La locura de Julieta

By Lisa-Polanco

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"-No te preocupes Julieta, todo después de un tiempo deja de doler o simplemente deja de importar. -O termin... More

Sinopsis
Prólogo
Nota de la tía Lisa
Un corazón roto
1. Sálvame
2. Muriendo.
3. Rencor
4. Trato hecho
5. Jugando con fuego
6. Visitas inesperadas
7. El león y la oveja
8. Mente atormentada
9. Pequeña esperanza
11. El héroe de Lucy
12. Sueña, Julieta
13. Devuelta a su amor
14. Fiel al corazón
15. Reuniones y amenazas
16. Del odio al amor, hay una botella de ron
17. Vuelve a ser mía Julieta
18. El Duque
19. Demasiados secretos
20. ¿Dónde está Alex?
21. Desgracia en la casa Henderson
22. Pedazos de un Corazón
23. Quien traiciona a quien.
24. Verdades sabor a vino
25. La verdad sale a la luz
26. La trampa de Julieta
27. Dulce Refugio
28. Cuenta regresiva
29. Declaración de guerra
30. Fotografía
31. Olas, vino, besos
32. Cayendo por Ryan
33. El próximo
34. Perla Negra

10. Uniendo el rompecabezas

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By Lisa-Polanco

El sol estaba demasiado brillante y alegre, contrario a mi ánimo, le di un sorbo a la segunda taza de café que llevaba en la mañana. Lo que me hacía ver lo más que estaba, nunca tomaba café antes. Mis ojos empezaron a divagar por la cocina de Ryan, aunque no había nada de mugre ni desorganizado, le hacía falta ese toque femenino que hacía que una casa se viera hogareña. Aunque yo nunca tuve un hogar en realidad, pero había estado mucho tiempo en la casa de Sam. Rebeca era ese tipo de madre que cualquier joven desearía. Sacudí mi cabeza como si eso evitara que pensara en ellos y lo que extrañaba a esas personas.

El hijo de Ryan entró a la cocina, con el uniforme de la escuela a medio poner. Su cabello estaba medio despeinado, pero lindo, se notaba que era intencional. En una mano sostenía su mochila y en la otra un libro, parecía un hombre pequeño. Me miró un momento y evitó acercarse.

―Buenos... ―su voz era apagada―días.

―¿Cómo estás enano? ―dejé la taza en la mesa.

―Bien.

Mientras más lo mirara, menos me parecía que un niño tan angelical y educado estuviera siendo criado por la bestia Ryan.

―¿Qué vas a desayunar? ―le pregunté.

Me miró sorprendido, suponía que esperaba que fuera tan brusca como siempre. Busqué pan en la despensa, jamón queso y lechuga en el refrigerador.

―Yo quiero un Sándwich, te prepararé uno―empecé a tararear mientras preparaba los sándwiches. Tomé otras rodajas de pan para Ryan, estaba segura que mi amabilidad matutina se debía a las raras vitaminas que me había tomado.

―¿Es que no duermes? ―Dijo Ryan con voz ronca al entrar en la cocina.

Lo miré sobre mi hombro, se notaba que acababa de tirarse de la cama, con cara de haber dormido poco y el cansancio acumulado se le notaba en sus ojeras y en la sombra de barba que empezaba a asomarse en su cara. Iba vestido únicamente con unos pantalones de chándal color gris, cayendo sobre la parte más baja de sus caderas y su cabello alborotado. Si no hubiese sido por sus ojos empequeñecidos y las ojeras debajo, parecería recién sacado de un comercial para ropa interior de hombres. Desvié la mirada de inmediato y seguí concentrada en poner el jamón sobre el pan.

―¡Papá, te gané! ―dijo Alex emocionado.

―Bien hecho campeón―. Ryan bostezó muy fuerte―¿Qué vas a desayunar hoy?

―Ella está preparando mi desayuno―dijo el niño como si aún no lo creyera. Al parecer él pensaba que era una bruja malvada convirtiéndose en buena, la idea casi me hacía sonreír. ―Papá te ves feo.

―Tener que leer cuatrocientas páginas de un libro en la madrugada, no hace lucir bien a nadie.

―¿Qué loco lee todo eso en la madrugada? ―pregunté. Quizás Sam, pensé.

―Yo, de eso vivo y lo disfruto.

―No luces como si te gustaran los libros―señalé con mi dedo su escasez de ropa.

―¿Esperabas un chico de anteojos, tímido y sin vida social? ―Ryan soltó un bufido―Ese es un estereotipo, en realidad, puedo ser lector y estar bueno al mismo tiempo.

Rodé los ojos y decidí ignorarlo. Coloqué los sándwiches en la mesa, y saqué un cartón de jugo de naranja. Alex me miró hasta que le hice seña para que empezara a desayunar.

―Recuerda que nos reuniremos con Muller a las diez―me recordó Ryan antes de salir de la cocina.

Una sensación de ahogo invadió mi pecho cuando pensé en el juicio de mañana, Ryan tenía razón, sola no iba a conseguir nada. No sabía ni por donde comenzar, sentía que en cualquier momento iba a ser devorada por todo esto. El apetito se fue tan rápido como llegó. Tomé mi sándwich, lo coloqué en una bolsa plástica y lo eché en la mochila de Alex.

―Este te lo comerás en la escuela―le dije―, así guardas el dinero que te den para comprar cosas a escondida de tu padre.

―Pero esconderle cosas a papá no está bien―frunció su cara.

―Tu papá es el rey de los misterios y los secretos―cerré la mochila.

Me dirigí a la sala y busqué el teléfono, debía hablar con Zack antes de ir a ver al abogado presumido. En los últimos días, Zack y yo no hablábamos como siempre, en todo momento uno de los dos tenía algo que hacer. Sentía que estaba siendo egoísta, pero no iba a permitir que Zack se distanciara de mí. El teléfono sonó tres veces cuando contestaron.

―¿Hola?―Me quedé paralizada cuando escuché esa voz al otro lado― ¿Quién es?

Sin decir nada, colgué el teléfono. Me senté en la orilla del sofá con miles de pensamientos corriendo en mi cabeza. Quizás Lucy se había infiltrado a casa de Zack sin él saber. Si alguien podía contestarme, era Ryan. Caminé hasta su habitación y abrí la puerta. Él estaba de pie a medio vestir, su cabello goteando agua por su ancha espalda.

―¿Se te perdió algo? ―preguntó con brusquedad.

―Acabo de llamar a Zack―me crucé de brazos―, pero él no contestó.

―¿Y qué quieres que haga? ―me miró con las cejas enarcadas.

Sus gestos y el tono en que me hablaba, me decían que no estaba siendo bienvenida en su habitación. Desde mi rechazo ayer, en el hospital, me estaba tratando de la patada.

―Olvídalo.

Salí de la habitación y la cerré detrás de mí. Me encerré en mi habitación con el teléfono, pero temía volver a llamar y que no me gustara la explicación de la presencia de Lucy en el departamento de Zack. Estaba empezando que ella fuera la razón por la que nos veíamos menos.

Ryan fue a llevar a su hijo a la escuela y no regresó hasta una larga hora después. Me estaba dando el mensaje de que me mantuviera alejada de él, yo recibía el mensaje a la perfección. Media hora antes de las diez nos fuimos a la reunión con Muller, dentro del auto se podía cortar la tensión con un cuchillo. Ni siquiera me atrevía a mirarlo, me sentía tan incómoda y expuesta que quería desaparecer de su lado.

Aparcó frente a la mansión Muller, que para mi desgracia, le sumaba al estrés que ya tenía. Bajamos del auto y sin decirnos una palabra

Ryan presionó el timbre y en seguida la misma mujer de ayer abrió la puerta.

―Buenos días Jóvenes, el señor Muller los espera.

Abrió paso para que entráramos, la respiración se me atascó en los pulmones cuando ella cerró la puerta tras nosotros, era como si estuviera de camino a una tortura.

Bennett Muller estaba sentado en su sillón costoso, portando un traje impecable elaborado sin dudas fuera de la ciudad. Ni siquiera levantó la vista cuando nos indicó pasar.

―Valoro mucho la puntualidad―nos dijo mientras su mirada seguía clavada en unos papeles―, hoy han ganado puntos.

―Solo queremos aprovechar su tiempo al máximo―le contestó Ryan.

En la oficina del viejo cabía la sala de Ryan más el baño, era gigante pero aún así no quedaba un rincón vacío. Cuadros de todas formas y tamaños adornaban las paredes, una escultura del cuerpo de una mujer cubría la esquina más alejada de la oficina, un enorme librero cubría una pared desde el suelo hasta el techo, estaba segura que Sam no saldría de aquí hasta tocar cada uno de esos libros.

―¿Le gustan los libros señorita? ―preguntó Bennett.

―No―contesté de inmediato.

―Una lástima―apuntó las sillas―. Tomen asiento, por favor.

Ryan y yo nos sentamos mientras Bennett expandía agendas, calendarios y otros documentos sobre su escritorio.

―Indagué sobre la intención de la fiscalía con este juicio―siguió hablando Bennett―, mañana no se procederá de manera directa el caso, solo se hará la apertura.

―¿Y eso qué significa? ―pregunté.

―Que solo declararan los implicados y los testigos que la fiscalía citó, no se necesitará defensa―explicó Ryan.

―Wesley está en lo correcto―Muller me miró―, aun así, no podemos estar desapercibidos. Hoy adiestraremos su comportamiento para presentarse ante el jurado.

―Antes que sigamos―interrumpí―¿Tendré que vender mi riñón para pagarle?

―En dado caso, ninguno de sus órganos me serviría, sus tatuajes impiden las donaciones y adherirle a eso, su consumo de narcóticos―su rostro era serio y frío como sus palabras.

―Hace tiempo que ni siquiera fumo―contesté sintiendo indignación ante sus palabras―, y habla de los tatuajes como si eso me convirtiera en una escoria.

―Las personas buenas no se tatúan―me atacó.

―Los verdaderos villanos se esconden detrás de los trajes y las corbatas―le contesté.

―Braden...―me reprochó Ryan.

Bennett salió de su escritorio y empecé a deambular cerca de nosotros, me estaba poniendo más nerviosa y Ryan con su maldita indiferencia no ayudaba.

―¿Cómo se llaman tus padres? ―me peguntó Bennett.

―Usted debe saberlo―enarcó las cejas, aplastándome con la mirada―George Jenkins y Mónica Newman.

―El nombre de su hermano.

―William Jenkins―lo miraba con sospecha.

―¿Qué trabaja su hermano?

Me mordí el labio y miré a Ryan de reojo, no podía decirle que JJ er aun gigoló.

―Trabajos clandestinos―contesté.

―¿Como ser gigoló en el club Rossetti?

Las manos empezaban a sudarme, mi pulso cada vez más acelerado bajo la mirada calculadora de Bennett. Miré a Ryan otra vez, en busca de ayuda, debía cubrir a mi hermano.

―Él no... no...

―Tenemos testimonios irrefutables de la clientela de su hermano, señorita―me interrumpió. Su voz me estaba presionando, era como estar ya dentro del juicio―. Aparte de eso, era líder de una de las pandillas que atormentaban las calles de esta ciudad. ¿Sí o no?

―No lo sé―apreté los dientes.

―¿Cómo obtenían dinero entonces? ―Bennett se acercó más a mí, sus ojos crueles y despiadados no se apartaban de los míos―¿A caso le caía del cielo?

―Trabajo―apenas contesté.

―¿O recibía dinero de narcotraficantes?

―No.

―¿Por qué se apartó de sus padres? ¿Por qué solo vivía con su hermano? ―se inclinó más hacia mí―Deberíamos dejar de llamarle su hermano, ya que Williams Jenkins es hijo legítimo de Andrei Romanov y no de George Jenkins, ¿Cierto señorita?

Mi garganta se sentía arenosa, mi voz se había desaparecido y mi cabeza daba vueltas llena de confusiones.

―¿Desde cuando sabe que William no es su hermano biológico? ―siguió presionando.

―Está muy pálida―escuché que decía Ryan.

Bennett se alejó hacia la ventana con las manos en su traje, nos dio la espalda unos segundos pero su atención volvió hacia mí.

―El día del enfrentamiento, ¿Le disparó usted a alguien señorita?

Negué con la cabeza incapaz de hablar.

―Necesito sus palabras―dijo con dureza.

―No―dije débilmente.

―Algunos de los actores principales de esta escena murieron en el acto, a excepción de unos cuantos, como el ex militar alemán Anton Björn, conocido por el apelativo Perro, ¿Qué papel jugó esa noche? ―Bennett empezó a dar golpecitos en su escritorio con la punta de un bolígrafo, mi respiración iba al ritmo de ese ruido.

Las imágenes de esa noche empezaban a reproducirse en mi cabeza de manera muy vívida. Mi piel se empezaba a crispar ante los recuerdos de la mirada de Perro sobre mí, las palabras asquerosas de Maximiliano y las torturas físicas en mi memoria aún dolían. Mi estómago se contrajo y sentía que a mis pulmones no llegaba el aire necesario.

―Braden...―me llamó Ryan.

―Déjela―le ordenó Bennett―¿Fue quién disparó a su padre? ¿Fue Perro que desnucó a su madre? ¿Perro hizo que William perdiera la vida?

―¡No está muerto!―le grité con la fuerza que me quedaba.

Enterré mis dedos en mi cabello y bajé la cabeza. Cada doloroso recuerdo revivía en ese momento, cada uno de mis miedos volvían a mi memoria.

―¿Vio morir a sus padres señorita? ―preguntó Bennett.

―¡Basta! ―dijo Ryan con fuerza, se puso de pie y se puso en cuclillas a mi lado―. Braden, recuerda que ya pasó todo, mírame.

Levanté la vista para encontrarme con su rostro sombrío y enojado, pero en sus ojos se reflejaba su preocupación.

―Quiero irme de aquí―dije en un susurro.

Ryan sin saber qué hacer miró a Bennett, debatiéndose entre la sabiduría de ese maldito tirano y mi salud emocional.

―¿Qué se supone que logrará torturándola de esa manera? ―le preguntó Ryan.

―Harán lo mismo mañana cuando pase a declarar―contestó con frialdad―, el fiscal cuestionará todo sobre su vida, la de su familia y lo sucedido esa noche. Si no resiste un simple cuestionamiento, se desplomará en frente de la corte donde tendrá que escuchar testimonios de otras personas, y pueda que esté en persona Anton Björn.

―Demonios, no―gemí.

―Esto solo es el comienzo, solo estamos trabajando en una simple declaración. Luego vendrá el juicio, con muchas sesiones, todas acusando a su familia y a usted―Bennet se sentó en su sillón―, estoy haciendo mi parte, ya depende de ustedes.

―Necesito sacarla cinco minutos―le dijo Ryan.

―Haga como mejor le parezca.

Ryan envolvió su mano en mi muñeca y me dirigió hacia fuera de la oficina. No habló nada hasta estar dentro de su auto. Me desplomé en el asiento tratando de equilibrar mi respiración.

―Aún queda una cuenta congelada de tus padres, no es mucho, pero alcanza para irte de aquí―dijo Ryan―, al menos por un tiempo. Yo me encargaría de JJ.

Negué con la cabeza de inmediato, no había huido cuando todo empezó, no lo haría ahora que mi hermano me necesitaba más que nunca.

―Si quieres...―hizo una pausa―irte con Sam.

Lo miré para ver la seriedad que tenían sus palabras, pero su mirada estaba clavada al frente.

―¿No crees que su padre tiene controlado cada paso que Sam da? ―Ryan me miró―, y no dejaría a mi hermano.

―Entonces hay que continuar con esto. Ese viejo es cruel y despiadado, por eso creo que nos podrá ayudar.

―Haré lo que me pida, pero si ves que estoy a punto de patearle el trasero me detienes, por favor.

Ryan hizo una mueca parecida a una sonrisa. ―Lo haré.

Bajamos del auto y regresamos dentro de la mansión. Bennett nos esperaba en el mismo sitio donde lo habíamos dejado.

―Si ya pasamos la parte del drama, podremos continuar―dijo con cortante.

Me mordí el labio inferior para evitar abrir la boca. Continuamos con las preguntas durante quince minutos más, me obligó a declararle cada minucioso detalle de mi vida y la de mis padres. Después llamó a su secretaria, quién anotaba cada palabra que yo decía. Bennett hizo que Ryan también diera testimonio de lo que había visto, le recomendó que no mencionara el hecho de que era amigo muy cercano de JJ, a menos que se lo preguntaran directamente. Tardamos alrededor de dos horas, releyendo las declaraciones y corrigiendo fragmentos que no concordaban.

Bennett no se detuvo hasta que la declaración quedara perfecta, me hizo memorizar algunas palabras, según él mi vocabulario era muy pobre y le destrozaría los oídos al jurado.

―Es suficiente―concluyó Bennett.

―Por fin, ya me dolía el trasero―me puse de pie y me estiré como un gato.

―¿Será mucho pedir que se comporte como una dama mañana? ―preguntó Bennett con mirada desafiante.

―Yo soy una dama―elevé mi mentón con fingida elegancia―, hasta mañana Bennett.

Salí de la oficina escuchando como gruñía sobre la falta de respeto que cometía al llamarlo por su nombre. Ryan me alcanzó en el pasillo, ambos nos quedamos mirando la pintura del cuerpo de una mujer, de los hombros hacia abajo, su cabeza se convertía en algo parecido a un nido de unas aves donde salían todo tipos de pajaritos.

―El arte es hermosa, me atrae, pero se me hace difícil comprenderla―dije sin poder apartar mis ojos de la pintura.

―Ya entiendes como te miran los demás―contestó―, una belleza complicada.

―¿Puedo acompañarlos hasta la puerta? ―nos preguntó el ama de llaves, una forma educada de decirnos que no éramos bienvenidos.

Salimos de la mansión sin seguir husmeando, cada objeto de ese lugar parecía que tenían años de antigüedad, y daba temor tocarlos. Eran tan sofisticados como su dueño.

―Pasaremos por Alex a la escuela―dijo Ryan cuando subimos al auto.

―¿Tan temprano?

―Los maestros tienen una asamblea.

Abrí la ventana y saqué la cabeza, la brisa me golpeaba en la cara y lo que quedaba de mi cabello revoloteaba con libertad. Cerré los ojos mientras los rayos de sol calentaban mi rostro, era un momento donde me sentía tan liviana y libre. Ningún pensamiento negativo me oprimía, ojala durara para siempre. Me mantuve así todo el camino a la escuela de Alex, hasta que nos detuvimos y los chillidos de los niños se llevaron la hermosa tranquilidad.

Niños y adolescentes corrían de un lugar a otro sin parar, sonriendo y chillando. Algunas parejitas se tomaban de la mano al salir, sonriendo y siendo feliz. También estaban los padres esperando en la entrada la llegada de sus pequeñines, que al verse abrían los brazos para encontrarse en un enorme abrazo. Era una escena tan sencilla y tan dolorosa.

Nunca iba a traer al mundo a un niño, yo no podía darle esa clase de amor, esa vida tan feliz y perfecta, sin duda sería tan mala como mis propios padres.

―No tienes que ser como ellos―dijo Ryan.

Mi corazón dio un salto, ese pequeño momento no debió ser compartido para otra persona. Necesitaba encontrar la forma de curar ese trastorno antes de que me volviera loca.

―Un hijo es una bendición, y te puede transformar la vida―continuó―, el amor más sincero y puro es el que recibes de un niño.

―Es tonto, pero los niños me atemorizan―me reí de mí misma.

―Lo mismo pensaba, pero al conocer a Alex todo cambió. Me hizo querer ser mejor persona.

―¿Y Helena? ―pregunté de repente, al ver como su mandíbula se apretaba me arrepentí―, no quise ser entrometida.

―Intentaba ser bueno para ella, pero sabía que me amaba y perdonaría cualquier error, pero Alex, una criatura indefensa, me hizo pensar en que debía darle lo mejor y ser un ejemplo―soltó un resoplido―, aunque se me ha hecho muy difícil.

―Tu hijo te ama.

Ryan mostró una sonrisa, una verdadera. Ni siquiera recordaba haberlo visto sonreír así alguna vez. Muchas preguntas rondaban en mi cabeza, empecé a divagar sobre la adopción de Alex, cómo era en realidad Helena y si ella había querido a mi papá, pero decidí no arruinar el ánimo de Ryan.

Alex salía cabizbajo de la escuela, su padre enseguida salió del auto a su encuentro, la escena era realmente tierna. Algunas mujeres miraban a Ryan, muchas con ternura cuando abrazó a su hijo, y otras de manera provocativa.

Alex venía hablando y agitando un papel en su mano, al verme en el auto desvió su mirada y se sentó en el asiento trasero.

―¿No le mostrarás a Braden tu dibujo? ―le preguntó Ryan.

―No, es un secreto―dijo el niño casi asustado.

―¿A dónde quieren ir a comer hoy? ―Ryan puso el auto en marcha.

―¿Otra vez comida rápida? ―se quejó Alex―La abuela dijo que morirás gordo y diabético.

No pude evitar sonreírme ante la imagen.

―Papá, ella se está riendo―dijo Alex asombrado.

Ryan me miró de reojo.

―¿Qué tal si yo hago la comida? ―propuse.

Ryan me miró como si hubiera dicho que el mundo se estaba acabando en ese instante. Y no podía negar que me dejó una dulce sensación ver la carita de Alex adornada con una pequeña sonrisa.

Sam

RESULTADOS NO ENCONTRADOS

Al leer los resultados de la búsqueda volví mi mano en puño y le pegué a la mesa en la biblioteca, la impotencia consumiéndome. Era la quinta vez que buscaba datos sobre los clanes Detroit y Romanov, era como si todas las huellas hubiesen sido borradas del mapa.

Mi curiosidad había estado atormentando mi cerebro desde el día anterior, cuando me di cuenta que realmente no sabía nada concreto sobre los clanes. Los únicos datos eran los que Braden me había contado, las pinceladas que había recogido cuando Zack o JJ hablaban, pero nada que sirviera para encajar las piezas del rompecabezas.

―¿Sucede algo Samuel? ―Valentina me miraba con preocupación desde su mesa de trabajo.

―Nada―contesté con sequedad. No quería ser grosero, pero Valentina cada vez se acercaba más a mí y no me gustaba el hilo que estaban tomando sus pensamientos.

―¿Trabajas con Orígenes de las leyes?

―Sí―mentí.

―Si no encuentras lo que el maestro pidió tómalo con calma, no tiene que salirte todo perfecto.

―Cierto―volví a centrarme en mi búsqueda absurda y sin resultados.

―Casi cerramos chicos―nos informó la bibliotecaria.

―Oye, alquilé una película para verla con Arthur, pero ha preferido irse con sus amigos―Valentina se paró de su silla y se colocó frente a mi mesa―Si quieres venir a mi habitación, obvio, sería con fines educativos.

―¿Y qué se supone que debo aprender? ―empecé a guardar mis cosas.

―A veces eres tan ingenuo―dijo con una sonrisita.

Me encogí de hombros fingiendo que aún no entendía sus palabras. Era mejor que pensara que era un tonto, como creía la mayoría, así nadie podía conocerte realmente.

Me puse de pie, me coloqué la mochila en el hombro listo para retirarme pero Valentina me detuvo.

―Concédeme ese pequeño deseo y prometo no molestarte más.

Puso cara de inocencia, sus ojos enormes y tiernos, su boca formaba un pico al igual que el de los bebés a punto de llorar. Ojala las mujeres supieran lo ridículo que se nos hacía a los hombres cuando se ponían en ese plan.

―No me apetece―la miré por encima de los lentes, mis ojos atravesando los de ella―, si quieres lee un libro o haz algo más productivo que intentar persuadirme.

Ella se cruzó de brazos, con un aire de avergonzada. La esquivé y salí de la biblioteca lo más rápido que pude, la tarde estaba cayendo y las calles se hacían más frías, ningunas de las luces se me hacían atractivas cuando me sentía tan vacío, tan solo.

Una punzada de culpa se apoderó de mi al recordar a Valentina unos minutos antes, apreté los ojos tratando de evadir la sensación de malestar. El viejo Sam había querido salir de la cueva donde lo había enterrado, y no podía permitírselo. Era la parte que solo Zoe conocía realmente y que intentaba mantener fuera del conocimiento del resto del mundo.

Me encerré en mi habitación, que para mi fortuna Arthur casi no visitaba. Saqué enseguida la laptop y seguí con mi búsqueda. Las informaciones de George y Mónica Jenkins también estaban desaparecidas, de Braden y JJ solo había cosas comunes, solo las informaciones que ellos mismos habían colgado en sus redes sociales. Estuve a punto de preguntarle a mi padre sobre el caso, pero sabía que no me daría nada útil.

Me quedé mirando una fotografía de Braden, sentía mi corazón agitarse y no quería ni imaginar como se pondría si ella estuviera cerca.

Era hermosa, no como esas chicas de los comerciales, ella iba más allá de una cara bonita y un cuerpo torneado. Ella me enamoraba son su sonrisa, con su carácter y su forma de pensar. Yo amaba los defectos que ella tanto odiaba de sí misma.

Sus ojos verdes, como si estuvieran desafiándote, pero en el fondo denotaban un destello de melancolía. Sus labios firmes formando una línea recta que me hacían querer besarlos hasta que se curvaran en una sonrisa.

Seguí buscando imágenes más recientes, pero no había nada, me conformaría hasta con enterarme si su cabello había crecido un poco más. Daría lo que fuera por saber si todavía pensaba en mí, aunque sea un segundo antes de dormir.

Puse a reproducir, Secrets de One Republic antes de meterme a la ducha. Me quedé bajo el agua hasta que mis dedos empezaban a arrugarse, pero mis pensamientos aún no esclarecían.

Me envolví en una toalla y salí del baño, en la pantalla de la laptop aparecía una alerta con un mensaje de mi correo electrónico, decidí ignorarlo hasta que me vistiera. Minutos después me senté sobre la cama con la laptop y una manzana verde a seguir con la búsqueda, que no me dejaría descansar hasta encontrar información útil.

Dudé en abrir el mensaje cuando vi que no tenía remitente, pero la curiosidad siempre podía más. Mi mente quedó en blanco unos segundos, hasta que mis ojos empezaron a nublarse.

Braden estaba con Ryan, y lo probaba la foto adjunta de ambos sentados en una mesa, y no parecían llevarse mal. Quería pensar que esto era una trampa, pero qué podía esperar cuando Braden fue la que me dejó.

Cerré la laptop y me tiré de la cama, si seguía encerrado iba a darme un colapso. Dejé mis lentes en la mesilla y traté de peinar un poco mi cabello, salí de la habitación y bajé deprisa las escaleras del apartamento. Crucé todo el campus hasta llegar a los dormitorios femeninos, miré que ningún supervisor estuviera por los alrededores y subí hasta el segundo nivel. Al llegar hasta la única puerta amarilla del pasillo, toqué tres veces.

―¡Sólo un momento! ―gritó Valentina. Cuando abrió, sus ojos se estrecharon con sorpresa.

―Lo siento―fue lo primero que se me ocurrió decir―, me comporté como un idiota.

―Sì lo hiciste.

―Pero tú me obligaste―me defendí―¿Aún podemos ver esa película?

Abrió más la puerta invitándome a pasar.

―Toma asiento―señaló el pequeño sofá amarillo que había en medio, su habitación era mucho más pequeña que la mía, y todo era demasiado alegre y colorido.

Me senté mientras ella encendía el DVD. Mi cuerpo estaba ahí pero mi mente había volado a ST. Paul. Por eso ni siquiera me di cuenta cuando la película inició. Valentina hablaba sin parar sobre lo buena que era y lo mucho que había esperado para verla.

―¿Por qué eres tan misterioso? ―me preguntó de repente.

―No lo soy.

―Sí lo eres―me miró de reojo―, se que se escondes algo más detrás de los libros y la comida saludable.

―No hagas una novela en tu cabeza sobre mí. No soy un príncipe buscando a una princesa en apuros. Solo soy un chico ordinario y ustedes las chicas, nunca se enamoran de lo común.

Valentina soltó una carcajada suave y encantadora.

―Buen discurso, pero en tu mente hay algo más―insistió.

―En mi mente hay una chica que me roba el sueño, el apetito y hasta el aliento.

―Ella tiene tanta suerte―Valentina suspiró. Me encogí de hombros―. Creo que esta noche tendrá que pasar de película a cervezas.

―Que estén frías, por favor.




Hola hermosas criaturas, gracias por su paciencia. Espero que el capítulo les haya gustado, espero con ansias sus hermosos comentarios. Hasta la próxima, los ama tía Lisa.

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