La novia de mi hermano 1 [Dis...

By Luisebm7

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¿Rechazarías la compañía de la soledad cuando no puedes confiar en nadie más? La vida me mostró a temprana ed... More

Notas
La huella del pasado
¡Concurso!
1 - La sonrisa de mi cuñada
2 - Guerra de incordios
3 - Desconcertada
4 - Más que cuñadas
5 - Fisgoneando en su intimidad
6 - La amistad más corta de la historia
7 - Me gustas
8 - Presa de la lujuria
9 - Ella es un encanto
10 - La fiesta I
11 - La fiesta II
12 - La fiesta III
13 - La fiesta IV
14 - ¿Todo fue un sueño?
15 - Domingo de cine... y algo más I
16 - Domingo de cine... y algo más II
17 - Domingo de cine... y algo más III
18 - El renacer del rencor I
19 - El renacer del rencor II
20 - Desde la distancia, estaré a tu lado
21 - Sáname con un beso
22 - La perdición reside en sus labios
23 - La dulce venganza
24 - Una ruptura, una oportunidad
25 - Paseo en patines
26 - Hoy soñarás conmigo
27 - ¿Qué tramas?
28 - ¿Se reconciliarán?
29 - Cita de amigas I
30 - Cita de amigas II
31 - Cita de amigas III
32 - ¿Te conquisté?
33 - Esta noche serás mía
34 - Esta noche seré tuya
35 - Se acabó el cuento de hadas... ¿o no?
36 - Estrategia
37 - Encerrona
38 - La aliada kawaii
39 - El fin de su soltería
40 - Ana es cruel
41 - El Real Decreto de la distancia
42 - Cena con los suegros
43 - Cena con los suegros II
44 - La prueba de la distancia
45 - La prueba de la distancia II
46 - Masaje con final... ¿feliz?
47 - La tortura de la distancia
48 - Doble estaca en el corazón
49 - Las consecuencias de las decisiones
50 - Alguien pagará los platos rotos
51 - Ani desatada
52 - La abolición de la distancia
53 - Confiesa y seré tuya...
54 - Una nueva amenaza
56 - Ani ha sido corrompida
57 - Game over, Mario
58 - Siguiente en la lista
59 - Lista actualizada
60 - ¡Ani es una facilona!
61 - El diario de Ani
62 - Enferma de amor
63 - Revitalizada
64 - El pacto
65 - Confesión carnal
Agradecimientos

55 - Una Flor llena de espinas

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By Luisebm7

NOTAS

¡Hola, familia!

A lo mejor no se esperaban esta actualización. Espero que les haya sorprendido. Tenía muchas ganas de llegar a esta parte porque aparece cierto personaje... La semana empieza potente.

¡Feliz lunes! Les deseo una semana intensa, en el buen sentido. ¡Un besote!

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Una Flor llena de espinas

—Habéis llegado un cuarto de hora antes, muy bien. Me gusta vuestra disposición. Seguid así y el castigo se convertirá en recompensa para la nota final. —La profesora Bernarda nos trata con más calidez que en el instituto, como si en este entorno nos dotara de madurez—. Aprovecharé para presentaros el equipo femenino juvenil de voleibol del cual te encargarás, Ana. Tú tranquila, ellas saben lo que tienen que hacer. Y tú, Laura, asistirás recogiendo pelotas y organizando el material. Tampoco te preocupes demasiado, las alumnas suelen ser disciplinadas y dejan las cosas en su sitio —nos advierte.

Iniciamos el recorrido por el interior del polideportivo. El recinto es amplio, ya que cuenta con varias canchas paralelas. Tanto los baños como los despachos y el almacén están ubicados en un lateral. Aun así, el sitio parece minúsculo por la cantidad de niños escandalosos que juegan con las pelotas. Cada uno de ellos equivale a diez pequeños traviesos. Hay más tranquilidad en un avión que atraviesa una turbulencia que aquí. Por suerte, los más ruidosos están concentrados en el fondo del polideportivo. Si me tengo que ocupar de recoger el desastre de esas criaturas de Satán, no tendré ni un respiro para contemplar a Ani.

En la zona más próxima a la entrada, un equipo de fútbol uniformado entrena con algo más de disciplina. Diría que esos son un poco mayores comparados con los otros, de finales de la primaria. Tienen su propio entrenador, un joven musculitos que los mantiene a raya. El área central está ocupada por el equipo femenino de voleibol, el que se supone que asistiremos. Las jugadoras son adolescentes como nosotras, y unas auténticas privilegiadas, pues poseen más espacio que los demás para entrenar.

—¡Juan! ¡Ellas son las nuevas monitoras de las que te hablé! —le vocea Bernarda al entrenador de fútbol, que saluda con la mano desde la distancia y sigue con su actividad.

Luego, la profesora nos presenta al equipo de voleibol, compuesto por diez integrantes. Es entonces cuando se me hace un nudo en la garganta porque siento que Bernarda nos ha metido en un nido de avispas con los aguijones afilados, deseosos de acribillar carne tierna como la nuestra.

Las chicas rondan los dieciocho y diecinueve años de media, y lucen unos cuerpos atléticos a través de sus uniformes. Nos reciben con una mirada de superioridad que nos menosprecia. Prácticamente se ríen con burla de nosotras en nuestra cara. Para ellas debemos ser unas crías. A la mínima oportunidad que tengan, nos ridiculizarán.

Juana parece la más ingenua de ellas porque su mirada se extravía, o puede que seamos tan insignificantes para ella que ni se molesta en prestarnos atención. Lena, la rubia con cara de ángel igual que Estefanía, oculta tras sus ojos de bonachona el veneno que ansía escupirnos. Carla, la otra rubia del equipo, no disimula de la misma manera la recelosa mirada con que perfora a mi Ani. Diana, Lorena y Adriana son un subgrupo, un trío inseparable que aparenta ser honorable como si fueran los tres mosqueteros, pero que, después de endulzarte con su zalamería como Angie, te clavarían el puñal por la espalda antes de llegar al lugar pactado para el duelo. Dayana, Nerea y Mary forman el otro trío inseparable, pero más descarado. Verlas es como ver a las tres perversas amantes de Drácula o a las tres hienas de El rey león, destilando pura maldad con la risita que liberan por lo bajo.

—¡Venga, chicas! Recibamos a nuestras nuevas compañeras con un fuerte aplauso. —Pero, sin duda, ella es la peor de todas.

Flor, la capitana del equipo. La verdadera flor del jardín. La más deslumbrante entre ellas con diferencia. Una chica de piel, ojos y lacios cabellos de canela que sobresale por encima de las otras. Un rostro de facciones casi simétricas. Dientes perlados. Una sonrisa perfecta y resplandeciente que solo podría superar la de Ani. Un cuerpo espectacular que no destaca por los pequeños pechos que se marcan en su camiseta, pero sí por las idílicas y proporcionadas curvas que se dibujan en sus mallas cortas y ajustadas. Despide una energía tan potente que me hace temblar, en especial cuando se estira la coleta a la vez que exhibe su sonrisa divina y nos posee con su penetrante mirada, sobre todo a Ani. Me genera malestar en el pecho, me fuerza a tragar saliva. En cierto modo, me recuerda a Marta Alonso, pero más desarrollada y no con aquel aspecto de niña raquítica que se quedó grabado en mi retina.

Si tramaran humillarnos, Flor es la cabeza de la serpiente que debo cortar.

Bernarda instruye a Ani sobre el entrenamiento, asegurándole que Flor la asistirá en todo, mientras que a mí me ordena buscar el carro de las pelotas. Aunque indica que podemos acudir a ella e interrumpir su clase con los niños revoltosos en caso de necesitarla, nos deja solas ante el peligro.

***

Me encamino hacia el almacén donde está guardado el material. Cuando una sombra se alza a mis espaldas frente a la puerta, mi mente reproduce una película perturbadora. Las chicas me cubren la cabeza con un saco, me atan y me dejan encerrada aquí toda la noche. Algo semejante espero de ellas si las supuestas bromas macabras se les van de las manos. Al voltear la cara, descubro que el depredador que me acecha es el entrenador.

—Hola, preciosa —me saluda con porte de casanova. De cerca, aprecio mejor su barba perfilada y su pecho de gallo. Intuyo que está en los veinte, puede que próximo a los treinta años.

—Hola. —Le devuelvo el saludo por educación, ya que no me interesa para nada.

—Antes no nos pudimos presentar bien. Soy Juan. —El muy atrevido rodea mi cintura con la mano y me asesta dos besos en las mejillas.

—Laura.

—Lo sé. Bernarda me había hablado sobre las dos monitoras nuevas que tendría para echarle una mano. Habló muy bien de vosotras, pero se le olvidó mencionar lo guapa que eres. Tiene buen gusto escogiendo monitoras. —Ríe como un imbécil. ¿Cree que me ha impresionado con su halago?

—Ah, gracias. Bueno, voy a hacer lo que Bernarda me pidió.

—Es tu primer día. —Juan me apretuja el hombro—. Hoy te echaré una mano yo. Te enseñaré cómo está organizado esto para que te sea más fácil aclararte y mantenerlo igual. —Se adentra conmigo en el almacén, cosa que me inquieta porque desaparecemos del campo visual de los demás—. Todas las colchonetas van apiladas en este lado. Verás que las cestas que hay hasta el rincón son para guardar los diferentes tipos de pelotas. ¿Qué tal se te da jugar con las pelotas? —cuestiona con un tono sugerente y me lanza un balón de voleibol.

—No soy amante del deporte en general —respondo con ingenuidad y echo el balón en el carro.

—Ya. Pues yo te veo bien formada. Eres una belleza por naturaleza y te debes cuidar muy bien. ¿Vas al gym? —No me quita los ojos de encima ni para pasarme más balones. ¡Qué repulsivo!

—No. Oye, gracias, pero puedo seguir sola. Tus niños te deben extrañar.

—Tranquila, no me cuesta nada. Es un gusto servir a una monada como tú. —También tengo que soportar su risa socarrona—. Si quieres tonificar más las piernas y pulir ese cuerpazo para que se mantenga en forma, puedo ser tu entrenador personal —oferta con insinuación—. Por ser a ti, no te cobraría nada, ¡eh! Esto no se lo propongo a cualquiera.

—Te lo agradezco, pero no me interesa. —Lo que pretende es cobrarlo de otra manera.

—Piénsatelo, hay tiempo. Nos veremos a menudo por aquí. —Me tira el último balón—. Mira, en esa caja están los petos. —Pasea por el almacén para indicarme el resto del material deportivo. Se detiene junto a la cesta de los bates de béisbol y roza el mango de uno—. ¿Alguna vez has cogido un bate? —Esa pregunta va con doble sentido.

—No.

—Cuando tengas un buen bate entre las manos, verás lo poderosa que te sentirás. Te puedo enseñar a jugar. Te va a encantar. —¡Menudo idiota!

—Los bates se parten y las pelotas se revientan. Demasiado aburrido para mí —comento y él se carcajea como si hubiera sido un chiste magistral—. Me voy antes de que Bernarda se enfade.

—Eres tremenda, Laura.

***

Entrego el carro a las jugadoras, que recién han concluido el calentamiento dirigido por Ani. Espero que no le causaran problemas. Cada una se hace con un balón y se dispersan para entrenar de forma individual. Ani se escapa y se planta a mi lado.

—¿Y ese qué quería? —cuestiona con exigencia, apuntando hacia Juan.

—¿Él? Nada. ¿Por qué? —Finjo ingenuidad.

—Lo vi demasiado pegajoso contigo. Ten cuidado porque seguro es otro Adrián. —¡Ani está celosa! De algo ha servido el acoso de ese tipejo.

—No, solo se presentó y me enseñó el almacén —contesto tras reírme—. Quiso mostrarme su "bate" en privado —le susurro para incordiarla, para vengarme un poco por lo de Angie.

—¡¿Qué?! —pronuncia alarmada.

—¡Ja, ja! Estoy de broma. —No era una broma del todo, pero me ha valido para divertirme con la expresión protectora y territorial de mi Ani.

—No me hace gracia. Le habría reventado la cara —dice con cierta dureza. Sé que habría sido capaz de eso y más, por eso me ahorro los detalles de la verdad. No obstante, su reacción me confirma lo importante que me he vuelto para ella, y eso me enamora.

—No seas agresiva. —La sedo con mi tono calmado—. Simplemente me pidió que organizara los materiales desperdigados del almacén, por eso tardé un poco.

—Ya... ¿Y qué te pareció? Es guapo, ¿no? ¿Te gustó? —Ani enreda el dedo índice en un mechón de pelo de forma nerviosa, pero igual de nerviosa detiene el gesto al poco tiempo. ¿Te preocupa que me fije en otra persona, Ani? Es un temor que compartimos, pero el mío es mayor porque no soy ingenua como tú. Yo no accedería a citas como has hecho tú con Angie.

—Se llama Juan y es simpático... —digo, hasta que mi reciente pesadilla corta mis palabras.

—¿Ya le habéis echado el ojo al entrenador? —La capitana Flor tenía la oreja levantada. Se para junto a nosotras como si fuera una amiga de toda la vida, exactamente igual que como nos habla. Su magnífica presencia me intranquiliza.

—¡No! Nada de eso. Hablábamos de que tiene pinta de ser el típico idiota presumido —esclarece Ani.

—Es un buen tipo, pero ya sabéis lo que dicen de los futbolistas, ¿no? Solo piensan en meterla —nos alerta Flor. Es la típica chica que mancha la imagen del chico que quiere conseguir delante de sus posibles rivales para espantarlas. Falsa—. La mitad de mi equipo está detrás de sus huesos. —Y tú eres una más, ¿no? ¿Estás resentida porque fuiste estúpida y te tragaste el cuento de que eras la especial para él?

—¿Tú incluida? —sospecha Ani.

—¡Ja! A mí me va otra cosa y espero que vosotras no seáis bobas como mis compañeras, que fantasean con un chico mayor. —¿Cómo? ¿Le gustan las chicas? ¿Se refiere a eso? No sé por qué la mera idea de que sea así me inquieta más—. Ese juega a penaltis en el almacén. Balón colado, balón olvidado. Ya me entendéis. —¿Y a qué juegas tú, Flor? ¿Cuál es el propósito de tus advertencias? No consigo descifrarte. Dame algo más.

—Menudo billete de lotería —dice Ani.

—Oye, Ana, perdón por lo de antes. —¿Qué le hiciste a mi Ani? Miss Flor espinosa—. No quería poner en duda tus cualidades. No soy la típica capitana hija de puta de las películas, ¿sabes? —Pero está claro que la molestaste. ¿Era una estrategia? Le clavaste tus espinas para ahora cautivarla con tus pétalos. Quieres que ella baje la guardia, que se confíe para que le duela más el próximo maltrato—. Nosotras somos un equipo muy unido, prácticamente somos como hermanas, y no os haremos el vacío por ser nuevas. Ahora sois parte del equipo y os trataremos como tal, aunque solo estéis con nosotras temporalmente. —Atentamente, Marta Alonso y su banda de abusonas. ¡Mentirosa! Si fuera así, no habrías incomodado a Ani nada más conocerla. Además, alguna de vosotras habría sido amable y se habría ofrecido para ayudarme a buscar las pelotas.

—Gracias por tu sinceridad. Siento haber alzado la voz antes, es que pensaba que no me tomaban en serio y no estoy aquí para buscar conflictos. —Te vendió el pastel con gusanos, Ani, y hasta le sonríes como propina.

—No pasa nada. Es bueno que tengas carácter porque a veces sí nos comportamos como crías —bromea la sonriente Flor—. ¿Te puedo invitar a tomar algo después del entrenamiento para compensarte por el malentendido? —No. Imposible. Esto no puede estar pasando. Todas las piezas encajan ahora. Descartar nuestro interés en un chico llamativo físicamente como Juan, remarcar que le va otra cosa, incordiar a Ani adrede para estar en deuda con ella y así tener una excusa para pedirle una cita, la mirada atenta en Ani más que en mí, el discurso dirigido principalmente a Ani. ¡Todo estaba delante de mis ojos! Flor está interesada en Ani, en mi Ani. ¿Qué pasa? ¿Ani huele a miel desde que está conmigo como para que todas quieran acecharla?

—Una capitana que deja a sus compañeras entrenando solas mientras ella parlotea no es un gran ejemplo a seguir —escupo con frialdad.

No me la arrebatarás, Flor. Eres una chica tan terriblemente encantadora como para haber cegado mi capacidad de análisis, como para confundir y manipular a cualquiera, hasta me siento en desventaja contigo, pero no permitiré que estropees la relación tan especial que crece entre Ani y yo. No confío en ti. Acabas de conocer a Ani, solo buscas lo mismo que Angie o que Juan, mientras que yo solo busco darle amor a Ani.

—Eh... Era solo un momento, pero... sí, es verdad —asiente Flor tras una angustiosa meditación. Tengo que deshacerme de ella. Tengo que resaltar sus defectos—. Bueno, luego lo hablamos. —Se incorpora al entrenamiento sin rechistar.

***

Durante los siguientes minutos de entreno, lucho contra la irritación que me provoca Flor. Ani anima a todas y les aplaude sus asombrosas jugadas ensayadas, pero es la puñetera capitana quien se le acerca exhibiendo su sonrisa celestial. Además, le muestra la palma para chocarla con la suya.

Tanto que habló Flor de igualdad entre todas y me convierten en la apestada recogepelotas. Como si hubieran hecho un pacto para fastidiarme, me hacen correr de un lado a otro para buscar los balones que lanzan fuera con frecuencia. Son unas desconsideradas que pretenden alejarme de Ani para que Flor tenga el terreno libre.

Pero la propia Ani las abofetea cuando empieza a ayudarme a recoger pelotas. También se esfuerza para alegrarme y mantenerme motivada, como al bromear con que los chiquillos escandalosos son criaturas salvajes igual que Pikazon. Ella es la razón de que ría y de que la fatiga no me venza, pero no me basta para olvidar que se verá con Angie y para resistir la presión de que me queda poco tiempo para impedir que Flor se salga con la suya.

La profesora Bernarda me estrangula al avisar de que restan escasos minutos de entrenamiento. Mi ingenio, frustrado, no idea un plan sólido capaz de sabotear la cita de Flor. Para colmo, las chicas proponen jugar un partido y la entusiasta capitana le echa el brazo por encima a Ani. ¡Hasta se atreve a cachetearle una nalga! Entiendo que se toquetee con sus amigas, ¡pero no a mi Ani! ¡Es una aprovechada! Y Ani es tan ingenua que no protesta. Todo lo contrario, le sonríe. ¡Escupiré fuego por la nariz!

—¡Juguemos, Ana! Tengo entendido que esto se te da de maravilla y dudo que la entrenadora nos engañara al respecto. ¿Haces equipo conmigo? Venga, que llevas toda la hora ahí aburrida sin hacer nada y con vosotras dos completamos dos equipos. —¡Qué espabilada eres, maldita Flor espinosa! Sabes que ganará el equipo donde estés tú porque eres la mejor de todas, y que yo facilitaré la derrota del equipo rival. Así celebrarás puntos constantes que te servirán de excusa para manosear a mi Ani. ¡Eres de lo peor, miss Manipuladora y calculadora rastrera! Pero me vas a conocer, Flor embrujada.

—Si tan buena consideras que es, lo justo es que ella juegue en el equipo contrario para que ambos estén balanceados. —¿Podrás rebatirme eso?

—Bueno, vale. Entonces vente con nosotras, Laura —acepta sin rodeos, como si no le supusiera un incordio haber estropeado su estrategia.

Que empiece el juego...

A pesar de que no me inspiran confianza, las chicas demuestran que el voleibol no es un simple pasatiempo para ellas. Aporrean la pelota con la palma de la mano una y otra vez. Cada golpe es enérgico y estratégico. Se sincronizan para bloquear los remates, para recibir los saques y pasarse la pelota hasta colocársela en el punto óptimo, donde la mejor rematadora brinca y asesta un manotazo que envía el balón como un fiero rayo de Zeus al campo contrario. Aunque es un partido amistoso, juegan como profesionales y se aplauden los tantos a favor y en contra, denotando que entre ellas sí hay complicidad y, aparentemente, amistad.

No estoy cerca ni del nivel de la peor de ellas, pero admito que saboreo cierto agrado al ser una jugadora más. Todas ocupamos un puesto que va rotando cuando recuperamos el saque. No obstante, nos desplazamos por la cancha durante la acción como si danzáramos en armonía, dando lo mejor de cada una por el bien de todas. Lástima que solo sea un juego, una utopía que solo vive en la ficción. Ellas, en el mundo real, son amigas por necesidad que se reprochan los errores y se apuñalan por la espalda. La amistad pura no existe.

Por fin llega mi momento. Sostengo el balón en la mano, un objeto que parece inofensivo a la vista de cualquiera, pero que yo contemplo como un arma, como una herramienta para conseguir mi propósito.

Todas esperan por mi saque. Despacio, lanzo la pelota hacia arriba mientras calculo en mis adentros la trayectoria perfecta. Concentro toda mi fuerza en la palma con que azoto la bola. Esta, como un cometa que deja una estela a su paso, vuela directo a la nuca de Flor, mi objetivo. La capitana se tambalea como un bolo que sobrevive a la caída. Primer tanto para dejarla fuera de juego. Gracias a que ella ocupa la posición delante de la mía, pude acertar con el balonazo.

—¡Lo siento! ¡Lo siento! —Interpreto mi papel de niña avergonzada. Casi todas la contemplan consternadas, excepto por dos que se ríen, las que no pueden reprimir su malicia, las que se burlan de mi supuesta torpeza.

—Coño. Eso dolió... —expresa Flor mientras se rasca la nuca.

—¿Pero estás bien? —le consulta Ani, agarrada al otro lado de la red.

—De verdad que lo siento. —Le froto la espalda como si le clavara el puñal que se merece. A ojos de todas, aparento sentirme mal por el falso accidente. La realidad es que me he acercado a Flor para asegurarme de que su estabilidad cognitiva pende de un hilo.

—Que sí, que no pasa nada. —Miss Fortaleza. No es verdad. Le cuesta centrar la mirada—. No es el primer balonazo que recibo y no será el último. —No, no lo será. Veremos si aguantas otro—. Vosotras, dejad de reíros porque erais peor —las riñe Flor y restaura su sonrisa, un tanto forzada si se compara con la habitual—. Venga, sigamos. Apunta más arriba, Laura, y ya —me aconseja. Es una pena que no se enojara conmigo para que Ani viera que no es perfecta.

—Vale, lo haré. —Claro que lo haré. Exorcizaré tu lado oscuro o te noquearé. Una de dos, pero no secuestrarás a mi Ani.

Todas vuelven a sus puestos. Contemplo a Flor por detrás, expuesta a mi merced, indefensa. Ella flexiona las rodillas ligeramente y empina el trasero. Se prepara, y yo también lo hago. No puedo fallar, pero tampoco debo resultar muy evidente. Debe parecer obra de la casualidad, de la mala suerte y de la pésima técnica de una principiante.

Me tomo mi tiempo lanzando la pelota hacia arriba una vez. Ralentizo el saque para generar expectación, para transmitir mi teatral inseguridad y para inquietar a Flor. Ella, intrigada, mira hacia atrás de refilón, como si buscara una explicación a mi tardanza. Repito el mismo gesto para que esa cabecita en la que se está concentrando la sangre y en la que el cerebro se ha sacudido como un flan se vea tentada a voltearse más.

¡ZAS!

La mano me arde y se me entumece por el brutal golpe que le asesto al balón. Este se estampa como un meteorito en la cara de Flor en el preciso instante en que se giraba hacia mí. La capitana pierde el equilibrio por completo. Su caída alimenta mi satisfacción interna.

—¡Flor! ¡Flor! ¿Estás bien? —Unas cuantas la socorren de inmediato.

—¡Ay, no! ¡Fue sin querer! ¡Fue sin querer! ¡Lo siento mucho! —me disculpo, dramatizando mi pena en extremo.

—Tranquila, Laurita, fue un accidente —me consuela Ani, que se une a las que se agachan junto a Flor.

—Todo... me da vueltas... —Los pestañeos de Flor se prolongan y los ojos se le quedan en blanco por momentos. Cuando contemplo la sangre que se le escurre por la nariz, mi teatralidad adopta parte de sinceridad. No pretendía hacerle tanto daño, solo aturdirla.

—¡¿Qué ha pasado?! ¡A ver, dejadme sitio! —La profesora Bernarda se abre paso entre todas y despeja el área alrededor de quien parece su jugadora favorita, su otro ojito derecho.

—Esta chica ha sacado y le ha dado dos veces a Flor en la cabeza. —Mary, una de las tres hienas, no tarda en señalarme, prácticamente acusándome de lo que le pase a Flor.

—Por lo visto tiene un brazo potente. Se ha venido arriba como si fuera un remate —agrega Dayana, la otra hiena que agudiza mi sentido de culpa.

—¡Lo siento! Solo quería jugar bien como vosotras. —¿Por qué he hecho eso? ¿Por qué me he excedido? Flor ni siquiera me había hecho nada aún para castigarla con tal magnitud. Yo no soy así.

La vista se me empaña de verdad. Yo no tuve una profesora como Bernarda que viniera a preocuparse por mí cuando me agredieron. Si no fuera porque Ani me acaricia los hombros, rompería a llorar.

—Ya, Laurita. Fue un accidente, todas lo vimos —me consuela Ani.

—Vale, dejad el drama. Flor, ¿cómo te sientes? —le consulta Bernarda, que la inspecciona con cuidado.

—Estoy mareada... Se me ha quedado todo en blanco. —Flor palidece por mi culpa.

Angustiada, me pellizco las mallas.

—¿Alguna vio si se golpeó fuerte la cabeza en el suelo al caer? —indaga Bernarda.

—No se dio. Fue el balonazo —contestan y corroboran algunas.

—No es nada... Empiezo a ver mejor —dice la testaruda Flor y trata de incorporarse.

—Despacio. —La profesora la guía y comprueba su estado de nuevo—. Es posible que tengas una ligera conmoción por el golpe de la pelota. Ese cerebro ha rebotado dentro de ese cráneo por una fuerte sacudida, así que no conviene que te agites demasiado por ahora. No te asustes por la pequeña mancha de sangre en la nariz, no es una hemorragia grave, debe ser algún vasito dañado. —Su observación me alivia.

—Vale, pero ¿qué significa? —inquiere Flor, que se levanta con cuidado, soportada por Bernarda.

—Significa que conviene que hagas reposo este fin de semana y que acudas al médico si te duele la cabeza, si padeces más mareos o si ves un derrame en los ojos. Nada de actividades que requieran que te agites demasiado, ¿eh? —le advierte Bernarda, empleando un tono más tranquilizador.

—¿Ni follar puede? —Dayana termina de relajar el ambiente con su sentido del humor.

—¡Cómo sois! Nada de nada. Venga, arreando al vestuario y para la casa —ordena Bernarda y se dirige a Ani y a mí—. Lo que hay que ver. Primer día y me lesionas a mi capitana. Espero que no seas compinche de las rivales, Laura —me dice, curiosamente, con simpatía.

—Lo siento mucho, profesora. No volveré a jugar con ellas. —Apenada, arrugo las cejas.

—Relájate, era una broma. Los accidentes son normales en el deporte. Se trata de tener más cuidado y ya. Venga, al vestuario y nos vemos la semana que viene. ¡Buen fin de semana, chicas!

Yo nunca había hecho sangrar a alguien como Aiko. Me siento rara...

***

Nos despedimos de las jugadoras en son de paz. Ninguna me recriminó que dañara a la estrella del equipo. Habría sido una buena ocasión para irnos, pero me ensucié las manos con algo grasiento mientras guardaba el material deportivo. Se me ha ocurrido entrar en el vestuario para lavarme las manos y, de paso, analizar a las chicas lejos del dominio de Bernarda. Por fortuna, Ani decide esperarme fuera.

En cuanto accedo al vestuario, me encuentro con un panorama que me deja estupefacta. Las chicas se desnudan para ducharse mientras parlotean como loros, lo normal, pero cuatro de ellas hacen más que eso. Dayana y Nerea, sentadas una encima de la otra en un banco, se apretujan y se besuquean, mientras que Mary y Juana se desvisten mediante descarados tocamientos junto a las taquillas. ¿No les avergüenza hacer eso delante de las demás?

—Chicas, Laura ha venido —me delata Flor, a quien contemplo en bragas y sostén sin pestañar. Seguro que a Ani le atraería.

—Perdón, no quería interrumpir. Solo vengo a lavarme las manos —murmuro y me apresuro hacia el lavamanos, evitando mirarlas.

—Seguro que estás pensando algo como «¿Qué hacen estas zorras?». —Sí. Algo así, Dayana.

—No, para nada —niego.

—Pobre Laura, se ha asustado con lo que ha visto —comenta Lena.

—No ha visto nada del otro mundo —interviene Mary—. Juana y yo somos novias. Dayana y Nerea también lo son.

—¿A todas os van las chicas? —Me atrevo a preguntar y abro el grifo.

—Solo a ellas y a mí —contesta Flor, que se me acerca hasta reflejarse a mi lado en el espejo—. Pero todas somos de mente abierta. No nos ofende lo que hagan. Ya os lo dije, somos como hermanas.

—¿Eres homofóbica? —me pregunta Carla.

—¿Eh? No. —Me siento intimidada, como si cada una de ellas me escaneara por separado para luego ponerlo en común. A mí no me engañan. Tras esa fachada de naturalidad y simpatía, me están poniendo a prueba.

—Entonces no te escandalizará que seamos mimosas. A veces, algo más que mimosas. Todo depende de lo revolucionadas que estén las hormonas —dice Nerea y varias ríen—. ¿Crees que a Ana le incomodará?

—Tampoco. No os cortéis por nosotras. —Me restriego bien las manos bajo el chorro de agua y Flor me echa jabón—. Flor, siento lo de los balonazos. —Intento desviar el tema.

—Eso ya está olvidado, Laura. Fue sin querer. —Me frota el hombro. Su mano es gentil. La imaginaba más ruda por el deporte—. Justo hablábamos de Ana cuando entraste. —Capta mi atención—. Tenemos la costumbre de puntuar a chicas y chicos por igual, sin malas intenciones. Todas coincidimos en que Ana está entre nueve y diez. Yo fui una de las que le dio un diez. —¿Por qué no me sorprende? Me suena a que más bien le pedías opinión a las demás porque, por lo visto, a mí no me puntuaron—. Es muy bonita, ¿no? ¿Qué puntuación le darías tú?

—Supongo que la misma. —Sacudo las manos.

—Que sepas que a ti también te dimos entre un nueve y un diez —destaca Dayana, como si me leyera el pensamiento o se comunicara con el resto telepáticamente—, pero en versión junior. —¡Qué desgraciada! Provoca que algunas se rían. ¿Qué quiere decir con eso? Sabía que tardaban en ridiculizarme.

—No lo malinterpretes. Lo que pasa es que te vemos más pequeña. Tienes cara de trece. No es nada malo. A ti también te di un diez —aclara Flor sonriente, pero no me convence. Ya veo lo que hablan de mí a mis espaldas y apenas nos conocemos. Me pintan como la niña desvalida, como la recogepelotas de la que burlarse y hacer el día. Así empieza el acoso—. Tú y Ana sois... amigas, ¿no? —Ahora comprendo la cercanía de Flor. Me engatusa para sonsacarme información sobre Ani. Me considera una niña ingenua como todas. ¿Quieres información, Flor espinosa? Pues te arrancaré los pétalos de ilusión.

—Sí, y somos cuñadas también. Ella es la novia de mi hermano. Le van los chicos guapos, buenos y con cerebro como él. —Trágate eso—. En fin, me voy. Pasad un buen fin de semana.

***

Me puse la alarma para despertar el sábado por la mañana a la misma hora que mi hermano. Ayer conseguí dejar a Flor fuera de juego, pero me queda la depredadora más peligrosa: Angie. He madrugado con el único propósito de disuadir a Ani para que cancele su cita con ella.

Mi hermano ya se fue a trabajar y Ani se ha metido en la habitación para prepararse. Yo hago lo mismo, pero con más brío para sorprenderla. Tras ponerme el bikini y unas prendas veraniegas, guardo dos toallas, la crema de protección solar y dos botellas pequeñas de agua en la mochila. Cojo la cámara de fotos instantáneas en el último momento.

Respiro hondo frente a la puerta del cuarto de Ani para aliviar la agitación causada por el apuro. Cuando ella abre la puerta, exhibo mi mejor sonrisa, la que me nace al ver que se ha puesto la gorra que le regalé. Como yo, se ha vestido para ir a la playa.

—¿Estás lista? —Ahora es cuando debo emplear todas mis armas, por eso me expreso con gran entusiasmo, aunque no es fingido.

—Mmm... Sí. Veo que tú también —señala con extrañeza.

—Pues vamos. Podemos ir a otro lugar hoy. —Sé que su plan es verse con Angie, pero actúo como si no supiera nada al respecto.

—Eh, Laurita, creo que hay un malentendido aquí. Has quedado con Aura, ¿no? —¿Eso creía ella? ¿Por eso no me tuvo en cuenta?

—Claro que no. Te debo un paseo de la semana pasada. —El argumento perfecto, que es real—. He preparado todo para que no tengas que preocuparte.

—Pues... ¡Uf! Joder, Laurita, es que ya quedé con Angie. ¿Por qué no me lo consultaste antes? —Aun sabiéndolo de antemano, ahora entiendo lo que se siente que te escupan algo así de sopetón. La ilusión se apaga por sí sola.

—Quería sorprenderte y compensarte por lo de la semana pasada. Fuiste muy buena conmigo por considerar mi petición, pero yo te fallé. Luego lo estuve pensando. Una buena amiga habría salido con su buena amiga, no la habría dejado tirada como hice yo. Lo siento mucho, Ani. —Fui una rotunda imbécil, Ani. La cita que tienes hoy es culpa de mi idiotez. Si no te hubiera dado plantón, si no te hubiera hecho sufrir en vano, esto no estaría pasando. Y vuelvo a ser una desgraciada por someterte a este chantaje emocional, pero te juro que la expresión afligida que contemplas en mi rostro es real. Dame la oportunidad de enmendar mi error y olvídate de Angie, que no pretende nada bueno contigo. No quiero que te contamines como te pasó con Sandra. No quiero perderte.

—Olvídate de eso —dice tras arroparme amorosamente con sus brazos—. No me molestó. —Sé que miente, y que se lo calla para que estemos bien—. Me sienta fatal que te hayas tomado todas estas molestias. Creía que te verías con Aura como sueles hacer y que me habías oído cuando hablaba con Angie.

—No me contaste nada y no podía adivinar lo que ella decía —miento, me mantengo ceñida a mi versión de desconocer los detalles de la llamada—. No sabía que planeaban pasar el día juntas.

—Joder, Laurita... —Me frota las mejillas con cariño.

—Mi deseo es pasar un día inolvidable contigo. Te prometo que respetaré todas las distancias que quieras. Tú tienes la última palabra... —¡Por favor! ¡Por favor! ¡Por favor! Elígeme y te recompensaré con amor.

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