La locura de Julieta

Por Lisa-Polanco

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"-No te preocupes Julieta, todo después de un tiempo deja de doler o simplemente deja de importar. -O termin... Más

Sinopsis
Prólogo
Nota de la tía Lisa
Un corazón roto
1. Sálvame
2. Muriendo.
3. Rencor
4. Trato hecho
5. Jugando con fuego
6. Visitas inesperadas
8. Mente atormentada
9. Pequeña esperanza
10. Uniendo el rompecabezas
11. El héroe de Lucy
12. Sueña, Julieta
13. Devuelta a su amor
14. Fiel al corazón
15. Reuniones y amenazas
16. Del odio al amor, hay una botella de ron
17. Vuelve a ser mía Julieta
18. El Duque
19. Demasiados secretos
20. ¿Dónde está Alex?
21. Desgracia en la casa Henderson
22. Pedazos de un Corazón
23. Quien traiciona a quien.
24. Verdades sabor a vino
25. La verdad sale a la luz
26. La trampa de Julieta
27. Dulce Refugio
28. Cuenta regresiva
29. Declaración de guerra
30. Fotografía
31. Olas, vino, besos
32. Cayendo por Ryan
33. El próximo
34. Perla Negra

7. El león y la oveja

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Por Lisa-Polanco

Ryan me miraba con escepticismo, lo que hizo que me sintiera más aterrorizada. Si él no me creía mucho menos lo haría la policía. Mi hermano estaba corriendo peligro y yo no estaba haciendo nada para detenerlo.

―Nadie intenta matar a JJ, al menos no en la cirugía. Si quisieran matarlo, solo hubieran desconectado uno de sus cables y listo.

Su falta de tacto al hablar de mi hermano me estremeció. Empecé a deambular por el cuarto de maquinarias donde había entrado con Ryan para contarle sobre Margaret. El calor era asfixiante según pasaban los segundos; sentía como las gotas de sudor corrían por mi espalda.

―Mi psicóloga es un Detroit, he estado dos semanas en manos de esa mujer y ni cuenta me di. Cualquier doctor puede ser uno de ellos.

Ryan me sacudió por los hombros e inclinó su cabeza para quedar frente a frente a mí.

―Si ella es Detroit, está de tu lado y evitará que te lastimen.

―Pero mi hermano...

Ryan me miraba como si fuera una niña pequeña.

―Sigue siendo Detroit, tu padre nunca quiso hacerle daño y JJ intentó salvarlo hasta el último segundo―su voz se volvió suave mientras mis ojos empezaban a arder―¿Dónde crees que estaba la lealtad de tu hermano? ¿Crees que le harían daño a lo que tu padre amó?

Negué con la cabeza.

―Hablemos con ella, quizás tiene las piezas que te hacen falta para el gran rompecabezas que es tu familia.

Asentí. Intenté abrir la puerta pero esta no se abrió, tragué fuerte y miré a Ryan.

―Creo que estamos atrapados.

Se movió hasta la puerta y con un fuerte tirón la abrió. Salí del cuarto sin darle tiempo a uno de sus comentarios burlones. Subimos a la oficina de Margaret. Aunque nunca lo iba a admitir en voz alta, estar cerca de Ryan me hacía sentir menos temerosa.

―¿Por qué te negaste a hablar con la esposa del juez? ―Preguntó.

Ryan pudo haber dicho la madre de Sam, pero él no soportaba la sola mención de su nombre. No hacía falta que dijera con palabras su odio hacia Sam, era más que evidente.

―En estos momentos no tengo nada que hablar con esa familia―dije cortante.

Rebeca vino a hablar conmigo, pero cuando vi su rostro sin su habitual sonrisa y con una mirada cautelosa, supe que a nada bueno venía.

No me apetecía entrar en ese terreno tan espinoso para mí, Ryan entendió el mensaje y no hizo más preguntas, el tema quedó por cerrado entre nosotros.

Ryan tocó la puerta del consultorio de Margaret, casi enseguida ella nos abrió.

―Las noticias vuelan rápido―dijo mientras entrábamos―, por la cara que traen, seguro van a bombardearme con preguntas.

―No perdamos el tiempo―Ryan se sentó en el sofá. Su mirada era calculadora y estaba clavada sobre Margaret―¿Qué prueba que eres del clan?

Ella bajó el cuello de su blusa y se acercó a Ryan, el miró su tatuaje pero su expresión no decía nada.

―¿Una simple luna? ―bufó―cualquiera puede hacerse ese tatuaje, ni siquiera tiene el código.

―Me creerás cualquier cosa que te diga, no tienes idea sobre los Detroit y no eres quién para darte detalles―Margaret me miró―, pero estoy a merced de Julieta.

―Entonces responde―dije―¿Qué prueba que eres una Detroit?

―Tengo los diarios de tu madre y algunas cartas que me enviaba, pero no puedo darte eso aquí. Deben entender que esto no es algo de niños, no somos un grupito buscando peleas―su rostro era serio, y sombrío―. Están tratando con asesinos, políticos y funcionarios corruptos que pueden desaparecer a cualquiera del mapa y nadie lo notaría.

―Se supone que las aguas están tranquilas―dije―, los jefes de los clanes han muerto.

Margaret respiró hondo y cerró los ojos unos segundos, la mirada que me daba era escalofriante.

―Julieta querida, tus padres eran peones. Los verdaderos dueños nunca saldrían a la luz. Ni siquiera tu madre conocía el cerebro detrás de los Detroit.

―¿Y quién rayos era mi papá?

―Solo un títere, tenía el control del clan pero alguien más dictaba sus pasos. ―me miró con compasión―No tiene fin, hay muchos secretos y personas involucradas en esto.

Miré a Ryan que parecía perdido en sus pensamientos.

―¿Le harás daño a mi hermano? ―Mi voz sonaba débil y temerosa.

―Por supuesto que no, es mi sobrino, fue la adoración de tu madre―aseguró. ―Yo soy de esa parte de los Detroit que permanece leal a la familia. Aunque esos malditos quisieron lavarle el cerebro a William, él siempre será el hijo de George Jenkins.

―¿Pero hay alguna forma de detener todo esto?

―Si la hay, no nos meteremos en eso―intervino Ryan.

―El muñeco rubio tiene razón.

Ryan y yo intercambiamos una mirada al reconocer el mismo apodo que le había puesto Mónica cuando lo conoció.

―¿Y dónde estuviste todo este tiempo? ¿Cómo es que eres psicóloga y una mafiosa? ―seguí preguntando.

―Me gustaría contarte mi historia, pero será en otra ocasión. Ahora tengo trabajo, y después de todo soy la psicóloga Margaret Beard.

Con la promesa de que me entregaría lo que escribió Mónica y que me contaría su versión de la historia familiar, Ryan y yo salimos de su oficina.

―¿Estás más tranquila ahora?

―¿Estás jugando? ―negué con la cabeza―Ahora se me hace más apetecible la idea de salir huyendo de este país.

―Nunca es tarde. ―me detuve a mirarlo con el ceño fruncido―Tengo un poco de dinero ahorrado.

―¿Perdiste la cabeza?

―No―se encogió de hombros―. Sería la oportunidad perfecta para echarte al mar con los tiburones, tu verdadera familia.

―Idiota―susurré.

Una hora después sentía que mi estómago iba a estallar, caí rendida en los sillones de la sala de espera con Zack a mi lado. Me acomodé poniendo mi cabeza en sus piernas y subí las mías ocupando dos asientos más.

―Recuérdame comprar veneno―dije con los ojos cerrados―, mataré a la bestia de Ryan. Me obligó a comer. ¡Dios! Aparte de que me insultó diciéndome escuálida, me encerró en la oficina de Dolly y hasta que no terminé la maldita comida no me dejó salir―resoplé―, también envenenaré a Thomas por ser cómplice.

Al no escuchar ni media palabra de Zack abrí los ojos.

―¿Me escuchaste?

―Si tanto detestas a Ryan, ¿Por qué te fuiste con él?

―Solo conveniencia mientras resuelvo todo esto.

―Podías hacerlo desde mi departamento.

―Eres muy buen amigo Zack, pero no iba a aguantar verte montando a una chica en medio de la sala...

―Eso tiene solución, la cocina también me gusta.

Me cubrí la cara con ambas manos, más para ocultar la carcajada que luchaba por zafarse de mi boca.

―Eso es asqueroso, y no quiero limitar tus actividades.

Bufó. ―Son excusas baratas. A caso... ¿Tienes interés en Ryan?

Me incorporé tan rápido que estrellé mi cabeza contra su mandíbula.

―Es la cosa más ridícula que he escuchado estos días.

Zack se frotaba la barbilla.

―No es ridículo teniendo en cuenta que él te gustaba una vez... y demasiado―me miró con sospecha pero no lo negué. ―Estás pasando por el desamor y toda la otra mierda con tu familia, y Ryan ha estado muy cerca de ti, al punto de ponerme muy celoso. Quizás crees que él te hace sentir bonita y segura...

―No soy de las que necesitan a un chico para sentirse feliz o bonita, conozco mi valor y puedo sobrevivir al dolor por mi misma, aunque ahora, lo que menos quiero es estar por mi cuenta.

―¿Y por qué él y no yo? ―siguió insistiendo.

―No quiero ser una molestia para ti.

―Jamás lo sería―protestó ofendido.

―No lo piensas así, lo sé, pero tarde o temprano estaré en medio de tu vida sin dejarte avanzar.

―Bueno, hiciste que Regina pensara que era gay, me arruinaste la conquista de la semana―frunció los labios―, pero eso lo puedo superar...

―No hablo de las mujeres Zack―al notar mi voz preocupada, me miró con atención―. Sé que quieres ir a la universidad. Si te involucras más en esto, ya no tendrás escapatoria. Pero Ryan está tan metido en esto como yo.

―Cierto, dos personas jodidas se pueden ayudar―. Ni siquiera nos dimos cuenta cuando Ryan irrumpió en la sala de espera, se sentó a mi lado.

―O se pueden hundir más―dijo Zack con recelo.

―También es cierto, pero hundirse juntos sería más que interesante.

Ambos se miraron.

―¡Ay, no jodan! ―exclamé―¿Alguno quiere mearme para marcar territorio?

Se hizo un silencio sepulcral y yo decidí levantarme y asomarme a la puerta de la sala de cirugía. Por supuesto, nada se podía ver. La espera era larga y dolorosa, miré a los dos idiotas sentados y agradecí que me distrajeran constantemente.

El tiempo pasaba lento, como un suero de miel. Nadie nos decía nada, la espera era una tortura. Según lo que iba contando quedaba solo unas horas más. Dos enfermeras salieron deprisa y ni siquiera depararon en nosotros. Miré a Zack quien bostezaba, sus ojos se habían enrojecidos, su cansancio era evidente.

Si el fabuloso Zack se veía así, yo debía lucir como la mierda.

Una doctora salió de la sala de cirugía, pensé que nos ignoraría pero se detuvo y carraspeó. Los tres nos colocamos frente a ella, como niños hambrientos esperando de comer. Junto a ella se colocó Regina.

―Buenas noches―dijo la doctora―Quiero darles la noticia de que la cirugía fue exitosa.

Mi corazón vibró de emoción, saltaba como un pajarito en una jaula.

―No significa que él esté bien del todo, ahora falta que despierte y se puedan verificar si el coma provocó algún daño cerebral―continuó―, estamos a la espera de que hagan las últimas suturas, para dar todo por concluido por parte de los cirujanos.

―Mi hermano estará bien, yo lo sé―Zack me abrazó también emocionado.

―Ya lo peor está pasando.

La doctora se retiró, Regina se quedó a nuestro lado.

―Faltan muchos exámenes―informó Regina―, estará bajo observación toda la noche, necesitamos ver las reacciones de su cuerpo y no podrán verlo.

―Pero solo sería un segundo―protesté.

―Es una situación delicada, Julieta. Será mejor que descanses, recuerda que también necesitas cuidarte, tu salud no es la mejor―su mirada fue a Zack y de nuevo hacia mí―. Mañana tienes que ver a un nutricionista.

Puse la mano en su hombro y la miré a los ojos.

―Zack no es gay y si me ayudas a ver a mi hermano, le diré que te haga un stripper.

―Ya... ya te dije que no se puede pasar―tartamudeó―. Es mejor que vayas a casa.

Regina se alejó y Zack ni siquiera intentó buscarla. Él me atrajo hacia él y tiró un brazo por mis hombros.

―Es hora de que descanses―besó mi cabeza―¿Estás segura que no quieres irte a mi departamento?

―Ya tomé una decisión Zack.

―Es que no confío en él―dijo señalando a Ryan.

Ryan bufó y empezó a caminar por el pasillo, nosotros le seguimos aunque con pasos más rezagados. Mientras salíamos del hospital intentaba descubrir cómo debía sentirme. Aliviada quizás, mi hermano podía ponerse bien. Emocionada, porque iba a recuperarle. Pero también tenía miedo de que mi hermano no despertara o que no fuera él mismo.

En la salida Zack me dio un fuerte abrazo y nos despedimos. Caminé detrás de Ryan por el estacionamiento hasta dar con su auto Honda plateado. Lo miré con recelo cuando abrió la puerta para mí. Sam siempre lo hacía, no importaba donde estuviéramos me trataba como una dama, porque él era un caballero. Y de brillante armadura.

Sentí una pequeña punzada en el pecho.

―Sé como abrir una puerta―dije entre diente.

―Nunca podré entenderte mujer―dijo antes de cerrar mi puerta.

Al sentarse detrás del volante me miraba de soslayo. Decidí no alterar el silencio y me concentré en mirar por la ventana. Me preguntaba que estaría haciendo Sam, si pensaba en mí tanto como yo pensaba en él. Estaba segura que si JJ no me necesitara., haría lo imposible por ir tras él.

Llegamos a su casa, abrí la puerta inmediatamente el auto se detuvo. Esperé a que Ryan abriera la puerta de la casa y enseguida entré a lo que sería mi habitación. Una esquina estaba llena de cajas, y la decoración no era agradable, Ryan me dijo que podía organizarla a mi antojo.

Busqué en mi pequeño ―casi inexistente―equipaje, mi cepillo de dientes, toalla y ropa interior, necesitaba un baño y luego dormir. La parte que no me agradaba era la de compartir el único baño de la casa. Después de ver que Ryan no estuviera cerca, entré al baño y me desvestí. El baño me tomó algunos diez minutos, porque decidí no perder mucho tiempo. Salí envuelta en la toalla, y entré a la habitación. Me percaté de que no tenía pijama, en el hospital solo usabas sus espantosas batas. Me vestí con un pantalón de chandal, que no tenía idea quién me lo había dado, y una camiseta.

Estaba tratando de recoger mi escaso cabello para que los flequillos no colgaran húmedos por mi cuello, cuando Ryan tocó a la puerta. Me acerqué y la abrí un poco.

―Pensé que no querías dormir―me mostró una botella de sidra.

―No sé si deberíamos celebrar.

―Puedo hacerlo solo―tan imponente como siempre, se giró para irse. Abrí la puerta y salí―¿Ibas a fugarte con esa ropa?

―Está cómoda―mentí.

Me senté en una silla en la cocina, apoyé los codos en la mesa y vi como Ryan sacaba dos vasos de cristales. Se sentó frente a mí y sirvió.

―Por JJ―dijo dandole un sorbo a su vaso.

Imité su gesto y después lo miré―Dijiste que nada de alcohol.

―Toda regla tiene su excepción.

En ese momento choqué con una realidad: Iba a vivir con Ryan. El mismo que odié, que me hacía perder los estribos, que me usó como cebo para vengar a su esposa, el mismo que yo pensaba que quería matarme. Esto era una locura.

―¿Por qué sonríes? ―Me miró curioso.

―Solo recordaba que eres un completo idiota que no llego a entender.

―Soy muy complicado para ti.

―Claro, porque eres un cubo Rubik―rodé los ojos.

Ahora fue su turno de sonreír. Se veía relajado.

―Eres especial.

―¿A qué te refieres con eso?

―Que te faltan veinte tornillos en la cabeza. Estás completamente loca―dijo observando mi rostro―, y eso me gusta. Eso me hace estar más loco que tú.

Terminamos de tomarnos la sidra, y él rellenó los vasos.

―¿No vas a responder? ―Preguntó en un tono casual, como si me hubiera preguntado el estado del clima.

―Sí, también me gusta mi locura.

Terminé mi vaso y me levanté, mi vista se clavó en unos dibujos pegados al refrigerador, obviamente eran de su hijo. En todos estaban los dos, jugando béisbol, o haciendo otras cosas. Los dibujos eran tan bonitos como podía hacerlo un niño de siete años. Ese niño debía amar a su padre.

Miré sobre mi hombro cuando sentí que Ryan se paraba detrás de mí. Por un momento sentí que estaba demasiado cerca, giré sobre mis talones pero cuando fui a esquivarlo pero Ryan apoyó sus brazos en el refrigerador, dejándome prisionera.

―No estoy para juegos―refunfuñé.

―No quiero jugar contigo, al menos no ahora.

Su mirada bajó de mis ojos a mis labios de una forma descarada.

―No seas idiota y quítate de mi camino.

―Estaba recordando los viejos tiempos en tu casa, cuando jugábamos al gato y el ratón―su voz se volvió más baja y suave. Casi un susurro―. Desde entonces me has traído loco, debería odiarte por hacer mi corazón trizas, pero aquí estoy queriéndote con todo mi ser y deseándote con toda mi alma.

―Voy a patearte, Ryan―apreté los dientes.

―Extraño esos tiempos―su cabeza descendió hasta quedar al mismo nivel que la mía―. No sé que me pasa cuando estoy contigo, rompo mis esquemas y me transformo en alguien que no soy.

―Eso se llama bipolaridad, genio.

―Llámalo como quieras, loba.

Ryan me recordaba a un felino, y no era de mi gusto que estuviera tan cerca. Su olor era tentador, y de cerca podía ver sus intensos ojos. Los músculos de sus brazos se veían tensos bajo su camiseta. Pueda que no me afectara, pero tampoco era ciega como para no notar sus atributos. Cualquier chica ―menos yo―se desharía en sus manos.

―Odio cuando me llamas así, es estúpido.

―Yo odio no estar besándote en este momento.

Con mis manos empujé su pecho, él me envolvió con sus brazos, apenas dejándome libertad para respirar.

―No le encuentro lógica a esto pero te quiero para mí en todos los sentidos―susurró en mi oído―. Haré lo que sea para tenerte.

―Mierda, Ryan, no quiero ser tan cruel pero sabes bien que no voy a verte de esa manera nunca. Supéralo amigo.

Quitó las pinzas que sujetaban mi cabello y lo peinó con sus dedos largos y hábiles.

―Ya veremos eso.

Me quedé de piedra cuando estampó sus labios contra mi mejilla y fue descendiendo hasta mi cuello. Me moví entre sus brazos para zafarme, sin tener resultados. Por unos segundos Ryan besó la base de mi cuello, lo hizo lento y suave. Mi piel se crispó ante su toque, su aroma me envolvía, era una maldita tortura a la que mi cuerpo estaba respondiendo. La única explicación que tenía era que estaba embrujada, o la sidra me embriagó. Era la única forma que aceptaría que el maldito de Ryan sabía como ser caliente.

La risita de Ryan me hizo estremecer, me di cuenta que estaba hablando en voz alta. Afortunadamente, rompiéndose la burbuja, volví a empujarlo, esta vez pude escapar de su agarre.

Le dirigí una mirada llena de fastidio.

―No me mires así―sonrió con malicia―, que bien sabes que te gustó.

―Te irás al infierno por aprovecharte de una chica ebria.

Su risa casi ahogada hizo eco en la cocina, él dio un paso hacia la mesa y tomó la botella vacía. Me la extendió y la miré sin comprender, hasta que leí la etiqueta.

"SIN ALCOHOL"

Una sonrisa de victoria fue lo último que vi antes de que saliera de la cocina, dejándome echando chispas. Después de maldecir a Ryan por unos minutos me fui a la habitación. El sueño se había esfumado y una sensación de incomodidad no me dejaba estar tranquila. No sabía qué demonios me había sucedido, esa no era yo. La vieja Braden lo hubiera pateado, o al menos con palabras lo intentaría herir. Pero lo único que hizo la nueva ―y estúpida―Braden, fue quedarse inmóvil como una indefensa ovejita apunto de ser devorada por una fiera.

Abrí mi equipaje y empecé a sacar mis cosas y a tirarlas en la cama. Mi pecho se comprimió al encontrar en el fondo las cosas de Sam que Amy me había llevado. Saqué la cajita que poseía mis cartas y el cuaderno de Sam, los sujeté contra mi pecho como si esos objetos me acercaran más a él. Al único que quería que me sostuviera en sus brazos.

Entonces me di cuenta que me aferraba a su recuerdo, porque era lo único que me pertenecía de él.





Hola mis amores *o*

Sé que muchos me quieren matar por este capítulo y otros me aman, por la misma razón; Ryan e.e 

(Desahogos en los comentarios, cuéntenme lo que sienten) 

Y acertaron, la colonia de Sam huele a vainilla :3

PD: Gracias a BigiceHeart por la hermosa portada, un beso enorme para ti! 

Nos leemos el próximo fin de semana, los ama tía Lisa!  


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