XVII. Hermanos

2 0 0
                                    

—Ha pasado mucho tiempo, hermanito —susurró, acercándose a Pentra, fijando su mirada en él con una ambigua sonrisa—, mucho, desde nuestro último adiós en Bosque Thaeras. Desde entonces, diversos acontecimientos han cambiado radicalmente nuestras vidas, como bien puedes observar. Mas debes saber que jamás me olvidé de ti, Pentra. Siempre he soñado con el momento en el que nos volviésemos a encontrar, ¿acaso tú no? Tu rostro refleja que la situación te incomoda.

Pentra fue incapaz de emitir respuesta alguna. Entornaba los ojos al mirar de arriba abajo a aquello que en su día fue su hermana, debatiéndose con una sucesión interminable de sentimientos adversos.

—¡No permitas que su pérfida lengua confunda tus sentidos! —gritó Duyldon— Ha sido informada de tu presencia en el campo de batalla y, consciente de la amenaza que supones, está intentando acabar contigo sirviéndose de la ventaja que le proporciona tu situación sentimental. ¡Prudencia!

—Yo en ella no veo más que un monstruo abominable, tal y como creía que erais los humanos —dijo Gar'ohn.

De forma despótica y llena de desprecio, Krelean apartó al fauno de un golpe con el revés de su mano.

—No esperaba verte rodeado de tan desdeñables compañeros. Te creía una persona de mayor criterio.

El joven Pentra enarboló su hacha con pose amenazadora, mirando lo que un día fue su hermana, con cierta desconfianza.

—¡Oh, no, no, hermanito! No te pongas así: no es mi intención hacerte daño. ¿Recuerdas aquella tarde en el lago? Te prometí que siempre te ayudaría, te cuidaría, me preocuparía por ti. Eso mismo estoy haciendo en este momento. ¡No soy tu enemiga!

Pentra se sintió desorientado: ¿realmente había degenerado Krelean? ¿Cómo podía, un ser abominable, carente de sentimientos, hablar de compasión? ¿Cómo podía, habiendo perdido su alma y adquirido una nueva impuesta por Daithora, recordar una escena tan íntima? No lo comprendía: únicamente era capaz de concebir que la mención a su infancia había apelado a la nostalgia en su corazón.

—¡Nuestro tío Kiyus es un imbécil! Creo que lo has conocido lo suficiente como para hacerte a la idea. Resulta imposible que su patético ejército pueda lograr la victoria en esta guerra.

—¡Te equivocas!

—¿Acaso te consideras declarado partidario suyo? —inquirió Krelean, irónica.

—¡En ningún momento he dicho eso! Pero...

—No tienes motivos para pelear a su lado —interrumpió, cortante—. Ven conmigo, Pentra. Yo te ayudaré. Haré que te conviertas en algo mejor, en un ser perfecto, superior: en un vampiro. ¡Mas no serás un vampiro cualquiera! Estoy hablando de convertirte en el rey de los vampiros, en mi consorte, en el supremo caudillo, en la persona con la que dominaré el mundo. Juntos, acabaremos con Groran, con ese incompetente de Grynkas, con todos aquellos que osen enfrentarse a nuestro yugo. Acabaremos con Kiyus. Doblegaremos a la humanidad entera a nuestro servicio. ¡Ah! En numerosas ocasiones me hablaste de tu tortuoso viaje de Delnar a Bosque Thaeras, cuando aún eras un niño de cuatro años. Hubo numerosas personas que se rieron de tus miserables condiciones, pues te habías visto arrastrado a la mendicidad. ¡Nadie tuvo compasión de ti, sino que optaron por burlarse en tus carnes, por agredirte, por acosarte! ¡No habrá piedad para ninguno de ellos, sino que pasarán a formar parte de nuestro alimento, de nuestro sustento vital!

Si bien Pentra cada vez estaba más confuso, su desconfianza hacia la reina de los vampiros no había dejado de aumentar.

—¿Qué dices? ¡Soy tu hermano! ¡No puedo ser tu consorte!

Caminantes Galkir I. El llanto del fuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora