Golden Boy

By Mayrson

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Sara ha conseguido alcanzar eso por lo que lleva toda la vida luchando: desaparecer, ser invisible y pasar de... More

Sinopsis
1. Mala suerte
2. Estúpida pintura
3. El Subterráneo
4. Mad Max
5. Sigma Alpha
6. Piensa en mi
7. Chispas
8. Nautilus
9. Capitán
10. Apuestas
11. Un beso
13. Un brindis

12. Fotografía

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By Mayrson

Alex

Me siento un gilipollas. Un completo y absoluto gilipollas. He perdido de vista a Sara después de haber estado dos horas sin apartarla un solo segundo de mi punto de mira, y todo por culpa de una chica rubia que se ha acercado a pedirme un cigarrillo, fuego, y mi número de teléfono. En ese orden.

Estoy aburrido de estar sentado sobre mi moto, con un botellín de cerveza en la mano al que no dejo de dar vueltas. Se ha calentado tanto que hace que la bebida sepa más asquerosa que de costumbre. Vacío el contenido que queda a mi lado y dejo el botellín en el suelo.

Por lo visto, las buenas costumbres no se pierden en Jacksonville, y lo más interesante de asistir a las carreras de motos del polígono industrial sigue siendo la fiesta en cuanto terminan. Los coches se aparcan en fila, exhibiendo los altavoces de su maletero y poniendo música urbana a todo volumen. Aquí no hay vecinos que bajen a quejarse o que llamen a la policía, asique es terreno seguro.

Cameron y Davis se fueron nada más terminar la carrera. El primer enfadado, aunque no sabía decir si conmigo por portarme como un imbécil con Sara o con Sara por haber participado en la carrera. "Paso de vosotros"; esas fueron sus palabras de despedida cuando Davis y él se dirigieron hasta el coche para desaparecer de nuestra vista.

Chad sigue de fiesta, lleva ya seis botellines de cerveza cuando se acerca a mi lado y se apoya en la moto. Empieza a tener las mejillas coloradas y la mirada vidriosa, y eso solo puede significar una cosa: está borracho.

—No te veo muy animado. —Me distrae dándome un codazo en las costillas.

—La he perdido de vista. —Gruño.

—¿A quién? —Levanto una ceja en su dirección y al instante sabe de quién estoy hablando. —Vamos, Alex, no me jodas. ¿Me estás jodiendo? ¡Por supuesto que me estás jodiendo! No puedes encapricharte de Sara.

—No me he encaprichado de ella, —ladeo la cabeza. —Tan solo no quiero que se meta en líos.

—¿Y por meterse en líos quieres decir liarse con Carter? —No. O sí. Más bien sí. —Carter Smith se largó hace una hora, puedes relajarte.

¿Carter no ha venido? Es la mejor noticia que podría haber oído. Carter es un capullo que parece que viene de otro planeta. Aparte de ser raro de cojones, es un camello con mala fama, asique más le vale hacer caso a mi amenaza y no volver a acercarse a ella.

Mi amigo me tiende otra cerveza, bien fría, y me acabo más de la mitad de un solo trago. Ahora sabiendo que Carter se ha largado, echo un vistazo un poco más tranquilo a toda la fiesta. Sara está al pie de la pista de baile, con su mejor amiga y otra chica que reconozco del piso que comparten. Tiene una sonrisa pintada en la cara en todo momento, una cerveza siempre en la mano y ya he contado que se ha bebido, como poco, seis chupitos de tequila. Sé que está borracha porque su forma de bailar ha cambiado, se ha desinhibido un poco más y se ha recogido la melena en un moño desenfadado que le quita dos años de encima. Cualquiera en su lugar debería estar desplomado en el suelo o vomitando en algún rincón, pero no, ella baila sin parar, dando saltos junto a la pista y acariciándose el cuerpo con las manos.

Creo que no se da cuenta de que todo el mundo la mira de reojo, una y otra vez. Los chicos no dejan de comérsela con los ojos, pero ella ni siquiera parece darse cuenta. Y si se da cuenta, no parece importarle. Su única preocupación parece moverse al compás de la música con sus amigas, encenderse de vez en cuando un cigarro y pedir un botellín de cerveza tras otro.

No mira a nadie, a ninguno de los chicos que se acercan para hablar con ella o a los que le ofrecen bebida gratis. Por supuesto, tampoco me mira a mí. No lo hace ni una sola vez.

Y, no sé por qué, pero eso me molesta.

Maldita Sara Heller.

Otra vez vuelven a estallar contra mi oído las carcajadas de Chad. Se ríe a todo volumen, casi sonando por encima de la música, y yo frunzo el ceño. Se está riendo de mí, porque llevo cinco minutos embobado mirando a Sara mientras baila, bebe y se lo pasa bien. Intento recuperar la postura y le fulmino por encima del hombro.

—Sujeta, idiota, voy a cortarte esa risa de imbécil que tienes. —Sin esperar a que Chad reaccione, aprieto el botellín contra su pecho.

Hago un escáner a un grupo de chicas que tengo delante. Son tres amigas, parecen de primer año de universidad y esa parece ser su primera borrachera. Están bebiendo un líquido naranja en vasos de plástico y llevan mirándome toda la noche. Tengo claro quién me llama la atención a cada paso que doy.

Una de ellas es morena, alta y va enfundada en un vestido azul celeste demasiado corto. Cuando me acerco veo que tiene los ojos castaños y grandes, como los de un cervatillo, y que lleva los labios pintados de rojo.

Me meto las manos en el bolsillo de los pantalones, con despreocupación, e interrumpo en el grupo poniendo mi mejor sonrisa.

—Llevo un rato mirándote desde el otro lado, —mentira, —y me estaba preguntando si no nos hemos visto antes. Quiero decir, no pareces una chica fácil de olvidar.

Doble mentira: Pelo largo, liso, piel bronceada y ropa apretada; se parece a casi el ochenta por ciento de chicas que están bebiendo alcohol barato en este polígono.

—Creo que no. —Responde en voz baja, devolviéndome la sonrisa.

Dejo que pasen varios segundos y, entonces empieza la magia. Ella gira su cuerpo hacia el mío, dejándome ver que tengo toda su atención. Se recoge un mechón de pelo detrás de las orejas y aumenta su velocidad de pestañeo.

—Soy Miri. —Se presenta con timidez. —Tú eres Alex, ¿verdad? He oído muchas historias sobre ti.

—Espero que todas malas. —Hago mi movimiento estrella y le guiño un ojo. —Y todas ciertas.

Consigo que Miri se ría, tapándose la boca con la mano y cerrando los ojos. Yo he aprovechado ese instante para acercarme un par de pasos, para recogerle un mechón de pelo suelo y colocárselo detrás de la oreja, imitando el gesto que ella ha hecho hace tan solo un minuto.

—¿Te apetece que hablemos en un lugar más privado? —Me atrevo a preguntarle acercándome a su oreja. —Podríamos ir a tomar algo.

Me separo de ella rozándole el cuello con la nariz, dejando claro cuáles son mis intenciones y acariciándole la cintura con la punta de los dedos. Cuando a Miri se le entrecorta el aliento, sé que va a decir que sí.

La conduzco hasta mi moto mientras me cuenta ilusionada que, efectivamente, es su primer año en la universidad de Jacksonville, que está estudiando arte y qué le encanta dibujar.

—¿La fotografía? —Le pregunto mostrando interés. —Tal vez me ofrezca voluntario si necesitas un modelo. Se me da muy bien posar sin ropa.

A Miri se le abren los ojos como platos y asiente en silencio.

Me subo encima de la moto, con los muslos de Miri alrededor de mi cintura, y enciendo el motor. Chad me hace un corte de mangas desde lejos, porque sabe que eso significa que va a tener que buscarse a otra persona con la que volver a la fraternidad.

A pesar de haber pasado años fuera, los chicos mantuvieron mi habitación de Sigma Alpha limpia y ordenada, siempre y cuando la siguiese pagando.

Subimos a la tercera planta intentando no hacer ruido por la escaleras, y me dirijo a la habitación del fondo. Al abrir la puerta, los recuerdos me sacuden la cabeza.

La cama central está hecha, con sábanas grises y dibujos azules. La estantería sigue llena de mis libros, el armario vacío tiene las puertas abiertas y, sobre la mesa de estudio, continúa esa maldita fotografía. Me adelanto varios pasos y la pongo bocabajo de un manotazo. Ahora mismo no necesito ver las dos sonrisas que me devuelven las personas de aquella imagen.

Cierro la puerta de la habitación cuando entra Miri, abrazándose a sí misma y observándolo todo.

—¿Vives aquí? —Pregunta desconcertada, fijándose en que todo está vacío.

Me encojo de hombros.

—Es mi habitación de la fraternidad.

No estoy seguro de que esa fuese la respuesta que buscaba, pero yo ya me he situado a su lado. Me quito la chaqueta y la tiro al suelo, y entonces me acerco a ella. Tomo su rostro entre mis manos y comienzo a besarla, enredándolos dedos en su pelo y bajando después por su columna vertebral.

Miri abre la boca cuando siente mi lengua, deja que explore todo lo que quiero, y yo dejo que ella también haga lo mismo conmigo. Su mano me aprieta fuerte la camiseta cuando acelero el ritmo de mi boca sobre la suya y cuando mis manos le quitan el vestido de un solo movimiento. Lleva ropa interior a conjunto, y tardo solo tres segundos en deshacerme de ella.

Deslizo una mano por encima de su tanga de encaje rosa y ella gime contra mi cuello. Ese sonido es justo lo que necesitaba para terminar de excitarme.

—Shh, vamos a despertarlos a todos. —Susurro poniéndole un dedo en la boca.

Miri me lo muerte con delicadeza y sus manos me desabrochan los pantalones vaqueros, moviéndose con agilidad y buscándome bajo la ropa interior.

Tengo ganas de tumbarla sobre la cama y follármela. O sobre el suelo. Me da igual.

—Alex, por favor. —Me suplica cuando continúo tocándola por encima del fino trozo de tela que aún lleva puesto.

Está muy mojada, y yo estoy listo para introducirme dentro de ella. La tumbo en la cama y me agacho para meter una mano en el bolsillo de los pantalones que han acabado en el suelo. Dentro de la cartera guardo siempre un par de preservativos.

Rasgo el paquetito con ayuda de los dedos y me lo pongo, deseoso de entrar en ella con la mayor rapidez posible. Miri jadea cuando la penetro, cuando me muevo dentro de ella por completo. Sus uñas se clavan en mi espalda, y estoy convencido de que va a dejarme marca, pero no he importa.

Cegado por el deseo, apenas me doy cuenta de que ella ya ha tenido su orgasmo cuando yo llego al mío, ahogando un suspiro contra su pelo y saliendo ella casi con brusquedad. Estoy bañado en sudor cuando me retiro el preservativo y le hago un nudo antes de dejarlo en el suelo. Me levanto de la cama y ella se incorpora para poder mirarme.

—Voy a darme una ducha. —Anuncio recogiendo mi ropa del suelo. —¿Te acuerdas de dónde está la salida?

Varias emociones pasan por su cara, pero ella toma la decisión de comenzar a vestirse.

—¿Quieres apuntarte mi número de teléfono?

Me cruzo de brazos y finjo pensármelo.

—Puedes escribírmelo en un papel, —señalo el escritorio con la barbilla, —primer cajón.

No me detengo a ver como rebusca en los cajones, como termina de ajustarse los tacones o como murmura varios insultos. Me escurro tras la puerta y avanzo a hurtadillas hasta llegar al baño y darme una ducha de agua fría.

Agradezco volver a mi habitación y no encontrar a Miri esperándome. Veo un papel doblado encima de la cama, pero no le hago caso. Recojo el condón usado y bajo las escaleras hacia la planta baja en busca del cubo de basura.

Sin embargo, no llega a la basura, se me cae de las manos al ver los reflejos de la melena rubia de una chica que está sentada sobre la encimera, con las piernas cruzadas y desnudas.

—¿Chispas?

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