Morir Mintiendo © Libros I y...

xantoniaguzman

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🏆 FINALISTA DE LOS PREMIOS WATTY 2021 Entre el amor y la venganza, ¿cuál destruye más? Los padres de Violeta... Еще

Hasta que la muerte nos separe
Primera Parte
Espígrafe
1. ¿La gente cambia?
2. La Residencia
3. Las cosas cambian. Las personas... no tanto
4. Las Furias
5. Quema
6. Salvación
7. Maldito sea el destino
8. Otra vez sola
9. Expuesta
10. Error tras error
11. Un viaje al pasado
12. Memorias de un engaño
13. Fase 1
14. Conexión y quiebre
15. Cambio de planes
16. De lo que pudo haber sido y no fue
17. El descenso al infierno es fácil
18. Morir mintiendo
Segunda Parte
19. La vida según Dominik Benedict
20. Años de recesión
21. Vivir en la penumbra
22. Las consecuencias de mi odio
23. Palabras para el dolor
24. Anestesia
25. Visitas inesperadas
26. Deseo, parte I
26. Deseo, parte II
27. Sanar las heridas
28. Vuelven a brillar las estrellas
29. El amor más grande y roto
30. Las lágrimas que lloramos
31. El vínculo que no tuvimos
32. Con el paso del tiempo
33. Elegir ser feliz
34. La estrella más grande
Tercera Parte
35. Algo nuevo
36. La cena
37. Nueva York
38. Washington
39. Los Ángeles
40. Libre
41. Inquebrantable
43. Un agujero en el pecho
44. Vivir a medias
45. Medio corazón
46. Aprender a decir adiós
47. Flores entre la nieve
48. Nuestro "para siempre"
49 (final). Un amor que nunca se olvida
Epílogo.- Vivir amando
Los Wattys
Galería

42. Vuelve el invierno

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xantoniaguzman

If I could fly – One Direction

Violeta

Pospusimos el viaje de vuelta a casa una vez, dándonos cuenta de que estábamos demasiado atrapados en nuestros propios universos como para volver a la realidad tan bruscamente. En Los Ángeles todo era colores y risas y sol, incluso en invierno. Durante todos los días que estuvimos aquí... durante todas las noches, más bien, las estrellas brillaron alto en el cielo, y Dominik dejaba la cortina de nuestra habitación abierta para que yo las pudiera ver antes de dormir. Aunque amaba ver las estrellas de verdad, extrañaba con ganas las luces que él había puesto en mi ventana.

Decidimos quedarnos una semana más. Catorce días en vez de siete. Nos pareció bien, lo justo. Ni poco ni demasiado. Esa semana extra la aprovechamos al máximo, como tiempo comprado. Fuimos muchos días a la playa, y cuando hacía demasiado frío nos dedicamos a recorrer la ciudad en auto o caminando, admirando todo tal como lo hicimos el primer día. A veces él y yo nos íbamos por nuestra cuenta como dos adolescentes enamorados que ya no éramos. Adolescentes, digo, porque enamorados...

A veces creo que ni siquiera mi cuerpo era lo suficientemente grande como para contener lo que sentía por él. Era tratar de meter un océano en una piscina, o en un vaso de agua. Y con los días, con el tiempo que pasábamos juntos no hacía más que crecer. Habíamos sido amigo y amiga durante toda la vida. Compañeros, un equipo. Pero jamás fuimos pareja. No me había dado cuenta de lo mucho que me faltaba esa parte de él hasta que la tuve conmigo. Era lo que estábamos destinados a ser.

Pospusimos el viaje una segunda vez, quedándonos ya dos semanas más de lo planeado. Nadie puso objeciones.

Por las tardes íbamos a comer todos juntos, o en ocasiones pedíamos la comida para llevar y hacíamos una fogata en el patio de la cabaña de Jasper. Su casa era nuestra base de operaciones en pleno invierno. Jamás me había sentido tan perteneciente a un lugar como en ese momento, rodeada de personas que me entendían y que reían junto a mi y junto a Dominik. Lo pasamos tan bien que estuvimos a punto de posponer el viaje una tercera vez. Tres días; no sería demasiado. Había que aprovechar. La idea flotaba entre nosotros con miradas de complicidad y risillas que sonaba cuando nadie se atrevía a decir lo que en verdad estaba pensando. No nos decían directamente que lo hagamos porque nadie quería imponerlo, pero no tampoco hubiese sido demasiada imposición, porque Dominik y yo teníamos claro que eso era lo que queríamos. Y lo hubiéramos hecho... de no ser por los acontecimientos que se precipitaron esos tres días antes de nuestro vuelo.

Dominik y Jasper acababan de volver de comprar comida: eran ellos los encargados de abastecernos.

Ada y Bianca estaban enfrascadas en una partida de ajedrez. No podía decir que se me hacía lo más apasionante, pero se veían tan concentradas en ello que me hacían sonreír cada vez que miraba sus ceños fruncidos mientras pensaban su siguiente movimiento. Archer estaba quién sabía dónde, mientras que yo leía en el sillón. Estaba tan metida en esta nueva historia que tomaba el libro en todos mis ratos libres, aunque cada vez que lo hacía tenía que ponerme los malditos lentes y a veces me olvidaba. Los marcos dorados apenas visibles descansaban sobre mi rostro, sin embargo, un dolor de cabeza estaba empezando a crecer en medio de mi frente, justo entre las cejas. Pensé con horror que quizás necesitaría una nueva prescripción para los cristales.

En fin; estaba en el sillón con las piernas estiradas, recostadas entre los cojines, concentrada leyendo un libro en que la mitad de los personajes morían antes del primer capítulo cuando Dominik y Jasper abrieron la puerta de entrada cargados de bolsas llenas a rebosar. Supuse que ya habían asumido que nos quedaríamos aquí otra semana entera, porque compraron demasiado para solo tres días. Ni siquiera entre los seis comíamos tanto en tan poco. Mi mirada se desplazó hasta él y nuestros ojos se encontraron. Sonreímos al mismo tiempo.

Apenas Dom dejó la bolsa sobre la mesa se dirigió hasta donde estaba y me dio un beso en el pelo.

—¿Cómo estás? —señalé el libro con elocuencia—. Bien, entonces.

—No puedo dejar de leer —admití. Él sonrió: se estaba acostumbrando a esta nueva faceta de mi personalidad—. ¿Les fue bien?

Asintió dándome otro beso antes de irse a ayudar a Jasper a sacar las cosas y ponerlas en su lugar. Yo los observé con interés quejarse de la cantidad de gente que había en el supermercado, de la fila, del calor y de la falta de aire acondicionado. Hombres, pensé.

—Estaba pensando que hoy deberíamos tomar ventaja del sol y recorrer la ciudad —propuso Jasper mientras dejaban las compras sobre la mesa.

Yo, que estaba en el sillón todavía, me levanté y caminé hasta la cocina.

—¿En serio? Porque yo creo que d... —me detuve como si me hubiese caído un balde de agua fría por la espalda. Una sensación de pesadez se asentó en mi cabeza y me bajó en forma de escalofrío. Traté de continuar—... que deberíamos...

No pude.

—¿Violeta? —el tono alarmado de Dominik me alertó

Se acercó a mi extendiendo las manos como si temiera que fuse a perder el equilibrio.

—Estoy bien —me apresuré a decirle. No quería que se preocupara por tonterías.

—¿Segura?

—Sí, sí. Me paré muy rápido.

Lo descarté con un gesto de la mano: no podía explicarle pues ni yo sabía bien qué me pasó. Un minuto un sudor frío me cubrió completa y el cuerpo me tembló desde dentro. Al siguiente estaba como si nada.

—Bueno... —no sonaba convencido, pero pude ver que quería creerme. Yo también quería creerme—. ¿Qué ibas a decir?

—Oh —me reí—. Que yo pienso que deberíamos aprovechar al máximo el día en la playa. Digo, no me parece mala idea lo de la ciudad, pero la ciudad podemos recorrerla también cuando hace frío, en cambio la playa no.

—Secundo eso —aprobó Bianca.

—Yo también —dijo Ada.

—No puedes secundar algo por segunda vez —Ada miró a su hermana como si fuese la persona más odiosa del universo. Bianca alzó las manos—. ¡Es verdad!

Ada empezó a quejarse.

—¡Violeta...! —pero yo no respondí.

Lo último que escuché fue el grito de Dominik antes de caer al suelo y que todo se desvaneciera en la negrura.

Odiaba los hospitales. Tenía seis años cuando me ingresaron en uno por apendicitis con el dolor más horrible que había sentido en mi corta vida, como si se me estuvieran saliendo las entrañas. Desde ahí nunca me gustaron, pero terminé por odiarlos cuando me fui dando cuenta de que mis viajes a ellos solo se asociaban a cosas malas. La muerte de mis padres, en donde me sedaron por horas; mi salida de la Residencia, en donde me trataron por varias enfermedades y malnutrición; la puñalada... esa había sido la joya de la corona. Y ahora, más de seis meses después, volvía a despertar oliendo cantidades ridículas de antiséptico y escuchando el pitido del monitor. Abrí los ojos apenas, esforzándome por despertar de mi letargo cuando las paredes blancas se me atojaron como las de una morgue.

Tengo hambre, fue lo primero que pensé. Lo segundo fue que me dolía todo el cuerpo, probablemente de estar inmóvil en esa camilla del demonio. Lo tercero que pensé fue Dominik.

Tenía que despertarme. De solo pensar en la preocupación que debía estar sintiendo espabilé por completo y me erguí en la cama como una posesa buscándolo. No tuve que esforzarme demasiado porque, como siempre, estaba justo a mi lado.

—Violeta —susurró con urgencia poniéndose de pie y abrazándome como si no me hubiera visto en años—. Estás bien. Estamos en el hospital

—Lo sé —conseguí decir mientras sus brazos me estrujaban—. Dominik —susurré—. Me estás aplastando.

La presión cedió, aunque sus brazos siguieron sobre mí. Lo abracé de vuelta, enterrando la cara entre su pecho y su ropa y absorbí su aroma.

—Lo siento —murmuró avergonzado—. Es que me preocupé mucho.

—¿Saben qué pasó?

—Estás muy deshidratada —me informó. Me hundí todavía más—. Te han tenido con suero las últimas horas. ¿Cuántas veces te he dicho que tomes agua, eh? —incluso sin mirarlo sentí que me ruboricé. Aparté la cara de su pecho para verlo a los ojos, avergonzada—. Y te hicieron exámenes para revisar tu cabeza. Te golpeaste muy fuerte al caer —ah, con razón sentía como si me hubiesen dado con un martillo—. Me asustaste mucho, no alcancé a llegar y tomarte antes de que caigas... Quieren asegurarse de que no tengas una contusión. Hay que esperar que vuelva el médico y luego podremos irnos a casa.

Asentí. Sí, quería irme a casa.

Al final no volvimos a posponer el viaje. Dos días después Dominik y yo nos encontrábamos en el avión de vuelta a Nueva York. Me encantaría decir más sobre eso, pero me la pasé durmiendo las cinco horas que duró el vuelo. Tenía un persistente dolor de cabeza que no quería dejarme en paz, y yo estaba empezando a creer que era Dominik con su constante: "¿ya tomaste agua hoy?" "Te va a seguir doliendo la cabeza si no tomas agua" "Tres litros diarios como mínimo, órdenes del doctor". Yo odiaba el agua. No sabía qué era peor, si eso o los lentes. Ambas cosas solo conseguían que estuviera profundamente molesta e irritada todo el día. Encontraba una falta de respeto que mi cuerpo fuera tan desgraciado conmigo, y yo que hacía todo por cuidarlo. Menos beber agua; casi escuché la voz de Dom en mi cabeza. Le hice una mueca.

Pensé que me sentiría extraña al volver a casa, con nostalgia del viaje, pero no fue así. En cambio, me sentí feliz de estar de vuelta en mi hogar.

El mismo día que llegamos, luego de desempacar, fui al orfanato. No me hacía falta comprobarlo, pero me alegré de que estuviera todo bien, de que los niños estuviesen contentos, dentro de las circunstancias. Por otro lado, las vacaciones de mi trabajo en el bar iban a llegar pronto a su fin, así que tendría una cosa más para mantenerme ocupada. Y ya no podría descansar de la planeación de la gala.

Alrededor de dos semanas luego de nuestra llegada, Dominik me acompañó a la consulta del médico. El día que estuvimos en Los Ángeles, me informó, me tomaron muchas muestras y exámenes para asegurarse de que solo fuera deshidratación la causa de mi dolor de cabeza y mi desmayo, y también para ver si es que eso no había causado algún tipo de déficit de... algo. La verdad es que no presté mucha atención cuando me lo dijo. Solía dejar de escuchar cuando las cosas se volvían demasiado técnicas, pero confiaba en que el se acordaba de todo. Estaba más pendiente de mí que yo. Se suponía que estaría todo listo la semana pasada, pero por algún motivo se demoró.

Los resultados de los exámenes no iban a estar antes de que nos fuéramos, así que el doctor que me atendió allá se comunicó con uno de aquí para poder enviarlos y hacer el seguimiento. Me pareció bien, así que no puse objeción. Solo quería que me dieran una vitamina o algo así, y terminar con todo esto para que Dominik dejara de molestarme con lo del agua.

Fuimos a otra clínica, también blanca y llena de ese horrible olor a limpio. Yo no siento nada, me decía Dominik. Supuse que era solo yo, que solía ser exagerada a veces. Pero en serio no me gustaba.

Dominik me apretó la mano.

—Voy a preguntarle a la recepcionista, ¿vale? —asentí—. Ahora vuelvo.

Se alejó con paso decidido, tan determinado. Me gustaba eso de él, porque siempre parecía que sabía exactamente a dónde iba y qué estaba haciendo, como si tuviese su vida resulta incluso cuando no. Me gustaba porque sentía que me contenía y nos complementábamos a la perfección.

No me acerqué más, por lo que no pude oír lo que la mujer le decía. Lo vi hacer señas y sonreír con amabilidad. En mi mente sonó perfecto el "muchas gracias" que dijo antes de volver con la sonrisa todavía en la cara y plantarse frente a mi.

Así, tan simple y feliz, no pude no sonreírle de vuelta.

—Es en el segundo piso —me informó—. La consulta del Doctor Hernández.

Asentí, tomándolo de la mano una vez más y juntos fuimos hasta la escalera. Subimos lento, porque él sabía que yo odiaba todo lo que conllevara esfuerzo físico. Por mi hubiese usado el elevador, pero él siempre insistía y yo no me veía capaz de decirle que no.

Llegamos a un pasillo poco transitado. Blanco, por supuesto, con puertas a ambos lados y placas de vidrio con nombres en ellas. Buscamos la del doctor en cuestión y pasamos. Dentro nos recibió un escritorio pulcro, exageradamente vacío. Entendía que todo tuviese que estar ordenado, y me gustaba el orden... pero odiaba la sensación de estar en un lugar tan ajeno a mi.

La secretaria nos recibió muy amable, y nos indicó que pasáramos a la consulta y esperáramos al médico, quien vendría con los exámenes en unos minutos. Al parecer, estaba terminando su descanso. Dominik y yo no tuvimos problema en esperar. De todos modos, llegamos temprano.

No hablamos demasiado mientras hacíamos tiempo, solo un par de cosas para pasar el rato. Sin embargo, todo empezó a ponerse raro cuando llegó una enfermera para confirmar mis datos y antecedentes unos quince minutos después. Dominik me miró extrañado, pero yo no tenía más respuesta que darle salvo encogerme de hombros; sabía lo mismo que él. De ahí en adelante mi ansiedad no hizo más que crecer.

¿Por qué se estaban tardando tanto?

Me dije a mi misma que todo estaba bien, que estaban retrasados y ya. Miré a Dominik y él me sonrió. Sí, todo estaba bien.

Casi conté los segundos que pasaron hasta que —¡al fin! — se abrió la puerta y entró un hombre de unos cincuenta, de cabello negro y rasgos latinos. El Doctor Hernández, supuse.

—¿Señorita Cortana? —me preguntó. Yo asentí y acepté la mano que él me extendía—. Mucho gusto, soy el Doctor Hernández.

Cuando el hombre se dirigió a Dominik, él do un paso adelante y le extendió la mano también.

—Dominik Benedict —se presentó.

—Mucho gusto —repitió el hombre.

No supe si era idea mía, pero me pareció que se veía tenso.

Quizá me estaba imaginando cosas.

El doctor caminó hasta sentarse en su escritorio. Ni siquiera me había dado cuenta de que llevaba una gran carpeta entre las manos. Mis exámenes, supuse.

—Señorita Cortana —comenzó, abriendo la carpeta—. Tengo entendido que en los Ángeles le realizaron varios exámenes debido a su desmayo, ¿es correcto?

Asentí.

—Sí. Exámenes de sangre para ver mis niveles de vitaminas y calcio y tal, y también un scanner. Me dijeron que me golpeé la cabeza al caer, pero yo no me acuerdo.

Él no habló. Asintió apenas, pero nada más. Se dedicó a terminar de sacar los papeles de la carpeta con los labios apretados en una línea muy fina. Fue menos de un minuto en que no habló, no obstante, en esos segundos un horrible presentimiento se instaló en mi interior, como un vacío en el fondo de mi estómago que subía hasta mi garganta.

Tranquila, me dije. Estás paranoica.

Restregué las manos con nerviosismo por la tela de mis pantalones, tratando de que no se notara tanto. Iban a decirme que había salido todo normal. Iban a confirmarme lo que ya nos habían dicho, recetarme algo, quizás, y luego podría irme a casa. Y Dominik se reiría de mi por haberme asustado tanto.

—Los exámenes volvieron de Los Ángeles hace una semana, pero teníamos que comprobar...

—Comprobar, ¿qué? —las palabras salieron de mi boca sin permiso.

Me contuve de voltearme a ver a Dominik, que se estaba dando cuenta de mi inquietud y me miraba con una mezcla de preocupación y ansiedad. No supe si era mejor o peor que él también se estuviese sintiendo de esa forma; no sabía si me tranquilizaba o me alteraba todavía más.

—Quisimos estar seguros antes de... —se interrumpió al escuchar un par de golpes suaves en la puerta.

Yo quise gritar cuando se levantó a abrir, dejándonos a ambos con la boca abierta. Aunque hubiera podido, no tuve tiempo de expresar mi desconcierto, porque otro hombre, un poco más joven, entró en la consulta.

Se saludaron con tanto ánimo como en un funeral. Lo poco que sonrieron murió antes de voltearse a nosotros.

—Él es mi colega, el Doctor Miller.

Él nos estrechó la mano a ambos, pero Dominik no pudo ocultar más su impaciencia cuando dijo:

—¿Qué está pasando?

Yo le agradecí que lo preguntara, pues yo tenía una piedra en la garganta.

—Por favor, siéntense —nos invitó de nuevo el Doctor Hernández. Él hizo lo dicho y se ubicó tras el escritorio—. El Doctor Miller vino para poder explicarles mejor.

—¿El qué? —dije yo.

Me miró con aprensión.

—Señorita Cortana... Violeta —se corrigió. Fue un acto tan pequeño... y en esas circunstancias no me decía nada bueno—. ¿No prefieres que conversemos a solas?

No era idiota, y sabía que solo había una razón para que lo demoraran tanto, para que quisieran decirme lo que sea que quisieran decirme a solas.

—Ni en sueños —declaró Dominik. Yo asentí.

—Lo que sean que tengan que decirme, pueden decírnoslo a los dos.

Ambos médicos se miraron antes de que el Doctor Hernández me observara con determinación. Supuse que eso fue suficiente para que se decidiera a dejar los rodeos. Lo siguiente que dijo me hizo hundirme en mi asiento.

—Mi compañero trabaja en el departamento de oncología.

Oh.

—¿Qué? —soltó Dom.

Oh.

No puede pensar en nada más que "oh".

El doctor continuó hablando:

—Le pedí que viniera porque él puede explicarles mejor que yo los resultados del examen.

—Que son... ¿qué? —musité. La voz me salió como un hilo a punto de cortarse.

No sabía qué pensar. No podía pensar en nada. Todo lo que hacía mi cabeza era repetir ese maldito oh, una y otra vez. Como si comprendiera algo de lo que estaban diciéndome cuando en realidad no entendía ni una mierda de lo que estaba pasando.

—Violeta —dijo el Doctor... como se llame. Ya no me importaba—. En Los Ángeles te hicieron un scanner, ¿no es así? —ni me di cuenta de cuándo asentí—. Ese examen mostró algo inusual. Ellos... Bueno, encontraron una anomalía en la imagen. ¿Ve esto? —me tendió la foto, pero fue Dominik quien lo recibió cuando yo no pude reaccionar—. La imagen debería estar clara, pero esto de aquí —señaló un área de la cabeza en donde había un círculo más claro, como del tamaño de una pelota saltarina— son señales de un tumor. Tendremos que realizar una resonancia con tinte de contraste para estar seguros, pero... —suspiró con real pesar—. Por el tamaño, y por los signos de crecimiento rápido que presentan las áreas a su alrededor... Estamos un noventa por ciento seguros de que es un tumor maligno.

No supe si sentirme como si me hubiese caído un balde de agua fría, o como si me hubieran golpeado en el estómago.

—Es imposible —dijo Dominik, negando con la cabeza. Casi reía—. Es imposible. Nos dijeron que era deshidratación. ¿Cómo vamos a creer que pasa de algo así a... a...?

No podía decirlo. Yo no lo culpaba.

—Ella estaba deshidratada —se apresuró a decir el oncólogo—, eso es cierto, y sus síntomas se correspondían, pero no fue la deshidratación lo que causó su desmayo. Violeta, ¿has tenido dolores de cabeza, visión borrosa...?

—¡Me dijeron que tenía que usar lentes! —casi grité, fuera de mí—. Me dijeron que se arreglaría con un maldito par de anteojos, ¿y ahora me están diciendo que tengo una enfermedad terminal?

El Doctor Hernández negó y me miró con pena. Si trataba de calmarme, no estaba resultando.

—El dolor de cabeza y la visión borrosa a menudo son síntomas que se subestiman. Lo más lógico era pensar que el forzar la visión estaba provocando todo eso.

—En su caso —el Doctor Miller se acercó a mi, mostrándome la imagen una vez más. Yo no quería verla, quería romperla en mil pedazos. Quemarla, si podía—, la presión intracraneal se vio aumentada por el crecimiento de las células del tumor, y la hinchazón del encéfalo. Al estar tan cerca del nervio óptico causó que su visión se volviera borrosa y creyeran que necesitaba lentes. Eso también provocaba los dolores constantes y su desmayo.

Resoplé sin poder creerlo, reacia, y me hundí en el asiento. La cabeza había comenzado a dolerme terriblemente, era demasiado y yo no quería escuchar nada de esto. Me froté los ojos tratando de... ¿de qué? No había nada que hacer.

—¿Violeta? —preguntó Dominik con cuidado, poniéndome la mano sobre la pierna.

No respondí.

¿Qué quería que le dijera? ¿Cómo quería que reaccionara? Es más, ¿cómo se suponía que debía reaccionar? Porque todos hablaban de exámenes y muestras y estupideces, pero yo sabía leer entre líneas y lo que estaban diciéndome era que tenía cáncer.

Lo que nadie quería decir es que me iba a morir.

—Podemos buscar una segunda opinión —susurró Dominik.

Vi al doctor casi con esperanza, sin embargo, él solo me la quitó con la mirada.

—Yo soy la segunda opinión.

—Desde Los Ángeles nos enviaron los exámenes la semana pasada —intervino el Doctor Hernández—. Nos pidieron que los revisáramos antes de llamarlos. Querían confirmar sus sospechas, pero no nos dijeron lo que creían hasta que nosotros... confirmamos.

El mundo se vino abajo. El Doctor Miller empezó a hablar... Después de eso las voces se volvieron un murmullo distante y no escuché nada más. Me hundí y en rincón profundo y oscuro de mi mente, y ya no pude salir.

No me di cuenta de cuando salimos de la clínica, ni cuando nos subimos al auto o cuando llegamos a casa. Solo noté que, de pronto, estábamos de vuelta en un lugar familiar y acogedor... y me dieron ganas de echarme a llorar.

Dominik cerró la puerta a mis espaldas. No habíamos pronunciado ni una palabra desde que nos fuimos. Me sentía fuera de mi propio cuerpo, como si no fuera yo la que estaba ahí, viviendo eso. Quizás era lo que necesitaba creer.

—Voy a darme un baño —declaré. Me imagino que él asintió.

La verdad es que no tuve corazón para mirarlo en ese minuto. Caminé como un robot y me encerré en el pequeño cuartito tratando de dejar mis pensamientos al otro lado de la puerta. No resultó.

Prendí la luz, la llave y me desnudé. En ese orden, todo automático.

No esperé a que la tina estuviese llena. Apenas tuvo suficiente agua caliente como para no congelarme me metí dentro. Corrí los ventanales que me separaban del mundo, me enterré en el vapor que crecía a medida que la bañera se llenaba y me impedía ver con claridad. No me importaba.

Contemplé la existencia, la pared de azulejos frente a mi y el chorro de agua que seguía corriendo. Las palabras del médico se repetían una y otra vez en mi cabeza. Las odiaba. Desearía poder arrancármelas del cerebro.

Tienes cáncer, tienes cáncer, tienes cáncer.

Yo debí haberlo sabido. La expresión penosa y cargada de lástima del médico al entrar en la sala, el suspiro antes de hablar, su reticencia a hacerlo delante de Dominik...

Dominik.

Tienes cáncer.

Dios, su rostro... jamás podría olvidar la mirada en sus ojos. Dos palabras. Dos putas palabras y el mundo de ambos se abrió, se partió y se destrozó. Se derrumbó, se vino abajo.

Me hundí en el agua lo más que pude, estirando el cuello y dejando que mis oídos se sumergieran. Así, bajo el agua, los sonidos me llegaban amortiguados; no escuchaba nada más que el chorro de la llave y el ruido que hacía mi propia sangre en los tímpanos.

Tienes cáncer.

No escuchaba nada más, pero eso seguía escuchándolo. Era una maldita grabadora, y supuse que era una forma de reírse de mi, una burla del destino el hecho de que mi cerebro defectuoso siguiera siendo capaz de procesar que iba a morirme.

Ese hecho me golpeó con tanta fuerza que me hizo gemir e incorporarme en el agua. No es que no lo hubiese sabido desde antes, porque el cáncer y la muerte iban de la mano, pero... Doblé las piernas y llevé mis rodillas hacia el pecho, abrazándome para protegerme de un frío glacial que nadie iba a poder quitarme, porque venía desde dentro.

Entonces, sola en la bañera contemplé también mi desnudez; la curva de mis piernas, mi estómago, mis senos, los dedos de mis pies... todo se veía tan bien ahora, tan lleno de vida, tan saludable, que odié ser tan consciente de que lo que estaba mirando no era más que una bomba de tiempo. Que lo que era ahora ya pronto no sería, y que todo lo que iba a quedar de ese cuerpo eran las migajas que la enfermedad iba a dejarme. Iba a consumirme de apoco y ya no sería más que la coraza de una flor marchita, una violeta que había florecido muy rápido y había muerto muy pronto.

Tuve que volver a llenar varias veces la tina porque el agua seguía enfriándose y yo no tenía intensiones de salir, aunque nada, ni siquiera el agua que salía casi hirviendo de la llave, podía quitarme de encima el hielo que me escarchaba por dentro. Seguí abrazada a mi misma por tanto tiempo como pude porque tenía miedo de salir.

Alrededor de una hora después Dominik llegó a mi lado. Me dio más tiempo del que pensé que me daría. No tocó la puerta ni preguntó si podía pasar, sino que abrió despacio y cerró rápido para que no se fuera el calor, y se sentó en el suelo junto a la bañera sin decir palabra, también llevando las rodillas al pecho y apoyando la espalda contra la pared de azulejos. No quise decirle que se le iba a mojar la espalda por el vapor, ni reconocer que probablemente ya debería salir. Ni siquiera quise mirarlo, pero me armé de valor.

Tenía la vista perdida en las líneas de cerámicas del suelo. No se movía ni un centímetro; ni siquiera sus ojos se revoloteaban como si estuviese pensando qué hacer o qué decir. No supe cómo describir la imagen de él ante mi: era yo la que se estaba muriendo, pero parecía como si a él le hubiesen arrancado la vida. Sus manos quietas con los dedos entrelazados y el rostro pálido, demacrado. No habían pasado ni tres horas desde que nos enteramos y ya apreciaba los estragos de ese tiempo. Quien dijo que el tiempo curaba todas las heridas no sabía que el tiempo también las agrandaba, porque era tiempo lo que yo no tenía y era el tiempo lo que iba a destruirme. Y yo iba a llevármelo conmigo.

Veía sus ojos hinchados, enrojecidos e irritados. Veía su expresión vacía y su postura indefensa. En ese minuto no vi a un hombre sino a un niño de Manhattan que corría solo en las calles lluviosas. Pensé en el pequeño que había sido y deseé con todo mi ser que pudiera volver a ser ese niño que lo tenía todo por delante, aún estando triste y solo, porque al menos ese niño no lucía como si le hubiesen quitado todo lo que era. Durante todo el tiempo que lo observé él no me miró, y tampoco dijo nada. No pensé que fuera porque estaba tratando de deshacer el nudo en su garganta.

Me animé a sacar una mano del agua. Cada movimiento me costaba más a medida que el peso de la realidad se iba asentando. Me estiré y puse mi mano, mojada y todo, sobre su brazo. Solo entonces Dominik se volvió hacia mi. Sus ojos color chocolate habían perdido el brillo.

—Lo siento —susurré.

—No es tu culpa —casi pude escuchar el dejo de recriminación en sus palabras.

En otra vida me hubiera reído.

—No por eso —negué—. Sino que lamento que estés así por mi causa.

No me discutió. Creo que no tenía fuerzas.

En algún minuto de mi vida pensé que la idea de morir sola era deprimente, pensé en lo asustada que me sentiría de no tener a nadie a mi lado en mis últimos momentos, así como mi madre. Pero ahora me daba cuenta de lo estúpida que fui, de lo equivocada que estaba, porque recibiría gustosa todo ese miedo, estaría feliz de soportarlo si eso hubiese significado ahorrarle a Dominik todo esto. Mi dolor y mi miedo no eran morir, sino... él. Solo él.

—Sé lo que estás pensando —me dijo cabizbajo—. Estás pensando en cómo tratar de escabullirte para no hacerme daño, y te estás preocupando más por mi que por ti misma. No lo hagas. No te voy a mentir, Violeta. No sé qué... —la voz se le quebró y yo me quebré con ella. Se llevó ambas manos a la cara y se frotó el rostro y el pelo con fuerza, frustración, rabia, dolor... todo mezclado. ¿Cómo íbamos a superar esto?—. No sé qué hacer —admitió apenas, con la cabeza entre las manos. Sonaba como si se estuviese ahogando y yo no sabía qué hacer para ayudarlo—. Pero no tienes que ser fuerte por mi. Yo quiero que...

Me rompía cada vez que se daba cuenta de que su voz le fallaba, de que sus sentimientos eran demasiado fuertes como para hacerse el valiente. Quizás en algún momento... pero no, ahora no.

—Dominik —susurré y me miró.

Extendí los brazos sobre el borde de la bañera y él me abrazó y lloró. Lloré con él y le acaricié el cabello hasta que el agua se enfrió por última vez.

—Te amo —murmuró eso una y otra vez como si lo calmara.

Supuse que funcionaba, porque a mi también me calmó decírselo de vuelta.

Primer capítulo del maratón del final, y solo puedo decirles... lo siento, no me odien:( Espero que les haya gustado el capítulo, cuéntenme qué les pareció.

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