Tulpa

By CandyVonBitter

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Abi Ege es un joven turco que se muda a una nueva ciudad para estudiar la carrera que sus padres pensaron par... More

Capítulo 1: Entre las paredes
Capítulo 2: Esclavo
Capítulo 3: Un romance particular
Capítulo 4: Respuestas
Capítulo 5: Consecuencias
Capítulo 6: Contacto
Capítulo 8: Trato de sangre
Capítulo 9: Sex doll

Capítulo 7: No vayas a dormir

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By CandyVonBitter


El caso en verdad sucedía en Córdoba. La pareja con la que había conversado Ra sólo había estado en la misma provincia que ellos para asistir a la boda igualitaria de unos amigos. El viaje en colectivo y la estancia en un hotel con tres camas individuales, una menos utilizada que las otras, fueron pagados directamente desde el bolsillo del brujo pero este le calmó diciéndole que ya recuperarían todo al final del trabajo.

La historia era simple y conocida: había bastado un solo cambio en la vida diaria de la pareja para se vieran sumergidos en un mundo completamente distinto contra el cual no sabían de qué manera defenderse. Abi pensó que podía simpatizar con eso. Desde que aquella perturbación en sus aguas cotidianas se diera, sus noches de sueño se habían visto salpicadas de pesadillas que a veces parecían incluso seguirlo durante sus horas de vigía. Los primeros días, según le fueron contando a Ra a medida que arreglaban el asunto, pensaron que sólo era estrés por el trabajo y asuntos familiares, con uno de sus padres encerrado en el hospital por una mala condición del corazón. Parecía una explicación perfectamente válida y estuvieron contentos por ella por un tiempo, hasta que esta dejó de ser suficiente y el insomnio comenzó a afectarles de manera perceptible en su día a día. Se daban cuenta de que no podían seguir de ese modo, ¿pero qué más podían hacer?

No se daban cuenta de lo afortunados que habían sido entonces hasta el día en que, cuando por fin consiguieron una noche de sueño completo, amanecían con diferentes marcas por todo su cuerpo. Desde rasguños, moretones hasta un hombro dislocado, no recordaban qué habían soñado y sólo podían ver los resultados. Mencionaron que si hubiera sido uno de ellos a lo mejor habrían creído que uno se había vuelto histérico en estado sonámbulo y atacado al otro sin saberlo, ¿pero los dos? ¿Y cada noche sin que se despertaran? Uno de ellos le acabó reconociendo al brujo que tenía terror a conducir en cualquier dirección por si se quedaba dormido encima del volante, lo que era no poco inconveniente considerando que uno de sus trabajos aparte mientras estudiaba su carrera incluía precisamente realizar entregas. Así, continuar en las mismas era algo que con el paso de los días menos podían permitirse. Ellos solos no tenían idea de qué hacer.

Lo único que sabían que sus días habían empeorado desde el momento en que se trajeron de los padres ya fallecidos de uno de ellos una caja con diferentes pertenencias, esperando encontrar algo que valiera la pena conservar o vender en línea. Entre ellas había una caja de madera con una agarradera de cuerda a un costado para llevarla como un bolso. Adentro un muñeco de ventrílocuo que uno de ellos recordaba era el pasatiempo cuando adolescente de su madre. Llegó a ser el entretenimiento de más de un par de niños durante sus fiestas de cumpleaños, pero luego de un tiempo había llegado el matrimonio, hijos y el mismo había ocupado su justo lugar entre el valle de los recuerdos que sólo las personas ajenas acababan desenterrando.

Los dos lo habían visto nada más en fotografías y alguna grabación de un evento familiar, coloreado en tonos de blanco y negro primero y luego en sepia hasta que en el regazo materno ocupó en cambio el bulto de una criatura que requería más atención. Fanáticos del género del horror como ellos eran, les parecieron fascinantes los grandes ojos marrones de cristal que sólo parpadeaban bajo orden, la cabeza de madera barnizada demasiado pequeña y los labios ligeramente rojos abriéndose para revelar un rectángulo oscuro sin dientes. Se les hizo en cierta forma adorable, con su pequeño traje marinero azul y pantalones a rayas grises. Su anterior dueña debía haber seguido su mantenimiento incluso si ya no lo sacaba tan seguido como antes, porque cuando llegó a sus manos la ropa sólo tenía un descocido y tenía todos los pelos de su cabeza en su lugar, manteniendo todavía ese pequeño rizo sobre la frente.

No tenían idea de ventriloquismo. Se dijeron que luego buscarían tutoriales o algo así, luego, cuando tuvieran tiempo. Mandaron hacer en la carpintería de una amiga una pequeña silla para tenerlo sentado en la sala, debajo de la ventana y cerca de un florero alto para que pareciera más un pequeño aventurero reflexionando sobre su último viaje en el mar. Lo llamaron Pepe, tal como aparecía grabado en la caja.

¿Pepe?, preguntó Abi, quien también había visto películas de horror y se podía imaginar adónde desembocaría todo.

Pepe, reafirmó Ra. Porque era chiquito y les recordó al dichoso grillo molesto de Pinocho.

Desde el momento en que lo ubicaron en su trono, las pesadillas habían empezado. No realizaron la conexión hasta que las sombras oscuras que a veces veían por el borde de los ojos comenzaron a aparecer de frente y las cosas que creían estaban en un sitio de pronto no estaban en ninguno. Intentaron deshacerse de él arrojándolo a la basura, dejándolo dentro de su estuche en el parque cuando nadie estaba mirando, vendiéndolo en línea junto a las otras pertenencias viejas, destrozándolo a martillazos, viéndolo reducirse a cenizas en el centro de una fogata y arrojándolo desde el borde de un edificio de siete pisos. Todo lo cual sólo había servido para encontrarlo de vuelta en donde estaba, intacto y con su sonrisa de madera pintada dándoles la bienvenida a su propio infierno.

Por supuesto que tenían miedo, pero no sabían qué hacer. Habían realizado el viaje con la excusa de hacer caso de la invitación de sus amigos, pero consideraban seriamente dejar abandonada su casa, adonde no se sentían seguros, para marcharse a cualquier otra provincia, incluso otro país, con tal de no tener que enfrentarse a lo que sabían les esperaba. Sus noches en la cama del hotel habían sido las primeras libres de pesadillas que habían logrado tener en demasiado tiempo. Sólo podían agradecer al cielo que el muñeco no los hubiera seguido.

Cuando Ra los interceptó en la cafetería aquella mañana, estaban discutiendo el utilizar o no los ahorros que habían estado juntando para comprar una nueva cocina y rentar algún lugar pequeño en la provincia. La aparición del brujo con su oferta de eliminarles ese problema de encima había sido tan fortuita que al mismo le había costado lo suyo de que no sólo sabía el problema que enfrentaban, sino que podía resolverlo si le daban la oportunidad. Después de haberles soltado unos cuantos detalles que el oráculo le había informado por teléfono, resultó más sencillo convencerlos de que no se trataba de una broma complicada.

Ra creía que aun sin eso no le hubiera sido difícil conseguir que le entregaran la llave de su humilde hogar. Se habían llevado en previsión las cosas más valiosas que poseían con ellos (nada muy importante para empezar, más que nada laptops y cámaras profesionales), el resto podían reponerlo si hacía falta. Le dijeron que preferían esperar a la distancia por noticias antes de decidirse por hacer cualquier cosa drástica, pero que de ninguna manera querían volver y encontrar de nuevo a ese muñeco mirándolos con sus ojos de cristal.

-Lo primero que vale la pena tener claro –le explicó Ra a Abi en el interior de su habitación de hotel, mientras Alex acomodaba sus prendas en los muebles tras sacarlas de sus maletas y el brujo iba entre sus propias pertenencias para buscar otra combinación de ropa- es que el muñeco en sí no tiene nada. No es que él esté vivo ni nada por el estilo. Lo que sea que los haya escogido está usando al juguete como su teléfono personal para conectarse con esta realidad. Así lo hizo porque era lo bastante viejo para haber acumulado su buena cantidad de energía. Dijeron que la madre solía sacarlo mucho para entretener cuando era joven. Algo así normalmente acaba adquiriendo un poco de vida propia y, desde luego, eso atrae a otras cosas que quieren estar vivas. Es lo más cercano que van a tener hasta que reúnan toda la energía que necesitan para tener su forma física.

El hombre mayor empezó a cambiarse de ropa. Abi tragó, mirando de reojo al rubio.

-Y supongo que esa cosa se andaba alimentando de ellos dándoles esas pesadillas y no dejándoles dormir, ¿no? Justo para tener el cuerpo que quieren.

-Esa sería mi primera suposición, pibe, pero la verdad no lo sabremos hasta que vayamos y pasemos la noche allá nosotros mismos. Te sorprendería descubrir cuántos entes sólo disfrutan molestando a las personas –Ra se quitó el calzados a patadas en el talón para cambiar igualmente sus calcetines. Luego de que volviera a cubrirse los pies, se puso de pie para acabar de abotonar su camisa-. ¿Vas a ir así?

Abi sabía por qué lo decía: habían viajado por suficientes horas para que tuvieran desayuno y pasaran la noche en el colectivo. Desde el momento en que el brujo les mencionó que unos de los efectos de la posesión eran perturbaciones del sueño, estaba claro que iban a intentar dormir en su mismo lugar.

-¿Tenemos que ir ahora?

-Pibe, es de día y nosotros somos desconocidos para él. No nos va a hacer nada apenas crucemos la puerta. De todos modos tengo que ir a ir probando las aguas y sería bueno que viniera el tulpa conmigo, por si acaso.

-Y si va él yo tengo que ir, ¿no?

Ra lo miró como preguntándole cuál creía que era la respuesta. El más joven giró los ojos y se volvió hacia los muebles que ahora estaban llenos con sus prendas para un cambio.

En cuanto estuvieron listos, salieron del hotel. En general este era agradable, humilde pero no exactamente barato y Abi se podía imaginar a su familia usándolo para unas vacaciones a la provincia. Excepto por las complicaciones de las mudanzas, las cuales básicamente requerían de él ir de un punto al otro, no había realizado ningún viaje fuera de Buenas Aires desde que era muy pequeño y sus padres podían traerlo para un trabajo de campo porque no querían dejarlo solo en casa.

Fueran otras circunstancias, habría encontrado el hecho interesante y habría buscado aunque fuera una atracción que no pudiera encontrar en casa. Se tomaría su tiempo recorriendo las calles y reconociendo las diferencias o similitudes entre los edificios respecto a los que ya conocía. Compraría alfajores tradicionales. Buscaría pequeños recuerdos con el nombre del lugar adonde estaban para poder regarlos a sus parientes. Pero después de todo lo que había pasado, en lo último que podía pensar era en realizar turismo mientras caminaba un poco detrás de Ra y Alex pegado a su lado como un perro leal.

En lugar de tiendas, veía rostros. En lugar de admirar facciones atractivas, estilos de peinado que le gustaría probar o incluso cuerpos de formas sugerentes, se encontraba mirando sus rostros y preguntándose cuántos de ellos guardaban tras ellos secretos como los que él participaba desde que encontrara a Alex. ¿Cómo sabía ahora siquiera que eran humanos? A lo mejor podía quedarse tranquilos sobre si eran o no otros tulpas si el rubio no mostraba ninguna reacción evidente, pero ¿qué sabía él acerca del otro tipo de criaturas humanoides que pululaban la tierra sin que jamás fueran del conocimiento público?

La magia era real. Los libro de fantasía podían estar equivocados todavía (no tenía que mirar más lejos teniendo cerca a Ra, cuya forma de comportarse no podría estar más lejos que la de Gandalf o Dumbledore), pero habían acertado en eso. ¿Qué decía eso acerca del mundo a su alrededor, acerca de lo que era posible o no? ¿Acerca de lo que era real en sí mismo?

En su departamento esas dudas eran relativamente fáciles de ignorar. No había razón para ocuparse de ellas. Sólo tenía que seguir adelante con su día a día y el cambio más significativo era cómo ocupar las horas que no pasaba estudiando o asistiendo a clases, buscando en cambie entre los clasificados opciones viables y diciendo vaguedades a sus padres por teléfono. Pero en los últimos días ya no podía pretender que todo seguía siendo normal. Gente moría en frente de sus ojos chillando. Monstruos cambia formas peleaban dándose golpes tan fuertes que sentía la vibración en el aire a la distancia y rugían como bestias que nunca había conocido.

El realizar ese viaje sólo acababa de cimentar la noción de que todo había cambiado y, peor, no volverían a la normalidad en ningún momento. Cualquier sentido de seguridad que hubiera tenido en su cotidianeidad era inválido. Seguir al brujo con la protección de su involuntario tulpa al menos le permitía pretender que tenía un objetivo que seguir, pero no podía negar la tranquilidad que le hubiera reportado al menos poder imaginarse cuál iba a ser su destino final. Uno en el que las personas con las que entrara en contacto, incluyéndolo a él mismo, pudiera conservar todos sus miembros intactos y nadie tuviera que volver a irse de una manera así.

El hogar de la pareja era una casa de dos pisos unidas con otras. El hecho de que en el interior resultara ser una vivienda más que agradable le confirmó la gravedad de la misión en la que estaba; únicamente algo de verdad terrible sería capaz de volver tan sencilla la decisión de abandonar el sitio. Ni bien los dos atravesaron la puerta que el brujo había abierto, vieron al muñeco dándoles la bienvenida desde su asiento encima de un mueble y bajo la ventana, su coronilla de cabellos falsos iluminados por el sol.

Tenía una espantosa cara de pura inocencia con rosadas mejillas y la forma en que se doblaba un poco el cuerpo parecía sugerir que estaba completamente indefenso, casi un reto para que alguien viniera a tratar a quitarlo de su lugar. Abi no podía saber si era subjetividad suya o una impresión válida, pero se sentía una sensación opresora en el aire, como si algo se estuviera quemando en el horno y todas las ventanas estuvieran cerradas. Al dar un paso su hombro tropezó con el costado del rubio y entonces pudo notar lo tenso que estaba. Observaba a su alrededores, barriéndolos con sus ojos tornasolados, y la nariz fruncida. Se le había acercado todavía más que antes, y en cuanto Abi dio un paso atrás, más que nada por la sorpresa de encontrarlo de repente tan próximo, el tulpa se movió para no romper la distancia.

-No va a pasar nada –le dijo Abi, temiendo que fuera a desgarrarse las vestiduras de nuevo-. Vamos a estar bien, tranquilo.

Alex le dirigió una mirada compungida antes de dejar que sus hombres cayeran en una inmediata relajación de sus músculos. Segundos más tarde, incluso esa expresión acabó desapareciendo de su rostro como si nunca se hubiera preocupado en primer lugar.

-Juro que no entiendo el gusto para decoración de ciertas personas –comentó Ra adelantándose y a tomar el muñeco en sus manos. El muñeco se movió como tal entre sus manos y no hizo nada por impedir que el brujo le inspeccionara, dándole la vuelta e incluso subiéndole la ropa para revelar más piel de madera-. Esta cosa la verdad es espantosa. Parece un niño que no va a sobrevivir más allá del año.

-Para nada morboso, ¿eh? –comentó Abi con una mueca de, acercándose tentativamente.

-No me prestes atención, pibe –Ra seguía girando el muñeco. Lo miraba desde cada punto posible, cada extremo, buscando-. Siempre he odiado las cosas así, que parecen humanos pero no lo son. Ese rechazo tiene nombre y todo, pero no lo recuerdo o nunca me molesté en aprenderlo. Por lo menos los tulpas se mueven y a veces tienen un esbozo de personalidad. Pueden engañarte si no sabes de antemano lo que son. Con estas cosas nunca acabas de estar seguro.

Ra dejó al juguete acostado sobre la cómoda y le posó la mano extendida encima, sin tocarlo. A pesar de que era la primera vez de que lo veía hacer algo así, a Abi no le costó asumir que estaba dejando a su extremidad actuar como una especie de detector. De momento daba la impresión de que no había encontrado digno de mencionarse, de modo que Abi se permitió calmarse un poco, sólo un poco.

-¿No habías dicho que no estaba posesionado de por sí?

-Y es verdad, pero, incluso sabiendo eso, ¿tú querrías tener una cosa así mirándote mientras duermes?

Ni siquiera le gustaba cuando Alex se le quedaba viendo mientras dormía. La idea de reemplazar la cara del rubio por la de ese juguete le envió un escalofrío por la espalda. Ra agitó su mano en el aire como si se sacudiera agua inconveniente de encima y se volvió hacia él.

-Nadie está usando la línea ahora. Supongo que es por eso que han podido destruirlo tan fácil antes y no es hasta la mañana siguiente que lo vuelven a encontrar. No tenemos otra opción que pasar aquí la noche. Tengo que averiguar qué clase de ente es.

-¿Y después qué? –inquirió Abi, cruzándose de brazos-. Ellos ni se acordaban de lo que habían soñado al levantarse.

-Obviamente que eso va a tener que ser distinto para nosotros, pibe. Pero de momento no vamos a conseguir nada concreto aquí –Ra abrió la ventana sobre la silla pero de poco sirvió para distender el ambiente opresivo. El hombre tocó la pared alrededor con la punta de sus dedos y frunció el ceño-. Sea lo que sea que hayan pasado, ha sido un infierno estos últimos meses. Han considerado suicidio incluso.

-¿Te han dicho ellos eso a vos? –preguntó, imaginando que la respuesta sería negativa.

-No –le dio la razón el brujo-. No te olvides, pibe, las paredes hablan. Y estas parecen Poe en un subidón de opio. Aunque, quién sabe, no todo tiene que ser culpa del ente. Se puede sufrir perfectamente sin ayuda de terceros. ¡Bueno! –dijo de pronto, poniéndose las manos a la cadera y sonriente-. Vamos a entretenernos mientras tanto. Nos va a valer gastar todas las energías posibles para tener el sueño rápido. Podemos aprovechar de tener un almuerzo decente en algún buen sitio.

-Che –dijo Abi, deteniéndole un brazo. El hombre estaba a punto de salir de nuevo por la puerta antes de girarse hacia su llamado de atención-. ¿Vos no has conocido a Poe o sí? Es que me sonó a frase rara lo que dijiste.

Acababa de darse cuenta de que en realidad no tenía la menor idea de qué edad le podía dar a Ra. No sabría exactamente explicar de qué manera, pero no era un viejo sabio con cuerpo joven en el sentido tradicional y definitivamente tampoco una simple persona cerca de sus treinta años. Ra arqueó una ceja y soltó un resoplido de risa. Abi ya estaba lamentando haber inquirido.

-No personalmente, pero conocíamos gente en común. Si hubiera sido así se habría muerto enganchado a algo mejor y se iba más contento. Todo pasó en otra vida. Vamos, pibe. Tengo antojo por algo de carne.

Y carne fue lo que les sirvieron en el primer restaurante que encontraron que estaba orgulloso de anunciar que servían el auténtico saber del asado argentino. Abi no tenía ninguna preferencia, de modo que el brujo ordenó una mini parilla con salchichas y chorizos además de unos pedazos de costilla de cerdo. Alex podía comer bajo orden de modo que no quedara tan extraño que fuera el único con un plato vacío. No eran los únicos que habían entrado con la misma idea y el olor de la carne flotaba en al aire. A pesar de que la idea de comer lo que fuera le había parecido imposible, Abi sentía a su apetito abriéndose.

-Después vamos iremos al centro comercial –anunció Ra-. Saqué una buena cantidad para que podamos entretenernos sin problemas. ¿Quieres ir a ver algo?

-Como quieras –dijo Abi, encogiéndose de hombros.

El hombre giró los ojos y le dio un golpecito en la pantorrilla con el pie bajo la mesa. Confundido y más que nada por automatismo, Abi le devolvió el golpe pero la pierna de Ra subió sobre su rodilla a tiempo para evitarle.

-¿Qué? –preguntó Abi, molesto.

-Deja de poner esa cara de sufrido. La gente va a empezar a creer que estoy terminando contigo o algo así.

-¿Y qué querés que haga? ¿Que me ponga a celebrar?

-La verdad, pibe, sí, lo preferiría. Incluso si lo finges. Cualquier cosa mejor que andar haciendo tu propio funeral antes de que nada malo haya pasado. No vas a estar presente en tu propio funeral, así que ¿para qué preocuparse de antemano?

Abi se reacomodó en la silla. Entendía lo que decía y por qué lo decía, pero no podía evitarlo tampoco. No sabían contra qué se iban a enfrentar, de qué manera iba a afectarles o cómo iban a "cortar la línea", para usar la analogía del brujo. Entonces se sobresaltó cuando sintió los dedos del pie de brujo subir por el interior de sus muslos. Abi cerró las piernas y miró escandalizado al brujo, el cual se encogió de hombros a su vez y sonrió con aparente candidez. Alex parpadeó, observándolos a ambos sin entender-

-Sólo intento distraerte –justificó el brujo.

Su pierna seguía subiendo y bajando. Abi podía sentir el movimiento de sus dedos abriéndose.

-¿Andás descalzo ahora?

-Tengo el calcetín todavía, por supuesto. El mantel es largo. Nadie tiene que ver nada si actúas con normalidad y no armas un escándalo.

-Alto, no estarás sugiriendo lo que creo que estás sugiriendo.

-¿Por qué no? –La sonrisa del brujo se amplió y apoyó el mentón sobre sus nudillos-. ¿O no me dirás que sería la primera vez en un lugar público además de la universidad adonde hagas cosas de chico malo? Porque puede que no te lo crea.

Abi giró la cabeza a los lados. Lo único que parecía pendiente de su reacción y de sus movimientos era Alex, inclinando la cabeza a su lado, al parecer confundido de que lo percibiera perturbado pero hubiera una amenaza inminente. Todo mundo estaba más concentrado en sus almuerzos. Tres mesas habían sido juntadas para abastecer a una familia cuyos hombres hablaban tal vez demasiado alto. No había niños a la vista, componiéndose toda la clientela de adultos, y eso sólo le quitó en gran parte su aprensión. Prefería creer que si los hubiera al hombre ni siquiera se le habría ocurrido proponer semejante cosa.

-Bueno, no –admitió Abi, irguiéndose y tratando, ahora sí, de mantener la compostura incluso cuando el pie volvió a subir y presionó sobre su entrepierna.

De reojo siguió asegurándose de que nadie giraba a verlos y comenzaba a gritar qué estaban haciendo. No podía imaginarse cómo iba a reaccionar si llegaban a una situación así. Morirse de la pena y vergüenza no iba ser suficiente para mitigar a las personas incrédulas de que alguien se le ocurriera hacer esas cosas cerca de donde ellos comían. Curiosamente fue esa idea la que activó el temblor familiar bajo su vientre. Desde su expulsión sabiamente se había limitado a estar con Alex dentro de la seguridad de su propio hogar al como la mayoría de las personas. Pero el deseo todavía estaba ahí. No estaba seguro de qué decía acerca de su capacidad de preservación.

-¿Te gusta algo de peligro, pibe? –siguió picándole el brujo, moviéndose contra la erección que Abi estaba seguro ya era sólida bajo sus pantalones-. ¿Probar tu suerte? ¿O es justamente la posibilidad de que puedan atraparte lo que te agrada tanto? ¿Eres un masoquista, pibe?

-Yo... no sé –Recordó el juego en el parque que había hecho con Alex una vez, una fantasía tan vieja como su primera masturbación-. Puede ser. Pero no vas a dejar que nos vean, ¿o sí? No quiero que me denuncien con la policía o algo así.

Por un momento el surrealismo del momento le abrumó hasta límites absurdos. Jamás había pensado hasta entonces que estaría hablando con nadie sobre hacer algo penado por la ley. En verdad podía considerarse afortunad de que la universidad no hubiera presentado cargos y se limitara a la expulsión. Tampoco se trataba de seguir probando su suerte hasta que le sorprendiera el momento en que inevitablemente se agotara.

No importaba qué tan bien supiera mover alguien su pie y manejar los dedos. A la mierda lo que quisiera y la fantasía, la realidad por fuerza era otra cosa. Si le seguía presionando por ese camino sin la menor garantía estaba dispuesto a detenerlo todo y atragantarse de asado para que toda la sangre dirigida hacia abajo fuera corriendo a sus mandíbulas.

-No te preocupes, pibe. Jamás se enterarán de nada –dijo el brujo. Su voz había adquirido cierta cualidad susurrante y vibraba dentro de sus oídos. Abi no podía concentrarse más en las otras personas, los labios oscuros del hombre y la forma en que se los lamía, mordiéndoselos un poco, eran mucho más llamativos a sus ojos-. Sería un gran problema para mí si tuviera que sacarte de la cárcel.

-¿Che, y vos qué...? –Abi se interrumpió a sí mismo dando un respingo, para luego intentar acallarlo en vano tapándose la boca.

Acababa de sentir de nuevo la presión del pie del brujo, en especial de sus dedos, y de una forma más próxima que antes. Un rápido vistazo le aseguro que de alguna manera (mágica, cómo no) tenía la bragueta del pantalón abierta y no quedaba más que un calcetín y la delgada tela elástica de su ropa interior separando sus pieles. Otro vistazo le aseguró que todavía nadie les prestaba atención y se relajó un poco. Las caricias continuaron de arriba abajo por el monte de su miembro. Alex se acercó a la mesa, poniéndose casi al borde de la silla, tanto para cubrirse con el mantel como para mejorar la fricción.

-Tú eres de los que nunca aprenden, pibe –recalcó el brujo con un tono casi risueño-. Pero está bien. Me gustas así.

-¿De qué me hablás? Vos sos el que empezó –le contraatacó Abi y sintió que una fuerza invisible le baja la ropa interior, dejando a su glande exponerse a los elementos antes de que el pie ayudara a descubrir el tronco. Abrió algo más las piernas-. Yo no pedí esto.

-Pero qué bien dispuesto que estuviste ni bien se te presenta la oportunidad, ¿no?

El jugueteó continuaba. Atrapado su tronco entre el dedo más gordo y el que le seguía, Ra iba de arriba abajo en un ritmo lento mientras encima de la mesa tanto su postura como su expresión indicarían a las personas que ellos dos sólo disfrutaban de una agradable conversación privada. Ni siquiera quería imaginar qué pinta presentaba él.

-Sólo porque vos has dicho que no iban a vernos –dijo, apretando los dientes-. Digo yo, para algo te debe servir la magia además de para bajarme los pantalones.

-Lo dices como si me hiciera falta ayuda para bajártelos.

-Andá a cagar –escupió Abi, empezando a irritarse y cerró las piernas-. Te lo digo en serio. No quiero más problemas.

-Lo sé –dijo Ra, y Abi sintió a su talón apoyarse en su rodilla, como si ahora lo estuviera usando como un mueble más para estirar la pierna-. Y ya te he dado mi palabra de que nadie te iba a ver. Alguien podría ocupar una silla justo adonde tu precioso tulpa está y ni incluso esa persona se enteraría. Pero como estaba de tan buen humor hace un momento, se me ocurrió la osadía de querer bromear contigo un poco.

-A lo mejor yo no estoy de humor para bromas a mi costa, sobre todo por algo así.

-¿Entonces en qué quedamos, pibe?

Abi bajó la mirada. Sabiendo la clase de cosas que sucedían alrededor y por causa de Ra, una hazaña como la que mencionaba no debería ser la gran cosa. Lo sabía de modo que, rendido y admitiendo la derrota, Abi volvió a darle libre acceso separando las piernas en lugar de pronunciar cualquier tipo de disculpa. Tomó una inspiración profunda y le dio un sutil cabeceo para darle permiso. La tela de algodón de un calcetín entró nuevamente en contacto con él.

Fue justo en ese momento que el mesero apareció por el pasillo de mesas, trayendo la mini parilla con sus humeantes pedidos cocinándose encima del carbón, al lado de una delgada superficie con un par de platos con papas fritas que puso en frente de todos modos Alex. En la otra mano llevaba un par de botellas de la cerveza que el brujo había pedido. Diligente, se las abrió con un solo movimiento de muñeca armada del útil instrumento y les sirvió el primer vaso a los tres.

Ra le agradeció por la asistencia y le pidió que dejara a la carne sola, que cada uno iba a servirse lo que quería. Alex tomó el vaso con la bebida amarillenta y lo acercó a su nariz para olfatearlo. Luego le dio una lamida tentativa y, al parecer sin encontrarle nada digno de objetar, tomó el primer trago. Tenía órdenes de pretender que disfrutaba del almuerzo igual que ellos y eso nada más era su forma de acatarlo. Abi tenía la cabeza obstinadamente fija en la mesa y deseaba ahogarse en la tela blanca sin jamás tener que reconocer la existencia de nadie. Mantuvo la boca durante todo el rato que el mesero estuvo cerca, inclinado hacia el frente de la mesa para cubrir lo más posible su regazo. Ni siquiera creía poder respirar en paz hasta que el mesero, sin haberle dirigido siquiera una segunda mirada, se alejaba.

-Si quieres continuar puedes pedírselo a tu tulpa –dijo Ra, usando el tenedor para ensartar a un chorizo y agregando un par de salchichas a su plato-. Ni siquiera te miraré si eso te pone incómodo.

-¿Cómo...? –Abi de verdad no entendía.

-Es hora de comer, pibe, y yo pienso disfrutarlo. Si tú también quieres hacerlo, adelante, y si quieres todavía más, sólo lo pedimos. Invito yo.

Abi comió la carne con su acompañamiento y no fue necesario pedir más, pues con eso tuvo suficiente. La comida estaba deliciosa, como podía esperar, y se sintió agradablemente lleno. Pero el orgasmo frustrado le dejó con el ánimo bajo y recordando con más fuerza que antes que no sabía lo que le esperaba esa noche. Por lo menos el hombre había tenido la delicadeza de arreglarle la ropa y dejarle a él mismo subirse la bragueta, usando la excusa de que debía recoger un tenedor de debajo de la mesa, luego de que fuera evidente que no necesitaba un servicio extra de Alex.

Sabía que habría resuelto su descontento tan fácil como señalar hacia abajo fijándose especialmente en el rubio, pero no era eso lo que quería. No quería tener que ordenarle a la gente hacer locuras por las cuales seguramente luego se arrepentiría. A pesar de los dimes y diretes y discusiones que tenía con el brujo, eran discusiones reales esperables en cualquier relación humana. Había jugado con él con su permiso porque así le había apetecido, porque esa fue su elección. Y ahora su elección había sido dejarlo colgado mientras almorzaban. Los pocos intentos de conversación del hombre mayor se veían frustrado ni bien pasaba de su boca al exterior, encontrando monosílabos y algún otro sonido indefinido por respuesta. Por fortuna no hubo presión para que eso cambiara de inmediato.

Después de que hubieran terminado la cerveza y Ra pagara la cuenta con una tarjeta que Abi, por alguna razón, no esperaba que tuviera, los tres salieron del restaurante.

-Ahora iremos al centro comercial –anunció el brujo, aunque nadie se lo preguntó-. Quizá vea algo de ropa ya que estamos ahí. Un nuevo par de zapatillas. ¿Alguna idea para luego de ahí?

-No –respondió Abi-. La verdad no tengo ganas de pasear. Creo que prefiero regresar al hotel a dormir un poco.

-¿Así que vas a seguir en esas? –dijo el brujo con patente hastio.

Abi iba a espetarle a qué se refería cuando sintió que le tiraba de su muñeca y le empujaba contra una pared. No fue un golpetón brusco y Abi podría haberse escabullido si lo hubiera querido, pero la sorpresa volvió a sus pies manejables y ni siquiera se enteró de qué estaba sucediendo hasta que su espalda impactó con la pared de un edificio. Su "qué carajo" se vio ahogado por la boca del brujo y su lengua demasiado grande para su boca dejándole un sabor ahumado dentro de la suya.

Estaban en la entrada de una galería en la que sólo unas tiendas seguían abiertas, mientras el resto permanecían cerradas durante las horas de la siesta, mientras varios argentinos dejaban a la comida asentarse encima de sus camas o cualquier superficie que encontraran para abandonarse al sueño. La pared contra la que había sido llevado era de una tienda de ropa para niños en todos los colores del arcoíris. Abi no vio al primer momento nada de eso. Después del beso salido de la nada el brujo fue empujado a su vez (y con verdadera fuerza) atrás por la mano de Alex, tomándole del brazo hasta el punto que el brujo esbozó una clara mueca de dolor.

Abi se lamió los labios, húmedos de saliva ajena, y agitó la cabeza para despejarse.

-Alex, soltale –ordenó y, luego de que este hiciera caso, fulminando todavía al brujo con los ojos, se irguió para inquirirle a este-. ¿Para qué fue eso?

-¿Qué parecía, pibe? –El brujo, frotándose la extremidad que el tulpa había agarrado, hizo un gesto a la calle-. No hay nadie aquí y si lo hay no van a escuchar ni oír fuera de lo ordinario. Tenemos tiempo que matar, así que bien podríamos hacerlo pasando un buen momento. Lamento haberte dejado con las ganas antes. Puedo imaginarme lo incómodo que debe ser. Todavía recuerdo ciertas cosas. Por eso te ofrezco esto para hacer la paz de nuevo.

-Pero si vos no tenés que hacer nada de eso, no estoy molesto contigo –aclaró Abi, escandalizado-. ¿Y cómo se te ocurre aquí en la calle?

-Lo mismo podría decirse del restaurante, ¿no? Pero –El brujo rebuscó en un bolsillo interior de su abrigo. A Abi no le había tomado más que una mirada para darse cuenta de que el abrigo, aparte de gastado, también había sido modificado con varios parches de distintas telas para poder llegar distintas cosas. En algún lado de esos cosidos se encontraba la navaja antigua de la cual nunca se separaba, pero ahora de su mano pendía un collar con un pendiente hecho de una pata petrificada de alguna especie de reptil- para hacerte sentir mejor puedes ponerte esto. Altera la percepción de la gente a tu alrededor para que te confundan con cualquier cosa del fondo. Como yo creé esta cosa y tu tulpa es, bueno, tu tulpa, sólo nosotros podremos verte. Pruébatelo y verás.

Abi tomó el collar en sus manos para examinarlo más de cerca y comprobar que sí, definitivamente era la pata de un camaleón. Un compañero suyo en la primaria había tenido uno de mascota y le encantaba invitar a otros a su casa sólo por el placer de presumirlo. A algunos les daba asco, a otros les fascinaba, pero en lo que todos estuvieron de acuerdo era en que su camuflaje no funcionaba de la misma manera en que tantas animaciones infantiles daban a entender.

-¿Lo decís en serio? –preguntó.

-Sí, pibe.

El brujo volvió a tomar un paso al frente y a Abi llegó el olor de su colonia como no lo había hecho en el restaurante. Era una fragancia imposible de escapar de la cual sólo quería seguir aspirando y hacerlo era no olvidarse que sólo un paso los estaba separando. Los dedos de los pies se le apretaron adentro de las zapatillas. Esa también había sido una fantasía secreta. Hacerlo en frente de todo mundo y que nadie pudiera impedírselo. Le daba vergüenza pero más conseguía ganarle la excitación al plantar esa imagen en su mente.

-Te juro que ya no sé cuál de los dos es peor, si vos o yo –comentó Abi colocándose por encima de la cabeza el colgante.

-Creo que estamos mejor considerándolo un empate.

La extraña pieza de joyería acabó colgando de su pecho todavía bastante visible.

-No siento ninguna diferencia –acotó el joven.

-Mira detrás de ti.

Abi lo hizo y la impresión del hecho le horrorizó al primer segundo. Detrás de él, adonde estaba la vidriera del negocio, sólo aparecían los reflejos tanto de Alex como de Ra. A sus pies no había ninguna sombra. Era como si para el mundo exterior hubiera dejado de existir. Esa idea podría haber sido aterrado en otras circunstancias, de no haberlo buscado él mismo para empezar, y ahora sólo le agradó esa posibilidad.

-Carajo –comentó, moviendo una mano en vano. Ni siquiera poniendo la palma contra la misma superficie se notaba. Se volvió hacia el brujo, que sonreía complacido-. ¿Y vos no tenés que hacer nada?

-Hace años que dejé de necesitar esa cosa. La llevo más que nada por si acaso.

Abi observó a su tulpa.

-¿Y qué con Alex?

-Puedo extender la misma ilusión alrededor de nosotros. Es lo mismo que hacía en el restaurante. No es que nos volvemos invisibles como tú ahora, pero sí que cambia la percepción de la gente al dirigirnos sus ojos. Para ellos no hay nada ahí que les llame la atención –El brujo tomó un paso al frente y le colocó una de sus amplias manos en el cuello, transmitiéndole la calidez de su piel endurecida. Su pulgar le acarició debajo de una oreja y presionó ligeramente la zona-, ¿Qué dices, pibe? ¿Algo de entretenimiento inofensivo?

-Se me hace que vos ya sabés la respuesta a eso.

-Quiero escuchártelo decir.

En lugar de decirlo, Abi le atrajo hacia sí y volvió a unir sus bocas en medio de una inspiración intoxicada con su perfume. Ra le rodeó las cinturas y le apretó las nalgas sobre sus pantalones, moviéndolo con suavidad de nuevo contra la tienda de ropa. Abi ya tenía una considerable hinchazón en los pantalones que la mano del brujo vino a empeorar apoyándole la palma abierta y masajeando su relieve.

Hacía un día especialmente lindo. Ni frío ni muy cálido con la ocasional brisa refrescante para echarles atrás el cabello y deslizarse sobre sus mejillas acaloradas. Un padre con su hijo adolescente habían aparecido por la esquina y se señalaban uno al otro artículos de interés en la vidriera. Llevaban bolsas de compras cada uno colgando de sus cinturas. Estaban a sólo un par de tiendas de distancia de donde Ra estaba poniéndose de rodillas para abrirle los pantalones y recibir su erección recién liberada en su puño cerrado, empapándolo con su saliva.

Abi se dejó apoyar en la superficie y tomó los cabellos lacios del brujo en su puño. Al volver la vista se frente de encontró con Alex observando la escena invisible que ellos protagonizaban. Abi le hizo un simple gesto para indicarle que se aproximara y el rubio lo hizo. Debajo de su cintura, el brujo se movió un poco a un lado para darle espacio al cuerpo del tulpa, el cual se subió a besarle antes de ponerse igualmente de rodillas para lamer una porción del miembro de su dueño mientras el hombre mayor estaba en la otra.

Jamás en la vida Abi podría haber imaginado que estaría presenciando algo así. Dos lenguas al mismo tiempo atendiendo a su carne, dedicados a ella, uno bajando por sus testículos mientras el otro lameteaba con insistencia la punta. Se sentía uno de esos borrachos que a algunas vez se veían cerca de los kioscos a la noche y a lo mejor tenían casas con sus propios baños a los cuales volver, pero estaban demasiados lejos de sí mismos para que sus vejigas aguantaran el camino y debía descargarse contra la pared que encontraran disponible. Un acto tan íntimo realizado en público por necesidad y conveniencia.

¿Qué excusa tenían ellos para los que estaban haciendo? ¿Qué excusa tenía él para ver y no ver a los transeúntes y alegrarse de que no lo vieran siendo un inconsciente? El hecho de que no lo vieran no negaba la inconsciencia. Y sin embargo estaba duro, se sentía la cabeza ligera y como a punto de marearse, y la escena de las dos bocas alternándose a lo largo de su tronco para esparcir la humedad de sus lenguas rosadas.

Quizá parte de lo maravilloso de semejante experiencia era que no tenía nada que ver con razones o justificaciones. No hacían falta. Simplemente era arrojado en un escenario completamente nuevo con circunstancias hasta entonces desconocidas y era todo lo que necesitaba para estar a punto de tener un orgasmo tan breve como devastador. No quería que así fuera, no quería quedarse en esa línea cuando tenía la oportunidad de llevarla todavía más lejos.

Tenía a la magia de su parte. Podía probar. Tiró suavemente del cabello del cabello del brujo, deshaciendo un poco la perfección de su trenza suelta. El hombre alzó sus preciosos ojos verdes intensos y inclinó la cabeza, haciendo ladear a su miembro mientras se escuchaban los sonidos de succión de Alex.

-Déjame metértela –pidió, jadeante. El hombre jamás le había parecido más atractivo o hermoso que en ese momento. Incluso Alex, ligeramente parecido a su primer flechazo de primaria, nada más era un recuerdo del que podía desprenderse a favor del hombre, de su ánimo pervertido y su completa indiferencia por ser un sujeto decente. En ese momento no existía nadie más-. Por fa, quiero hacerlo.

-Pobre el pibe, ¿no te basta con que la chupen? ¿También tienes que coger en la peatonal? ¿No te da vergüenza?

Abi todavía tenía los dedos enganchados a su cabello. Apretó soltando un gruñido. Prefería mucho ser quien pronunciara las palabras humillantes en lugar de ser quien tuviera que escucharlas.

-¿Yo? No sé qué te querés hacer el alto y moralista. Vos sos el que se la chupa a jovencitos en la calle –Tomó una inspiración y suspiró-. Sos un viejo verde, no me mientas.

-Nunca se me ocurriría, pibe.

Ra pronunció una risita baja mientras se erguía sobre sus pies y le lamió los labios como para dejarle sentir el sabor de su miembro. El líquido preseminal que había logrado saborear había dejado su rastros y Abi dio cuenta de que estaba un poco salado. Esa parte había sido una de sus favoritas cuando hacía lo mismo durante sus juegos de descubrimientos con anteriores parejas y compañeros ocasionales de cama. Compartir su semen en frente de la ignorancia del mundo era algo nuevo, mucho más reprobable y excitante. Abi lo sostuvo un momento de la nuca para "limpiarle" por completo antes de dejarlo moverse hacia la pared, abriéndose los pantalones, los cuales de por sí eran lo bastante sueltos para que se le cayeran hasta los tobillos al momento.

Abi le sobó las nalgas, inmensas y duras. El brujo se inclinó hacia adelante, sosteniéndose con los brazos de la pared. Abi notó que su respiración acelerarse un poco cuando le bajó los calzoncillos blancos por sus piernas. Impulsivamente, guiado sólo por su deseo del hombre, Abi aprovechó que le separaba las piernas para lamer las heridas por el fuego, causando un audible respingo de sorpresa en el mayor. Se detuvo, teniendo un pinchazo de claridad momentánea, como un viento soplando la niebla de su mente.

-¿Te molesta? –preguntó, poniéndose de pie en un tono susurrante, dejando su mano en la cintura.

El hombre mayor meneó la cabeza. Mechones de cabello negro le caían por un costado y Abi se los recogió detrás de la oreja, viéndole sonreír en agradecimiento por el simple gesto.

-No, pibe –le dijo, arqueando la espalda-. Nada más me sorprendiste. No he conocido a muchos fetichistas de las quemaduras.

-No es fetiche por eso –dijo Abi, colocándose a sus espaldas y dejándole sentir su erección entre sus nalgas. Le fascinaba sostenerlas entre sus manos, abrirlas y cerrarlas a su capricho para poder encerrarle y masturbarse. Para poder estar a su altura el hombre debía doblar un poco las piernas y eso le permitió restregarse contra él, como si buscara apresurar le penetración que Abi deponía para seguir tentándole-. Es porque sos vos.

-Muy bonito, pibe, ahora ¿vas a meterla o qué? –gruñó el hombre, habiendo fallado por tercera vez en convencerle de que le hiciera caso.

Abi veía a su ano contraerse, brillando húmedo por el líquido que se escurría de su miembro. No pudo contenerse una sonrisa satisfecha el pequeño hueco contraerse ansiosamente. Le puso una mano al hombro del rubio a su lado, el cual estaba parado a su lado y parecía que sólo deseaba recibir nuevas órdenes para poder participar. Como de costumbre, no hacía falta de utilizar palabras para expresarle lo que deseaba y probablemente habría sabido lo que quería incluso sin él.

Alex se dobló sobre la piel tensada de su amo y la empapó en su saliva por todo lo largo, esparciéndola cuando hacía falta con sus manos delgadas de dedos largos. Cuando las gotas se estiraron hasta el suelo, Abi tomó del cabello de su tulpa desde la nuca y lo hizo erguirse para besarlo mientras entraba en el interior del ansioso brujo. La estrechez del primer anillo del ano le enloqueció, era como un reto que le estaba poniendo para ver si podía superarlo. Después de haber dejado que el hombre se lo hiciera hasta el punto de pronunciar sonidos inesperados, no podía ser menos ante la adversidad y empujó con firmeza, sosteniéndole de las caderas.

El brujo apretaba su rostro sudoroso contra su antebrazo cubierto por la camisa azulada que tenía bajo el abrigo, el cual estaba amontonado en el escalón en la entrada de la galería comercial. Todavía se le escuchaban los gemidos profundos y vibrantes, mezclando jadeos ávidos, de modo que Abi se permitió asumir que estaba lo suficientemente bien para permitirle seguir. No podía imaginarse que el bruo sería de los que le dejaran actuar si no estuviera bien con la situación. Una vez atravesó la primera barrera, se sintió un poco más liberado y pudo empezar el primer movimiento de vaivén.

Ra se movió en su dirección cuando salió, empalándose de un golpe, incapaz de abandonar la sensación de ser penetrado de esa manera. Para poder seguir moviendo sus caderas de manera cómoda, Abi debía mantenerse con los talones en el aire y en esa posición tomó la mano de Alex y se puso a lamerle los dedos índice y del medio. Cuando se los dejó, el rubio se puso en posición detrás de su dueño y le penetró ayudado por la lubricación previa. Abi le apretó rítmicamente.

Ra movió su trasero un poco abajo. No le tomó mucho tiempo a Abi darse cuenta de que buscaba el ángulo ideal y él le ayudó probando distintas posiciones para entrar en su cuerpo, mientras el tulpa entraba hasta sus nudillos. Abi extendió un brazo para atrapar la erección del rubio, siempre dispuesta para todo lo que se le ocurriera, y comenzó a masturbársela cuando sus bocas se juntaron, empujando una contra otra sus lenguas.

El padre y el hijo adolescente se habían alejado hacía tiempo. Lo que ahora tocaba eran un trío de mujeres que podrían recién estar saliendo de su trabajo y debían volver a casa caminando. Sus voces lograban alcanzar a sus oídos. ¿Cómo irían a reaccionar si supieran lo que estaban haciendo bajo la capa invisible sin tener la capa? ¿Los repudiarían, les gritarían, los golpearían? ¿Cómo se supone que una persona presumiblemente normal reaccionaría? No estaba seguro de que él tenía derecho a asumir que él lo sabría.

En una de esas embestidas sintió que el hombre daba una sacudida de la cintura para abajo. Aparentemente había dado en el blanco. Repitió el proceso tal como lo había hecho antes y se vio recompensado con un jadeo sonoro, casi sorprendido. Abi le dio una ligera nalgada antes de continuar. Exprimir su resistencia, la suya y del brujo, era lo que realmente deseaba hacer.

-¿Has llamado a tu mamá ya? –preguntó una voz masculina totalmente desconocida.

Creyó que el corazón se le detenía. Desde ninguna parte, desde otra dimensión, desde el interior de la galería todavía abierta para unos pocos negocios, un par de personas acababan de salir tras haber cerrado el suyo. Una mujer y un hombre. La mujer estaba sacando el celular del bolsillo de sus jeans mientras el hombre ponía el suyo dentro del bolso que colgaba de su cadera. Por un momento se le olvidó el colgante que tenía en el cuello. Se olvidó de la palabra magia. El cuerpo pareció congelársele en el acto, peor que si lo hubieran lanzado en una heladera. La garganta se le cerró como si lo estuvieran ahorcando con su mera presencia.

Estaba metiéndosela a un hombre en medio de la peatonal, a un aparente joven de su misma edad metiéndole los dedos y si quería podía darle un puñetazo a la nuca de la mujer cuando los dos se detuvieron en frente para llevar a cabo su pequeña conversación. No que quería hacerlo, pero súbitamente se dio cuenta de que podía hacerlo, de que a ellos no les costaría nada chocar con ellos y sólo bastaría que se dieran la vuelta para atraparlos todos en una situación que, de verla en una pantalla, sólo sería actuada para causar risas escandalizadas. Él también sería de los que se rieran de la desgracia ajena. Esos idiotas calentones se lo merecían, después de todo, por creerse que tenían derecho a ventilar de esa manera sus pasiones.

-No te detengas, pibe –insistió el brujo, presionando su trasero contra su entrepierna-. Te me estás yendo suave ahí. No te preocupes, no pueden escucharte ni verte. ¡Hey, hijos de puta! –les gritó a la pareja.

Abi miró con horror cómo la mujer hacía un gesto para apartar a una mosca que volaba en frente de su cara, mientras apoyaba el celular contra su rostro, esperando a que la llamada conectara.

-Ahora lo hago. ¿Vas a venir al turno de la tarde?

-¡Oigan! ¿Quieren unirse a la fiesta?–siguió insistiendo el brujo.

Abi quería gritarle que cerrara la boca de una vez, pero se volvió mudo en cuanto escuchó al hombre responderle a su compañera.

-No sé, todavía tengo que ir a una charla en la universidad. No tengo ninguna gana de verla, la verdad. Es la misma porquería sin gracia todos los años.

-¿A que les da envidia lo bien que la mete este machote de aquí?

Al final de sus palabras se oía una risa por la que Abi deseó arrancarle la cabeza. Pero, mirando más allá de paso, se relajó de comprobar que a pesar de que el brujo estaba lejos de ser silencioso ninguno de las dos personas los registraba en absoluto.

-Bueno, cualquier cosa avisa y así dejo arreglado con Marta para que venga –dijo la mujer y se cubrió la oreja libre con la otra mano para escuchar el celular mientras ambos emprendían el camino hacia la esquina, lado a lado-. Sí, mamá. ¿cómo estás? ¿Has podido pagar la cuenta? Si no deja que yo vaya cuando llegue.

-¡Chau, amores! –les despidió Ra alegremente-. ¡Nos veremos en la siguiente cogida!

-¡La puta que te parió, Ra! –exclamó Abi sin energías, reponiéndose poco a poco de la impresión-. Estás loco vos o qué... Casi me muero del susto.

-Lo que estoy es de malas porque tengo una polla blanda metida cuando yo la quiero dura –El hombre le tomó la mano que todavía estaba posada en su cadera y le dio un apretón mientras volvía a restregársele-. No me abandones ahora, pibe. Anda. Te digo por favorcito si quieres y hago de cuenta que me lastimas.

Eso le hizo lanzar una pequeña risa. Si era por los nervios finalmente relajándose o porque el comentario de verdad resultaba gracioso no tenía idea y, la verdad, la diferencia no podría importarle menos. Le aferró de la cintura y, tras tomar unas cuentas aspiraciones, volvió a concentrarse en los dedos del tulpa que apretaban en su interior y la fricción que tenía por delante. Recordar que estaba al aire libre. Recordar que estaba a salvo. Recordar que no pasaba nada malo. La transgresión, lo prohibido, la locura.

Más pronto que tarde, su miembro volvió el estado eréctil de antes y no le costó recordar lo que estaba haciendo antes del descubrimiento, pero especialmente la manera en la cual estaba desbaratando el control del otro hombre. Alex comenzó a pellizcarle los pezones por encima de su remera ligera, aplicándole chupones hambrientos en su cuello descubierto. Abi le apretaba sus nalgas, rememorando emociones fuertes en un parque abandonado por las horas diurnas, incluso una aula usada como nunca debería ser.

El final llegó sin aviso y lo atrapó sin preparación. El gemido salió más potente de su boca y no se sintió en lo absoluto derrotado por eso. Le palmeó el hombro al brujo, el cual continuaba recuperando la respiración recostado contra el pedazo de pared que enmarcaba la pared.

-Dame un segundo, pibe –le pidió el brujo-. Hazme un favor y súbeme la ropa.

Abi se inclinó a subir su propia ropa mientras Alex, tras verle cabeceando para darle el positivo, imitaba su acción.

-¿No puedes hacerlo con magia? –preguntó Abi, extrañado.

-No me puedo concentrar ahora. Y no quiero, mátame.

Abi se agachó para realizarle el favor. Luego, cuando llegó el momento de cerrarle la bragueta, el brujo se dio la vuelta y se acostó en la pared, viéndole realizar la acción. Abi abotonó la parte superior y le dio un beso rápido en los labios, que pareció desconcertar al mayor por unos segundos.

-Gracias –dijo Abi-. No me preguntes por qué.

-No iba a hacerlo –respondió Ra de buen humor, arreglándose el resto de la ropa.

--

A Oráculo no le gustaban muchas cosas. Haber reencarnado en el cuerpo de una mujer con una mente que parecía fluctuar a veces al de un hombre, haciéndole insoportable la idea de tener pechos y una figura claramente femenina, por lo tanto tener a todo mundo tratándolo de "ella" era una de ellas, a veces. Incluso ser una nada flotante sin cuerpo ni sexo sería casi preferible, pero no era así como uno pertenecía a la raza dominante en la tierra y convertirse en alguien capaz de guiar los caminos. Viajar era una perpetua molestia, no importaba en qué época aterrizara su consciencia. Las botas le molestaban y apretaban mientras pasaba por una multitud, siguiendo una sola cabellera rubia tapada por un pañuelo rojo sin que nadie le prestara atención.

Desde la escuela a la casa, como cualquier jovencito común y corriente, pero no por mucho tiempo. Pronto despertaría y Oráculo, cómo no, tendría que encargarse que despertarlo. El joven no lo recordaría de inmediato, pero desde el momento en que empezara a hacerlo cualquier deuda que hubiera tenido con su persona en cualquier vida pasada sería completamente nula y eso estaba más que bien para Oráculo. Mantener favores más allá de la vida y de la muerte también era una molestia, sobre todo cuando estos incluían meterse con los caminos prescritos.

Todas las páginas tendrían que ser rescritas y eso significaba que por un tiempo indefinido todo lo que iba a tener en sus cabezas eran espacios en blanco hasta que cuales fueran las fuerzas responsables se encargaran de actualizar la información. Y eso era sencillamente demasiado molesto sabiendo el gran capítulo importante que se aproximada, un punto de no retorno para más de un personaje. No sabría si estaría todo listo para entonces. A lo mejor se acababa enfrentando al hecho sin tener idea y, vulnerable, ignorante, acabaría con una nueva vida en la tierra, igual que tantas personas todos los días sin la necesidad de tener un gran evento justificándolo.

Oráculo se echó hacia atrás su largo cabello de azul intenso y esperó el momento apropiado para actuar, aunque esta vez ya no tendría las lecturas de los antiguos archivos para servirle de guía. Ahora todo debía ser en base a su propio sentido de la oportunidad. Un trabajo más. Y luego no tenía idea de lo que sucedería.

La posibilidad le daba un poco de miedo, pero, extrañamente, casi lo deseaba también. A lo mejor finalmente se acababa enterando de qué tan bendita supuestamente era la ignorancia.

--

El resto de la tarde la emplearon en el centro comercial. Llegaron a ver una película y sorprendentemente Abi logró disfrutarla sin más pensamientos nefastos que le pusieran mala cara. Las ideas todavía estaban ahí, pero ahora confiaba un poco más en el brujo que antes para que él no permitiera que salieran malparados si estaba en sus manos evitarlo. Incluso si se trataba sólo por la conveniencia de tener a Alex de su parte, al menos ahora podría entrar al ambiente enrarecido de la casa con las paredes depresivas sin pensar inevitablemente que sería la última vez que entraría en cualquier sitio.

El muñeco seguía acostado sobre el mismo mueble adonde se erigía su mismo trono. No parecía que nadie lo hubiera tocado. Cuando ellos entraron por la ventana la única luz que penetraba era de los faroles de la calle. Todas sus compras las habían dejado en su habitación del hotel antes de venir, pero todavía se habían traído un cambio de ropa para la noche, un par de colchones inflables, unos sándwiches de miga con jamón cocido para que les sirviera de cena. También traían un pequeño pollo frito para los únicos que lo necesitaban, supuestamente para ayudarles a dormir más profundo.

En el viaje estos últimos se habían enfriado y Abi se encargó de calentarlos en el horno, Alex se encargó de inflar sus camas con la sola ayuda de sus pulmones (si es que los tenía) sobrenaturales. El tulpa había resultado ser tan efectivo como una bomba y estuvo acomodando las sábanas encima para tener un lecho decente sin que pasaran diez minutos. Cuando Abi regresó con un par de platos llenos de los pollos troceados y los sándwiches tostados a un lado (pues por qué no), Ra estaba sentado en el suelo y había sacado a toda su colección de amuletos y otros instrumentos para colocarlos en forma de abanico en frente de sí, por lo visto decidiendo cuáles serían los mejores para el trabajo. Abi se percató de que había cinco velas blancas colocadas en un círculo alrededor de sus camas todavía en proceso de tenderse.

"Más vale que no acabe quemando algo", pensó Abi, dejando la comida en la mesa antes de llamar al brujo. Terminada su obra, el rubio se reunió con ellos y, sentándose al lado de su dueño, comenzó a frotar su mejilla sobre su hombro. Abi respiró aliviado cuando una jaqueca que había estado asomándose en sus sienes desde hacía rato se retiró en el acto. Esa noche a lo mejor no iba a ser nada diferente a cualquier otra que el tulpa hubiera tenido a su lado, si lo más que hacía el ente aquel había sido devorar lo que sea que le provocara un mal sueño.

-Bueno –dijo, consultando la hora-. Ya casi son las diez. ¿Todavía no hay nadie en la línea?

-No –respondió el brujo tras haber tragado una gran mordida del sandwich-. Debe actuar por la madrugada. Muchos lo hacen cuando se trata de influenciar el sueño, por lo general es lo más seguro.

-Nosotros dormimos, esa cosa nos busca... ¿y luego qué?

Las migajas caían al plato sin causar ningún sonido. Los minutos pasaban y Abi nunca se había sentido más alerta en su vida. Toda lo contrario del brujo, que desde sus parpadeos hasta su manera de apoyarse sobre sus codos en la mesa daban a entender que el paseo de toda la tarde le había dejado, en efecto, en necesidad de un buen sueño.

-Bueno, mi escenario ideal es que sea un ente cualquiera aprovechándose de la primera oportunidad para manifestarse que se le presentó y que sea tan susceptible a algo de magia intencionada que prefiera echar a correr por patas antes de seguir conectado. En el peor escenario es un poco más fuerte que eso y tu tulpa va a tener que prestarme una mano. Por cierto, vas a tener que pedírselo.

-¿Qué cosa? ¿Que te ayude?

-No sólo que me ayude, sino que me trate como si se tratara de ti. No vamos a tener ningún vínculo y sé que si la situación se diera, lo que sinceramente espero que no, él no dudaría un segundo en dejarme para ayudarte a ti. Pero lo haría un poco más considerado y atento que si sólo debe encargarse de ti.

-Está bien –dijo Abi y se volvió al rubio-. Escuchaste lo que él dijo, ¿no?

Alex asintió. Ese cabeceo le hizo a Abi darse cuenta de que desde hacía tiempo que el rubio no pronunciaba una palabra. No había hecho ninguna falta que hablara. La idea de que ni siquiera recordara cómo era su voz le provocó apenas una leve irritación, como el olvidarse de la letra de una canción que sólo había escuchado una vez hacía tiempo. Dar cuenta de la trivialidad de algo así (respecto a alguien con quien ya había compartido más que con varias personas) le amargó un poco la comida. Desde que volviera a interactuar de forma seguida con una persona, el brujo, en lugar de las conversaciones nunca demasiado largas con sus compañeros de clase y profesores, las diferencias entre un trato real y tratar con el tulpa se estaban volviendo lo bastante evidentes para que ya no pudiera ignorarlas.

Lo primero era otra interacción con el mundo. Lo segundo era un sueño en el que no se podía imaginar viviendo y se preguntaba en cambio para cuándo cambiaría. No le gustaba pensarlo, pero en serio que incluso un perro bien entrenado tendría mayor autonomía que la que tenía ese cadáver revivido. En el centro comercial no miraba a ninguna otra parte que a su dueño. En el cine tenía que ordenarle que viera al frente y ninguna risa, lágrima o exclamación salía de él en esas escenas que las provocaban por montones cuando se veía tal película. Podía preguntarle, pero ya sabría que no tendría ninguna opinión acerca de lo que había visto ni la tendría nunca acerca de nada. No poseía esa capacidad.

-Entonces hacele caso –le dijo-. No sé bien lo que va a pasar, pero cualquier cosa ayúdale como si fuera yo ¿cuchaste? –El rubio dio el afirmativo de nuevo, sin hablar-. Como si se tratara de mí.

Un tercer acuerdo. Desde luego, un tulpa no podía darle otra cosa.

A la medianoche, después de que todos se hubieran bañado por insistencia del brujo y se cambiaran a su ropa más cómoda posible para dormir, el brujo recorrió el círculo alrededor de los colchones para encender las velas y conectarlas con una tiza rosa. Abi quería preguntarle el porqué de una tiza rosa, pero veía a los labios del hombre moverse rápidamente repasando palabras inaudibles y decidió que seguramente necesitaba su propio espacio para llevar a cabo lo que pretendía. Una vez las cinco velas flamearon Ra realizó un gesto que a Abi le recordó al de los sacerdotes dando la bendición, antes de dejar caer su persona encima de la cama tendida que a él le tocaba.

-Círculo mágico de protección –explicó a la muda pregunta del más joven.

-Ah, lo suponía.

-¿De verdad?

Abi se encogió de hombros.

-Yo qué sé.

Abrieron las sábanas y se acomodaron, las cabezas encima de sus almohadas traídas desde casa. En eso el brujo también había insistido porque, a menos que uno viniera muerto de cansancio de la calle, un olor familiar podía servir mucho mejor que miles de ovejas contadas del derecho y el revés. Abi notó que el tulpa se acomodaba en su costado, apoyando su rostro encima de su rostro.

-Che, pero él no duerme –dijo, incrédulo consigo mismo porque recién ahora se le ocurriera-. ¿Cómo nos va a ayudar si él no sueña? ¿O eso no importa?

-No te inquietes, pibe –El brujo se volvió, acostándose sobre su estómago y poniendo el brazo bajo la almohada. Ya tenía los ojos cerrados. Bostezó-. ¿Recuerdas lo que te dije? A menos que se lo ordenes, él te va a seguir adonde sea, incluso al infierno.

-No sé si me gusta eso.

-Un poco tarde para considerarlo, pibe. Es lo que es ahora. Dulces sueños.

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