Diabolik lovers: La manzana d...

By AoNana

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1748, Primavera. Un pacífico pueblo de las afueras de una de las ciudades de Japón se ve distorsionado un... More

Prólogo
Capítulo II: Segunda revuelta
Capítulo III: Tercer aviso
Capítulo IV: Cuarta bienvenida
Capítulo V: Quinto encuentro
Capítulo VI: Sexta reprimenda
Capítulo VII: Séptima confluencia
Capítulo VIII: Octavo enigma
Capítulo IX: Novena interrupción
Capítulo X: Décima melodía
Capítulo XI: Undécima duda
Capítulo XII: Duodécima mirada
Capítulo XIII: Decimotercera pregunta
Capítulo XIV: Decimocuarto individuo
Capítulo XV: Decimoquinta frustración
Capítulo XVI: Decimosexta nevada
Capítulo XVII: Decimoséptima situación
Capítulo XVIII: Decimoctavo sobresalto
Capítulo XIX: Decimonoveno tintineo
Capítulo XX: Vigésima cercanía
Capítulo XXI: Vigésimo primer reencuentro
Capítulo XXII: Vigésima segunda propuesta
Capítulo XXIII: Vigésima tercera invitación
Capítulo XXIV: Vigesimo cuarto sueño
Capítulo XXV: Vigésima quinta oscuridad
Capítulo XXVI: Vigésima sexta llamada
Capítulo XXVII: Vigésimo séptimo enfrentamiento
Capítulo XXVIII: Vigésima octava aparición
Capítulo XXIX: Vigésima novena discusión
Capítulo XXX: Trigésima Visita
Capítulo XXXI: Trigésimo primer baile
Capítulo XXXII: Trigésima segunda declaración
Capítulo XXXIII: Trigésima tercera pieza
Capítulo XXXIV: Trigésima cuarta atracción
Capítulo XXXV: Trigésima quinta herida
Capítulo XXXVI: Trigésima sexta confusión
Capítulo XXXVII: Trigésima séptima lágrima
Capítulo XXXVIII: Trigésima octava decisión
Capítulo XXXIX: Trigésimo noveno contacto
Capítulo XL: Cuadragésimo descubrimiento
Capítulo XLI: Cuadragésimo primer desconocido
Capítulo XLII: Cuadragésima segunda realidad
Capítulo XLIII: Cadragesimo tercer pasado
Cuadragésima cuarta revelación
Cuadragésima quinta proclamación

Capítulo I: Primera perturbación

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By AoNana

Había pasado una semana desde la extraña muerte de Sasaki Haruka. El señor Sasaki estaba tremendamente alterado, temía que la causa de la muerte de su hija fuera contagiosa.

Mientras tanto el médico del pueblo seguía investigando intentando hallar la respuesta.

Los rumores se excedían cada vez más y los habitantes comenzaban a sospechar unos de otros. La creencia mística estaba muy presente en aquel pueblo y temían que de entre sus más de tres mil habitantes hubiese alguna que otra bruja. A medida que esta fobia crecía, los ánimos de los ciudadanos estaban cada vez más susceptibles.

-¡Doctor Akira, es mi hija, ha enfermado!- aventó un señor cuyo oficio era herrero.

Aquella noticia inesperada hizo que Akira dejase caer un par de tubos con sangre que estaba analizando, provocando que toda su ropa se tiñese de un rojizo desagradable. El herrero no dejó correr más el tiempo y agarró de la camisa al doctor:

-¡Se está muriendo! ¡Haga algo!-profirió más en forma de orden que de súplica.

Akira cogió rápidamente su maletín saliendo a paso apresurado de la pequeña clínica. Caminaron por el sendero que llevaba a una humilde casita de piedra unida al taller de aquel señor. Había una muchedumbre reunida alrededor de la puerta, así como de las ventanas. Susurraban entre ellos cosas casi inaudibles, pero callaron cuando vieron llegar al doctor.

Le abrieron paso hasta la puerta, pero justo antes de entrar, una anciana le agarró del puño de la camisa, provocándole un pequeño sobresalto.

-No podrá hacer nada. Está condenada. ¡Ha dejado la puerta abierta! Su madre también morirá- aquella anciana cambiaba sucesivamente el tono de su voz por lo que propició que la gran mayoría de los espectadores dirigiesen su atención hacia ella.

Fue entonces cuando comenzó la revuelta:

<< ¡Seguro que le ha puesto veneno en la comida!>>

<< ¡La ha asesinado, yo lo he visto!>>

<< ¡Es una bruja!>>

Este comentario provocó que la muchedumbre corriese a atrapar a la anciana, que permanecía muda mientras se dejaba atrapar. El doctor hizo ademan de ayudarla, pero el herrero lo introdujo de un leve empujón en la casa.

En una humilde cama se encontraba la joven enferma. Tenía toallas húmedas por su cuerpo por lo que el doctor dedujo que tendría una temperatura corporal alta.

La madre de la joven estaba sentada en un pequeño banco de madera agarrando la mano de su hija. Parecía que llevaba tiempo sin comer. Akira se preguntó desde cuándo estaría ahí.

-Buenas tardes, Señora Yamamoto-saludó cortésmente Akira provocando que la mujer saliese del ensimismamiento que la tenía absorbida.

-Doctor...mi hija, se muere...-dijo en un hilo de voz.

Akira se acercó a la joven, abriendo su maletín y sacando su estetoscopio para examinar a la enferma.

Cuando se acercó pudo darse cuenta de lo pálida que lucía esta. La joven tenía surcos violáceos bajo su cornea y los labios secos y amarillentos. Toda su tez estaba de un tono amarillento.

El doctor la examinó cuidadosamente. Cuando fue a sacarle una muestra de sangre le fue difícil encontrar la vena. Algo fallaba ahí: no tenía venas.

El doctor arrugó la frente haciendo que el señor Yamamoto se acercase a él con incertidumbre y miedo:

-Doctor, ¿ocurre algo?

Akira negó pausadamente con la cabeza. Si llegaba a describir algo como la carencia de venas, aparentemente, en la joven provocaría que la hipótesis de la brujería fuera cierta. Un momento, < ¿y si realmente era cosa de brujas?> Akira negó mentalmente su afirmación. Él era un médico, no podía dejarse llevar por creencias místicas propia de los pueblerinos. Seguiría sus conocimientos científicos para hallar la verdad. Sin embargo, jamás había examinado a nadie que no tuviese color en las venas.

Cesó su inútil intento de extraerle sangre a la joven para continuar tomándole la temperatura. Por el contrario, justo antes de sacar el termómetro de su maletín, la señora Yamamoto profirió un grito horrorizado llevándose las manos a la sien. El señor Yamamoto se había separado de su esposa y simplemente no reaccionaba. Akira se giró lentamente siguiendo la mirada de los padres de la joven hacia esta.

La muchacha se había levantado de la cama. Hace unos momentos yacía con un pequeño hilo de vida en la cama, por lo que Akira se extrañó ante esa repentina vitalidad. Se fue a acercar a la joven pero se detuvo al ver las facciones de esta: tenía los ojos abiertos, saltones por la falta de alimentación. Tenía los huesos de la cara y los hombros marcados. Mostraba una mirada perdida y horrorizada.

La joven movió los ojos del doctor a sus padres, los abrió aún más y con una voz ronca profirió una risa, para luego añadir "Estáis condenados" y caer en la cama dejando salir su último suspiro.

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