XXI. Descubrir la verdad

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Eal corría con insuperable convicción a través del campo de batalla, ignorando los gritos del capitán de su unidad, pasando por encima de cadáveres y abatiendo a todo aquel que se interponía en su camino. Su principal objetivo era Grynkas el Bélico: acabar con Groran también sería algo heroico, pero el principal caudillo de los Hijos de la Venganza se mantenía escondido en su campamento, donde infiltrarse sería demasiado peligroso. De Grynkas, en cambio, se decía que era tan poderoso como impredecible, y que, renegando de sus poco disciplinados súbditos y confiando en su inconmensurable poder, en numerosas ocasiones escapaba de las unidades que comandaba y se dedicaba a hostigar al enemigo en solitario, no por ello causando estragos menores. El suyo era, por tanto, un modus operandi muy similar al del díscolo Eal, por lo que se convertía en su rival perfecto. Localizarlo no era especialmente complicado: no había más que correr en la dirección contraria a la de aquellos soldados que huían despavoridos aludiendo haberlo visto. De esa forma y sin ser consciente de ello, Eal fue poco a poco apartándose del núcleo principal de la batalla, dirigiéndose hacia el sur, a las montañas cavernosas que delimitaban Crof Jhar.

Finalmente y gracias a la ostentosa armadura de comandante que Grynkas llevaba —pues Krelean había sido destituida— Eal pudo reconocer a su presa cerca de la entrada de una cueva, donde iluminado por la luna y las estrellas se batía en una encarnizada batalla con el conde Karl Geldan. Cuando Eal llegó, no obstante, aun a pesar de su determinación el tritón agonizaba, siendo incapaz de sostener su pesado mangual de tres cabezas.

—¡Atrás, monstruo! —gritó Eal, lleno de ira— ¡Grynkas el Bélico es para mí!

Intentó pues Eal incorporarse al combate atrayendo la atención del vampiro con una estocada. Ésta, no obstante, fue detenida por Grynkas sin ninguna dificultad.

—Me dispongo a tomar la cabeza del conde de Durgan —replicó Grynkas—, no tengo tiempo para sandeces.

—¡Atrás, muchacho! —advirtió Karl.

Eal había sufrido en sus carnes el menosprecio de Kiyus, el líder del ejército por el que luchaba. Soportar las burlas del enemigo excedía los límites de su tolerancia.

—¡Esto no es una sandez! —gritó Eal, lanzando un brutal tajo para el cual se sirvió de todas sus fuerzas.

Grynkas logró desviarlo también sin excesiva dificultad, al igual que otros muchos que se sucedieron a continuación. Lo cierto era que Eal había conseguido que la muerte de Karl fuese aplazada más tiempo del deseado, lo cual agotó la paciencia del vampiro; por tanto, tras proporcionar una despiadada patada en la cabeza al tritón, Grynkas se colocó frente al impulsivo muchacho.

—Has elegido la forma equivocada de cometer suicidio, chico.

—No he venido con ese afán, sino dispuesto a acabar contigo. ¡Voy a matarte!

—¡Ah, me fascinan tales motivaciones! ¡Me apasiona el poder que ejerce el odio sobre los corazones humanos! ¡Adelante! ¡Bailemos!

Y bailaron. Danzaron durante varios minutos, levantando las espadas por encima de la cabeza y blandiéndolas en complejos movimientos. En un principio a Grynkas no le fue excesivamente difícil el detener los golpes de Eal, pues a pesar de su fuerza no podían ni de lejos igualar la perfeccionada técnica de Grynkas. Con todo, el vampiro comenzó a retroceder transcurrido un tiempo al sentir que el agotamiento mermaba sus sentidos y disminuía sus reflejos. Eal, sin embargo, no daba señas de tales síntomas, pues era un guerrero arcano y poseía la capacidad de absorber cualquier emanación de energía de la realidad, incluidos los golpes de Grynkas. De este modo el vampiro se sintió contra todo pronóstico acorralado, por lo que se vio obligado a adentrarse en la cueva frente a la que se encontraban.

Caminantes Galkir I. El llanto del fuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora