La ilusión de Fehlion (Léiriú...

By LuxMatnfica

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Finalmente, el trío conformado por Maddie, Adrián y el exasperante Joker ha conseguido su objetivo: llegar a... More

Prólogo
Nota
Ilustración de Maddie por @AriZabel
Resumen de la historia hasta ahora
Apéndices I: Los dioses antiguos
Apéndices: lenguas de Léiriú
Nota del traductor
Primera parte: Las ruinas encantadas
2. Idril I: Las increíbles aventuras del gran Idril. Primera parte
3. Madelaine I: La joven que ya no creía en cuentos de hadas
4. Idril II: Las increíbles aventuras del gran Idril. Segunda parte
5. Gelsey II: El dios del Otoño
6. Grisel I: El precio del poder
7.Nissa I: La semilla del odio
Saliendo de las sombras
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8. Idril III: Cómo matar a una estrella
Un angelito guerrillero
9. Madelaine II: La última carta (Parte I)
9. Madelaine II: La última carta (Parte II)
10. Bardo I: Conversaciones que nunca debieron existir. Primer fragmento.
11. Madelaine III: Prepárate, porque vas a dejar de existir
12. Joker I: El mar de los sueños olvidados (Parte I)
12. Joker I: El mar de los sueños olvidados (Parte II)
13. Joker II: Quince coma siete (Parte I)
13. Joker II: Quince coma siete (Parte II)
(13 bis*)Joker II: Quince coma siete (repetido)
14. Elijah I: Decisiones
15. Bardo II: Conversaciones que nunca debieron existir (Segundo fragmento)
Segunda parte: La batalla de La Noche más Oscura
17. Adrián I: Jugando con fuego
18. Gelsey III: Entre el corazón y la cabeza (Parte 1/2)
18. GELSEY III: Entre el corazón y la cabeza (Parte 2/2)
Odio a los prpinos malignos
Idril: Odio las arañas con lunares amarillos

1. Gelsey I: Bienvenidas a Léiriú

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By LuxMatnfica

Por fin, después de tanto tiempo, vuelve Léiriú. Ojalá os guste el capítulo ^^

Este se lo dedico a Noelia porque fue la primera en comentar en Léiriú II :DD Por cierto, ella escribe fantasía también y por lo que he podido leer, lo hace muy bien ;) 

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«Me complace anunciaros que los últimos esperanzadores rumores son ciertos: ¡Las tropas de Kra Dereth se están retirando! La luz vuelve a salir y nosotros podemos volver a soñar.»

(General Shem, El escorpión colmilludo).

GELSEY I: Bienvenidos a Léiriú

Cuando uno saltaba a través de un agujero mágico acompañado de un extraño monstruo rosa, un bufón siniestro, una misteriosa mujer que me buscaba para que le hablara de su misteriosísimo pasado entre otros seres inverosímiles, ¿qué cabría esperar que habría al otro lado?

La nada que nos devoraba se convirtió de repente en un tobogán gigante por el que bajábamos a tanta velocidad que lo único que podíamos hacer era dejarnos llevar y, tal vez, ésa era la clave para llegar a Léiriú: dejar de intentar ser amos del mundo que nos rodeaba y simplemente permitir que el destino fluyera. El tobogán era más bien una metáfora del abandono de la cordura por su otra cara de la moneda y en vez de divisar su fin, tan solo se complicaba más el recorrido, convirtiéndose en un complicado lazo. En algún momento, aparecieron ramificaciones; podía ver a los demás deslizándose por recorridos diferentes al mío y me embargó la ominosa sensación de que había sido devorado por una criatura horrible y que nos encontrábamos en sus tripas.

Cuando ya pensaba que me deslizaría por un tobogán sin fin por toda la eternidad, empecé a detenerme suavemente, era el final del trayecto. Y tras poner los pies en lo que yo creía que era el suelo, un manto de estrellas se extendió debajo de mí. Las había de todo tipo, desde moribundas hasta recién nacidas. De ellas empezaron a brotar flores y enredaderas de mármol que crecían y se desarrollaban a toda velocidad, conformando a mi alrededor una cúpula inmensa. 

La cúpula tenía varios estrados a diferentes niveles de altura y todos empezaron a llenarse de feéricos. Me rodeaban. Las vestimentas de toda esa gente me resultaban excéntricas, sus rostros, sin embargo, eran un amalgama borroso de varios colores, no podía definir ni uno solo. Salvo el de una mujer. 

Era muy elegante pese a las gemas brillantes que engalanaban su complicado peinado, sus brazos y sus tobillos. De todas las hadas que yo había conocido, solo Idril y las proscritas que se cortaban las alas llevaban joyas. Pero había algo en el rostro afilado de esta mujer que me transmitía serenidad. Las luces se apagaron, pero los vestidos de toda esa gente brillaban en la oscuridad. De repente, me abrazaron unos brazos fluorescentes y me sentí como en primavera. No una primavera cualquiera, sino la de mi espíritu. Así es como debía de haberme sentido una vez, cuando aún era inocente y me creía capaz de trascender a la nieve más azul. Gracioso, porque aún tenía la ilusión de cambiar el mundo. 

Terminó el abrazo de la mujer y comprendí que me hallaba en un juicio, en un juicio de lágrimas. Sobre la tarima más alta e imponente, me reconocí a mí mismo. Llevaba una delicada tiara dorada sobre mi larga cabellera caoba. Me miré a los ojos y me sonreí con una sonrisa cruel que yo jamás habría sido capaz de componer.


Entonces me desperté en otoño.


Desperté yaciendo sobre la húmeda hierba de Léiriú, bajo su inabarcable cielo crepuscular, con sus nubes ardiendo sin emitir humo. Me dolían las heridas del cuerpo y la cabeza me martilleaba. Había algo pegajoso en la atmósfera que se adhería a mi piel, la traspasaba, traspasaba los huesos y se iba depositando entre los recovecos. El resultado era una extraña melancolía que no lograba entender. Estaba empapado en sudor. Había tenido visiones. Un sueño que fue como piezas de un puzle girando dentro de mi cabeza. Las imágenes formaban un remolino incoherente de color y había alcanzado a distinguir algo que no me gustaba en absoluto. Me había visto a mí mismo... haciendo cosas que no parecían propias de mí. De pronto se había creado en mi interior una necesidad patológica de descubrir las piezas que faltaban para poder comprender qué era lo que había visto realmente. La membrana que separaba los recuerdos ocultos del inconsciente se había quebrado en el viaje. Mi pregunté si a todos nos había sucedido lo mismo al llegar a Léiriú o solo a mí.

—Gelsey, ¿estás bien? ¿Gelsey?

Era la voz de aquella misteriosa híbrida, Enora.

Mis pupilas iban filtrando la luz vespertina. Había escombros de piedra rojiza por todas partes y naturaleza descontrolada como nunca antes había visto. Árboles muy antiguos de hoja caduca secándose bajo el débil calor otoñal. Me incorporé con dificultad.

—Estoy bien, estoy bien... —mascullé—. ¿Cómo estás tú?

Por la cara que puso, le sorprendió que me preocupara por ella y no que preguntara de inmediato por Idril para completar mis planes lo antes posible. Su melena negra y rizada se le había salido del recogido, no lo suficiente como para disimular sus orejas picudas. Los débiles rayos de sol trataban de horadar y resquebrajar su piel, pero no eran lo suficientemente fuertes gracias a que no era vampira del todo. Miró de soslayo la marca negra que había aparecido en su brazo y después, miró con odio recalcitrante al hechicero, que también se hallaba recomponiéndose del viaje.

—¡¿En qué momento acepté formar parte de esto?! —farfullaba.

Yo fijé mi atención en el bufón que ya estaba de pie frente a nosotros, preparado para amenazarnos.

—Bien. Ahora voy a mataros a todos.

Lo dijo completamente serio, con los ojos de un depredador hambriento y sus dagas apuntando hacia nuestros pechos. Y, sin embargo, me pareció un loco que se acababa de escapar del hospital. Un loco muy peligroso, pero me costaba tomármelo en serio: tan alto y tan delgado, con esas ropas brillantes de seda deshilachada, el cabello claro encrespado cuyas puntas se manchaban por el maquillaje distorsionado de su rostro... Un payaso amanerado no podía sostener un arma peligrosa, por muchas caras de loco que pusiera. Entonces, ¿por qué había empezado a sudar hielo? Le detesté intensamente y rara vez mis primeras impresiones sobre alguien acaban variando. Le quería lejos, muy lejos de Idril. No le soportaba cerca de Madelaine.

No me daba la gana permitir que nos amenazara como si no valiéramos nada, así que me incorporé y puse en guardia de inmediato. A mi lado, Enora también se había recuperado, aunque seguía sin gustarme nada esa mancha del brazo. Vi como recogía la espada de la sala del tesoro que debía de haber caído junto a ella.

—Inténtalo si puedes. —No iba a dejarme amedrentar.

—Un dos contra dos, ¿qué os parece? —El hechicero también tenía ganas de amenazarnos con lo que quedaba de su espada. Joshua se había incorporado y debió de pensar que imitar al payaso le haría ver menos ridículo.

Al menos el dinosaurio se había dado de bruces contra el suelo, cayendo sobre su propia cola y aplastándosela. Eso me hizo sonreír para mis adentros. Su escudo de llamas se había apagado y así, gimoteando, no daba ni una pizca de miedo. Entonces comprendí por qué el bufón se veía tan crispado: no había ni rastro de Idril por ninguna parte. Tampoco de Madelaine. Ni entre los brazos de luz solar que proyectaban la ilusión de calentar el suelo ni entre los arbustos y macizos de flores rojas y púrpuras que crecían amontonadas por todas partes hallé a ninguno de los dos.

—¿Y ahora qué, Gelsey? ¿Al menos sabes dónde carajos estamos? —me susurró Enora.

No, no tenía ni puñetera idea. Iba a alzar la vista al cielo para situarnos, por si había alguna remota posibilidad de que reconociera los astros.

—Bienvenidos a Léiriú —anunció el Joker con una enorme sonrisa que emulaba la forma de sus dagas.

En ese momento descubrí que Enora no era de las que necesitaban pensárselo dos veces para entrar en una pelea. Antes de que atacara él, la híbrida saltó contra el Joker, enarbolando su espada, que bajo la luz crepuscular parecía negra. Las dagas frenaron la estocada. Llovieron chispas irisadas. Esas dos armas se odiaban y estaban deseando golpear el acero rival.

Aunque sabía que iba contra la lógica, tenía la mala impresión de que el Joker era un contrincante demasiado poderoso incluso para ella, por lo que creé rápidamente unas raíces mágicas que le atraparon, enroscándose en torno a su cintura y axilas. La atmósfera de ese lugar era muy diferente. Estaba refulgente de energía y hacer magia resultó sorprendentemente fácil.

—Ni lo soñéis —amenazó Joshua; fuego mágico se concentraba entre sus dedos.

No podía permitir que terminara de crear el hechizo, así que efectué uno telúrico sabiendo que no me iba a llevar tanto tiempo lanzarlo. El suelo, bajo los pies del hechicero, empezó a temblar y a desfragmentarse, desestabilizándole. Enora se lanzó a por el bufón una vez más, pero de repente, las raíces mágicas que le sostenían se secaron y convirtieron en polvo. El Joker golpeó a Enora en la mandíbula y después, extendió los dedos de la mano para arrojarla al suelo con una onda expansiva. La híbrida logró caer de pie, con una rodilla flexionada a punto de tocar el suelo. La sangre le resbalaba por el mentón, mas ella no le daba importancia, desafiándole con una acerada mirada, dispuesta a volver a intentar cortarle.

Si no ayudaba a Enora, seguramente la mataría, pero tampoco podía dejar que el hechicero nos diera la brasa con sus hechizos.

—En vez de pelearnos entre nosotros, deberíamos colaborar. Al menos hasta que tengamos mejor conocimiento de la situación —propuse.

Los feéricos habíamos comprendido mejor que los humanos que el más fuerte no era el que sobrevivía en un medio extraño, sino los que mejor sabían colaborar entre sí. Me sentía orgulloso de mi poder, pero sabía que solo eso no me bastaría para alcanzar mis propósitos allí en Léiriú.

—Ahora quieres colaborar, ¿eh? —se jactó el hechicero, poniéndose en pie.

No me gustaba nada su arrogancia.

—No sabemos si Madelaine o Idril se encuentran en peligro y nosotros peleándonos como niños —apelé.

—O la princesa vampira —añadió Enora.

Los dedos del hechicero hicieron el amago de agarrar algo. El Joker nos observaba con desprecio, sin ocultar que más bien le habíamos contado un chiste tan malo que causaba indignación. Recuerdo que la atmósfera en ese momento estaba frágilmente tensa y quizás nos habríamos matado entre todos si no fuera por el sonido lastimero que hizo estremecer de repente incluso a la tierra y que me vació la mente de todo pensamiento. Pocos sonidos había en el mundo capaz de dejarnos a todos en silencio. Aquel fue un aullido hiriente y a la vez, sobrecogedor que hendió el cielo en dos y me heló la sangre.

Al alzar la mirada hacia muy, muy arriba, quedé ensimismado por la belleza del espectáculo: solo quedaban jirones de nubes que habían sido desgarradas por las míticas criaturas que infestaban el cielo: dragones. Sus cuerpos se ondulaban majestuosamente, las alas translúcidas producían ráfagas calientes. Había como media docena y sus escamas eran de un verde muy oscuro, casi negro, y con la luz parecían poseer de vez en cuando reflejos morados. Luchaban contra otro dragón más pequeño de escamas escarlata que destacaba entre todos ellos como un rubí entre cientos de cuentas de obsidiana. Sus garras parecían de cristal oscuro que dividía la luz en infinitas partículas luminosas. Ya no quedaban de esas criaturas en el mundo, los cazadores de dragones los habían exterminado siglos atrás. Estaba sobrecogido y a la vez, aterrado.

—Me pregunto dónde te esconderás cuando comience la lluvia de fuego —supo leer el Joker mis temores. Él parecía bastante indiferente por el espectáculo. ¿Cómo sabía lo de mi aversión por aquel elemento?

—Están demasiado altos —aduje, intentando ignorar el escalofrío que acababa de sentir.

Aquella dimensión no dejaba de resultarme extraña. Las primeras estrellas ya tendrían que haber aparecido y, sin embargo, el cielo estaba vacío.

Los dragones negros se arrojaron al unísono contra el rojo. Una lluvia de cenizas cayó sobre nosotros. No, no eran cenizas. El hechicero se agachó y recogió una escama del suelo. Ocupaba casi toda su mano y podía ver su reflejo en la superficie metálica.

—Está fría por el reverso, pero cálida sobre mi palma... —comentó para sí mismo, ensimismado por su belleza. Al darle la vuelta reparó en unas inscripciones—. ¿E-0...? El siguiente número parece un uno, pero está partido.

¿Por qué alguien le pondría números a unas criaturas como aquéllas? ¿Sería Kra Dereth?

Hablando de Kra Dereth... El bufón estaba muy quieto, como un gato observando a su presa. Parecía haberse olvidado de nosotros. Me pregunté si ése era el momento de atacarlo o si debía aprovechar y largarme.

—Fehlion —masculló sin desclavar la vista de lo que fuera que hubiese captado su atención.

Nunca pensé que volvería a oír ese nombre pronunciado por unos labios vivos.

—¿El supuesto dios del Otoño? —pregunté, sin ocultar mi sarcasmo. No podía existir un dios de ninguna estación. No eran cosa suya. El mundo no funcionaba según los caprichos de ningún ser, salvo por el poder de la Canción de la Vida.

Los feéricos no considerábamos a los dioses como tal. Adorábamos a la Madre Naturaleza, se llamara como se llamara según la región, que se encuentra intrínseca en el corazón de todos los seres vivos. Los demonios eran para nosotros toda aquella criatura que no sabíamos clasificar. Así que para los feéricos, aquellos a quienes todos los demás llamaban dioses, no eran más que demonios con cuerpos antropomórficos y con demasiadas pretensiones. Si es que alguna vez habían llegado a existir de verdad. Porque lo que se decía era que los Dioses Antiguos habían desaparecido de la faz del mundo.

Enora me miró, perpleja. El Joker se limitó a cerrar fuertemente el puño.

—¿Aquí hay un dios? —insistí.

Pero no daba señales de oírme. Se puso a farfullar palabras inteligibles; maldijo contra el aire arrojando su furia y frustración. Todo en vano, ya que no ocurrió nada. Enora y yo le contemplamos con la estupefacción y asombro del que contemplaba a un loco cometer locuras. Fue Enora la primera que logró reaccionar.

—Larguémonos de aquí.

Fehlion... El señor del otoño. El dios de las ilusiones y de aquello que se desvanece para dejar paso a la oscuridad. Qué ridiculez.

—¿Los dragones son una ilusión? —La escama me parecía demasiado real.

—Oh, no. Prueba a chamuscarte y verás lo reales que son —alegó el Joker, casi sin aguantarse la risa que aquella idea le producía.

—Tenemos que largarnos —insistió Enora—. O, al menos, empezar a movernos.

El Joker ya había vuelto a ponerse indiferente. Palpaba el aire como si buscara el pomo invisible de una enorme puerta y balbuceaba para sí mismo. Yo, por mi parte, intentaba contactar con la naturaleza, que estaba demasiado muda. La magia flotaba en el ambiente, pero se trataba de una muy antigua que no me producía buenas sensaciones. ¿Cómo reaccionaría mi magia en un lugar así? Durante la riña de antes no había funcionado nada mal, pero temía que se me descontrolara. Quizás el Joker estaba en lo cierto y sí que había un dios; un demonio, mejor dicho. Mas admitirlo dañaba mi orgullo y Enora tenía razón, debíamos empezar a movernos. Así que busqué el artefacto mágico con el que manipulaban al dinosaurio.

Lo localicé entre las patas del bicho. Sin duda, era el objeto con el que Idril lo había invocado. Aun a distancia, podía sentir la magia del Corazón del Bosque que emanaba de su interior. No sólo la humana se había apoderado de algo que me pertenecía, si no que también había utilizado su magia para crear todo tipo de armas y artilugios mágicos.

Joshua debió leer mis intenciones y se lanzó corriendo a por el artefacto, sin embargo yo fui más rápido y logré hacerme antes con él.

—Ahora te controlo yo —declaré triunfante, ordenando al dinosaurio que mandara a volar al hechicero de un colazo. La magia del Corazón me reconoció al instante y me obedeció. Llamadme chiflado, pero juraría que había tristeza en los ojos de esa criatura cuando golpeó con su cola al joven hechicero. Entonces le ordené que me dejara montarlo y la espina dorsal del dinosaurio se dobló para facilitarnos el ascenso—. Vamos, Enora, sube.

—¿Lo dices en serio?

—Desde aquí arriba, con tu vista élfica, podrás encontrar a los que faltan.

Llegué a la cima de mi escalada, es decir, al lomo de la criatura, y me sentí poderoso y dueño de las vastas tierras que tenía frente a mí. La embriagante sensación de poder debió de iluminarme el rostro porque Enora se percató de ello. Ella seguía sin ver muy claro esto de subirse a un dinosaurio rosa que no cesaba de gimotear.

—¡Vamos! —le insté antes de que los rebeldes nos lo impidieran.

—No me lo puedo creer, ¡pretendéis secuestrar a Dini! —oí que exclamaba el Joker. En realidad nos observaba con una fina ceja enarcada, como si no diera crédito a que fuéramos capaces de subirnos a una de esas atracciones de las ferias humanas que daban vueltas a velocidades asesinas.

Enora empezó a trepar, hundiendo sus garras entre las escamas. El dinosaurio volvió a sollozar, sin dejar de correr. Yo no se lo había ordenado, aún tenía que aprender a manejar el artefacto. Cuando ella ya estaba a punto de alcanzar la cima, le tendí mi mano, sin embargo la ignoró y terminó de subir por su cuenta.

—Gracias por la ayuda, aunque no la haya necesitado —dijo al llegar junto a mí.

Aunque no quisiera mi ayuda, la sujeté de todas formas porque allí arriba el viento soplaba fuerte y nuestra montura se movía demasiado. Me lanzó una mirada fiera que yo correspondí con serenidad y ella acabó desistiendo, hundiendo suavemente sus uñas en mi hombro para sostenerse. Enora quería dejarme claro que aunque necesitara de mí, era fuerte por sí misma. No es que lo hubiera dudado. Yo no era de ésos que iba subestimando a la gente; solo a los que vestían como payasos amanerados, y ella estaba muy graciosa con los rizos saltándole como muelles por culpa del aire otoñal, pero no tanto como para llegar al nivel de ridiculez de ese payaso histriónico. 

Mi compañera empezó a analizar al abrumador paisaje que nos rodeaba. Nos habíamos metido en una densa arboleda. O allí todo era muy grande o nosotros habíamos encogido, como en todas esas historias sobre atravesar espejos y caer a través de madrigueras de conejos: se cernían sobre nosotros brazadas y brazadas de los árboles más grandes que jamás había visto. Sus ramas eran tan altas y retorcidas que se entrelazaban unos árboles con otros y, a través de ellas, cruzaban de un lado a otro desde serpientes y ardillas hasta quién sabía qué criaturas. Unos árboles que por lo menos medían cuarenta metros y nosotros nos habíamos subido a un bicho de solo cinco.

—...¿Desde aquí pretendías tener una buena panorámica? De momento mi vista no atraviesa la materia, Gelsey. No me digas que los silfos creéis eso de los elfos. —Había una nota de diversión en aquellas palabras.

—Quién sabe, hoy he visto cosas realmente increíbles. —Traté de responder con ironía para ocultar el abochornamiento.

—Pero sí que oigo jaleo en esa dirección —añadió señalando con el dedo anular, a la manera élfica, hacia el noreste, hacia lo profundo del bosque.

—Entonces, vamos. ¡Arre! —le ordené al dinosaurio, agitando el artilugio mágico.

No sabía montar a caballo, pero por fortuna, el artefacto mágico le transmitía mis órdenes a la cabeza del bicho y éste obedecía al instante. Del paso, le obligué a pasar al trote para perder de vista a esos idiotas.

  —¡Me temo que vosotros tendréis que ir a pie, si es que podéis alcanzarnos! 

«Y con suerte sois aplastados por las patas», pensé.

—¡Pretenden secuestrarlo de verdad! —bufó Joshua desde donde yacía derribado.

Enora volvió sus camaleónicos ojos hacia mí.

—¿Seguro que no se trataba todo de una excusa para cumplir un sueño de la infancia?

—Me has descubierto. ¿Seguro que los elfos no sabéis atravesar cabezas con la mirada?

Abajo no estaban dispuestos a limitarse a seguirnos a pie. Casi podía sentir la mirada abrasadora del Joker sobre nuestras nucas.

—Maddie... Las cosas que tengo que hacer por tu hijo y por ti. —Y echó a correr tras nosotros, dejando atrás toda la dignidad que pudiese quedarle; blandía las dagas como astas de toro.

—¡Ese loco es capaz de cortarle las patas! —bramó mi compañera de crucero—. ¿Qué le has hecho para que te odie tanto?

—Ser más deseado que él, seguramente. —La verdad era que no tenía la más remota idea, ni me iba a quitar el sueño.

Enora murmuró unas palabras oscuras y arrojó unos rayos negros y carmesí contra el Joker, a quien no le quedó más remedio que esquivarlos, perdiendo algo de tiempo. La marca de su brazo destelló. Así que la híbrida no solo tenía habilidades de elfa y de vampira, sino que además, sabía lazar rayos mágicos. Vaya, vaya.

—Maldito crío ilusionista... —protestaba ella.

Hablando del hechicero, seguro que como no quería quedarse solo en un lugar completamente desconocido, se había unido a la persecución. Él también nos había preparado un hechizo y los rayos mágicos esta vez volaron hacia nosotros, hasta que Dini los desvió valiéndose de su cola, una vez más. Por fin la situación estaba mejorando, al menos para mí. Joshua acababa de encontrar a su némesis al que no podía derrotar.

—Déjame que ajuste cuentas con él —me pidió Enora.

Desde luego que la misteriosa marca negra de su brazo no tenía buena pinta, pero a diferencia de las que consumían el cuerpo de Nissa, ésta parecía emitir una tristeza muy pesada. No corroía la carne, sino que se adhería a ella, mutándola. Si recuperaba el Corazón del Bosque quizás podría quitársela.

—¡Tenemos que encontrar a Idril o todo el plan se desbaratará. Ya habrá tiempo para venganzas personales! —traté de hacerme oír pese a que el viento cabalgaba en dirección contraria y se llevaba nuestras palabras hacia atrás, junto con nuestras cabelleras alborozadas por la rapidez a la que viajábamos.

—¿Seguro que no estás preocupado por tu hijastro?

—¡Preocupado de que se meta en algún lío extraño. No está acostumbrado a salir de su palacio!

Idril no se había limitado a heredar de su madre su peculiar cabellera, sino también su extraño don para meterse en problemas inverosímiles.

—Quizás no es él el que te preocupa realmente...

Debieron de escapársele aquellas palabras pensando que el viento no las dejaría llegar hasta mí, sin embargo lo hicieron. La analicé con más cautela de la que se merecía.

—No es asunto tuyo por quién me preocupe yo. Madelaine lleva sola cincuenta años y parece que se las ha sabido apañar bastante bien. Me preocupa más eso de un demonio que crea ilusiones.

El sol se ponía a nuestras espaldas. Dini avanzaba a regañadientes, descendiendo el ritmo para poder recuperar el aliento. Parecía que les habíamos perdido de vista, algo extraño que me hizo ponerme en sobrealerta. Y a todo esto, los dragones continuaban sobrevolando nuestras cabezas; entre los huecos de las ramas a veces se vislumbraba un pedazo de cola negra o unas garras. Una parte de mí estaba nerviosa por que recayeran en nosotros. Quería pensar que no se arriesgarían a luchar contra un dinosaurio, pero eso era un pensamiento muy ridículo.

Salido de la nada, el Joker se abalanzó contra nosotros y si no fuera por Enora que logró darme un empujón a tiempo que me lanzó contra el cuello del dinosaurio, el bufón me habría cercenado la cabeza con las dagas que empuñaba. Maldije para mis adentros; había esperado algo así.

La híbrida se puso rápidamente en guardia.

—No hemos solicitado a ningún bufón para que nos amenice el paseo —ironicé.

—Por favor, ¿de verdad creéis que Fehlion os va a dejar salir de su laberinto como si nada? Mejor que os mate yo.

Este ser estaba obsesionado con la muerte. Me preguntaba de qué manicomio se había escapado.

—Podrías hacernos de guía y empezar a explicarnos dónde carajos estamos —sugirió Enora. De forma poco suave. Sus ojos se habían vuelto metálicos como el mercurio.

—Dudo que podáis pagar el precio de mis servicios.

Tan pronto estaba ahí de pie como se abalanzaba sobre Enora, con el filo de sus dagas besándole la piel. Su objetivo era cortar los ligamentos de sus extremidades para dejarla inmovilizada. Ella reaccionó rápidamente, cubriéndose con su espada y empujándole con toda su fuerza vampírica. Entonces, ella logró el suficiente espacio para saltar y colocarse centrada sobre el lomo del dinosaurio. Yo le ordené que se inclinara, con la esperanza de tirarle. El dinosaurio lanzó un quejido lastimero y se incorporó sobre sus patas traseras. Fue como si el mundo hubiera pegado un vuelco.

Enora se agarró clavando sus garras, yo estaba firmemente sujeto al cuello, pero al Joker no le quedó más remedio que aferrarse a la cola. Mientras el artefacto para controlarlo estuviera en mi poder, tendría la situación dominada. Ordené a la criatura que volviera a las cuatro patas y me atreví a acercarme al borde. El bufón, colgado a cinco metros de altura, enfadado porque su sombrero se le había caído, resultaba una maravillosa visión.

—¿Eso es todo lo que sabes hacer? —pregunté cuidándome de sonar más decepcionado que arrogante—. Venga, sube y tengamos una pelea en condiciones —le propuse, tendiéndole la mano.

El Joker hizo una mueca escéptica, pero aceptó mi ayuda, supongo que pensando en cómo aprovecharse del contacto. Grave error, pues me había hecho un corte en la palma y me aseguré de agarrarle la mano con todas mis fuerzas. Mi sangre se extendió de la mía a la suya y empezó a treparle por todo el brazo, dejándole una cadena de runas mágicas. Allí donde la sangre se extendía, la carne se le convertía en piedra. Seguía pudiendo mover el brazo, pero muy torpemente. Ya no podría esgrimir las dagas con tanta maestría, y si no tenía cuidado, se le rompería en pedazos.

—Magia de sangre —espetó con desprecio, intentando doblar los dedos de la mano petrificada.

—Siempre se tiende a asociar la magia de sangre con las Artes Oscuras, pero en realidad la luz es vida, ¡y la vida es sangre!

¿Y acaso no se convertían los trolls en piedra en cuanto les alcanzaban los rayos de sol?

Enora había quedado sorprendida positivamente. Lo que ella no sabía era que utilizar esa magia resultaba muy doloroso y era más que sangre lo que se filtraba a través del corte.

—Creo que nos subestimaste —comentó recomponiéndose la cascada de rizos.

Al verle ya derrotado, me atreví a acercarme todavía más a él.

—Puedo convertirte en piedra y también puedo invocar unas serpientes y hacer que te estrangulen con sus anillos. —En los ojos del Joker solo brillaba la indolencia—. ¿Eso me convierte en un dios también? ¿En qué clase de dios, eh? ¿Dios de las serpientes?

El Joker llamó a su sombrero con la mano que le quedaba sana y empezó a colocárselo, como si ignorara que se encontraba sobre un dinosaurio de cinco metros rodeado por sus enemigos.

—Dini, tápate los ojos. Tu madre no te deja ver sangre.

Al oír esto, Enora se puso delante mío, en guardia.

Híbrida —la llamó con una voz extrañamente aterciopelada—. ¿Por qué no te vas a pescar al río? Por esta época del año pasan unas truchas doradas que están de muerte. Anda, prepáranos un banquete.

Y lo más sorprendente de todo fue que... ¡obedeció! Enora asintió casi imperceptiblemente y se bajó de un salto.

—¡¿Adónde va?!

—A pescar truchas —me respondió como si se tratara del premio a la mayor obviedad.

Fui a replicar. El Joker no me lo permitió, echando su mano petrificada sobre mi cuello y mientras me estrangulaba, empezó a absorber de forma muy dolorosa mi propia energía. Podía sentirla, abandonándome para pasar al brazo del Joker y contaminarse con su poder oscuro mientras yo me sacudía en espasmos de dolor. Mi energía le curaba el brazo, liberándole la carne. Una mueca espantosa de depredador apareció en su cara blanca. A pesar del dolor, me preguntaba cómo podía absorberme la magia sin valerse de piedras de orichalcum, como tenía que hacer yo.

—Si tanto quieres ser un dios, podrías ofrecerte como dios de los necios. De hecho, yo puedo encargarme de tu coronación. Inclínate ante mí y deja que te ponga la corona que te mereces.

Su voz, de repente, se convirtió en el oasis de la razón en medio de tanta locura. Aquella orden me pareció la cosa más razonable que se había dicho en toda la noche. No estaba acostumbrado a arrodillarme ante los demás, así que me esforcé en prácticamente ponerme tanto a la altura del suelo como podía doblarme, dejando mi gaznate expuesto. Podía sentir el aliento del dios del otoño, erizándolo. El Joker elevó tanto como pudo el brazo empuñando la daga más afilada de las dos. Por muy afilada que fuera, no se trataba de un arma lo suficientemente grande como para poder cortar cabezas con un tajo. Iba a necesitar varios y no iba a ser un trabajo limpio.

—Tendré que decirle a Maddie que no tuve más remedio. —¿Maddie? ¿Quién era Maddie? —. ¡Prepárate! Porque yo te corono como el mayor ne...

Dini pegó un respingo, asustado por algo, apoyándose sobre sus patas traseras de forma que volvió a quedar casi vertical del todo. El Joker y yo caímos al suelo; el primero logrando un aterrizaje más o menos elegante, pero yo me comí la caída de cinco metros. La boca me sabía a hierba, tierra y sangre, y mi cuerpo era como una masa de carne lacerada. Se me habían roto muchísimos huesos y el dolor me nublaba hasta el juicio. A pesar de todo, no me quejaba; me había salvado de una muerte bochornosa y horrible y me había liberado del hechizo de ese maldito demonio.

En cuanto terminó de colocarse otra vez el sombrero, volvió a por mí. Había fusionado sus dagas, transformándolas en una espada de doble filo que empuñaba como a una pica para ensartarme con ella.

Estuve a un cabello de no lograr girarme a tiempo para esquivar el golpe. La punta del arma se clavó sobre una seta, que expulsó un jugo blanco. El Joker volvió a repetir la jugada sabiendo que tenía todas las probabilidades de esa vez acertar. A mi ya no me quedaban fuerzas para volver a moverme. Lo único que pude hacer fue sujetar el extremo de la pica con mis propias manos desnudas.

—Sobre ese roble de allí fue ejecutado el príncipe Edmundo por el primer clan de centauros oscuros... —empezó a relatar mientras empujaba con fuerza. ¿Y a mí qué mierda me importaba?—. ¿No querías que te hiciera de guía? Así sabrás cuál será tu tumba.

Sentía las venas a punto de reventarme por la fuerza que estaba empleando. Yo era más musculoso que ese payaso, no podía ser más fuerte que yo y cuanto más me crispaba, más aumentaban mis ganas de querer golpearle. Si pudiera arrebatarle la espada... Si lograba que se le cayera o que trastabillara...

—Esas secuoyas de allá, las mandó plantar el conde Redespier para alegrar el corazón de su prima, con la cual tenía una relación muy estrecha...

Me estaba destrozando las manos, la punta de acero bañada en el jugo blanco se me hundía cada vez más...

Ese bastardo me golpeó en las costillas que, al estar ya rotas, las astillas me sacaron un aullido de dolor, pero no solté la pica. Volvió a arremeter, la punta de su bota encontró un hueco entre mis órganos vitales para hundirse.

—Madelaine... —logré decir entre forcejeos—. Si la ves, dile que... ¿Me oyes? Dile que... lo siento. —Que nunca quise abandonarla, ni mucho menos hacerle daño.

—Pero mira que eres un jazmín persist...

Un quejido retumbó por todo el bosque, haciéndose oír por encima de mis gritos, paralizándonos.

—¿Qué ha sido eso ahora? —logré preguntar a pesar de que el aire me llegaba con dificultad a los pulmones. Las lágrimas y el odio nublaban mis ojos y no podía ver cómo el acero de la pica se empañaba, aunque sí notaba su súbito calor. Una niebla muy caliente nos había envuelto, tan sólo que no se trataba de niebla.

Detrás del demonio, había aparecido la silueta de un monstruo. Sus ojos parecían esmeraldas que atesoraban en su interior una malicia muy caliente y ponzoñosa. Si el Joker no me mató allí fue porque reconoció las fauces abriéndose y el magma que se concentraba en ellas. Un hálito de fuego cayó sobre nosotros, obligándole a echarse hacia un lado. Si no morí carbonizado sobre los restos del príncipe Edmundo fue porque el dinosaurio me cubrió, interponiéndose él entre el chorro de fuego y yo. Mi instinto de supervivencia era tan fuerte como para que mis órdenes le llegaran a ese bicho que se hallaba gimoteando y chillando. Un nauseabundo olor a carne asada había impregnado el rojo atardecer.

La bestia ígnea dio dos pasos al frente, clavando sus garras de cuarzo en la tierra. Tenía el cuerpo cubierto de escamas rojas y brillantes en las que el sol formaba remolinos cegadores. La cola parecía una lanza casi tan grande como yo. Las alas translúcidas de murciélago disiparon la nube de humo para poder vernos mejor, éramos su presa después de todo. Las presas del dragón escarlata.

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Y este ha sido el primer capítulo después de tanto tiempo. Creo que tiene un poco de todo, así que no está mal para empezar. ¿Qué os ha parecido a vosotros? Como veis, el Joker sigue igual de sádico jajajja.

No os olvidéis de votar si os ha gustado el capítulo, contadme vuestra opinión y también podéis hablar sobre lo que queráis al respecto en la página de Facebook de Léiriú. Me gusta tener un contacto cercano con mis lectores (por eso salí en vídeo saludándoos :$ se me hacía raro que no pudierais ponerme cara ni voz).

También os animo a que intentéis adivinar de quién será el próximo POV, al primero que lo adivine, le dedicaré el capítulo :D

Actualizaré la semana que viene! Gracias una vez más por toda la paciencia que habéis tenido.

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