Vidas cruzadas: El ciclo. #2...

By AbbyCon2B

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Su amor ha demostrado ser más fuerte que aquellos obstáculos en el camino, pero su historia apenas comienza... More

NOTA DE LA AUTORA Y MÁS.
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AGRADECIMIENTOS.
Un trailer que tenía guardado.
Cuarto libro de Vidas Cruzadas: El ciclo (Disponible)

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By AbbyCon2B

17 de marzo 1880.
White Oak Lands, Minnesota.

Rowland saludó a toda la familia que lo recibía, estrechando la mano de los hombres y las mujeres, hasta que llegó a Amelia al final de la fila pues era la mayor de sus hermanas y se detuvo con su mano en la suya para besar sus nudillos. Ella contuvo una sonrisa, con su respiración acelerada y le agradeció con una pequeña reverencia.

—¿Cómo estuvo su viaje, Lord Kimberley? Espero no tuvieran complicaciones.

—En lo absoluto, señora Morgan, fue muy agradable —. Les siguió hacia la casa y agradeció al mayordomo cuando este tomó sus abrigos—. Espero nuestra llegada no resultara un inconveniente.

—No, por supuesto que no, es un honor para nosotros recibirlo a usted y sus hijos. Mencionó en su carta que planean volver a Nueva York.

—Así es —. Siguió a Olivia hacia el comedor y miró a todas las personas para buscar donde Amelia se sentaría antes de elegir su lugar. Se sentó a su lado—. Tomaremos nuestro barco de regreso a Inglaterra cuando lleguemos, aunque seguro haremos algunas paradas en el camino.

—Deberían visitar las cataratas del Niágara —propuso Jonathan sentándose en la cabecera con Olivia a su lado—. Se ha vuelto un lugar muy popular.

—Mis hijas me lo comentaron —dijo, señalándolas—. Lo leyeron en unos periódicos.

—The Redwood Gazette —respondió y los ojos de Olivia brillaron emocionada, era el periódico de su hijo—. Es increíble que tengan periódicos como esos en esta zona, no los hay en Inglaterra, hablan de muchas verdades sobre el movimiento de mujeres, el derecho de los grupos inferiores...y de las cataratas también.

—Es el periódico de mi hermano —comentó Marie, sonriendo con orgullo—. Y es el mejor periódico del país.

—Pues debo coincidir con usted, señorita Morgan, es un gran periódico.

Los mozos entraron al salón para servir la entrada a la cena, que era una sopa de color amarilla que se veía deliciosa en el plato. Tenía vegetales, pollo, condimentos que le daban un sabor único y unos pequeños fideos caseros que prácticamente se disolvían en la boca.

—¿Y qué les ha parecido el país?

—Muy hermoso —contestó Rowland—. Aunque distinto. Creo que es un poco más...caótico que nuestro hogar, sin ofender por supuesto.

—Somos un país bebé —contestó Jonathan encogiéndose de hombros—. El caos abunda.

—Sí, pero tienen comidas muy interesantes si he de ser sincero. Visitamos a una familia en nuestros viajes que nos convidó con zorrillo.

—¿Y lo comieron?

—Por supuesto, era una familia muy amable, no íbamos a rechazarles la invitación. Sirvieron un hermoso banquete para nosotros, aunque fue muy extraño que la comida fuera zorrillo.

—Es común en la gente que no tienen para comer —explicó Olivia y Rowland asintió—. Pero fue muy amable de ustedes aceptar.

—¿En qué parte de Inglaterra creció usted?

—Winchester ¿y usted?

—Nottingham, aun vivo allí de hecho. Pero he visitado Winchester y es un hermoso lugar, ¿su familia es de allí?

—No, mi madre, quien, espero perdone, pero en estos momentos se encuentra durmiendo, es de aquí y también lo fueron sus padres, ella se trasladó a Inglaterra cuando conoció a mi padre quién si nació y creció cerca de Cambridge. ¿Su familia es inglesa ¿verdad?

—Sí, aunque tenemos descendientes nórdicos, es un dato que siempre comparto con la gente —. Se rio y agradeció cuando le retiraron el plato vacío de la sopa—. Alguno de mis tatarabuelos al parecer era un vikingo.

—Jonathan también tiene descendientes vikingos ¿verdad, cielo?

—Sí, mi tatarabuelo, fue parte de un grupo de inmigrantes que llegó al país cuando apenas se estaba formando.

—¿Y alguna vez visitó su tierra natal?

—No, aunque me gustaría visitar la tierra natal de mi mujer, conocer un poco del lugar dónde ella nació y creció.

A la sopa le siguió la ensalada y un pescado hecho con una cocción en manteca hasta que se encontrara perfectamente dorado y una cubierta de cebollas pequeñas y mostaza en una copa aparte.

La charla se volvió más cerrada cuando las personas empezaron a hablar con el compañero a su lado y Rowland aprovechó la oportunidad para centrar su atención en Amelia.

—¿Cómo ha estado, señorita Morgan?

—Muy bien, Lord Kimberley, mucho mejor en estos días y he estado saliendo a caminar ¿usted?

—También muy bien y me alegra escuchar que ha retomado las actividades. Se ve muy hermosa esta noche.

Se sonrojó inmediatamente por sus palabras y sonrió, mirándole de regreso. Ni siquiera quería comer mientras él estaba a su lado, tenía miedo de que sus nervios le ganaran y terminara volcándose el pescado en la ropa o el vino en su cuello..

—Gracias, Lord Kimberley, usted también se ve muy bien.

—Mi hija, la pequeña, se alegraría de escucharla, ella me ha peinado esta noche —comentó y ella miró hacia su cabello engominado hacia atrás.

—Le ha quedado perfecto.

Se quedaron en silencio un breve momento mientras comían y luego él se inclinó un poco hacia ella para volver a hablarle.

—Espero que no le molestara nuestra visita tan sorpresiva, temía que no estuviera avisando con tiempo suficiente.

—No fue molestia ninguna, Lord Kimberley, de hecho, me alegra mucho que decidiera dedicar un tiempo para apreciar los paisajes que las tierras de mi padre tienen para ofrecer.

—He escuchado que hay lugares muy hermosos —. Le dio la razón en eso llevándose la copa a los labios—. ¿Cree que podría enseñármelos? Si no está muy ocupada por supuesto.

Amelia se sonrojó aún más que momentos antes y empezó a sentir que había demasiado calor en la habitación, tanto que le sofocaba. Le sonrió y balbuceó un poco intentando pensar en una excusa para rechazarle, hasta que el pie de Marie a su lado se apoyó sobre el suyo, dejándole los dedos palpitando y se obligó a sonreír.

—Por supuesto, podríamos salir en la mañana si le parece.

—Me parece perfecto.

Cuando la cena terminó, charlaron por un rato en el salón y luego se retiraron a sus dormitorios para descansar. Rowland durmió con su hija de seis años, a pesar de que le habían preparado toda una habitación para él.

18 de marzo 1880.
White Oak Lands, Minnesota.

Adrian apoyó la pintura de Jazmín sobre el atril y se sentó a terminarla durante la mañana. Estaba enfocado en esta cuando la puerta de su estudio se abrió y vio que Rian llegaba, con su traje como de costumbre y su abrigo aun puesto, como si no tuviera planeado quedarse por demasiado. Él cerró la puerta con llave para que nadie fuera a molestarles y se acercó a él para besarlo.

—¿Qué te trae por aquí?

—Solo quería saludarte antes de irme a la ciudad e invitarte a cenar en la noche —propuso con una sonrisa y dejó su abrigo en el respaldo de una silla—. He pensado que ahora el clima ha mejorado podríamos vernos en nuestro lugar de siempre...Hacer el amor...Y otras cosas.

Adrian sonrió cuando sintió sus brazos rodeándolo desde la espalda y sus labios recorriendo su cuello. Cerró los ojos, mordiéndose el labio ante el calor recorriendo su vientre con sus caricias y se puso de pie para girarse y enfrentarlo.

—Tengo clases mañana y debo madrugar.

—No nos quedaremos hasta muy tarde —aseguró, tirando de su camisa para que se pegara a su cuerpo—Podemos vernos a las seis, cenar a la siete, hacer el amor a las ocho y volver para las nueve.

Se rio contra su boca y subió sus manos para rodear su cuello y abrazarlo.

—Lo tienes todo pensado ¿eh?

—Es la emoción de querer verte. ¿Vendrás? —. Aceptó volviendo a besarlo y dejó el pincel en la mesa a su espalda para poder dejar sus manos libres y acariciar su torso—. ¿Qué pintas?

—Una mujer que conocí —explicó, omitiendo el nombre, pues le había prometido a Jazmín que mantendría su identidad en secreto—. Estoy intentando terminar los últimos detalles, pero no lo sé...Creo que no le hice justicia.

—¿A qué cosa?

—Pues es muy hermosa, pero he jodido la proporción de su cuerpo. Ella es más deseable, más equilibrada y pues...No sé, tal vez necesite rehacer algunas partes.

—¿La pintura es más deseable o la mujer?

Adrian rompió con su atención en la pintura para mirar hacia Rian y se sintió frunciendo el ceño.

—¿Cómo?

—Sonó a que estabas hablando de la mujer.

—No, no, es la pintura.

—¿La pintura? —repitió, riéndose—. ¿La pintura es deseable?

—Ese es el objetivo que quiero darle. Hablaba de la pintura, Rian.

Rian se alejó un poco hacia la silla donde había dejado su abrigo y se lo colocó, empezando a abrocharlo lentamente.

—¿Es Jazmín ¿verdad?

—No, ¿por qué lo sería?

—Porqué tu dijiste que querías pintarla y tienes la misma emoción en tu cara —. Le dio un breve beso y acomodó su sombrero—. Debo irme, Adrian.

—Espera, no te vayas todavía. Podemos charlar un rato.

—No, realmente debo irme, tengo una reunión en la ciudad con los socios de mi padre y mis hermanos, pero tu puedes aprovechar la tarde para arreglar lo que querías arreglar en esa pintura.

—¿Nos veremos esta noche en el árbol?

Asintió y se marchó, cerrando la puerta a sus espaldas para que Adrian volviera a quedar a solas en su estudio con la pintura de Jazmín. Él se dejó caer en el banco frente al lienzo y suspiró, limpió la punta de su pincel con un trapo sucio y mientras se concentraba en la tarea, limpiando el pincel más de lo que era necesario, miró hacia su obra.

Era un lienzo mediano y Jazmín ocupaba casi todo el espacio. Se apreciaba el sofá y las mantas rodeándola, pero su cuerpo era el centro de atención. Sus piernas ligeramente abiertas como una invitación al pecado, pero los vellos en su sexo ocultando esa parte que un hombre ansiaría de ella, manteniendo el misterio. Sus curvas no eran tan pronunciadas como en la vida real y por eso Adrian sentía la necesidad de rehacerla, pero se apreciaban sus senos generosos, deslizándose hacia los lados y los tres pequeños rollos que se le formaban a la altura de la costilla por estar un poco arqueada hacia el lado. Uno de sus brazos cubría la mitad de su rostro, ocultando sus rasgos más importantes, pero sus labios quedaban al descubierto marcados con la pintura que Adrian había usado. Solo que en su obra no era pintura lo que la marcaba, sino la luz del amante que la había acompañado en la intimidad de una noche. Sus caricias habían quedado grabadas en todo su cuerpo como luciérnagas.

Maldijo, lanzó el pincel hacia la mesa y abandonó el estudio para despejar un poco su mente en el salón.

—¿Dónde está mamá? —preguntó al ver que Elizabeth estaba sola, sentada junto al fuego, peinando a una de sus muñecas de lana.

—Se fue a casa de Jian a tomar el té.

—¿Y todos fueron con ella?

—No, solo Gwendoline y Marie. Yo quería ir, pero Maybelle me cae mal.

—¿Por qué te cae mal?

—Siempre me quita mis muñecas y no comparte. Mamá le dice que hay que compartir, pero no le hace caso. ¿Tu no te irás ¿verdad?

—No creo, no —. Se sentó en el sofá con ella a su lado en el suelo y la miró—. ¿Le estás haciendo un cambio de imagen a la muñeca?

—Algo así. Tenía el pelo muy feo, así que se lo lavé y le hice un corte. ¿Quedó linda ¿verdad?

En realidad, Elizabeth no había hecho ninguna de esas cosas salvo en su imaginación y cuando le enseñó la muñeca, esta seguía con su pelo de lana largo. Sonrió y asintió.

—Te quedó hermosa, Lizzie. ¿Te dedicarás a peinar cuando sea grande?

—Puaj, no, yo quiero ser doctora como mamá. Le pregunté a mamá que voy a ser de grande pero no me quiso decir, dice que debo descubrirlo por mi cuenta —. Se puso de pie cuando Adrian abandonó el sofá y le siguió hacia la mesa para agarrarse una galleta—. Creo que voy a salir a jugar en el jardín.

—Recuerda que no puedes alejarte ¿sí? Nada de ir a Oak Pines.

—Ya me dijo papá de los hombres malos y está bien, no iré al bosque, lo prometo.

—Bien, quédate donde pueda verte.

Asintió y se puso su abrigo antes de abandonar la casa hacia los jardines. El terreno de la familia era grande y eso era algo que le gustaba, porque le dejaba una gran cantidad de campo para correr, jugar, explorar. Su padre le había colgado un columpio en la rama de un árbol, que era tan resistente que podía aguantar hasta a uno de los mellizos que eran bastante altos y pesados. Aunque dudaba mucho pudiera aguantar a su padre o alguno de los mayores en la familia.

Recogió algunas flores mientras iba hacia el columpio que quedaba algo lejos de la casa, pero no tanto que Adrian no la vería y una vez llegó, dejó las flores sobre una de las enormes raíces del árbol y se sentó en el columpio para mecerse.

El clima estaba agradable, ya no había nieve y el frío estaba dejando de ser un impedimento para salir. Pronto empezarían a vestirse los árboles con colores divertidos y encontraría más de un tipo de flores en los caminos, lo cual significaba que podría volver a hacer coronas y collares.

Se bajó del columpio cuando se aburrió y fue por el camino que llevaba al invernadero más grande la propiedad (no el que tenían junto al salón de la casa) y vio por las ventanillas de cristal que sus hermanos estaban adentros; Henry y Nolan.

Ellos tenían catorce años, estudiaban, aunque estaban por terminar la escuela para elegir una Universidad (que probablemente jamás elegirían porque no les gustaba estudiar) y pasaban casi todo su tiempo encerrado en el invernadero o el taller. Usaban el invernadero únicamente cuando alguien estaba ocupando el taller, lo que para Elizabeth significaba que probablemente estaban arreglado los carruajes en el taller.

—¿Qué hacen?

—Cantar victoria —contestó Henry inclinado sobre una mesa que era demasiado alta para que ella pudiera ver—. Llevamos trabajando en esto desde hace siete años.

—¿Qué cosa?

Tardaron en responderle.

Solo podía ver que Nolan tenía un pequeño tornillo entre sus dientes y que estaba haciendo algo con unas largas y delgadas pinzas mientras escuchaba un sonido extraño desde las manos de Henry. Como si fuera fuego.

—Una mano.

Se sobresaltó cuando ellos levantaron una mano de madera y metal frente a ella, pero una vez su cerebro logró procesar que no era una mano de verdad, respiró hondo y se acercó otra vez a la mesa.

—Hemos trabajado siete años en esto, primero probamos con una mano de madera, pero no se movía muy bien.

—Hicimos una de metal, pero era muy pesada —agregó Henry.

—Y finalmente.

—Lo logramos.

—Una mano de madera y metal que se puede usar.

—Casi como si fuera una mano normal.

Los miró, un tanto confundida y tomó la mano que ellos habían hecho para mirarla. Tenía una cavidad en la muñeca donde podía meter su mano, aunque era demasiado grande y pesada para ella. Dentro de la mano, había un montón de botones pequeños y extraños que parecían accionar todo un sistema interior. Si apretaba algunos botones en combinaciones concretas los dedos se movían.

—¿Para qué es esto?

—Para Derby —contestó Henry.

—Sabemos que le afectó demasiado perder su mano, aunque siempre haga bromas al respecto.

—Pensamos que con esto estaría más contento.

Sonrió al verlos y asintió.

Derby lo amaría.

—¿Y cómo funciona?

—Cuando él ponga su brazo en esto, los botones calzaran en su piel sobre los tendones que tiene.

—Y cuando él haga el movimiento que haría para mover sus dedos, sus tendones se tensaran y formaran una presión sobre los botones.

—Accionando los dedos.

—Puede agarra, soltar, hacer un puño e incluso levantar el pulgar. No estamos seguros de que otras cosas podrá hacer, pero al menos hace algo.

—¿Y ustedes hicieron esto? ¿Solos?

Ambos asintieron.

—Bueno, no solos.

—La abuela nos enseñó como está hecha la mano.

—Y le pedimos a Terrell que nos hiciera algunas de las piezas de metal y a Chester las de madera.

—Pero nunca les dijimos para que era.

Elizabeth giró la mano para verla con detalle y lentamente volvió a dejarla en la mesa.

—¿Y cómo saben que le quedara bien?

—Medimos su otra mano mientras estaba durmiendo —contestó Nolan como si no fuera la gran cosa—. Nos tuvimos que colar en su casa, pero no fue problema.

—Nadie nos vio —terminó Henry.

Elizabeth retrocedió un poco arrugando la nariz e inclinó la cabeza pensativa.

—Ustedes son raros...Inteligentes, pero raros.

Los vio guardar la mano adentro de una caja de madera y les siguió hasta que ellos alcanzaron sus caballos y montaron para irse hacia el pueblo a entregarle la mano a Derby. Ya habían hecho todas las pruebas que debían hacer y ahora la única prueba que faltaba era ver como a Derby le quedaba.

Los mellizos llegaron a la casa de Jian y Derby una hora después y vieron que el carro de su madre estaba afuera con el chofer esperándolos, lo que significaba que sería una sorpresa para toda la familia. Desmontaron, llevándose la caja con la mano y subieron los escalones del porche de dos en dos para alcanzar la puerta más rápido y poder encontrarse con las mujeres en el salón.

—¿Derby ¿está?

—¿Qué son esos modales? —regañó Olivia.

—Perdón, madre. Buenas tardes, señoras y señoritas —. Los dos se quitaron el sombrero e inclinaron un poco sus cuerpos. Luego se enderezaron—. ¿Derby está?

—Se estaba agarrando algo para comer de la cocina, no sé si no se habría ido ya.

—¡Derby! —gritaron, alarmándolas y Olivia bufó y empezó a disculparse—. ¡Derby ven un momento!

—Son peor que el padre —señaló Olivia, dejando la servilleta a un lado en la mesa—. Brutos, brutos...

—Son hombres —comentó una de las mujeres que las acompañaba esa tarde, la señora Parsons, quién vivía a unas horas de White Oak y era mujer de un empresario adinerado—. Los hombres no saben otra cosa salvo ser brutos.

Olivia no se rio demasiado por sus palabras, pues prefería diferir, pero le sonrió y desvió su atención hacia sus hijos para ver que hacían. Logró verlos en el pasillo, regresando con Derby detrás de ellos. Derby estaba comiendo un trozo de la masa que había sobrado del pastel y la cual habían cocinado en forma de galletas.

—¿Qué quieren, niños?

—Tenemos algo para ti.

—Aun está en modo prueba, así que podría no funcionar —aclaró Henry mientras su hermano despejaba un poco la mesa de té para que él pudiera apoyar la caja—. Ojalá sirva.

—Y si no sirve te jodes, porque ya probamos todo.

Derby se rio y los apartó con empujones que ellos respondieron de la misma forma. Era la relación que tenían y aunque alarmaba a la mujer que tomaban el té con ellas, Olivia y sus hijas se reían pues estaban acostumbradas.

Derby se terminó la galleta que tenía entre los labios y retiró la tapa de la caja, deteniéndose a medio camino para mirarlos.

—¿No será una bomba apestosa ¿verdad?

Los mellizos empezaron a carcajear, levantando aun más sospechas.

—No lo sabrás si no lo abres.

—Henry, Nolan...No —rezongó Olivia, girándose en su silla para verlos—. Bromas aquí no.

Los vio volver a reírse.

—Tranquila, madre.

—No es una broma.

Derby continuó abriendo la caja no muy confiado en su contenido y retiró las telas que lo cubrían. Las mujeres se inclinaron un poco, curiosas por ver que traía cuando notaron que su expresión cambiaba y la inseguridad se convertía en una risa que encerraba cientos de lágrimas.

Tomó la mano de madera y metal para retirarla y la sostuvo para que todas pudieran verla.

—Pensamos que tendrías los dedos acalambrados de no moverlos —bromeó Nolan guardando las manos en sus bolsillos.

Derby se rio y los miró por un minuto antes de regresar su atención a la prótesis que sostenía. Sintió a Jian, de pie a su lado, acariciando su espalda para consolarlo y sonrió cuando ella besó su hombro.

—Pruébatela, amor.

Lo hizo, retiró la mano de madera que traía y colocó la que sus cuñados le habían hecho. Era mucho más elegante que usar un pedazo de madera con forma de mano. Se calzaba hasta el codo y una vez la colocó, Henry se acercó para enseñarle como ajustarla.

—Pinchará un poco, pero te acostumbrarás —le advirtió antes de ajustar los engranajes.

Sintió como si pequeñas agujas de metal se apretaran en su piel, aunque no llegó a dolerle y una vez todos los puntos correctos estuvieron apoyados sobre los músculos que correspondían, miró a los mellizos en busca de indicaciones y ellos simplemente le dijeron que se divirtiera. Era como volver a tener una mano casi en su totalidad, a excepción de que no sentía nada con sus dedos. Pudo doblar sus dedos y la muñeca, mover un dedo a la vez, aunque le costara y practicó agarrar la servilleta un par de veces hasta conseguirlo.

—¿Cómo mierda hicieron esto? —preguntó.

—Meh, un libro que nos trajo el padre de Harvie.

—Ingeniería —. Que Olivia y todos sabían era del futuro.

—Podríamos hacer un montón de cosas modernas.

—Pero nos da pereza —terminó Henry encogiéndose de hombros.

Marie se acercó para admirar la mano más de cerca y pudo ver todo el diseño hecho en los dedos de madera que tenía hasta unas uñas talladas. Se parecía bastante a la mano izquierda de Derby.

—¿Qué solo saben ser brutos decía? —preguntó mirando a la señora Parsons.

—Es increíble lo que han hecho —señaló Olivia, acercándose también para ver—. ¿Cuánto tiempo les tomó?

—Como unos siete años.

—Y más de ochenta intentos fallidos.

—Henry por poco me corta la mano para probar conmigo si funcionaba —comentó Nolan golpeando a su hermano en la cabeza.

—Auch...No quería cortarte la mano...Solo los dedos.

Olivia los besó a ambos en la cabeza y Derby los abrazó y agradeció por el regalo que estaba seguro cambiaría su vida. Sería difícil acostumbrarse a tener una mano con movilidad después de siete años sin tenerla y sería difícil acostumbrarse a tocar cosas sin sentirlas, pero podría volver a sentirse útil en actividades para las cuales antes no servía. Estaba ansioso por empezar a disfrutar de su nuevo mano.

Maldijo cuando al estrechar la mano de Nolan un choque eléctrico recorrió su piel y le golpeó en la cabeza, mientras ellos huían entre carcajadas.

—Electricidad...Mi nuevo mejor amigo —escuchó que comentaba Nolan mientras huía con su hermano.

Elizabeth esperó hasta que se hubieran marchado y entonces regreso al columpio para hamacarse otro rato antes de volver a la casa para pintar un rato o tal vez practicar escribir su nombre en todos los papeles de su padre que luego lo enfurecerían pues tendría que reescribirlos para enviárselo a sus socios. Siempre le daba mucha gracia cuando hacía eso y él refunfuñaba por toda la casa gritando su nombre sin encontrarla y llegaba su madre a ver que sucedía y ella lograba calmarlo. Terminaban rezongándola, pero valía la pena.

Empezó a columpiarse más lento cuando vio que alguien se acercaba caminando desde una de las casas lejanas y cuando el niño la alcanzó, se detuvo por completo.

—Buenas tardes.

—Buenas tardes —respondió, manteniendo cierta distancia—. ¿Quién eres? No te conozco.

Lo vio quitarse su boina y ella se puso de pie cuando él se inclinó un poco para saludarla.

—Ethan Jones ¿y tú?

—Elizabeth Morgan —se inclinó en respuesta, como Jacob siempre les enseñaba en la escuela y luego se enderezó para mirarlo—. ¿No eres de aquí ¿o sí? Porque nunca te había visto.

—No, mi padre quiere mudarse —explicó y señaló hacia las casas de los hermanos de Elizabeth—. Creo que hablará con tu padre para comprar una parte del terreno.

—Mi papá no está en casa.

—Lo sé, se quedó hablando con otro hombre. ¿Es tu columpio?

—Mamá dice que es de todos, pero sí, es mío —. Lo miró un tanto a la defensiva, pues su padre le había dicho que no confiara en extraños y luego miró hacia su columpio—. ¿Quieres usarlo? Puedo empujarte.

Ethan sonrió y aceptó la idea.

—Si vivirás aquí entonces significa que te veré seguido.

—Creo que sí —contestó mientras ella lo empujaba un poco—. Pero no sé cuando nos mudaremos.

—¿Y por qué se mudarán?

—Papá quiere estar más cerca del trabajo.

—¿Y en que trabaja?

—En un periódico que él creó.

—Oh, tu papá debe ser el amigo de mi hermano Darrin —explicó, dejando de empujarlo para pararse frente a él—. Mi hermano también creo un periódico, pero no recuerdo como se llama.

—¿The Redwood Gazette?

—Sí, eso...No sé leer.

—Yo puedo enseñarte, estoy aprendiendo —comentó orgulloso y Elizabeth aceptó su propuesta—. ¿Quieres que te empuje en el columpio?

—Está bien.

Se sentó cuando él le dejó el lugar y agarró las cuerdas del columpio para no caerse cuando él empezó a empujarla suavemente desde la espalda.

En esos momentos, Ethan era de su misma edad, pero cumpliría ocho en los próximos meses lo que lo volvería un año mayor. También era un poco más alto que ella y a diferencia de los ojos grises de Elizabeth, los ojos de Ethan eran celestes y su cabello igual de rubio, pero lo traía corto. Vestía un pantalón negro, con zapatos y unas medias completas hasta la cintura debajo de su pantalón para mantenerlo caliente. Traía una camisa, pero esta estaba oculta debajo de su chaleco y chaqueta. Incluso tenía una pequeña corbata y un sombrero.

Elizabeth tenía un vestido amarillo que estaba un poco ajustado en su cintura y terminaba por debajo de sus rodillas. Traía un corsé debajo, pero este no era como el que sus madres y hermanas mayores usaban; apenas tenía huesos de ballena, lo que lo hacía mucho más sencillo. Unas medias cubrían sus piernas y tenía unas zapatillas negras en los pies y el cabello suelto a excepción de unas trenzas que su madre le había hecho con pequeños mechones de cabello y las cuales estaban unidas en el centro. Tenía un cabello largo y brillante, repleto de rulos dorados como los que sus padres habían tenido cuando eran de su edad.

Ethan la empujó suavemente en el columpio y mientras tanto charlaban. En cierto punto empezó a hamacarla un poco más rápido, sin dejar ir nunca del asiento para evitar que ella cayera y se rieron mientras jugaban hasta que Elizabeth le invitó a su casa.

Edgar les abrió la puerta y vio que ella entraba seguida por Ethan, quien lo saludó con muchos modales y le entregó su abrigo y sombrero. Ethan estaba terminando de entregar sus cosas cuando Elizabeth tomó su mano y tiró de él hacia la escalera.

—Debo enseñarte mi dormitorio, tengo muchos juegos que podemos usar.

—Tu casa es muy grande. ¿Tienes muchos hermanos?

—Sí, como veinte...O veintidós...No sé, no recuerdo, pero están por ahí...En algún lado —. Él se rio de su confusión—. ¿Tu tienes hermanos?

—Tengo dos hermanas menores, pero no somos tantos como ustedes.

—¿Es divertido tener hermanos menores? Yo soy la menor y es muy aburrido.

—Ser el mayor también es aburrido —aseguró y entró en el cuarto de ella—. Siempre debo cuidarlas y es mucho trabajo.

—A mí siempre me cuidan, supongo que eso es bueno, no serviría para cuidar a alguien —. Tiró de él para que se acercara a una mesa pequeña (perfecta para su tamaño) que tenía en el centro de su dormitorio y la cual estaba repleta de hojas y colores—. ¿Te gusta pintar?

—Sí ¿a ti?

—También. ¿Quieres pintar conmigo?

Ethan asintió y se sentó con ella para empezar a hacer distintos dibujos en la hoja. Charlaron mientras pintaban, primero sobre sus familias para intentar conocerse y luego sobre cualquier cosa que se les ocurriera.

—Si vas a vivir aquí significa que podemos pintar juntos todos los días.

—Sí, me gustaría mucho eso. Eres divertida.

—Tu también eres divertido —confesó sin quitar la atención de su dibujo—. Podríamos ser mejores amigos. Yo no tengo amigos.

—Ahora tienes uno, mejor amiga.

Elizabeth sonrió y dio pequeños golpes en el suelo con el pie emocionándose. Su primer mejor amigo, era algo que debía correr a contarle a su madre cuando volviera de casa de Jian y era algo que debían celebrar.

Llamó a Bettie para pedirle si podía traerles la leche con algo de comer y pasó el resto de la tarde con Ethan. Primero pintaron y luego se acostaron sobre la alfombra de su dormitorio a construir cosas con los pequeños ladrillos de madera que su padre le había regalado. Usaron algunas de las muñecas de Elizabeth para crear una historia donde Ethan la salvaba de algún ser malvado y cuando se aburrieron pasaron a los libros de niños para intentar leer.

Olivia asomó en el dormitorio cuando llegó de su tarde en casa de Jian y sonrió al verla con un amigo. Retiró sus guantes mientras se acercaba a ellos y al escucharla Elizabeth se giró con una enorme sonrisa y fue a abrazarla.

—Mira, mamá, tengo un mejor amigo ahora.

—¿Tienes un mejor amigo?

—Sí, estuvimos jugando juntos todo el día y se mudara cerca de nosotros. ¿Verdad?

Ethan asintió y se puso de pie para ir a saludarle.

—¿Y cómo se llama tu mejor amigo, mi amor?

Él le extendió una mano para saludarla y Olivia la aceptó riéndose.

—Ethan Jones, señora. 

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