Vidas cruzadas: El ciclo. #2...

By AbbyCon2B

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Su amor ha demostrado ser más fuerte que aquellos obstáculos en el camino, pero su historia apenas comienza... More

NOTA DE LA AUTORA Y MÁS.
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AGRADECIMIENTOS.
Un trailer que tenía guardado.
Cuarto libro de Vidas Cruzadas: El ciclo (Disponible)

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By AbbyCon2B

Puse un video a mitad del capítulo o por ahí que es una canción, les recomiendo escucharla mientras leen todo lo que está debajo de ella. Es la canción que se menciona en el capítulo. 

Espero les guste y acaben con los ojos rojitos como yo o sino renuncio, no puedo ser la única que acaba como si tuviera alergia al oxigeno 😭😭😭

18 de septiembre 1880.

White Oak Lands, Minnesota.

Jonathan entró en la casa alrededor de las seis, unas horas antes de que sirvieran la cena y lo primero que notó, es que había un montón de sillas cubriendo el salón principal. Frunció el ceño, terminando de cerrar la puerta y colgó su propio abrigo ante la ausencia de Edgar para ayudarle.

—¿Qué sucede?

—El nuevo chef quiere acomodar el salón para la exhibición de sus comidas —explicó Oliver de pie en la puerta del salón, al otro lado del recibidor, con sus hermanos que miraban igual de confundidos—. Se ha negado a servir la comida bajo las terribles condiciones de nuestro comedor, eso dijo.

—Ten cuidado con mamá —advirtió Adrian y Jonathan se mordió la punta de la lengua.

—¿Muy molesta?

—Furiosa, a esta altura creo que puede estrangular a cualquiera que le hable.

Sonrió, pues esa era su hermosa y feraz mujer y asomó en el comedor para encontrar al señor Marchand moviendo las sillas con la ayuda de algunas pobres mucamas que estaban claramente aterradas. Asomó en corredor al otro lado de la pared para intentar buscar a su esposa y la encontró en la pastelería, con la señora Hooper y Davis.

—Ángel...

Ella se giró hacia él y su rostro se lo dijo todo.

—¿Has visto? ¿Has visto como está destrozando mi hermoso comedor? Que está feo dijo ¡feo! Cuando yo misma lo decoré.

—¿Quieres que lo eche?

—No, yo misma lo haré. Cuéntenle.

Se giró hacia las cocineras y Jonathan las miró cruzándose de brazos.

—No nos deja cocinar nada que él no apruebe, no nos deja comer hasta que él haya terminado y ha cambiado todas las compras que siempre le pido a la señora Mitchell.

—También nos grita demasiado y ha golpeado a la pobre Lacy.

—¿Cómo? —. Jonathan miró hacia Olivia y comprendió a qué se debía su furia—. Me encargaré de él...

—No —interrumpió Olivia apretando los dientes—. Yo me encargaré. Viene a mi casa, abusa de mis empleados, destroza mi salón y me insulta una y otra vez con su asquerosa actitud —. Tomó un palo de amasar de la mesada de madera y negó—. Se metió con la mujer equivocada ese maldito infeliz.

Olivia salió de la cocina, esquivando los escalones que la habrían hecho tropezar y se comió velozmente la distancia que la separaba del salón hasta que pudo llegar al comedor y golpear el palo de amasar contra la mesa. Jonathan fue detrás, solo para cerciorarse de que el hombre no lastimaría a su mujer y cuando llegó, arrastró una de las sillas que había en el recibidor y se sentó.

—Señor Marchand —llamó y el hombre le ignoró rodando los ojos y dándole la espalda—. Me he enterado que ha maltratado a mis empleadas ¿algo que quiera decir en su defensa?

—Le dije que no acepto ordenes de mujeres, señora Morgan. Mucho menos en mi trabajo.

—Esta es mi casa y por lo tanto son mis reglas.

—Con todo respeto no creo que sea capaz de dirigir un hogar como este, está muy lejos de las capacidades de una mujer, pero haría bien limitándose a sus hijos y su marido.

Jonathan se rio y Olivia estrujó el palo de amasar, lo levanto con ambas manos y lo impactó contra su espalda.

—¡¿Qué tal ahora?! —. Volvió a golpearlo con el palo en el rostro y se lo enterró entre las piernas obligándolo a caer de rodillas—. ¡¿Me hará caso ahora?! ¡¿Acaso debo resolver todo como un hombre usando la violencia, para que le entre en su minúsculo cerebro que esta es MI casa y por lo tanto son MIS reglas?!

El salón se llenó de aplausos cuando los hijos de Olivia empezaron a vitorear su decisión y los empleados se sumaron. Jonathan los acompañó también, silbando un poco por su mujer, mientras el chef Marchand se sujetaba la entrepierna.

—¡Yo le escribí! ¡Yo lo invité a mi hogar! ¡Yo iba a pagarle por sus servicios! —. Lo golpeó con el palo de amasar por cada una de sus palabras y se detuvo antes de provocarle una herida que mancharía su suelo con sangre—. Y usted no ha hecho nada salvo abusar de mis empleadas e insultarme...Podría hacer que mi marido le mate por eso.

Se agachó para estar sobre su rostro y le giró para que la mirara.

—Lo único que detiene a mi marido de arrancarle las tripas en estos momentos, soy yo, pero no se crear por un segundo que me preocupo por su asquerosa existencia, solo no quiero que mi esposo tenga su miserable sangre en sus manos, pero puede dar por sentada una mala reseña de mi parte y le aseguro que la gente en este país escucha lo que tengo por decir ¿o acaso no se enteró de quién soy? Mi nombre es Olivia Morgan, señor, serví a este país en la guerra y combatí el brote de sífilis más grande que los Estados Unidos ha conocido ¿Qué ha hecho usted aparte de preparar unos asquerosos pasteles de crema? Debió pensárselo dos veces antes de venir a insultar mi hogar.

Lo soltó y lanzó el palo de amasar, dejando que rodara por la mesa hasta caer al suelo. Respiró hondo para calmarse, manteniendo su elegancia y eliminó las arrugas de su vestido.

—Quiero que lo saquen de mi casa, por favor —pidió dirigiéndose a los mozos—. Y pueden lanzar sus pertenencias a la calle, no me importa. Que camine de regreso a la ciudad.

Los mozos arrastraron a Jérémie con algo de esfuerzo y el hombre terminó abandonando la casa a pie. Jonathan le siguió para asegurarse de que se marcharía.

—Algo me dice que esos golpes le dolerán por un par de días y si yo fuera usted me mantendría en silencio respecto a esto o le aseguro que lo que mi esposa le ha hecho se sentirá como una caricia comparado con lo que yo le haré si llega a mencionar el nombre de mi familia alguna vez.

Esperó hasta que las mucamas lanzaron su valija con todas sus pertenencias y entonces regresó a la mansión y cerró la puerta a sus espaldas.

Olivia había empezado a acomodar el salón de regreso a su estado original y sus hijos e hijas le estaban ayudando, así como las mucamas. La detuvo, pues la conocía y sabía que no era propensa a recurrir a la violencia cuando algo le molestaba y tomó sus manos en las suyas, esperando sentirla temblar. En efecto, ella temblaba.

—Que hermosa te ves cuando marcas territorio, ángel.

—¿Seguro? Porque no me gusta mucho ser agresiva ¿sabes? Normalmente tú te encargas de esa parte y siento que fui algo impulsiva.

—Fuiste protectora de tu hogar y eso es hermoso —. La atrajo hacia sus labios y sonrió—. Es una pena que no resultara como habíamos esperado, sé que querías tener la presencia de un chef reconocido.

—Da igual, de todas formas, la señora Hooper y Davis cocinan mucho mejor. Debo disculparme con ellas por los problemas que les causé, no debí traer otro chef, fue un error de mi parte.

La detuvo antes de que se alejara y decidió abrazarla.

Ella respiró de gran alivio al sentir como su cuerpo grande y cálido la envolvía en actitud protectora y se ocultó en su cuello para resguardarse del mundo. La gente no hablaba nunca de la adrenalina que recorría el cuerpo durante una pelea, el miedo, el pánico, la furia...Eran emociones muy intensas que dejaban su corazón latiendo descontroladamente y la sangre bombeando demasiado rápido por sus venas. Estaba temblando solo por esos minutos en los que había golpeado al chef Marchand con un palo de amasar y el calor de Jonathan la reconfortaba.

—No te sientas mal, ángel. Hiciste lo correcto, si no lo hacías tú, lo habría hecho yo y hubiera sido peor porque ahora tendríamos un cadáver para ocultar.

—Ni lo menciones, habrías estropeado todo mi tapete con sangre.

—Cierto, no podemos olvidarnos del tapete —dijo y la siguió cuando ella fue a revisar que no estuviera manchado—. Vamos a acomodar este comedor como estaba y cenemos ¿sí? Seguro la señora Hooper y Davis pueden deleitarnos con sus comidas.

14 de octubre 1880.
White Oak Lands, Minnesota.

Se sentía como el tiempo pasaba velozmente y los nervios de Olivia aumentaban. Quedaba tan solo una semana y un par de días para la boda, estaban acomodando todo en el jardín, debajo del gazebo donde intercambiarían sus votos nuevamente y Olivia ya había enviado los diseños para algunos de los adornos que pondrían en las mesas. Quería que esa fuera como la boda que no habían podido celebrar años atrás, una donde ambos estuvieran a gusto con lo que sucedía, enamorados y haciendo alarde de su familia.

Jonathan no le colocaría un nuevo anillo esa vez, pues ya llevaba uno y habían decidido no cambiarlo aunque se lo volvería a poner, pero ella podría ponerle a él un anillo por primera vez y aquello tenía un gran valor sentimental.

Se probó su vestido para asegurarse de que le quedaba a medida y se sentó en el sofá de su boudoir a hacerle los últimos arreglos. Afortunadamente no había aumentado de peso en esos meses, pues habría arruinado todo y lo único que quería hacer, era ajustar un poco más la cintura para mantener esa forma de la época y darle un vuelo más exagerado a la cola.

Terminó con el vestido y lo dejó en el maniquí para que no se estropeara antes de la boda. Se sentó junto al ventanal con una hoja de papel, su pluma y tintero y empezó a pensar en todas las cosas que ansiaba decirle a Jonathan. Habían vivido tantos años juntos, tantos desafíos y aventuras, que no sabía dónde comenzar o con qué comenzar, muchas cosas que deseaba decirle sentía qué debía guardarlas para la intimidad, durante ese momento en el cual nadie más les escucharía y todas las demás no era buena ordenándolas.

Empezó a escribir un par de borradores mientras dejaba que el sol le acompañara en su descenso y Jonathan dio vueltas por su oficina, intentando pensar en todas las cosas que deseaba decir para poder escribir sus votos. Olivia era la mujer de su vida, era todo en su mundo y sentía que las palabras no alcanzaban para expresar porque la amaba tanto, porque era ella a quién elegía una y otra vez cada día.

Ellos estaban terminando de ajustar los últimos detalles para su intercambio de votos y sus hijos estaban preparándose para hablar sobre el amor de sus padres. Amelia realmente dejaba lucir esa pasión por la escritura en lo que relataba y Adrian volcaba todo su sentimiento. Él y Eli eran los únicos que habían estado presentes en la vida de sus padres desde mucho antes que se casaran, viendo como lentamente su amor se construía, Adrian quizás no recordaba tanto de aquellos años, pero Eli guardaba muy a gusto cada momento, cada mirada y sonrisa que lentamente había unido sus corazones en uno solo.

Harvie se estaba encargando de todos los últimos detalles, la comida que preparaba la señora Davis y Hooper, la lista de invitados para asegurarse de que todos estarían asistiendo y también la decoración. El día antes de la boda, empezaron con los preparativos para el gazebo.

Lo cubrieron de flores rosadas y algunas blancas, enredadas en las barandillas del gazebo, abrazándose a los postes de hormigón blanco y lloviendo hacia el suelo desde el techo curvo. Harvie quería hacerse cargo de todos esos detalles, con la ayuda de Dalia y Marie, pues era una buena forma de ayudar a su mejor amiga en un día tan especial como ese.

Durante la madrugada del día de la boda, colocaron los asientos para los invitados, que estaban cubiertos con unas telas blancas y tenían un lazo de cinta anudado en una elegante moña detrás del respaldo. Algunos de los jardineros acomodaron el camino que Olivia recorrería desde la puerta trasera de la mansión hasta llegar al gazebo, cortaron el césped que crecía a los lados del camino, para que estuviera perfectamente parejo, colocaron algunas flores provisorias y unos elegantes candelabros para encender cuando llegara la noche.

Como estaban tan cerca del invierno, refrescaba un poco en la tarde, por eso la ceremonia sería temprano en la mañana y el banquete se serviría adentro de la casa.

Tenían el comedor preparado para recibir a todos sus invitados, no era el salón que normalmente usaban, sino uno mucho más grande y con mesas para recibir a un gran número de invitados. El personal realmente se había lucido con los preparativos y las cocineras habían hecho maravillas con la comida. Todos querían que ese día fuera tan perfecto como humanamente posible.

Olivia se dio una gran ducha en la mañana con la asistencia de dos de sus empleadas y se dedicó a depilarse para que su piel estuviera suave y perfecta para esa noche. Mientras se perfumaba el cuerpo con una crema de rosas y retiraba los vellos innecesarios de su ceja, revivía aquel momento, exactamente veinte años atrás, cuando la habían aprontado en casa de Dalia para entregarse a Jonathan.

Era el mismo día, pero en extremos opuestos de sus emociones. Veinte años atrás había estado angustiada, asustada y confundida por todo lo que sucedía en su vida, se había estado cuestionando cada una de sus decisiones y replanteándose su futuro tan incierto y confuso, aproximándose al hombre destinado a ser el amor de su vida, como si estuviera yendo a la guillotina. Pero ese veinticinco de octubre de mil ochocientos ochenta, se sentía feliz, tranquila y ansiosa. Estaba encantada de poder entregarse a Jonathan, de poder volver a tomar sus manos después de veinte años y jurar que estaría con él para siempre. No sentía confusión ni se preguntaba que le depararía el destino, su destino a su lado siempre sería perfecto, incluso aunque abundara el caos. Jonathan era todo lo que necesitaba en su vida para sentirse como en casa y quería caminar hacia él esa tarde, sonreír al tomar su mano y disfrutar de ese hermoso cosquilleo que recorría sus venas siempre que él estaba cerca.

Se vistió con la ayuda de su madre, su camisola, los pantaloncillos y el corsé. Este último lo ajustaron un poco y encima se colocó el vestido. Era de una sola pieza, se entallaba a la cintura, se cerraba en la espalda y el escote era en forma de corazón y las mangas eran traslucidas y cubrían hasta su cuello, dejando que la piel se apreciara debajo. La falda era generosa, se había inspirado un poco en las faldas que solían usarse en mil ochocientos sesentas, que eran amplias y con un gran volumen y había usado las largas colas que acostumbraban a usar en esas fechas para darle al vestido una amplia retaguardia que se extendía por el suelo.

Se detuvo frente al espejo mientras su madre le acomodaba la falda y sonrió. Era un día especial, renovarían votos con sus hijos presentes, sus madres, Jacob y Elisa y todos sus amigos. Sería mágico para todos y emotivo.

Marie le ayudó a peinarse mientras le sonreía a través del espejo, decidieron ir por un recogido característico de la época, con algunos rulos enrollados hacia el peinado, unas trenzas entrelazadas entre sí formando un recogido y algo de volumen en todo el cabello.

—¿Cómo te sientes, querida?

—Como si fuera la primera vez —confesó—. Solo que mejor. ¿Crees que le guste el vestido?

—Sería ciego si no le gustara —. Olivia giró hacia su madre y la falda se ondeó a su alrededor—. Estás hermosa, querida. Pareces una princesa.

—Ya estoy algo vieja para ser princesa —. Se miró de reojo en el espejo y suspiró—. Me están saliendo canas...Y arrugas.

—Estás radiante como siempre, mi amor, no hay año que en ti pase. Siempre te ves joven y radiante —. Le abrochó el collar de perlas con la gema y Olivia se colocó los pendientes que iban a juego—. Jonathan está enamoradísimo de ti, dudo que él tenga queja alguna para dar sobre tu belleza.

—Por eso su opinión no es válida, podría perfectamente bañarme en excremento y él aun así diría que estoy hermosa —. Se acomodó el maquillaje, limpiando la comisura de sus labios brillosos y fue hacia su tocador para tomar su perfume—. Espero que al menos el vestido no cause mucho escándalo, tuve que modificarlo varias veces para evitar problemas.

—Probablemente algunos hablen, pero tu ignóralos. Lo importante es que Jonathan lo amará y te ves hermosa.

Sonrió y al dejar el perfume en la mesa, sonrió al encontrar aquel mensaje que sus hijos le habían dejado por su cumpleaños cuando se encontraba en el futuro, lo acarició con sus dedos y sintió una presión en su pecho.

Su vida era tan mágica y privilegiada, que no estaba segura de como agradecer por todo lo que el Universo le había entregado.

Tomó su ramo de flores rosadas y sonrió, lanzando una última mirada al espejo. Miró por la ventanilla del boudoir hacia el jardín trasero y su sonrisa creció al identificar a Jonathan entre todas las personas, estaba claramente ansioso como ella, se encontraba asintiendo a algo que sus hijos le decían y sonreía, mientras miraba hacia el anillo que tenía en sus manos. Ella le había entregado el anillo de compromiso para que él pudiera volver a ponérselo esa mañana.

Su madre se retiró, deseándole suerte y pronto la vio aparecer en el jardín y tomar asiento junto a Dalia, James y Tad.

Respiró profundo y dejó el dormitorio.

Su falda era amplia, probablemente más amplia que los vestidos que solían usarse en los sesenta y la cola era también un poco más larga y ancha, se extendía por la escalera mientras descendía y acompañaba cada uno de sus movimientos balanceándose alrededor de su cintura.

A los pies de las escaleras, Jacob la esperaba y su mirada de adoración al encontrarla le dijo todo lo que necesitaba saber. Estaba hermosa, como una princesa o mejor aún; como una Reina. La Reina de todas esas tierras a segundos de reunirse con su Rey.

Tomó su mano en silencio, pues los dos estaban demasiado nerviosos como para hablar y le regresó la sonrisa, apretando sus dedos suavemente. Se enganchó al brazo de Jacob y un nudo se formó en su garganta cuando empezó a tragarse las lágrimas.

Fueron hacia la puerta trasera y sonrió de oreja a oreja cuando encontró a Elizabeth esperando por ella, traía un hermoso vestido rosado hasta las rodillas y una canasta con pétalos de rosas rosadas. Ella le dio un abrazo y Olivia besó su mejilla y luego se marchó adelante, empezando a cubrir el suelo con sus pétalos para guiarla hacia el gazebo.

La gente guardó silencio al verla salir y Emma empezó a tocar el piano, se había aprendido la melodía de here comes the sun para tocarla mientras Olivia cruzaba el jardín hacia su marido. Era un pequeño guiño hacia la canción que Olivia había tocado en el campamento cuando apenas se habían conocido y se encontraban cruzando los Estados Unidos juntos camino a Louisville.

Jonathan subió hacia el gazebo cuando escuchó la música y en un principio solo vio a su pequeña Lizzie aproximándose con los pétalos lloviendo detrás de ella. Se veía hermosa, con su melena dorada suelta, cubriendo toda su espalda y las ondas alborotándose con el viento.

Su corazón se detuvo un breve segundo al encontrar la mirada de Olivia tan solo unos pasos por detrás. Respiró profundo y apretó los labios en una sonrisa para contener la emoción, fue un fracaso estrepitoso y terminó teniendo que limpiarse el lagrimal de un ojo para barrer las lágrimas.

Estaba hermosa y ese vestido en el que ella tanto había trabajado...Era perfecto. Ella era perfecta y su atuendo atraía todas las miradas y murmullos. Era un vestido que se adaptaba a muchas de las reglas de la época, pero revolucionaba muchas otras. Parecía una princesa o una reina. Su reina.

Esperó hasta que ella llegó a él y Jacob sujetó la mano de Olivia en las suyas, la acarició suavemente y con cuidado la dejó en la mano de Jonathan, que calzó tan perfectamente como recordaba. Como si sus manos estuvieran hechas para permanecer unidas.

Sonrió al subir el escalón del gazebo con él y se refugiaron debajo de ese pequeño espacio, donde sus invitados podían verlos, pero se sentían solos en su pequeño mundo.

Jonathan acarició sus nudillos con ambos pulgares y por unos segundos, tuvo que tragarse la emoción del momento que lo llevaba a las lágrimas.

No tenían un cura para esa ceremonia, solo ellos para intercambiar sus anillos y sus hijos para compartir sus discursos.

Jonathan se limpió la nariz con su pañuelo y sacó dos hojas dobladas en el interior de su bolsillo. La miró de reojo, antes de empezar a leer y se aclaró la garganta.

Te conocí un veintidós de abril hace ya veinte años, eras una mujer de hermosos ojos café que me miraba con curiosidad como si fueras conocedora de todos los secretos que guardaba y tuvieras el poder de desnudar mi alma. Yo era solo un muchacho perdido en un mal camino, atrapado entre la lealtad hacia mis amigos y la necesidad de hacer lo correcto, de ayudar a aquellos que lo necesitaban, no tenía amor, seguridad o estabilidad en mi vida. Estaba perdido...

Hizo una breve pausar para tragar saliva y la observó, encontrando paz en su mirada brillosa.

Era un muchacho problemático que se había fijado en tu belleza y como cualquier hombre cuerdo no había podido ignorarla. Intentaba impresionarte cuando empecé a trabajar en casa de los Taylor, intentaba que vieras en mí lo que las mujeres siempre buscan en un hombre, pero por supuesto...Tu no eras como las mujeres a las que estaba acostumbrado; eras feraz, intrépida, valiente e independiente. No querías un hombre que te protegiera, querías un hombre que te acompañara y me tomó demasiado comprenderlo.

Recorrimos gran parte de los Estados Unidos juntos, nuestros tres niños en un carro detrás de tu caballo y el sol quemando nuestros rostros, Hablamos del pasado y de nuestras familias y tú nunca me juzgaste. Nunca juzgaste mis decisiones o mis errores.

En Louisville, tomé la decisión que cambió por completo mi vida, una decisión que volvería a tomar infinitamente solo para poder estar contigo una y otra vez. Decidí quedarme contigo y cuidar de nuestros niños.

Fueron unos tiempos difíciles trabajando todos los días para poder comer, pero tú nunca perdías tu positivismo, tu temperamento...Estaba fascinado con la mujer que eras, la mujer que sigues siendo. No tienes miedo de decir lo que piensas, no tienes miedo de gritarle al mundo por qué está jodido y nunca darías la espalda a una persona que necesita ayuda. Encontré en ti una bondad que no había visto en mi vida, un deseo constante de compartir y cuidar de otros.

Siempre dices que las buenas acciones son contagiosas y confirmé que era cierto, cuando me encontré con la necesidad de cuidar de ti y de los niños llevándote a casa de mis padres. Pensé que sería un gran error y lo lamentaría durante el resto de mi vida, pero resultó ser otra de las mejores decisiones que tomaría.

En las tierras de los Morgan te convertí en mi esposa por primera vez, no hay muchas cosas que pueda agradecerle a mi padre, pero haberme obligado a ser un hombre y conseguirme una esposa, es la única cosa que siempre le agradeceré, pues es el motivo por el cual hoy, puedo decir que he compartido los mejores veinte años de mi vida con la dueña de mi corazón. No hay persona en este mundo con quien desee compartir cada día que no seas tú, mi dulce Olivia.

Haces que este mundo tan cruel y vacío se sienta vivo, haces que el sol brille con más intensidad y los colores se intensifiquen, que las mañanas se sientan especiales y las noches memorables. Le das propósito a mi vida, le das amor y dulzura. 

Una vez juré amarte y respetarte todos los días de mi vida y esa promesa por siempre mantendré. No hay amor que sobrepase el que siento por ti, no hay mujer que gobierne mi mente todo el tiempo como tu nombre cuando dejo la casa o tu sonrisa cuando te veo en el salón tomando el té. No hay brazos que me consuelen mejor que los tuyos cuando me envuelves en las noches, ni labios que sellen mejor la promesa de amor eterno que te he entregado. Nadie se compara contigo. Nadie jamás podrá ocupar tu lugar y juro que te amaré hasta el último de mis días y continuaré amándote por la eternidad.

Eres mi ángel, porque me has salvado y continúas salvándome todos los días. Eres mi princesa porque no hay nada que disfrute más que cuidarte, consentirte y darte todo lo que deseas. Eres mi reina, porque ante ti me entrego completamente desnudo y vulnerable y a tu merced me dispongo dispuesto a apoyarte en todos los caminos irregulares de nuestra vida.

Hemos vivido gran dolor y también gran felicidad, hemos formado una familia que me ha dado los mejores momentos y tu me has dado a todos nuestros hermosos hijos, que cada día reflejan muchas de esas cualidades que el mundo adora de ti.

Eres una mujer destinada a la gloria, a marcar la diferencia, no solo en mi vida, sino en el mundo. Eres inteligente y especial, eres más de lo que logras ver y mi misión en esta vida es recordarte cada día que no hay oro en este mundo que pueda comprar tu amor, ni diamantes que puedan alcanzar tu valor. Como persona, eres lo que este mundo necesita para ser un mejor lugar y como mi esposa, eres mi más grande tesoro y la razón por la cual creo que el mundo es mágico y si hay un Dios observándonos, debo haber hecho algo muy bueno en mis vidas pasadas para merecer a una mujer tan extraordinaria a mi lado.

Hoy, veinticinco de octubre de mil ochocientos ochenta, en nuestro vigésimo aniversario, yo, Jonathan Wilson Morgan, te elijo a ti, Olivia Eades Morgan como mi esposa y me entrego a ti ante los ojos de Dios y prometo serte fiel en la prosperidad y adversidad, en la salud y enfermedad, y así amarte y respetarte, todos los días de mi vida por la eternidad.

Siempre serás mi ángel y yo siempre viajaré a tu lado, aunque el tiempo nos separe durante veintisiete años, duermo en paz cada noche, porque se que me volverás a encontrar y cuando ese día llegue, yo volveré a caer por ti y te amaré una vez más.

Olivia apenas podía tragarse todas las lágrimas que sus palabras dejaban en sus ojos y cuando él dobló la hoja y la guardó otra vez en su chaqueta, le acarició la mejilla, limpiándole la humedad en su piel y unió sus frentes. Le dio un pequeño beso, algo inocente y tranquilo y él acarició su mentón con un dedo y respondió respirando profundo mientras sus labios permanecían unidos.

—Te amo tanto —susurró y él besó sus nudillos—. Veamos si no me pongo a llorar mientras leo lo que preparé...Perdonen, esto me pone muy emocional, no se imaginan lo que han sido estos increíbles veinte años...

Su madre le entregó las dos hojas donde tenía escrito sus votos y los tomó, aclarándose la garganta para poder leerlos. Ni siquiera había comenzado, pero ya podía sentir las ganas de romper en llanto.

Eran demasiadas emociones, demasiadas cosas para contar y demasiado por vivir.

Respiró profundo y empezó a leer. 

Obvio, aquí les dejo el vestido que diseño Olivia, inspirado en 1970, 1860, 1880 y 2030:

Espero que lloraran tanto como yo y que se pusieran bien nostálgicos, reviviendo todo lo que ha sucedido en estos veinte años de los Morgan. Unas ganas de volver al principio y empezar todo otra vez...Dios, los amo demasiado. 

Y ya veremos lo que dirá Olivia en el próximo capítulo, para seguir llorando obviamente, porque pues así soy, bien sensible.

¡Love u all! 

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