Huracán Thornbird - Los Seis...

By JFSavvie

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Segunda parte (y precuela) de la Trilogía de los Seis Reinos. Hardy Arjhun, sirena y guardiana del tesoro de... More

¡Hola de nuevo!
Parte Uno: Una pésima princesa
Unas piernas para volar
Un capitán demasiado perspicaz
Una batalla inusual
El temor de un marinero
Si no es agua, arde
Las aves sedientas
Un hombre de tierra
Una deuda para sellar
Parte Dos: Un príncipe sin reino
El día que vuelva
Un talento singular
Margaret La Loca
Para contar una historia
Rey de Ninguna Parte
Sin corona no hay deshonra
Un barco para gobernar
La bruma que se desplaza
Parte Tres: En el mar como en la tierra
El festín nocturno
El tiempo para conocer
Un camino oscuro
Nada es para siempre
La promesa sellada
Rey y Pirata
Epílogo
De un príncipe fugado
De un Hada en problemas

Hardy «El Marinero» Arjhun

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By JFSavvie


Los días siguientes le parecieron a Hardy una eternidad, camuflándose entre bancos de almejas y algas de bordes afilados, escabulléndose en silencio sobre la arena en un intento desesperado por pasar desapercibida, pues mientras más ascendía el lecho submarino, más peligrosa se volvía la situación.
Al llegar la tercera noche, mientras Hardy quitaba trozos de una anemona que había quedado enredada en su cabello con los dedos, unas voces la sacaron de su furiosa ensoñación. Poniéndose alerta se pegó contra el muro de la cueva en que se había refugiado, no sin antes escuchar a dos anguilas charlando con voces trágicas.
—¡Y otra vez esos desgraciados se llevaron a la colonia de las rocosas rojas!
—Creí que después de todos estos años habrían aprendido a no quedarse en esa zona durante la primavera.
—Son peces Marta. No son capaces de recordar ni el nombre de sus hijos.
—Alguien debería advertirles sobre el Dragón a los idiotas del arrecife azul.
—¿Te vas a comer ese camarón o vas a seguir parloteando?
No había que ser un genio para saber que esa era con toda probabilidad la salida que buscaba. Sabía a la perfección que la primavera era una época peligrosa para permanecer en las colonias pues los pescadores aparecían de todas partes para atrapar algo de comida y si sus suposiciones eran correctas, el Dragón debía ser algún tipo de bote pesquero que con seguridad podría llevarla a tierra.
Olvidando la tarea de desenredar su melena, nadó lo más rápido que pudo sin alertar a los seres que retozaban a su alrededor. El arrecife azul estaba a unas cuantas horas de la cueva en la que se encontraba, el tiempo suficiente para llegar al amanecer, justo en medio de las horas de pesca. En su camino se topó con algunos peces que huían en dirección contraria, lo suficientemente inteligentes para entender que no era una buena idea quedarse en ese sector. Hardy sintió la mirada de varios de ellos en su espalda. Sabía que tenía poco tiempo antes que otros la encontrarán, por lo que continuó su viaje sin dilación pero con una sensación de urgencia palpable, aprovechando el encuentro con una manada de Coriandels a los que se unió para avanzar más rápido.
Para cuando llegó a destino, el alba estaba por despuntar. El arrecife azul era un cordón casi perfecto que se extendía por varias leguas, rodeando una zona rica en peces y vegetación marina de fácil acceso pues los corales no se extendían fuera de su apretado cinturón. Con la urgencia apremiándola, se despidió de la manada y nadó hacia la superficie lo más rápido que sus aletas le permitieron. Pero no tardó más que unos segundos en darse cuenta que había sido una idea estúpida salir a las corrientes en medio de una zona abierta.
No tuvo tiempo para pedir ayuda antes de sentir las olas batallando por arrastrarla. Su magia era intensa y cualquiera que la hubiese estado buscando debía de haber sentido su presencia apenas surgió de la oscuridad, así que con toda la fuerza que pudo reunir, comenzó a lanzar ola tras olas contra esa corriente endemoniada para soltarse de los golpes que la bamboleaban de un lado a otro. Con un ímpetu titánico logró romper la superficie con la cabeza, pero lo que estaba ocurriendo bajo el mar había provocado una enorme tormenta que le daba baldazos de agua sobre la cabeza.
Y entonces, como salido de una visión lejana entre la cortina de lluvia, lo vio.
El Dragón Rojo no era un botecito. Era un barco con todas las de la ley, y uno lleno de humanos.
Aunque por lo general Hardy sentía un profundo desprecio por las reglas, nunca había estado tan agradecida de ellas como en ese momento, cuando recordó que catorce años atrás, dos de ellas habían sido impuestas para todos los espíritus marinos, la primera ordenando que todos los clanes debían alejarse de asentamientos humanos, y la segunda, que ningún barco con tripulación humana podía ser hundido por causa directa del pueblo de Ignus, y todo ello cortesía de las mismas circunstancias que llevaron a Hardy a quebrar sin querer el tesoro de Ush.
Hardy, que luchaba por mantenerse a flote, fijó la vista en la embarcación, acercandose un poco más a su objetivo. Pero mientras se esforzaba por avanzar hacia el Dragón Rojo, una fuerza invisible la hizo detenerse de golpe. Hardy pudo sentir magia que no provenía de su pueblo, era algo antiguo y poderoso, y tuvo el presentimiento de que esa fuerza no pertenecía al mundo mortal. Sintió como si un puente se estuviera formando entre ella y el barco, uno imaginario y hecho del material mas resistente del mundo, que ningún ser marino o humano podía cruzar, salvo ella y alguien más que se encontraba en la otra punta, sobre la cubierta del barco desde donde pudo sentir un par de ojos perforando su mirada a lo lejos.
Aunque desde esa distancia no podía distinguir mas que una silueta, logró vislumbrar la figura lanzándose al mar en su búsqueda, y no sin un gran esfuerzo procuró que sus olas llevaran al desconocido a salvo hasta su lado, recordando de golpe que ella también debía ser humana para subir a la embarcación.
Puso toda su concentración en su cola, cambiando poco a poco su forma como una escultura, hasta transformarla en un par de piernas, imaginando que la ropa cubría cada centímetro necesario de su cuerpo hasta parecerse lo más posible a un marinero. Al instante pudo sentir que mantenerse a flote era casi imposible y que era bastante obvio que los cuerpos humanos no respiraban bajo el agua porque en vez de sentirse cómoda con las olas, estas vertían agua sin descanso por los orificios de su nariz.
La desesperación se había apoderado de ella, y mientras pensaba que esa había sido una muy mala idea unos brazos la levantaron, al tiempo que iba cesando poco a poco la violencia del mar. Al fin estaba en manos de un humano y su pueblo no tenía permitido tocarla mientras fuera así.
Haciendo uso de sus últimas reservas de energía ordenó al mar que los llevaran hasta el barco y con ayuda de la tripulación fueron subidos hasta cubierta, donde ambos tosieron tratando de sacar toda el agua de sus cuerpos. Los hombres se arremolinaron a su alrededor y Hardy pudo sentir la desconfianza y curiosidad que manaba de ellos como olas, hasta que un tipo alto y de cabello y piel tan oscuros como las aves de Terento les ordenó volver a sus tareas y arreglar el estropicio que habían dejado, dispersando a la congregación en unos cuantos segundos. El hombre que se había lanzado al mar se trató de incorporar a su lado, dejándole ver su cabello cobrizo regar gotas a medida que sacudía la cabeza de un lado a otro. Después de lo que pareció una eternidad, el hombre en cuestión se dio vuelta y Hardy se encontró frente a frente con los ojos más intimidantes que había visto en su vida.
—¿Cuál es tu nombre? —preguntó el hombre alto.
—Hardy Arjhun —respondió Hardy, sorprendida del tono de su voz en ese cuerpo humano, llevándose las manos a la garganta para cerciorarse que no habían branquias.
—¿Cómo llegaste ahí? —preguntó esta vez el hombre que la había salvado, mientras recibía una camisa seca de manos de otro tripulante.
—Mi barco se hundió, las olas me arrastraron, luego tú me sacaste del agua —dijo Hardy lo más rápido y simple que pudo, evitando dar explicaciones complejas que la delataran. Había algo en el hombre de cabello cobrizo que le provocaba desconfianza, pero no era capaz de concentrarse con tantas emociones a su alrededor para dar con la razón.
—Hm. ¿Y se puede saber de donde eres?
—De la costa este de Terento, cerca de las piedras rosadas.
El hombre terminó de acomodar su camisa seca en el bordillo del pantalón, sin levantar la vista pero frunciendo los labios.
—Bueno, ya que me tomé la molestia de salvarte el pellejo, eres parte de mi tripulación hasta nuevo aviso. Fulvio, enséñale el barco y sus tareas. Y dale algo de ropa seca —finalizó el que Hardy estaba segura, era el capitán. El hombre se levantó de la cubierta y avanzó en dirección a su cabina, dejando a Hardy con más preguntas que respuestas.
Sin perder el tiempo ella también se levantó de forma torpe, aun sin entender cómo usar sus piernas del todo. Para su suerte, Fulvio la ayudó a sostenerse.
—¿No es tu capitán un poco raro? —preguntó Hardy a Fulvio, quien la miró de vuelta con una pequeña sonrisa sin hostilidad, observandola de pies a cabeza.
—Mejor acostumbrate. Huracán no es un hombre dócil o amable, así que por esta vez voy a dejar pasar tu pregunta. No quieres desatar su ira en tu primer día —Fulvio avanzó con ella para integrarse al resto de la tripulación, pero la mente de Hardy estaba funcionando a mil por hora, porque no solo había encontrado al Dragón Rojo, sino también al humano que menos quería conocer, pero al que más iba a necesitar si quería salir del embrollo ilesa.

Las semanas pasaron demasiado rápido para gusto de Hardy, quien poco acostumbrada a las tareas de un barco, se acostaba cada noche extenuada y maldecía a cada paso la pésima idea que había sido transformar su cola en un par de piernas. Recolectar la ropa sucia, trapear la cubierta, limpiar los cubos de desperdicios, pescar al alba y limpiar dichos pescados parecía ser el mantra de cada día, y aunque le daba tiempo para analizar cómo podía conseguir la ayuda de Huracán para rescatar el resto del tesoro, el hecho de que el capitán pareciera detestarla sin ninguna razón aparente le dificultaba más las cosas.
Miró una vez más sus nuevos apéndices bajo su cintura y por enésima vez pensó que Inu y Tiles eran la segunda peor cosa que le había pasado desde que se había subido a ese barco, la primera siendo por supuesto, Huracán.
Como no había tardado en descubrir, Huracán Thornbird era el capitán a bordo del navío más temido en todos los reinos y la sola mención de su nombre provocaba llantos despavoridos en cualquiera que hubiera tenido la mala racha de toparse con él. Lo llamaban así por el color de sus ojos, una mezcla de motas en tonos cafés que parecían arremolinarse como un fenómeno climático en torno a sus pupilas. Eso, y el carácter de los mil demonios que tenía le habían granjeado ese intimidante apodo.
Pero más allá de los rumores que circulaban sobre él, lo más importante que Hardy había aprendido en sus primeros días sobre el Dragón rojo, era que su capitán era un gran mentiroso.
Le había costado un par de días dar con la razón de la desconfianza que él le provocaba, en gran medida porque le era dificil concentrarse con tantos humanos alrededor; pero gracias a su propia falta de talento para las tareas más básicas, la presencia de Fulvio supervisandola se había vuelto una constante en su rutina, propiciando la cantidad de encuentros necesarios con el capitán para empezar a notar que sus gestos tenían una suave parsimonia que no encajaba con el resto de los hombres. A veces Huracán se delataba a si mismo al arrugar levemente la nariz por las mañanas, cuando la pesca fresca se acumulaba sobre la cubierta. Otras veces, lo delataba la entonación de sus palabras, una muy bien pronunciada por acá, otra rimbombante por allá, todos detalles que podrían haber sido imperceptibles, salvo para alguien como Hardy que sabía de primera mano lo que era no encajar en un lugar.
Pero fue gracias al mismo Fulvio, que Hardy logró descubrir que esas pequeñeces no eran la fuente principal de su desconfianza; y es que debido a la presencia diaria del segundo al mando, una extraña camaradería se había dado de forma natural entre los dos. Fulvio cargaba consigo una intensidad emocional que sacaba de quicio a Hardy, quien perceptiva a las emociones de otros, se vió obligada a distraerlo de sus propias cavilaciones para mantener la cordura y no tirarse por la borda. Gracias a eso, Fulvio comenzó a mostrarse inusualmente alegre, provocando reacciones aún más desagradables por parte de Huracán. Y fue precisamente en un momento de rabia del capitán, después de haber descubierto a Fulvio riendose a carcajadas de las torpezas de Hardy, que la sirena reconoció el problema real: Mientras Fulvio era un caudal de emociones, Huracán era un muro en blanco. Ensimismada como había estado durante tantos días, no había reconocido el hecho de que la única pista que había tenido de sus sentimientos eran sus gestos físicos o sus insultos verbales.
El caso era que aquel escenario era su peor pesadilla. La única clave que tenía para interactuar con los humanos eran sus emociones, las que trataba de imitar en la medida de lo posible para pasar desapercibida, aunque con poco éxito.Y sin las de Huracán, no tenía idea de como podía lograr acercarse a él para conseguir su ayuda. Sabía que era cosa de tiempo antes de que alguien notara algo raro en ella, a fin de cuentas sus rasgos seguían siendo etéreos, impidiendole pasar por un humano convincente, demasiado delicada para ser un marinero, demasiado poderosa para ser una de ellos.
. A cada paso podía sentir las miradas constantes de los marineros en su nuca, siguiendo sus movimientos como si supieran que ella quería escapar lo antes posible de ahí, como si no terminaran de tragarse por completo su historia. Sus mofas eran pan de cada día, y si Hady hubiese sentido de manera intensa, probablemente se habría ofuscado en un abrir y cerrar de ojos, pero para su suerte todo lo que podía sentir era un leve amago de molestia.

Las jornadas se desdibujaron en una sucesión de tareas mecánnicas, y mientras gran parte de la tripulación había perdido el interés por su más reciente adición, limitandose a una zancadilla por aquí o un insulto por allá, parecía que el tiempo solo había generado el efecto contrario el su capitán, a quien encontraba cada vez más a menudo, y sin la presencia de Fulvio de por medio para menguar su carácter.
—¡Maldita sea Hardy!¿Acaso no sabes obedecer órdenes o solo eres estúpido?
Esa calurosa tarde de media privamera no fue la excepción, cuando Huracán Thornbird caminó hasta pararse frente a ella con un balde lleno de camisas sin lavar. Claro que no era estúpida, pensó, pero no acaba de someterse a la idea que ahora solo era un simple marinero y tenía claro que no estaba en nada capacitada para seguir órdenes. El capitán dejó caer el balde y la ropa se desperdigó por el suelo.
—Quiero todo limpio antes de que anochezca.
Hardy miró el estropicio a sus pies, sin inmutarse por los gritos de su capitán, cuyos pasos se perdían en el barullo a su alrededor. No entendía porque Huracán se comportaba de manera tan hostil en su presencia, pero tenía que averiguarlo pronto. Ellora le había dicho con claridad que él la debía ayudar. Después de todo, aún le quedaba un tesoro por recuperar, aunque no tenía ni la más puñetera idea de como conseguirlo
Se agachó hasta quedar en cuclillas, recogió las camisas y se afanó una vez más en la tarea de limpiarlas, haciendo lo posible por escupir en el balde de vez en cuando, solo porque había visto que esa era una costumbre bastante común entre los marineros en cualquier momento que lo ameritase, aunque no lograba entender la razón. Solo esperaba que ninguna de las prendas fuese de Fulvio.

Hola chicos :) recuerden que aunque no siempre conteste, leo cada vez que puedo vuestros comentarios, así que son bienvenidos a dejar mensajes, y ya sabeis, si os gusta lo que escribo podeis seguirme y votar. Abrazos submarinos, Savvie.

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