Mass Effect: The old ark

By JonReyes

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Al Coronel de la Alianza de Sistemas le requieren para una importante misión de rescate. Pronto averiguara qu... More

Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Epílogo

Capítulo 5

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By JonReyes

El Coronel avanzaba raudo hasta el CDM. Muy de cerca le seguían la quariana y el Teniente.

Leesa tenía un gestó triste y al Teniente Cooper le preocupaba la quariana. Apenas había pasado unas horas desde que la había conocido en circunstancias un tanto hostiles. Más concretamente cuando el coronel quiso que la escoltara y mantuviera dentro del camarote durante todo el viaje.

Eso le había hecho perderse las incursiones. Normalmente, era él el que las realizaba. Aunque el Almirante Hackett fue conciso cuando le avisó de que el Coronel iba a comandar la misión.

“Dios” pensó, el coronel era una leyenda, una jodida leyenda que aún vivía. El teniente Jin Cooper se había alistado en la alianza por soldados como el coronel. Y ahora parecía que tenía la oportunidad de tener una misión a su lado. Esperaba poder luchar codo con codo. La misión era apoyar al coronel en todo momento.

Esa era la misión, hasta que al bueno del coronel se le ocurrió actualizarla, y pasó de ser uno de los mejores comandos humanos, a ser un simple gorila.

Pero nada era fortuito. Proteger y encarcelar a la quariana al principio se antojaba una misión tediosa y aburrida. Pero pronto descubrió que Leesa’Palah Nar’Ilium era mucho más de lo que aparentaba.

Todavía recordaba lo primero que le había dicho. El teniente se cruzó con el coronel y tras saludarle se encontró con la quariana sentada en el suelo montando lo que parecía ser una escotilla de ventilación desparramada.

—¿Tú también vienes a gritarme? —Dijo la quariana al notar la presencia del Teniente. Este a su vez se sentó en una silla y contestó.

—No, señora. Solo estoy aquí para asegurar que su presencia en esta nave discurre sin problema alguno.

—Típico de todos vosotros. ¿Creéis que voy a robar vuestras maravillosas piezas?

— ¿Disculpe? — Jin Cooper no estaba muy habituado a los quarianos. Apenas había visto unos pocos. No estaba familiarizado, salvó por algunas entradas que había visto en la Extranet. Y los informes oficiales del consejo.

—Tu especie, como todas. Siempre nos señalan, nos humillan, y nos tratan como a inferiores. Solo por el hecho de ser quarianos. ¿Sabes? Y ni siquiera hacen un esfuerzo en preguntar.

—Señora, tengo entendido de que los quarianos viven en una flota permanentemente en movimiento. Y cuando pasan lo suficientemente cerca de un sistema habitado. Lo chantajean a cambio de abandonarlo en la mayor brevedad.

—Eso es a lo que me refiero. Todos pensáis igual.

—Es lo que he sacado de la Extranet, señora. Los informes de la alianza coinciden con los informes de todas las especies del consejo.

—Yo ni siquiera he nacido en la flotilla. ¿Crees que existe diferencia? No. El racismo hacía los quarianos no es porque nazcamos en una flota de naves. Da igual donde nazcas, es por quien eres. Yo nací en Illium. Y todos me han tratado como ladrona y mendiga. He tenido que pelear tanto o más que nadie para conseguir todo lo que tengo. ¡Así que no me digas que es la opinión del consejo!.

—Lo siento señora, no lo sabía. No era mi intención ofenderla. El coronel no me ha dicho nada de que usted sea peligrosa. Simplemente es usted un bien de la alianza, que hay que proteger. ¿Le puedo contar una cosa señora?

—Puedes, pero deja de llamarme señora. ¡Solo tengo diecinueve años!, Me llamo Leesa’Palah Nar’Ilium. Pero llámame Leesa.

—Leesa, yo soy el Teniente Jin Cooper. ¿Sabes? Nunca había hablado con un quariano. Es fascinante. Cuando me alisté siempre tenía la esperanza, de conocer gente nueva, especies alienígenas, su cultura, sus formas de ver la galaxia ¿Le puedo hacer una pregunta personal?

Leesa pareció estremecerse cuando Jin le preguntó. No sabía porque, pero intuía la pregunta del humano.

Su padre le hablaba constantemente de todas las razas. Siempre decía, no te fíes de una asari con buenas intenciones, ellas lo meditan todo. Ten cuidado con los Turianos, en especial con los mercenarios, están entrenados para matar y las guerras les han enloquecido. A los Salarianos no les gustamos, creen que somos una pérdida de tiempo. Los humanos son impredecibles, pero muy muy curiosos, nunca dejes que te hagan más de tres preguntas seguidas sin sacar algo a cambio. Tras recordar las enseñanzas de su padre, aceptó que le hiciese la pregunta.

— ¿Cómo es vivir, dentro de un traje ambiental, sin poder tocar nada, sin poder sentir el mundo?

—Es triste. Vivimos encarcelados en nuestro propio cuerpo. A veces gritaría hasta romper el cristal protector. No sé qué tacto tiene las cosas. Los abrazos apenas se sienten. No puedo darle un beso a nadie sin tirarme enferma dos semanas. Es muy desolador. Pero te acostumbras.

—Yo no podría. Los humanos somos muy pegajosos. Más que las Asaris. Nuestra vida en pareja suele estar llena de contacto físico. Es el pilar de nuestros sentimientos. De nuestra forma de ser y de actuar, de amar y ser amados. Si los humanos dejáramos de tener contacto físico de la noche a la mañana desapareceríamos, nos extinguiríamos.

Aquel discurso hizo llorar a la quariana, que intentó disimularlo dentro de su casco mirando hacia otro lado. Estaba muy triste. Demonios, ella ni siquiera se sentía quariana. Había nacido en un mundo Asari, llena de alienígenas normales. Nunca había estado en la flotilla, no había sentido esa forma de actuar de los quarianos. Las historias de sus padres no eran muy detalladas. Él les tenía rencor por no haberle dejado encontrar una cura para su hija, y para los quarianos en general.

Ella quería ser normal. Quería poder tocar con sus propias manos a otras personas. Quería respirar el aire fresco del planeta. Quería enamorarse, quería que la acariciasen. Tumbarse en una cama y notar su comodidad, desnudarse mientras la recorrían a besos y caricias. Sin embargo, ella tenía que estar tiesa, impasible dentro de su traje, alejada de todas las demás especies.

Su llanto se volvió intensó, y se arrugó sobre si misma tanto como la dejaba el casco. Ya no quería disimular más. Estaba tan sola. Sus padres ya no estaban. Los quarianos la trataban como a una traidora. No tenía a nadie.

El teniente se levantó alarmado ante lo que veían sus ojos. Posiblemente le había herido sus sentimientos. Se acercó torpemente a la quariana e intento consolarla tocándola el hombro. Pero aquello no era suficiente. Dejó su arma apoyada en la litera y cogió a la quariana del suelo y la envolvió en un fuerte abrazo potenciado por la armadura N7 que llevaba puesta. Apretó lo justo como para que la quariana lo notase con fuerza. Quizás no igual que si la abrazaran sin traje, pero esperaba que al menos lo notara.

Tal acto pareció tener sus frutos. El casco de la quariana había quedado ladeado en el pecho del Teniente. Ella pareció relajarse. Ya no tenía temblores. Alzo la vista todo lo que le permitía el traje, y el teniente pudo ver la sombra de sus ojos a través del visor. Se miraron un rato a los ojos. El teniente era bastante más alto que ella. Y eso propició una imagen para recordar.

Por fin se separaron y ella se sentó al otro lado de las literas.

—Gracias, ehm, yo, no sé qué me ha pasado. Estar en una nave desconocida y después de la charla de tu coronel, me sentido un poco ..

—Perdona, ha sido mi culpa. —Le interrumpió el teniente. —No quería que te sintieras mal. Siempre he sido un poco mete patas.

—¡No tranquilo! Estaba triste y me sentía mal. ¡Pero no con tu abrazo!, ha sido genial… ósea, eso me ha hecho estar feliz nuevamente, porque esto…, lo has hecho con mucha fuerza, vaya, casi se me rompe el traje, y no llevo nada debajo, ¡digo! Que es un traje difícil de reparar—dijo sonriente y nerviosa Leesa.

Ambos rieron juntos un rato. Y la situación se relajó. El teniente siguió con sus preguntas. Después de ese momento que habían pasado juntos, tenía muchas más ganas de saber de ella.

—Entonces, ¡vino mi padre y me echo una bronca monumental! Nos pilló a mí y una asari que iba a mi colegio juntas en mi cámara hiperbárica. Creí que si nos metíamos las dos podía quitarme el traje sin problemas. Pero no, podía enfermar solo con los microbios que tenía mi amiga en su piel. Mi padre me castigó y no me dejó salir en varios meses.

—¿Y que querías hacer? —pregunto expectante Jin

—¡Nada, curiosidad de niñas! ¡Curiosidad infantil! Yo quería saber cómo eran las asari, y ella tenía curiosidad por las quarianas. Luego, unos años más adelante supe que en cualquier bar podías averiguarlo sin ni siquiera quererlo, en cada barra más concretamente. —Rió Leesa aparentemente avergonzada.

—Comprendo. Supongo que una de las curiosidades más extendidas en todas las especies inteligentes es preguntarnos si desnudos somos todos iguales.

—Puede ser. —Dijo Leesa mientras levantaba una ceja. Sabía que Jin no lo vería, pero no podía evitar gesticular dentro del casco.

—Entonces, bajo el traje ambiental, ¿no lleváis nada? ¿Ni una maya?, ¿ni un protector de zonas intimas?

—No, si nos pusiéramos algo encima del cuerpo antes de ponernos el traje no haría contacto y la mitad de los sensores y las adecuaciones del traje no funcionarían. Ten en cuenta que nuestro traje se autorregula. Si tenemos frio, nos da calor, si tenemos calor… nos enfría—Estuvo en silencio unos segundos y siguió. — Si queremos. Y sobre nuestras zonas íntimas, están bien protegidas.

Jin sonrió torpemente. Hablar con Leesa le encantaba. Era una chica muy divertida, con muchas historias. Era sensible, y amigable. No se había imaginado a los quarianos así. Era extraño, pero le empezaba a gustar.

—¿Y tú? —Interrumpió Leesa, los pensamientos y en sonrojo de Jin.

—¿Yo? ¿Yo que?.

—Tu, marinero, ¿llevas algo debajo de la armadura?

Ambos rieron.

—La armadura especial N7 es una magnifica armadura. Pero para meternos en ella nos hace falta unas mallas especiales elásticas ignifugas para protegernos de las altas temperaturas que alcanza el traje. Además por supuesto de una coquilla para nuestras partes íntimas en caso de los hombres, y un chaleco especial para las mujeres.

—Me has hecho imaginarte en mallas. Seguro que un humano guapo y fuerte como tú tiene que ser un espectáculo en mallas. —dijo riendo Leesa, a lo que Jin le hizo una pregunta que la dejó sin respuesta.

—¿Te parecen guapos los humanos? —Preguntó Jin, al tiempo que miraba la extraña situación que había creado. —Entiéndeme es extraño que personas de una especie les parezcan guapos los de otra. —Intentó arreglar la situación que empezaba a tornarse algo violenta.

—¿A qué te refieres? —Preguntó incisiva Leesa.

—Pues—Continuó Jin riéndose. —Por ejemplo, yo veo a un Turiano y digo, vaya, que especie más horrible, es como un monstruo. No sé, así es como pensaba que se veían las especies unas a otras… somos tan diferentes.

—Eres un imbécil—Dijo repentinamente Leesa sin dejar acabar a Jin. — ¿Eso es lo que soy, “un monstruo” de otra especie? Y pensar que…—dijo Leesa mientras se daba la vuelta y se iba al otro lado de la habitación, y cogía un libro que había dejado en el suelo.

—Leesa yo no…— intentó decir el teniente antes de que Leesa le volviera a interrumpir.

—No quiero saber nada de ti, déjame sola. —Se dio la vuelta y empezó a leer justo en el momento en que el Coronel hacía acto de presencia.

—¡Quariana, necesito una explicación! —Tras enseñarle el holograma de un quariano que estaba andando sin su traje ambiental, se llenó de esperanzas. Su padre tenía razón, podría haber una cura para el sistema inmunológico de los quarianos.

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