Rey y Pirata

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El camino de regreso les tomó una eternidad, en parte por la falta de sueño de William, y por la falta de agua de Hardy. Tras días de búsqueda sobre el paradero de sus caballos en Rolfner, lograron dar con ellos y partir rumbo a casa de Lady Madge, quien lanzó un suspiro digno de un drama pasional cuando los vio entrar con las primeras luces del alba.

En los días que siguieron, Huracán y Hardy cruzaron pocas palabras, pero parecían encontrar muchas excusas para coincidir en cualquier habitación. Huracán sabía que tenía poco tiempo con ella, y le pareció irónico que después de tantos años persiguiendo una corona ahora deseara tanto un poco más de tiempo sin ella.

Por su parte Hardy se encontraba en una encrucijada, pues ya no podía volver con su pueblo sin el tesoro, pero tampoco podía quedarse en tierra.  Pero un descubrimiento fortuito la sacó de sus cavilaciones, cuando en una de las tarde junto a Huracán, decidió regalarle el trozo de roca, como un recordatorio de la vida de mar que estaba a punto de dejar.

Hardy le mostró lo que quedaba del tesoro a Huracán, pero cuando este lo fue a tomar, la roca brillo una vez más, para sorpresa de ambos.

—¿Qué rayos?—exclamó Huracán con sorpresa.

—Pasame la roca—dijo Hardy apresurada.

—¡Pero si me la acabas de regalar!—protestó Huracán.

—¡Solo hazlo!—demandó Hardy, a lo que Will le devolvió la roca en la palma, brillando esta otra vez.

—Sigue funcionando—dijo Hardy entusiasmada.

—No quiero romperte las ilusiones Hardy, pero estoy casi seguro que ya no eres inmortal, o Ellora seguiría con vida—dijo Huracán con un rubor que le tiño las orejas.

—No me refiero a eso. Sigue siendo una brújula, mira—respondió Hardy pasandole nuevamente la roca, mientras estaba emanaba otro suave y fugaz destello.

—Eso significa que podré encontrarte otra vez, cuando ya sabes...—murmuró Huracán esperanzado.

—Cuando no podamos reconocernos—finalizó Hardy, cerrando la palma de Huracán sobre la roca.

Pronto fue momento de despedirse, pues Huracán tenía que empreder marcha hacia Rampagne, pero no sin antes llevar a Hardy hasta la costa.

Fue cerca de las primeras luces del alba que vieron como el Dragón Rojo rompía el horizonte cerca de la bahía de Tuff, esperando a un capitán que no podía evitar sorprenderse de la lealtad de su tripulación.

—¿Qué harás ahora?— preguntó Huracán, mirando el horizonte, a sabiendas que una parte de él no quería escuchar la respuesta.

—Ya no puedo volver con mi pueblo. Aunque no sea mi culpa lo que hizo Ellora, si que fue mi culpa no cuidar el tesoro como debía. No importa que tan mortal o inmortal sea, lo que si tengo claro es que soy floja y egoísta— Hardy le sonrió con complicidad, y el corazón de Huracán dio un vuelco que se sintió como una aleteo voraz.

—Sabes, es cierto que eres floja y egoísta, y que la mayor parte del tiempo causas destrozos. Pero de alguna forma siempre sacas cosas impresionantes de cada acción. Eres brillante Hardy, y quiero que recuerdes una cosa. Quizás no seas la clase de líder a la que uno está acostumbrado, llena de virtudes y todo eso. Pero eres intrépida, descarada y audaz. Y ahora mismo ese barco necesita un pirata con agallas. Y creo que acabo de encontrarlo.

—Es una pésima idea. Y por eso me agrada— dijo la sirena asintiendo con la cabeza a un público invisible.

— Y ahora que ya tienes un nuevo hogar, me parece que lo justo es que también tengas un nuevo nombre, algo que infunda respeto como la nueva capitana del Dragón.

Huracán Thornbird - Los Seis Reinos #2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora