El corazón del Rey. [Rey 3]

By Karinebernal

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Las huellas de un pasado doloroso persiguen al rey Magnus Lacrontte, quien ha levantado murallas para no volv... More

Importante Leer.
Prefacio.
Capítulo 1.
Capítulo 2.
Capítulo 3.
Capítulo 4.
Capítulo 5.
Capítulo 6.
Capítulo 7.
Capítulo 8.
Capítulo 9.
Capítulo 10.
Capítulo 11.
Capítulo 12.
Nota explicativa. - Importante leer.
Capítulo 13.
Capítulo 14.
Capítulo 15.
Capítulo 16.
Capítulo 17.
Capítulo 18.
Capítulo 19.
Capítulo 20.
Capítulo 21.
Capítulo 22.
Capítulo 23.
Capítulo 24.
Capítulo 25.
Capítulo 26.
Capítulo 27.
Capítulo 28.
Capítulo 29.
Capítulo 30.
Capítulo 31.
Capítulo 1. Presente.
Capítulo 2. Presente.
Capítulo 3. Presente.
Capítulo 4. Presente.
Capítulo 5. Presente.
Capítulo 6. Presente.
Capítulo 7. Presente.
Capítulo 8. Presente.
Capítulo 9. Presente.
Capítulo 10. Presente.
Capítulo 11. Presente.
Capítulo 12. Presente.
Capítulo 13. Presente.
Capítulo 14. Presente
Capítulo 16. Presente.

Capítulo 15. Presente.

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By Karinebernal

Emily.

—Majestad —Francis entra al comedor mientras me retiran los platos después del desayuno —. Tenemos problemas.

—¿Hay noticias? —pregunto esperanzada.

—No, todavía es demasiado pronto para un reporte. Nuestros problemas vienen de otro lado, el periódico.

Deja sobre el comedor el noticiario de Lacrontte, aquel que tantos tormentos me ha traído y que parecen no acabar jamás.

¿En dónde está el rey?

Lacrontte pasa ahora por un momento de incertidumbre parecida a la que vivimos con la muerte de los reyes Magnus V y Elizabeth II, pues desde el consejo de guerra una fuente fidedigna nos ha informado que el rey Magnus Lacrontte estuvo ausente en la reunión y prueba armamentística llevada a cabo por la visita del rey Conrad Buckminster en el reino. Quien ostentó como anfitriona fue la reina Emily Lacrontte, lo cual marca un hecho sin precedentes, debido a que el monarca siempre está al frente de estos asuntos. Es por esto que nos preguntamos, ¿qué lo llevó a ausentarse? ¿Fue a voluntad o por fuerza mayor? O peor aún, ¿hay alguna razón de gravedad por la que no ha aparecido? Lo único que sabemos de todo esto es que el reino ahora está en manos de la reina ex Mishniana.

Lanzo el periódico a un lado cuando termino de leerlo. Esto tiene que ser una broma. Ya de por sí era demasiado trabajo mantener a raya a las pocas personas que sabían de la ausencia de Magnus y con esto será mucho peor.

—¿Quién crees que haya dado la información? —El enojo es notable en mi voz.

—Podría ser cualquiera, pero apostaría todo lo que poseo a que se trata de alguno de los hermanos Brayden o ambos.

—En este momento no necesito que comiencen a filtrar información, Francis, y si ellos no están dispuestos a guardar silencio lo mejor es que ya no hagan parte del consejo de guerra.

—Sonará ridículo, majestad, pero no puede sacarlos, solo el rey tiene esa potestad, aunque sí enviarles a la horca.

—No voy a asesinarlos. No pienso llegar a esos extremos. Debe haber alguna alternativa, un hueco, una cláusula, algo que pueda usar a mi favor.

—Tendremos que revisar. Permítame un momento y volveré con el libro de leyes.

Francis sale del comedor mientras yo me enfrento nuevamente a la nefasta noticia, sin embargo, hay algo más que captura mi atención, un cuadro fotográfico en una esquina de la hoja que retrata con los sombríos blancos, negros y grises el rostro de una pareja asesinada.

¡Por mi vida! ¿Cómo pude haberlo olvidado? Ansel está esperando que me reúna con él y ya he fallado la cita dos veces.

Busco con desespero la página de la noticia y las mismas indicaciones aparecen ante mí.

El tiempo se acaba para nosotros. Nos hemos decepcionado, fallado y solo nos queda una oportunidad antes de que sean nuestros mayores quienes protagonicen la noticia. 301, calle Soalers, nueve de la noche. Tic, tac.

Nuestros mayores. Sé que se refiere a mis padres. No hay ninguna otra conclusión.

¿En dónde he tenido la cabeza? Ellos están en su poder, a su merced. ¿Cómo he podido ser tan descuidada, tan estúpida para olvidarme de ese encuentro?

—¡Majestad! —Francis toca mi hombro cuando empiezo a hiperventilar. No recuerdo haberlo visto regresar —¿Qué sucede? Vio algo más en el periódico.

Lanzo el noticiario lejos de mí con la tormentosa idea de mis padres y Mia, siendo sometidos a quien sabe qué tratos inhumanos.

—Mis padres, ellos están secuestrados, Francis.

—Estoy al tanto, majestad, pero si pierde los estribos no podrá pensar en una solución para algunos de los tantos problemas. Recuerde lo que hablamos ayer, debe usted tener mente fría o si no terminará hundida. Además, no olvide que ya tenemos personas a cargo de su búsqueda.

—¿Por qué el general Willy Mernels no está aquí? Envié por él desde ayer y aún no ha llegado.

—De acuerdo, me pondré a investigar el porqué de su retraso, pero ahora debe calmarse.

Mis manos tiemblan mientras mi corazón acelerado me mantiene prisionera y a punto de un desmayo.

—El rey Conrad ha solicitado una reunión con usted y la señorita Gretta está bastante ansiosa en su habitación, ya que no le hemos permitido salir para que así no se encuentre con el rey Buckminster.

Mi mente viaja miles de millas por segundo. No tengo tiempo para reuniones ni para lidiar con la ex mejor amiga de mi esposo desaparecido, no estoy ahora para lidiar con Ansel ni con sus chantajes. Solo quiero a Magnus y a mis padres.

No puedo con esto, no puedo con este título, con esta vida ni sus responsabilidades.

—Majestad, necesito indicaciones. —insiste.

—Saquen a Gretta de aquí. Magnus estaba buscándole una casa para que dejase el palacio, así que envíenla a cualquiera de las opciones que tengan hasta el momento. No me importa cuál, solo sáquenla de aquí —ordeno desesperada—. Entre menos personas haya en el palacio con las que lidiar, mejor me sentiré.

Quiero llorar, pero retengo las ganas. Tengo que ser fuerte por la pequeña persona que en este instante siente todo lo que yo experimento.

—De acuerdo. ¿Y respecto al rey Conrad?

—Envía a alguien a buscar al general de la guardia negra que me presentaron ayer. No recuerdo su nombre, pero háganlo venir y que sea él quien se encargue de darle al rey Conrad su opinión sobre las armas que trajo. Y si insiste en tener una reunión conmigo, solo díganle que estoy ocupada y lo estoy, ¿de acuerdo? Voy a revisar el libro que trajiste y solo quiero que me interrumpen cuando llegue el general Willy Mernels, fin.

—Como ordene, majestad. ¿Se encuentra mejor ahora? —Pregunta y niego con la cabeza.

—Pero lo estaré.

••••

Me pasé el resto de la mañana leyendo el libro de leyes en la oficina de Magnus y todo para darme cuenta del limitado poder que tiene una reina en la ausencia de su rey, quien es definitivamente el que ostenta el control absoluto. No hay demasiado que pueda hacer por si sola, pero desgastaré cualquier recurso disponible para sobrevivir en esta política machista.

El estar aquí se siente extraño, como si no fuese mi sitio. En el ambiente se percibe su aroma, su presencia que, aunque ahora es solo ausencia, me recuerda que estuvo aquí y que aquí tiene que regresar.

Francis entra en la oficina después de ser solicitado, se sienta frente a mí con calma y mira la cantidad absurda de libros que hay sobre la mesa antes de dirigir sus ojos llenos de curiosidad en mi rostro.

—¿Qué descubrió, majestad? —pregunta finalmente.

—Qué no puedo hacer mucho, es decir, casi nada.

—Le doy la razón. El rey Magnus tuvo que haber cambiado algunas leyes desde que se casó con usted, pero el amor no lo dejó pensar demasiado.

—Mi poder sin Magnus es finito, pero existe y voy a usarlo. No puedo sacar a los miembros del consejo responsables de la nota del periódico, pero puedo castigarlos bajo el cargo de conspiración.

—¿Eso quiere decir que debo reunir al consejo?

—Sí, estoy preparada para poner en orden algunas cosas. También busca a los periodistas, hazlos pasar a todos a la sala de reuniones y avísame una vez estén allí, porque voy a descubrir al o a los culpables de la filtración.

—Como ordene. ¿Algo más?

Una serie de golpes se escuchan en la puerta antes de que pueda responder, seguidos de gritos y protestas. Francis se levanta de golpe como si hubiese reconocido la voz desde el otro lado y se encamina a abrirle al visitante.

—Es Aidana —informa cuando toma el pomo.

Leyó la nota en el diario.  No hay otra explicación.

La exreina se adentra en la oficina a pasos agigantados y llena de ira. Sus ojos cristalinos dan cuenta del dolor que padece dentro y la ansiedad de sus movimientos son señales claras de indignación.

—¿Qué se supone que está pasando? ¿Por qué no me habían dicho nada? —La agonía invade su voz mientras habla —. Yo merezco saber qué sucede con mi nieto.

—Aidana, por favor. —Francis intenta mediar, pero ella se lo impide.

—No, no me hables en este momento. Yo confiaba en ti y me ocultaste algo tan grave como esto. Tuve que enterarme por el periódico, por un pedazo de papel y no por mi familia.

—Fue por tu bien. Estamos intentando resolverlo. 

—Así que es cierto. 

Se apoya en la mesa y baja la cabeza. Decepcionada, desesperada. Sus hombros se agitan cuando el llanto la invade, aumentado la tristeza que ya de por sí me tiene atada. 

—Disculpa, querida, por esta escena —Lleva su brazo hacia mí, cubriendo su mano con la mía. —. ¿Ya le avisaron a Gregorie sobre esto? Él debe saber qué hacer. 

Me mira por fin, esperanzada. Como a quien se le ocurre la mejor de las ideas y a mí se me termina de romper el corazón.

—No digo que tú no seas buena, pero Gregorie tiene entrenamiento militar, seguro sabrá armar un plan. 

—Gregorie también está desaparecido. Se fueron juntos y no han regresado —confieso con la voz hecha pedazos.

Francis se aproxima a tomarla justo antes de que caiga. La ayuda a sentarse en las sillas adjuntas al escritorio mientras la reina madre se tapa la boca, ahogando un aullido de dolor. 

—¿A dónde se fueron? ¿Díganme de una vez, a donde se fueron? Yo misma iré a buscarlos, a donde sea que estén, solo díganme cuál es el lugar. 

—Querida, no te desesperes.

—Si no vas a darme la ubicación es mejor que cierres la boca, Francis. Te lo exijo como la reina que un día fui. 

—Ya enviamos personas en su búsqueda. Pronto nos traerán información. 

—Yo no quiero información, los quiero a ellos. A ambos, sanos y salvos. ¿Acaso nos quedaremos aquí a esperar que alguien nos diga algo? 

—Ya hemos actuado. Solo resta esperar. —Le habla con delicadeza, entendiendo su dolor, mismo que compartimos. 

—No quiero perderlos, Emily. —Seca sus lágrimas mientras me observa —. Ellos son mi vida entera.

—Yo también deseo que regresen —confieso —. Estoy haciendo todo lo posible para traerlos de regreso, lo juro.

—¿Desde cuándo están desaparecidos?

—Tres días o cuatro si contamos el día en que fueron a esa reunión en Cromanoff.

La pongo al tanto de todo lo que sabemos hasta el momento y la pista que tenemos sobre su parado, sin embargo, nada la calma, su llanto escala más y más.

—Tengo ir a visitar a Elisenda. Debe estar desconsolada. Al menos sé que su familia está con ella en estos días, ¿no es así?

—Sí, y es por esa razón que no puede contarle nada de lo que le he confiado. Temo que en un momento de dolor se desahogue con ellos y esta información caiga en manos de su hermana, quien indiscutiblemente no me da buena espina.

—Bien, prometo guardar silencio, pero espero de corazón que sea avisada con la mínima noticia.

—Tenemos un trato de reina a reina —Le extiendo la mano y ella la aprieta débil, cansada.

—La nación está en tus manos, Emily. Sé la monarca que estoy segura que eres.

****

Después de aproximadamente una hora de convocar al consejo de guerra por fin todos se encuentran en la sala de reuniones esperando noticias, pero al parecer no era yo a quien deseaban ver llegar, pues cada uno de estos hombres me recibe con una cara de sorpresa al notar que soy yo nuevamente quien estará con ellos.

—Buenas tardes, señores. —Saludo tras recibir sus reverencias.

—¿Dónde está el rey Magnus? —Reconozco la voz de uno de los hermanos Brayden —. Al parecer es cierto lo que dicen los periódicos, de otra manera no hay justificación para su prolongada ausencia.

—Señor Ingellus, si no le he dado la palabra, le ordenaré que continúe en silencio.

—¿Volvimos a ser niños como para tener que solicitarle la palabra a una mujer? ¿Y qué se supone que hacen aquí estas personas? —Señala a los periodistas que Francis reunió.

—Última advertencia, señor Brayden. —Me mantengo firme.

El hombre resopla y se da la vuelta en su asiento para mirar atónito al resto del consejo, quienes permanecen callados después de mi orden.

—Los he reunido en este momento por un penoso asunto y es ese el motivo por el cual tenemos invitados el día de hoy. Ya todos deben estar al tanto de la nota que salió esta mañana en el periódico, en donde afirman que una fuente confiable del consejo les dio una información que no debía salir de ninguno de ustedes y estamos aquí para averiguar de quien se trata.

—Eso quiere decir que aún no hay noticias del rey Magnus. —Escucho a Lanfer.

—¿Tiene usted noticias de mis padres? —pregunto devuelta.

—Todavía no, majestad.

—Entonces no interrumpa a su reina si no hay nada que aportar, por favor. Prosigo —camino hacia los periodistas y me detengo una vez estoy a su lado. Puedo sentir la expectación en el ambiente y el nerviosismo de estos sujetos—. Les preguntaré solo una vez, así que espero total franqueza, ¿quién de los que están aquí fue la persona que les dio esa información?

—Majestad, no tenemos la menor idea —uno de ellos toma la palabra—. La nota llegó con un mensajero. Sería una injusticia señalar a alguien que puede sea inocente.

—¿Qué tan confiable es un periódico que publica noticias de un mensajero anónimo? La verdad es que no creo que ustedes sean ese tipo de diarios. Estoy completamente segura de que saben el nombre del responsable y quiero que me lo digan en este instante.

Su vista viaja por toda la habitación, pero no se detiene en nadie en particular, sin embargo, la manera en como Lanfer Brayden desvía la mirada cuando se cruzan con él me hace entender que está implicado.

—¿Y bien? —preciso, dispuesta a no perder el tiempo.

—Reiteramos, majestad. No lo sabemos.

—Entonces tendré que llegar a extremos indeseados.

Varios miran a al consejero real, como si no creyesen lo que acaban de oír, como si él pudiese frenarme o esperasen que me haga entrar en razón, no obstante, Francis simplemente me observa desde un rincón de la sala. Tan misterioso como siempre.

—¿Necesita sal, majestad? —Lo escucho hablarme por lo bajo con cierta pizca de humor.

—No. Haremos las cosas más sencillas. Lo pondremos de esta manera, nuestros amigos periodistas nos dirán quien fue la persona que filtró la información o si no irán a la horca. 

No voy a hacerlo, sería incapaz, pero ellos no tienen por qué saberlo.

—No me haga reír, majestad. —Suelta Ingellus, el mayor del consejo— ¿Cree que vamos a creerle que hará eso? En toda Lacrontte se ha extendido el rumor de su carácter débil. Usted no intimida a nadie.

—¿Quiere comprobarlo, señor Brayden? Estoy segura de que los periodistas no querrán ser los primeros y así también les damos tiempo para que piensen su respuesta. —Me mantengo tan firme como puedo. —¿Y bien? ¿Lo dirán ahora o seguirán haciendo esperar a su reina? —Me vuelvo hacia los visitantes.

—Nos llegó una nota con un mensajero. Una carta, la cual estaba firmada por el señor Ingellus Brayden. —revelan finalmente.

—Eso es una vil tontería —alega, levantándose de su silla, alarmado e indignado—. ¿Le va a creer a este par de periodista antes que, al líder del consejo de guerra, majestad?

—Las leyes dicen que no puedo sacarlo del consejo, señor Brayden, pero ninguna prohíbe el suspenderle, así que a partir de este momento queda fuera por tiempo indefinido.

—Eso es inaudito, mi hermano ha sido parte de este consejo prácticamente desde que nació —salta Lanfer en su defensa, levantándose de su asiento —. Es una injusticia que le hagan esto por un chisme sin fundamento.

—Soy la reina, señor Brayden, y puedo tomar cualquier decisión que se me parezca sin importar que tan insoportable le parezca, así que siéntese y guarde silencio si no desea acompañar a su hermano en la suspensión.

—¿A mí? —ríe con incredulidad —. Le recuerdo que soy la persona encargada de la búsqueda de sus padres.

—Hay miles de personas más que pueden encargarse de eso y en nuestra última reunión usted no tenía ninguna noticia, por lo que me es fácil deducir que no es el mejor en su trabajo, a menos que ahora me dé información sobre el paradero de mis padres, ¿tiene algo que decirme?

—No tengo aún un dato relevante.

—Entonces me está dando usted la razón, por lo que debería mejor dar gracias que no lo saque de aquí por su ineficiencia —me giro hacia los periodistas con una idea clara en mi mente —. Ustedes, pueden retirarse, pero esperen atentos mi llamado, porque tendrán que reivindicarse por lo que han hecho y será más pronto de lo que creen. Por ahora quiero empiecen publicando una nota en la que se retracten por lo que han dicho y que todo se trató de un chisme sin fundamento.

—Por favor, nadie les va a creer. Ya la duda fue sembrada—interrumpe Ingellus —. Además, ¿a ellos si los dejará irse libres como si nada? ¿Seré el único en pagar las consecuencias?

—Señor Brayden, usted en este momento no es un miembro activo del consejo, por lo que le pediré que se retire. Usted no es nadie para discrepar mis órdenes.

—No me está entendiendo, majestad. Yo tengo una carrera política limpia y larga que no puede venir a ensuciar por una maldita nota del periódico. Soy un miembro honorable de este consejo. Estuve aquí mucho antes que usted incluso naciera.

—Debió pensar en su carrera antes de filtrar información a la prensa. Algo que no le correspondía.

—Eso quiere decir entonces que nos da la razón. El rey está desaparecido, es por eso que no se ha presentado a ninguna reunión.

—Yo no he dicho tal cosa.

—Indirectamente, lo hizo y para mí es suficiente —me sonríe con la más fastidiosa expresión de satisfacción —. Al parecer habrá que activar el periodo de regencia por vilo monárquico.

—¿A qué se refiere con eso? —cuestiono confundida.

—No me sorprende que no lo sepa. Dígame, ¿cuántas reinas logran seguir gobernando sin su rey?

—El rey Magnus está en perfecto estado —Interviene Francis con la calma que lo caracteriza —, solo no podemos contar con su presencia en este momento, pero Lacrontte no ha perdido a su rey, así que no existe razón para declarar un vilo monárquico.

—El rey Magnus jamás desaparecería de esta manera. Es evidente que algo nos están ocultando. No somos idiotas, Francis. He estado aquí las más de dos décadas que él ha gobernado y nunca ha hecho algo semejante. Merecemos saber qué sucede y queremos que se nos informe ahora mismo.

—Señor Brayden, le recuerdo que usted está afuera del consejo en este momento, razón por la cual, le pediré que abandone la sala.

—De acuerdo, me retiro, pero mi hermano seguirá con esto y si lo sacan a él, alguien más lo hará. No podré votar para la iniciación del periodo de regencia, pero los demás sí y confió en que lo hagan bien. —Se gira a verlos, dejándoles una orden clara.

—Como consejero real le solicito a la reina que nos conceda una pausa en la reunión. —Me pide rápidamente, quebrando por un segundo su tan practicada calma.

—Así lo hagas, podemos votar por fuera y enviar una carta con los resultados.

—¡Adiós, Brayden! —ordeno exasperada —. Creo que fui clara en mi decisión. No lo quiero ver aquí.

Sale de la sala con una sonrisa en el rostro que poco entiendo y más cuando esta se extiende en el rostro de su hermano luego de intercambiar miradas.

—Pausa concedida —acepto, ansiosa por entender que es lo que está pasando.

Ninguno de los miembros del consejo abandona la sala, pero Francis y yo si lo hacemos. Me indica con la mano que lo acompañe fuera, al tiempo que Ingellus es escoltado por la guardia real hacia la salida del palacio.

—¿Qué sucede?

—Si ellos votan por iniciar el periodo de regencia por vilo monárquico, significa que el rey Magnus tiene una semana para aparecer y retomar sus labores de mandatario o de lo contrario será declarado muerto y usted será removida de su cargo.

—¿Muerto? Pero no lo está, no hay prueba de ello. Eso es una arbitrariedad.

—Es una medida para preservar el control del reino, así no haya cuerpo que lo compruebe, se hará un funeral, será enterrado y se pondrá una lápida sobre una tumba vacía. Se terminará el reinado del rey Magnus VI.

—¿Pero por qué? Yo soy la reina, no pueden quitarme del trono porque ellos así lo decidan. ¿No se supone que esta es una monarquía absolutista? El rey tiene siempre la última palabra.

—Exacto, el rey y el rey no está. Usted es la reina y es una reina consorte, no heredera, así que, si el rey no se encuentra, su poder no vale nada.

—¿Y mi hijo? Aquí llevo al próximo heredero de Lacrontte.

—Pero no está vivo y si lo anunciásemos sería el fin de ese pequeño. Vendrían tras él y usted lo sabe. Debemos continuar manteniéndolo en secreto.

—¿Y si Magnus regresa después de que lo hayan declarado muerto?

—De ser así, podrá seguir siendo el rey, pero tendrá que pelear por recuperar su trono.

—¿Y qué se supone que debo hacer entonces? ¿Aguardar en silencio y ver cómo me quitan del trono?

—Necesitamos que Magnus regrese, su palabra es la única que puede detener esto.

—¿Y si no vuelve? —Formular la pregunta duele como nada —. ¿Y si jamás logra regresar? Debe existir algo que se pueda hacer, Francis, piensa, por favor. Eres el concejero real, dime algo, dame una salida.

Se me queda viendo por más tiempo del que desearía. Frota sus manos con afán y baja la cabeza, ansioso. No quisiera pensar que está perdido, que en realidad no hay ninguna alternativa y que perderé todo lo que Magnus y yo hemos construido.

—Venga conmigo —dice finalmente.

Me guía por los pasillos a gran velocidad, como si solo nos restaran un par de minutos para salvarnos de la muerte inminente. Tomo el final de mi vestido y lo enredo en mis manos para poder seguirle el paso sin riesgo a tropezar y caer hasta cuando finalmente nos detenemos en la oficina de Magnus.

Aidana aún se encuentra allí, tan desconsolada como la dejamos hace un rato. Francis no se detiene a hablar con ella, sino que comienza a volar por los estantes y gavetas con un nivel de desesperación jamás visto en él.

—¿Qué sucede? —cuestiona la exreina, limpiándose las lágrimas con un pañuelo, pero él no le responde.

—Si nos dices que estás buscando podríamos ayudar. —Le digo.

—El derecho de propiedad de Dinhestown, está firmado por el rey, pero no por usted.

—¿Por qué es tan urgente encontrarlo justo ahora? —pregunta Aidana —. ¿Acaso quieren…?

—Sí, activar el vilo monárquico. Si Magnus no aparece en la semana de plazo y le quitan Lacrontte a la reina, podremos pelear Dinhestown. Le pertenece a Emily, ella es la soberana absoluta de este reino. Cuando Magnus se lo obsequió él pasó a ser el rey consorte, aquí tienes toda potestad —me mira —, pero hay que adelantarnos a cualquier posible obstáculo que quieran colocarnos.

—¿Cómo pueden despojar a una mujer es este momento tan terrible? ¿Quién es el líder de esto? ¿Ingellus Brayden? —inquiere y yo se lo confirmo —. Nunca me agradó ese hombre, se lo dije a Magnus V cuando lo nombró líder del consejo de guerra. Se le notaba la ambición en los ojos.

—Tenemos que organizar todo antes de que sea tarde y debes empezar por firmar. —Anuncia, trayendo consigo un papel—. Aquí está.

Coloca sobre el escritorio el derecho de propiedad cuya única línea en blanco es aquella que reposa sobre mi nombre. Aidana me pasa una pluma y con la idea clara de hacer cualquier cosa por Magnus y mi hijo, firmo.

—¿Cuál es el siguiente paso? —cuestiono, totalmente perdida.

—Reconstruir Dinhestown como reino independiente. Tendrá que designar una capital, comenzar a reunir un ejército, armas, uniformes, porque sé que cuando se dividan los reinos lo primero que ellos querrán hacer será atacarla y debemos estar preparados. Además, eso le permitirá tener potestad para seguir con la búsqueda de Magnus y Gregorie, sin embargo, hay algo importante en lo que debemos centrarnos y son las leyes. Dinhestown era un reino parlamentario, así que sus reglas no nos sirven, tendremos que crear nuevas leyes para convertirlo en absolutista y que de ese modo sea usted quien tenga la última palabra.

—¿Cuánto tiempo tenemos para eso?

—La semana que nos da el vilo. Comencemos por reclutar soldados y pagar todo lo que se pueda con el dinero de Lacrontte, porque una vez se separen no podrá usar esas riquezas.

—Es imposible hacer todo eso en una semana, Francis.

—Ya lo sé, por eso debemos que empezar ya y tener listo todo lo que podamos.

—¿Y Lacrontte? Puede que no pierda Dinhestown, pero entonces eso quiere decir que es inevitable perder Lacrontte.

—Sí —interviene Aidana —, cuando mi querido Magnus IV murió, yo tuve que delegar el trono tan pronto como pude a Magnus V, pues ya no tenía ningún tipo de poder y él era el heredero y si ahora no está Magnus, no hay nada que puedas hacer mi niña. Es lamentable, pero así son las cosas para las mujeres en una monarquía absolutista.

—No —Francis interviene, con lucidez en el rostro, tanta que resulta preocupante—. Hay algo que se puede hacer, pero necesitamos a alguien más, otro Lacrontte. Como la historia de Meridoffe, quien casó a su hija con uno de sus sobrinos.

—El único familiar hombre y Lacrontte que existe es Gregorie y también está desaparecido, además de estar casado. Zachary es el siguiente, pero es un bebé, eso es imposible y enfermo, además, él ya no es un Lacrontte sino un Fulhenor. Necesitamos a alguien que tenga nuestro apellido.

—Y lo tenemos, querida, pero a ninguna de las dos les va a gustar lo que diré —sentencia y el corazón me late a mil por hora —. Gerald Heinrich es el hijo bastardo de Magnus V, un Lacrontte y un matrimonio entre él y la reina Emily es lo único que haría que no le quiten el reino.

—No —retrocedo, intentando esconderme de lo que esa insinuación significa —. Yo no voy a casarme con nadie. Yo sé que Magnus está bien y que va a regresar a mi lado y cuando lo haga no quiero que me encuentre siendo esposa de alguien más. Sé que podrá perdonarme el haber perdido Lacrontte, pero no el haberme casado con su medio hermano.

—Ni siquiera recordaba la existencia de ese hombre —confiesa Aidana—, pero aun así es una locura. Emily tiene razón, no podemos entregarle el poder a una persona que ha vivido con resentimiento hacia nosotros toda su vida.

—Estoy al tanto y es por eso que debemos prepararnos desde ahora para perder Lacrontte.

—Majestad —llama un guardia, tocando la puerta —. Ya ha llegado el general Willy Mernels y también tengo un mensaje del consejo de guerra.

Francis es quien se aproxima a abrir la puerta, toma el papel que le entrega el hombre y lo pasa a mis manos con cierta precipitación después de pedirle al custodio que retenga a Willy un momento más en la sala central.

—Es preciso que nos hagamos cargo de esto primero, luego puede recibir a su invitado. Ábralo, es su deber revisarlo, no el mío. —Explica.

Asiento y desdoblo la hoja con angustia, aunque ya presiento el resultado. Este consejo está repleto de machismo y estoy segura de que harán cualquier cosa por sacarme del poder.

En la nota están escritos los nombres de cada uno de los miembros con su votación enfrente. Ni siquiera vale la pena contarlo, la decisión es obvia. Oficialmente, se ha activado el periodo de regencia por vilo monárquico.

—Creo que ya imaginan cuál es la noticia. —Les digo, decepcionada.

—Tiene que ser fuerte, porque ha llegado el momento de pelear —reitera lo que ya me ha quedado claro—. Habrá que comenzar entonces con su coronación como reina única de Dinhestown. Deberíamos hacerlo mañana, aquí en el palacio. No necesitamos a nadie más que un arzobispo que presida la ceremonia, será algo privado. Usted, la iglesia y yo.

La rapidez con la que está pasando todo esto me atemoriza, pareciese como si hiciera algo ilegal, como si conspirara en contra de Lacrontte, cuando lo que verdaderamente estoy intentando es salvar a su rey perdido.

—De acuerdo —acepto, intimidada por el futuro turbulento que me espera —. Aidana, antes de que partas a Cromanoff, quiero darte una carta para que se la entregues a Elisenda. Considero que es una buena idea que nos ceda algunos soldados. Debemos cubrirnos en caso de que no reunamos personal suficiente antes de la fractura de los reinos y quiero tenerlos aquí cuanto antes. Eso me daría mucha más tranquilidad.

—Es buena idea —secunda Francis —, pero tendrán que llegar poco a poco y vestidos de civil, de otra manera, podrían empezar a sospechar. ¿Alguna otra cosa que quiera agregar antes de que le demos entrada al general Mernels?

—Es todo por ahora. Busca al arzobispo y yo prometo estar lista para la coronación temprano en la mañana, redacta la carta y que Aidana parta lo antes posible, haz pasar a Willy y mientras hable con él no quiero que nadie me interrumpa.

—Ya ordena como toda una reina. —Sonríe con tristeza. La alegría es una emoción que nos ha abandonado a todos.

—Es lo que soy.

Una vez salen de la oficina, Willy hace acto de presencia. Me sonríe mientras cierra la puerta y camina lento con las muletas que usaba la última vez que lo vi.

—Caballo, ¿qué sucede? Me informaron que te era urgente verme.

—Primero cuéntame, ¿cómo estás tú?

—Igual que siempre. Que no te asusten estas cosas —levanta una de las muletas —, no son más que una medida de precaución en los días finales a mi recuperación. Pero dime tú, ¿qué es lo que ocurre?

—Todo va mal, Willy —aprieto las manos en el papel donde yace el fatídico acuerdo del consejo, para así tomar fuerzas y evitar las lágrimas —, pero algo ira peor si no me ayudas a resolverlo. No sé a quién más confiarle esto. Eres la única persona a la que puedo contarle.

La habitación se llena de mis susurros, en un esfuerzo por evitar que alguien pueda escucharme y por alguien me refiero a Francis.

—Iré directo al asunto. Mis padres están secuestrados y la persona que los tiene quiere algo que no puedo darle.

Empiezo a explicarle a detalle todo lo que ha pasado y solo a él le enseño los papeles con la cláusula que Magnus V dejó.

—¿Quieres que me reúna con ese hombre esta noche? —pregunta tras escucharme con atención.

—Sí. Necesito que seas mi mensajero, que lo convenzas de venir al palacio. Es mi terreno conocido en este reino y el único lugar al que puedo entrar con seguridad en su juego. Estamos sometidos a sus reglas, pero al menos puedo poner condiciones.

—¿Tienes algún plan en mente?

—Tengo una corazonada y algo me dice que debo seguir a mi instinto. Quiero que confíes en mí.

—Lo hago, pero me preocupas. No puedes hacer esto sola y ¿qué pasa si no suelta a tus padres?

—Déjalo en mis manos. Lo hará, estoy segura de que lo hará.

—Bien. Ahora, ¿cómo se supone que entraremos al palacio sin que tus guardias nos vean?

—Los moveré a otro sitio, eso es lo más fácil. Soy la reina, obedecerán sin hacer preguntas. Igualmente, tampoco entrarán, afuera hay un mirador, espérame allí con él, yo llegaré hasta ustedes. Lo reconocerás fácil, en el piso tiene pintando una brújula.

—¿Y si no acepta venir? Lo pintas todo demasiado fácil.

Tomo el sobre con las hojas de la cláusula y rasgo la primera parte, la que está llena de formalidades, dejándola justo en la primera línea, en la que se habla de una oportunidad de redención para el heredero bastardo del rey Magnus V, sin revelar exactamente lo que es.

—Dale esto —se lo entrego a Willy —, Sé que al leerlo lo convencerás.

—De acuerdo. Anótame los datos para el encuentro.

—Algo más, tendrás que caminar de regreso. Lo siento en verdad, pero no te lo pediría si no fuese necesario. Le diré al chofer del palacio que te lleve ahora mismo al sitio, a un hotel que está cerca, de allí iras en la noche al encuentro con Ansel y luego los dos tendrán que caminar hasta acá.

—Soy un hombre fuerte. Ya te he dicho que las muletas son solamente una formalidad, estoy bien.

—Nunca voy a olvidar esto, Willy —me inclino en la mesa para tomar su mano con fuerza —, y es por esa razón que quiero proponerte algo. Quiero que sea general aquí en Dinhestown.

—¿Dinhestown o Lacrontte?

—Has escuchado bien. Dinhestown. Es otra historia que debo contarte, pero por ahora solo piensa en mi propuesta. No estarás en la acción, lo juro, solo quiero que sea mi mano derecha en la armada.

—Caballo, parece que no me conoces en lo absoluto. Siempre voy a estar para ti, a un pitido de distancia, ¿no lo recuerdas? Meterse en problemas el uno por el otro, eso es lo que hace un amigo.

—Pero siempre soy yo la que te mete en problemas.

—Y gracias a eso ahora soy general de Dinhestown. ¿Ha escuchado hablar sobre ese reino? —habla con ternura y ojos brillantes, amorosos —. Estoy ansioso por trabajar con su reina.

—Te amo, Willy Mernels.

Nahomi no sé equivocó cuando dijo que sería mi amigo, el mejor de todos.

—Me quedaría a decirte cuando te amo también, pero tengo que llegar a un hotel pronto.

Le sonrío. La primera sonrisa del día y seguramente la única.

El consejo de guerra y Ansel Cournalles ya dieron su primer paso en la ofensiva, ahora es mi turno de atacar y parece que se les olvidó que fue el mismísimo Magnus Lacrontte quien me enseñó como responderle al enemigo.

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