Un hombre de tierra

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Las pequeñas arrugas en los ojos de Huracán mientras observaba en un silencio sepulcral la ceremonia fúnebre eran algo insoportable de ver. Hardy sentía que estaba husmeando en algo demasiado profundo mientras más se fijaba en la piel tensa de Huracán, que aún bajo la luz del amanecer seguía teniendo el tostado propio de un hombre de mar, surcada de pequeñas líneas cerca de los parpados que daban la sensación de estar observando a un hombre 10 veces más viejo de lo que en realidad era. El amanecer era frío cerca del mar, igual de helado que los corazones de los isleños, encogidos en una vista fantasmagórica de cuerpos flotando sobre el océano.

Según sus tradiciones los aldeanos debían quemar los cuerpos sobre balsas flotando a la deriva en el mar, pero el incendio había puesto demasiado fuego en sus vidas para querer más llamas, por lo que Hardy había propuesto (más para acelerar el viaje que por hacer un favor), que ella hablaría con el océano para que hiciera lo suyo. Así que envolvieron los cuerpos en grandes hojas de palmeras, y uno por uno fueron depositados sobre cojines de espuma que la sirena formó con sus manos, enviándolos a lo lejos sin un solo sonido quebrando el horizonte, pues los Zartros llevaban horas en silencio y los aldeanos no tenían más lágrimas para derramar.

Con un paso sereno, la sirena se acercó a Thorn. El exceso de pompa la ponía irritable, pues nunca había sido buena lidiando con las escenas ceremoniosas, por lo que intentó entablar una conversación con la única persona que se le ocurrió que quisiera hablar con ella.

― ¿Esto pone los pelos de punta no? ―Huracán volteó a verla con una expresión ilegible en su rostro, pero sin decir una palabra, así que Arjhun lo intentó una vez más.

―Nunca he entendido que el océano sea tan temido por los hombres cuando ustedes juegan con fuego. A mi parecer el mar es un lugar lleno de belleza.

―Pues a mi parecer el mar está lleno de terrores y el océano es una fuerza capaz de mayor destrucción que cualquier llama―Hardy no se esperaba la respuesta del capitán, y todavía menos la furia contenida en una mandíbula apretada mientras se marchaba de la playa a zancadas.

"¿Qué molusco se le habrá pegado?" pensó la sirena sorprendida.

A esas alturas estaba cada día más segura que algo raro había en el capitán. Su postura, su manera de hablar, sus dientes demasiado cuidados y sus extraños cambios de humor ocultaban algo que Arjhun, como la sirena curiosa que era, se retorcía por saber. Pero hasta ella sabía que no era buena idea perseguir a Thornbird cuando andaba de ese humor, así que siguió contemplando los cuerpos desaparecer mientras la noche daba paso a un nuevo día lleno de tediosas tareas.

Después de subir algunas cosas al barco y bajar todavía más cosas para dejarles a los aldeanos, el Dragón Rojo partió sin demora, mientras en la popa Hardy observaba el desastre que el fuego había dejado en Terento.

―Fueron hombres de los Reinos del Norte.

La voz de Fulvio la sacó de sus ensoñaciones, pues el hombre se acomodó junto a ella poniendo sus brazos sobre la barandilla para hacerle compañía. La sirena contempló su piel aceitunada, brillante por las horas bajo el sol, y no pudo evitar notar lo fuera de lugar que estaba entre todos esos hombres. Era un pez fuera del agua, eso lo sabía, pero no le daba ninguna satisfacción sentir que había tantas cosas sobre los humanos que no sabía.

―Hablame en sireno Fulvio.

―Terento es una zona neutral entre el reino de Rampagne y Hecanto. Pero así como existen esos dos reinos en el oeste, existen otros tantos en el norte, en el sur y en el este. Nadie está muy seguro de cómo empezaron los enfrentamientos entre los reinos, pero la historia más aceptada es esta:

Huracán Thornbird - Los Seis Reinos #2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora