Fantasma [+18] - Dark romance...

By Annyquilada

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[AUTOCONCLUSIVO] Una asesina a sueldo se alía con un ladrón de arte para vengarse de la muerte de su mejor am... More

Nota de autora
🔥 Echa un vistazo al interior 🔥
1 | Una compresa salvavidas
3 | Vivi
4 | Una familia disfuncional y una pantera enfadada
5 | La primera llamada
6 | Pantera [+18]
7 | Moviendo ficha
8 | Se acabó
9 (I) | Los borrachos son difíciles de matar
9 (II) | Los tríos no solo sirven para distraerse [+18]
10 | Todo por la rata
11 | Los capullos de Schrödinger
12 | Odiar a Dominique es una obligación
13 | Una localización matrioshka y un panda que no distingue a sus hijos

2 | Las venganzas personales

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By Annyquilada


La mala suerte me persigue y yo soy lento de cojones.

Sujeto la bolsa de hielo sobre mi cabeza y gimo de dolor mientras escucho a Nicolas bostezar. Repatingado en el sofá y con el cabello rubio cayendo perezosamente hacia sus ojos azules, da la impresión de que nada de lo que ha pasado tiene que ver con él. Es como si mi hermano estuviera viendo una película en su salón. Se dedica a observar el desenlace sin intervenir ni una sola vez. Solo esboza una sonrisa en dirección a los tres hombres que tengo frente a mí, animándolos a cometer un solo error para que la cinta tome un cariz más sangriento.

Hace tres días que no me afeito, el mismo tiempo que he pasado en el Regio de Calabria. Setenta y dos horas. Ni siquiera he tenido tiempo de asearme y ya han intentado matarme una vez. No quiero ni pensar en lo que pasará dentro de un mes, si es que llego vivo para entonces.

—No la hemos visto, señor Marini —dice uno de ellos. Titubea al final de la frase y carraspea en un vano intento de disimular—. Se lo juro. No sabemos cómo ha entrado, pero no ha sido por aquí.

Sus siluetas se dibujan y se desdibujan en el borde de mi visión, como cuando fuerzas la vista e intentas ver más lejos. Sin embargo, yo no fuerzo nada. Lo único que quiero es arrancar a Nicolas del sofá para tumbarme yo y descansar y que el silencio sea tan intenso que retumbe en las paredes.

¿Cómo puedo tener tan mala suerte?

Unas horas antes estaba reunido con varios socios de Fabrizio, cerrando un trato tan tranquilamente y albergando la esperanza de poder volver a casa de una vez por todas y de pronto todo se fue a la mierda por culpa de una estúpida asesina que decidió que ese era el momento perfecto para cargarse a todo el mundo y noquearme. Ya podría haber aparecido media hora después, cuando yo estuviera en mi cama, bien lejos del peligro.

—¿Insinúas que una asesina ha esquivado a quince de los nuestros, ha llegado hasta nosotros, ha matado a tres de los socios de Fabrizio y me ha dejado inconsciente sin que nadie se dé cuenta de ello? —pregunto en voz baja.

Es increíble. O los asesinos de la 'Ndrangheta son auténticas máquinas de matar o estoy rodeado de inútiles y empiezo a decantarme por la segunda opción porque es imposible que alguien haya hecho todo eso sin que nadie se diera cuenta.

—N-no es eso, señor. Es que no hay...

Nicolas suelta una risa incrédula y menea la cabeza negativamente, interrumpiendo las palabras del chico. Veo su nuez subir y bajar mientras traga saliva, asustado. Los otros dos agachan las cabezas como si quisieran que se las cortara. Lo cierto es que lo único que quiero es que se callen y arreglen todo esto para poder largarme ya. Me duele demasiado la cabeza como para pensar en otra cosa que no sea eso.

—Inútiles. Te dije que debías seleccionar mejor a tus hombres. ¡Casi te vas al otro barrio por idiota! —protesta Nicolas.

Me froto las sienes una vez más. Estoy tan agotado que habría pospuesto esta reunión si mi vida no dependiera de ella. No puedo dejar de preguntarme por qué sigo con vida.

No lo entiendo.

Nunca antes había visto a alguien pelear con tanta destreza. Ahora que echo la vista atrás, me da la impresión de que habrá pasado la vida haciendo justo eso: pelear y matar. Era como una máquina dispuesta a todo para conseguir su objetivo, independientemente del resultado que eso tuviera para ella.

Ni siquiera sé si tuve tiempo de defenderme. Los instantes que discurren entre el momento en que mató a Piero y me dejó inconsciente se han convertido en un espacio en blanco que no soy capaz de rellenar. Cuando volví en sí, mis hombres me habían tumbado en el sofá y el único rastro de los tres cadáveres eran las manchas de sangre en el suelo que pronto desaparecerían bajo las expertas manos de los limpiadores.

—Haremos una investigación exhaustiva de lo que ocurrió —siseo, y el sonido de mi propia voz repiquetea en mis tímpanos y me obliga a hacer una mueca. Qué asco de vida—. Quiero en mi mesa las grabaciones de todas las cámaras del edificio, desde la primera hasta la última. Las de la calle también. Que no quede un rincón sin revisar. Tiene que haber entrado por algún sitio.

Eso está claro. No puede haberse materializado en medio del despacho como si fuera, yo que sé, invisible o algo de eso.

—Me temo que eso no será posible. —Arqueo una ceja, incrédulo, y él se rasca la cabeza—. Es que todas las cámaras dejaron de funcionar al mismo tiempo. Quien hizo esto, era un profesional. Supo cómo entrar y salir sin ser detectado. Y si usted no está muerto, tal vez... Tal vez es porque quería dejarle con vida.

Por primera vez, Nicolas se yergue en el asiento, alerta como un depredador, y me mira con el ceño fruncido.

—¿A quién has cabreado tanto como para hacer esto, amico?

Suspiro. Vaya puta mierda.

—Me rindo. Vuelvo a casa y ya está. Si no me matan estos tarados, que me mate Fabrizio, que al menos va a tener la decencia de hacerlo limpiamente. Si es que no sé para qué me molesto en intentar protegerme. Soy un cadáver con patas.

Apoyo la frente en el escritorio y cierro los ojos. En algún lugar de mi escritorio, suena mi teléfono. Arrastro la mano hasta que doy con él y descuelgo en cuanto veo que es Leo, mi guardaespaldas —aunque irónicamente, estos últimos días no me ha guardado mucho las espaldas—. A buenas horas se me ocurrió darle vacaciones.

Ni siquiera me da tiempo de hablar. Es evidente que ya sabe lo que pasó y está histérico.

—Acabo de enterarme. ¿Estás bien? ¿Estás vivo?

De fondo se oye el rugido del motor de su coche. Los radares deben estar haciéndole una bonita sesión de fotos. Luego le pediré que me las envíe para enmarcarlas.

—Qué va. Te respondo desde un call center en el más allá.

—No bromees con eso, Dominique. Podrías haber muerto.

—A ver, creo que tengo una conmoción cerebral, así que puede que sufra un derrame mientras duermo —carraspeo—. Aún es pronto para cantar victoria, Leonardo.

Le oigo ahogar una exclamación al otro lado del teléfono y contengo una carcajada.

—Estoy de camino a Calabria. Tardaré una hora, como mucho. Te ayudaré a dar con esos cabrones y...

—¿Pero tú no decías que matar estaba mal? —me burlo—. ¿Desde cuándo eres tan agresivo?

Los tres hombres se miran entre sí, confundidos. Es evidente que no tienen ni idea de quién soy. Lo único que saben es que trabajo para Fabrizio y eso es suficiente para hacer que se meen en los pantalones. No sé cómo reaccionarían si supieran que solo soy un ladrón.

Uno muy bueno, pero un ladrón al fin y al cabo.

Si buscan a alguien a quien se le den bien las pistolas y todo eso de llevarse vidas por delante, deberían mirar en el sofá.

—¡No hablo de matarlos! ¡Hablo de responder con... con... con lo que sea!

—Claro, no te preocupes. Les robaré un par de jarrones como muestra de agradecimiento por la visita. Ah, no, que no iba así.

—Sí que te has dado fuerte en la cabeza.

—Corrección: Me han dado. Yo no me he golpeado solo. Creo.

Lo cierto es que la mitad de lo que pasó está en blanco, desde que se cargó al pobre Mattia hasta que me desperté en el sofá, con Nicolas abanicándome como si me hubiera desmayado y una bolsa de hielo sobre la cabeza. De los cadáveres no había ni rastro, los limpiadores se encargaron de todo salvo de limpiar las manchas de sangre en la alfombra, que tendremos que tirar. Una pena, porque era una alfombra de coleccionista.

Me han dado dos puntos, por cierto. Dos. Menudo porrazo.

—Tómate esto en serio, Dominique —insiste Leo, siempre tan serio—. Han intentado matarte. Esta no es una de tus múltiples rencillas personales.

Suspiro y me yergo un poco en el asiento. Nicolas y los tres hombres de Fabrizio me están mirando fijamente, probablemente preguntándose si deberían llevarme al hospital para que me hagan un TAC. Ahogo un bostezo.

—Ya, ya. Me ha quedado claro. Bueno, te dejo. Nos vemos cuando llegues, si es que sigo vivo.

—¡Dominique! —protesta Leo con voz aguda.

A veces no sé si es mi guardaespaldas o mi madre. Quizá sea las dos cosas al mismo tiempo.

—Vale, vale. Perdón. Te espero aquí.

Los tres hombres cambian el peso de un pie a otro, esperando a que termine de parlotear con Leo y les dé una orden que puedan seguir.

Carraspeo e intento poner mi voz de hombre de negocios para que me obedezcan a la primera.

—Y a vosotros os he dado una orden. Investigad todo lo que encontréis. Tiene que haber algo en algún lugar. Encontradlo... o lo que sea. Fuera.

Los despido con un gesto y ellos suspiran aliviados. Salen en tropel del despacho y nos dejan a Nicolas y a mí solos.

—Es evidente que los De Luca no están muy felices de tenernos por aquí —murmuro, poniéndome en pie.

Le hago un gesto para que se levante del sofá, pero mi hermano me ignora. Le tiro del brazo y logro que se siente, así que aprovecho el hueco que me ha dejado en el sofá para tumbarme con las piernas en alto. Mi hermano gruñe algo sobre el olor de mis pies y se mueve hacia la otra punta del sofá.

—Vale, creo que es el momento de que me expliques qué estamos haciendo en este agujero —me pregunta.

—Joder a los De Luca, por supuesto. Por lo de la cría, ya sabes.

—Cómo no... —Nicolas suspira y se frota la nuca—. Fabrizio y sus venganzas personales.

No puedo evitar que se me escape un gruñido. Fabrizio lleva toda su vida vengándose de la 'Ndrangheta. En especial, de los De Luca. El último movimiento de Fabrizio, enviarme al Regio de Calabria, es una más de su lista de provocaciones hacia Donato De Luca.

—Mataron a su medio hermano y a toda la familia de este a sangre fría, Nicolas. Yo habría hecho lo mismo en su lugar.

—Yo no arrastraría a los míos a la muerte por algo que ocurrió hace quince años.

Doy un respingo en el asiento. Soy perfectamente consciente de que Nicolas únicamente obedece a Fabrizio Santoro porque le paga bien y que, si terminó sirviéndole a él y no a otro, es porque no quiere abandonarme. Nicolas y yo hicimos una promesa desde que entramos en este mundo y la cumplimos a rajatabla para no terminar en bandos enfrentados.

—No es buena idea cuestionar a un Santoro —replico, más que nada porque no me apetece que Fabrizio decida colgarme bocabajo del balcón de su casa y dejarme ahí para siempre.

Nicolas lanza un gruñido al aire y se encoge de hombros, indiferente. La única lealtad que siente Nicolas es hacia sí mismo y, en menor medida, hacia mí. El resto del mundo le importa más bien poco. Así ha sido siempre.

—De cualquier modo, vamos a aprovechar nuestra estancia aquí. —Nicolas se ajusta la corbata con una sonrisa de depredador y supe lo que estaba a punto de pedirme—. Esta noche vamos al Saira.

—Ve tú, si quieres. Yo me voy a dormir.

—No acepto un no por respuesta, amico. Algo me dice que esta noche será inolvidable.

Inolvidablemente insoportable, quisiera añadir.

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