Nerd: obsesión enfermiza [Lib...

By AxaVelasquez

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Sinaí Ferreira no debió haber interferido en los secretos de los Frey; por desgracia, se obsesionó locamente... More

Sinopsis actualizada
Antes de leer
Prefacio
1: Vestido rojo, saco azul.
2: Necesito conocerlo
3: Desde la ventana
4: Soto
5: Ponte de rodillas
6: María
7: Dos partes de una misma yo
8: Axer Frey
9: Cambia, Sina.
10: Separando lobos de ovejas
11: La Nerd sin lentes
12: "¿Por qué no gritó?"
13: Adicto a revivir personas
14: Las fotos
15: Nuestros cuerpos son sagrados
16: A sangre fría
17: Sina y Axer
18: De acuerdo, juguemos
19: Estas son nuestras reglas
20: Yo gané.
21: Un beso al estilo Wattbook
22: Mierda, Soto
23: Empezando a gritar
24: Tres Doritos después [+18 duro, no leer]
25: La madre perfecta
26: Hoy se bebe, hoy se gasta
27: Pocas verdades y muchos retos
28: Cosa de una sola noche
29: Yo también sé jugar
30: La monogamia es una fantasía
31: Frey's empire
32: ¿Quieres un cigarro?
33: Más de un jugador
34: El sabor de sus brazos
35: Axer cambia de estrategia
36: La mentira en sus verdades
37: María y Soto
38: ¿Quién dijo amigos?
39: Jaque
40: Mate de la reina
41: Juego en tablas [+18]
42: Dilema Frey
43: Axer y Soto
44: La hipocresía en su honestidad
45: El secreto Frey
46: Veronika Frey
47: Team Soto
48: Novios
50: Rompecabezas
51: ¿Cómo que trío? [+18]
52: Traitor
53: Wrecking ball
54: Never be the same
55: Perra
56: Infodumping
57: Gatita [+18]
58: La coronación del peón
59: La primera piedra
60: Asesinas
61: Pretty Little liar
62: Aleksis
63: Un casi intercambio de regalos
64: Mi plan secreto
65: Familia de genios
66: ¿Y si jugamos a ser novios?
67: Lo que necesitaba para odiarte
68: Los hermanos Freys
69: All too well
70: Delincuente [+18]
71: Bad Romance
72: Fiebre de Schrödinger
73: Mercy
74: Persona favorita
75: Love the way you lie
76: Love the way It hurts
77: Ganas de ti
78: Entre nosotros
79: I wanna be your sleva [+18]
80: There's nothing holdin' me back
81: Un cordero contra los lobos
82: Un hijo juntos
83: Final... ¿no?
Epílogo
¡YA EN LIBRERÍAS!

49: Ultimátum

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By AxaVelasquez

Linguini no me quiso decir para dónde íbamos o por qué motivo me había ido a buscar, solo condujo, como era costumbre en él y su odiosa existencia.

Solo para hacerlo molestar, pasé todo el camino con canciones de Factoría reproduciéndose en el teléfono sin usar audífonos, cantando a todo pulmón como en la primera década de los 2000.

No vuelvas a mí aunque te quiero
No vuelvas a mí aunque te extraño
Te necesito aquí
Pero tu amor ya no es para mí

TODAVÍA ME ACUERDO DE TIIII

Imaginé a Linguini crucificándome en sus pensamientos, y eso solo me hacía gritar con más fuerza.

Axer estaría muy avergonzado de mí si me viera en ese momento, pero no me importó. Porque Axer ya no tenía que importarme, ahora tenía novio.

Nos bajamos en un auditorio donde todos los asientos estaban llenos de personas uniformadas, de traje, bien vestidas. Todos parecían adinerados, influyentes y de gran importancia.

En los asientos vacíos tenían nombres de reservación, y había una hilera de mesitas pegada a un pared donde exhibían toda clase de postres y pasapalos.

En el escenario, había una especie de estrado largo con al menos seis personas sentadas detrás. Tenían micrófonos, tabletas para tomar notas, y una pequeña pantalla frente a cada uno que los identificaba con nombre, cargo, empresa y profesión.

En la entrada me recibió Anne, la mujer que estuvo aquel día en el oftalmólogo guiándome por órdenes de Axer.

—Ven conmigo.

La acompañé hasta un asiento reservado con mi nombre completo, y me senté con una sonrisa forzada.

Estaba tan abrumada por la gente tan presentable, digna y poderosa, como por la magnitud del espacio a mi alrededor. No solía concurrir lugares como ese. Sobre todo, estaba absolutamente confundida.

—¿Qué hago aquí? —susurré a Anne mientras el resto de los asientos reservados se llenaban.

Shhh, ya entenderás todo —respondió en inglés.

—¿Y Axer?

Ya lo verás.

—No siento que esté entendiendo nada justo ahora.

Mira —señaló el centro del auditorio, donde una elegante mujer uniformada de blanco con una tablet en la mano se posicionaba—. Ya va a empezar a hablar.

Y, tal cual me advirtió, así fue. La mujer por medio del micrófono anclado a su oreja, se dirigió a todos nosotros diciendo:

—Muchos están ahí sentados porque son amigos, familiares u otros invitados por nuestros aspirantes, pero otros no conocen más que información muy vaga sobre nosotros, y están ahí, sentados intentando retener todo para sus reportajes, estudios, o para decidir si vale la pena arriesgar sus donaciones o postularse para el ingreso.

»Así que esto es para ustedes: La OESG es la Organización de Estudios Superiores para Genios. Nuestro programa es una especie de alternativa a la universidad que da acceso a jóvenes con mayor coeficiente intelectual, habilidades superiores y mentes extraordinarias; a una educación superior sin importar su edad, otorgando títulos en menor tiempo, con mayor inmersión de estudios y explotación académica, con el fin de llegar a su máximo potencial y que, nuestros genios, puedan obtener tantas carreras y licencias como su mente pueda, y quiera, abarcar.

Deslizó el dedo por su tablet antes de continuar.

—Los jóvenes que hoy serán probados, se están postulando ante nuestros evaluadores, ingeniores, científicos, ganadores de nobel, profesores de universidades de élite, e.t.c., para ser uno de los cuatro a los cuales se les aprobará el adelanto de su tesis.

»Cada ha uno de ellos ha preparado su propia evaluación para impresionarnos a nosotros, y a ustedes.

La mujer volvió a fijarse en la pantalla, como si buscara ahí alguna especie de instrucción de cómo continuar.

—Con ustedes, tenemos al primer aspirante...

La mujer siguió hablando, pero yo dejé de prestar atención cuando vi que había una chica rubia de vestido plateado con escarcha frente a nosotras.

—Anne, sé que mi hermanito te pidió que cuidaras de su... —Me miró de reojo—... espécimen. Pero ya puedes irte, te relevo de tus responsabilidades.

Lo siento, señorita Frey, pero las órdenes que he recibido...

—Ya no tienen relevancia. Mientras mi hermano no esté, yo soy su jefa. ¿Vas a desafiar una orden directa?

Anne bajó la cabeza, se le veía apretando los labios con molestia. Yo solo estaba tratando de que las dos neuronas de mi cerebro que no se quemaron en esa conversación, reaccionaran y unieran las piezas hasta aclararme el rompecabezas frente a mí.

Quería pensar que había entendido mal el inglés de Anne, y que Veronika era una perra loca.

Al fin, Anne se levantó y la rubia usurpó su asiento.

—Hola, Sina. ¿Estás cómoda?

—¿Frey? ¿Te dijo señorita Frey?

—Y también soy rusa.

Al decir eso me di cuenta del cambio en su acento... Pero no tenía sentido.

—Oye —me ladeé para encararla—. Hace muchos siglos que tengo diez mil preguntas sobre ti y Axer. Háblame claro, por favor. Antes me dijiste que no te interesaba él, y ahora resulta que están comprometidos y yo...

—¿Comprome... qué? —Ella negó con la cabeza con horror—. Frey es mi apellido de nacimiento. Axer es mi hermano, no mi prometido.

Solté tal carcajada, que las personas delante y detrás de mí me mandaron a callar, volteando a verme con reproche.

—Cuando veas lo que está a punto de pasar, ya no te parecerá tan gracioso. —aseguró ella, sacando algo de un  pequeño bolso satinado a su costado.

—¿Qué...?

—Es alcohol, bébelo.

—¿Por qué debería beber eso?

—Te hará más fácil todo.

—¿Pero todo qué? ¿De qué coño hablas?

—Sinaí.

Los largos dedos de Veronika se cerraron alrededor de mis mejillas, presionando para mantenerme quieta, callada, y con mi mirada fija en sus ojos intensos. Sus uñas perfectas me rozaban la piel en una sensación que odié disfrutar, y su rostro se aproximó hacia el mío hasta dejarme sin espacio personal, ni aliento.

—Cállate, maldita sea —espetó—. No soy tu rival, misógina de mierda. Todo lo que he buscado es acercarme a ti porque me vuelves loca, si apartaras un momento tus celos y entendieras que no hay sentimientos entre Axer y yo, más allá de los estrictos y necesarios entre familia, y a duras penas, tal vez te darías cuenta de que te estás perdiendo de una muy buena oportunidad para erizar tu piel.

—Pero yo...

Usó uno de sus dedos para callarme, posándolo sobre mis labios.

—No te estoy pidiendo nada más allá de que levantes tus murallas, que dejes de atacarme. Eso es todo.

Arranqué mi rostro de su agarre.

—¿Cómo es posible que Axer sea tu hermano?

—Mira.

Señaló al escenario, donde uno de los prodigios se marchaba después de exponer su prueba de intelecto y volvía la señora de hacía un rato.

—El siguiente aspirante es una de nuestras promesas más fuertes. Veintiún años, graduado en ciencias mención medicina, cursando el último año para optener su licencia de especialista avalada por nuestra institución y optando por la aprobación del adelanto de su tesis... ¡El señor Axer Viktorovich Frey!

No.

Me.

Jo.

Dan.

—Vero...

Volteé a verla. Por alguna razón, mis ojos estaban empañados. No tenía ni puta idea de lo que sentía, pero el impacto me horrorizó. Solo se me ocurre compararlo con descubrir de grande que eres adoptada, y que te cuenten que tus verdaderos padres son espías y te ocultaron para protegerte.

Me sentía atrapada a mitad de un plot twist de Ciencia Ficción.

Pero no podía ser cierto, debía haber algún sentido lógico.

Llegué a pensar que lo que veía no era más que el acto de una obra de teatro y que Axer era uno de sus personajes.

Porque no podía tener veintiún años. Tenía dieciocho y estudiaba en mi colegio, no en una organización universitaria futurista y millonaria para cerebritos.

Pero es que tenía sentido. Tenía todo el maldito sentido del mundo que el hijo de Viktor Dmitrievich Frey estudiara en una institución de esa envergadura. Lo ilógico era que hubiese estudiado junto a mí, pero eso no había querido verlo.

Y su edad también era tan estúpidamente adecuada... Tantas veces me dije que ese hombre no podía tener dieciocho, y ahora que lo confirmaba, sentía que Satán me estaba jugando una broma de mal gusto. Era demasiado listo. Demasiado elocuente. Maduro. Amargado. Arrogante. No se relacionaba con los de mi edad. Odiaba... odiaba que lo llamara adolescente, pero yo nunca había entendido por qué.

Y su cuerpo... Lo dije desde la primera vez que lo vi, era como esos actores de veintidós que Netflix suele reclutar para representar adolescentes.

Pero... ¿graduado en medicina? ¿A punto de presentar la tesis para su especialización? Eso no tenía pies ni cabeza.

Por mucho que Axer tuviera la capacidad, el intelecto y la entrega que hace falta para tener graduarse de tal carrera a su edad, eso dejaba muchas piezas sin encajar. Primero que nada: ¿qué coño hacía en mi cochino liceo?

—Vero —repetí.

La garganta apretada, la boca seca, la cabeza doliendo, todo el entorno dando vueltas y los ojos tan nublados que no distinguía nada más allá de las voces de mi mente. Sentía que se me estaba a bajando la tensión, agradecí estar sentada y tener un espaldar protegiéndome del qué apoyarme.

Pero estaba experimentando otra caída, una de la que ningún respaldo podría librarme: el derrumbe de las mentiras de Frey, que habían sido tantas, y cada una de tal magnitud, que arrasaron conmigo.

Veronika me puso el envase con el alcohol en la mano y no dudé en beberlo todo, hasta la última corrosiva gota, de un trago.

Axer era hermano de Veronika, eso ya no lo dudaba, pero, ¿por qué mentía? ¿Por qué mentían? Porque Axer no era el único que ocultaba cosas, en aquel engaño estaba él, su padre y Vero. Y tal vez había más.

Definitivamente habría mucho más.

Estaba abrumada, y no porque sintiera nada de aquello personal, lo veía como algo más grande, de mayor escala y desligado de mi mundana existencia adolescente. Mi problema era que no procesaba con la rapidez con la que todo estaba ocurriendo.

Mi problema es que no había sido lo suficientemente astuta para unir las piezas.

Había estado jugando con Axer, creyendo que podía ser la reina de un tablero que era suyo, ignorando que en la ecuación existían más que piezas, y que había manos manejando cada una de estas: los Frey.

Escuché los vítores y los aplausos a mi alrededor y me obligué a reaccionar, necesitaba poder ver, retener y asimilar luego.

Axer salía de una de las puertas a los costados del auditorio y se posicionaba en el centro, de frente al público. No dijo ni una palabra, pero era él, no tenía duda.

Su cuerpo estaba cubierto por una bata de laboratorio, sus ojos protegidos por sus lentes cuadrados.

Un grupo de personas llevaron tres camillas rodando hasta él, y las dejaron ahí.

Una de las camillas estaba llena de utensilios quirúrgicos, otra era una especie de simulación de paciente abierto —al menos esperaba que fuese simulado— y la otra tenía un cronometro, una carpeta y varios monitores encima.

—El señor Axer Frey está a punto de realizar una operación en vivo —explicó la mujer de antes desde un rincón, mientras otro grupo de asistentes corría a ponerle a Axer su tapabocas, los guantes y el gorro—. Tiene exactamente tres minuto para leer el expediente del caso, diagnosticar el problema y evitarlo antes de que el paciente se nos muera.

»A partir de que toque el expediente el tiempo comenzará a correr.

Axer tocó la carpeta y la hojeó a una velocidad que me dejó mareada. El monitor de una de las camillas debía tener alguna especie de cámara, puesto que una imagen ampliada de todo el plano de las manos de Axer se reflejaba en una enorme pantalla arriba del escenario. Imagino que los evaluadores estarían viendo algo parecido en sus tablets.

Axer se veía tan sereno que imaginé que esos grandes audífonos que llevaba puestos emitían la más lenta y armoniosa de las sonatas sinfónicas.

Uno de los monitores marcaba los valores del paciente, y hasta que no se normalizara, no se daría por acabada la operación. El reloj corría a un paso que me tenía sin respiración, como si una mano apretara mi garganta y otra me retorciera el estómago.

Ahora entiendo que, a pesar de cualquier engaño, y sea cual fuese la explicación que tuviera Axer para este, lo último que quería era verlo fracasar.

En la pantalla se mostró la imagen de cómo Axer tomaba el bisturí y seccionaba la carne del paciente desde el esternón, dejando un canal rojo y profundo a su paso.

Cuando lo vi hacer eso, tuve el impulso de levantarme a gritar de orgullo. Sí era doctor, sus manos se movían como las de un cirujano, usando un aparato de succión para limpiar el exceso de sangre, abriendo aquí, cortando allá y...

Levantó la mano con una pinza en alto que apresaba un pequeño de vidrio, lo hizo cuando quedaba todavía medio minuto. Ese fragmento entre los dientes de la pinza debió haber sido el problema del paciente, porque los valores del monitor se normalizaron y los jueces comenzaron a aplaudir.

Moría por levantarme a gritar y celebrar como en un jodido concierto.

El hombre de mi vida acababa de salvar un paciente en una operación pública y evaluada por expertos, en menos de tres minutos.

En tres minutos yo no resuelvo ni el dilema de qué quiero desayunar.

No. Me. Jo. Dan.

Axer Puto Prodigio Frey.

Pero no acabó ahí, porque él alejó las manos del paciente y se echó hacia atrás en una caminata con tal estilo, que solo podía igualarse a la comodidad de un artista frente a su público.

Se quitó los guantes ensangrentados y los arrojó a las camillas como si se tratara de una pelota de baloncesto.

Sonreía, su seguridad era desbordante. Actuaba como si no necesitara evaluación. Él sabía que era bueno, que era capaz, estaba disfrutando su momento como si fuesen los demás quienes tuviesen que esforzarse por ser aprobados por él.

Su arrogancia no tenía límites, y eso solo empeoraba lo mucho que ese hombre me enfermaba la mente.

Por detrás de él, otro grupo de asistentes apareció en el escenario arrastrando un tanque de cristal lleno de más o menos medio metro de agua. Me removí en mi asiento para fijarme mejor puesto que a primera instancia pensé que lo había imaginado.

—¿Qué va a hacer ahora?

Me llevé las manos a la boca, horrorizada, pero no pude apartar la vista. No quería ver, pero menos quería perderme el espectáculo.

Axer se quitó la bata y la entregó a uno de sus ayudantes. Cuando vi que desabrochaba su correa, y que alzaba los brazos para quitarse la camisa... No podía creer lo que estaba viendo.

Axer quedó semidesnudo delante de todos, solo con sus audífonos y un bóxer negro. Todo lo demás estaba al alcance de mi codiciosa vista... Sus brazos, fuertes y tallados como por demonios artistas; sus piernas expuestas, las mismas sobre las que me había sentado y había hecho otras cosas que no debía estar rememorando.

Pero no podía.

Axer tenía un físico que debería ilegalizarse por su poder de atracción, por lo mucho que influía en la toma de decisiones, porque no se podía superar. Era como una droga, adictiva y manipuladora.

Es que cada retazo de su piel me ponía muy mal, me tenía imaginando cosas y... Mierda.

Me estaba calentando hasta las orejas, una estúpida reacción de mi cuerpo a un acto académico.

Y no sé qué me delató, tal vez estaba babeando, tal vez mi manera errática de respirar, pero Veronika supo leer mi excitación, y se aprovechó de ella.

Su mano se posó sobre mi pierna, haciendo contacto con aquella zona de piel que la falda no cubría.

Contuve la respiración, y casi pierdo el equilibrio y la noción de mi identidad cuando sus uñas comenzaron a acariciar mi piel de arriba hacia abajo en un roce leve pero delicioso.

No quería voltear a verla, no cuando estaba segura de que mi cara me iba a delatar. Ella sabía que estaba fantaseando con su hermano, y aún así se aprovechó de ello con tal de ser ella quien me estimulara.

Abrí la boca, pero creo que mis palabras se habían ido junto a mi saliva, así que la volví a cerrar.

Su mano y sus dedos subieron más, por debajo de mi falda, cada vez más hacia la cara interior del muslo. Supe que era momento de parar cuando sentí que mi cuerpo me traicionaba, cuando fui consciente de que me estaba mojando como nunca.

Pero, en lugar de decir no, que habría bastado sin dar explicaciones y me habría dejado en mejor posición, escogí la patética opción de balbucear:

—Tengo novio.

Su mano se detuvo, su rostro se perturbó de sorpresa. No sé por qué, pero sentí que lo que la incordiaba no era saber que tenía novio, sino ella no estuviese enterada.

—¿Quién es? —interrogó.

—Eso no es tu problema.

—Eso da igual, no es él —musitó, metiendo su mano más al interior de mi falda, rozando con sus uñas mi clítoris por encima de la panti.

Agradecí que las luces estuvieran tan bajas y que los demás estuvieran tan concentrados en el discurso de la señora en el escenario.

—Da igual quién sea tu novio si el que quieres que te coja es otro. Ya lo descubrirás, Sinaí. Un Frey solo se supera con otro Frey.

Mi humedad a ese punto dejaría huella en el cojín del asiento.

—¿Y qué piensas hacer? —espeté con la respiración entrecortada—. ¿Regalarme un orgasmo aquí? ¿Delante de todos?

—No. —Su mano se detuvo, y ella volvió enderezarse en su asiento, como si solo hubiese estado inclinada sobre mí para contarme un secreto—. Voy a regalarte esta frustración, hasta que admitas que me necesitas para resolverla.

En efecto, mi necesidad explotó al no tener su mano sobre mi piel ni sus uñas sobre mi panti, lo hacía todo doloroso y frustrante, pero yo no iba a admitir eso ni aunque estuviese loca.

Volví a fijarme en el espectáculo de Axer a tiempo para ver cómo lo encadenaban a la silla dentro del tanque. El agua le cubría la mitad de las piernas ya. Solo una de sus manos dejaron libre, esa en la que sostenía una especie de lápiz, y a esta acercaron una mesa culla superficie era una pantalla táctil.

Lo encerraron dentro, dejándolo solo, y de nuevo volvió a escucharse la voz de la narradora del evento.

Lo que me preocupaba es que el agua no se detenía, seguía subiendo, escalando por las extremidades de Axer, cubriéndolo poco a poco, pero de manera perceptible y con continuidad.

Si lo ahogaban ahí yo misma iría a matarlos a todos, aunque él estuviese metido en eso por voluntad propia.

—Es necesario hacer énfasis en el riesgo de esta prueba. El señor Axer Frey dio su declaración legal y notariada con respecto a su voluntad, él mismo ideó este método de evaluación para demostrar que ninguna circunstancia, ni la proximidad de la muerte, de el tiempo, ni la presión, de el estrés, puede afectar el ritmo en que su cerebro responde a las emergencias.

»Por medio de aquellos audífonos, a nuestro aspirante se le narrará un problema médico, descubriendo ciertos síntomas. Él debe escribir en su pantalla el diagnóstico y la solución que crea correcta, ya sea un procedimiento quirúrgico, anotando paso por paso, o algún medicamento.

El agua ya cubría a Axer hasta la cintura, estaba sumergido por completo de ahí hacia abajo. Apreté los reposabrazos con terror vívido y latente ansiedad, hasta la calentura se me había esfumado.

—Así mismo —continúo la narradora—, se le improvisará alguna complicación, y él debe escribir una solución a esta que no provoque la muerte del paciente. Si falla, se reiniciará la prueba con otro problema médico, pero para entonces el agua ya podría haberlo tapado por completo y no tendría tiempo para respirar. Provocaría su muerte.

»Cabe aclarar que el señor Axer Frey ha firmado una petición de no reanimación autorizada por su padre. Se prefirió así a pesar de que el aspirante es mayor de edad, para evitar conflictos políticos y legales con el presidente de Frey's empire.

El agua le llegaba hasta los putos hombros. ¡¿Qué más pretendía hablar esa maldita perra?! ¡Tenían que narrar el problema de una vez! ¡Lo estaban matando con cada segundo de retraso!

Pero él se veía tan tranquilo, con una sonrisa ladina en su rostro enfocado por las cámaras, y en el verde de su mirada brillando una satisfacción que no podía ser humana. ¿Qué ser perecedero podía estar así, tan imperturbable, estando al borde de una de las muertes más agónicas posibles?

«Si mueres te mato, maldito».

—Vero —susurré con la voz quebrada.

La mano de ella se posó sobre mi puño en un intento por reconfortarme.

—Ssshhh. Confía en él.

¿Pero cómo podía hacerlo cuando me había ocultado tantas cosas? ¿Cómo podía estar segura cuando la apuesta era su vida?

La mano libre de Axer se comenzó a mover a una velocidad apremiante, reaccionando al estímulo de la voz en los auriculares que todos escuchábamos a través de los altavoces.

Sus respuestas aparecían transcritas en la pantalla frente a nosotros, nombrando medicamentos y sus dosis, instrumentos quirúrgicos, métodos de reanimación y otras cosas que no entendía, pero que me hacían sentir en una especie de episodio de The good doctor en vivo.

Se suponía que, de fallar, una alarma sonaría y la pantalla se encendería en rojo intenso. Cada nueva palabra escrita por él sin que accionara la alarma, era como una bocanada de oxígeno a mis atribulados pulmones, pero el agua cubriendo ya sus labios y escalando hacia su nariz, era como una maldita patada que volvía a robarme todo el aliento.

Sentí que me estaban operando a mí, porque aunque el procedimiento fuera una simulación, si Axer fallaba, yo moriría.

Pero entonces, la pantalla brilló en verde y el agua dejó de subir, justo cuando rozaba las pestañas inferiores de Axer, y yo me levanté junto a un río de gente a aplaudir y gritar como si mi ídolo estuviese cantando a todo pulmón en su último concierto.

Drenaron el agua del tanque y desencadenaron a Axer. Los asistentes le consiguieron una manta para que se secara, pero no tendría oportunidad de vestirse ya que un montón de personas influyentes, incluidos los jueces, se acercaban a felicitarlo, entrechando su mano y tomándose fotos con él.

No sé en qué momento empecé a llorar, pero estaba tan feliz, tan aliviada, que las lágrimas corrían lejos de mis ojos sin rumbo claro. Y no dejaba de aplaudir, ni siquiera pensaba en volver a sentarme. Él se merecía la ovación, y todo el auditorio se la concedió con júbilo.

Veronika y yo nos movimos lejos de los asientos, hacia el pasillo, para esperar a que Axer se alejara un poco de toda la gente importante y poder darle un felicitación más informal, de amigos y familiares.

Pero él no se movía, y las personas parecían no terminarse nunca. Hasta que llegó el grupo de sus compañeros de universidad, los demás prodigios, y me di cuenta de lo hermosa que eran todas las mujeres que lo habían estado rodeando a lo largo de sus estudios.

Todo explotó cuando una de ellas cruzó la línea de la formalidad, introduciendo la mano en la manta para rodear el torso de Axer en un abrazo medio, haciéndolo sonreír para una foto en su celular.

No debió haberme importado, lo sé.

Primero, yo tenía novio. Segundo, ese novio no era Axer. Y tercero, era demasiado misógino de mi parte odiar a una mujer a la que no conocía solo porque estuviese tocando un hombre que, además, no tenía ningún compromiso conmigo.

Pero a mí los celos me cegaban, incluso cuando no estaban justificados.

Me di cuenta de que Axer a ella no la tocaba. También me fijé en cómo se deshizo del abrazo con disimulo, o al menos así me pareció, porque fue muy educado, así que me tenía confusa.

Pero lo que sí fue evidente, era que mientras ella le hablaba sonriendo, con los ojos casi chispeando de idolatría, él no la veía. O sí, pero no a los ojos. Ella no era el centro de su atención, él seguía socializando con el resto que se acercaba a saludarlo.

Y no fui la única que lo notó, porque otras chicas se acercaron a intentar acaparar su atención.

Quería matarlas a todas, y no porque estuvieran haciendo nada mal, sino porque sacaban lo peor de mí, esa parte que no dejaba de compararse y menospreciarse.

Seguro eran buenas chicas. Seguro ni estaban interesadas en él.

Pero a mí me valía mierda.

Así que tomé una decisión, y de ella dependería todo.

Si yo era invisible e insignificante para él, si el mundo que él prefería era ese y yo no encajaba, si era demasiado para mí, pues que se quedara con el resto y me dejara en paz. Renunciaría a Axer para siempre, eso me juré.

Pero le daría una oportunidad, una última oportunidad de probarme a mí, y a él mismo, si era por mí por quién esperaba, si era yo la que estaba en su cabeza mientras fingía prestar atención a las demás.

Así que mandé a Veronika al carajo y a toda razón, y desfilé decidida hacia el escenario, sabiendo que se fracasaba estaría viviendo una vergüenza tan estratosférica, que no la superaría en la vida.

Pero me arriesgué, tenía que vivir ese riesgo, pisar el miedo con mis botines y desfilar con la frente en alto como si no asimilara otra opción que una victoria.

—Señoritas —saludé con una sonrisa al llegar a la altura de Axer.

Todas me vieron con extrañeza, pero me abrieron paso sin preguntar.

Solo faltaban un par de pasos, un par más para toda la verdad.

Pero no tuve que darlos yo.

Axer me alcanzó, y abrió sus brazos al tenerme cerca, reclamando mi cuerpo, envolviéndome con la manta.

Nos vimos a los ojos, negro y blanco enfrentados a una jugada con solo dos variables: mate, o tablas. Y sonrió, como si no hubiese esperado a otra persona en el mundo más que a mí.

Cuando sus dedos hicieron contacto con mi barbilla, acariciándola con gentileza, sentí que mis piernas me fallarían, que no podría sostenerme más.

—Frey —saludé en un hilo de voz.

—Te extrañé, Schrödinger.

●●●●

¡¿Y AHORA QUÉ COÑO VA A PASAR?!

CUENTENME TODAS SUS REACCIONES Y SUS TEORÍAS, CORRAAAAAN, NO SE GUARDEN NADAAAA

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