Mi otra yo [✔]

By Azuquier

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Cuando Cecilia y Coral (dos mellizas prácticamente opuestas) deben mudarse de ciudad, se confiesan cosas que... More

💄🌸Antes de leer🌸💄
💄🌸Prólogo🌸💄
🌸1-Mi mundo se viene abajo🌸
💄2-Aprovechemos la oportunidad💄
🌸3-Fiesta sagrada🌸
💄4-Confesiones💄
🌸5-Bienvenida inesperada🌸
💄🌸6-Evitando ser yo🌸💄
🌸💄7-Compras💄🌸
🌸💄8-Monjas y Libros💄🌸
💄🌸9-Cosas que hacer🌸💄
💄10-Bibelton💄
💄🌸11-Guerra de Agua🌸💄
🌸13-¡Feliz cumple, Sofi!💄
💄🌸14-Talentos y una videollamada🌸💄
🌸15-Jugar o trabajar🌸
🌸16-Campamento💄
🌸17-C2M4💄
🌸18-Terror y Dolor💄
🌸19-Invitaciones💄
🌸20-Bolos💄
💄21-La fiesta de Lara🌸
💄22-Cena familiar🌸
💄23-Llanto doble🌸
💄24-Juegos de mesa🌸
Agradecimientos y nota de autora
Personajes

🌸12-Un lunes muy lunes🌸

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By Azuquier

Coral

Me desperté con el ruido de la alarma del celular. Lo silencié y me volví a echar sobre la cama. Tenía ganas de ir a la escuela, pero me daba bastante pereza levantarme de la cama. Con mucho esfuerzo y luego de unos minutos salí de mi cama y busqué mi ropa. Me puse la camisa, la pollera y me guardé la corbata en el bolso, para pedirle alguien que me enseñase a ponerla. Revisé mi mochila para corroborar que estuviese todo lo necesario y me faltaba la billetera. Traté de hacer memoria y la busqué en todos los bolsos posibles, sin dar con ella. Comenzaba a irritarme. Miré mi celular, 7:39, tenía que bajar desayunar. Tomé mis cosas y me dispuse a salir del cuarto cuando mi celular dio un aviso BATERÍA BAJA. Rodé los ojos y agarré el cargador de arriba del escritorio para poder por fin bajar a la cocina.

En cuanto llegué al refrigerador escuché que mi papá puso el auto en marcha.

—Vamos Coral — dijo mi hermana pasando por mi lado en dirección a la puerta.

Agarré la gomita de pelo de mi muñeca y me hice una rápida cola de caballo. No me había maquillado, ni siquiera había podido lavar mi cara. Tomé un paquete de galletitas, me serví un vaso de jugo y lo volqué todo.

—Maldición.

Una vez con el trapo en la mano me puse a limpiar. Cuando terminé con el enchastre bebí lo poco que quedaba de jugo y guardé el paquete abierto de galletitas en mi bolso. Corrí hacia fuera, donde me esperaba mi padre y mi hermana.

Llegamos al instituto cuando sonó el timbre, así que literalmente corrí hacia el salón, llevándome puesto todo lo que se cruzó en mi camino. El profesor entró al salón y yo entré después que él. Era día de formar, así que dejé mis cosas donde pude y me dirigí al patio.

Mientras formábamos me empezó a picar la nariz. Revisé mis bolsillos y efectivamente mis pañuelitos no se encontraban allí. Miré para arriba un par de veces, como para que se me pasara. El director pasó al frente de los alumnos y empezó a hablar sobre los campamentos de esa semana. Nos tocaba el viernes, según había entendido. Cuando comenzó a hablar sobre lo que debíamos llevar estornude, una, dos, tres veces. La mitad de los alumnos se giraron a verme, y varios se rieron en silencio. De manera disimulada me fui al fondo de la fila y le pedí al profesor para ir al baño a por papel. Él me cedió el permiso y me dirigí a este con prisa.

La primera hora tuvimos historia, y el profesor había mandado a pedir una tarea, en la cual me había gastado la noche para terminarla. Me había dormido algo así de las tres de la mañana, para terminarlo de buena forma. No lo pidió en toda la clase, y unos segundos antes de que tocara el timbre fui a preguntarle si lo entregábamos.

—No es necesario, pero si lo hiciste tráemelo, realmente no era tan importante.

Conté hasta quince mentalmente y le sonreí, fui hacia mi banco y saqué el trabajo de mi carpeta para entregárselo. Para que demonios mandaba a hacer algo si ni siquiera iba a pedirlo.

Una vez que tocó el timbre busqué mis galletitas en el bolsillo delantero. Abrí el cierre y miré el techo frustrada.

—¿Enserio? — susurré para mí misma.

—¿Qué pasa Coral? — preguntó Manu llegando por atrás.

—Tuve una mala mañana y se acaban de caer todas las galletas dentro de mi mochila, simplemente genial.

—¿Te ayudo a limpiar? — ofreció de forma dulce.

—Sí, gracias.

Sacamos las cosas del bolsillo y luego lo vaciamos en el tacho de basura. Estábamos solos en el aula.

—Gracias — agradecí tomando nuevamente mi mochila.

—No es problema — me dedicó una hermosa sonrisa—¿Estudiaste para geografía?

Maldita sea, me había olvidado por completo del oral de geografía. Por suerte no me tocaba hacer los afiches, solo me tocaba dar la introducción.

—Me súper olvidé — dije con toda sinceridad —. Tengo las hojas en la carpeta, ahora me pongo a estudiar.

—De acuerdo, nos vemos.

Se fue del aula dejándome completamente sola. Abrí mi mochila, saqué una carpeta marrón de las largas y busqué la información que había resumido. Saqué todas las hojas y no la encontré. Decidí buscar en mi carpeta, quizá la había dejado allí sin querer. La revise de delante a atrás y viceversa. Nada.

—Vamos, no me puede estar pasando esto.

Revolví todo, busqué en los lugares menos impensables, no estaba por ninguna parte. Tocó el timbre y me apresuré por buscar el tema en internet, para por lo menos tener una base. Mi celular se apagó. Lancé una maldición al aire y mis ojos se pusieron llorosos. La situación no podía estar peor.

Comenzaron a entrar todos, y ese día el profesor llegó increíblemente temprano. Una vez que pasó lista nos hizo colocarnos frente a la clase y comenzar a dar el oral. Acomodamos los afiches hechos por Lara, que debo aceptar estaban hermosos y prolijos, y luego nos pusimos uno al lado del otro.

—Empiecen por favor.

Mi grupo me miró y yo tomé una bocanada de aire. Me acordaba lo básico, y no era suficiente ni como para ocupar un minuto.

—Bueno — comencé —. Nosotros hablaremos sobre las cosas que se prohibieron durante la dictadura en Argentina. Había un toque de queda, que impedía salir fuera de la casa luego de— no recordaba la hora exacta— luego de las 10:30 de la noche. Se prohibieron muchos libros y canciones, como María Elena Walsh, quien por cierto fue una excelente escritora para mi criterio, junto con los de otros artistas. Algunos de ellos se fueron del país. Principalmente se prohibieron las cosas que tocaban el tema o trataban sobre la libertad.

Me quedé callada y miré a Manuel en busca de ayuda. Me entendió y comenzó a dar su parte. Luego de unos diez minutos finalizamos con el oral y todos nos aplaudieron. Fuimos a la mesa del profesor y nos dio las notas. Me puso una B, y dijo que solo porque estaba siendo bueno, ya que había hecho súper poco. No podía haber empezado con peor pie.

El resto de las horas pasaron lentas y aburridas, Manuel casi no me hablaba, y estaba completamente en otra. No sabía si era yo, o si era él que me estaba evitando. Me sentía enojada y de mal humor, así que no había hecho más que contestar de la mejor manera posible y tratar de evadir el tema.

Una vez que tocó el timbre de salida pasé de todos y me dirigí derecho a la parada, increíblemente el colectivo pasó dos minutos después. Me subí primera y apoyé mi cospel.

—No tienes carga.

—Gracias.

Me bajé del colectivo pidiendo permiso y recibiendo malas caras. Me senté furiosa en el banco, lo que me faltaba. Esperé unos minutos y los muchachos no llegaban, tampoco mi hermana. Indignada me levanté del asiento y fui hacia la escuela. Di vueltas por todo el patio y no los encontré. Vi a Emma y de mala gana me aproximé a ella para preguntarle.

—Hola Emma, ¿Has visto a los chicos o a mi hermana?

—Hola, emmm, Coral ¿Cierto? No los he visto.

—De acuerdo, gracias.

—Espera, creo que sí. Salieron hace unos minutos hacia la parada.

Genial, malditamente genial. Me di la vuelta y comencé a caminar nuevamente hacia la parada. Estaba a unos metros de llegar cuando vi que Cecilia se sentaba en el colectivo, riendo alegremente con los muchachos. Corrí un poco para alcanzarlo, pero ya había arrancado. Estaba sola, frustrada, enojada, sin plata y sin medio más que caminar para llegar a mi casa. No pude retenerlo más y varias lágrimas cayeron de mis ojos. El lunes estaba siendo un lunes demasiado atípico para mí. Todos los adolescentes decían que los Lunes eran los peores días, y ese día, estuve de acuerdo. Comencé a caminar hacia donde creía que era la dirección que llevaba a mi casa. Luego de un par de metros pisé un charco y mojé toda mi media. Traté de tranquilizarme y seguí caminando. Después de un rato llegué a una plaza, terminando de asegurar que esa no era la dirección, que me había salteado doblar en alguna esquina como lo hacía el recorrido del colectivo. Me senté en el primer banco que vi libre y me largué a llorar.

Lloré sin vergüenza, lloré con rabia, con enojo, también lloré con tristeza. Lloré todo lo que había estado guardando para llorar. Estaba yendo en contra de mi principio: Nada es lo suficientemente malo como para hacerte llorar, salvo la muerte, porque es algo que no se puede remediar. Pero en ese momento necesitaba descargar todo aquello que venía guardando.

Me quedé en la plaza por horas, no recuerdo cuantas fueron con exactitud, esperando que alguien pasase, para pedirle prestada una llamada. No estaba del todo soleado, pero la temperatura se mantenía normal. No hice nada en particular, solo estuve allí sentada. No me cruzó por la cabeza volver en dirección al colegio y pedir ayuda, ni si quiera por un segundo. No lo pensé, y tampoco pensé en formas de volver a casa. Quería que me buscaran, que supiera que estaba mal. Quería que les importara.

Vi que alguien se aproximaba y me puse feliz. Podía ver que venía apurado, con paso nervioso, completamente tensionado. Se acercó un poco y pude reconocerlo. Era Marcos, con las manos en los bolsillos y cara de preocupación. No se fijó en mí, porque venía con la vista en el suelo.

Me paré y le toqué el hombro cuando pasó por mi lado. Acepto que me dolió el que no se haya siquiera percatado de mi presencia.

—Hey.

—Hey, hola — recorrió la plaza con la mirada. — ¿Qué haces aquí tan sola?

—Yo, he querido ir a casa caminando, y— empezaba a acongojarme como una niña. — y no he, no he encontrado el camino. Así que me he quedado aquí.

—¿Te sientes bien?

En el momento en que pronunció esas tres palabras me tiré sobre él y rompí en llanto otra vez. Él me abrazó y  acarició mi pelo. Yo también lo abracé, y puse mi cara en el hueco de su cuello, sintiéndome protegida.

—Tranquila Coral, no llores por favor.

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