Mainland.

By Binneh

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La tercera guerra mundial causó destrozos a nivel global, dejando a la Tierra tan llena de radiactividad que... More

Sinopsis.
Prólogo.
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40

Capítulo 1

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By Binneh


"Después de todo,

la muerte es sólo un síntoma

de que antes hubo vida."

Mario Benedetti

***

Mis pies tocaron tierra firme un día primaveral más soleado y cálido de lo que cabría esperar. Nuestra fiel estrella brillaba en lo más alto del cielo arroyando incansablemente su luz sobre mí. Los rayos se filtraban entre la tupida maleza, haciendo resplandecer las hojas. Me sentí abrumada por el bullicioso repiqueteo de los pájaros. Los insectos volaban rápidos en todas las direcciones. Las plantas silvestres se alzaban hasta la altura de mis rodillas, obligándome a levantar demasiado las piernas para no tropezar al caminar. Las enredaderas se encaramaban en los troncos del espeso bosque. Los árboles llegaban hasta donde la vista alcanzaba y su cima estaba coronada por hojas verdes y frutos de dudosa fiabilidad. La vegetación se movía al ritmo de una suave brisa.

— Aquí Central a O'Donnell ¿Me recibes? — El sonido de una voz femenina me sacó de mi ensimismamiento. Percibí las consonantes y vocales demasiado frías y monótonas a través del interfono. Parecía que un extraño robot estuviera intentando ponerse en contacto conmigo.

— Alto y claro Central, aguardando indicaciones — Mis palabras sonaron extrañas en el interior de aquella esfera de vidrio transparente, era como si los sonidos estuvieran envasados y presionaran la superficie del recipiente, queriendo quebrarlo para poder escapar de su encierro.

Haciendo un gran esfuerzo por olvidar lo que había a mi alrededor y centrarme en la misión, me cercioré de que el casco de cristal estuviera correctamente unido al cuello del traje protector, para evitar así la exposición directa a la radiación. Ajusté los guantes de gruesa tela blanca, comprobando que estaban adecuadamente enroscados a los extremos de las mangas azules. Luego aseguré las ataduras de los resistentes zapatos de trabajo, verificando que también me mantenían completamente aislada.

Aquel importante equipamiento evitaba que mi piel se carbonizara ante la alta radiactividad del suelo enfermo. Solo un par horas expuesta a la contaminación directa y mis tejidos vitales quedarían inservibles; incapacitando la vida de mi cuerpo tal y como la conocía.

Satisfecha de que todo continuara en su debida orden, decidí comenzar a alejarme cuidadosa y lentamente de la cápsula de titanio que me había hecho descender cinco kilómetros hasta aquel lugar.

— Avanza diez kilómetros en dirección noroeste. — Me ordenó aquella persona de voz gélida. Los fonemas fueron muy mecánicos, sin sentimiento alguno. Escuché varios sonidos de fondo, dispositivos murmurando rítmicamente una melodía ya ensayada anteriormente. Cogí el GPS que guardaba en la mochila que llevaba a cuestas y aproveché para consultar la cantidad de gas que albergaba la bombona de la bolsa. Aún contaba con dieciocho horas de reservas de oxígeno, cantidad suficiente para poder realizar el trabajo encomendado sin problema alguno.

Encendí el dispositivo que sujetaba entre mis manos y tecleé la contraseña.

— ¿Qué busco exactamente? — Formulé la pregunta mientras registraba la orden recibida en el dispositivo. Un punto escarlata apareció en la pantalla, otra marca verde palpitaba como un corazón luminoso indicando mi posición respecto al lugar.

— Las ruinas de una vieja ciudad, allí hay un edificio que perteneció a una de las farmacéuticas más importantes de hace doscientos años. Podrás encontrar algunas muestras experimentales de unos determinados medicamentos que precisamos, también varios informes sobre su entero desarrollo. Necesitamos que recuperes todo lo que puedas sobre ese proyecto que no se pudo desenvolver del todo.

— Entendido. — Poco a poco fui avanzando entre la espesa maleza. Me enzarcé más de una vez y estuve a punto de caer en varias ocasiones a causa de las voluminosas raíces que sobresalían de la tierra, pero gracias a alguna que otra rama pude evitar mi encontronazo con el suelo.

El ejercicio físico, junto con aquel sol que regía lo más alto del cielo, me hacía tener la sensación de que me estaba hundiendo lentamente en un río repleto de espesa lava. El sudor me perlaba la frente, rodaba por mi tez incandescente hasta llegar a mis pestañas y allí dificultaba la percepción que mis ojos tenían de los objetos. La sed tampoco tardó mucho en hacer acto de presencia, pero para poder darle un sorbo a la cantimplora que llevaba conmigo necesitaba sacarme el casco; algo que no era de mi especial agrado en una situación como aquella. Librarme del equipo aislante durante unos minutos no iba a matarme, pero en aquellos bosques había todo tipo de animales con los que prefería no toparme estando con la guardia baja. Lo mejor sería llegar a mi destino y luego tomarme un poco de tiempo para reponer fuerzas.

Los científicos que estaban al otro lado del interfono rara vez formulaban algún vocablo. De vez en cuando me aportaban más información e intentaban mejorar mi rumbo especificando y añadiendo nuevas coordenadas a lo largo del trayecto. A pesar de que estaba caminando entre árboles mutantes de frutas venenosas, me sentía a gusto rodeada de aquella extraña naturaleza sobrecogedora, y prefería poder disfrutar de aquella poca libertad otorgada sin ruidos intrusos.

Con el paso de las horas noté que el terreno se endurecía cada vez más. Me acuclillé, aparté helechos y hojas en estado de descomposición y pude ver los restos de una anciana calzada. Esa era la primera evidencia que había hallado de que me estaba adentrando en una antigua zona urbana.

Consulté mi dispositivo de orientación y, con gran alivio, descubrí que apenas faltaba medio kilómetro para llegar al núcleo de la vieja metrópolis.

Cuando el cielo ya estaba teñido de naranja y el sol estaba prácticamente oculto en el horizonte, logré llegar a una zona donde el cúmulo de ruinas se había incrementado notablemente. Las briznas de hierba y las raíces de los árboles más fuertes resquebrajaban el asfalto y la piedra de las aceras, contribuyendo a destruir lo que antes había sido una calle transitada.

Las pocas paredes y columnas de hormigón que aún se mantenían en pie, permanecían en condiciones precarias debido a la acción erosiva del viento y el agua. Además, estaban pobladas de madreselva y otras plantas que se aferraban a estas, luchando por alcanzar la cima de los escombros. En algunas zonas la cantidad de césped se hacía mayor y, en otras partes, los arbustos eran tan altos y densos que alcanzaban la altura de mis hombros. Después de todo, la naturaleza estaba recuperando el territorio que una vez los humanos le arrebatamos sin piedad.

— He conseguido llegar a la ciudad, pero si quiero encontrar los laboratorios voy a necesitar más datos. — Informé sin mostrar demasiado entusiasmo. No es que mi trabajo no me gustara, o que aquella misión no me estuviera apasionando tanto como todas las demás que había hecho, pero me encontraba realmente cansada y mi estómago había empezado a rugir de hambre y sed bastantes minutos atrás.

— Tenemos tu posición. — Por un momento creí que la mujer al otro lado del comunicador se había quedado sin palabras, ya que el silencio se hizo durante un rato. Aproveché el descanso otorgado para verificar las buenas reservas de oxígeno y, tal y como me esperaba, aún contaba con diez horas del valioso gas. En realidad no había estado caminando durante tanto tiempo, pero el ritmo frenético del ejercicio físico hacía que los niveles bajaran más rápidamente. — Sigue recto unos doscientos metros, justo en esa misma dirección.

Me guié mediante las nuevas indicaciones, intentando ser lo más rápida pero cautelosa posible. Aquella región parecía ser un claro en mitad del bosque, un lugar donde se era un fácil objetivo para los depredadores que acechaban hambrientos. En algunas ocasiones tuve que meterme entre los cascotes, ya que varias partes estaban totalmente taponadas por la vegetación, y también buscar caminos alternativos para no atravesar las zonas que parecían ser más peligrosas: como una construcción que se inclinaba de manera imposible hacia el suelo, o un gran puente medio derrumbado del que no quedaba mucho más que los cimientos.

Con el cansancio acumulado en los huesos, la boca seca y el estómago gruñendo sin pausa, por fin llegué al bloque que tanto esfuerzo y tiempo me había costado localizar. Afortunadamente, aún parecía conservar una estructura bastante sólida, por lo que podría entrar sin correr demasiados riesgos.

— ¡Lo he encontrado! — Informé tan exhausta como emocionada. Había conseguido mi objetivo en menos tiempo del que mis superiores tenían previsto, además, no se habían presentado problemas. Estaba segura de que eso me haría ganar puntos para ser su favorita y, de ese modo, poder descender a tierra firme más habitualmente.

— Recibido. ¿Puedes entrar? — La pregunta no fue más que una mera formalidad. Era evidente que, si hubiera habido alguna complicación respecto a eso, me las tendría que haber apañado para solucionar la situación. Ni locos de remate tirarían el plan por la borda.

— Sin problemas. — En cuanto las palabras salieron de mi boca supe que, allí arriba, en la sociedad en la que vivía, más de uno estaría suspirando de alivio en esos momentos.

El recinto estaba rodeado de una alta valla de barrotes que en un pasado habrían estado electrificados, pero ahora apenas eran un obstáculo. Los huecos de las ventanas carecían de cristal y las puertas metálicas estaban realmente oxidadas, por lo tanto, no sería muy complicado forzar los viejos candados para acceder a su interior. Un trozo de la terraza se había desplomado y los bloques de hormigón grises estaban poblados de hiedras que se incrustaban en ellos.

Escalé el vallado de hierro, salté al otro lado intentando no agujerear el traje protector con las espinas de los arbustos y me aproximé hasta la entrada. Abrí la pesada mochila y rescaté de su interior una palanca junto a una linterna. Empleé el objeto metálico para forzar la cerradura. No hizo falta que ejerciera mucha fuerza en la maniobra, porque la superficie se abrió con un quejido que casi me dolió en los oídos. Una mata de polvo se alzó al momento. Si no hubiera llevado aquel casco aislante, las partículas se me habrían metido en los ojos y en la boca.

Encendí la linterna y un rayo de luz iluminó gran parte de la estancia. Me moví con cuidado, no sabía lo que podría encontrarme allí. Los pequeños granos de tierra aún revoloteaban frente a mí.

Lo primero que pude divisar fueron los trozos de rocas que habían pertenecido al techo y que ahora descansaban sobre el suelo. Las paredes, que parecían haber estado pintadas de un pulcro color blanco, poca pintura conservaban ya. Las polvorientas telas de araña pendían por doquier y se balanceaban debido a la corriente de aire que provenía del hueco de la entrada.

Sin moverme demasiado, revisé un poco las condiciones del lugar y, por suerte, no había animales que me pudieran atacar cuando estuviera despistada. Ni siquiera un murciélago había elegido aquel lugar oscuro para resguardarse durante el día.

Dispuesta a descansar durante unos minutos, me senté en un rincón cercano a la puerta, comencé a desenroscar el casco y liberé mis manos de los guantes. Lo que estaba haciendo en aquellos momentos me ponía un poco nerviosa, ya que solo en las misiones más largas se nos permitía librarnos del costoso equipamiento. La radiación era algo de lo que ningún ser vivo sobre la superficie terrestre podía escapar. No hacían falta muchas horas para que la piel se empezara a tornar tan roja como la sangre y luego comenzara a caerse a trozos, y esos eran, los primeros y más débiles de los síntomas.

A cubierto en aquella habitación y sin parte de todo aquel peso sobre mí, sentí un frescor en mi piel que fue gratamente recibido. Paré el riego de oxígeno para no desperdiciarlo y cogí, de entre mis pertenencias, las dos botellas de agua que tanto ansiaba. Me bebí la primera en un abrir y cerrar de ojos, luego, intenté respirar profundamente y recobrar el aliento para poder disfrutar más de la segunda.

No fui consciente de lo agotada que me encontrada hasta ese momento, en el que me vi recostada contra una pared y dejando que el líquido tibio calmara el fuego que se había iniciado en mi garganta. Ojalá el sol de la tarde no hubiera calentado la bebida.

Al terminar de hidratarme, me dispuse a devorar un par de barritas energéticas junto a una pieza de fruta.

Un piedra rebotó contra una pared y el eco se extendió en toda las direcciones posibles.

El aire se me salió de los pulmones y tuve que parar de masticar la manzana. Mi estómago se encogió al instante. El hambre se me pasó de golpe y tuve que hacer grandes esfuerzos por tragar lo que aún tenía en la boca.

No quise alarmarme, siempre me habían dicho que en situaciones como aquellas debía de conservar la calma y tratar de pensar con claridad. Sostuve entre mis manos temblorosas la linterna, buscando entre las sombras algo que pudiera representar un peligro. Al parecer había sido una falsa alarma, un simple soplo de aire demasiado fuerte. Sin embargo, ya no podía permanecer tranquila allí, por lo que me coloqué el equipamiento de nuevo, sin parar de escrutar constantemente cada centímetro del lugar.

Mi actual objetivo era abandonar el recibidor en el que me encontraba y dirigirme a los laboratorios que, si no estaba equivocada, se encontraban un par de pisos por debajo de mí. Ya estaba buscando las escaleras cuando algo hizo que me parara en seco. La sangre se me heló y sentí sudores fríos por todo mi cuerpo.

Me quedé tan quieta que tuve que gritar mentalmente para que mis piernas reaccionaran. Me había quedado clavada en el sitio al ver cómo algo se había escondido justo delante de mis narices. No había hecho nada más que apuntar el haz de luz hacia los escalones, cuando algo que había estado allí se había percatado de mi presencia y se había agachado con rapidez. Un par de telas se habían agitado con el movimiento.

No me habría asustado de tal manera si hubiera sido un animal pequeño, algo inofensivo a lo que podría ignorar y seguir con mi misión, pero aquella cosa era aún más grande que yo.

— Central, he visto algo. — Informé sin parar de contemplar, atónita, aquel rincón al que no me atrevía a acercarme. Abrí mi mochila con una sola mano y cogí de su interior una pistola de dardos tranquilizantes.

— ¿Tienes el arma? — Me preguntó la mujer sin ningún tipo de alarma en la voz.

— Sí, pero eso es grande. — Las palabras salían de mi boca en forma de susurros, los fonemas se me atragantaban en la laringe y era casi increíble que pudieran escucharme con claridad.

— Coge lo que has ido a buscar y sal de ahí lo antes posible.

Aunque sabía que mis superiores no podían ver el gesto, asentí con la cabeza y tragué saliva maldiciendo mentalmente a la familia de todos mis jefes. Justo en el momento en el que me disponía a dar un paso y en el que estaba retirando el seguro del instrumento, un objeto cortó el aire con un sonido agudo. Acto seguido, se pudo escuchar por toda la habitación el ruido de algo rompiéndose.

Un elemento se había incrustado en el casco y un par de líneas se extendían a partir del lugar en donde se había quedado clavado. El filamento de la pieza cortante estaba separado de mi cara por solo un par de centímetros.

Hubiera sido mejor encontrarme con un animal.


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