Vidas cruzadas: El ciclo. #2...

By AbbyCon2B

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Su amor ha demostrado ser más fuerte que aquellos obstáculos en el camino, pero su historia apenas comienza... More

NOTA DE LA AUTORA Y MÁS.
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AGRADECIMIENTOS.
Un trailer que tenía guardado.
Cuarto libro de Vidas Cruzadas: El ciclo (Disponible)

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By AbbyCon2B

11 de junio 1885.
Paris, Francia.

Eli entró en el salón de la casa de Monsieur Lachance y se reunió con sus hermanos y hermanas. El ambiente estaba tan tranquilo como podía estar considerando que su madre estaba desaparecida y su padre estaba navegando las aguas para intentar llegar a ella.

Elizabeth corrió a abrazarlo al verlo y su emoción aumentó cuando vio que Marie entraba justo detrás. Se lanzó a ella, gritando de alegría y Marie le acarició los rulos dorados y besó su frente.

—¿Qué hay de mamá? —fue lo primero que Eli preguntó al acercarse a sus hermanos.

—De momento nada, solo sabemos lo que Harvie ha escrito —explicó Peter—. Su última carta fue hace un tiempo y estaban en Santa Ponsa reabasteciendo el bote.

—Dice que el barco de piratas se dirige a Rabat.

—¿África? —. Adrian asintió muy a su pesar—. Joder... ¿No deberíamos ir? Ayudarles.

—Papá no quiere y según Harvie, con el humor que tiene es mejor no desobedecerle —señaló Hardy—. Pero él encontrara a mamá, siempre se encuentran y estaremos bien.

Eli asintió y se frotó el rostro ante la desesperación.

Había viajado solo con Marie, dejando a Odelia y sus hijos en la casa donde permanecían a salvo, pero el viaje había sido una experiencia abrumadora. Apenas había recibido la noticia por medio de una carta de Adrian se había lanzado al primer barco que había conseguido y afortunadamente Odelia lo había apoyado en su decisión. Había permitido que Marie le acompañara porque no habría sido justo que permaneciera alejada de la familia ante un momento tan aterrador, pero ella seguía castigada y todos sus hermanos y hermanas lo sabían.

Cuando su padre regresara, todos imaginaban que las vacaciones terminarían bruscamente, así que muchas decisiones debían ser tomadas. Peter estaba con Wendi, pero no eran nada formal, solo una pareja que no deseaba casarse. No de momento al menos, pero no podía marcharse sin ella, no ahora que le había enseñado lo que su vida podía ser, al mismo tiempo, llevársela a los Estados Unidos parecía apresurado y era una decisión arriesgada para Wendi y sus hijos. Si su relación con Peter no funcionaba, luego estaría varada en tierras que no conocía y sería peor que la pobreza a la que sobrevivía en Paris. Peter podía quedarse en Inglaterra, pero eso simplemente no estaba en sus planes, no podía abandonar a su familia sabiendo que tenía alternativas y quería permanecer junto a su padre, formando parte del negocio. Nolan debía dejar atrás a su amada, Célia Roger, pero así era la vida. Célia lo había marcado, le había enseñado lo que un hombre podía llegar a ser en compañía de la mujer correcta, como una mujer podía educarlo y formarlo en una mejor persona y consolarlo en las noches con su cuerpo y ese descubrimiento le acompañaría por siempre. Ella no sería su amada, pero abandonarla seguía siendo una decisión difícil de tomar.

Zenia debía renunciar a sus esperanzas de alguna vez reencontrarse con el escritor y Gwendoline sabía que no volvería a ver a su buen amigo.

También estarían dejando atrás la tumba de Marie y Darion, dos grandes decisiones que cargaban un gran peso emocional en todos.

Pero regresar a casa parecía ser la decisión correcta y Elizabeth sabía que implicaría despedirse de Ethan. Él continuaría sus vacaciones con los Jones y no volverían a verse hasta un año después, cuando los Jones volvieran a White Oak.

Jazmín abrazó a su marido desde la espalda y él sonrío al sentir como su vientre inflado se apretaba contra su espalda. Estaba de siete meses y se le notaba contra el corsé de su vestido.

Laurissa suponía que tendría un varón por la forma de su vientre y ambos habían pensado nombres, pero desde lo sucedido lamentaban que el embarazo hubiera pasado a un segundo plano.

—La encontrarán —le aseguró al oído y se recostó contra su hombro—. He estado rezando por ellos y sé que Dios me está escuchando, Adrián. Puedo sentirlo.

Sonrió y apoyó sus manos sobre las de ella que descansaban en su abdomen. Se giró para enfrentarla y sujetó su rostro para besarla suavemente. En esos momentos de angustia, Jazmín era la única que sabía cómo reconfortarlo y que veía la angustia oculta detrás de su postura tranquila. Todos los hombres mantenían la calma por sus hermanas, para poder consolarlas, pero por dentro ellos estaban igual de angustiado y no podían demostrarlo.

—Gracias —. Trazó sus mejillas con la yema de sus dedos y sonrió—. ¿Cómo está nuestro hijo?

—Inquieto como de costumbre —. Tomó su mano y la guio hacia su vientre—. Es fuerte y da buenas patadas.

Sonrió y volvió a besarla.

—Eso es bueno.

—Dile eso a mis órganos, ya me ha hecho pis como cinco veces por su culpa —. Se rieron por lo bajo y ella se cubrió el rostro, apenada—. Shh, no le digas a nadie.

—Tu secreto está a salvo conmigo, cochina.

Emma estaba embarazada al igual que Jazmín y esperaban dar a luz en el mismo mes. La experiencia de estar embarazadas al mismo tiempo las había acercado aún más como amigas y cuando Adrian estaba ocupado, era con ella con quién Jazmín pasaba las horas. No tenían mucho en común, Jazmín era simple y cómica, mientras que Emma era elegante y sofisticada, pero encontraban el equilibrio para que la amistad funcionara y sus embarazos siempre entraban en todas sus conversaciones.

Eli miró por la ventana hacia el paisaje de Francia y exhaló profundo intentando consolarse a sí mismo. La idea de perder a sus padres le aterraba y de todas las cosas que sabía tendría que enfrentar algún día esa era la única que no quería llegara. Simplemente no se sentía capaz de aprender a vivir sin ellos. Sin el consuelo de su madre y las tardes bromeando y bebiendo con su padre.

Se giró la sentir una mano en su hombro y su cuerpo se relajó al ver a Marie.

—Ellos volverán, deben volver —le garantizó—. Siempre vuelven.

Se regresó hacia ella y sostuvo su mirada.

—Razona por un segundo, Marie. Mamá estuvo en un barco con docenas de piratas ¿realmente crees que la dejaron viajar como una invitada? —. La calma de Marie desapareció—. Incluso aunque vuelvan, dudo sean los mismos y no estoy listo para ver a mamá así de rota.

Ella tampoco lo estaba y ni siquiera lo había pensado.

Cuando él se marchó, se quedó mirando hacia afuera y la idea de que lastimaran a sus padres le nubló la vista. Apretó una mano contra su pecho y se mordió el labio. ¿Y si no regresaban? Su última conversación con ellos habría sido una pelea y todo por su egoísmo, no podía soportarlo.

Abandonó el salón y se encerró en un dormitorio para poder llorar.

11 de junio 1885.
Algún punto en el Atlántico.

Olivia salió de la casa descalza y se percató de que el disparo había sido de Fred, pero no parecía haberle dado a nadie y ahora solo miraba hacia el bosque con exasperación. Doroteia estaba junto a él y sus dos niños ocultándose detrás de ella.

—¿Qué sucedió? —preguntó un tanto indecisa.

—Soldados —bufó Fred—. Se han llevado nuestras cabras, imagino que porque ya no tienen leche.

—Es la cuarta vez esta semana, primero nos robaron dos gallinas, luego una vaca y la siguiente un caballo. Ahora también se llevan nuestras cabras y eran las únicas que teníamos.

Doroteia suspiró y acarició las cabezas de sus hijos antes de regresarse a la casa sin otro plan en mente.

—¿No podríamos ir a recuperarlas?

La propuesta casi pareció ofenderles por como ambos le miraron y Olivia se encogió apenada. No entendía mucho de como funcionaba esa época, solo sabía que le era familiar y tampoco estaba segura de saber como comportarse, aunque casi pareciera instintivo. Se sentía propensa a cometer errores.

Fred suspiró y se colgó el rifle al hombro.

—Sería suicida, tienen demasiadas armas.

—Supongo, pero ustedes tienen duendes mágicos.

La palabra casi pareció invocarlos y los tres pequeños duendes aparecieron sentados en su hombro izquierdo.

—Yo no diría mágicos, es un termino despectivo y algo ofensivo —explicó Kuch encogiendo los hombros.

—Oh, perdonen... ¿Cómo debería llamarles?

—Duendes...habilidosos. Sí, eso queda bien.

—Ellos no pueden ayudarnos.

—¿Por qué no? —inquirió, regresando su atención hacia Fred.

—Porque son torpes, solo explotarán algo o destruirán la isla entera —. Lirp se puso de pie sobre el hombro de Olivia y lo miró con las manos en la cintura—. Sin ofender.

—Pues ya estoy muy ofendido.

—Podemos ayudar, somos muy buenos ayudando ¿verdad, Odo?

—Sí, sí, siempre nos sale todo bien.

Olivia dudaría mucho que eso fuera verdad, pero al menos su compromiso le gustaba. Siguió a Fred hacia el interior de la casa y se unió con él y Doroteia en la cocina.

—Déjenme ir con ellos, seguro puedo recuperar sus cabras.

—Sería suicida, Olivia.

—Ya, pero según los duendes, con mi gema no puedo morir ¿o no? Ella me protegerá —. La gema se calentó contra su piel y la quemó—. Auch.

—Sí, creo que a tu gema no le gusta lo que has dicho —señaló Doroteia y los duendes agitaron una mano en negativa.

—Tonterías, ha de estar super feliz. Deberíamos ir.

Fred y Doroteia la miraron y ambos volvieron a negar.

—Todavía estás herida.

—Me siento mejor y esto me haría sentir aun mejor. Quiero poder agradecerles de alguna forma.

Lo pensaron y eso era un avance.

A ninguno de los dos le gustaba la idea, pero tampoco tenían muchas opciones, necesitaban leche y su vaca ya no la producía. Sin leche la mitad de sus comidas quedarían incompletas y los niños perderían un alimento importante y tampoco podían simplemente ir a comprar otras cabras. Desde que la guerra había empezado, hacer compras era difícil o imposible.

—No ahora —decidió Doroteia—. Oscurecerá pronto y no es seguro para nadie andar en la selva durante la noche, ni siquiera para una viajera. Si no has cambiado de parecer en la mañana, podrás ir después del desayuno.

Olivia asintió conforme con la respuesta y los duendes brincaron en su hombro y chocaron lo cinco. Tenían una misión en sus manos que era más importante que simplemente hacer papeleo y eso sonaba a aventuras.

—¿Y por qué hay soldados exactamente? ¿Cuál es el conflicto?

—Conquistar las tierras, España lleva en la zona desde hace dos años y han masacrado a gran parte de la población. Los que no han sido masacrados simplemente estamos sometidos a sus órdenes —explicó Fred y se sentó en la mesa para la cena—. Ya no se puede vagar por los bosques como antes y los niños tuvieron que dejar la escuela.

Olivia se sentó y los duendes descendieron por los brazos y se sentaron junto a su plato, enorme junto a ellos.

—¿Y a todo esto ¿Dónde estamos?

—Ilha de São Miguel, es una de las islas de Portugal.

—¿Estamos cerca de Portugal entonces?

—No mucho, te tomaría al menos dos semanas llegar a la costa —. Fred le agradeció a su esposa cuando le sirvió un plato con la cena y empezó su comida—. Estamos cerca de África también y con las corrientes a favor es más rápido el viaje.

—¿África?

Fred asintió y la palabra le produjo un sentimiento.

África...La palabra parecía capaz de detonar destellos en su cabeza. Fragmentos de imágenes. Voces.

—¿Alguna sabe a dónde nos llevan?

—Los escuché hablando sobre Rabat al norte de África.

—Nos venderán como esclavos —agregó otra mujer limpiándose las lágrimas—. Para esos asquerosos negros...Ag, como los desprecio.

Se acarició la sien ante el repentino dolor en su cabeza y Fred se detuvo en su comida para mirarla.

—¿Estás bien?

—Sí...Un dolor de cabeza, perdón... ¿Estamos cerca de Rabat?

—¿Rabat? Uhm...Supongo que sí, con corriente a favor puedes llegar en una semana.

—¿Y hay barcos en la zona?

—Aquí no, pero el viaje hasta Ponta Delgada solo toma cuatro horas si caminas rápido. ¿Por qué? ¿Has recordado algo?

—Vagamente...Creo que estaba en un barco camino a Rabat donde iban a venderme como esclava —. Doroteia se detuvo en seco ante las palabras—. Había otras mujeres conmigo...

—Piratas —espetó furiosa—. Algunos siguen activos y secuestran personas en el mediterráneo, deben de haberte agarrado.

—¿Entonces estaba en el mediterráneo? ¿Qué costas hay por allí?

—España, Grecia, Italia, Francia, Tur...

Francia...Era allí, no sabía como lo sabía, pero lo sentía.

—Francia...Estaba en Francia, estoy segura de ello.

—Pues es un avance, es un buen avance. ¿Qué significa, Odo? —preguntó Doroteia al sentarse con ellos en la mesa después de haber servido a todos.

—Significa que su gema ya ha empezado a sanar el golpe en su cabeza y podría ser la herida la que retiene sus recuerdos. Si sanas, tal vez los recuperes sin necesidad de nuestra ayuda, viajera.

—Pero hay algo que falta. Cuando desperté en la costa tenía una caja de yesca conmigo con un nombre escrito en la tapa. Jonathan...Siento que ese nombre es importante.

—¿Tu marido? —señaló Fred.

—No lo sé, pero podría ser —. Estrujó los cubiertos y fue incapaz de empezar a comer—. ¿Y si tengo marido y me está buscando? ¿Y si cree que he muerto?

—No desesperes, Olivia, recuperaras tus memorias y volverás a él.

Bajó la vista hacia su plato, afligida por las emociones y ese incomodo vacío en su cabeza. Los duendes comieron con ella, les cortó pequeñas porciones de la carne y las papas para que se agarraran y se sintió bien verlos comer a su lado. Estaban encariñándose con Olivia y ella empezaba a encariñarse rápidamente con ellos.

—¿No podemos hacer nada para que los soldados españoles se marchen y pierdan interés en la isla?

Ambos negaron con gran pesar.

—No tenemos suficientes hombres para luchar contra ellos, lo intentamos hace años y la gran mayoría murió. Los españoles tienen mejores armas y entrenamiento.

—¿Y Portugal? ¿No les defienden?

—No somos tan importantes como podrás imaginar, somos pocos habitantes y la isla no produce mucho desde que los españoles la habitan —le explicó Doroteia y aquello la frustró—. Hay demasiados heridos y enfermos, demasiada muerte y dolor. Simplemente no es una inversión que a Portugal le convenga.

—¿Enfermos? —repitió—. ¿Dónde?

—En Ponta Delgada. Es donde todo el mundo se reúne, pero también es donde están los militares.

Aquello no se escuchaba bien cuando Fred lo decía y hacía que todas sus intenciones de visitar Ponta Delgada desaparecieran. Pero no podían simplemente ocultarse y entregarles las tierras, no se sentía justo para esas personas.

No volvió a decir otra cosa respecto al tema y charló un rato con los niños y los duendes antes de terminar la cena y limpiar todo con Doroteia.

—Puedes dormir en el sofá, te daré una almohada y un almohadón. ¿Crees que sea cómodo?

—Por supuesto, es un sofá amplio. Muchas gracias.

Doroteia le dio unas mantas y la almohada y luego cerró la puerta del salón para darle intimidad. Los duendes se quedaron con ella.

—¿Iremos en una misión mañana, viajera?

—Eso creo, Odo. Podríamos ayudarlos a recuperar sus cabras con la ayuda de sus pod...habilidades.

—¡Oh sí! Seremos como Superman —chilló Lirp emocionado y brincó sobre el apoyabrazos—. ¿Podemos llevar una capa? Se me ocurren algunos disfraces... ¡Y mascaras!

Los vio empezar a probarse distinta ropa y se rio.

—Ustedes sí que tienen muchas ideas descabelladas, pero debemos ir con calma ¿sí? No podemos equivocarnos.

—Por supuesto que no, seremos super soldados —afirmó Kuch con aire misterioso—. Que divertido es tenerte aquí, viajera.

—Lo es, pero sabemos que no puedo quedarme.

—Sí...Es una pena, pero podremos visitarte si nos dejas. Los duendes podemos ir a cualquier parte en segundos.

—Pero no por mucho tiempo o la isla nos trae de regreso.

—¿Por qué es eso, Lirp?

—Estamos atados a la isla para guiar a los viajeros que caen al agua, sin nuestra energía en la isla, las gemas no pueden encontrarnos y los viajeros se perderían en los océanos.

Se acostaron los tres en el brazo del sofá y acomodaron sus almohadas y mantas que acaban de aparecer.

Lirp bostezó.

—No dejamos la isla por más de una hora, pero podemos hacer breves visitas —. Se estiró y sonrió—. Sería divertido visitarte a ti, viajera.

Los tres se durmieron bastante rápido y Olivia sonrió al admirarlo y les acomodo las mantas con cuidado, asegurándose de que estuvieran abrigados. Sopló la vela que la alumbraba y se acostó en la oscuridad.

Pero ella no pudo dormir.

La gema seguía tibia contra su piel, curándola como le había pedido y sentía que el dolor en su cuerpo disminuía, pero con el dolor alejándose, las memorias casi parecían lanzarse sobre ella como enormes piedras.

Tenía una familia y eso ya no era duda, tenía un marido y él la estaba buscando. Su cuerpo le gritaba que la buscaba y casi podía sentirlo, cerca, pero no lo suficiente para poder conectar con su cuerpo. Oh, lo extrañaba. Era como si no estuviera acostumbrada a pasar demasiado tiempo lejos de él y el no tenerlo la lastimara por dentro, desgarrando su corazón. Jonathan. Estaba segura de que era el nombre de su marido y su amor por él parecía tan grande que sin importar sus heridas seguía presente.

Cerró los ojos e intentó imaginar como sería, recordar algo de él.

Todo lo que pudo ver fueron ojos grises.

Jonathan... —susurró en la oscuridad.

Y Jonathan despertó bruscamente en su camarote dentro del bote al escuchar la voz de Olivia perdiéndose entre las olas del mar. Había sido un susurro lejano y tan preciso que casi podía jurar había sido real. Ella había llamado su nombre.

Se acarició el rostro y apartó las mantas.

Llevaba tanto tiempo en las aguas que sentía se volvía loco con cada minuto de sueño que tenía donde Olivia siempre se le aparecía. Cayendo del barco hacia las aguas y golpeando contra las rocas mientras la corriente la arrastraba. Una enorme ballena la había salvado de ahogarse. ¿Era eso posible? La enorme ballena había aparecido desde la oscuridad y la había alzado del agua con su cuerpo antes de dejarla otra vez para que las olas la arrastraran hacia una costa. Una isla. ¿Pero qué isla? El océano tenía cientos de islas.

Abandonó la habitación y su rostro se vio iluminado por las luces de una ciudad. No cualquier ciudad. Era Rabat y estaba encendida con los cientos de velas que la gente usaba en las noches.

Se apresuró hacia la borda y empujó a Chester para quitarle a Harvie los binoculares.

—¿Es esa?

—Lo es...Y mira hacía allí —. Harvie le empujó los binoculares genitalmente y Jonathan lo vio—. El Titania.

Estaba a metros dentro del agua, pero no parecía estar moviéndose y seguramente no se moverían por unas cuantas semanas. Los piratas descansaban en Rabat, usaban sus bares y dormían con las mujeres mientras hacían negocios.

—¿Cuánto hasta que lleguemos, capitán? —le preguntó a Plourde.

Solo otra hora y media, Monsieur.

Aquello lo alegró y le puso una sonrisa en su rostro. Estaba más cerca y necesitaba bajar inmediatamente cuando pudiera llegar a tierra firme.

—¿Iremos por el Titania?

—No, primero quiero revisar los mercados, allí deben haberla llevado y necesito saber quién la compró —. Entró de regreso en su camarote y recogió todas las pertenecías que había adquirido en el viaje, las metió en su bolso y se lo colgó—. Cuando tenga a Olivia a salvo, iremos detrás del Titania.

Esperar esa hora y media fue una pesadilla y los tres estaban atentos a la orilla que se acercaba. Saltaron del barco mucho antes de alcanzarla y caminaron apresurados el resto del trayecto hasta la costa, con el agua hasta las rodillas salpicando con cada paso.

¡Esperaré por ustedes en el bar! —informó Plourde y Jonathan no se molestó en responder.

Estaba oscuro en Rabat y aunque lo correcto habría sido ir a dormir, ninguno tenía ganas de pegar los ojos. Fueron velozmente por las calles, buscando la zona de comercios y pidieron indicaciones. Algunos los miraron con desprecio y no respondieron, otros más amables señalaron el camino y Jonathan les agradeció e incluso les pagó. El dinero siempre era bienvenido en Rabat y los dólares tenían un valor elevado en el banco.

—El comercio está cerrado a esta hora, señor —informó la última persona a la que le pidieron indicaciones, una mujer que regresaba a su casa con una canasta repleta de ropa mojada sobre la cabeza. Había pasado todo su día lavando en el río—. Pero los hombres que trabajan en el comercio se encuentran en el bar, ellos podrían saber algo acerca de la mujer que busca.

—Muchas gracias, señora.

Le entregó dos dólares que la dejó petrificada en el lugar mirando el dinero en su mano y se marchó hacia el bar. Dos dólares en Rabat podían alcanzarle para una casa. Una gran casa.

Cuando entraron al bar, eran los únicos blancos a la vista y se sentía en el aire que no eran bienvenidos. Los hombres que se encontraban presentes enderezaron sus cuerpos para mirarlo y dejaron sus bebidas. Africanos desde los más pobres hasta los mínimamente acomodados. Y en esas horas, todos los presentes trabajaban en el mercado.

—Estoy buscando por una mujer que puede haber sido vendida recientemente —informó, sin molestarse ante el desprecio en sus miradas.

No obtuvo respuesta alguna y uno de los hombres le escupió en los zapatos.

—No te daremos una mierda, blanco.

Jonathan miró hacia la saliva en su zapato y luego hacia el hombre frente a él. Harvie lo notó tensarse y Chester sujeto el bolso que tenía en el hombro cuando Jonathan lo dejó caer.

Tomó al hombro de la cabeza y lo estampó contra la barra, presionándole la mejilla con fuerza después de haberle roto la nariz. Cientos de revólveres se desenfundaron hacia su cabeza, pero Jonathan no lo soltó. No hasta saber donde estaba Olivia. Harvie y Chester desenfundaron para protegerlo, aunque claramente lo superaban en números.

—Escúchame bien, negro de mierda, a ver si comprendes lo que he dicho y puedes ayudar. Estoy buscando por una mujer que puede haber sido vendida recientemente, la trajeron los piratas. ¿Dónde está? Su nombre es Olivia y es cirujana, alta, cabello castaño y largo, ojos cafés y pecas. Destaca muy fácilmente entre otras mujeres. ¿La has visto? Y mejor responde rápido o te meteré en mi barco y te llevaré a mi casa para ponerte a limpiar mierda el resto de tu miserable vida.

El hombre maldijo bajo el agarre de Jonathan e intentó sacudirse para que lo soltaran, no tuvo éxito.

—¡No hubo ninguna venta ¿de acuerdo?!

Jonathan lo apretó con más fuerza y un quejido escapó de entre sus labios.

—Es la verdad, hombre...No hubo venta.

—¿Cómo qué no?

Otro de los hombres intervino.

—Los piratas vinieron hablando payasadas...Lanzaron a los hombres y mujeres y los dejaron en libertad, dijeron que se irían, uno incluso dijo algo sobre volverse abogado.

—Estaban mal de la cabeza, hombre, es la verdad —insistió el que se encontraba contra la barra debajo del agarre de Jonathan—. No dejaban de hablar sobre una bruja y magia, que estaban malditos y querían dedicar su vida al Señor...Estaban chiflados.

—¡¿Y la mujer?!

—No había ninguna mujer como esa, señor —aseguró otro de los hombres—. Todas eran bajas en estatura, no altas como describe.

Jonathan soltó al hombre y se frotó el rostro ante la desesperación.

—¿Están seguros? —. Bajaron los revólveres y asintieron—. De acuerdo...Gracias y ten cuidado la próxima vez que me hables.

Señaló al hombre y le escupió en los zapatos como este había hecho. Luego se marchó.

Harvie y Chester tardaron unos segundos en seguirle o bajar sus revólveres. Habían adoptado una actitud defensiva y no guardaron sus armas hasta que dejaron el bar y se unieron a Jonathan.

—¿Y ahora qué? Claramente tuvo que bajar en alguna parte —señaló Chester.

—O es la bruja de quién hablaban —agregó Harvie—. Es algo que Olivia haría para proteger a otros. 

Jonathan se frotó el rostro y el aire se estancó en sus pulmones. Estaba al borde de un ataque y se acuclilló agarrándose la cabeza, se quitó el sombrero con su mano y usó la otra para apretarse el rostro y reprimir las lágrimas.

—La encontraremos, Jonathan —aseguró Chester—. No puede estar muy lejos, si dicen que los dejaron en libertad, podemos buscar a esas personas y preguntarles.

Asintió y se limpió la nariz al enderezarse con la ayuda de Chester.

—Vamos...Preguntemos a los locales.

Avanzaron y se cansaron de hacer preguntas toda la noche hasta que el sol asomó. Nadie parecía saber nada, solo que las mujeres habían huido de regreso a sus tierras con un barco pesquero y los hombres se habían marchado hacia otra costa, lejos de los piratas que seguían frecuentando el área.

Cuando el sol asomó, Jonathan se había sentado a orilla del muelle con sus amigos y miraban hacia las aguas sin saber que otra cosa hacer. No tenían ningún rumbo para seguir o una pista. Solo sabían que ella se había esfumado y nadie la había visto.

—¿Señor Morgan?

Se giró y enderezó su cuerpo para enfrentarse a un muchacho que no debía tener más de quince años.

El joven se quitó el sombrero y aclaró su voz.

—He estado esperando por usted, señor Morgan... 

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