Angela

By xGabyLu

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La historia detrás de la niña con siete personalidades, cada una inspirada en una década comprendida entre lo... More

Sinopsis
Prólogo
O1 - Angie
O2 - Nuevo look
O3 - El nuevo amor de la abuela
O4 - Rodillas raspadas
O5 - Más como Rosemary
O6 - Amistad naciente
O7 - De ópera a silbidos

O8 - Trébol de cuatro hojas

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By xGabyLu

La casa de descanso del señor Ford era enorme y de toque rústico. Estaba llena de cuartos de entretenimiento como la sala de cine y la habitación de billar. En el patio había una piscina y un carrusel. Este último lo había mandado a construir para diversión de sus nietos, tenía unos cuantos fruto de dos matrimonios en lista, ambos terminados en divorcio.

La casa estaba diseñada para relajarse, apartada del ajetreo de las grandes urbes. El señor Ford solía visitarla en fines de semana, durante las vacaciones o cuando no estaba ocupado en asuntos de negocio. Era su segunda casa. Tenía otra en alguna ciudad importante, aunque él se decía un errante. Siempre viajando de aquí para allá, supervisando su cadena de hoteles.

Angela venía aquí a veces cuando el señor Ford las invitaba a ella y a su abuela a comer. Lejos de sentirse maravillada ante las diversas atracciones, se ponía tensa como si su cuerpo fuera de piedra.

Había algo que le impedía disfrutar. Pequeños pares de ojos se posaban sobre ella. Figuras de cerámica de duendes, gnomos y hadas. Los había por todos lados, en las ventanas, en las puertas, en los árboles...

Era especialmente aterrador el duende de la habitación del ropero. Sentado en aquel mueble con los pies colgando, la miraba desde arriba con una sonrisa enorme e inquietante.

Nunca sabía decir cómo era que llegaba hasta ese cuarto, siendo que le aterraba demasiado como para pensar acercarse. Pero de alguna forma siempre acababa ahí. A veces imaginaba que era porque el duende la atraía hacia allí, luego entonces le hablaba, exigiéndole que le regalase dulces o si no cometería travesuras.

Era la tercera vez que se encontraba frente al malvado muñeco y se lamentaba porque había olvidado traer el trébol de cuatro hojas que Carter le había obsequiado. Sin su objeto de protección, «su amuleto», sentía que no tenía fuerzas para hacerle frente.

—Es un trébol de cuatro hojas —le había explicado Carter, cuando ella vio sobre la mesita del living una hojita verde de cuatro lóbulos—. Quédatelo si quieres.

—¿Pero y tú? —le preguntó dudosa.

Había escuchado que un objeto así era muy valioso, los duendes los plantaban y encontrar uno te traía buena fortuna. Incluso había veces que debajo de ellos, dejaban una olla repleta de monedas de oro. No podía dárselo a ella así como así.

Carter se encogió de hombros.

—Hay muchos en mi casa. Crecen en el jardín que da a la calle. Me sorprende que jamás hayas visto uno.

—¿De veras puedo quedármelo?

—Seguro. —Su mirada se perdió en la lejanía—. Entrada la noche, cuando todos duerman y tú seas la única despierta y tus demonios aparezcan para torturarte, cógelo y apriétalo en tu puño.

Angela no entendió. Tampoco captó que lo había hablado desde la más pura experiencia personal.

—¿De qué hablas, loco?

—Cuando tengas problemas y no haya nadie para sostenerte. —«Ni drogas ni alcohol», omitió decir—. Será tu amuleto.

—Yo no tengo problemas.

—¿En serio? —La miró con la ceja enarcada—. Yo creo que todos los tenemos, en tu caso podría ser un juguete roto y que no sabes cómo reparar. No sé, debe haber algo.

—Nopi, nada de nada —le aseguró.

—Espera a que crezcas, pues —le restó importancia.

—¿Por qué?

—Adolecer, Angela, doler crece.

—¿Ah? ¿Querrás decir que duele crecer?

Él suspiró.

—Quisiera vivir en tu burbuja. —Se reajustó los audífonos y echó la cabeza hacia atrás, apoyándola en el respaldo del sofá.

Angela apretó los ojos con fuerza.

Se había equivocado, sí que tenía un problema. Uno tan gordo que la paralizaba y la hacía gritar internamente.

«No sea tan malo conmigo, señor duende», le rogó. «¿Será que está molesto conmigo porque tengo en mi posesión su preciado trébol?».

Pero el duende no paró de atormentarla. El único consuelo para Angela es que el sufrimiento solo duraba un rato. A veces incluso le parecía hacerse de humo y desaparecer de ahí, siendo arrastrada por el viento hacia lugares y momentos donde era feliz.

A la mañana siguiente ya lo habría olvidado.

Un capítulo corto, pero con un gran significado detrás.

Capítulo dedicado a BooksReaders Mil gracias por tus votos y comentarios

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