Golden Boy

Von Mayrson

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Sara ha conseguido alcanzar eso por lo que lleva toda la vida luchando: desaparecer, ser invisible y pasar de... Mehr

Sinopsis
1. Mala suerte
2. Estúpida pintura
3. El Subterráneo
5. Sigma Alpha
6. Piensa en mi
7. Chispas
8. Nautilus
9. Capitán
10. Apuestas
11. Un beso
12. Fotografía
13. Un brindis

4. Mad Max

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Von Mayrson

Alex

Estaciono mi moto frente al Subterráneo cuando Davis se lanza sobre mi espalda para darme una fuerte palmada, tanto que me deja dos segundos sin respiración.

—Te hemos echado de menos por aquí, capullo. —Sonrío de lado y le devuelvo el apretón en el hombro.

Después de una buena temporada alejado de Jacksonville, he vuelto para terminar la universidad. No quiero que toda mi vida se resuma en pegar puñetazos y en recibirlos.

Sin embargo, cuando Davis me llamó informándome de la posibilidad de participar en aquella pelea, no dudé en aceptar. Comencé peleando en el Subterráneo y me alegraba de volver a hacerlo nada más llegar a casa. Fueron las peleas aquí las que me llevaron a la cima bajo el pseudónimo con el que mis amigos decidieron bautizarme tras mi primera victoria.

—¿Algún boxeador que merezca la pena? —Le pregunto a Davis encendiendo un cigarrillo y señalando la entrada al subterráneo con la barbilla.

—No gran cosa. Hay muchos novatos que son penosos, a algunos no les hemos vuelto a ver el pelo tras su primera pelea. —Se encoge de hombros y yo suelto una bocanada de humo. —Aunque ese tal Max Mad es bastante bueno. Sabe moverse y elije bien cuándo golpear.

—¿Ese es mi rival esta noche?

Davis asiente.

—Vas a tener que concentrarte y tener cuidado. Max Mad encabeza la clasificación.

Pienso en decirle que no tiene nada de qué preocuparse, que apueste todo su dinero por mí y que disfrute del combate. Después de pelear contra los grandes boxeadores de Europa y de haber aprendido un par de trucos nuevos, ese tal Max Mad será pan comido. Con un poco de suerte quizás salga sin un solo rasguño.

Pienso en soltar cualquier comentario egocéntrico fuera de lugar, pero solo abro la boca para coger aire, sin emitir ningún tipo de sonido, cuando la veo a ella. Lleva el pelo suelto cayéndole por la espalda en mechones morenos, sus ojos oscuros parecen estar atentos a todo tipo de movimiento de su alrededor, preocupados, y esos pantalones vaqueros le quedan de escándalo.

Preparo mi mejor sonrisa y guiño de ojos para cuando pase por mi lado y me mire, para cuando me sonría, aparte la mirada llevándose un mechón de pelo detrás de la oreja, y después, me vuelva a mirar. Pero ese momento nunca llega.

Pasa de mi lado como si nada, como si fuese invisible y no existiese. Parece ser que tiene algo más importante entre manos y yo no puedo desviar la mirada de ella, observando como baja las escaleras que conducen a la entrada del Subterráneo. Parezco un completo idiota, y Davis se da cuenta de ello.

—No me jodas, Alex. —Musita a mi lado, dándome un empujón. —¿Estabas mirándola a ella?

Me niego a admitírselo, asique fumo otra calada antes de responder.

—¿Quién es? —La expectación me puede cuando Davis niega varias veces con la cabeza.

—Tiene que haber venido a ver a Max.

—¿A Max Mad? —Alzo las cejas. —¿Al chico al que tengo que partirle la cara?

—Suele recogerla a menudo a la salida de clases, casi siempre están juntos. —Davis ladea la cabeza y yo miro el lugar por el que ella ha desaparecido escaleras abajo. —Supongo que estarán liados o algo de eso. Pregúntale a Cam, Sara y él son muy amigos.

Eso sí que no me lo esperaba.

—¿Cam? ¿Estamos hablando del mismo Cameron? —Detengo el cigarro a medio camino de la boca y decido tirarlo al suelo.

—Al mismísimo Cameron Donovan. —Aclara Davis. —Pasan mucho tiempo juntos.

Abro los ojos con asombro. El Cameron Donovan que yo conozco no tiene absolutamente nada en común con la chica que acaba de pasar por delante de mis narices hace ya escasos minutos. El Cam que yo conozco es tan tímido que no puedo imaginármelo siendo amigo de ella, de alguien que es capaz de captar toda la atención con solo caminar.

—Deberíamos entrar. —Davis me saca de mis pensamientos a patadas. —Tienes que prepararte.

Bajo las escaleras y entro al Subterráneo. Está igual que como lo recordaba, con su olor a humo de cigarro y de marihuana, de cerveza barata y de sudor. La música está alta, pero no lo suficiente como para engullir las voces de la gente. Giro a la izquierda al final del pasillo y luego a la derecha, llegando a un pequeño cuarto sobre cuya puerta se lee garabateada con tinta grafiti la palabra "vestuarios". Lo más probable es que antiguamente fuese el cuarto destinado a guardar los productos de limpieza.

Me saco la camiseta y me quito los pantalones vaqueros sin preocuparme de cerrar la puerta, dejando al descubierto unos deportivos y cortos que apenas me cubren las rodillas. Cuando tan solo me he dado tres vueltas a la venda sobre mis manos, la puerta se abre del todo y aparece la mueca torcida y el pelo oscuro de Chad.

—Vamos, Alex, vas a llegar tarde como no te des prisa. —Exclama acercándose a mi lado y quitándome la venda de las manos.

Gira la tela con destreza y rapidez, era él quien siempre se encargaba de colocarme las vendas cuando aún competía en el Subterráneo y no puedo evitar una sonrisa al ver que hoy está haciéndolo.

—¿Chad? ¿Eres tú? —Pregunto con ironía y mi amigo alza una ceja en mi dirección. —¡Vaya! Casi no te reconozco sin Paola pegada a tu boca.

Chad gruñe por lo bajo pero no niega la acusación. Dos días atrás, él fue el encargado de ir a recogerme al aeropuerto, pero no lo hizo solo. Paola le acompañaba agarrada del brazo, intentando en todo momento comerle la boca y cortarle la respiración. Llevaban quedando tan solo un mes y Chad no hacía más que poner los ojos en blanco y aguantar el aire cada vez que Paola se le lanzaba encima como una lapa.

En cuanto termina de vendarme ambas manos, le deslizo un pequeño fajo de billetes confiando en que recuerde qué es lo que hay que hacer: Apostarlo todo por mí y esperar a que se triplique la cantidad al final del combate.

Chad fue el encargado de manejar las apuestas en mis comienzos, de llevar la cuenta de las ganancias y de repartirlas. Y ahora quiero que vuelva a serlo. Se le da bien apostar, manejar buenas cantidades e incitar a la gente a entrar en la porra. Es todo lo contrario a Davis, quien prefiere no jugarse el dinero que todos los meses el pasan sus padres a su cuenta bancaria con varios ceros.

Cameron es el responsable del grupo. Nunca pisó el Subterráneo cuando yo competía todas las semanas, y dudo que lo haya pisado durante el tiempo que he estado fuera. Prefiere evitar ver cómo me parten la cara, aunque está como contacto de emergencia guardado en mi teléfono móvil por si algún día ocurriese cualquier cosa. Tan solo le llamarón una vez, en una pelea perdida en la que acabé ingresado en el hospital por una fractura costal. Cameron se dedicó a reñirme y a obligarme a tomar la medicación.

—¿Qué sabes de ese tal Max? —Pregunto tratando de centrarme en el combate que está a punto de comenzar.

—Poca cosa. Trabaja en el gimnasio local como monitor de boxeo y vive cerca del campus, aunque no estudia en la universidad. Aún no se ha recuperado de su anterior pelea hace una semana, eso te dará ventaja. Tiene un buen gancho derecho y un buen juego de pies. —Chad se rasca la barba de tres días mientras piensa si se ha dejado algún detalle. —Y tiene una hermana que está tremenda.

—¿Conoces a su chica? —Me aventuro a preguntar, él niega con la cabeza. —Creo que ha venido a verle hoy, Davis me ha dicho que venía por Max cuando nos la hemos cruzado en la entrada. Esa chica sí que está tremenda.

Pienso en su culo bajando por las escaleras, en su cintura y en sus hombros. En la mirada firme y directa. En su forma de moverse, segura de sí misma y sin un solo ápice de duda en los ojos. El pelo dorado le caía desordenado por mitad de la espalda, y eso era lo que menos parecía importarle.

—Entonces ya sabes qué hacer; gana esta pelea y lígate a su chica. —A Chad le parece todo fácil. —A nadie le gusta salir con un perdedor. Y menos con un perdedor con la cara partida.

Sonreí ante la idea.

Ganar el combate, llevarme una buena suma de efectivo y ligarme a esa chica rubia. Pan comido.

Chad me da un golpe en el pecho para llamar mi atención y asomo la cabeza por la puerta a tiempo para oír como el presentador me da la entrada al decir el nombre por el que el público me reconoce. Como el Chico de Oro, salgo con las manos en alto, escuchando los aplausos ensordecedores que suenan como música para mis oídos. Saludo a un grupo de chicas que se encuentran demasiado cerca del ring, con escotes hasta el ombligo y faldas tan cortas que podrían tratarse de cinturones anchos. Les guiño un ojo cuando paso por su lado y sus gritos aumentan varios decibelios.

Como de costumbre, recorro todo el campo visual con la mirada. Chad se encuentra en la zona baja del ring, hablando con el organizador de las apuestas e intercambiando fajos de dinero. Davis está a varios pasos de distancia, con las manos metidas en los bolsillos y sin dejar de mirarme, preocupado, pero a la vez confiado en que no voy a recibir ni un solo golpe. Antes de centrarme en Mad Max, miro también las gradas superiores, dónde un latido extra me lleva hacia ella.

Está apoyada sobre la barandilla, inclinada hacia adelante y con una de sus manos revolviéndose uno de sus rizos con nerviosismo. Me mira a mí, fijamente, con los ojos entrecerrados y mordiéndose el labio inferior. No soy capaz de descifrar qué significa su expresión, asique le dedico una sonrisa ladeada y un guiño de ojos antes de centrarme en mi oponente.

Estudio a Max tratando de olvidarme de los ojos oscuros de la chica de las gradas. Es más alto que yo, tiene los brazos fuertes y parece estar relajado; seguro de sí mismo. No me mira ni una sola vez, hasta que la campana estalla en mis oídos, marcando el inicio del combate.

Sin dejar pasar más de un segundo, él se hace con el control de la pelea y lanza el primer golpe, moviéndose con agilidad e impactando su puño contra mi estómago.

Hostia puta.

Juego con mis pies, imitando sus movimientos mientras recupero la respiración y trago saliva. Se deja un hueco desprotegido a su derecha, y no dudo en atacar sin piedad, con mi puño directo a lo que debería ser su hígado. En los combates ilegales que organiza el Subterráneo no hay ningún tipo de regla, por lo que mi segundo golpe aterriza en su cara, seguido de un rodillazo y de una patada que acaba por alcanzar su cadera.

Max parece sorprendido de mis movimientos e intenta devolverme un puñetazo que tan solo me roza el hombro izquierdo. Debe de estar acostumbrado al juego limpio, y aquí eso no existe. Mientras que yo me he criado participando en las peleas ilegales, para él era el primer año dentro de este mundo. No tardé en aprender que la nobleza, en un lugar como el Subterráneo, solo te lleva a tener la cara partida.

Dirijo dos ganchos más a su cara y otro en el abdomen, con suficiente fuerza como para que Max cayese sobre el suelo de rodillas, dándome la victoria pasados tres minutos de puñetazos y patadas.

Victorioso, el presentador levanta mi brazo mientras la multitud bulle. Entre la gente, mi mirada no puede evitar desviarse al hueco, ahora vacío, que antes había ocupado esa chica rubia. Rebusco en los alrededores, preparado para acercarme a ella con mi mejor sonrisa, pero nada.

Salgo disparado al pasillo por el que Max ha desaparecido nada más terminar la pelea, quizás la encuentre allí, esperando en la puerta de los vestuarios, apoyada en la pared y enredándose la mano en el pelo.

—Joder, Alex. —Grita Chad pegando nuestras frentes, la mía cubierta de sudor. —Hemos ganados seis mil, joder. ¡Seis mil!

Eso era mucho más dinero del que me esperaba para esta noche. Al parecer, las apuestas jugaban a favor de Mad Max, y eso me había venido bien.

—Quédate con tu parte y guarda la mía para más tarde. —Me deshago rápido de él y reanudo mi camino hacia los camerinos, sabiendo que Chad me sigue de cerca.

Cuando giro hacia la derecha me detengo en seco, haciendo que Chad choque contra mi espalda y suelte un insulto. Maldigo por lo bajo e ignoro como trata de asomarse por encima de mi hombro para comprobar qué me había detenido.

Pero no era un qué, si no un quién.

Dándome la espalda y apoyada sobre el marco de la puerta que da al vestuario de mi oponente, está ella. No puedo verle la cara, pero yo acorto la distancia y poso una mano sobre su hombro, acercando mi boca a su oído para que pueda captar mi susurro.

—Tal vez quieras celebrar la victoria conmigo en el vestuario, o quizás en mi casa, o tal vez...

Ella se gira de golpe, y para mi gran sorpresa no veo como se derrite su mirada, se recoloca el pelo y aletea las pestañas.

No, nada de eso.

La palma de su mano se estampa contra mi mejilla derecha. Me cruza la cara, haciendo que me incline hacia detrás y me lleve los dedos a la piel enrojecida. Sé que se ha hecho daño en la mano, porque intenta ocultar una mueca de dolor.

—Eres un imbécil, ¿lo sabías? Un total y absoluto imbécil.

—Me han llamado cosas peores. —Respondo encogiéndome de hombros.

Mi respuesta no debe sentarle bien, porque levanta de nuevo la mano y me golpea de lleno en el brazo.

—Sara, tranquila. —Chad se acerca a ella, llamándola por su nombre y en tono conciliador. Ella detiene la mano en el aire al escuchar a mi amigo. —Es su trabajo, no puedes culparlo por eso.

Sorprendido por la respuesta de Chad, levanto la cabeza y miro a mi amigo. Ellos se conocen. Y no solo eso, si no que esa chica, Sara, se calma al oír las explicaciones de Chad.

—Ah, no. Su trabajo es una mierda, pero no le he llamado imbécil por eso. —Sara se cruza de brazos y me mira con asco.

Sí, asco. Alzo una ceja en su dirección intentando recordar si nos conocemos, si ya nos hemos acostado, si fui un capullo o si le he roto el corazón. Sacudo la cabeza, no se me viene nada a la mente, y eso parece que comienza a enfurecerla.

—No te bastaba con atropellarme esta mañana, ¿verdad? —Se sacude el pelo. —También tenías que inscribirte en esa estúpida pelea contra mi hermano.

—¿Qué..? —Soy capaz de preguntar, tratando de disipar la furia que me provoca el tono acusatorio de su voz.

Pero me callo de golpe.

Una chispa de luz se enciende sobre mi cabeza. Pelo rubio, ojos oscuros, cintura fina, buen culo, labios apretados... Todo eso lo he visto antes. Sin duda esta chica tenía que ser ella, a la que había atropellado esta mañana y había dejado en medio de la carretera con su rozadura en la rodilla mientras yo me comportaba como un cerdo arrogante.

Trago saliva ruidosamente para intentar disimular la incredulidad de mi cara. Sé que soy un capullo, y además uno de los grandes, pero no entraba en mis planes meter la pata hasta el fondo con esa chica.

—Sara, tranquilízate, ¿vale? —Chad da un paso hacia adelante, dejándome en un segundo plano. —Alex puede llegar a comportarse como un auténtico hijo de puta, pero es buen chaval. Déjame llevarte a casa.

Que intente defenderme no le hace ninguna gracia. Que Chad me haya llamado hijo de puta, no me hace ninguna gracia a mí.

—Tú también mantente alejado de mí si no quieres que te parta la cara, Chad. —Se aleja un paso, se pasa de nuevo la mano por el pelo, y coge aire fuerte por la boca. Mira a mi amigo, cambiando su expresión a una más calmada. —Joder, Chad, lo siento. No es a ti a quien tengo ganas de partirte la cara.

Me dirige una mirada por encima del hombro de mi amigo. A Sara le brillan los ojos y, por algún motivo, es la primera vez que quiero encogerme sobre mí mismo, hacerme más pequeño y huir de ahí.

—Te veo luego, ¿vale?

Chad asiente a mi lado y le sonríe como un idiota. Ella se da la vuelta sin dirigirme una sola mirada y abre la puerta del vestuario que le corresponde a Max.

—Con que soy un hijo de puta, ¿eh? —Pregunto cuando nos quedamos solos. —¿De qué la conoces?

—¿Recuerdas que te dije que la hermana de Max está tremenda y es amiga de Cam? —Asiendo despacio sabiendo la respuesta. —Bien, ella es Sara, su hermana.

—Mierda... ¿no podrías haber avisado antes?

Con una risa sorda, Chad se encoje de hombros y saca un fajo de billetes de su bolsillo que deja sobre mi mano.


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