Hardy «El Marinero» Arjhun

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Los días siguientes le parecieron a Hardy una eternidad, camuflándose entre bancos de almejas y algas de bordes afilados, escabulléndose en silencio sobre la arena en un intento desesperado por pasar desapercibida, pues mientras más ascendía el lecho submarino, más peligrosa se volvía la situación.
Al llegar la tercera noche, mientras Hardy quitaba trozos de una anemona que había quedado enredada en su cabello con los dedos, unas voces la sacaron de su furiosa ensoñación. Poniéndose alerta se pegó contra el muro de la cueva en que se había refugiado, no sin antes escuchar a dos anguilas charlando con voces trágicas.
—¡Y otra vez esos desgraciados se llevaron a la colonia de las rocosas rojas!
—Creí que después de todos estos años habrían aprendido a no quedarse en esa zona durante la primavera.
—Son peces Marta. No son capaces de recordar ni el nombre de sus hijos.
—Alguien debería advertirles sobre el Dragón a los idiotas del arrecife azul.
—¿Te vas a comer ese camarón o vas a seguir parloteando?
No había que ser un genio para saber que esa era con toda probabilidad la salida que buscaba. Sabía a la perfección que la primavera era una época peligrosa para permanecer en las colonias pues los pescadores aparecían de todas partes para atrapar algo de comida y si sus suposiciones eran correctas, el Dragón debía ser algún tipo de bote pesquero que con seguridad podría llevarla a tierra.
Olvidando la tarea de desenredar su melena, nadó lo más rápido que pudo sin alertar a los seres que retozaban a su alrededor. El arrecife azul estaba a unas cuantas horas de la cueva en la que se encontraba, el tiempo suficiente para llegar al amanecer, justo en medio de las horas de pesca. En su camino se topó con algunos peces que huían en dirección contraria, lo suficientemente inteligentes para entender que no era una buena idea quedarse en ese sector. Hardy sintió la mirada de varios de ellos en su espalda. Sabía que tenía poco tiempo antes que otros la encontrarán, por lo que continuó su viaje sin dilación pero con una sensación de urgencia palpable, aprovechando el encuentro con una manada de Coriandels a los que se unió para avanzar más rápido.
Para cuando llegó a destino, el alba estaba por despuntar. El arrecife azul era un cordón casi perfecto que se extendía por varias leguas, rodeando una zona rica en peces y vegetación marina de fácil acceso pues los corales no se extendían fuera de su apretado cinturón. Con la urgencia apremiándola, se despidió de la manada y nadó hacia la superficie lo más rápido que sus aletas le permitieron. Pero no tardó más que unos segundos en darse cuenta que había sido una idea estúpida salir a las corrientes en medio de una zona abierta.
No tuvo tiempo para pedir ayuda antes de sentir las olas batallando por arrastrarla. Su magia era intensa y cualquiera que la hubiese estado buscando debía de haber sentido su presencia apenas surgió de la oscuridad, así que con toda la fuerza que pudo reunir, comenzó a lanzar ola tras olas contra esa corriente endemoniada para soltarse de los golpes que la bamboleaban de un lado a otro. Con un ímpetu titánico logró romper la superficie con la cabeza, pero lo que estaba ocurriendo bajo el mar había provocado una enorme tormenta que le daba baldazos de agua sobre la cabeza.
Y entonces, como salido de una visión lejana entre la cortina de lluvia, lo vio.
El Dragón Rojo no era un botecito. Era un barco con todas las de la ley, y uno lleno de humanos.
Aunque por lo general Hardy sentía un profundo desprecio por las reglas, nunca había estado tan agradecida de ellas como en ese momento, cuando recordó que catorce años atrás, dos de ellas habían sido impuestas para todos los espíritus marinos, la primera ordenando que todos los clanes debían alejarse de asentamientos humanos, y la segunda, que ningún barco con tripulación humana podía ser hundido por causa directa del pueblo de Ignus, y todo ello cortesía de las mismas circunstancias que llevaron a Hardy a quebrar sin querer el tesoro de Ush.
Hardy, que luchaba por mantenerse a flote, fijó la vista en la embarcación, acercandose un poco más a su objetivo. Pero mientras se esforzaba por avanzar hacia el Dragón Rojo, una fuerza invisible la hizo detenerse de golpe. Hardy pudo sentir magia que no provenía de su pueblo, era algo antiguo y poderoso, y tuvo el presentimiento de que esa fuerza no pertenecía al mundo mortal. Sintió como si un puente se estuviera formando entre ella y el barco, uno imaginario y hecho del material mas resistente del mundo, que ningún ser marino o humano podía cruzar, salvo ella y alguien más que se encontraba en la otra punta, sobre la cubierta del barco desde donde pudo sentir un par de ojos perforando su mirada a lo lejos.
Aunque desde esa distancia no podía distinguir mas que una silueta, logró vislumbrar la figura lanzándose al mar en su búsqueda, y no sin un gran esfuerzo procuró que sus olas llevaran al desconocido a salvo hasta su lado, recordando de golpe que ella también debía ser humana para subir a la embarcación.
Puso toda su concentración en su cola, cambiando poco a poco su forma como una escultura, hasta transformarla en un par de piernas, imaginando que la ropa cubría cada centímetro necesario de su cuerpo hasta parecerse lo más posible a un marinero. Al instante pudo sentir que mantenerse a flote era casi imposible y que era bastante obvio que los cuerpos humanos no respiraban bajo el agua porque en vez de sentirse cómoda con las olas, estas vertían agua sin descanso por los orificios de su nariz.
La desesperación se había apoderado de ella, y mientras pensaba que esa había sido una muy mala idea unos brazos la levantaron, al tiempo que iba cesando poco a poco la violencia del mar. Al fin estaba en manos de un humano y su pueblo no tenía permitido tocarla mientras fuera así.
Haciendo uso de sus últimas reservas de energía ordenó al mar que los llevaran hasta el barco y con ayuda de la tripulación fueron subidos hasta cubierta, donde ambos tosieron tratando de sacar toda el agua de sus cuerpos. Los hombres se arremolinaron a su alrededor y Hardy pudo sentir la desconfianza y curiosidad que manaba de ellos como olas, hasta que un tipo alto y de cabello y piel tan oscuros como las aves de Terento les ordenó volver a sus tareas y arreglar el estropicio que habían dejado, dispersando a la congregación en unos cuantos segundos. El hombre que se había lanzado al mar se trató de incorporar a su lado, dejándole ver su cabello cobrizo regar gotas a medida que sacudía la cabeza de un lado a otro. Después de lo que pareció una eternidad, el hombre en cuestión se dio vuelta y Hardy se encontró frente a frente con los ojos más intimidantes que había visto en su vida.
—¿Cuál es tu nombre? —preguntó el hombre alto.
—Hardy Arjhun —respondió Hardy, sorprendida del tono de su voz en ese cuerpo humano, llevándose las manos a la garganta para cerciorarse que no habían branquias.
—¿Cómo llegaste ahí? —preguntó esta vez el hombre que la había salvado, mientras recibía una camisa seca de manos de otro tripulante.
—Mi barco se hundió, las olas me arrastraron, luego tú me sacaste del agua —dijo Hardy lo más rápido y simple que pudo, evitando dar explicaciones complejas que la delataran. Había algo en el hombre de cabello cobrizo que le provocaba desconfianza, pero no era capaz de concentrarse con tantas emociones a su alrededor para dar con la razón.
—Hm. ¿Y se puede saber de donde eres?
—De la costa este de Terento, cerca de las piedras rosadas.
El hombre terminó de acomodar su camisa seca en el bordillo del pantalón, sin levantar la vista pero frunciendo los labios.
—Bueno, ya que me tomé la molestia de salvarte el pellejo, eres parte de mi tripulación hasta nuevo aviso. Fulvio, enséñale el barco y sus tareas. Y dale algo de ropa seca —finalizó el que Hardy estaba segura, era el capitán. El hombre se levantó de la cubierta y avanzó en dirección a su cabina, dejando a Hardy con más preguntas que respuestas.
Sin perder el tiempo ella también se levantó de forma torpe, aun sin entender cómo usar sus piernas del todo. Para su suerte, Fulvio la ayudó a sostenerse.
—¿No es tu capitán un poco raro? —preguntó Hardy a Fulvio, quien la miró de vuelta con una pequeña sonrisa sin hostilidad, observandola de pies a cabeza.
—Mejor acostumbrate. Huracán no es un hombre dócil o amable, así que por esta vez voy a dejar pasar tu pregunta. No quieres desatar su ira en tu primer día —Fulvio avanzó con ella para integrarse al resto de la tripulación, pero la mente de Hardy estaba funcionando a mil por hora, porque no solo había encontrado al Dragón Rojo, sino también al humano que menos quería conocer, pero al que más iba a necesitar si quería salir del embrollo ilesa.

Huracán Thornbird - Los Seis Reinos #2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora