Adicciones (+18)

By OneGirlNamedPolly

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Todos ellos son adictos a algo. Al sexo, a la lectura, a los ejercicios, a las drogas, a las peleas, a los de... More

1. El gusto por el chocolate.
2. En compañía de los más sexys.
3. El arte de ser buenos hijos.
5. Nada de romance.
6. Hermanos por elección.
7. Ser un pingüino
8. Chicas malas.
9. ¡Mia debe leer!
10. Todos necesitan beber agua.
11. Mucha brusquedad.
12. Sin piedad.
13. ¡Maldita mariposa!
14. Un fin de semana... diferente.
15. El lado oscuro de Rush.
16. San Valentín sin enamorados.
17. Los juegos del... ¿alcohol?
18. Mad y Rush son solo amigos.
19. ¿Es muy pronto para enloquecer?
20. Las chicas sin adicciones.
21. Culpa al alcohol y las drogas.
22. Cuida tu equipaje, Madison.
23. Deberían escuchar a Ashton.
24. Empiezan las complicaciones.
25. ¡Un poco de honestidad aquí!
26. Esto no tiene explicación.
27. Travis.
28. Ethan.
29. Ashton.
30. Rush.
31. Kayden.
32. El inicio de las complicaciones.
33. Segundas citas.
Volví
34. Revelaciones.
35. Sexo.
36. Inseguridades.
37. "Te quiero"
38. La adicta al sexo.
39. El adicto a los deportes.
40. Nuevas adicciones.

4. Espíritu adolescente.

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By OneGirlNamedPolly

— No puedo creer que seas una zorra malagradecida, Madison — se quejó Cassie, lanzándole un abrigo, mientras su prima empacaba ropa para el viaje que haría ese día con su mejor amigo —. Pudiste haberme invitado, ¿sabes?

Puso los ojos en blanco. — ¿Tú de verdad crees que nuestros padres nos habrían dejado ir a las dos solas? — Tomó su celular, el cual estaba enchufado al cargador —. Además, te encargué la tarea de llevar a Meg a la fiesta del sábado. No tienes idea de lo mucho que me costó convencerla.

Se lanzó dramáticamente sobre la cama y suspiró. — ¿Crees que ella y Rush tendrán sexo este fin de semana?

Maddy dejó de moverse por toda la habitación. — Realmente no quiero pensar en eso, Cassie — hizo una mueca de incomodidad —. Él es como mi hermano.

Puso los ojos en blanco. — Pero no lo es. Y está delicioso, ¿has visto su abdomen?, ¡por Dios!

— Eres un asco, te lo juro — siguió empacando.

Se apoyó en los codos para mirar mejor a su prima, ignorando lo que le dijo. — ¿Y tú piensas acostarte con Alec Ritch?

Suspiró cansada. — Cassandra, no voy a acostarme con un desconocido, por favor — soltó exasperada —. Solo somos amigos, y no me interesa lo que Rush te haya dicho de los mensajes que me manda. Es muy agradable, y también odia todo en el mundo.

— Entonces tienen todo en común — puso los ojos en blanco —. Si yo fuera tú, me acostaría con él, es una oportunidad en un millón.

— Pero tú eres tú, yo soy yo, Cassie. Y no quiero hablar más de eso — acabó de empacar todo y oyó que alguien se aclaraba la garganta detrás de ella, haciendo que ambas chicas miraran hacia la terraza.

— ¿Lista, pequeña Dea?, nos vamos en veinte minutos — Rush estaba apoyado en la puerta corrediza de vidrio, con su camiseta apoyada en el hombro derecho, exhibiendo su abdomen desnudo.

Maddy puso los ojos en blanco al notar como Cassie miraba a su amigo. — Estoy lista. Y ponte la camiseta o Cassie va a violarte.

El chico alzó una ceja y la rubia rio, guiñándole un ojo. — Ya sabes, Rush: nunca le digo que no a un buen pedazo de carne.

Él bufó con algo de gracia. — Tal vez eso funcione con Ash, Cassie.

Gruñó. — No quiero hablar de él — se puso de pie —. Me voy, me caen mal en este momento.

Salió de la casa de su prima y, justo cuando iba a cruzar la calle para ingresar a su propia casa, vio a un chico caminando hacia ella, soltando sensualmente el humo de su cigarrillo. Al instante caminó hacia él, balanceando sus caderas al ritmo de cada paso.

Él alzó una ceja con diversión. — Coleman — saludó con un ligero asentimiento.

La rubia se detuvo frente a él. — Park — le sonrió abiertamente —. Si vienes a buscar a tu amigo, te informo que no está en su casa.

Alzó los hombros, succionando su cigarrillo. — Supongo entonces que está en la casa de Maddy — soltó el humo a un lado de la chica y ella asintió, sin poder dejar de admirar cada movimiento del chico —. Debo darle algo importante para su viaje.

Cassie se apartó de su camino para dejarle pasar y él sonrió. — Nos vemos luego — se despidió.

— Te lo prometo — le guiñó un ojo y comenzó a alejarse.

Ella suspiró. — Hey, Ash — el pulso del chico se disparó por los aires, pero quiso aparentar indiferencia al voltear hacia ella —. ¿Estás libre esta noche?

— Para ti, siempre, cœur — dijo la última palabra con un marcado acento francés y siguió su camino hasta la puerta de la casa Baldwin-Hamilton.

Rush y Madison salieron antes de que él pudiera tocar el timbre. — Ashton — saludó la chica —. ¿Vienes a despedirte?

— Soy el chico de los mandados — hacía calor, pero él vestía una gabardina negra, y del bolsillo interno extrajo dos pequeños paquetes y se los pasó a Rush, con un poco de dinero —. Que se diviertan, nos vemos el sábado.

Maddy y Rush fueron hasta la camioneta del padre del chico y partieron rumbo a más de quinientos kilómetros de donde estaban. — ¿Qué es lo que Ash te dio? — curioseó la chica, cuando ya llevaban dos horas hablando de tonterías.

Rush sonrió un poco, sin sacar los ojos de la carretera. — Leche y chocolate.

Ella brincó en su asiento. — ¡Sí, sí, sí, sí! — tomó a Rush del rostro y le plantó un beso en la mejilla —. Carajo, no tienes ni idea de cuánto te amo en este momento.

Ellos usaban palabras claves para hablar de sus drogas todo el tiempo: así como la marihuana era chocolate, la cocaína era leche. Se habían introducido en ese mundo a los quince años, en una de las tantas peleas de Rush para ganar dinero. Habían inhalado cocaína tres veces en esos dos años, inyectado heroína en una sola ocasión y fumado marihuana demasiadas veces para ser contadas.

— Me amas siempre — le respondió él, y ella le mostró su dedo corazón —. ¿Iremos a la casa de tu tío primero?

Asintió felizmente. — Vamos a desempacar nuestras cosas y luego nos preparamos para ir a la fiesta. ¿Podemos fumar un porro antes?

Negó con la cabeza. — Fuma tú, yo debo conducir a la fiesta — recordó. Ella asintió y enchufó su celular a la radio de la camioneta, por lo que al segundo siguiente Sweater Weather, de The Neighbourhood, explotó en los parlantes del vehículo.

Maddy cantaba a todo pulmón y movía su cuerpo, disfrutando de la canción. Rush reía y tarareaba en voz baja, aunque no fuera su estilo de música. La carretera se extendía frente a ellos como una enorme serpiente infinita, la oscuridad se les estaba cayendo encima, y ahí, en ese momento, eran los dueños del mundo.

— ¡Ethan! — Cassie corrió hasta el dormitorio de su hermano y golpeó la puerta repetidas veces —. ¡Ethan, abre ahora mismo!

Nate salió del dormitorio que compartía con su esposa y miró a su hija con una ceja alzada. — Kelly, ¿qué estás haciendo?

La rubia sonrió ante el apodo con el que su padre la llamaba desde pequeña. Como su madre era Barbie, a ella le tocó ser Kelly, la hermana menor de la muñeca Barbie.

— Pues trato de que Ethan salga — apuntó a la puerta de su hermano mayor.

Su padre negó con la cabeza. — Él está abajo con Kay, están entrenando, para variar.

— Ni te quejes, Nath. Kaleb y tú eran exactamente iguales — defendió Kim, saliendo también del dormitorio, aún vestida con el formal traje que utilizaba en el consultorio.

Cassie rio un poco y su padre puso los ojos en blanco. — No me quejo, solo digo que esos dos deberían salir de ese gimnasio aunque sea un minuto al día. Ethan hasta ha llevado una televisión ahí.

Kim le miró de mala manera. — ¿No te alegra que tu hijo sea un chico sano?

— Voy a salir — anunció la chica parada frente a ellos, ganándose la atención de ambos —. Necesitaba que Ethan me diera las llaves del auto, es decir, ¿puedo usarlo?

— ¿A dónde vas?, ¿con quién?, ¿qué harán?, ¿a qué hora volverás? — indagó Nathaniel.

La chica suspiró y Kim rio: siempre era el mismo interrogatorio a la hora de dejar salir a su hija. — Necesito ir a comprar cosas para la fiesta del sábado, iré con uno de los amigos de Maddy, Ethan le conoce. Supongo que volveré antes de las diez de la noche — contestó, consultando la hora en su celular. A penas eran las seis de la tarde.

Ambos padres se miraron por unos segundos y luego observaron a su hija menor. — Toma mi auto — ofreció Kim —. Pero te quiero de vuelta a las diez aquí. Nada de salir de allá a las diez y llegar aquí a las diez y media. Nada de eso de "el auto se quedó sin combustible". Y si te llamo, nada de eso de "mi celular se quedó sin batería". Nada de excusas, Cassandra — le pasó las llaves pero se las quitó un segundo antes de que ella las tomara —. Promételo o no vas a la fiesta de inicio de curso.

Como psicóloga infantil, Kim sabía que sus hijos estaban atravesando por una etapa conflictiva, por lo que siempre trataba de apoyarles confiando en ellos y otorgándoles responsabilidades que probaran que ellos eran capaces y maduros. Pero así también, todos los actos que realizaban traían aparejadas consecuencias con las cuales ellos debían lidiar solos: si fueron lo suficientemente valientes como para hacer algo que no debían, tenían que tener el suficiente coraje como para enfrentar las consecuencias.

— Lo prometo, mami — dijo inocentemente —. Los amo — besó a cada uno en la mejilla y se retiró pegando brinquitos.

Una vez en el BMW de su madre, tomó su celular y le mandó un mensaje a Ash para que la esperara donde siempre. Sonrió al recibir respuesta y condujo directo a ese lugar.

— Te lo juro, Kay, hablas una vez más de fútbol y voy a lanzarte esa pesa de diez kilos directo en la nuca — se quejó Ethan, mientras descansaba de su serie de abdominales.

Su primo se dedicó a poner los ojos en blanco y hacer rebotar infinitas veces el balón de fútbol con su pie derecho. — ¿Y de qué quieres hablar?, llevamos tres horas aquí, estoy jodidamente aburrido.

— No lo sé, de chicas, tal vez — y comenzó a hacer abdominales de nuevo —. Es... decir..., ¿no... te... jode... que... Cassie... y Maddy... no tengan... amigas? — pronunció entre cada subida y bajada de su torso al ejercitarse.

Alzó los hombros, dejando de jugar con la pelota y enfocándose en su primo. — Nunca había pensado en eso. Pero ahora que lo dices, nosotros les ofrecemos chicos en bandeja de plata y ellas no son capaces de al menos conseguirse una amiga cada una con las que podamos salir — negó con la cabeza, encendiendo la caminadora y ubicándose encima para iniciar un trote lento.

— A eso iba. Esas egoístas malvadas — bufó molesto —. Solo espero que en la universidad hayan chicas que valgan la pena. En el colegio no había material para más de una noche.

Kay suspiró. — Cállate. Yo debo quedarme allí por un año más — le lanzó una mirada acusatoria a su primo —. Pero, Ethan, tus gustos son muy extremos, ¿no te parece?

El rubio le miró confundido. — ¿A qué te refieres?

— Ya sabes, tú quieres a la chica con medidas perfectas — desvío la mirada antes de decir lo siguiente: —. Eres demasiado superficial.

— El amor entra por los ojos, Kayden — respondió, yendo hacia donde estaban las pesas.

Negó. — La atracción entra por los ojos — suspiró sonoramente —. Va a sonar ridículo, ¿pero sabes lo primero que mi papá responde cuando le preguntan qué ama de mi mamá? — no esperó respuesta —. Que es inteligente y temeraria. Y, vamos, no soy idiota. Mi mamá es bonita, lo dicen en todos lados, incluso muchos chicos de mi edad voltean a verla en la calle, pero mi papá nunca resalta eso en primer lugar cuando cita sus cualidades — Ethan le observaba concentrado en cada una de sus palabras —. Cuando era niño le pregunté qué pasaría cuando mi mamá envejeciera y ya no fuera tan bonita, y él me dijo que la seguiría amando, que basar el amor en la belleza física, es destinarlo a morir con ella. Tenía ocho años y en ese momento no lo entendí, pero lo entiendo ahora. Y trato de tener siempre presente esa frase.

El rubio suspiró. — Lo entiendo. De verdad, pero mírame: me mato entrenando por horas todos los días para tener el cuerpo que tengo. Lo único que exijo es que mi pareja también se esfuerce por verse bien como lo hago yo — Ethan era un enorme chico de casi diecinueve años con la apariencia de uno de veinticinco. Sus entrenamientos eran muy duros y su alimentación muy equilibrada. Kayden sabía que tenía razón, pero ya no quiso seguir hablando de eso con su primo.

— Bien. Hablemos de otra cosa. ¿Qué equipo crees que va a ganar la Copa Libertadores este año?

— Voy a asesinarte, Kay. De verdad — amenazó, caminado decididamente hacia él, quien saltó de la máquina caminadora y salió corriendo del lugar.

Mia se encontraba leyendo en su dormitorio cuando su madre ingresó a dejar su ropa limpia. — Lo siento, pensé que no estabas. No te he visto en todo el día — se disculpó Lux por no haber tocado antes de entrar.

Ella cerró su ejemplar de "El Principito" y le sonrió. — He estado leyendo un poco.

Ladeó la cabeza, adoraba que su hija hubiera adquirido el buen hábito de la lectura, pero tenía miedo de que dejara su vida de lado para vivir la de los personajes de ficción. — ¿Qué pasó de ese chico que vino a pasar navidad con nosotros?, ¿cuál era su nombre?

— Jared — completó Mia, nombrando al chico con el que llevaba saliendo siete meses —. Está pasando las vacaciones con su familia en Francia, volverá recién el viernes.

Asintió. — ¿Por qué no vas a visitar a Caroline?, puedo hacer que tu padre suelte algo de efectivo — le guiñó un ojo y ambas rieron.

Mia no quería salir, mucho menos hacer un viaje de dos horas hasta la casa de su mejor amiga, pero se notaba que su madre estaba algo preocupada por que estuviera encerrada todo el día. — Bien, gracias, mamá — Lux acarició la mejilla de su hija y se retiró.

— Hola, Lady Mia — se burló Caroline en cuanto contestó el teléfono —. ¿Pasa algo?

Suspiró. — ¿Tienes algo que hacer esta noche?

— ¿Estás invitándome a una cita?

Puso los ojos en blanco. — Lola... — la llamó por su apodo, y oyó una risa del otro lado. Caroline vivía sola, ya que toda su familia estaba en Estados Unidos —. No me tortures, ¿quieres?

— Bien, ¿paso por ti o vienes sola?

— Voy yo. Nos vemos en unas horas — terminó la llamada, empacó algo de ropa y fue a despedirse de sus padres, quienes le dieron dinero. Mia había insistido incontables veces con que la dejaran trabajar, pero la respuesta era siempre la misma: no hasta que te gradúes. Con los años, había dejado de insistir.

Cassie llegó a su lugar de destino, una cabaña a cuarenta minutos de su casa. Pertenecía a los padres de Ashton y fue el primer hogar que tuvo el chico antes de mudarse a la ciudad a los diez años. Su padre se dedicaba a invertir en la bolsa de valores, y de su madre poco o nada sabía, ya que había abandonado a su padre cuando Ash cumplió seis meses.

Bajó del auto de su madre, notando que el del chico ya estaba allí, y caminó decidida sobre el césped hasta llegar a la puerta. Ingresó sin tocar y vio a Ash sentado en el sofá, jugando videojuegos. Esa cabaña era el refugio de todos los chicos, como una "casa club", así que estaba llena de cosas para pasar un buen rato.

— Hola, Cass — saludó sin mirarla. Si alguien los veía así, diría que ellos son solo un par de conocidos, ya que no cruzaban más de cinco palabras cuando se veían.

Pero la historia era otra. Llevaban acostándose juntos desde hacía ya año y medio, pero no eran exclusivos y nunca plantearon la idea de serlo. No eran novios ni nada parecido, y eso estaba bien con ellos, porque ninguno necesitaba una relación seria.

— Hola, Ash — se sentó junto a él y colocó una mano sobre el muslo derecho del chico, subiendo lentamente hasta casi rozar su entrepierna.

Él sonrió un poco. — Tú realmente no sabes esperar, cœur — pausó su juego y la miró por fin, sintiendo como un escalofrío recorría su espina dorsal al tenerla a tan solo cinco centímetros de distancia.

— ¿Para qué esperar? — susurró contra los labios del chico. Ash no soportó más y tomó con fuerza un puñado del cabello rubio de la chica para acercarla y besarla con violencia. Cassie se colocó a horcajadas sobre él, desprendiéndole con agilidad los botones del pantalón vaquero y bajando el cierre.

Como ella tenía un simple vestido de verano, fue sencillo para Ash colocar sus manos directamente sobre el trasero de la chica, empezando a hacer fricción mientras ella se entretenía tratando de liberar la erección del chico. Cassie sabía que Ash guardaba los preservativos en el bolsillo trasero de sus pantalones, así que los tomó con mucho esfuerzo y entre gemidos.

— Póntelo, yo no puedo — logró decir, mostrándole sus largas uñas: Cassie siempre temía agujerar los preservativos con ellas.

Ash ni siquiera había terminado de colocárselo correctamente cuando Cassie hizo a un lado su ropa interior y se elevó para luego dejarse caer sobre él, logrando que se adentrara en ella de una sola estocada, por lo que ambos gimieron sonoramente.

Lograron hacerlo tres veces antes de que ella tuviera que volver. — Nos vemos luego — le dijo, ya sentada en el lugar del conductor del auto de su madre.

— Te lo prometo — respondió con una sonrisa pícara, antes de tomar una calada de su cigarrillo e ingresar de nuevo en la cabaña.

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