¿Y qué ocurrió con Peter Pan...

由 Over_Rainbows

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La historia del niño que nunca crecía pasó de generaciones a generaciones, cuento tras cuento... ¿Dónde está... 更多

¿Y qué ocurrió con Peter Pan?
PERSONAJES
Capítulo 2🌟
Capítulo 3🌟
Capítulo 4🌟
Capítulo 5🌟
Capítulo 6🌟
Capítulo 7🌟
Capítulo 8⭐️
Capítulo 9🌟
Capítulo 10🌟
Capítulo 11 🌟
Capítulo 12🌟
Capítulo 13🌟
Capítulo 14🌟
Capítulo 15🌟
Capítulo 16 🌟
Capítulo 17🌟
Capítulo 18🌟
Capítulo 19🌟
Capítulo 20🌟
Epílogo 🌟
HECHOS✨FACTS SOBRE EL LIBRO
De mi parte para ti...

Capítulo 1🌟

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由 Over_Rainbows


El reloj anunció la llegada de la noche a las doce de la noche tal y como siempre lo hacía cuando la luna se asomaba a saludarle. Al escucharle, la ciudad entera apagó sus luces para brindarle así, un frío pero suave abrazo de bienvenida a la oscuridad del cielo londinense.

Wendy Darling observaba a través de la ventana el nostálgico panorama, con la mirada perdida y exhausta. La mujer de la tercera edad procedió a mirar fijamente a la segunda estrella a la derecha mientras se mecía lentamente en su anticuada mecedora, esa que alguna vez había tenido el honor de pertenecerle a su madre. Si cerraba los ojos, aún podía verle ahí, a su lado. A Wendy le gustaba cerrar lentamente sus ojos e imaginar, buscar en lo más profundo de su memoria para después volver abrirlos y regresar a la realidad, pero ahora, con un recuerdo íntimo latente que había desenterrado y pulido para repetirlo continuamente en su mente.

—Está durmiendo como un angelito.—Maggie ingresó a la habitación, interrumpiendo los pensamientos de su adorada abuela.

—Creo que ya es mi tiempo de partir.— Fue lo único que la mujer contestó, tomando por sorpresa a su nieta.

—No digas eso, abuela.—La joven miró con preocupación a su familiar, entendiendo lo que la cansada mujer insinuaba tras esas dolorosas palabras.

Wendy Darling ya era una orgullosa madre, abuela y ahora bisabuela de una dulce niñita. Una Darling con carita de ángel que se encontraba durmiendo plácidamente en su cunita de madera. Una cuna tan vieja, desgastada, pero tan preciada para ambas mujeres adultas; ahí había dormido nadie más ni nadie menos que la mismísima Wendy Darling cuando tan solo era una recién nacida. Digamos que se había convertido en toda una reliquia familiar.

—Ya he vivido mi aventura.—Contestó la mujer, brindándole a Maggie una mirada comprensiva y una sonrisa dulce.—Solamente me queda por terminar con una, mi querida nieta, y creo que ya debes sospechar de cuál te estoy hablando...—Wendy sonrió al mismo tiempo que su temblorosa mano acariciaba la suave mejilla de su nieta.–Y esa, por más triste que suene, es la de morir.

Maggie no entendía como Wendy Darling podía tomarse un tema como ese tan a la ligera; estoy segura de que ni la mismísima muerte podía entenderlo. La mujer hablaba como si tuviera el poder de controlarle y decidir sobre ello, pero es que sólo las personas con el mismo entusiasmo y valentía que poseía Wendy Darling ante la vida, tenían en sus manos un poderoso secreto; uno que habían adquirido a lo largo del tiempo. Me encantaría escribirlo aquí y contárselos, pero me temo que aún no soy la indicada para ello. No se preocupen, alguien me dijo alguna vez que a todos nos llegará la hora de obtenerlo, sucederá cuando llegue el momento indicado.

—Pero no ahora.—Maggie le interrumpió, observándola con cierto dolor y acariciando las tersas manos de su abuela, apreciando a aquella mujer canosa que le llenó la vida con cuentos y cuentas. Admirando a la mujer que le obsequió la vida a su madre y a quien le cuido como si fuese su propia hija cuando su progenitora, tristemente, falleció.

—Me tienes que ayudar.–Murmuró.—Aún no sé cómo ser una buena madre para mi hija.–Maggie fijó su mirada en la veladora que se encontraba cerca de la cuna donde dormía su pequeña hija, apreciando también la sombra que la tenue flama dibujaba sobre la pared. Estaba asustada.

—No te puedes hacer cargo de tu hija y de mí, Maggie. Yo estaré ahí para ti siempre que me necesites, pero recuerda que algún día, tendré que partir.

¿Quién más que Wendy Darling para saber lo que significaba ser una buena "madrecita"?

—Le pondré tu nombre.—Maggie cambió el tema de conversación tomando en sus brazos a la nueva integrante de la familia Darling.

—¿Wendy?

—No. Su nombre será Moira, en tu honor.—Wendy le sonrió con orgullo a su nieta y no dudó ni un segundo en regalarle un cálido abrazo en agradecimiento.

—Moira Darling.—Repitió Maggie y besó con ternura la frente de su hija.—¿Por qué siento que me causará muchos más problemas de los habituales?—Ambas mujeres compartieron una risa tierna y agradable que hizo eco en toda la habitación.

—Tal vez sea una niña muy traviesa.—Afirmó su abuela.



El tiempo pasó rápido, mucho más rápido de lo que uno se quisiera acordar.

Maggie Darling trabajaba en un banco para poder sacar a su hija adelante, justo como solía hacerlo su padre. Digamos que trabajar en los bancos se había vuelto otra costumbre familiar entre los Darling.

Su pequeña Moira...

Moira, al igual que todos los niños Darling, fue educada escuchando demasiados cuentos y aventuras sobre el hombrecillo más famoso de la familia Peter Pan , durante cada noche y sin falta porque de eso Wendy era la que se encargaba. La niña, a su vez, había quedado fascinada con dichas historias soñando que algún día él también vendría a buscarla.

Cada noche, la ventana del cuarto de la pequeña Moira Darling era abierta y luego del beso de buenas noches que Wendy le daba en la frente a su nieta, la pequeña Moira se quedaba dormida observando a las estrellas. Intentando adivinar cuál era la que abría ese mágico portal hacia el mundo de sus sueños.
Y si alguna vez su madre cometía el gravísimo error de cerrar la ventana, la niña se levantaba y volvía a abrirla con la esperanza de que Peter Pan no se confundiera de casa y pudiera encontrarla.

Pero un día, simplemente, dejó de creer en aquellas falsas fantasías.

A mediados del último año, su amada bisabuela había caído enferma y aunque Maggie le negara a Moira los detalles de dicha enfermedad, no dudaba en llevarla a donde su más preciada familiar se encontraba internada. No podía apartar a Moira de ella aunque lo intentase. Ambas mujeres tenían un lazo único.

Fue entonces cuando la pequeña Moira comenzó a mirar al mundo de una forma distinta. Con un lado más realista a su modo de pensar y con tan poca edad que es el tener once años vivos en esta existencia, el concepto de felicidad para Moira ya no era cosechar los inocentes juegos en su habitación, ni las risas escandalosas.

Ni ventanas, ni estrellas, ni esperanzas.

Aunque su madre tratara de negárselo, Moira, al igual que todo niño privado de información por los los adultos; comprendía lo que sucedía y para ella, ya no existía tiempo suficiente que gastar en pensamientos absurdos y sueños sin pies ni cabeza.

Moira entró al característico edificio blanco, observando con atención a todas las enfermeras que caminaban de un lado a otro con aparente calma.

Cada ocho días, Moira tomaba su bicicleta y pedaleaba desde el colegio hasta el hospital solo para poder verla, solo para poder visitarla. Visitar a su única esperanza latente en este mundo.

Se paró de puntitas y recargó sus brazos sobre el mostrador de la sala de espera.

—Disculpe.—Llamó.—Vengo a visitar a la Sra. Wendy Darling.—Repitió la frase ya aprendida de memoria.

—Oh.—La enfermera puso su atención en la niña de rostro ya familiar.—Hola Moira.—Contestó la enfermera recepcionista con una sonrisa.–La hemos cambiado de habitación hace unos días, ahora es la habitación 204 y pensamos que va a ser su habitación definitiva.—La enfermera le guiñó un ojo con complicidad.

—Gracias.—Moira tan solo sonrió por educación.

Una vez que ubicó la habitación, a la niña le comenzaron a temblar las manos. Aquello no le preocupó bastante, era algo usual que solía sucederle cada vez que estaba a punto de agarrar la perilla de la habitación y girarla para poder ingresar en ella.

Las primeras imágenes siempre afectan. Y Moira no podía borrar la primera imagen de su abuela débil y enferma postrada en la camilla. No de un día para otro.

—¿Se puede?

—Moira, querida.—Una dulce y suave voz la recibió.—Cuánto has crecido.–Su bisabuela extendió los brazos desde la comodidad de su cama, invitándola a acercarse.

—Abuela, vine hace unos días.—Contestó, dejando resbalar la mochila del instituto desde su hombro hasta el suelo para luego servirse  en un vaso de agua que les proporcionaba el hospital la medicina de Wendy. Nunca la olvidaba, era parte de su rutina.

—Toma, tu medicina.—Sonrió.

—¿Estás segura de que no es venenoso?—Contestó Wendy con un tono de voz juguetón. Moira solo sonrió en respuesta.

A veces, Moira no podía evitar pensar en el por qué su bisabuela aún se comportaba como una niña. Ella ya no quería saber más sobre esos tontos cuentos ni nada que tuviera algo que ver con ellos. Tan solo quería ayudar a que su bisabuela estuviera en casa tan pronto como fuera posible. A donde ella realmente pertenecía.

Respiró profundamente, intentando no mostrar su descontento.

¿Acaso era algo natural que a determinada edad se volviera a caer en los juegos de la infancia?

Caminó hacia el balcón, sumergida entre sus nuevos pensamientos.

¿Por qué su abuela siempre pedía un cambio de cuarto a uno que tuviera balcón?

Porque estaba casi segura de que esa era la razón por la cuál la habían cambiado de habitación, pues a Wendy Darling nunca le parecía adecuado el tamaño de las ventanas ni el grosor de las cortinas. Era una historia de jamás acabar. Moira sabía que el aire de la ciudad podía hacerle daño, que esas acciones no hacía mas que agravar su enfermedad y aun así, su bisabuela insistía en dejar las ventanas abiertas de par en par.

¿Es que acaso quería... se quería ir antes de lo debido?

A Moira le tembló todo el cuerpo de tan solo imaginar la posible respuesta.

—Deberías cerrar la ventana.—Pidió su nieta.—Tus pulmones podrían empeorar.

—No te preocupes mucho por eso, mi niña.—Contestó Wendy.—Creo que pronto llegará la hora.

Moira intentó no llorar ante las palabras de su bisabuela. Y Wendy solo le sonrió como si el tema de conversación no le causara incomodidad alguna.

—No digas eso, te repondrás. Los doctores han dicho que te recuperarás, siempre me dicen que estarás bien y mi mamá dice que tengo que confiar en su palabra. Me dieron su palabra.

La anciana negó con expresión enternecida, expresión que solo aumentaba el nerviosismo de la menor.

—Ya he vivido mi aventura, todo lo que tenía que vivir de ella y lo hice de una manera extraordinaria. Casi puedo decir que fue un verdadero cuento de hadas. Acércate querida.—Moira  no dudó en acercarse con pasos lentos y algo tímidos hacia la persona más preciada de su vida. Wendy Darling dejó que su nieta compartiera la camilla con ella mientras le acariciaba el cabello con delicadeza.

—¿A qué te refieres con aventura?

—Mi pequeña Moira. Siempre te he dicho que vivir es una aventura, pero aún me queda otra...

—Morir.—Interrumpió Moira.—Eso ya lo sabía.—La pequeña ocultó su rostro en el pecho de su amada bisabuela para dejar resbalar unas cuantas lágrimas.

—¿Por qué lloras?—Wendy limpió con delicadeza el rostro húmedo de su bisnieta.

—Quédate.—Pidió.—Quédate.—Repitió asegurándose de levantar el tono de voz.—Oh abuela... Sin ti, yo estaré tan sola, tan perdida. Mi madre nunca está en casa y yo te necesito. No sé que hacer cuando no estás conmigo. No le encuentro sentido a esto, a ninguno de tus cuentos. ¡No existe ninguna aventura! ¡No tienes porqué irte!

—Eso lo dices porque no la has encontrado la tuya, mi pequeña Moira. Y no todas duran para siempre, nada lo hace en realidad.

—Lo sé.

—Ven aquí.—Wendy abrazó a su bisnieta y depositó un beso en su mejilla.—Duerme conmigo, solo por un momento.

Moira obedeció y se acomodó junto a ella pensando en lo terrible que sería su vida si su abuela abandonaba el mundo cuando ella volviera a abrir los ojos.

¿Qué clase de aventura le faltaba por emprender si ella no iba a quedarse a su lado? Si lo único que ella había vivido, era absolutamente nada.

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