El corazón del Rey. [Rey 3]

By Karinebernal

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Las huellas de un pasado doloroso persiguen al rey Magnus Lacrontte, quien ha levantado murallas para no volv... More

Importante Leer.
Prefacio.
Capítulo 1.
Capítulo 2.
Capítulo 3.
Capítulo 4.
Capítulo 5.
Capítulo 6.
Capítulo 7.
Capítulo 8.
Capítulo 9.
Capítulo 10.
Capítulo 11.
Capítulo 12.
Nota explicativa. - Importante leer.
Capítulo 13.
Capítulo 14.
Capítulo 15.
Capítulo 16.
Capítulo 17.
Capítulo 18.
Capítulo 19.
Capítulo 20.
Capítulo 21.
Capítulo 22.
Capítulo 23.
Capítulo 24.
Capítulo 25.
Capítulo 26.
Capítulo 27.
Capítulo 28.
Capítulo 29.
Capítulo 30.
Capítulo 31.
Capítulo 1. Presente.
Capítulo 2. Presente.
Capítulo 3. Presente.
Capítulo 4. Presente.
Capítulo 5. Presente.
Capítulo 6. Presente.
Capítulo 7. Presente.
Capítulo 8. Presente.
Capítulo 9. Presente.
Capítulo 10. Presente.
Capítulo 11. Presente.
Capítulo 12. Presente.
Capítulo 14. Presente
Capítulo 15. Presente.
Capítulo 16. Presente.

Capítulo 13. Presente.

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By Karinebernal

Emily.

—Majestad. —Escucho la voz de un guardia despertarme.

No sé en qué momento me he quedado dormida pues he intentando permanecer en vela toda la noche para esperar a Magnus, pero cuando abro los ojos debido al llamado en la puerta, descubro que ya es de día.

Lo hago pasar y el uniforme oscuro se hace presente en la habitación. Me recuesto en la cama, aún envuelta en las sábanas mientras el sujeto me observa con un gesto de disculpa.

—¿Ya tienen noticias? —Cuestiono, pero él hombre niega con la cabeza.

Desde que Magnus partió para Cromanoff, no he vuelto a saber nada de él. Elisenda también está completamente preocupada pues en su última carta manifestó que Gregorie tampoco ha llegado y sus custodios no le han dado mayor información sobre su paradero.

Estoy intentando no perder la calma por mi bebé, pero estoy al borde de la desesperación al no conocer la ubicación de mi esposo y juro que cuando regrese voy a abofetearlo por tenerme en ascuas.

—Solo quería avisarles que hay una reunión dentro de unas horas y si el rey no está para entonces, usted debe presentarse, así que necesitamos que se encuentre lista.

—¿No pueden cancelarla? — pregunto angustiada —. En este momento no tengo cabeza para nada.

—Se trata de armamento militar, majestad. Es imposible cancelar la visita.

—¿Armamento? —La confusión es evidente en mi voz.

—Así es. Desde ayer en la tarde se cerraron las fronteras para que nadie pudiese entrar ni salir del reino. No queremos que alguien se infiltre y robe el armamento o lleve información a otros lados sobre la compra del arsenal.

—¿Es por eso qué Magnus no ha llegado?

—Claro que no, el rey tiene permiso especial para movilizarse, pero de resto nadie más cuenta con ello.

—De acuerdo —me levanto desesperanzada —. Me prepararé.

Tomo una ducha y me visto con el primer vestido que se cruce en mi camino. Hoy no tengo ánimos para pensar en que atuendo usar.
Bajo a desayunar en completa soledad, pero al llegar al comedor me encuentro con Francis, quien ha permanecido en zozobra, igual que yo.

—Espero me permita tomar la comida con usted por hoy. —Dice cuando me ve llegar.

Esta de pie a un lado de la mesa con el periódico en la mano. Se encuentra perfectamente arreglado como todos los días, sin embargo, su intranquilidad es notoria.

—Nunca antes habías comido aquí o al menos no desde que me casé con Magnus. —Comento, intentando entablar conversación.

—Jamás lo he hecho, no es mi lugar. —Toma asiento a mi lado y comienza a revisar el diario mientras nos sirven la comida.

—Claro que lo es. Eres como un padre para mi esposo.

—Pero generalmente cumplo el papel de consejero y ese puesto no requiere que esté en el comedor.

—Pronto vas a casarte con su abuela, serás parte de la familia aún más.

Él sonríe con desgano sin quitar la mirada de las hojas. Esta triste, pero se esmera por ocultarlo.

—Mañana teníamos una cena en casa de Aidana para anunciarlo oficialmente —revela, tragando con dificultad —. Ya habíamos escogido una fecha.

—¿Lo sabe? —Pregunto, refiriéndome a la abuela Lacrontte.

—No, aún no —deja el noticiario a un lado para mirarme a los ojos —. No le he comentado nada, quiero que esté tranquila. Sin embargo, mañana iba a entregarle oficialmente el anillo frente a todos, pero ahora hay cosas más importantes en que pensar.

—¿Cómo vas a cancelar el evento sin que ella se entere?

—No tengo la menor idea, es lo que he venido pensando desde que me levante.

—¿Dónde crees qué estén?

—No lo sé. No me comentó mucho, solo dijo que iría a Cromanoff y me pidió que te cuidara mientras regresaba.

—¿Crees que este bien?

—Con el corazón espero que si, pero siendo 100% sincero, no creo que él decida por voluntad propia pasar una noche lejos de usted.

—Me preocupa mucho, Francis. ¿Dónde y cómo pasó la noche? A él le gusta que lo abracen para dormir y ahora ni siquiera sé si en verdad pudo descansar.

—¿Magnus duerme abrazado a usted?— Cuestiona confundido como si hubiese escuchado la más grande tontería.

—Por supuesto, todas las noches y se enoja cuando no es así. Él es bastante mimado.

—¿Esta segura que hablamos del mismo Magnus?

—Claro, Francis. Solo que nunca has dormido con él como para saberlo.

—Me cuesta imaginarme al rey siendo consentido.

—Lo es, solo que íntimamente. Es algo entre nosotros.

—Pues ya me dejo intrigado.

—Creo que no debí comentar eso.

—Bueno, ciertamente me hizo conocer una parte de él que no sabía que existía, porque es tan frívolo que no lo veo pidiendo afecto.

—Lo exige más bien y mucho. También le gusta que lo besen y le deseen buenas noches. ¿Crees que ya habrá comido? Cuando regrese voy a prepararle una tarta de durazno, pero primero voy a reprenderlo un día entero por no tomarse la decencia de enviar al menos una carta informando que está bien, porque me aferro a la idea que lo está.

—De verdad usted conoce a un Magnus muy diferente, pero me alegra que tenga a alguien como usted.

—¿Y cómo soy yo?

—Paciente, dulce, amoroso. La persona perfecta para él.

—En medio de todo, me gusta que digas eso. No sueles expresarte mucho, así que gracias.

—Bueno, es usted mi nuera.

Aquello me enternece el corazón. Tomo su mano y la aprieto con delicadeza, mirando directamente a sus ojos agotados por el agobio.

—Te quiero mucho, Francis.

—Gracias. —Se limita a decir.

—No, dime algo mejor y hazlo sin miedo.

—Yo también la quiero, señora Lacrontte.

—Dime Emily, por favor.

—No creo que pueda acostumbrarme a eso. —Sonríe débilmente —. Hay algo de lo que quiero hablarle. Hoy será un día muy ocupado para usted, sin embargo, tengo una cita esta tarde, aquí en el palacio. Un asunto que aplace por años pues no fui capaz de enfrentar.

—¿Se me permite saber de que se trata?

—Por supuesto, estoy seguro que la verás. Mi esposa.

—¿Aún estas casado? —Pregunto confundida.

—Así es. La última vez que nos vimos fue días después que Magnus perdió a sus padres. Yo la amaba, majestad, se lo juro, pero él me necesitaba, por ello preferí sacrificar nuestro matrimonio y desde entonces no he vuelto a verla.

—¿Aún la quieres?

—No, le aseguro que mi corazón ahora está con Aidana, pero sé que le hice daño y por eso no he sido capaz de darle la cara.

—¿Hoy vas a firmar el divorcio?

—Si. Intenté hacerlo ayer pero ella no fue a la estación para tomar el último tren que partía hacía acá antes que cerraran la frontera, supongo que no se sentía preparada, le daba vergüenza o simplemente me odia. Así que la cite nuevamente, pero ahora la reunión será aquí en el palacio y es por ello que le informo, para que no se sorprenda si llega a encontrarla en algún pasillo.

—No te preocupes, espero puedas resolver todo con Helena. —Deseo, recordando el nombre de quien aún es su esposa.

—Lo agradezco. Por ahora creo que voy a retirarme, no tengo mucho apetito —explica, dejando su comida a medias —. Esperaba distraerme con el periódico, pero estas noticias son nefastas. Si necesita algo, estaré en mi oficina.

Se levanta de su puesto y va hasta la salida, dejando el diario en la mesa. Lo tomo para ver a que se refiere y tan solo con hojear unos segundos me doy cuenta que tiene razón. El día de hoy anuncian el asesinato de una joven pareja a manos de un desconocido y la nota afirma que tan solo ayer habían salido en la sección social del informativo.

Voy hasta dicho espacio y encuentro anuncios de trabajo, oficios y eventos, pero también descubro a una nueva pareja y la imagen que aparece de ellos me resulta muy familiar.

Hay una mujer con un vestido manchado de un liquido rojo y un hombre que sostiene su falda, enredada en la mano mientras carga una botella de vino con aquella que tiene libre y justo debajo hay un breve mensaje que dice:

Nuestros momentos de locura nunca serán olvidados, robar licor de la cocina e intentar escalar una pared para huir, son recuerdos que nos unen para siempre. Hoy tenemos una nueva oportunidad para vernos en el 301 de la calle Soalers a las nueve de la noche. No nos decepciones como ayer.

Lo capto todo claramente. Sé que se trata de Ansel, esta es su manera de comunicarse conmigo.

Esa foto es una recreación de nuestro día en Mishnock, en el que irrumpimos en una reunión luego de fallar en nuestro intento de escape del palacio para tener una cita.

Me levanto de la mesa con el diario en la mano y camino a paso apresurado hasta la parte baja del palacio, descendiendo hasta la bóveda que Magnus me enseñó.

Allí está el diario de ayer y si Ansel asesinó a esa pareja es porque debió dejar un anuncio que yo no pude ver y quiero saber de que decía.

—Por favor abran la bóveda. —Le pido a los guardias que la custodian.

—Necesita colocar el código, majestad.

—¿Qué código? Ayer cuando estuve aquí con Magnus no le pidieron ningún código, le abrieron la puerta sin más.

—Comprendo, pero debe entender que él ha sido nuestro rey por años y usted es nueva, necesitamos comprobar que conoce el código.

¿Qué voy hacer? No tengo la menor idea de cuál pueda ser.
Entiendo la desconfianza, pero creí que Magnus les había ordenado obedecerme sin chistar y que ya no pusieran a consideración cualquier cosa que yo pidiese.

—¿Es Ramé? —Comento lo único sé me ocurre en este momento.

—No, majestad, son números.

—¿Podrían especificarme cuánto son?

Me siento tonta tratando de adivinar cosas de mi propio reino, porque se supone que esté lugar me pertenece.

—Son cuatro dígitos en total.

—¿0706? —Cuestiono, haciendo alusión a la fecha de cumpleaños de Magnus.

—Lo lamento, pero no son esos.

—1009. —Intento de nuevo con mi fecha.

—Tampoco, majestad. —Contestan con voz serena. Es evidente que no van a ayudarme, así que puedo pasar todo el día aquí, intentando adivinar.

—¿Puedo preguntarle a Francis para tener una idea?

—El señor Francis no está autorizado para dar esa información.

Mi cabeza esta hecha un lío en este momento, tengo tantas preocupaciones en mi mente como para ponerme a pensar cuales pueden ser esos tontos cuatro números.

—Soy su reina y tengo la potestad de exigirles qué habrán esa puerta ahora mismo.

—No queremos contradecirla ni quitarle su autoridad, pero antes necesitamos los códigos. Es protocolo.

—1508 —Propongo la fecha en que Magnus y yo nos vimos frente a frente por primer vez.

—Lo siento, pero no es ese, majestad.

Estoy a punto de perder la paciencia. Esto es ridículo, necesito leer ese periódico para entender que está haciendo Ansel y buscar una solución, pero con estos obstáculos no llegaré a ningún sitio.

—0406 —Espeto frustrada con la fecha de nuestro matrimonio.

Uno de los guardias se mueve al fin tras escucharme y va hasta el sistema de seguridad en donde mueve una pequeña rueda, la cual está rodeada por números del cero al nueve y que en el centro tiene una flecha con la que arma el código indicado.

No puedo creer. No puedo creer que Magnus haya puesto la fecha de nuestra boda como seguridad en la bóveda.

Me adentro en el lugar dispuesta a no perder tiempo e inmediatamente los recuerdos me invaden. Tan solo ayer estábamos aquí haciendo de las nuestras y hoy no tengo la menor idea de dónde está.

El corazón se me arruga mientras camino al final de la bóveda. Ayer sus pasos resonaban juntos a los míos y hoy arrastro mi vestido sola por esta sala de riquezas.
Solo espero que este bien porque no quiero estar sin él.

Encuentro el periódico arrugado sobre la mesa en donde reposan unas joyas, el cual en el que me tomó como suya. Aún hay collares regados en el suelo y también está ese dije azul con el que hicimos tantas cosas.

Intento no distraerme, no obstante, me es imposible. Los lingotes de oro brillan a un lado de la habitación, recordándome lo que hicimos sobre ellos, pero él ahora no está aquí y solo quedan las memorias de nuestro encuentro.

Tomo el diario y paso las páginas rápido hasta llegar a la sección social. La mayoría de hojas están rotas, sin embargo, puedo encontrar lo que busco. Logro identificar a los jóvenes que hoy aparecieron en primera plana. Se encuentran en un fotografía donde ambos están mirándose de frente con la puerta de un baño a su lado.
Otra recreación de un momento con Cournalles y la frase que lo acompaña, lo confirma.

Volvimos a vernos después de mucho tiempo. Ese pasillo, ese beso, tú y yo. Tenemos una cita pendiente y quiero saldarla en el 301 de la calle Soalers a las nueve de la noche.

No puedo creer que esté usando personas inocentes para llamar mi atención y presionarme a asistir. Asesinó a esa pareja solo para que yo viera las consecuencias de no ir a su encuentro.

Es imposible que vaya, sé que me pondrá una trampa o algo peor. Lo ultimo que pienso hacer es arriesgarme yendo a ese sitio como un cordero inocente, sin embargo, necesito que alguien asista para evitar que otra pareja muera. Alguien en quien confíe plenamente pues nadie debe enterarse de esto.

—Envíen un avión por el general Willy Mernels del ejército de Cromanoff. — ordeno a medida que corro de vuelta a la salida con los diarios en las manos —. Díganle que la reina de Lacrontte lo necesita con urgencia.

—¿Algo más, majestad? —Cuestiona uno de ellos, mientras el otro cierra la puerta a mi espalda.

—¿Saben dónde queda la calle Soalers?

—¿Tomando como referencia el palacio? —Pregunta y yo asiento. — Muy cerca. Después de bajar la colina del palacio, diría que se encuentra como a cinco calles de aquí. ¿Necesita algo de ese lugar?

—¿Es peligroso?

—Depende de la hora, majestad.

—Entonces a las diez de la noche no es un sitio de fiar.

—Es un lugar de fiesta, reina Emily. Mucho alcohol, peleas, bares.

—Muchas gracias por la información —La angustia es palpable en mi voz —. Por ahora solo envíen a alguien en busca de Willy.

Si antes tenía dudas sobre si debería ir a ese sitio, ahora todas se han disipado. No soy tan estúpida como arriesgarme de esa manera y aunque quise preguntarles a los guardias acerca de la dirección que figura en el periódico, me contuve, pues eso sin duda levantaría sospechas.

Me dirijo a mi habitación para guardar las hojas del periódico que le enseñaré a Mernels una vez llegue al palacio y al entrar en a la alcoba encuentro a Luena en mi armario, arreglando algunos estantes con total concentración.

—Hola, majestad. —Saluda mientras meto los diarios en una gaveta —. Disculpe si no es un buen momento pero quería pedirle algo.

—Te escucho. —Me siento en la cama mientras ella se acerca, saliendo del vestidor.

—Desde ayer quería preguntárselo pero como la vi tan angustiada por el retraso del rey Magnus, que decidí aguardar hasta hoy.

Junta sus manos con nerviosismo. Sus ojos son brillantes y una sonrisa tímida aparece en su rostro antes de continuar hablando.

—Esta noche tengo una cena en mi casa y quería saber si me podría dar la noche libre, usted sabe, para poder arreglarme. Yo no sé maquillarme muy bien, pero la señorita Gretta dijo que me ayudaría.

—¿Gretta ya lo sabe? —Cuestiono confundida.

—Si, le conté ayer. Ella es muy amable y me ayudó a escoger el atuendo para hoy.

—¿Puedo saber sobre que es la cena?

—Por supuesto —En sus mejillas aparece un rubor que nunca antes le había visto —. Mi novio va a pedirle mi mano a mamá.

—¡Vaya, Luena! —No me esmero en ocultar el asombro —. No sabía si quiera que tenías novio.

—Bueno, lo he manejado en silencio. Sabe que no tengo mucho tiempo fuera del palacio, así que lo oculte para poder verlo aquí. Por favor no se moleste conmigo. —Balbucea rápidamente.

—¿Te veías con él aquí? ¿Es un guardia?

—No, es un artesano. Creo que por eso nuestra relación funciona tan bien. —explica emocionada —. Yo no cuento con mucho tiempo libre para verlo y él debido a todos los viajes que hace a cada ciudad y reino, vendiendo sus creaciones, tampoco tenía espacio para molestarse o quedarse aburrido porque no pudiésemos encontrarnos, así que cuando estaba disponible venía al palacio y los guardias lo ayudaban a entrar.

No quiero imaginar como tomaría Magnus el enterase que hay personas del exterior recorriendo el palacio con tal libertad y no lo niego, a mi también me da un poco de temor saber que un extraño merodeo mi hogar sin que yo lo supiese.

—Sé que esta mal, pero era la única forma en que podía verlo. Por favor no me despida, necesito el trabajo y más ahora para pagar la boda.

—No voy hacerlo —la tranquilizo —. Dime mejor como se llama tu novio.

—Cedric. ¿No es un bonito nombre, majestad?

Mis alarmas se encienden de inmediato al escuchar aquello. No, es decir, quizás solo este paranoica, porque a decir verdad, en el mundo deben existir un millón de Cedrics. Es imposible que sea el mismo sujeto que fue a casa hace un par de años con aquellos inversionistas, con el mercader que resultó ser hermano de Magnus.

—¿Cuál es su apellido? —Interrogo intrigada.

—No lo sé, majestad.

—¿Vas a casarte con él y no conoces su apellido?

—Es extraño ¿verdad? Pero es que hablamos de tantas cosas que nunca se me ocurrió preguntarle eso.

—Es algo básico, Luena.

—Se lo preguntaré en la cena de esta noche.

—¿Cómo es él? Es decir, físicamente.

La duda no abandona mi cabeza y quiero confirmar que no se trata del mismo.

—Es alto, de cabello oscuro, piel morena, y ojos negros. Es muy hermoso, lo juro.

—Me dijiste que era artesano ¿cierto?

—Así es, majestad. ¿Por qué lo conoce?

Ella me mira con duda y me doy cuenta que estoy siendo demasiado obvia. Pero es que no puedo dejar pasar la oportunidad de averiguar si es el mismo Cedric, pues de ser así, Luena esta en inminente riesgo con ese hombre y aún peor, él podría saber o tener algo que ver con la desaparición de Magnus.

—No, es simple curiosidad de conocer a tu futuro esposo. Dime, su familia también vendrá a la cena.

—Eso creo, me dijo que su mamá y su hermana estaban ansiosas por conocerme.

Amadea. La hermana a la que se refiere puede ser Amadea.

—¿Viven aquí?

—No. Su familia vendrá desde el territorio que antiguamente le pertenecía a Grencock. Todos son de allí.

—¿Luena, crees que yo pueda asistir a tu cena de compromiso?

—Le gustaría ir, majestad. Sería todo un honor.

Me arruga el corazón ver lo emocionada que está por mi propuesta, pues solo lo pido para verificar que se trate de él.

Un plan comienza a armarse en mi cabeza cuando ella dice que sí.
No puedo desaprovechar esta situación porque probablemente él sepa algo que me pueda ayudar a buscar a mi esposo y voy a usar todos los recursos que tenga a mi disposición.

—Estoy segura que le agradará. Es un hombre increíble.

Luena toma papel y pluma para anotar la dirección de su casa y la hora exacta del evento. Esta tan feliz que por un lado espero no sea el mismo cretino de Mishnock que esta inventando una nueva identidad, pero por el otro, guardo la esperanza de que si se trate de la misma escoria.

Gerald es quien quiere acabar con Magnus y si en el pasado tenía relación con Maloney es posible que aún sea así.

Unos golpes en la puerta interrumpen nuestra conversación. El guardia que custodia la alcoba se hace presente para avisarme que la persona con quien tendré la reunión ya se encuentra en el palacio.

No mentiré, me coloca muy nerviosa enfrentarme a asuntos del reino debido a mi inexperiencia, pues han sido pocas las veces en que he estado a cargo y no quiero arruinarlo.

Bajo hasta la oficina de Magnus, dejando a mi doncella en la habitación. Los custodios me dan la entrada luego de una reverencia y con el gesto más pétreo que puedo crear, me adentro en el lugar para encontrar a un hombre de aproximadamente 30 años que está de pie en medio de la sala, vestido con una traje gris y camisa blanca. Es alto y delgado, con rasgos felinos y una pequeña pero cuidada barba que llega hasta la unión de su cabello café oscuro, el cual está adornado con una corona.

Sus ojos celestes me observan con sorpresa, al darse cuenta que he sido yo quien ha llegado a su encuentro, sin embargo, no es el único con ese sentimiento pues no esperaba que se tratase de un rey.

—Buenas tardes, majestad. —Me saluda tras unos breves segundos.

—Hola. —Me limito a responder.

A su lado hay dos guardias que por el uniforme café con tintes naranja supongo pertenecen a su reino. Ambos sujetos se mantienen como estatuas, protegiendo al soberano.

—Espero no sonar grosero, pero mi reunión estaba programa con el rey Magnus.

—Él no está disponible en este momento, así que yo lo reemplazare.

Parece pensarlo por un segundo, dudando un poco mientras contrae las cejas, observándome.

—De acuerdo, empecemos la reunión. —Se vuelve levemente para mirar a sus soldados. —Por favor aguarden fuera junto al resto del personal.

Lo admito, me alegra el hecho que no ponga problema en que sea yo quien hable de negocios con él.

—Iniciare presentándome —se acerca a mí y extiende su mano una vez estamos solos—. Soy el rey Conrad Buckminster, monarca de Wellsinberg.

—Emily Lacrontte. —La tomo, estrechándola, pero él la hace girar para besar el dorso en su lugar —. Reina de Lacrontte y Dinhestown.

—Que novedad. No todo el mundo tiene la dicha de gobernar 2 naciones.

—Muchas gracias, supongo.

—No hay de que. Es un placer al fin conocerla.

—¿Acaso había escuchado de mí?

—Por supuesto. Las noticias corren rápido y como monarca tengo que estar enterado de quien gobierna los reinos con los que tengo negocios.

—Bueno, siendo sincera, es la primera vez que escucho sobre usted.

—Wellsinberg no es un reino muy grande, supongo se debe a eso. Además, hasta dónde tengo entendido, es usted nueva en el trono ¿no es así?

—No se equivoca. Solo llevo tres meses.

—¿No siente la presión de gobernar dos naciones?

—Dinhestown hace parte de Lacrontte hasta nuevo aviso, así que se manejan como un solo reino.

—Yo visité algunos lugares en compañía del rey Joacatz pero nunca vine a la capital.

—¿Joacatz? —Cuestiono confundida.

—Si, Joacatz Hazeroth era el soberano de Dinhestown antes que Magnus lo invadiera.

No creo que quiera entrar a detalles sobre esa acción de mi esposo, pero mi mente es demasiado curiosa como para terminar una vez tocan el tema.

—¿Tenía familia? —Pregunto temerosa a la respuesta.

—Por supuesto. La reina Fiolre y la princesa Devie.

—¿Cuántos años tenía su hija?

—No lo sé. Seis, quizás.

Una bebé. No puedo creer que Magnus le haya quitado su hogar a una niña, y aún peor que ese lugar haya sido mi obsequio de cumpleaños.

—¿En dónde está la familia Hazeroth?

—Creo que nadie lo sabe. Después de ser desterrados nadie supo más de ellos.

—Muchas gracias por contarme. ¿Desea algo de tomar? —Ofrezco, intentando cambiar el tema para sacar la preocupación de mi mente.

—¿Acaso no lo sabía?

—Por supuesto, pero desconocía quienes eran los antiguos reyes.

—Bueno, ahora es completamente suyo, no debería importarle el pasado.

—Supongo que tiene razón. Pero no me ha respondido si desea algo de beber.

—Por favor —acepta sin reparos —. Su esposo siempre tiene el mejor whisky. Uno no estaría mal.

Asiento y camino por la oficina directo al mini bar de Magnus. Nunca antes he servido un trago, pero supongo que no será tan difícil.
Sobre la mesa hay dos jarrones de cristal con líquido adentro. Uno es color ámbar oscuro y otro es marrón amarillento. A decir verdad, no sé cuál elegir, así que me quedo en frente de ellos por un momento, dudando en mi decisión.

—Es el de la izquierda. —escucho al rey a mi espalda, refiriéndose al primero —. Existen personas que se pueden encargar de ello, majestad.

—No se me va a caer la mano por servirle un trago.

—Solo lo mencioné para su comodidad.

—Estoy bien. ¿Cuántos hielos quiere? —Cuestiono sin mirarlo.

—Dos, por favor. Sabe que puedo ayudarle si gusta ¿verdad?

—No, esta todo bajo control.

Tomo las pinzas para agarrar los cubos y escojo un vaso para servir el licor. Siento que hay muchas cosas que necesito aprender.

—¿Usted no quiere? —Pregunta cuando se lo entrego.

—Prefiero los licores dulces —Respondo, dispuesta a no dar muchas explicaciones.

—Tiene cara de ello —me sonríe —. Pero bueno, no hemos venido a hablar de alcohol.

—De armas. —Concluyo por ambos.

—Exactamente. —Sus ojos celestes me estudian —. He desarrollado nuevos prototipos para la guardia negra.

—¿Conoce la razón?

—En absoluto, el rey Magnus solo me ordena lo que quiere, pero no me da explicaciones sobre para que será usado. ¿Usted tampoco lo sabe?

—Lo sé —miento —, solo quería conocer hasta donde usted tiene información.

—Sé lo necesario —bebe de su vaso —¿Alguna otra pregunta, majestad? Puede hacerlas con tranquilidad y yo prometo responderlas todas.

—No por el momento. Muchas gracias.

—Me alegra saber que tiene potestad de gobernar por si sola. No muchos reyes le dan ese poder a sus esposas.

—Magnus es diferente —defiendo —. Pero eso quiere decir que usted no se lo permite a su reina.

—No tengo esposa, majestad.

—Que curioso. ¿Puedo saber que edad tiene, sino le molesta?

—Para nada. Tengo treinta y dos años ¿y usted?

—Veinte, señor.

—Y ya esta al frente del reino más grande existente. Felicidades, esto habla muy bien de sus capacidades.

—Me he preparado mucho para ello. —Vuelvo a mentir.

—Me alegra saberlo. Ahora, dígame ¿dónde probaremos las armas? Es la primera vez que vengo aquí y no conozco ningún lugar idóneo.

—¿Probar armas? —Inquiero confundida.

—Sí. Wellsinberg se encarga de fabricar las armas para Lacrontte y hoy vengo a enseñarlas y explicar cómo funcionan para así tener el punto de vista del rey, su aprobación o directrices para mejorar el producto.

—No tenía conocimiento de que se trataba de eso.

—Bueno, ahora ya lo sabe.

—Si me permite un segundo, llamaré al consejero real.

—La esperare lo que considere necesario. —camina hasta tomar lugar en una silla—. No se preocupe, soy un hombre paciente.

Envío a un guardia en busca de Francis, sin abandonar la sala de reuniones ni quitarle la mirada a este hombre. Siento que debo desconfiar de todo y todos.

—¿Sucede algo? —Cuestiona al notar mi inquietud.

—En lo absoluto. Simplemente que no lo conozco y no tenía conocimiento que esta reunión estaba programada para hoy.

—Yo tampoco sabía que la entrega iba hacerse tan rápido. Magnus me pidió confeccionar armas hace unos cuatro meses y aún tenía dos más antes de entregarlas, pero me envió una carta diciendo que el encuentro sería antes, así que nos puso a trabajar sobre la marcha para poder terminar el producto a tiempo.

—¿Desde hace cuanto tienes estos tratos con Lacrontte?

—Sin temor a equivocarme, diría que seis años. Conozco al rey desde que era muy joven, lo vi pasar por muchas dificultades.

—Desde los veinte años.

—Así es, parece que mi destino es conocer a los reyes de Lacrontte a esa edad. Usted es la segunda en la lista.

—¿Hace cuanto asumió el trono de Wellsinberg?

—No le generó tranquilidad ¿cierto? —Inquiere ante mi interrogatorio —. Puede estar tranquila. Si su esposo confía en mí, usted también debería.

Supongo que tiene razón. Si Magnus hace negocios con él es porque debió estudiarlo muy a fondo primero o de otra forma no le encargaría la labor de fabricar las armas de su ejército.

—Si estoy haciendo algo que la incomode tiene la libertad de decirlo. Es la primera vez que hablo de negocios con una mujer y quizás no esté llevando la situación de buena manera.

Francis llega antes que pueda responder y con seriedad saluda al rey, haciendo una reverencia.

—Teníamos algo de tiempo sin vernos. —Le dice a Conrad.

—La última vez que vine Lacrontte no tenía reina, solo una futura soberana.

—Habla de la no grata #348.

—No recuerdo bien su nombre, pero muy seguramente ese no era.

—Se refiere usted a la mujer de cabello cobrizo.

—Exactamente. Era la prometida del rey Magnus, sin embargo, ahora veo que ya no es nadie.

—Se tiene prohibido mencionar su nombre. Ella ha sido desterrada. Ahora nuestra reina es Emily Ann Lacrontte Malhore.

—Si las noticias vuelan tan rápido como usted dijo, no creo que no se haya enterado de algo tan escandaloso. —Comento con sospecha.

—Es muy analítica, majestad. Espero no haberla incomodado con esa mención. —Se dirige a mí con una sonrisa.

—No puede molestarme con algo que ya no representa nada. —Le aseguro.

—Me alegra saberlo. —Su tono es totalmente condescendiente. —Ahora bien, continuo con la misma duda ¿en dónde probaremos las armas?

—Considero que debemos ir directamente a la base militar y allá el general a cargo se pondrá al frente de todo. —Propone Francis al entender lo inexperta que soy en estos asuntos.

Caminamos fuera de la oficina. Conrad toma la delantera y va afuera custodiado por sus hombres de confianza. Intento seguirlo, pero soy detenida por Puntresh, quien me inmoviliza en el pasillo.

—Yo no iré con ustedes. Debo esperar a los miembros del concejo tal como lo indica el protocolo general.

—Te necesito. Sabes que no conozco nada del tema de armas.

—Cuando regresen todo el parlamento estará reunido, porque luego de la prueba del arsenal, se decide cuánto, cómo, en dónde y a quienes se les darán los nuevos ejemplares. Razón por la cual, es mejor que sigamos con esa costumbre para que ellos tengan menos excusas al momento en que la vean dirigir la reunión, pues seguramente lo primero que dirán es que por usted estar a cargo no hubo nadie que los recibiera tal como se hace cuando Magnus esta al frente. Lo usarán como argumento y por su bien hay que darles el menor espacio para las críticas.

—Sería una tontería el que se quejen de eso.

—No los conoce, majestad. Son como tiburones esperando una presa.

—De acuerdo —un suspiro de cansancio sale mi boca —. Sigamos el estilo Lacrontte.

Salgo del palacio para reunirme con Conrad en el umbral y juntos tomamos un automóvil que nos lleve a la base.
Los soldados de la guardia naranja de Wellsinberg se unen a nosotros en su propio transporte, llevando las armas consigo hasta el lugar indicado.

El viaje es silencioso aún cuando el rey Conrad se esmera en entablar una conversación conmigo, sin embargo, yo me limito a responder con monosílabos, indicando que no tengo ánimo para hablar.

Al llegar nos recibe un hombre vestido con el uniforme negro y dorado, distintivo del ejercito Lacrontte. El sujeto se reverencia ante mí, luego de salir de un breve momento de estupefacción.

—Majestad, que alegría contar con su visita. Soy el general Henderwolf a sus servicios. —dirige luego su atención al rey de Wellsinberg y repite la acción —. Majestad, Buckminster ¿Acaso hoy tendremos presentación de arsenal?

—Esta en lo correcto, general. Espero mis nuevas creaciones le resulten útiles e interesantes. Estoy ansioso porque la reina Emily vea mi trabajo.

—¿Y el rey Magnus no estará presente?

—Magnus se encuentra en Cromanoff, así que yo estaré al frente del asunto. —Explico con brevedad.

—Comprendo, majestad. Entonces estoy a su disposición.

Todos avanzamos al interior de la base donde comienzan a agruparse varios militares con una agilidad sorprendente.

—Fórmense para recibir a su reina. —Les ordena el hombre que nos acompaña.

Rápidamente crean un camino de honor para mí y admito que me siento extraña mientras paso en medio de ellos. Llegamos luego a un campo abierto en donde se dispersan los hombres de Conrad, quienes cargan pesadas cajas de madera con el escudo de Lacrontte grabado en la tapa.

El general se acerca expectante mientras un coronel y un sargento aparecen en escena.
Se comienza a descargar cada elemento, dejando a la vista las nuevas armas del ejercito. Los hombres a cargo las observan a detalle mientras el rey comienza a explicar de que se trata todo.

—Hemos mejorado el fusil de los francotiradores a un rifle semiautomático que se acciona por los gases del disparo, mediante un sistema de pistón con recorrido corto. La recámara es cerrada por un cerrojo rotativo, la cual gira a la izquierda y cuenta con tres te...

—Disculpe, pero no estoy entendiendo nada de lo que me está diciendo. —Interrumpo su discurso.

—Yo si, majestad, y suena muy interesante. —Habla el general.

—En palabras sencillas, este a diferencia del ya existente, cargará automáticamente una nueva ronda cuando se dispare la anterior y así el francotirador no tendrá que hacerlo manualmente. En conclusión, es más fácil y rápido de usar.

—Supongo que usted y yo vamos a entrar en detalles luego. —Le comenta Henderwolf, visiblemente emocionado.

—Es lo ideal, hay muchas cosas por ver como este nuevo fusil de asalto. —Señala una de las cajas y sus soldados comienzan a desempacar el contenido, mostrando una arma larga. — Algo nunca visto en ningún ejército y que está diseñado para reemplazar los ya anticuados fusiles de batalla.

—¿Qué lo hace mejor que nuestros fusiles anteriores?

—Bueno, el tipo de armas que usan ahora son pesadas y de baja velocidad, apenas supersónica, con alcance efectivo inferior a 150 metros. En cambio, la nueva creación les ofrece debido a su munición intermedia, de pequeño calibre, ligera y de gran velocidad, un alcance del doble de metros.

Siento que están hablando en un idioma nuevo para mí. Por más que me esfuerce en entender a que se refieren, no soy capaz de comprender absolutamente nada.

—Igualmente —el soberano de Wellsinberg va a una de las cajas y de ella saca un artefacto que tiene la forma de un ovalo vertical con pequeños cuadrados alrededor —, cree una granada aturdidora. Es un explosivo no letal que pueden usar para desorientar temporalmente los sentidos del enemigo, lo cual ayudará en el momento en que requieran huir de una escena con urgencia sin hacer demasiado desastre.

—Fascinante. —el general la toma en sus manos para examinarla —. Nos ayudará mucho en la frontera con Mishnock.

—¿En qué los ayudará? —Pregunto confundida.

—La problemática de los migrantes, majestad. Nos servirá para dispersarlos cuando intenten entrar al reino sin necesidad de hacerles daño.

—Y por último, he fabricado una granada de fragmentación. Esta hecha de acero, lo que hará que al explotar lance astillas que dañarán al enemigo. Este ejemplar tiene un radio de heridas entre 10 a 15 metros, sin embargo, produce heridas mortales desde los 2 y 5 metros. ¿Qué le parece, majestad?

—Es una maravilla. —comenta el militar en mi lugar —. Gracias al cielo podemos permitirnos este tipo de armamento.

—Es increíble lo que ha hecho, lo felicito. —Contesto con seguridad, aún cuando no tengo idea de lo que ha estado hablando los últimos minutos.

—Siempre lo mejor para Lacrontte.

—¿Podemos probarlas ahora, reina Emily? Tenemos el campo de entrenamiento que nos servirá para las pruebas. —Pregunta Henderwolf.

Miro con duda al general, quien está ansioso por una respuesta afirmativa, no obstante, es el soberano Buckminster la persona que entiende mi sentimiento, pues interviene en mi defensa.

—Puede quedarse el diseñador del armamento con ustedes y si consideran que hay algo que mejorar, él tomará nota y traerá el reporte para mí. ¿Le parece bien?

—Pero el rey Magnus siempre prueba las armas con nosotros.

—En este momento no está —tomo la palabra —. Y me parece una idea genial lo propuesta por el monarca de Wellsinberg. Es lo que se hará.

—Como usted ordene, majestad. No soy quien para contradecirla. Espero venga a visitarnos más seguido y cuando el rey regrese, por favor, pídale que venga.

No respondo, solo doy un pequeño asentimiento de cabeza como despedida.
Fingir me cuesta y más cuando sé que es muy probable que todas las mentiras estallen en mi rostro.

Salimos de la base rumbo al palacio nuevamente después de un millar de reverencias por parte de los militares y mientras subimos al transporte me doy cuenta que Conrad no ha dejado de mirarme un solo segundo.

—¿Por qué me observa tanto? —Interrogo a quema ropa, observando sus ojos celestes sobre mí.

—No hay nadie más en el automóvil a quien pueda mirar.

—Entonces dirija su atención a la ventana, puede admirar el paisaje. Seguramente eso le resultará más entretenido.

—¿Por qué está tan a la defensiva? Desde que nos conocimos fue evidente para mí su tensión.

—Estoy perfectamente, no entiendo a que se refiere.

Pasa las manos por su pequeña barba, riendo mientras desvía a la mirada al cristal de la ventana.

—Creo que mejor le haré caso. —Es lo único que responde.

—¿No me cree? —Cuestiono ante su actitud.

—En lo absoluto —vuelve a mirarme —. Sin embargo, entiendo que no soy nadie como para que tenga la obligación de contarme que ocurre.

—Me llena de satisfacción el que lo tenga tan claro.

—No insistiré, pero le pido que al menos se relaje un poco. Su estrés o ansiedad está comenzando a incomodarme porque desconozco la razón y me hace pensar que puedo ser el causante.

—Descuide, no lo es. —Aseguro, sosteniendo su mirada azul.

—Confiaré. ¿Puedo contarle un chiste para mejorar el ambiente?

—Tiene todo el derecho de intentarlo.

—Estoy tomando un curso para dejar de ser tan directo y crudo cuando hablo con las personas —Inicia y si ese es su definición de humor esta bastante equivocado —. Debe preguntarme cómo me está yendo. —Agrega ante mi silencio.

—¿Cómo le está yendo? —Repongo, siguiéndole el juego.

—Mucho mejor que a su humor.

—Es el peor chiste que he escuchado. —Replico, sonriendo al entender que aprovechó la situación para sacar en cara mi actitud.

—Pero la hice reír. Esa es la idea de un chiste y lo conseguí. Tengo un punto ¿no?

—Supongo que se lo ganó.

Cuando arribamos al palacio, los guardias nos dirigen directamente a la sala de reuniones, en donde encuentro a Francis con una corona en la mano en medio del pasillo.

—Espero me permita unos segundos con su majestad Emily Lacrontte. —le dice al rey Buckminster —. Puede ir usted entrando al salón, ya el resto del personal del concejo esta allí.

—De acuerdo. Nos vemos adentro. —Acepta, caminando al interior.

—Majestad, en este momento me voy a sentir como si estuviese criando nuevamente a Magnus cuando le estaba enseñando a dejar de ser un niño y convertirse en el futuro soberano supremo de Lacrontte. —Inicia cuando estamos solos.

—¿A qué te refieres con eso? —Pregunto ligeramente asustada.

—Esos son hombres que están allá —Señala la puerta de la sala de reuniones —. Son agresivos y más con las mujeres. Magnus tiene un carácter fuerte y los mantiene a raya, pero son déspotas, son machistas ¿entiende a lo que me refiero?

Asiento levemente mientras el nerviosismo empieza acumularse en mi interior. Es la primera vez que entro a una reunión completamente sola y no niego que me atemoriza no poder salir bien librada de ello.

—No están acostumbrados a ver a una dama dentro de las reuniones y nunca han tenido una mujer que les ordene, así que van a estar buscando cualquier grieta en su discurso para prenderse de ahí y atacarla, razón por la cual debe tener una actitud firme desde el principio y el que porte una corona, ayudará a reafirmar su imagen.

Se acerca y coloca la pieza sobre mi cabeza, acomodándola con rapidez pero con mucho cuidado, de manera que quede perfectamente puesta.

—Estoy al tanto de que usted es una reina dulce y no pretendo quitarle eso —continúa explicando —, pero frente a ellos tiene que ser rígida, frívola, tal como lo es Magnus, pues esa es la actitud a la que están acostumbrados y no van a esperar que una mujer se comporte así, por lo que desde el primer segundo debe mostrarse de esa manera o si no van a tirarle piedras como argumentos.

—Esta bien, Francis. Haré mi mayor esfuerzo, lo prometo. —Intento procesar sus palabras, llenándome de determinación para no permitir que me coloquen una espada en el cuello.

—Si usted acepta o deja pasar el primer insulto, van a venir dos, tres y un millón más. Así que hay que cortarlos desde raíz cuando lancen alguna indirecta sobre el porqué usted está ahí en vez del rey Lacrontte, ya que es lo primero que le van a decir, pues no les gusta que terceros se involucren en el concejo de guerra.

—Pero yo soy la reina, no soy cualquier persona.

—Si, pero para ellos usted no representa ninguna autoridad por dos cosas: uno, es mujer y dos, están acostumbrados a tratar con el rey Magnus. Nunca ha estado al frente alguien diferente, así que debe demostrarles que es la soberana y que esta por encima de ellos.

Almaceno cada una de sus palabras. Yo sé que el entiende mi pensamiento de que para mí todos somos iguales, pero también comprendo que esos hombres van a deshacerme en pedazos si me muestro tal y como soy.

—Demuéstreles que usted es una Lacrontte digna de respeto tanto como un hombre ¿entendido? —cuestiona y yo asiento —. No refleje miedo ni les haga pensar que ellos le intimidan. Tiene que tener un rostro pétreo, firme, así que cuando vaya entrar hágalo con la cabeza en alto.

—Francis, pero tú también puedes ayudarme a convencerlos si ves que la tarea se me está saliendo de las manos.

—Majestad, yo puedo intervenir, apoyar sus argumentos, respaldarla, pero mi poder es limitado dentro del concejo de guerra. Ellos tienen más control que yo, pues hacen parte del parlamento que ayuda a gobernar el reino mientras yo solo soy el consejero del rey.

—Aún así tienes potestad.

—No, aunque la última palabra la tenga el rey ellos pueden proponer infinidad de cosas, pueden discrepar y se supone que el soberano debe escucharlos, solo que Magnus nunca hace eso, pero a lo me refiero es que tienen el poder de discrepar mientras yo estoy limitado ayudar a decidir al rey si algo es bueno o no. ¿Entiende el por qué ellos están por encima de mi? —inquiere y yo confirmo con un movimiento de cabeza —. Pero aquí lo que debe tener claro es que usted esta por encima de ellos y debe reflejarlo.

—Lo comprendo y voy a hacer mi mejor papel, Francis. Lo prometo por ti, por Magnus, por mí y el reino.

—De acuerdo, y creo que no esta de más decirle que no debe mencionarles que usted esta embarazada.

—Esta bien. ¿Algo más?

—Creo que es todo por ahora. Entremos.

Los guardias abren la puerta para nosotros y ambos nos desplazamos en completo silencio. Entro a la sala ocultando todo mi nerviosismo. Intento lucir lo más calmada posible mientras me paseo por la sala repleta de hombres ubicados en los asientos multinivel que conforman la sala de reuniones.

Todos me observan con extrañeza mientras me siento al frente, justo en el trono que me corresponde.
Francis se ubica al lado de uno de los tantos sujetos que tienen sus ojos puestos en mi figura como si yo fuese lo peor que ha podido entrar por la puerta.

Es realmente intimidante sentir la presión de los ojos de todos estos hombres, sin saber que es lo piensan o quieren decir por verme aquí.

—Buenos días, señores. —Les saludo con voz neutra, recordando los consejos de Puntresh.

Veo al rey Conrad en medio de la sala mirándome fijamente mientras nadie responde mi salutación.

—Buenas tardes, majestad. —Él es el único en hablar.

—¿Dónde está el rey Magnus? —Cuestiona un sujeto de cabello blanco y barba del mismo tono.

—No está disponible en este momento, así que yo estaré al frente de la reunión.

—Él nunca falla una reunión, lo considera algo inaudito. Así que exijo una explicación apropiada de porque no está con nosotros en este momento.

—Ya le he dicho que no esta disponible. —Reitero, manteniendo el control.

—Esa no es una razón válida para mí. —Discrepa enojado.

—Pues es la única que hay —replico con calma —. Mejor comencemos con la reunión.

—No podemos comenzar con usted al frente.

—¿Por qué no? Soy la reina, tengo el derecho.

—Nunca hemos recibido en el consejo a terceros.

—El rey Conrad no es alguien frecuente en estas reuniones.

—Usted lo ha dicho, él es un soberano. Alguien con quien hacemos negocios.

El soberano Buckminster se remueve inquieto en su lugar, parece que quiere hablar, pero al final se mantiene en silencio.

—Me parece que su reticencia a mi presencia no se debe a ninguna de las excusas que ha puesto, ¿señor?

—Ingellus Brayden. Jefe del consejo de guerra y hermano de Lanfer Brayden, quien esta a cargo de la búsqueda de sus padres. —Señala a un hombre más joven, de cabello castaño, sin barba y ojos negros.

—¿Tiene alguna pista del paradero de mis padres, señor Lanfer? —La emoción me gana, haciéndoseme imposible no preguntar por ellos.

—Ve a lo que me refiero. Si nos hemos reunido aquí es para hablar de las armas que el rey Conrad trajo para Lacrontte —me reclama el sujeto de cabello canoso —. Ni siquiera está al tanto del por qué de esta reunión.

—Tengo pleno conocimiento, señor. Pero si ya presentó a su hermano como el líder de la búsqueda de mi familia, no es un delito preguntar como va con eso.

—Pues le aclaro algo, reina Emily. Primero van los asuntos del reino y luego los personales.

Este hombre de verdad es alguien rígido y es evidente que no le agrada el hecho que este aquí, sin embargo, su actitud no va a detenerme, ya estoy al tanto de como debo enfrentar la situación y no va a intimidarme.

—Señor Ingellus, parece que su problema no es que sea mi primera vez en el consejo de guerra, si no que sea mujer, pues esta claro que poco le importa que yo sea la reina.

—Es bueno que toque el tema, porque para nosotros es bien sabido que las féminas nada tienen que hacer involucradas en asuntos de hombres.

—¿Este es un asunto exclusivamente de varones? —Cuestiono con sarcasmo.

—Absolutamente, se hablará de armas.

—¿Entonces las mujeres no tenemos derecho a saber o conocer algo del tema?

—Es una pérdida de tiempo. Se asustan con el primer disparo y sé que todos pensamos lo mismo.

Los hombres comienzan a asentir en la sala, apoyando el argumento machista de este anciano.
Estoy a punto de discrepar cuando de la nada el ruido de un arma siendo accionada estalla en la sala, haciendo que cada uno de los presentes, incluyéndome, agachemos la cabeza con temor.

Todos giramos la cabeza, buscando desesperadamente al autor del balazo y en medio de todo el caos encuentro a un tranquilo Conrad, sosteniendo una pistola en la mano.

—Usted también se ha asustado, Ingellus. —El rey de Wellsinberg habla con total calma, casi burlándose del personal del consejo —. No es algo exclusivo de mujeres.

—¿Cómo se le ocurre disparar de esa manera? —Le reclama el hombre.

—Bueno, quería probar su teoría y ya la desmentí. —comenta con elocuencia y mucha tranquilidad mientras guarda el arma en su pantalón —. Ahora por favor deje hablar a la reina.

—No cambie el tema. Pudo herir a alguien en la sala.

—Pero no lo hice, aún así me disculpo si su miocardio sufrió a causa de la sorpresa.

—¿Me está diciendo viejo?

—Ciertamente joven no es, pero ese no es el asunto, solo quiero que permita que la reina se desenvuelva con la libertad que merece sin que este usted haciéndola menos.

—De acuerdo —acepta con altivez —. Dejemos que nos ilumine con su gran inteligencia. Cuéntenos, reina Emily. ¿Qué le pareció el nuevo armamento? ¿En qué cree que nos puede servir? ¿Cómo las distribuirá, en que zonas y a quienes se les darán?

El hombre me bombardea con preguntas que es imposible pueda contestar. No sé nada sobre esto y a cualquier cosa que diga van a buscarle la caída.

—Para eso es el concejo de guerra —interviene Francis —. Ustedes proponen y ayudan al rey, en este caso a la reina, a tomar esas decisiones.

—Eso debería decirlo ella, no usted. —Alega otro integrante del parlamento.

—Da igual quien lo haga. Querían una respuesta, allí la tienen. —Interviene Conrad.

—El rey Magnus tenía pensando usar parte del armamento en la búsqueda de los padres de su majestad Emily y la parte restante se definiría aquí —Defiende Puntresh.

—¿Las armas ya fueron probadas? —Cuestiona un sujeto más.

—Dejamos encargados al general Henderwolf y el diseñador de las armas —Tomo la palabra, demostrando dominio sobre el tema. —¿Algo más que quieran agregar?

—Buenas tardes, soy el director de migración —se levanta un joven moreno y delgado —. Quería solicitar nuevo armamento para los soldados que custodian el área limítrofe al bosque Ewan, pues se necesita más control militar debido al un aumento de inmigrantes que se registran cruzan por allí desde Mishnock.

—¿Francis, cuántas armas creen que podemos suministrarles?

—Primero debería preguntar a cuanto se ha incrementado el número de personas, para así calcular cuanta ayuda necesitan y no preguntar directamente cuantas armas puede darles. —replica Ingellus, quien no me quita la mirada ni un segundo. —¿O estoy errado, señor Puntresh?

Francis asiente, dándole la razón al hombre y dejando en evidencia mi error.

—Por favor ilumínenos. —Pido ante mi equivocación.

—El mes pasado la cifra era de 20 000 personas en treinta días, pero en lo que va de septiembre llevamos 48 233 nuevos inmigrantes. —informa el joven que había tomado la palabra —. La situación se va a salir de control si no hacemos algo ahora pues cada una de esas personas se convertirán en un peso económico y social para la nación.

—¿A qué cree que se deba el aumento?

—No hay tanto control en la frontera debido a los acuerdos de paz con Mishnock, además que toda la atención se ha fijado en esta parte del reino pues ustedes ya no habitan en el palacio de Mirellfolw y esta zona está más alejada de la línea de encuentro de ambos reinos.

—Según el estudio que ha hecho a esta problemática y su experiencia abordando el fenómeno ¿cómo cree que podríamos disminuirlo?

—Mayor militarización para impedir la entrada de estas personas al reino y con aquellos que ya han ingresado de manera ilegal, hacer un barrido para hallarlos y repatriarlos.

—Definitivamente esta mujer no sabe nada del reino. No entiendo que hace aquí, es mejor que se limite hacer obras sociales y nos deje este trabajo a nosotros. —El jefe del consejo vuelve a discrepar.

—Si estoy al frente es porque soy capaz —me defiendo —. Los estoy escuchando para buscar soluciones, eso es lo que hace una reina.

—No, si esta al frente es porque no sabemos donde rayos está el rey Magnus. Así que es mejor que concluyamos aquí y esperemos que el Lacrontte aparezca.

—Yo también soy una Lacrontte.

—Pero no tiene conocimiento sobre nada. Dedíquese a visitar orfanatos, enfermos en los hospitales, casas de ancianos, que sé yo, pero déjele los asuntos de la realeza a quienes verdaderamente sabemos. Es evidente que este no es su lugar.

—Le exijo respeto. Ella es la reina. —Alega Francis.

—¿Es usted quien tiene que intervenir? Ni siquiera ella es capaz de defenderse por sí sola.

—Es lo que he venido haciendo todo este tiempo —le recuerdo —. No he permanecido callada ante sus ataques.

—Y aún así refleja ser usted una persona débil como todas las mujeres. Para hablar a nosotros necesita ser fuerte y más aún para dirigir una nación —me reclama—. Dígame una cosa ¿cuántos años tiene?

—Veinte, señor. —Respondo decidida a no dejarme amedrentar.

—Es imposible que alguien de veinte años se crea con el derecho de querer mandar en este concejo. Además, mire como esta vestida. Es una falta de respeto que se presente aquí con ese vestido de princesita.

—La ropa que use no limita mis habilidades. Es bastante estúpido juzgar las capacidades de alguien por su atuendo.

—Es usted la reina, debe vestirse al menos como tal.

—Eso es una ridiculez, yo puedo usar la ropa que guste y estos no tendrían porque hacerme ver menos frente a ustedes.

—Es sencillamente infantil —se levanta quien dice ser su hermano —. Siempre he pensando que es demasiado joven e inmadura para ser una soberana.

—Usted no me conoce, no tiene derecho de juzgarme de tal manera.

—Luce frágil como una dama en peligro.

—Señores, con todo respeto, este es una reunión del concejo de guerra, pero lo han convertido en un paredón para despotricar contra su reina. Eso es una falta grave. —Irrumpe el rey Buckminster.

—A eso nos referimos —vuelve hablar Ingellus —. Necesita que otros resuelvan sus problemas porque no es capaz de hacerlo por si misma.

—Si intervengo es porque no veo una justificación a estos ataques. No tienen nada que ver con el tema a tratar.

—Tienen todo desde que es ella quien está al frente. No tiene la experiencia, el conocimiento ni la preparación para reunirse con nosotros.

—No me ha dejado mostrarle mis habilidades. Esta es solo una reunión y ni siquiera me ha permitido hablar. —Me defiendo nuevamente.

—Mencione una cosa que haya hecho por el reino, algo productivo —cuestiona a quema ropa —. No ha hecho nada. Es usted una perezosa.

—Cree una política pública para los inmigrantes de Lacrontte. Fui hasta sus casas y escuché sus necesidades de primera mano, busque una solución a cada uno de sus problemas y hace poco le propuse a Magnus un nuevo plan con el que a largo plazo erradicaría las ayudas económicas que da el estado y a su vez volvería productiva a las personas para que no dependan del gobierno.

—¿Y se ha hecho cargo de eso o todo lo ha manejado el rey? —dispara sus preguntas con intención de matar —. Hasta donde sé, es él quien se ha hecho cargo de esto, demostrando que usted sin Magnus no es más que una inútil. Necesita al rey Lacrontte para todo. No sé vale de si misma. Es una total dependiente.

—Creo que ha cruzado el límite, señor Brayden. —Interviene Francis.

—Usted no se meta. Es el consejero del rey y él no está aquí, así que no entiendo que hace en esta reunión.

—Soy la reina y tengo derecho a invitarlo —levanto la voz en protesta —. Y le voy a dejar una cosa clara a usted —lo señalo —. Puede tildarme de las peores infamias que se le ocurran, puede no gustarle que sea yo quien esté presente esta tarde, pero soy la reina de Lacrontte y merezco el mismo respeto con el que tratan a mi esposo, así que no voy a tolerar una ofensa más.

—¿O si no que va hacer, llorar? Para eso es que sirven las mujeres, solo lloran y exageran las situaciones, victimizándose. Usted es igual al resto.

—Retírese de la sala —le ordeno cansada —. Ahora mismo.

—Usted no tiene potestad para hacer eso. El único con ese derecho es el rey y no está. ¿Acaso no conoce las leyes de su propio reino? —cuestiona con burla —. Lo dicho, es una total bufona al poder. Es infame que alguien así lleve el título de soberana. No es digna de ser la esposa de Magnus y no tiene el porte, la actitud ni el cerebro para ser una reina. Es demasiado pequeña y con cara de jovencita ingenua.

—Creí que esto se trataba de mis capacidades no de físico.

—Limítese a ser feliz al rey en la cama, el dirigir esta nación no es asunto suyo.

Camino hacia él con la sangre hirviendo en mis venas, levanto la mano para golpearlo pero me detengo en el acto. Esto es lo que quiere, que pierda el control y no le voy a dar ese gusto.

—¿Acaso va a golpearme? ¿Cree que así es como se comporta una soberana? Mejor regrese a Mishnock, al lugar que le corresponde.

—No se atreva, Ingellus. —Le advierte Francis al notar el rumbo que ha tomado la conversación.

—Se considera la más santa por ser la reina, pero aquí nadie olvida que era la amante del rey Stefan —me acusa, haciendo que mi corazón se acelere ante la impotencia que siento —. Y aquí solo representa las migajas que Magnus recogió de otro hombre. No podemos tomar enserio a una mujer que se acostaba con un soberano casado solo para vivir entre lujos.

Esta vez mi mano va directo a su mejilla sin ninguna consideración. No voy a tolerar que me hable de esa manera cuando él desconoce lo que sucedió realmente.

—Es una atrevido, un arbitrario al creerse juez del mundo y tener la desfachatez de querer juzgarme. —Despotrico, hirviendo en furia.

El hombre tambalea ante la fuerza con la que lo he golpeado. Es alguien mayor, por ende no tiene demasiado equilibrio y es su hermano quien debe levantarse para sostenerlo y evitar que caiga.

—Es igual de violenta a su esposo. —Habla Lanfer Brayden.

—No le permito que hable de él. —Le advierto.

—¿Cree usted que él es un santo? —cuestiona molesto —. Mire lo que me ha hecho.

Levanta la mano derecha, la cual está perfectamente vendada. Quita la tela con desespero y me enseña una herida reciente.
Sé que la sangre que vi ayer en una de estas mismas mesas era la suya.

—Sus razones tendría. —Me limito a decir.

—No, no había. Lo hizo porque aún no tenía información de sus padres. ¿Cree que eso es justo? Ser atacado por no haber conseguido algo tras solo 4 horas de búsqueda internacional.

—Lo hace porque es su esposa. —Conrad se levanta de su lugar y viene hasta mí, llevándome hacia atrás —. Es patético ver como ustedes dos se han ensañado en ofender a su reina. No quiero imaginar que pasará cuando el rey Lacrontte se entere de esto.

—No caiga en su juego —le pide el hombre de cabello blanco —. Ella solo quiere llamar la atención y que el mundo de Magnus gire a su alrededor, pero nosotros no nos rendiremos a sus pies —dirige su atención a mí, observándome con odio —. Usted no sería lo que es sin Magnus, él merece a alguien mejor a su lado.

—¡Lárguese de aquí! —Grito cansada —. No me importan las malditas leyes de Lacrontte, así que le exijo se vaya ahora mismo si no quiere que lo mande a la horca por ofender a la reina y antes que intente defenderse, créame que estoy al tanto que puede sentenciar a muerte a quien se me de la gana sin necesitar a mi esposo para autorizarlo.

El hombre me observa con ira. Sus ojos quieren estallar de furia al saber que tengo razón, que tengo la plena potestad de ordenar su muerte con solo una palabra.

—Esto va para cada uno de los presentes —señalo a la sala entera —. Quien se atreva a ofenderme nuevamente, será enviado a prisión, así que piensen bien como van a dirigirse a mí de ahora en adelante. Por el momento los quiero afuera a todos.

El total de los hombres se levanta de su puesto sin mediar una sola palabra y en completo orden se dirigen a la puerta.
Ingellus me observa por unos segundos más con evidente enojo en su sistema, pero poco me importa. Espero el corazón le pase factura y le pegue un buen susto.

—Mañana volveremos —se detiene en la salida —. Y esperamos que el rey esté aquí o de otra forma sabremos que usted nos está ocultando su paradero porque en realidad no sabe dónde se encuentra.

Aquí es donde me doy cuenta que Magnus al principio me retaba, me obligaba a defenderme, a no decaer o dar mi brazo a torcer frente a otros. Él me hizo fuerte, confiada y decidida pero luego me metió en una caja de cristal para que nadie me tocara o me hiciera daño, convirtiéndose en mi protector supremo y en este momento en el que no esta, me han sacado a la fuerza de mi burbuja.

—¿Reina Emily está bien? —Cuestiona Conrad una vez todos se han marchado y yo me limito asentir.

—Me lo advertiste, no obstante, son peor de lo que imaginé. —Le digo a Francis, quien se acerca a nosotros.

Siento mi corazón pequeño en este momento. No quiero llorar, sin embargo, no negaré que siento mucha rabia e impotencia.

—Es machismo. Llevan años comportándose así y era obvio que no les iba a gustar ver a una mujer al frente de los asuntos del reino.

—¿Qué haremos mañana? —Le pregunto en un susurro para que solo él pueda escucharme.

—Hay que empezar con la búsqueda. —Responde en la misma tónica, pero luego levanta la voz por respeto al rey —Por ahora salgamos de aquí.

—Si en algo les puedo ayudar, no duden en decírmelo. —Propone mientras abandonamos la sala.

—Apreciamos el gesto, pero por ahora no hay nada.

—¿Puedo preguntar en dónde se encuentra el rey Magnus?

—Ya lo sabe, me escuchó en la base militar. Esta en Cromanoff. —Aseguro.

—Me refiero a donde esta realmente.

—Esta con su primo Gregorie, majestad —me apoya Francis —. Ya le he mandando a preparar su habitación, puede ir a descansar si lo desea.

—¿Habitación? ¿Me estoy perdiendo de algo? —Cuestiono confundida.

—Cada vez que traigo un cargamento de armas paso la noche en Lacrontte para reponerme del largo viaje desde Wellsinberg y esta vez no será la excepción, a menos que usted así no lo quiera. —Explica Conrad con tranquilidad —. No tema decirlo, yo lo entenderé perfectamente.

—No, discúlpeme, simplemente desconocía esa costumbre.

—Reina Emily. —Llama un guardia desde el otro lado de la puerta. —Hay alguien que quiere verla, comenta que es urgente.

—Siento que hoy se han juntado tantas cosas. —Resoplo, yendo hasta la salida.

Cruzo el marco y voy hasta el corredor, los guardias Lacrontters y Wellsinbergs están mezclados por el lugar, no obstante, toda mi atención es captada por el joven de cabello negro y profundos ojos azules que antes solía mirar con ilusión. Stefan.

—¡Emily, por mis coronas! He estado intentando entrar al reino desde ayer y no me lo han permitido porque supuestamente necesito un permiso especial de ingreso. —Reclama desesperado.

Viste un pantalón café que está sucio de lodo al igual que la camisa blanca que cubre su cuerpo. Sus zapatos están manchados, su cabello esta húmedo y revuelto. Parece que viniese de una pelea en el barro en la cual no resultó ganador. Lo único rescatable de su aspecto es que no tiene ninguna herida o al menos ninguna visible.

—¿Qué te ocurrió? —Pregunto preocupada.

—Eso no es importante ahora. Necesito hablar contigo a solas y perdí mucho tiempo esperando el permiso para entrar aquí.

—Lo lamento. Necesitábamos cerrar la frontera por unos negocios.

—Majestad —La voz de Conrad llega mi espalda, acompañado de Francis —. Es usted el rey Stefan ¿cierto?

—Así es —acepta, observándolo con extrañeza —¿Nos conocemos?

—Soy el rey Conrad Buckminster —Le extiende la mano.

—De Wellsinberg, claro —la estrecha —. Por fin conozco al creador de la armas con las que han asesinado Mishnianos por años.

—Si lo dice así suena terrible.

—¿Y entonces cómo es? Esa es la verdad.

—Son sólo negocios. A fin de cuentas de algo tiene que vivir mi reino, no obstante, lamento todas sus muertes.

—Supongo que a estos negocios te referías. —Stefan devuelve su atención a mí —. Más armas.

—Pero no las usaré contra ti. —Le aseguro.

—Creo que no debería decirle eso, majestad. —Aconseja Buckminster —¿Se encuentra bien? —Le pregunta al ver su estado.

—No me falta ninguna extremidad, creo que si. —replica con ironía. ¿Desde cuándo Stefan tiene esa actitud? —¿Me permite estar a solas con Emily, por favor? —Replica impaciente.

—No es mi intención interrumpirlos.

—Lo está haciendo.

—Vamos a la oficina de Magnus, allí podremos hablar. —Lo tomo del brazo para guiarlo hasta el lugar y acabar con la tensión en el ambiente.

—Francis debe venir con nosotros. —Comenta, deteniendo el paso.

El nombrado asiente y va tras nosotros luego de encargarle a un guardia que guiara al rey hasta su habitación.
Rápidamente nos adentramos en el espacio de trabajo de mi esposo, en donde Stefan se desploma agotado en el sillón.

—Sabes algo de la desaparición del rey Lacrontte ¿cierto? —Puntresh cuestiona directamente.

—Menos de lo que querría, pero tengo información que puede ayudar.

Mi corazón comienza a latir rápido, rogando que sean buenas noticias o que al menos lo que va a decirnos nos ayude a encontrarlo lo más pronto posible.

—¿Dónde está? —pregunto agobiaba —¿Qué es lo que sabes?

—Esta mañana yo no tenía idea de nada, solo fui a Cromanoff a enseñarles el descubrimiento que había hecho al allanar la casa de Ansel Cournalles en Mishnock.

—¿De qué se trata? —la desesperación es notable en mi tono —. Por favor, Stefan, suéltalo todo sin rodeos.

—Vanir cambió su nombre por Adrinne Faure.

La verdad me golpea, ese nombre lo he escuchado antes. Lo vi en el sobre de una carta que le llegó a Magnus, la misma que me enseñó pues contenía una amenaza y recuerdo haberle escuchado afirmar que llegaban cientos así cada semana.

—También encontré un libro repleto de fotos y datos sobre ti —me mira con preocupación —Te tienen vigilada, Emily y él espía frecuenta este palacio.

Pienso en todo y nada a la vez. Podría ser cualquiera, desde Gretta hasta un guardia, el cocinero, el sastre, el médico. Son demasiadas personas como para señalar solo a una.

—¿Y Magnus? ¿Qué sabes sobre él? —Pregunto en su lugar.

—Gregorie dijo que los rebeldes de Lacrontte habían convocado a una reunión con los familiares de los guardias que Magnus asesinó, para asistir debíamos registrarnos previamente con un seudónimo y al ir al lugar teníamos que decir una palabra clave para ingresar. Era sublevación —explica atropelladamente, nervioso —. Los tres fuimos y había guardias fuera, custodiándonos. No hicieron usar un velo para proteger nuestra identidad, pero estando dentro todo se arruinó.

—¿A qué te refieres? ¿Qué le hicieron a mi Magnus?

En este momento siento que voy a llorar. Si Stefan me da una mala noticia, juro que voy a quebrarme y nadie tendrá derecho a juzgarme.

—Allí varios mostraron su descontento por las actitudes y atropellos que el rey Lacrontte ha tenido no solo con su pueblo si no con todos en general. Quieren derrocarlo y por eso el objetivo de la reunión era conseguir nuevos soldados que quisiesen unirse a los rebeldes para vengarse de él.

Mi corazón se acelera y mi respiración se vuelve pesada al darme cuenta del problema serio en el que estamos metidos. Un millón de preguntas corren por mi cabeza ¿Desde cuándo están planeando esto? ¿Cuantas personas han unido a su causa? ¿Y cuándo harán el próximo ataque?

—¿Magnus donde está? —Pregunta Francis ante mi mutismo.

—No lo sé, en una parte de la reunión dijeron que quienes quisieran unirse se quedaran, pero él me pidió que me fuera para que pudiese informarles, sin embargo, yo me quedé cerca, vigilando. —Balbucea, intentando recordar cada detalle en su mente. —Luego de unos minutos vi un transporte pasar, iban muchas personas pero entre esas divise a Magnus, estaba junto a la ventana.

—No puedo creer que se haya ido con ellos. —despotrica Francis — ¿Por qué fue tan inconsciente? Lo único que tenía que hacer era salir de ahí y planear algo acá con la información que tenía.

—Sabía que no podía seguirlos a pie, así que esperé que los soldados que fueron como respaldo consiguieran un automóvil para ir con ellos, pero no quisieron llevarme. Partieron sin mí, así que fui directo al palacio de Cromanoff para reunirme con la reina y que me me enviara con tropas que siguieran el camino por donde vi que se fueron, pero al llegar me dijeron que no estaba y que por ende no podían prestarme ningún hombre.

Lo entiendo. Elisenda me dijo que había salido con sus padres por eso no tenía ninguna información sobre los planes de los primos Lacrontte.

—Tuve que enviar una carta a Atelmoff, pidiéndole que enviara tropas desde Mishnock, mientras yo solicitaba un permiso para dejar entrar a mis soldados al reino. ¿Y sabes cuánto tardaron en aprobarlo? Tres malditas horas, Emily y en ese tiempo ningún hombre de los que habían partido tras los reyes regresó.

No sé en qué momento he empezado a llorar, pero lo hago. Las lágrimas se derraman en mis mejillas ante la desesperación y preocupación que me gobiernan.

¿Dónde está Magnus? Quiero que regrese, necesito que lo haga. Él me prometió estar conmigo y con nuestro bebé. No puede fallarnos.

—Cuando al fin me dieron la autorizaron, solo dejaron ingresar a treinta soldados y con ellos me fui caminando por la vía que tomó el transporte de los rebeldes porque no quisieron prestarme ni un maldito automóvil para ir con ellos, ya que la reina no estaba para autorizarlo.

La impotencia es palpable en la voz de Stefan. Esta enojado y agotado por todos los obstáculos que le pusieron cuando él solo quería ayudar.

—Caminé con treinta hombres que sabes no representan ninguna protección frente a todo un ejercito de rebeldes, pero aún así lo hice, me arriesgué y en el camino hallamos estas cosas.

Lleva la mano a su bolsillo y saca varios elementos dorados. Son anillos.
Los pasa a mis manos e inmediatamente los reconozco, son las joyas de mi esposo.

Francis me sostiene cuando amenazo con caer al piso, sollozando fuerte ante la angustia que se apodera de mi mente.

—Dime que están vivos, Stefan. Solo dime eso. —Ruego desesperada.

—No lo sé. La noche comenzó a cernirse y ya no veíamos nada. Tuvimos que regresar, pues no teníamos equipo de búsqueda nocturna, no obstante, marcamos todos los kilómetros que recorrimos. La lluvia empezó a caer mientras volvíamos, pero te aseguro que las marcas que dejamos no se borrarán —su convicción no me tranquiliza —. Desde ayer en la noche viajé con mis hombres hasta la frontera con Lacrontte, pero no me dejaron entrar por tu negocio con Buckminster, así que hasta ahora pude traer la información.

—Gracias, majestad. —Francis habla por ambos —. Tenemos que desplegar tropas de búsqueda ahora mismo. Enviar equipos de rescate a Cromanoff. El ejército de Lacrontte está entrado para hacerle frente a cualquier situación o pronostico, así que si solo indíquenos el camino y los soldados buscarán sus marcas para guiarse.

Le pasa un papel y lápiz a Stefan, quien comienza a garabatear en él con agilidad mientras yo intento calmarme.
Aprieto los anillos de Magnus en mi mano, tratando de sentirlo por medio de ellos.

—Voy a enviarle una carta a Elisenda contándole lo que sabemos. Ella también está muy preocupada. —Informo al conocer su angustia.

—No. —alega Puntresh de inmediato —. Es mejor que por ahora esto lo manejemos nosotros. Sabemos que había muchos guardias dentro del palacio que fueron comprados y no tenemos la certeza de que todos los involucrados fueron descubiertos. Si envías una carta, el jefe de correos o algún otro podría leerla y si están implicados, pueden colocar al tanto al jefe o líderes de los rebeldes, lo cual frustraría nuestra búsqueda. Lo más sensato es manejarlo bajo cuerdas.

—De acuerdo. —cedo al entender que puede tener razón —. Hay algunas cosas que debo ir a buscar. —Explico, secándome las lágrimas —. Puedes quedarte a pasar la noche si lo deseas, Stefan.

—No, aún es bastante temprano y necesito ir a Mishnock a resolver mis propios problemas, pero agradezco la invitación.

—Gracias por todo. —voy a él y lo abrazo —. Por arriesgarte a pesar de lo mal que te trata mi esposo. Esto jamás lo voy a olvidar—aseguro, mirando el océano en sus ojos. —. Ahora me retiro.

Magnus me necesita y no voy a fallarle. Buscaré en toda la oficina de correos cada carta enviada por Vanir o Adrinne Faure, quizás en ellas haya una pista, algo que dejamos pasar y que pueda ayudarnos.
Quiero sentirme útil, necesito ayudar y no pienso detenerme hasta que mi hombre esté a mi lado.

Magnus ha luchado por mí un millón de veces y ahora ha llegado el momento de que yo pelee por él hasta mi último aliento.

Nota de autor.

¡Hola! Hello! Hei!

No me odien. Sé que ha pasado mucho tiempo, pero aquí está el nuevo capítulo.
En verdad disculpen, pero es que estoy haciendo muchas cosas al mismo tiempo. Mi tesis, editando el manuscrito de El perfume del rey y tratando de tener una vida social.

¿Qué les pareció el capítulo? ¿Creen que Magnus y Gregorie estén vivos o ya pasaron al otro lado? Además, ¿creen que Emily debería ir a reunirse con Ansel Cournalles?

Por otro lado, todos las ofensas que los hombres del consejo de guerra le hicieron a Emily en este capítulo, son cosas que muchos de ustedes le dicen a ella en los comentarios. Si, son insultos muy machistas pero es lo que algunos dejan escrito, así que muy seguramente muchos que criticaron la forma en como se le trataba a la reina Lacrontte hoy, son los mismos que le decían esas cosas a ella en momentos anteriores.
A reflexionar.

Sin nada más que decir, los quiero y nos vemos pronto, pero si ven que añado nuevos capítulos en los demás libros no se desesperen que no voy a abandonar este libro.

Me pueden encontrar en Instagram, Twitter y Tiktok como @karinebernal

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