VIII. Sangre usurpadora

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—He revisado todos y cada uno de los libros del censo de los habitantes de Zulnor —dijo, Dharyon—, no sólo de esta época, sino de todas las anteriores. También he hecho lo mismo con todos los condados, pero el nombre de Duyldon Kherian no figura en ninguna parte. ¿Dónde lo habéis oído?

Los días en el palacio transcurrían largos y monótonos para el pequeño Pentra, acostumbrado a Bosque Thaeras. Balforea estaba prácticamente vacío de cualquier tipo de entretenimiento, ya que Kiyus estaba demasiado ocupado como para traer juglares o comediantes, y los libros que ofrecía la biblioteca del palacio tenían un interés más bien escaso para un niño de siete años. Además, Pentra carecía de amigos allí. Por ello, con el afán de buscar algún tipo de entretenimiento hasta la llegada de Serkyan, había decidido investigar acerca de la misteriosa voz que escuchó en su cuarto.

—Escuché una voz en mi cuarto. Una voz de niña. Me habló. Y dijo que se llamaba así, Duyldon Kherian.

Dharyon suspiró, mirando a Pentra con compasión, como si se tratara de un enfermo sin curación.

—Lo siento mucho, pero en los asuntos de vuestros amigos imaginarios nada puedo hacer. Soy un Consejero Real, y mi labor es seria —dijo Dharyon con fingida dulzura.

—¡No es un amigo imaginario! —protestó Pentra, enojado ante la incredulidad del Consejero—. ¡No sé lo que pudo ser, pero la voz me habló de verdad! ¡Lo juro!

—Habladlo con vuestro tío Kiyus. Quizá él pueda deciros algo, pero os aseguro que vuestro ruego está fuera del alcance de mis posibilidades.

Pentra se encogió de hombros. La última conversación con su tío había resultado un tanto desagradable a la par de perturbadora, por lo que no se sentía especialmente inclinado a volver a hablar con él. Sin embargo, no tenía otra persona a la que recurrir en Balforea, en vistas de que el resto de los habitantes del palacio mostraban cierta hostilidad hacia él. Se encaminó, por ello, a la sala de audiencias, pero antes de llegar encontró al piromante caminando por los pasillos. Le acompañaba Eal Dantia, quien llevaba ciertos objetos personales del piromante, tales como varitas arcanas y pergaminos.

—¡Kiyus! Si tienes un momento, quiero preguntarte una cosa.

—No tengo problema en escucharte, sígueme —indicó el regente.

—He escuchado una voz muy extraña en mi habitación, proveniente de la nada. Creo que era de una niña. Decía llamarse Duyldon Kherian. Se lo he comentado Dharyon, pero no me cree. Piensa que son imaginaciones mías.

El Keew pudo advertir una sombra de ira en la mirada de su tío.

—¿Dharyon? No te fíes de él, Pentra. Es un estúpido que siempre ha despreciado a los Keew, aunque a mí me tiene miedo. Es completamente leal a la dinastía Dantia, y, por ello, desprecia que un Keew ocupe el trono, al igual que muchos otros. No te fíes de nadie en Balforea, créeme. No merece la pena, al menos, no por ahora. Nos odian, aunque no lo manifiesten como tal.

Tales palabras resultaban turbadoras a oídos del pequeño Pentra, pero sintió cierto alivio al comprobar que su tío, a diferencia de Dharyon, no le tachaba por loco por haber oído una extraña voz en su cuarto.

—Entonces, ¿me crees, tío?

—No tienes motivos para mentirme. Tal vez esa voz tenga que ver con los Hijos de la Venganza. Puede que sea uno de sus agentes que se haya infiltrado en el palacio, lo cual me inquietaría sobremanera. ¡Cielos! No pensé que actuarían de tal forma. Es improbable, pero... ¡ah! —Kiyus elevaba cada vez más la voz, histérico— Tengo que comprobarlo, ¡no puede ser! ¡No pueden haber actuado más rápido que yo! ¿Qué te dijo, Pentra? ¿Qué te dijo esa voz?

Caminantes Galkir I. El llanto del fuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora