Una deuda para sellar

548 104 62
                                    

La brisa marina revolvió el cabello de Hardy en una maraña imposible de arreglar, sin importar cuanto tratara de aplastar esa masa contra su cabeza. El viento era distinto en la costa que en el mar, llenando el espacio con silbidos más fríos a los que la sirena estaba acostumbrada. El viento era algo inclemente pero sin dudas un espectáculo para sus oídos.

Se decía que en la bahía de Tuff dormían los gigantes, cuyas respiraciones acompasadas rugían en la noche contra los pabellones formados por el acantilado que quebraba sobre la arena. Cuando Huracán le contó esa explicación a la princesa, esta no pudo más que encontrarla de lo más acertada, pues la sensación de estar entre gigantes era sobrecogedora a la sombra de aquellas piedras monstruosas que se alzaban en el horizonte.

La bahía en si constaba de un importante embarcadero que conectaba los reinos de Rampagne con Hecanto por vía marítima, ya que como le había explicado Huracán, también se podía cruzar por tierra, pero a nadie le gustaba mucho la idea de entrar a territorio de lobos. Así que el bullicio era tan desagradable como en la isla, con la única diferencia de que Hardy ya estaba preparada para esas espantosas sensaciones. Refrescada con la certeza de que las emociones humanas ya no podían sorprenderla, siguió a Huracán por la playa, dejando atrás el bote que los había acercado, donde Tim se veía más que aliviado de no tener que llevar más a una sirena sobre el barco.

La noche anterior el capitán le había comunicado que una vez llegaran a la bahía, dormirían en la posada más cercana y se abastecerían de alimentos para continuar su viaje hasta Millis, donde buscarían un mejor transporte y decidirían como continuar su viaje. Así que desesperada por poder descansar de una vez por todas la chica siguió al capitán gustosa hasta una posada que se alzaba al oeste del acantilado, sobre las olas pero más baja que esa zona de tierra.

El lugar era húmedo y con olor a pescado, lo que hizo sentir a Hardy como en casa, aunque no perdió detalle al notar la nariz arrugada de Thorn. Huracán pidió dos habitaciones pero el posadero solo meneó la cabeza.

—Lo siento pero solo nos queda una habitación

—Pues deme esa—masculló Thornbird apretando los dientes.

El posadero le indicó donde se encontraban sus aposentos y Huracán agradeció de mala gana con una inclinación de cabeza, demasiado reverencial y fuera de lugar, por lo que el posadero lanzó una risotada mientras les indicaba el camino al comedor.

Huracán y Hardy tomaron el camino a la izquierda para ir en busca de comida, que consistía en algo parecido a un pescado con algo más grumoso y desabrido al lado. Ambos se miraron con idénticas expresiones, a lo que la muchacha que servía la comida les respondió:

—Los hombres del norte estuvieron saqueando hace unos días. No hicieron muchos desmadres pero nos dejaron con pocos alimentos. Gracias al cielo que vivimos junto al mar. Escuché de unos mercaderes hace dos semanas que en Rampagne están todavía peor.

La muchacha se alejó, aun hablando con ella misma, pero a Hardy no le pasó por alto el semblante serio del capitán, que tenía un brillo opaco en su mirada, propio de un sentimiento doloroso. Arjhun notó con satisfacción que se estaba volviendo mejor en eso de leer las expresiones, en especial las de Thorn, por lo que haciendo lo que todos los humanos hacían en situaciones así, distrajo la atención del capitán.

— ¿Tienes alguna idea de cómo partir buscando el tesoro?

Huracán salió de su trance y la miró estupefacto.

—Creí que tú tendrías alguna idea.

—Hmm...pues no.

— ¿Pero cómo es que tu pueblo te envió a buscar un tesoro sin ningún plan? —la sirena se encontró entre la espada y la pared, atrapada en sus propias omisiones, cuando recordó que si tenía una pista.

Huracán Thornbird - Los Seis Reinos #2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora