El día que vuelva

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Había algo en el carácter de Hardy que volvía loco al capitán, por más que este tratara de no involucrarse con ella.

—Quizás en el océano seas una princesa, pero aquí en tierra eres una grandísima doña nadie, así que como la doña nadie que eres, dormirás en el suelo—Huracán no estaba dispuesto a ceder en eso. Necesitaba dormir en una cama, cómodo y lo más lejos posible de la sirena que lo miraba estupefacta.

Sin esperar a que Arjhun siguiera discutiendo sobre a quién le correspondía la cama, se sacó las botas al mismo tiempo que se lanzaba a la cama de espaldas. Miró de reojo una vez más, sin aguantarse las ganas de ver su irritación aplastada sobre su cara. En cambio solo encontró algo parecido a un tic ocular. Se giró una vez más para no tener que verla.

Las horas pasaron como una eternidad, con la respiración acompasada de Hardy en el suelo. Las noches en la costa podían ser frías, y aunque Huracán no estaba seguro de si las sirenas podían enfermar, valía la pena no correr el riesgo. Con sigilo quitó una de las mantas que lo cubría y la depositó sobre la muchacha que dormía al costado de su cama.

"Solo para que no enferme. Sí, es eso. No me sirve enferma." Se convenció a sí mismo, mientras se tomaba más del tiempo necesario en acomodar la manta para taparla.

Sin prisa para conciliar el sueño, dejó sus pies descalzos sobre la madera, escondiendo su rostro entre sus manos. Sabía que lo que estaba haciendo era incorrecto ¿Pero qué otra opción tenía?

Miró entre sus dedos a la sirena dormir con una paz envidiable. Parecía libre de sueños o pesadillas, lo que era probable que fuese cierto, ya que dudaba que las sirenas pudieran soñar del todo. Quizás solo se veían a sí mismas retozando por el mar. Libres.

Y la envidió una vez más, a esa sirena libre para pisar tierra sin miedos.

¡Cuánto había deseado él aquella libertad!

Pero el camino que tenían por delante estaba lleno de peligros, y la certeza creciente de que lo que pretendía hacer era algo demasiado malo para ponerle nombre le provocó nauseas. La contempló una vez más con un dolor perpetuo en su pecho. Es cierto que la sirena no era su persona/ser favorito en la tierra o en el mar. Pero algo sobre su carácter, esa espontaneidad y ese temperamento corto, eran refrescantes para un hombre acostumbrado a un mundo dispuesto a rendirse frente a él.

Y es que eso era algo que a pesar de todo lo vivido, no había cambiado.

Podría haber reído ante ese pensamiento, de no haber estado tan ensimismado en los cabellos plateados y despeinados frente a él. Su figura aunque en apariencia parecida a la de un chico o chica enclenque, era demasiado etérea para pasar por una persona cualquiera. Ella estaba tan fuera de lugar en ese piso de madera como él sobre su barco.

¿Sentiría ella el mismo anhelo que él?

"Claro que no, es una sirena. Ni siquiera sé si puede sentir" Se respondió a si mismo meneando la cabeza. Miró sus manos grandes y curtidas por todos esos años en el sol. Tan diferentes a las manos que debieron ser de haber seguido la vida su curso natural. Esas manos eran el disfraz para otras menos trabajadas. Esas eran las manos de un marinero. No eran manos para un piano, y ciertamente no eran manos que rozaran un libro con veneración. Pero alguna vez lo habían sido, y el recuerdo era tan fresco como doloroso.

Cerró sus manos empuñándolas con fuerza. Esas mismas que alguna vez tocaron otras manos suaves, en bailes llenos de notas que pertenecían al mar más que un puñado de hombres sudorosos. Pero sabía que no podía ser tan mezquino. Esos hombres le habían dado un refugio cuando la tierra lo rechazó con crudeza.

Era cosa de tiempo para que esas manos hicieran lo que añoraba desde hacía 14 años. Pero empezaba a temer que cuando llegara ese día, estarían demasiado manchadas de vidas inocentes para ser merecedoras de volver a su hogar.

Las volvió a hundir en su propio cabello, escuchando a lo lejos el rugido del mar, advirtiéndole que su lugar ahora estaba entre las olas, no con los pies en el pasto. Se volvió a recostar sobre la cama, mirando el techo y sus vigas húmedas, llenas de ese olor a sal y mar tan peculiar.

No. No podía seguir dudando de sus decisiones. Era su deber volver a donde pertenecía, pues habían cosas importantes que debían hacerse. No era solo sobre su vida, era sobre la vida de miles que dependían de ello. Cerró los ojos más fuerte de lo necesario, llenando su vista con retazos de su memoria, de colores intensos y brazos protectores, que sabía a la perfección que solo pertenecían a sus recuerdos, pues el lugar al que debía volver era una cáscara llena de fantasmas, como las conchas de las ostras que varaban en las playas. El indicio de que alguna vez algo brilló dentro de ellas con intensidad.

Dejó que su mente vagara lejos de ese mohoso lugar. A uno donde ese cabello plateado habría pertenecido con igual imponencia que las manos que podrían haberlo desenredado, de haber sido el mundo un lugar diferente, de haber sido ellos diferentes también.

 A uno donde ese cabello plateado habría pertenecido con igual imponencia que las manos que podrían haberlo desenredado, de haber sido el mundo un lugar diferente, de haber sido ellos diferentes también

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Ya vamos por la segunda parte de la historia, y espero que esteis disfrutandola tanto como yo he disfrutado escribiendola :) saludos y recordad dejar vuestros votos y comentarios :D

Huracán Thornbird - Los Seis Reinos #2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora