Caminantes Galkir I. El llant...

De BaqueIncandenza

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"Lo que más me ha gustado es lo logrados que están los personajes. La personalidad de cada uno está perfectam... Mai multe

Agradecimientos
I. Los hijos de la venganza
II. Bosque Thaeras
IV. Gar'ohn
V. La llegada de Pentra
VI. El paladín Serkyan
VII. Hordas vampíricas
VIII. Sangre usurpadora
IX. La voluntad de Daithora
X. Reino y justicia
XI. Nhor
XII. El señor del destino
XIII. S.G.
XIV. Sandeces y preocupaciones
XV. Cena frugal
XVI. Por un maldito fauno
XVII. Hermanos
XVIII. Esperanzas y oportunidades
XIX. Doldoria
XX. Traidora
XXI. Descubrir la verdad
XXII. Flácido muchacho carente de presencia
Epílogo
Dramatis personae
Bestiario de Isla Nordein
Magia en Isla Nordein

III. El cumpleaños de Ealem

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De BaqueIncandenza


Amanecía el 23 de Mayo de aquel año, y los habitantes de Balforea, el palacio de los Dantia en Zulnor, deambulaban de un lado a otro presas de una gran agitación: aquel día era el cumpleaños del príncipe Ealem Dantia, hijo del rey Trenkar. Los jardines del castillo estaban plagados de juglares y saltimbanquis que trataban de alegrar el ambiente con su música, sus juegos y sus malabares. Más adelante se sirvieron todos los platos favoritos del príncipe, y posteriormente se celebraron diversas justas y torneos. A pesar de todo, el príncipe seguía sin mostrarse satisfecho; es más, no dejaba de quejarse y refunfuñar. Con tan solo nueve años de edad, de cabello largo y pelirrojo con tirabuzones, el príncipe resultaba ser una persona egoísta, pues estaba acostumbrado a que todo transcurriese según sus deseos. No obstante, por mucho que los cortesanos residentes en Balforea tratasen de hacer las delicias del príncipe, había un detalle en el que no podían intervenir, un asunto que enturbiaba su corazón: el paradero de su padre, Trenkar Dantia.

—¿Dónde está? —preguntaba una y otra vez, pataleando y gritando— ¿Dónde está padre? ¡Me prometió que hoy vendría! ¡Que para el día de mi cumpleaños vendría a verme!

Pero las horas transcurrían y nada anunciaba la llegada del rey. Muchos nobles se sintieron angustiados por ello, al no poder tratar con el intransigente Ealem. Él se sentía irritado y enfadado, a la vez que melancólico. La idea de la expedición al principio le había entusiasmado, llegando a instar a su padre para que la llevase a cabo. A diferencia de Lord Trenkar, Eal era una persona a la que le importaba bastante el orgullo de la familia Dantia, y que las fronteras del reino ocupasen Isla Nordein en su totalidad para cuando él ocupase el trono era una de sus mayores prioridades. Sin embargo, en aquella expedición no sólo participaba su padre, a quien admiraba profundamente; también Velfor, aquel anciano tan amable que ocupaba el título de Consejero Real y que le había enseñado a leer y a escribir; y Krelean Thaeras, esa bella y poderosa Keew en quien su padre confiaba plenamente, con la cual Eal había sido prometido en matrimonio. Teniendo en cuenta que su madre había fallecido víctima de una terrible enfermedad al poco de nacer él, Eal podía afirmar que casi todos sus seres queridos se encontraban en aquella expedición, salvo Kiyus Thaeras, otro simpático Keew bien adiestrado en las artes de la piromancia.

Fue durante el banquete de la cena, mientras cenaba en una larga mesa del salón principal de Balforea junto a un gran número de nobles y caballeros, cuando su paciencia llegó a su fin.

—¡Ya está bien! —bramó, lleno de ira— ¡Haced que venga la expedición de mi padre! ¡Haced que regresen!

—Señorito Ealem —replicó Sir Trelor, uno de los principales capitanes del ejército Lord Trenkar, desde el otro lado de la mesa—, nosotros no podemos hacer nada al respecto.

—¡Si podéis, maldita sea! ¿Olvidas quién soy? ¡Soy Ealem Dantia, y como príncipe heredero del reino, soy libre de hacer con vosotros lo que quiera, así que más os valdría anteponer mis deseos por encima de todo!

Los comensales le miraron, extrañados y espantados. Únicamente Kiyus Thaeras, sentado junto al príncipe, se echó a reír, meneando la cabeza.

—¡Vaya con el príncipe! —musitó Sir Trelor— ¡Ni su propio padre se comporta así con sus vasallos!

—No me habléis de Lord Trenkar... —refunfuñó Sir Khaelor, otro diestro caballero, a la derecha de Trelor.

Trelor alzó las cejas, extrañado.

—¿Todavía seguís dándole vueltas a eso? Os lo vuelvo a repetir, Sir Khaelor. Lord Trenkar Dantia volverá victorioso de Crof Jhar. ¡No es alguien que se deje matar fácilmente, y menos por un grupo de pueblos nómadas!

—Lo sé. Pero pongo en duda que pueda sobrevivir a una legión de faunos.

Trelor suspiró, resignado. Sir Khaelor, de piel morena y rostro enjuto, originalmente se había criado en una familia de campesinos, por lo que los cuentos populares habían hecho mella en su forma de ser. Entró a trabajar al servicio de Reino Dantia gracias al padre de Trenkar, Lord Dunzain, quien había sabido apreciar su talento con la espada.

—Vos vivís en un mundo de fantasía —le reprochó Trelor—. ¿Cuántas veces tengo que deciros que los faunos no existen?

—Yo no estaría tan seguro. Sabiendo cómo es nuestro rey, debería haber llegado dos días antes. Ya conoces sus diestras habilidades, mediante las cuales puede llevar a cabo grandes hazañas en muy poco tiempo. Si en Crof Jhar únicamente hubiese tribus nómadas no le tendrían que haber supuesto muchos problemas.

Trelor frunció el ceño y titubeó unos instantes antes de volver a pronunciar palabra.

—No puedo negar que todo esto me da mala espina, pero, sinceramente, tal vez la hipotética caída de Trenkar sea beneficiosa para Reino Dantia.

El semblante de Khaelor se ensombreció. El caballero comprobó que no hubiese nadie escuchando su conversación antes de seguir hablando.

—¿Estáis diciendo que os alegráis de su muerte? Sir Trelor, os tengo en gran estima, por lo que me gustaría aconsejaros ser prudente a la hora de expresar ese tipo de sentimientos. Podrían colgaros o encerraros en las mazmorras.

—¿Eso creéis? Pensadlo bien: su reinado ha sido uno de los peores de la historia. ¡No podéis negarlo! Jamás ningún rey ha sido tan poco diplomático como nuestro Trenkar, que trataba de solucionar todos los problemas del reino manu millitari en lugar de parlamentar. ¡Acuérdate, por ejemplo, de la segunda rebelión de Lord Zyman! Podría haberse evitado perfectamente, al igual que el polémico levantamiento de los tritones; pero nuestro querido rey, para quien el dialogo no era una opción, hizo todo lo posible por desencadenar conflictos bélicos.

—No puedo negarlo, pero aun así yo no estaría tan seguro de que vayan a venir tiempos mejores para Reino Dantia. Lo que más me preocupa es la sucesión.

—Entiendo. Nuestro príncipe, Ealem, no da señales de poseer un mayor código moral que el de su padre. Hace unos instantes nos ha hecho una demostración, anteponiendo sus intereses ante todo., ¡pero no debéis preocuparos por ello! Él aún es demasiado pequeño y se le puede educar correctamente. Durante la infancia de Trenkar fue distinto, ya que su padre estaba demasiado ocupado con el asunto de la primera rebelión de Lord Zyman.

Khaelor meneó la cabeza, resoplando, mirando de soslayo a Kiyus Thaeras. El piromante, al otro lado de la mesa, aparentaba conservar su calma, con su inmutable semblante amable a la par de tranquilo. En ese preciso instante reía y charlaba con el príncipe, quien parecía haberse tranquilizado.

—A veces me sorprende vuestra ingenuidad, Sir Trelor. ¿No habéis advertido un detalle? Como bien has dicho antes, hoy se cumplen nueve años desde el nacimiento de nuestro príncipe, y alguien del linaje Dantia sólo puede llegar al trono con la edad de veintitrés. En este caso, el gobierno recaería en manos del Regente, la persona en la que más confianza haya depositado el rey, y esa persona no es otra que Kiyus Thaeras.

—Kiyus Thaeras —masculló Trelor, inseguro—. Nunca me ha agradado del todo ese tipo. De entrada, bien es sabido que confiar en un Keew no es algo prudente; prejuicios aparte, todos conocemos su impulsivo carácter, por mucho que trate de disimularlo; y, a pesar de su eficacia en la política y en el campo de batalla, estaríamos ciegos si ignoramos su larga lista de vicios deplorables, entre los que se encuentra frecuentar tabernas y burdeles. ¡Incluso ha llegado a mis oídos que violó a Krelean Thaeras, su propia sobrina, en más de una ocasión!

—Es más, recordad como comenzó el asunto de la expedición a Crof Jhar. ¡Fue Kiyus quien le convenció! No dejaba de instar al rey día tras día con que esa expedición debía ser realizada para recuperar el prestigio de la dinastía Dantia. ¡Kiyus conspiró para lograr la muerte de Trenkar, el rey al que había jurado lealtad, estoy seguro de ello!

Antes de responder, Trelor observó al resto de los nobles que les rodeaban, quienes estaban concentrados en engullir los manjares servidos, ajenos a la conversación.

—¿Y si nos quitamos a Kiyus del medio? Visto lo visto, que el reino esté catorce años bajo su mando es algo bastante peligroso, más aún que la época de Trenkar. Además, probablemente habrá más nobles que piensen como nosotros y quieran apoyarnos.

—¿Olvidas acaso el potencial de Kiyus?

—¿Te refieres a su enorme grifo de rojo pelaje, Kiuro? Acostumbra a montar sobre él y sobrevolar la ciudad para infundir un gran respeto tanto a los nobles cómo a la gente del pueblo llano. De todas formas, ese pajarraco duerme plácidamente casi todo el tiempo en el patio trasero. Si conseguimos una buena compañía de arqueros y magos para atacarle a distancia, podremos acabar con él.

—El potencial de Kiyus no sólo reside en su grifo. ¿No lo recuerdas? ¡A Kiyus le llaman "El Matador de Tritones" por buenos motivos! Durante el levantamiento de los tritones, quince de estos seres le acorralaron en un acantilado. Algunos de nosotros nos sentimos muy aliviados: le dábamos por muerto, teniendo en cuenta que la fuerza de uno de estos hombres-pez es superior a la de un humano convencional; no obstante, en ese preciso momento, valiéndose de su habilidad como piromante logró conjurar un hechizo de fuego que redujo los quince tritones a cenizas. Tal vez no pudiésemos hacerle frente ni con un batallón de soldados. Únicamente podría derrotarle el guerrero arcano más poderoso de todos los tiempos: Lord Trenkar, al cual Kiyus ha conseguido quitárselo de en medio sin tener que llegar a combatir...

Sir Trelor frunció el ceño, inseguro, con la mirada pérdida.

—¡Sandeces! —exclamó de pronto— ¡Estamos sacando conclusiones estúpidas, hipotéticas, dando por muerto a Lord Trenkar! Os lo vuelvo a repetir: yo no creo en faunos ni demonios, por mucho que digáis. Para bien o para mal, lo más probable es que nuestro rey regrese cuando menos lo esperemos. ¡Así que será mejor que dejemos de divagar, porque tal vez acabemos metidos en problemas!

Sir Khaelor se dispuso a responder, pero en aquel momento la puerta del salón se abrió súbitamente y apareció un soldado. Sudoroso, con la armadura ensangrentada, en su rostro había una expresión grave, de horror y terror.

—¡Mis señores! ¡Se ruega a todos los nobles y caballeros que se dirijan al Salón de Reuniones para debatir una cuestión de vital importancia para el reino, en vista de unos terribles sucesos que han tenido lugar!

Los murmullos se extendieron como la pólvora, mientras que los nobles se ponían en pie dejando a un lado sus suculentos manjares. La preocupación era visible en todos sus semblantes, salvo en el de Kiyus Thaeras, que sonreía confiado.

—¿Decíais algo, Sir Trelor? —musitó Sir Khaelor, irónico.

—¡No hay tiempo que perder! —les apremió el soldado, nervioso.

En ese momento, el príncipe se levantó de su asiento e hizo un gesto a los nobles para que se detuvieran.

—¡Un momento! —exclamó— ¿Qué ocurre, soldado, para que puedas irrumpir de esa manera en mi banquete?

—Señorito Ealem, lo siento mucho. Os ruego que me disculpéis y que permanezcáis en esta sala hasta que la reunión concluya.

—¿Y por qué no me permitís entrar en la reunión? ¡Soy Ealem Dantia, príncipe heredero del reino, y tengo derecho a...!

El pequeño príncipe no llegó a acabar su frase, ya que los nobles y los caballeros habían abandonado la estancia, y Sir Trelor, que acababa de salir, había cerrado la puerta con llave para impedir la salida de Eal.

Los minutos transcurrían, y Ealem golpeaba la puerta con insistencia gritando que lo dejasen salir, con los ojos llenos de lágrimas. Finalmente, el picaporte giró y la puerta se abrió, apareciendo el piromante Kiyus Thaeras. La expresión iracunda del rostro de Eal se tornó en una de sorpresa y alegría al encontrarse cara a cara con el piromante, quien le resultaba bastante simpático.

—¡Kiyus! —exclamó, aliviado.

Kiyus se volvió hacia él con una sonrisa en los labios, un gesto cautivador e hipnotizante. El piromante no era una persona precisamente alta o robusta, pero había algo en él que imponía especialmente, un aura de presencia que a pocos les resultaba indiferente. Su pelo era corto y anaranjado; su rostro, afilado; su nariz, aguileña; y sus ojos, pequeños, azules y brillantes. Vestía los ropajes típicos de un piromante de alto nivel, de cuero negro con florituras color rojo fuego. A la cintura tenía atada dos varitas, y a la espalda un cetro, ambos para potenciar el poder de sus hechizos

-—¡Hola, Eal! —exclamó alegremente— ¿Qué tal?

—¡Pues no muy bien, después de eso tan repentino que acaba de ocurrir! ¿Qué ha pasado, Kiyus? ¿Para qué era la reunión?

—¡Ah! No te preocupes. Nada grave, en serio. No obstante, ¿te importaría concederme unos minutos? Hay una cuestión que me gustaría tratar contigo.

Acto seguido Kiyus le indicó que le siguiera, y recorrieron juntos una gran cantidad de pasillos de Balforea en dirección a los aposentos del piromante. En el camino se toparon con varios guardas que cuchicheaban indiscretamente, presas de una gran agitación, lanzando miradas de preocupación al pequeño príncipe.

—Por cierto, Ealem, ¡es tu cumpleaños y aún no te he dado tu regalo! —comentó Kiyus— No te preocupes, tengo varios preparados para ti. Ahora te los daré.

Finalmente, el piromante se detuvo ante una habitación de grandes y ostentosas puertas: sus propios aposentos, que conectaban con el patio interior, en el cuál dormía su grifo Kiuro.

—Adelante.

Eal nunca había estado en los aposentos de Kiyus, por lo que se sintió sorprendido a la par de decepcionado al entrar. Dos largas hileras de estanterías se extendían a los lados, repletas de gruesos libros rojos, todos ellos dedicados a interminables fórmulas de hechizos del Saber del Fuego, de los cuales gran parte habían sido otorgados al legendario Rey Ériketh por el Sabio de Plata, habiendo sido otros tantos escritos según la sabiduría desarrollada a lo largo de los años. Al fondo había un escritorio, sobre el cuál había varias velas apagadas, pergaminos y tinta, así como varias botellas de vodka que no pasaron inadvertidas a los ojos del príncipe. Artefactos mágicos de todo tipo estaban desparramados, además, por el suelo de la habitación y por la cama, dando un ambiente un tanto caótico. Por otra parte, la habitación desprendía un cierto hedor a quemado.

Eal se estremeció.

—Vamos, sigue adelante. Prefiero conversar contigo en el patio.

Al fondo de la habitación había una hosca puerta de madera. Kiyus le quitó el pestillo y entraron juntos. Era un patio enorme, delimitado por grandes paredes repletas de chisporroteantes antorchas, con una gran fuente en el centro y varias columnas bordeándolo. Allí solían entrenarse los soldados de Lord Trenkar, pero en aquel momento tan sólo había unos pocos guardias. En un rincón se hallaba atado el gigantesco grifo de Kiyus, una bestia parlante mitad felino mitad águila que en aquel momento dormía plácidamente. Aparte de los aposentos de Kiyus, había otras cinco vías de acceso al patio, todas ellas formadas por grandes bóvedas custodiadas por guardias.

Kiyus avanzó rápidamente hasta situarse en el centro, cerca de la fuente. Después, se dio la vuelta con celeridad y extendió la palma de la mano en dirección al príncipe. Acto seguido, la aristocrática túnica que vestía Eal ardió en llamas. El niño lanzó un grito de espanto, tras lo cual se quitó la prenda y la lanzó al suelo.

—¿¡Pero cómo te atreves, Kiyus!? ¡Era mi túnica!

Esta vez la carcajada que soltó Kiyus fue nerviosa, compulsiva y totalmente descontrolada.

—¡Exacto! ¡Era tu túnica!

Las estrellas y la luna iluminaban el rostro del piromante, concediéndole una apariencia trémula y aterradora.

—Pero, ¿por qué...?

Las lágrimas corrieron por la cara de Eal, que no comprendía nada. ¿Cómo podía Kiyus, alguien que siempre se había portado de forma amable y cariñosa con él, tratarle tan cruelmente? Ahora sonreía, pero su sonrisa ya no era agradable ni afectiva, sino perversa, idéntica a la de una fiera apunto de abalanzarse contra su presa.

—¿Buscas respuestas, Eal? Yo te las daré. Esa túnica era un atributo aristocrático. Prenderle fuego ha sido el primer paso para tu total expulsión de la aristocracia —dijo Kiyus, volviéndole la espalda a Eal.

—¿Qué dices? ¡Yo soy el príncipe heredero, Kiyus! ¡Un día seré tu rey y obedecerás! ¡Y mírame a la cara!

—Eres un sucio y repugnante Dantia, Eal; un ser despreciable, perteneciente a esa dinastía de malnacidos opresores de la estirpe Keew. ¡No mereces siquiera que te mire! ¿Príncipe heredero? Te aconsejarías que te despidieras de ello, chico, que te saques de la cabeza toda esa ristra de sandeces. Nunca serás coronado, por lo que nunca tendré que obedecerte.

—¡Mentira! ¡Traidor, estúpido! ¡Cuando vuelva mi padre te torturará, se reirá de ti y te matará! —replicó el príncipe, sin contener los sollozos.

—Eal, me tienes harto. ¿Tu padre? ¿Tu padre me torturará? ¡Tu padre está muerto! ¡Yo me encargué de ello!

La noticia fue disparada cómo una flecha envenenada hasta dar en el corazón de Eal, haciéndole palidecer, impidiéndole pronunciar palabra alguna.

—¡Mientes! ¡Lord Trenkar Dantia jamás moriría! ¡Él es el rey! ¡Es el guerrero arcano más poderoso de todos los tiempos, un fantástico estratega! ¡Tú no podrías hacerle frente!

—¡Tal vez no, pero un simple mortal nada tiene que hacer contra los esbirros de Daithora! —concluyó Kiyus, volviendo la mirada al príncipe con una mueca en la cara.

—¿Daithora? ¡Ese demonio no existe! ¡No es más que un cuento Keew!

—¿Eso crees? Tu padre no estaba tan seguro, y el ansia de averiguarlo fue uno de los motivos que le hicieron partir. ¡Por favor, baja de la nube! Tú mismo has dicho antes que Trenkar era un guerrero arcano de mucho cuidado. Ni siquiera mi grifo y yo juntos podríamos derrotarle, pues su tremenda agilidad y su mandoble serían suficientes para arrancarnos las cabezas de cuajo. ¡La única manera de mandarle al inframundo no era otra que hacerle emprender un viaje suicida contra un ejército supuestamente inexistente! Al no temer tu padre a la muerte y ansiar experiencias arriesgadas, convencerlo no fue especialmente difícil.

—¿Y tú como sabías que Daithora existía?

Kiyus entrelazó los dedos de las manos, divertido.

—Como buen Keew me he criado escuchando horribles historias sobre demonios y abominaciones de Crof Jhar. Siendo adulto quise descubrir la verdad al respecto. Por ello, envié a mi leal grifo a recorrer Isla Nordein de cabo a rabo, explorando los sitios recónditos como Crof Jhar. Allí, concretamente, descubrió un enorme ejército compuesto por abominaciones deseoso de exterminar a la humanidad. La avanzadilla de tu padre tuvo la nefasta suerte de toparse con él.

El corazón de Eal palpitaba cada vez con más intensidad, presa de una innegable preocupación. Perder su corona era algo preocupante, pero más aún lo era el fin de la humanidad. ¿A quién gobernaría de ser el caso?

—¿Quieres decir que la humanidad está condenada?

El piromante le lanzó una mirada cargada de desprecio y desdén.

—¡Ah! Así es como ve las cosas un acomodado Dantia, viniendo de una familia en la que únicamente importa el prestigio personal, dejando a un lado el bien común. ¡No tienes ni idea de ética Keew! Con tu cerrada mentalidad jamás lo comprenderías, pero es innegable que la doctrina de Keewyn Thaeras es verdaderamente admirable. ¡Es una lástima que mi pueblo se muestre demasiado suave al respecto, tachándome de loco por llevarla al extremo! No, Eal, no es el fin de la humanidad, pues haré todo lo que esté en mi mano por impedirlo. A diferencia de vuestra familia, a los Keew nos interesa la salvación del mundo, ¿sabes? Por ello, llevaré a cabo una estratagema que he estado desarrollando estos últimos días. ¿Has estado alguna vez en la Academia, chico?

—La Academia... ¿te refieres a ese edificio cercano al castillo, fundado por el Sabio de Plata, en el que se instruye a los soldados del rey en las artes de la espada y en las mágicas?

—Exacto. De él provienen los cuerpos más importantes del ejército, las unidades más poderosas. Que la instrucción comience a los dieciséis años y que casi todos los jóvenes varones estén obligados son hechos que contribuyen a la superioridad numérica de las filas Dantia. No obstante, tengo serias razones para creer que nuestras fuerzas son insuficientes a la hora de enfrentarse a las hordas de Crof Jhar: estas últimas pueden llegar a superarnos en número e incluso en calidad, teniendo en cuenta que esos monstruos poseen una fuerza considerablemente superior a la de los seres humanos. Por otro lado, no estoy seguro de poder guiar a las filas de Trenkar: si bien hay muchos soldados que me admiran, sé de otros tantos cuyo rencor hacia mí por el simple hecho de ser Keew se eleva hasta límites insospechables. ¡Prejuiciosos! El ejército necesita ser renovado a la par de ampliado. Para ello, tomaré una serie de medidas, medidas consistentes en reducir la edad de entrada a la Academia a siete años y hacerla absolutamente obligatoria a todas las personas: esto no incluye únicamente a la gente del pueblo llano, sino también a los pícaros, mendigos y pordioseros; y las niñas, en su mayoría, deberán dejar de coser y comenzar también su instrucción, pues aunque las creencias populares consideran a la mujer un ser inferior al hombre y sin valor alguno a la hora de la guerra, Krelean Thaeras demostró lo contrario.

Eal no pudo contener una mueca de repugnancia ante la idea.

—¡Pretendes acabar con el prestigio de la Academia llenándola de escoria!

—¿Eso crees? La sangre de una persona es irrelevante en el campo de batalla. Si tú, a pesar de tu sangre azul, eres patético manejando la espada, los faunos no tendrán consideración alguna a la hora de acabar con tu vida. El ejército necesita ser ampliado, y el pueblo agradecerá que un Keew esté al mando para poder tomar medidas así, decisiones que para un Dantia como tú serían totalmente impensables. Velaré también por incorporar a las filas de Zulnor las de los condados de Isla Nordein, y haré que en cada uno de ellos se construya una Academia de no haberla ya. Incluso reclamaré refuerzos al polémico conde Zyman, famoso por sus rebeliones fallidas, y al Lago Milardel, hogar de los tritones. He combatido a estas bestias y tengo mis motivos para creer que su fuerza es superior a la de los humanos; ignoro si igualarán a los monstruos de Crof Jhar, pero lo cierto es que nos serán de gran utilidad.

Eal frunció el ceño, preocupado. No le agradaban las medidas que Kiyus se disponía a tomar para mejorar el ejército, pero tras reflexionarlo, comprendió que eran necesarias. Si la existencia de una fuerza capaz de derrotar a Lord Trenkar era real, había que ser radical para hacerle frente. Al fin y al cabo, si todo salía bien, la humanidad tenía posibilidades de salvarse. Por un momento, Eal olvidó todo lo relativo a su insegura coronación y comenzó a volver a ver a Kiyus como un héroe preocupado por proteger al mundo entero de tan siniestra amenaza.

—Resultará que no eres tan malo, Kiyus. Lo que quieres en realidad es salvar a la humanidad.

Las inocentes palabras de Eal divirtieron al piromante, que levantó una ceja y sonrió con malicia.

—Considérame altruista si así te sientes mejor. No puedo negar la influencia que tiene en mi carácter la ética Keew que aprendí de pequeño, aunque salvar el mundo es una preocupación que atañe a todas las personas, tanto al pérfido como al bonachón. Lo innegable es que mi evidente victoria me granjeará una reputación impecable, siendo considerado como el héroe que acabó con los esbirros de Daithora. Con el favor del pueblo llano de mi lado, podré hacer absolutamente lo que quiera. El agradecimiento que sentirán hacia mi persona superará con creces la lealtad, en gran parte mermada, hacia la dinastía Dantia. Por ello, podré proclamarme rey si así lo deseo, y pocos serán los que me lo reprochen. Comenzará así una nueva era, una era libre de la opresión de vuestra asquerosa estirpe. Una era Keew.

La renovada admiración que el príncipe sentía hacia Kiyus desapareció súbitamente cual globo reventado mediante aguja. Las suaves palabras del piromante sacudieron las tripas de Eal, quien se sintió al borde del infarto. La piedra angular sobre la que había oscilado su corta vida de nueve años era su título de príncipe, el conocimiento de que el día de mañana sería rey, más poderoso incluso que su padre. No obstante, la declaración de Kiyus le había robado el único sentido que tenía su existencia, y asimilarlo iba a resultar costoso.

—No puede ser... —musitó, sin lograr contener una lágrima.

No podía consentir esto. Aunque su padre había caído en combate, él seguía con vida. Quedaba al menos un Dantia. ¡La vieja dinastía podía morir aún! Estas creencias envalentonaron al príncipe, quien se encaró al piromante con decisión.

—¿Eres consciente de con quién estás hablando, apestoso Keew? ¡El único que tiene derecho a proclamarse rey soy yo, ya que mi padre lo era y el padre de mi padre también! ¡No permitiré que realices tus malvados planes!

—¡Malvados, dice, alguien cuyo padre sometió a los Keew y los amenazó constantemente con incendiar su preciado bosque! ¿Qué me vas a hacer, pues? ¿Crees acaso que, de ser tú una amenaza, te rebelaría todo esto? Soy un piromante avanzado y experimentado, ¡y tú no eres sino un niño!

—¡Mentira! ¡Soy Ealem Dantia, príncipe heredero del reino, y el mundo entero me pertenece! ¡Guardias! —exclamó, dirigiéndose a los soldados que custodiaban las entradas al patio, que habían permanecido completamente impasibles ante tan polémica conversación—¡Matad a ese traidor!

Para sorpresa de Eal, los guardias no realizaron movimiento alguno. Siguieron custodiando las entradas del patio sin mover un músculo, sin prestar atención a las órdenes del príncipe.

—Lo sentimos mucho, príncipe Ealem —dijo uno de ellos con fingida condescendencia—, pero no podemos acabar con vida del hombre que va a salvarnos a todos. Como bien ha dicho antes, la humanidad está por encima de nuestra lealtad a vuestra dinastía.

—Antes dije que todavía hay muchos soldados que guardan rencor hacia mí por prejuicios —añadió Kiyus—; pues bien, me complace decir que todos los aquí presentes no entran en ese saco, sino que son leales amigos míos.

Al ver que carecía por completo de poder alguno, el miedo se apoderó de Eal, que intentó huir de la estancia dirigiéndose a una de las bóvedas. No obstante, los guardias allí apostados le cerraron el camino apuntándole con sus lanzas. Desesperado, el príncipe intentó huir por otra salida, pero el resultado fue el mismo. No cesó en su empeño, pero descubrió que todos los guardias le apuntaban con las lanzas, obedeciendo fielmente a su nuevo amo.

—Antes te comentaba que te había preparado unos cuantos regalos de cumpleaños, ¿verdad, Eal? —inquirió Kiyus con sorna— Pues ya te he dado el primero, sin que te des cuenta: el miedo.

—¡Por favor, no me mates! —suplicó Eal, de rodillas.

El piromante no pudo evitar contener una sonora carcajada, a la que se unieron varios guardias.

—¡Esto es digno de verse! ¡El todopoderoso príncipe Ealem Dantia, suplicando de rodillas ante un mísero y vulgar Keew! Está bien, no te mataré, pero agacha la cabeza y bésame un pie, si quieres seguir vivo.

Eal obedeció sin rechistar la humillante orden que Kiyus le acababa de dar, tragándose todo su orgullo personal.

—Te acabo de dar otros dos regalos: el respeto y la obediencia —dijo Kiyus—. Mi objetivo al revelarte la situación de Isla Nordein y mis planes no es otro que el de hacerte olvidar la idea de ocupar el trono, para que puedas centrar tu mente en otras ocupaciones más provechosas para el bien común. A partir de hoy serás mi criado, y aparte de ello te adiestrarás en la disciplina que quieras de Academia, en la que entrarás en cuanto pronuncie la nueva ley. Me da igual la disciplina que elijas.

—¿Para qué? —preguntó Eal, con un atisbo de irracional esperanza— ¿Si me esfuerzo me dejarás ser rey?

Kiyus no pudo reprimir otra risotada burlona, esta vez acompañada por una patada en la cabeza del príncipe. Eal no pudo evitar escupir sangre, humillado.

—¡Te he dicho que no, maldita sea! Isla Nordein no necesita más parásitos: demanda personas altruistas, gentes productivas, preocupadas por el bien de la sociedad. Si te esfuerzas serás algo útil al ejército, al igual que el resto de chiquillos de tu edad, y te dejaré seguir con vida. ¡Este cuarto regalo me cuesta más trabajo dártelo! No es otro que la desilusión.

A la mañana siguiente las trompetas y los clarines resonaron con fuerza, y las voces de los heraldos se levantaron trayendo consigo negras nuevas: el rey había sido aniquilado en una avanzadilla de aparente simplicidad, y de la noche a la mañana el poder había pasado a manos de Kiyus Thaeras. Los curiosos ajenos a la nobleza, que no eran pocos, se agolpaban alrededor de Balforea, ansioso de conocer más detalles de la caída de tan poderoso monarca y de las posibles amenazas procedentes de Crof Jhar. Tras una hora de quejas e indignaciones, las únicas respuestas que obtuvieron provinieron de los heraldos, que rogaban calma y paciencia.

Mientras esto estaba teniendo lugar, un gigantesco grifo de pelaje rojo se elevó varios metros por encima de la fortaleza, captando la atención de muchos curiosos. Se trataba de Kiuro, el cual era montado por Kiyus. Por un segundo la multitud olvidó todo lo relacionado con la muerte de Lord Trenkar, alzándose en vítores y silbidos al ver al temido, respetado y amado piromante. El actual regente se había ganado el afecto del pueblo llano durante todos aquellos años al servicio de Lord Trenkar, ya que, a pesar de toda la leyenda negra que lo envolvía y los vicios que se le atribuían, la larga lista de propuestas políticas llevada a cabo por él en favor de las clases más bajas era innegable. Nada tenía que ver con el impredecible Trenkar, criticado por su forma de operar excesivamente bélica y por su carácter cruel y sanguinario.

—¡Saludos, Zulnor! —bramó, dirigiéndose a la multitud— Hoy estamos aquí reunidos para recordar a aquellos valientes guerreros que partieron en dirección a Crof Jhar, creyendo que sería una tierra de escasos peligros, fácil de conquistar. ¡Desdichados de ellos! Cuando se percataron de que estaban en el territorio de los brutales faunos, ya era demasiado tarde.

Un grito de asombro y terror recorrió la multitud, seguido de numerosos murmullos.

—Sí, señores. Los faunos existen. A mí también me costaba darle crédito a una simple fábula de nuestra infancia, pero la evidencia es innegable. ¡No obstante, no debéis tener miedo, habitantes de Reino Dantia! Los monstruos de Crof Jhar han movido ficha ya, y ahora nos toca actuar a nosotros. ¡Hemos de demostrarles nuestro coraje, fuerza y virtud, elementos que han mantenido al reino unido durante tanto tiempo! ¡Somos gente de Reino Dantia! ¡Somos humanos! —gritó, con todas sus fuerzas, alzando el puño, animando a la multitud— ¡Los seres más perfectos que la naturaleza ha creado jamás! ¡Seres superiores a los animales, a los faunos y a cualquier otra raza criatura! ¡Isla Nordein nos pertenece! ¡Tenemos derecho a reclamarla! ¡Arrasaremos Crof Jhar, mataremos a todos los faunos y conquistaremos sus territorios! ¡Los daños que nos puedan llegar a hacer ellos serán mínimos! ¡Por Dantia!

—¡Por Dantia! —coreó la multitud, conmovida y entusiasmada— ¡Kiyus, Kiyus!

Sin que nadie lo pudiese advertir y desde los lomos de Kiuro, Kiyus sonrió. En tan sólo unos minutos había conseguido una horda de incondicionales seguidores de incuestionable lealtad. A pesar de las quejas del príncipe, era evidente que contaba con el pleno apoyo del pueblo llano y de gran parte de la nobleza. Los acontecimientos que tendrían lugar en la guerra serían decisivos para el futuro de la estirpe Keew, y todo apuntaba a una inminente victoria.

Caía la noche, y también litros y litros de lágrimas de los ojos de Ealem Dantia. Se encontraba encerrado en la nueva habitación que Kiyus le había otorgado, la cual antes pertenecía a un criado, decorada tan solo por una ventana y una incómoda cama de madera. Así, la sorpresa del desheredado príncipe no fue muy grata al advertir que el piromante acababa de entrar en la habitación. Una sensación de terror inundó su cuerpo, temeroso de lo que un hombre tan abominable pudiese hacerle.

—Tranquilo —le dijo Kiyus, riendo—. No vengo a matarte, pero veo que sigues conservando mi regalo del miedo. Solo venía a informarte de que mi quinto obsequio te ha llegado bien.

—¿Quinto obsequio? —inquirió Eal, extrañado.

—Sí. El sentimiento que hace que las personas se vuelvan más fuertes: el odio. ¡Ah! Miedo, respeto, obediencia, desilusión y odio. ¡Deberías agradecerme estos regalos! Fueron los que hicieron que pasase de ser el más desdichado de los niños Keew a la persona con mayor poder e influencia de Isla Nordein. ¡No tendría por qué habérselos otorgado a alguien tan despreciable como tú!

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