Vidas cruzadas: El ciclo. #2...

By AbbyCon2B

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Su amor ha demostrado ser más fuerte que aquellos obstáculos en el camino, pero su historia apenas comienza... More

NOTA DE LA AUTORA Y MÁS.
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AGRADECIMIENTOS.
Un trailer que tenía guardado.
Cuarto libro de Vidas Cruzadas: El ciclo (Disponible)

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By AbbyCon2B


05 de julio 1884.
Nottingham, Inglaterra.

El invernadero de los Kimberly era lindo, aunque algo triste comparado con el que Olivia tenía en su casa. Casi todas las plantas que encontraban eran de adorno, probablemente las que su hija usaba para decorar la casa y aunque podían tener algunas propiedades medicinales, no era nada que le resultara impresionante o de utilidad.

No tenían Blechum Brownei, Tithonia diversifolia, Kalanchoe pinnata o tan siquiera Rauvolfia tetraphylla. Esas eran plantas que ella siempre tenía en su casa para curar algunas heridas e inflamaciones de golpes e incluso tratar la tos de sus niños cuando engripaban. Eran una buena alternativa a los remedios modernos, aunque no tan efectiva indudablemente.

Limpió algunas de las plantas, asegurándose de curarles de los insectos para que pudieran florecer sanamente y las regó con un poco de agua del lago.

Era una mañana tranquila para ella, Jonathan estaba ocupado con Elizabeth, siendo arrastrado por toda la casa para que pudiera ver las muñecas de tela que sus sobrinas tenían y el resto de sus hijos estaban descansando o pasando un tiempo con sus propias familias, lo cual apoyaba y por eso decidía no interferir.

Le provocaba un sentimiento extraño el ver que todos crecían tan rápido y avanzaban con sus vidas. Todavía podía recordar claramente cuando los había tenido o adoptado, lo hermoso que había sido para ella recibirlos en su familia. Recordaba el nacimiento tan caótico de Marie, en medio de la guerra y en una época en la que ella todavía luchaba para adaptarse a las circunstancias y encontrar su lugar, confundida e indecisa entre lo que el destino esperaba de ella. Recordaba cuando habían adoptado a Darrin, ese niño alocado y sin zapatos, que nunca se callaba y había intentado robarle el caballo al hombre equivocado. O tal vez el hombre correcto, pues sus intentos de robarle el caballo le habían conseguido una familia cuando más la necesitaba.

También recordaba el viaje al orfanato, donde había adoptado a Amelia y sus hermanos. Había sido una gran coincidencia que todos estuvieran allí ese día y en necesidad de unos padres. Había sido una coincidencia perfecta. También recordaba cuando Gwendoline había llegado a White Oak, sola y desprotegida y poco después también Eleonora. Ambas habían entrado a la familia a las pocas horas de haber llegado a White Oak y Olivia jamás lo había lamentado.

El parto tan complicado de los mellizos o el de Aiden y Katherina, que habían sido mucho más fáciles y tranquilos. Recordaba el día en el que se había quedado atrás en Nueva York y había encontrado a Owen y sus hermanos. Incluyendo a un indefenso y recién nacido Grayson, a quién había amamantado de su propio pecho para mantenerlo con vida.

Recordaba el nacimiento de Geordie como si fuera ayer y recordaba el de Elizabeth, con todos los miedos y emociones amontonándose en su pecho.

Pero por sobre todo, recordaba a Adrian y Eli...A su pequeño Luke. Ellos podrían no ser sus hijos biológicos, pero la habían convertido en mamá por primera vez. Le habían dado un propósito para seguir luchando incluso aunque las circunstancias le empujaran a rendirse. Por primera vez, le habían mostrado que el mundo era más grande que ella y había luchado por algo más que su propio bienestar. Con sus tres pequeños había aprendido lo que significaba realmente ser madre; el amor, el sacrificio y la felicidad. Y era un regalo tan preciado que jamás cambiaría.

Incluso aunque su pequeño Luke ya no estuviera con ella, lo sentía en su corazón, lo sentía a su lado. Su pequeño ángel, siempre cuidándola y sabía que eventualmente se encontrarían...Incluso aunque le pesara en el alma saber que jamás podría evitar su muerte.

Ninguna muerte.

Era difícil vivir sabiendo que todo volvería a suceder una y otra vez y ella no podría hacer nada para evitarlo. Incluso aunque lo deseara con todas sus fuerzas, el destino estaba escrito y ella era un mero jugador. Indefenso y a merced del poder de las aguas que los empujaban a todos hacia la corriente.

Levantó la vista de las plantas cuando escuchó que la puerta del invernadero se abría y asomó entre los arbustos que bloqueaban su vista en el centro del invernadero, para descubrir que se trataba de Rowland, quien asomaba para visitarla.

—Jonathan dijo que te encontraría aquí —dijo con una sonrisa y señaló hacia las plantas—. Veo que has limpiado un poco el lugar.

—Sí, estaba un poco muerto cuando lo encontré, pero es muy bonito.

—Es de Amelia, ella tiene un gran interés por las flores, aunque casi nunca tiene tiempo para dedicarle —. Miró el perfil de Olivia por un segundo y se aclaró la garganta al cambiar de tema—. Espero no estar arruinando tu mañana, quizás querías un momento a solas.

—No, en lo absoluto, solo esperaba que Jonathan terminara de ser secuestrado por nuestra hija —. Se rieron y Rowland caminó a su lado con las manos unidas a la espalda—. ¿Qué necesitabas?

—Pues...Soy consciente de que tienes tu semana ocupada con diversas actividades para hacer en familia y no deseo bajo ninguna circunstancia que las canceles, pero esperaba poder obtener unas horas de tu tiempo la próxima semana tal vez.

Olivia se detuvo y giró su cuerpo hacia él mientras asentía.

—¿Puedo conocer el motivo?

—Hay una zona en Londres, un barrio llamado Maida Hill que no ha estado muy bien últimamente. Los locales piensan que es una maldición, pero un conocido mío, el doctor Philip Breckinridge apuesta a que se trata de una terrible enfermedad que está cobrándose docenas de vidas y muy rápido.

—¿Una enfermedad exclusiva de este pueblo?

Rowland asintió.

—Parece haber comenzado hace una semana y hasta el momento ya hay treinta y ocho muertes, lo cual es un número demasiado elevado para un área tan pequeña. El barrio no es el más seguro y las personas no son de las más queridas, por lo que nadie está haciendo mucho para ayudarles. Es únicamente la acción bondadosa de Philip Breckinridge que marca la diferencia entre la extinción de Maida Hill y la salvación.

—¿Y quieres que yo vaya a echar un vistazo?

—Si no es mucho pedir, sí. Prometo compensarte con lo que desees.

—Por favor, querido, hablas como si no me conocieras —. Agitó una mano en el aire y se rio—. Por supuesto que iré y no necesitas compensarme de ninguna forma.

Se alegró de su respuesta, una que ya era esperada sabiendo que Olivia nunca se negaba a ayudar a las personas y le dio un suave apretón en sus manos y besó sus nudillos.

—Muchas gracias. De verdad, te lo agradezco demasiado. Y por favor, procura no mencionar al doctor Breckinridge en presencia de Amelia.

—¿Por qué?

—No se llevan muy bien...Amelia no le tiene afecto —. Olivia frunció el ceño—. Digamos que no empezaron su relación con las mejores actitudes, Philip podría o no haberla confundido con una empleada y se rio en su cara cuando le informó era Lady Kimberly de Nottingham.

La sonrisa de Olivia desapareció y unió sus manos al frente con cierta inconformidad. Levantó el mentón cuando pasó junto a Rowland hacia la puerta y exhaló.

—Algo me dice que el Doctor Breckinridge y yo también podríamos tener ciertos problemas.

Dejó el invernadero y regresó a la casa con Rowland, donde decidió esperar en el salón hasta que Jonathan estuviera libre. No fue hasta muy pasada la media tarde que su marido asomó en el salón, mirando en todas las direcciones para confirmar que había escapado a su hija correctamente. Traía una peluca blanca en su cabeza, de las que solían usarse en siglos anteriores y tenía algo de maquillaje en su rostro; las mejillas demasiado rosadas y los labios pintados de rojo y mucho más pequeños que su forma natural.

No pudo evitar reírse al verlo entrar.

—Ángel...Prometo lanzarte una silla en la cabeza si no dejas de reírte —. Continuó carcajeando a pesar de sus puños apretados y golpeó una mano contra su muslo por sobre el vestido, intentando contenerse y disculparse—. Ángel...

—No puedo...Oh, Dios Santo, esto es demasiado... —. Empezó a llorar mientras se reía y Jonathan tomó un almohadón del sofá y se lo lanzó en la cara. Aun así, ella no dejó de reír, de hecho, cuanto más lo miraba, más gracioso le parecía—. Necesito una cámara...Nunca...Nunca pensé que te vería usando maquillaje y peluca.

Jonathan se quitó la peluca y tomó su pañuelo para limpiarse el rostro mientras bufaba exasperado.

—Ay, no seas tan gruñón —pidió y se acercó a ayudarle—. Te ves hermosa.

Estalló otra vez en carcajadas, mientras Jonathan le arrancaba el pañuelo de las manos y se alejaba de ella protestando y terminó arqueándose sobre su vientre sin poder dejar de reír.

—Jona, solo bromeo, vuelve aquí.

—No, ya no quiero, pasa el resto de tu día sola.

—No seas así, amor, vuelve —. Le siguió, limpiándose las lágrimas que había derramado por tanto reír y terminó alcanzándolo en el pasillo—. Estás hermoso, me gusta que pases tiempo con tu hija.

—Me volverá loco, Olivia. Quiere maquillarme, peinarme e incluso quería que me pusiera un vestido... ¡Un vestido! —gritó por lo bajo y Olivia apenas pudo contener su risa—. Y lo peor es que me cuesta mucho decirle que no, es mi princesa y no me gusta su mirada cuando le digo que no. Se ve tan desilusionada.

—Eres muy débil con ella, Elizabeth es una experta de la manipulación y solo hace estas cosas contigo porque sabe que conseguirá lo que quiere. Debes ignorar sus berrinches.

—No puedo —. Terminó de limpiarse y se miró en el espejo del corredor para confirmar que se veía bien—. Me pone esa mirada tan triste...Mierda, me parte el alma.

—Aww, mi osito es muy mimoso —. Se apoyó en su hombro, mirándolo a través del espejo y le estrujó las mejillas—. Debo ser fuerte frente a mi hija —dijo con voz grave mientras le movía el rostro para que su boca se abriera como si estuviera hablando—. Debo usar maquillaje más seguido porque me veo hermosa...

—Agg, Olivia —. La apartó agitando sus brazos y ella se rio—. Me desagradas.

—Tal vez si me pongo pantalones y una barba sea tu tipo, señorita —. Se rio y Jonathan rodó los ojos y se fue por el pasillo. Ella le siguió—. ¿Pasarás el resto del día conmigo ¿verdad?

—No.

—Pero me lo prometiste.

—Antes de que empezaras a burlarte de mí. La próxima vez quizás opte por azotarte como a la antigua.

—Grrr —murmuró y Jonathan se detuvo y la miró.

—¿Acabas de gruñirme? —. Asintió, mordiéndose el labio inferior para contener su risa y estalló cuando Jonathan se rio—. Ay, ángel... ¿Podré alguna vez enojarme seriamente contigo?

—Imposible, soy irresistible.

—Lo eres y me encanta cuando me gruñes —. Le acarició la mejilla y la atrajo hacia su pecho.

—¿He desbloqueado un nuevo fetiche tuyo, amor?

Se rio contra su boca y asintió.

—Tu eres mi fetiche, ángel. Toda tu.

La besó y ella se colgó de su cuello y sonrió contra su boca, aferrándolo cada vez con más fuerza a medida que intensificaban el beso.

—¿Pasaras el resto del día conmigo? Quiero que preparemos pasteles juntos, por favor —pidió, extendiendo la última palabra con un puchero.

Jonathan la miró y gruñó exasperado.

—Ahora sé a quién mierda ha salido Elizabeth. No puedo decirte que no a ti tampoco.

Sonrió victoriosa y lo arrastró de la mano para ir hacia el anexo de la mansión. Una versión de esta mucho más pequeña y con su propia cocina, donde Jonathan y ella gozarían de algo de intimidad para pasar el resto de su día y quizás incluso cenar a solas.

—La próxima vez pasaremos el día haciendo algo que a mí me guste —decidió, al ver como ella le colocaba el delantal—. He decidido que se acabaron mis días de ser un esposo bueno...y también padre.

—Uh, que miedo, cariño.

—Hablo muy enserio, ángel. Tendré que poner un poco de orden en nuestra familia dado que no se me respeta y mi propia esposa se burla de mí —. Ella le puso una cuchara en la mano mientras hablaba y colocó un tarro frente a él—. Así que ya no obedeceré tus ordenes y empezaré a dirigir nuestro hogar.

—Está bien, mi amor, pero bate los huevos.

Empezó a batir los huevos y ella cernió la harina.

—Debo ser más firme con mis hijas ¿no crees?

—No lo sé, cariño ¿debes? Si serás un esposo cruel, no deberías pedir mi opinión.

—Oh, tienes razón... —. Miró hacia los huevos con su ceño fruncido y negó—. No seré un esposo cruel, no podría, pero sí creo que debería ser más firme con mis hijas. A veces siento que he exigido más de los muchachos que de ellas y no es correcto.

—Tienes razón, cielo, pero sigue batiendo los huevos ¿sí? —. Asintió y agarró el tarro con un brazo para poder moverse por la cocina siguiendo a Olivia—. Tal vez podrías darles más responsabilidades y límites. No dejar que te maneje a su antojo como hace Lizzie.

—Ya sé, pero es difícil. Especialmente con Lizzie, es la pequeña de la familia y pienso cada día en como ese estúpido miserable me la arrebatara y no lo soporto.

—Ethan, Jona, se llama Ethan.

—Estúpido miserable le queda bien —. Se encogió de hombros y dejó el tarro en la mesada—. ¿Crees que he cometido algún error con nosotros, ángel? ¿Qué he hecho las cosas mal?

Olivia se detuvo en medio de su paseo por la cocina y lo miró.

—¿Por qué lo dices?

Se rascó la nuca y alzó los hombros.

—Nada...Solo que...Unos hombres se han burlado de mí en la ciudad.

Olivia apoyó el cernidor sobre la mesada de la cocina y sus músculos se tensaron.

—¿Quiénes?

—No lo sé, no los conozco, pero al parecer nos vieron cuando paseamos por la ciudad el otro día y esta mañana cuando fui a dar una vuelta con Eli, me han llamado marica y otras cosas y todo por cómo me comportaba a tu alrededor. Me dio mucha vergüenza, ángel...Lo hicieron frente a mi hijo y ni siquiera me defendí, no pude porque pensé en la promesa que te hice de mantenerme libre de problemas.

Olivia rodeó la mesa de madera en el centro de la cocina y llegó a él para sujetar su rostro.

—No dejes que te humillen solo por una promesa que me hiciste, amor, si debes defenderte, debes hacerlo y se acabó. Iría yo misma a darles una golpiza si no fuera a ser peor. ¿Te molesta como soy cuando estamos en público?

—No, ángel, claro que no —. Acarició su mejilla y unió sus frentes—. Son solo mis tontas inseguridades, pero amo como eres.

—Podríamos volver a donde esos hombres y actuar distinto.

Negó y la atrajo hacia sus labios.

—Olvídalo, ángel, estoy bien.

—No me mientas —pidió y acarició su rostro—. Sé que mientes y no me gusta que otros hombres te hagan sentir inseguro cuando tu eres mil veces más hombre que todos ellos juntos. ¿Sabes lo que mi madre siempre me decía de niña?

—¿Qué?

Aquellos que critican a los demás, revelan a menudo sus propias carencias. Me apuesto mis nalgas a que esos hombres desearían ser tan fuertes y seguros como tú, un hombre que trata a su mujer como una igual sin que le provoque inseguridad en su ego y no necesita maltratarla o denigrarla para sentirse bien consigo mismo —. Le apartó un mechón de cabello que le caía en la frente y sonrió, sosteniendo su hermosa mirada de color gris—. Eres perfecto, mi osito. Eres un hombre fuerte, muy, muy guapo, inteligente, masculino y si estuvieras soltero no habría mujer en este mundo que no quisiera estar contigo. Las tendrías a todas haciendo fila.

Se rio y la acorraló contra la mesada para besarla.

—Solo quiero a una mujer en fila y eres tu ángel. Siempre tienes las palabras correctas ¿eh?

—Soy mamá, las madres siempre sabemos que decir —. Lo besó y se regresó a la comida—. Vamos a preparar estas galletas. ¿Las decoramos con forma de corazón?

Asintió, enamorado de la mirada alegre en su rostro y se quedó a su lado mientras cocinaban, peinando algunos rulos que escapaban de su recogido y besando sus mejillas cada tanto.

Pusieron las galletas en el horno y el inició el fuego y luego se quedó a su lado, acompañándola mientras ella preparaba una cena para ambos.

—¿Te has enterado de lo que sucede en Maida Hill? —. Negó y se agarró un trozo de zanahoria para comer mientras ella continuaba picando la ensalada—. Al parecer hay una enfermedad que está matando a las personas, algunos locales piensan que es una maldición.

—Eso es genial, no por las muertes, pero al menos así podrás volver a la medicina ¿no?

—Supongo, me ha pedido que fuera a echar un vistazo y pensaba darles una visita el próximo lunes, antes de hacer más planes —. Colocó las verduras en la sartén con un poco de grasa de cerdo y sonrió cuando sintió las manos de Jonathan envolviéndola desde la cintura—. ¿Vendrás conmigo?

—Por supuesto, además escuche que esa zona de Londres es peligrosa y debo cuidar de ti —susurró con sus labios moviéndose contra la piel de su cuello hasta que decidió morderla suavemente.

—Mmm, mi protector —. Sus labios se curvaron y tuvo que contener un jadeo al sentir como besaba su sensible piel y sus dientes la raspaban—. Espero poder ayudar, temo que sea algo que no pueda tratar...O que no tenga las herramientas para hacerlo.

—Eres una mujer creativa y se que encontraras la forma. Muchos preferirían simplemente darles las espaldas a estas personas porque es más fácil.

—Rowland me comentó que eso han hecho, ningún doctor se encuentra en la zona, solo el doctor Breckinridge, quien, a pesar de tener una buena actitud con estas personas, trató incorrectamente a nuestra hija al conocerla, quiero creer que por confusión y no por malas intenciones.

Preparó dos trozos de carne con la ensalada y sirvió las galletas para comerlas de postre con Jonathan. Las decoraron juntos y él le ayudó a poner la pequeña mesa que había en la casa donde podían tener su cena. Lo vio encender una vela en el centro de la mesa y acomodar unas flores en un jarrón para decorar y sonrió. Casi parecía como si él quisiera hacer de ese momento una cita para ambos y eso era exactamente lo que Jonathan quería.

Llevó la fuente con la comida y Olivia le siguió con los vasos y una botella de vino que le habían dado en la cocina de los Kimberly.

—Cambiando de tema. Estoy algo preocupada por Adrian —comentó y le agradeció cuando el corrió la silla para que se sentara.

—¿Preocupada por qué?

—¿Tu no lo has notado algo... ¿extraño? Conozco a mi muchacho y últimamente sus sonrisas no se sienten genuinas, casi parecía como si estuviera fingiendo. Le he preguntado si todo está bien, pero no me ha querido contar la verdad.

—Tal vez sean cosas tuyas, ángel.

—Lo dudo mucho. Es difícil ser gay en estos tiempos, Jonathan —le recordó, bajando su voz, aunque estuvieran a solas—. En los últimos cuatro años apenas ha podido encontrar uno o dos compañeros, no tiene muchos amigos y tu recuerdas cómo estuvo cuando cayó en ese horrible pozo de alcohol y amarguras. Temo que vuelva al mismo lugar.

—Nadie lo mandó a ser gay —dijo encogiéndose de hombros y se cortó un trozo de la carne la cual remojó en la salsa—. Debería estar agradecido de la familia que tiene y dejar de quejarse por todo.

—No seas tan duro con él, Jona. Es tu hijo y está sufriendo.

—Es un hombre, ángel y tu lo conscientes demasiado —. Olivia negó en desacuerdo—. Estuvo con aquel muchacho de White Oak, el irlandés.

—Sí, pero nunca llegaron a nada serio, creo que el hombre simplemente no estaba listo. Realmente me preocupa, Jona, esta muy distanciado de sí mismo, apenas lo he visto pintar en estos días...

—¿Tal vez sea por qué estamos de vacaciones?

—¿Qué acaso no conoces a tu hijo, Jonathan Morgan? —inquirió, endureciendo su tono y olvidándose de la comida para mirarle—. Adrian jamás perdería la oportunidad de dibujar un paisaje tan hermoso como este, así sea un boceto apresurado.

Suspiró, dejó la comida como ella había hecho y sostuvo su mirada.

—¿Por qué me dices esto, ángel? ¿Quieres que hable con él?

—Pues...Ya que lo propones, no sería una mala idea —dijo con una sonrisa—. Quizás contigo se anime a hablar un poco más.

—Lo dudo, no me habla de nada relacionado con sus relaciones amorosas, solo se lo cuenta a Harvie, lo cual me parece perfecto porque a mi no me gusta hablar de esos temas.

—Uhm, supongo que tendré que pedirle a Harvie que tome tus responsabilidades y se haga cargo de consolar a tu hijo dado que tu no quieres. 

Jonathan bufó y continuó con su comida, sus movimientos mostrándose más bruscos a medida que su malhumor crecía.

—Genial, Olivia, atácame todo lo que quieras.

—No es mi culpa que te ofenda. Adrian es tu hijo y aun así es otro hombre quien se hace responsable de él.

—¿Qué quieres que yo haga? —inquirió y lanzó los cubiertos hacia el plato—. ¿Quieres que yo le enseñe como conocer hombres? No soy gay, no tengo idea de como hacer eso.

—Pero puedes ser su padre, Jonathan. Puedes intentar apoyarlo y estar ahí para él. Cuando quisiste apoyarme a mí con mis embarazos te leíste una jodida enciclopedia médica para entenderme ¿por qué no puedes hacer lo mismo con tu hijo?

—Porque no quiero. No me interesa entender sus...sus gustos o lo que mierda sea, no quiero involucrarme en un tema que me pone incómodo. ¿Puedes respetar eso? ¿Puedes? —. Ella negó, continuando con su comida—. Lo apoyé cuando me confesó que era gay ¿acaso no te parece suficiente?

—No, no me parece y no pienso montarte un monumento por haber apoyado a tu hijo, eres su padre y es tu deber apoyarlo y aceptarlo como es. ¿Sabes que otro deber tienes cómo padre? Estar para tus hijos, pero Adrian está sufriendo en silencio y tu eres incapaz de hacer tu estúpido orgullo a un lado para apoyarle.

Jonathan se recostó en el respaldo de la silla con una mano apretando el borde de la mesa y la miró en silencio, incredulidad en su rostro y sus labios firmemente apretado. Los relamió lentamente y la observó, como ella continuaba su comida sin prestarle atención.

—Mi estúpido orgullo...—. Se acomodó en la silla y retomó su comida—. ¿Incapaz de hacer mi orgullo a un lado? ¿Eso piensas de mi? 

Olivia levantó la mirada y solo entonces se percató de lo que había dicho.

—No pretendía decirlo de esa forma —susurró y se enderezó—. Perdona.

Él no le respondió y ella perdió su apetito.

—¿Jona? Perdón, sé que siempre haces tu orgullo a un lado por nuestra familia, no quería decir lo que dije.

—Olvídalo, Olivia.

—No quiero que pienses que no te apoyo ¿sí? Sé que lo que dije sonó mal, pero no era mi intención, realmente agradezco todo lo que haces por nuestra familia y nuestros hijos —. Asintió, intentando dejar el tema a un lado y ella suspiró—. Perdón, lo arruiné todo.

—Da igual, solo...Creo que he hecho mi orgullo a un lado muchas veces por nuestra familia ¿o no? —. Asintió inmediatamente y la culpa le estalló en el pecho al ver que la angustia le humedecía los ojos. Jonathan al borde de llorar era una de las imágenes que más le dolía y más sabiendo que era su culpa—. He hecho mi orgullo a un lado tantas veces que muchos hombres ni siquiera me consideran hombre...Y que tu digas que...Que mi propia esposa me diga que...soy incapaz...Es injusto, Olivia...Bastante injusto. 

—Perdón, Jona...De verdad lo siento —. Abandonó su silla y fue hacia él para arrodillarse en el suelo a su lado—. He sido desconsiderada y lo lamento mucho, hablaba con las emociones del momento y no pensaba lo que decía.

No se movió cuando ella apoyó ambas manos en su muslo y se quedó con la vista fija en la silla vacía que había dejado.

—Jona, sé que luchas por nuestra familia y no podría estar más agradecida y sé que el tema de Adrian es sensible y lo lamento, lamento haberte presionado con eso.

Cuando logró girarlo, se sintió un poco más tranquila al poder abrazarlo y sentir como él la envolvía con sus brazos. Tomó asiento sobre sus muslos y lo miró, acariciando sus mejillas. No había llorado, pero la angustia seguía en sus ojos y se sentía bruta y cruel por haberle causado esa tristeza y tan solo horas después de que él le confesara lo de aquellos hombres que se habían reído de él.

—Soy bruta, mi amor, perdóname —. Lo atrajo hacia su pecho y acarició su cabeza mientras él se ocultaba en ella—. Olvídate de lo de Adrian, no hace falta que hables con él si te incómoda, yo intentaré ver que sucede y todo estará bien. Estamos bien, amor ¿sí? Yo fui muy bruta con mis palabras y dije cosas que no son ciertas.

—Deja de disculparte, por favor, no estoy molesto, ángel —. Se enderezó y acarició su mejilla—. Me dolió que dijeras eso, pero ya pasó y te disculpaste. Estamos bien.

—No me gustó provocarte angustia.

—Shh, estoy bien —. Acarició su mejilla y sonrió para consolarla—. Solo quiero que seas feliz y lo sabes, sabes que haría cualquier cosa por ti —. Asintió y se sintió a sí misma al borde de llorar por la culpa—. No quiero que pienses que mi orgullo es más importante que nuestra familia, porque no lo es.

—Sé que no, fui tonta y bruta.

—Shh, ya...Ya, no quiero que llores, detesto verte llorar. Joder, detesto discutir contigo —. La besó y ella se aferró a él con fuerza y lo besó de regreso como si su vida dependiera de ello—. Se siente tan incorrecto cuando discutimos, tan doloroso...Soy incapaz de enojarme contigo por más de un minuto. 

—Y a mí me genera demasiada culpa.

—A mí también, amor —. Ella se tragó sus lágrimas, limpiándose las mejillas y él la ayudó—. Mi reina...

—Te amo demasiado, cariño, perdóname, por favor.

Asintió y la besó otra vez, olvidándose de la comida para ponerse de pie con ella. Se quitó la chaqueta para dejarla en la silla y la besó en el proceso, asegurándose de que no se apartaría de su cuerpo. Le quitó el delantal y las partes de su vestido mientras la besaba y ella lo acariciaba. Cuando la tuvo solo con su camisola y las pantaletas, la alzó en sus brazos y caminó hacia uno de los dormitorios de la casa.

Se dejó caer en la cama con ella y le levantó la camisola para poder desanudar la pantaleta en su cintura y retirársela. Ella lo besó y gimió su nombre por lo bajo.

Dejó que la pantaleta cayera al suelo y la acomodó debajo de su cuerpo, arrastrándola unos centímetros hacia el centro de la cama para que estuvieran más cómodos. Olivia le quitó la camisa y Jonathan besó su cuello y abrió el escote de su camisola para poder exponer la piel de sus pechos. La raspó con los dientes un par de veces, un poco más brusco y agresivo de lo que acostumbraba y Olivia gimió y dejó escapar un quejido de placer mientras sus manos se enterraban en sus nalgas con tanta fuerza que podía sentir como dejaba una marca.

—Estás enojado —susurró y él mordió sus labios—. ¿Conmigo?

—No, estoy enojado conmigo por no poder estar enojado contigo.

Se rio contra su boca y le acarició el cabello.

—Eso es confuso, Jona.

—Lo sé...Es lo que provocas en mí —. Levantó la camisola y miró su cuerpo desnudo—. Hermosa. Joder, demasiado hermosa, pero cruel...Muy cruel.

—Jona, de verdad lo siento...

—Shh... —. La giró en la cama y le alzó las caderas, arrastrándola hasta que él pudo bajar y ella permaneció acostada—. Es tentador, ángel, muy tentador.

—¿Qué cosa? —. Miró sobre su hombro y estrujó la manta—. No te atrevas.

—Solo una vez —pidió—. Medio como que lo merezco ¿o no?

—No.

—Anda, una vez...Será suave.

—Tu no sabes golpear suave, Jonathan. ¿Debo recordarte como le dejaste la nalga a Marie la última vez que la azotaste? Y fue con tu mano...

Le acarició las nalgas y besó su espalda, siguiendo los huesos de su columna.

—Debería azotarte a ti también para mejorar tu comportamiento y que respetes a tu esposo. Antes solían fomentar que los maridos castigaran a sus esposas...

—Pues te preparo un bolso y te vas para la edad media solito, seguro encontramos una cueva por aquí y podrás azotar a cuantas mujeres quieras.

—Pero quiero azotarte a ti, ángel —. Deslizó unos dedos entre sus pliegues y sonrió—. ¿Me dejas? Una vez...Por favor, por favorcito, ángel...

—¿Suave? —. Asintió y ella enterró el rostro contra el colchón al sentir como acariciaba su clítoris—. Estás haciendo trampa...Oh, Dios...Está bien, una vez, pero sua...

Él le impactó la mano en la blanquecina piel de su nalga y la parte de suave se quedó en el olvido. Su nalga vibró como si acabaran de lanzarle una piedra y la piel se calentó rápidamente con la fuerza de su mano. Un hombre como Jonathan, acostumbrado a usar su fuerza para cargar troncos, construir casas, lidiar con los animales de la granja y muchas otras actividades que requerían de fuerza, tenía músculos que los hombres del futuro solo podrían imaginar. Su fuerza era natural y no construida en un gimnasio, por eso su golpe dolió más y cuando Olivia se giró, encontró que él se reía.

—¡Eres un...!

La besó para callarla y volvió a trepar en la cama sobre sus piernas, esta vez desabrochándose el pantalón para desnudarse con ella.

—Eso me calentó bastante, ángel —confesó contra su boca y ella gimió—. Te dejará un moretón.

—Ya sé, pensé que sería suave.

—Eso fue suave ¿quieres más fuerte? —. Le dio un pequeño golpe en el hombro y se rio. Él rio con ella y la besó—. Mi ángel, incluso aunque viviéramos en la edad media, jamás podría hacerte daño...Te amo demasiado y sé que me partirías una silla en la cabeza si me atreviera.

—Aun me lo estoy pensando con la nalgada que me has dado.

—A mi me gustó —murmuró contra su boca y se frotó entre sus piernas—. Fue excitante sentir mi mano arder al impactar contra tu nalga y ver lo roja que está ahora...

—Eres un sádico entonces, pero ahora me duele.

—Mi princesa... —. La besó y acarició su piel enrojecida—. No volveré a hacerlo

Sonrió y acarició su mejilla y la barba.

—No estuvo tan...tan mal, pero mejor no hacerlo con frecuencia —. Asintió y la besó, listo para adentrarse en ella y hacerle el amor, moviéndose lentamente en su interior y acariciando todo su cuerpo—. Que bien se siente...

Jadeó contra sus labios y ella se aferró a él y apretó los ojos en medio de un gemido. Lo apretó desde las nalgas para que se empujara en ella y cuando empezó a embestirla lentamente, buscó besarlo para acallar todos los gemidos que amenazaba con soltar.

—Te amo...

—También te amo, ángel...Joder...—. Aceleró sus embestidas y unió sus frentes al borde del orgasmo, ella arañó toda su espalda y él gimió gravemente y acabó en su interior, acariciándola para que ella alcanzara el orgasmo con él—. Te amo, te amo tanto, tanto.

Se acostó a su lado y durante unos minutos no se movieron, permanecieron abrazados y acariciándose en silencio, disfrutando de la compañía mutua que se daban. La peinó, sin perder detalle alguno de su hermoso rostro y masajeó su nalga enrojecida para intentar aliviar el dolor. La realidad, era que no dolía tanto una vez el primer ardor pasaba y ese calor en su piel casi podía darle otro orgasmo, reviviendo todo lo que sentía cuando estaba en sus brazos y él se adentraba en ella.

Olivia acarició su torso y los vellos adornando su torso y sonrió.

Algunos de los vellos en su torso todavía eran rubios, así como algunos en sus piernas y brazos, incluso en su monte de venus, pero el cabello que él tenía en su cabeza y su barba era oscuro y tenía algunas canas que estaban comenzando a asomar.

Él acarició las ondas de ella y le quitó los broches que todavía estaban atrapados en su pelo. Tenía una hermosa melena castaña, larga hasta por debajo de sus glúteos y al igual que él, tenía algunas canas en la línea sobre la frente. Las acarició y sonrió. Era hermosa.

—Tenemos canas —observó ella y él asintió—. Se te ven bien.

—A ti también, ángel.

—Me gustaría verte con toda tu barba blanca algún día.

—¿Tu crees? Siento que me veré feo.

—Imposible, siempre te ves perfecto. ¿Me imaginas a mí con el pelo gris? Eso sí sería feo —. Se rio y él la acompañó y fue a besarla.

—Te imagino y te ves hermosa. 

Las mejillas de Olivia se sonrojaron ante su mirada y lo abrazó.

—¿Me cortarías el pelo, Jona? Tú, en la intimidad de este dormitorio.

—No mucho ¿vale? —dijo y lo acarició—. ¿Y lo dejarás crecer ¿verdad?

—Sí, amor, pero realmente necesito cortármelo.

Suspiró, resignándose y accedió.

Al menos ella le daría el privilegio de ser quién lo cortara.

Se lavó en el baño y Olivia tomó las tijeras y después de limpiarse y colocarse otra vez su camisola, tomó asiento en un banco y dejó que Jonathan cepillara su cabello y lo acomodara.

—¿Hasta aquí? —dijo y apretó una mano contra su coxis.

—Media espalda —. Bufó y subió su mano—. Ahí.

Le cortó el cabello y lo sujetó todo en un puño para amarrarlo con una goma y que no se perdiera. Ella terminó de emparejarlo para que quedara un corte limpio y sonrió viéndose en el espejo. Era distinto, pero todavía lo traía lo suficientemente largo.

—¿Te gusta?

—Me encanta...Sigue siendo largo.

—¿Sí? ¿Viste? No fue tan malo.

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