Casa NO en venta (completa✔)

By BiancaMond

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Ella vive y trabaja en la casa que le heredaron sus padres. Él quiere hacer ahí un centro comercial. ¿Quién d... More

Sinopsis
La propuesta
El "Sr." Welles
Nuestro almuerzo de negocios
Esa clase de chico
¡No voy a vender!
Al menos seamos amigos
La invitación
La quinta del Tío Jack
El brindis de la cena
La cita de Ethan
¿Quién será el perdedor este año?
Pequeña dulce victoria
Touché
No todo está bien
Conociendo a Norman Welles
El fiasco de la cena
Visitas inesperadas
El cumpleaños de Jacob
Si lo que quieres es dinero...
La casa de Ethan
Eso que no nos dijimos
La noche de pizzas
Pizzas y problemas
Bajo la máscara de Norman
Un viejo... ¿amigo?
Su número de celular
Un beso y una declaración frustrada
El alfil del rey
Una invitación con mi nombre
Sin el pan y sin la torta
"Pierde la pelea y pierdes a la chica..."
Él sólo quiere tu casa
Confía en mí
Lo único que quiero son bebés
¿Qué sientes por mí?
Lo más importante
Cindy Preston
Es ella
Un juego que no quiero jugar
El que no arriesga, no gana
¿Qué has hecho, Oliver?
Algo que me llene el alma
Mi acompañante en el casamiento
La razón por la que se fue
Ganar o perder
El secreto de Amelia
Crecer
El regalo perfecto (Capítulo Especial-E. Welles)
Epílogo

Mucho más de lo que yo creía

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By BiancaMond



La limusina estuvo puntualmente a las diez, como había dicho Ethan el día anterior. Un hombre corpulento descendió de adelante y me abrió la puerta para que ingrese.

Se detuvo al menos media hora después, en una zona de edificios corporativos de la ciudad. El edificio en cuestión era alto y de lujo, con ventanales que se extendían por toda la fachada.

Me bajé cuando me hubo abierto la puerta de nuevo y atravesé las anchas escaleras hasta la entrada principal. El interior era lo más ordenado que había visto en mucho tiempo. Un salón circular enorme con adornos de primer nivel y hasta modernas esculturas en los costados. En el centro se extendía la recepción, con varios hombres y mujeres sentados en sus respectivos escritorios y una sonrisa de oreja a oreja en sus rostros. Me acerqué a una de las señoritas.

—Buenos días. Vengo junto al señor Ethan Welles.

Su sonrisa desapareció de inmediato y me examinó de arriba a abajo.

—¿Nombre y motivo de su visita? —preguntó tajante.

—Jaqueline Rose. Él envió un coche a recogerme.

Esto pareció molestarla aún más, como si no me considerara digna de venir a preguntar por él. Revisó sus papeles de mala gana y me pidió mis documentos para verificar mi identidad. A continuación, me pasó una credencial de plata que tenía grabada la palabra "visita".

—Si sigue por el pasillo de la derecha llegará a los ascensores. Marque el piso once e identifíquese con la secretaria del sr. Welles.

Le agradecí e hice lo que me dijo.

La secretaria de Ethan se puso incluso más desagradable que la recepcionista, cuando le dije quién era y a qué venía.

—Tengo que chequear que el Sr. Welles se encuentre libre —dijo con cara de pocos amigos y ni siquiera me invitó a sentarme mientras ella llamaba desde el interno—. Disculpe, Sr. Welles —su voz se transformó de repente en la voz más dulce que había escuchado jamás— viene junto a usted una niña —dijo haciendo énfasis en esta palabra— Jacqueline Rose, ¿desea que pase a verlo?

Ethan le contestó algo que no pude entender y ella lanzó una risita ridícula mientras jugueteaba con el cable como una tonta.

—Por supuesto, con canela para usted —volvió a soltar la risita.

Al cortar puso la misma expresión de desagrado de antes.

—Pase —dijo señalando con la cabeza la puerta que estaba al costado. Se levantó, tomó una bandeja y comenzó a preparar café.

Abrí la puerta con cuidado e ingresé. Ethan estaba sentado tras el escritorio con la cabeza metida en unos papeles y levantó la mirada.

—Buen día Jackie.

—Buen día —me detuve a contemplar la vista de la ciudad desde allí arriba. —Tu oficina es muy bella.

—Ayer pude notar el empeño que le pones al trabajo, así que eres bienvenida a trabajar aquí cuando quieras —me sonrió.

—Siempre y cuando firme los papeles de mi casa —le dije irónica—. Mira, Ethan... en cuanto a ayer... lamento haber perdido los estribos de esa manera. Fue un mal día y yo...

Él me detuvo con un gesto de la mano. —No tienes que disculparte, todos tenemos días malos en el trabajo. Los míos, por ejemplo, empezaron cuando una chica se negó rotundamente a venderme su propiedad.

No pude evitar soltar una risita y al instante recordé a su secretaria en el teléfono. Supongo que esa era la clase de efecto que causaba él en las mujeres. Me sentí una tonta.

—Volviendo a lo del trabajo, hablo en serio. Sólo tienes que pedirlo y tendrás una oficina tan linda como esta —agregó.

—Eso depende, ¿tendré que llamarte Sr. Welles, hablar con una dulce vocecita y ser extremadamente desagradable con tus invitadas?

—Si haces todo eso tendrás beneficios extra —bromeó.

—¿Acostarme con el jefe? No, gracias.

Se puso de pie. —Estás equivocada, yo no mezclo negocios con placer. Aunque tal vez pueda hacer una excepción contigo.

Me pregunté si acaso me estaba coqueteando o simplemente era así con todas. Por suerte para mí en ese momento entró su secretaria, así que no tuve que seguirle la corriente. La mujer depositó la bandeja en una mesa de apoyo y se retiró de nuevo.

Ethan se acercó y llenó dos tazas. Me ofreció una y acepté, cargándole luego un poco de azúcar.

Sacó un grupo de carpetas de un estante y las colocó sobre una mesa de reuniones que había en un espacio al costado. Corrió una silla y me invitó a sentarme a su lado.

—Aquí están los contratos firmados hasta ahora, puedes revisarlos uno por uno cuantas veces quieras. Todas las firmas están certificadas por los escribanos así que no debería haber razón para que dudes de su autenticidad —por lo visto aún seguía un poco molesto porque lo traté de mentiroso.

—Gracias —tomé los folios y comencé a revisarlos. Él volvió a ocupar el asiento detrás de su escritorio y continuó con lo que estaba haciendo antes de que yo llegara.

Llegada la hora del almuerzo aún me faltaba revisar unas once carpetas. Eran como cincuenta en total. El espacio que estaban adquiriendo iba a ser mucho más amplio de lo que yo había esperado. Todos los vecinos que pensé que no venderían figuraban allí. Con todos se había llegado a una especie de acuerdo económico. Por eso Ethan se mostraba tan insistente conmigo. Si yo no vendía, ¿tendría que suspender el proyecto?

Se acercó a mí, un poco pasada la una de la tarde. Estaba cerrando la última carpeta cuando él se sentó a mi lado.

—¿Qué piensas? —preguntó al ver mi expresión de preocupación.

—Esto es mayor de lo que creía... —tuve que admitir.

—Lo sé, por eso te pedí que vinieras. Sé que crees que sólo es el capricho de un chico rico que está aburrido y quiere fastidiarte. Pero, la verdad, es que hay todo un proyecto aquí. —Giró mi silla hasta ponerme de frente a él—. Jackie, llevo al menos dos años estudiando la zona, hice varios estudios de mercado, de economía y crecimiento poblacional para asegurar la viabilidad del proyecto.

No sabía qué decir así que desvié el rostro hacia un costado. Él tomó con delicadeza mi mentón y lo giró de nuevo al frente, se acercó lo suficiente para que no pueda volver a desviar la mirada.

—Necesito que entiendas, —continuó— que hay mucha gente detrás de esto. Pasé meses reuniendo inversores, convenciéndolos de que en realidad este centro comercial pasará a liderar el mercado, yo mismo llevo invirtiendo demasiado tiempo y dinero para que esto salga como debe. Y no es sólo eso, se dará trabajo a 5.000 personas sólo para la construcción y a otras 15.000 una vez que se haya habilitado.

Sentí que mis ojos iban a llenarse de lágrimas. No quería vender, no quería hacerlo por nada del mundo. Él pareció percatarse porque de repente tomó mis manos y las entrelazó con las suyas.

—Lo entiendo, —dijo— entiendo perfectamente que no quieras despegarte de tu casa. Y no quiero sonar insensible, pero, Jackie tienes que entender que esto es más grande y hará un enorme bien a la comunidad. Estoy en contacto constante con varias ONG para lograr que se priorice la contratación de personas en desventaja social. Se organizarán cursos de capacitación para quienes no hayan terminado la secundaria y se buscará la reinserción laboral de ex presidiarios y personas con discapacidad. Ey —dijo cuando vio una lágrima caer por mi mejilla—. No quiero hacerte sentir así, sólo espero que lo entiendas y vuelvas a pensar en mi propuesta. Sé que pude sonar arrogante las veces que dije que estaba seguro de que venderías, pero la verdad es que estoy tan abocado a este proyecto desde hace tanto tiempo que pensé que podría hacer que los demás lo vean con los mismos ojos con que lo veo yo.

Asentí.

—Volveré a pensar en tu propuesta —fue todo lo que se me ocurrió decir.

Él me mostró una sonrisa tranquilizadora y nos pusimos de pie. Me limpié el rastro de lágrima que me quedó en la piel y me despedí de Ethan, quien me invitó a almorzar antes de retirarme, pero lo rechacé educadamente. Tenía muchas cosas en qué pensar, así que me fui lo antes posible.

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