es que mi hija fue el motor que me impulsó a hacerlo -levantó la mirada hacia Dionisio.- Por ella lo hice, por nadie más...

Durante la cena, Dionisio también había hablado un poco de él, solo cosas triviales, nada comprometedor, únicamente para complacer a Cristina. Al final ambos habían pasado un agradable momento, entre una que otra broma y pequeñas risas. La verdad era que había sido una noche inolvidable para Cristina, hacía bastante tiempo que no lo pasaba tan bien... Lo contrario que le sucedía a Dionisio. Había sido una gran noche en compañía de Cristina, no lo podía negar, pero también una tortura debido al profundo deseo que sentía por ella, esa necesidad casi incontrolable de acercarse a ella y besarla, tocarla... pero no lo había hecho, había prometido no tocarla durante la cena y él siempre cumplía sus promesas aunque para ello hubiera tenido que pasar todo el rato con una gran y dolorosa erección.

-¿Es una gran noche, no crees? -preguntó Cristina, poco antes de que llegaran a la Benavente.

-En efecto, mi querida Cristina -sonrió, sin apartar la vista de la carretera.- Es una gran noche.

Ella también sonrió.

-Gracias, Dionisio. -dijo en cuanto llegaron a la Benavente.

Dionisio apagó el motor de la camioneta, quedando en completo silencio.

-¿Gracias? -se giró y la miró.- ¿Gracias, por qué?

-Por esta noche, por la cena, por tu compañía...

-No, Cristina -canturreó, tomando la mano de Cristina entre las suyas. Ella dio un pequeño respingo ante su contacto ¿No había prometido no tocarla?- Al contrario, gracias a ti por haber aceptado cenar esta noche conmigo... -se llevó la mano a sus labios y depositó un suave beso.

Cristina sonrió.

-Será... será mejor que me vaya. -murmuró nerviosa. Se giró con intención de abrir la puerta, pero Dionisio se lo impidió.- No, permíteme.

Dionisio soltó la mano de Cristina y se giró para bajar de la camioneta, la rodeó y al llegar a la puerta del copiloto, la abrió y le tendió una mano a Cristina para ayudarla a bajar. Ella aceptó su mano con una sonrisa y al hacerlo, ya sea para su mala o buena suerte, su pie resbaló en cuanto intentó bajar de la camioneta. Dionisio reaccionó rápido y la sujetó de la cintura, sosteniéndola contra sí, con apenas unos cuantos centímetros de espacio entre sus rostros.
Cristina miraba a Dionisio fijamente, su corazón latía frenéticamente y de repente los nervios que la atenazaban al comienzo de la velada, habían vuelto a ella como una fuerte ráfaga salvaje e incontrolable haciéndola temblar.
Él la miró con la luz de la luna bañando su rostro. Estaba muy hermosa y el tenerla así de cerca, lo volvía completamente loco. Cuanto ansiaba tocarla... Besarla... Acariciarla.

-Cristina... -murmuró, con su aliento fundiéndose con el de ella debido a la cercanía.

-Dionisio... -sonando casi como una súplica.

Sin poder contenerse más, Dionisio inclinó su rostro hacia ella y posó sus labios sobre los de ella en un suave y cálido beso, totalmente diferente al que le había dado un par de horas antes. En esta ocasión, Cristina no se resistió y contestó a su beso con ansias, con suavidad y ternura, era un beso deseado por ambos, un beso nacido como producto de una maravillosa y agradable velada.
Dionisio lentamente movió sus manos de las caderas de Cristina, ascendiendo lentamente por su espalda, trazando firmes caricias hasta llegas a los omóplatos y una vez ahí, ejerció un poco de fuerza para elevarla un poco y así acercarla aún más a él, como si eso fuera posible... Cristina gimió con el movimiento y sus manos se posaron sobre los hombros de Dionisio como si éstas tuvieran vida propia y se aferró con fuerza, mientras sentía como el beso cobraba más fuerza, más pasión... Jamás nadie en su vida la había besado con tal pasión. Alonso siempre había sido muy romántico, tierno y generoso, más nunca apasionado y Esteban...

*Oh, Dios mío...* pensó horrorizada.

Esteban. Su marido.

*¿Pero qué estoy haciendo?* se preguntó.

-¡No! -soltó mientras rompía aquel beso, alejándose de Dionisio hasta que su espalda chocó contra la camioneta.

¿Qué había hecho? ¡Estaba casada! Y por segunda vez en la noche había besado a un hombre que no era su marido.

-¿Cristina? -preguntó Dionisio con confusión.

Ella negó con la cabeza.

-No digas nada por favor. Yo... yo... será mejor que entre. -dijo y rodeó a Dionisio, abriéndose paso hacia las puertas principales de la Benavente.

-No, espera. -la detuvo, tomándola del brazo.- ¿Qué pasa?

Ella giró y lo miró con mirada llena de culpabilidad. Dionisio no le soltó el brazo.

-Esto no puede ser -dijo con voz tormentosa.- No debiste besarme.

-Pero... ¡pero tú respondiste mi beso!

-¡Y tú prometiste no volver a tocarme! -soltó, levantando la barbilla con desafío.

Dionisio sonrió con diversión.

-Sí, lo hice. -aceptó. Dio un paso hacia ella y con su mano libre, tocó el otro brazo de Cristina y con sus dedos trazó suaves caricias en los antebrazos de ella mientras la miraba con una media sonrisa.- Pero prometí no hacerlo durante la cena... -Cristina abrió la boca para replicar pero él no se lo permitió.- Y la cena, mi querida Cristina... Ya ha terminado. -Concluyó.

Acto seguido, Dionisio la tomó con fuerza por los brazos pero sin llegar a lastimarla y la acercó a él hasta cubrir sus labios con los propios en un fiero y apasionado beso que nada tenía que ver con el anterior. Cristina jadeó y por unos maravillosos segundos correspondió aquel beso. Dionisio exploró su boca, su sabor, su textura con ansias, con ganas de más... Totalmente absorto por las sensaciones que el beso provocaba en él, aflojó su agarre. Cristina notó el momento exacto en que Dionisio dejó de ejercer presión en su agarre y lo aprovechó para zafarse de él con brutalidad al tiempo que con su mano derecha le propinaba una fuerte y sonora bofetada, dejándolo completamente atónito.

-¡Te dije que no volvieras a tocarme! -gritó con rabia, alejándose de él unos cuantos pasos- ¡Soy una mujer casada! Y tú... ¡Tú un estúpido! ¡No quiero volver a verte!

Sin más, Cristina dio media vuelta y prácticamente corrió hacia la Benavente.
Dionisio ni siquiera se molestó en ir tras ella, de hecho aún estaba atónito por la bofetada.
¿Qué había pasado? ¿Por qué Demonios lo había abofeteado si había correspondido el beso? Pensó furioso, viéndola como entraba a su casa.
Estaba muy enfadado, Cristina era la primera mujer que lo abofeteaba, nunca antes ninguna mujer lo había tocado de esa manera y el hecho de que Cristina hubiera sido la primera lo hacía sentir rabioso pero al mismo tiempo, su interés hacia ella había aumentado. Ahora más que nunca estaba determinado a que esa fiera bipolar fuera suya a como dé lugar. Mientras tanto... ¿Qué haría con aquella prominente erección que le había provocado su beso?
Su celular comenzó a sonar y rebuscando en el bolsillo interno de su chaqueta, lo sacó y al hacerlo, una tarjeta cayó al suelo.

-¿Bueno? -contestó el celular, mientras se inclinaba por la tarjeta.

-Buenas noches, Dionisio ¿Cómo va todo? -era Ulises.

-De maravilla, muchacho ¿Y ustedes? -Dionisio se incorporó sin mirar la tarjeta.

Estuvo hablando unos minutos más con Ulises y en cuanto hubo colgado, suspiró profundamente. Aún era temprano y no tenía ganas de ir a encerrarse a la casa de Ulises.
Apretó los puños y sintió como la tarjeta se estrujaba. Abrió la palma de la mano y miró la tarjeta con sumo interés.

-"La Victoria". -leyó.

Una sonrisa pícara se formó en sus labios y en ese mismo momento decidió ir a conocer ese lugar.

<<<<<

Una vez en la soledad de su habitación, Cristina no dejaba de caminar de un lado para otro. Estaba nerviosa y alterada por lo sucedido momentos antes. ¿Cómo había podido ser capaz de tal cosa?

-Seguro bebí demasiado... -se excusó.

*¿Beber? ¡Ja! Ni siquiera habías bebido ni una gota de alcohol cuando ya lo estabas besando* se burló su mente y eso la enfurecía porque sabía que tenía razón.

Cristina se acercó a la ventana y miró el cielo estrellado.
Tenía que admitir que sentía una profunda atracción hacia Dionisio. Una atracción que nació en el mismo momento en que lo vio, pero por muy atraída que se sintiera por él, no podía volver a verlo. Estaba casada y no podía fallarle a su marido que siempre había estado con ella en las buenas y en las malas, apoyándola, cuidándola, ofreciéndole su amor incondicional... No. Esteban no se merecía una traición por parte de ella, así que lo mejor que podía hacer era alejarse de Dionisio, no volver a verlo.
Aún con la mirada en el firmamento, Cristina suspiró.

-Esta es la primera y la última noche que salgo contigo, Dionisio Ferrer -pronunció al viento.-Mi marido no merece esta traición... Jamás volverás a verme, ¡Jamás! -prometió.

<<<<<

Una nube de humo de cigarrillo y el olor penetrante a alcohol lo recibió al entrar al bar por primera vez. Dionisio miró alrededor y a pesar de ser un establecimiento pequeño, le gustó la decoración rústica del lugar. El establecimiento estaba lleno de hombres tanto hacendados como de campesinos y de varias chicas con ropa de lentejuela y muy reveladora sobre su oficio. Se acercó a la barra, tomó asiento en un taburete vacío y pidió al cantinero una copa de whisky. El cantinero, mostrando su eficiencia, le sirvió con rapidez. Al tener su copa frente suyo, Dionisio dio un trago, al momento, sintió unas pequeñas manos posarse sobre sus hombros y deslizarse suave y lentamente hacia su pecho.

-Hola, guapo... -ronroneó una voz femenina.

-Mmm...

Dionisio dejó su vaso sobre la barra y se giró para encontrarse con un par de ojos verdes mirándolo con una sonrisa coqueta.

-¿Buscas compañía? -ronroneó la mujer, tomándose la libertad de sentarse en las piernas de Dionisio para luego rodearle el cuello con ambos brazos.

-¿Conoces a alguien que quiera hacerme compañía? -murmuró él con voz ronca.

La mujer sonrió ampliamente y acercó su rostro a la mejilla de él para murmurarle al oído.

-Yo podría hacerte compañía, guapo... -luego se apartó un poco para mirarlo a los ojos- Claro, siempre y cuando, lleguemos a un... acuerdo.

Dionisio soltó una carcajada.

-¿Con quién tengo el... gusto?

La mujer abrió la boca fingiendo ofenderse.

-¿Gusto? No, muñeco -agarrándole la barbilla.- No será un gusto... Será un placer -meneó sus caderas de forma provocativa contra en miembro de Dionisio.- Y puedes llamarme Perla. -dijo antes de inclinarse y besarlo con avidez, un beso que Dionisio correspondió encantado. Sin duda lo necesitaba.

<<<<<

Al día siguiente, Cristina madrugó e hizo su rutina de siempre. Tomó una ducha, se vistió y fue a desayunar. Al terminar salió a los establos a checar con el capataz el ganado. Cerca de las 10 de la mañana, pidió al caballerizo su caballo y salió a recorrer las tierras de arado, supervisando que todo marchara bien. Al asegurarse del perfecto estado de todo, decidió regresar a la Benavente, tomando el camino que llevaba hacia el río.
El caballo iba a un paso lento pero constante, Cristina no tenía ninguna prisa en llegar a casa a pesar de que el cielo estaba en lo más alto y el calor era casi insoportable. Al acercarse al río, escuchó el rumor del agua y unas ansias casi irrefrenables de refrescarse con el agua se apoderaron de ella.

-¿Por qué no? -sonrió.

Tomó las riendas de su caballo y lo dirigió hacia el río.

<<<<<

Dionisio pasó toda la mañana junto a los arquitectos que había contratado y juntos estuvieron en los terrenos, midiendo y supervisando las áreas, poco antes de mediodía, los arquitectos se habían ido. Dionisio siguió recorriendo las tierras de forma más detallada, ya que cuando había ido con Ulises y con Acacia, solo había dado un vistazo muy superficial. Estuvo supervisando el estado de las vallas en los alrededores hasta que llegó a un río.
El agua del río era cristalina y los árboles que rodeaban el sendero que éste recorría, hacía que el panorama fuera grandioso. Se acercó al borde del río, se inclinó y sumergió sus manos en el agua para lavarlas. Estaba en ello, cuando se percató del sonido de unos cascos de caballo acercarse. Extrañado, se incorporó y camino hacia donde creía él, provenía el sonido. A pesar de la maleza espesa, pudo vislumbrar al animal y arriba de él... a Cristina.
Qué bella se veía arriba de un caballo, pensó. Movía sus caderas a un vaivén cadencioso, continuo... Ante ello, no pudo evitar preguntarse si Cristina movería las caderas de la misma forma en la intimidad, montándolo a él.
De solo pensarlo, su pequeño soldado se puso en posición de saludo. Dionisio sonrió.
Cristina aún no se había percatado de su presencia y cada vez se acercaba más a él, pero estaba seguro de que si lo llegaba a ver, no dudaría en dar media vuelta e irse a medio galope, así que decidió esconderse por el momento.

<<<<<

Cristina llegó al río y desmontó su caballo. Caminó hasta un árbol mediano del cual sujetó las riendas de su caballo para que este no se fuera. Una vez aseguradas las riendas, caminó hasta el río. Se puso en cuclillas, sumergió las manos al agua, las juntó y ahuecó las palmas en donde recogió agua y se las llevó hasta el cuello, donde abrió las palmas y dejó que el agua fluyera libremente sobre su cuerpo ardiente, refrescándola mientras echaba la cabeza hacia atrás. Repitió el proceso un par de veces y aunque sintió bajar la temperatura de su cuerpo, no era suficiente.
Sonrió. Dio media vuelta y regresó hacia donde había dejado a su caballo. Una vez ahí, se quitó las horquillas que sujetaban su cabello y las guardó en la pequeña bolsa que siempre llevaba en su silla de montar. Se inclinó cobre su cuerpo y se quitó ambas botas, seguidas de los calcetines, disfrutando de la sensación de sentir sus pies desnudos en contacto con la hierba.
Llevó sus manos a su blusa y comenzó a desabrocharla. Una vez desabrochada, la colocó encima de la silla de montar y se llevó las manos al pantalón, lo desabrochó y se los quitó con rapidez para luego colocarlos encima de la blusa, quedando solamente en ropa interior.
Suspiró. Dio media vuelta y se dirigió nuevamente al río el cual estaba a unos escasos cinco metros de distancia.
Llegó a la orilla y sonriendo, se adentró al río sin percatarse de que era observada.

<<<<<

Dionisio estaba sin aliento. Cristina se estaba desnudando delante suyo y su cuerpo era simplemente perfecto. Senos llenos y firmes, cintura pequeña, cadera estrecha, seguidas de un par de piernas muy bien torneadas... La visión de ese cuerpo casi lo hizo delirar. Al ver que ella se volvía y se sumergía en el río, no pudo evitar compararla con una hermosa ninfa. Era tan hermosa... y algún día sería de él ese cuerpo.
¿Sería conveniente salir de su escondite? Quizá al verlo, se enfadara y saldría pitando en su caballo... No. No si él lo evitaba, sonrió con malicia.
Cuidando de no hacer ruido y de permanecer oculto, se acercó al caballo de Cristina mientras ella nadaba con tranquilidad, totalmente ajena a lo que pasaba a su alrededor.
Dionisio tomó en sus manos la blusa y el pantalón de Cristina. Con rapidez, desató las riendas del caballo y una vez libre, le dio una fuerte palmada en sus crines y éste salió corriendo a todo galope. Dionisio no perdió el tiempo y también corrió a su escondite.

<<<<<

Cristina nadaba pacíficamente con los ojos cerrados, disfrutando de la sensación de paz que reinaba en el lugar. Así que fue una completa sorpresa para ella escuchar el relincho de su caballo, seguido de sus trotes. Al escucharlo, se incorporó con rapidez y miró como su caballo se alejaba.

-Oh, no...

Apresuradamente salió del río, pero era demasiado tarde. Su caballo se había ido.
¿Y ahora? ¿Acaso no había asegurado bien las riendas?
Se acercó al árbol donde había atado las riendas, con la esperanza de que su ropa se hubiera caído ahí, pero no encontró nada. Gimió. ¿Qué iba a hacer? Nadie sabía que estaba en el río y tampoco podía llegar a la Benavente en ropa interior.

-Que hermosa te vez así... -escuchó una voz grave detrás suyo.

Al escuchar aquella voz, Cristina se tensó.

-Tienes un cuerpo espectacular... -murmuró.

Ella giró, rogando porque solo fuera su imaginación, pero no. No era su imaginación. Era Dionisio Ferrer.
Al verlo, fue consciente de su desnudez y trató de cubrirse con sus manos pero era inútil. Él rio ante su gesto.
Cristina se sonrojó y corrió a esconderse detrás del árbol.

-¿Qué haces aquí? -gritó ella.

-¡Oh, vamos Cristina! No te escondas, ya lo he visto todo.

-¡Ni lo sueñes! ¡No pienso salir de aquí!

Dionisio volvió a reír.

-¿Ni siquiera lo harás para recuperar tu ropa?

¿A quién quería engañar?, pensó Cristina. Su ropa se la había llevado su caballo. Lo que él quería era verla desnuda.

-No me vas a hacer caer... -advirtió.

-Asómate sino me crees. -la retó.

Cristina inhaló aire y se asomó. Efectivamente. Dionisio tenía sus ropas, eso significaba que llevaba ahí un buen rato.

-Eres un... -dedicándole una mirada asesina.- ¿Cuánto tiempo llevas aquí?

Dionisio se encogió de hombros.

-Lo suficiente para ver el show de striptease.

Cristina se quedó boquiabierta y él soltó una carcajada. Eso enfureció a Cristina y olvidándose de su vergüenza, salió de su escondite y se acercó a él.

-¡Eres un miserable! -le gritó en cuanto estuvo frente a él. -¡Devuélveme mi ropa! -exigió.

Dionisio negó con la cabeza, sin dejar de sonreír.

-¡Qué me la devuelvas! -gritó enfadada, alargando su brazo para tratar de alcanzar su ropa pero Dionisio fue más rápido y la elevó a lo más alto.

Cristina se paró de puntillas pero ni siquiera así lograba alcanzar sus ropas, Dionisio era muy alto y eso la hizo enojar aún más. Resopló con rabia.

-¡Devuélvemelas o juro que te mato, Ferrer! -amenazó.

Dionisio arqueó una ceja.

-Si me matas a besos, quizá considere dártelas.

Cristina abrió la boca, sorprendida.

-¿Qué dices? ¡No! ¡No pienso hacerlo! -se cruzó de brazos.

-Entonces, no te la doy -cruzándose de brazos también.

Cristina lo miró con la mirada chispeante de rabia.

-¡Dámelas! -tratando de alcanzar la ropa nuevamente y nuevamente Dionisio las elevó en lo alto.

-No. Un beso por prenda. -condicionó.

-No pienso hacerlo. -levantó la barbilla.

-Como quieras... -suspiró Dionisio y dio media vuelta y comenzó a alejarse.

Cristina lo miró asustada. ¡No podía dejarlo ir!

-¡Cristina! –se escuchó en la lejanía.

Cristina se quedó como piedra al escuchar aquel grito.

*No... No puede ser* pensó lívida. No podía ser real... ¿O sí? ¿Acaso lo había imaginado?

Pero Dionisio también lo escuchó y la prueba era que se había girado hacia ella.

-¡Cristina! -se volvió a escuchar.

Cristina gimió y se llevó las palmas de la mano en su rostro.

-Dios mío... -gimió.- No puede ser.

Retiró las palmas de su rostro y corrió hacia Dionisio.

-Tienes que darme mis ropas, por favor. -le suplicó.

-¿Por qué?

-Porque mi marido está cerca.

Los ojos de Dionisio se tiñeron de diversión.

-¿Y?

-¡Por favor!

Él negó.

-Un beso por prenda. -repitió.

Cristina cerró los ojos y gimió.

-No puedes hacerme esto -abrió los ojos.

-Lo estoy haciendo ¿no?

-¡Cristina! –la voz de Esteban se escuchaba cada vez más cerca.

Cristina soltó el aire que estaba conteniendo.

-De acuerdo. Sólo un beso -advirtió.

-Solo uno -concordó él- Por prenda -agregó.

Ella negó.

-Por ambas.

El negó con la cabeza y se cruzó de brazos.

-No hay trato.

-¡Está bien, está bien!

Y sin más se acercó y posó sus labios sobre los de Dionisio, procurando que fuera un beso rápido pero él no se lo permitió. La besó lenta y profundamente para saborearla, pero no pudo hacerlo por mucho tiempo ya que ella se apartó enseguida.

-Mi blusa. -estiró la mano.

-Eso no fue un beso.

-Sí, sí lo fue. Mi blusa. -ordenó.

Él sonrió y le tendió la prenda.

-¿Mi otro beso?

Ella puso los ojos en blanco.

-¡Cristina!

Cristina giró la cabeza nerviosa, pero no vio a su marido. Volvió la vista a Dionisio.

-Que sea rápido.

Se acercó a él y estampó sus labios contra los de él. Lo besó por unos segundos y cuando trató de apartarse él no se lo permitió. La rodeó por la cintura y la estrechó aún más contra su cuerpo, acariciándole la espalda desnuda, mientras le mordía el labio inferior para hacerla abrir más los labios. Ella gimió y obedeció, olvidándose momentáneamente de sus nervios y de todo lo demás. Él aprovechó el momento e introdujo su lengua, haciéndola suspirar de placer con sus movimientos sensuales. Cristina sin poder evitarlo, le echó los brazos al cuello y se entregó aún más a aquel ardiente beso.

-¡Cristina! -gritó Esteban detrás suyo.

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