Morir Mintiendo © Libros I y...

By xantoniaguzman

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🏆 FINALISTA DE LOS PREMIOS WATTY 2021 Entre el amor y la venganza, ¿cuál destruye más? Los padres de Violeta... More

Hasta que la muerte nos separe
Primera Parte
Espígrafe
1. ¿La gente cambia?
2. La Residencia
3. Las cosas cambian. Las personas... no tanto
4. Las Furias
5. Quema
6. Salvación
7. Maldito sea el destino
8. Otra vez sola
9. Expuesta
10. Error tras error
11. Un viaje al pasado
12. Memorias de un engaño
13. Fase 1
14. Conexión y quiebre
15. Cambio de planes
16. De lo que pudo haber sido y no fue
17. El descenso al infierno es fácil
18. Morir mintiendo
Segunda Parte
19. La vida según Dominik Benedict
20. Años de recesión
21. Vivir en la penumbra
22. Las consecuencias de mi odio
23. Palabras para el dolor
24. Anestesia
25. Visitas inesperadas
26. Deseo, parte I
26. Deseo, parte II
27. Sanar las heridas
28. Vuelven a brillar las estrellas
29. El amor más grande y roto
30. Las lágrimas que lloramos
31. El vínculo que no tuvimos
32. Con el paso del tiempo
33. Elegir ser feliz
Tercera Parte
35. Algo nuevo
36. La cena
37. Nueva York
38. Washington
39. Los Ángeles
40. Libre
41. Inquebrantable
42. Vuelve el invierno
43. Un agujero en el pecho
44. Vivir a medias
45. Medio corazón
46. Aprender a decir adiós
47. Flores entre la nieve
48. Nuestro "para siempre"
49 (final). Un amor que nunca se olvida
Epílogo.- Vivir amando
Los Wattys
Galería

34. La estrella más grande

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By xantoniaguzman

Al llegar de la playa Violeta tiró las llaves sobre el sillón de la entrada sin preocuparse demasiado por dónde caían, y sin despegarse de los labios él. Cada toque, cada uno de sus roces, incluso cuando sus pieles apenas sí se tocaban... se sentía como una sacudida a sus mundos. Sus besos eran febriles, cargados de deseo reprimido y sentimientos encontrados.

Casi sin saber cómo el suéter que llevaba la muchacha terminó por desprenderse de su cuerpo, dejando sus brazos y hombros al descubierto. Dominik la contempló con un deseo que se apoderaba de él con más fuerza, incitándolo a moverse, a actuar. Y era tan fuerte, tan devastador, que incluso sabiendo que no podía a punto estuvo de ceder y arrancarleel resto de la ropa de un tirón. No estaba seguro de si debía ceder.

—Te deseo tanto que me duele —musitó contra su boca, casi en un suspiro.

—Entonces tómame y acaba con el sufrimiento.

No hizo falta que se lo dijera dos veces.

Así el vestido se deslizó por su cuerpo y cayó también al suelo, y la camiseta de Dominik quedó en alguna parte entre la entrada y el pasillo. Sin dejar de besarse en ningún momento llegaron a la habitación principal, y él recorrió las curvas de su cuerpo con las manos, tiroteando de su traje de baño hasta que éste también desapareció.

Empujó a la chica a la cama y la contempló con el corazón acelerado y la respiración entrecortada. Su cabello alborotado por el agua salada y el viento; el rubor en sus mejillas, el brillo en sus ojos, cada una de sus curvas... Dominik estaba perdidamente enamorado de esas curvas. Todo ese día; la playa, las bromas, el agua, los besos y ahora, eso... era demasiado. Era, definitivamente, más de lo que se había atrevido a soñar cuando creyó que la había perdido para siempre, pero ellos estaban hechos para estar juntos y, de algún modo, siempre lo habían sabido. Ella entre sus brazos se sentía tan bien, como si todo encajara en el mundo.

Violeta suspiró sin siquiera imaginarse todo lo que pasaba por la cabeza del muchacho; sólo veía su propio reflejo en sus ojos nublados, y pensó que a pesar de todo lo que había sucedido... estaba donde tenía que estar.

Lo atrajo más hacia sí; no quería que hubiese ningún espacio entre sus cuerpos, así que enredó las piernas en el torso de Dominik y apretó con fuerza, mareándose al sentir la presión de él entre sus piernas. Y cada vez que se movía el roce aumentaba. Lo hacía a propósito, estaba segura.

El placer y el deseo se revolvían en su interior con tanta furia e intensidad que le era imposible estar satisfecha: siempre querría más de él, más de Dominik, incluso cuando ambos estuvieron piel con piel ya sin ropa de por medio y con las sábanas hechas un desastre entre la cama y el suelo. El sentimiento crecía, y terminó por golpearla como una bola de demolición cuando sintió sus dedos dentro de ella.

Gimió sin contenerse, y con los ojos cerrados alcanzó a ver lo que a él le provocó. Una ola de calor lo recorrió.

Dominik se separó apenas, jadeando, y trazó un camino de húmedos besos desde su mandíbula hasta su cuello. Lo sentía en la curva de su hombro, en la clavícula, en el centro de su pecho para que su lengua finalmente terminara jugueteando con uno de sus pezones como si fuera su dueño, mordiéndolo de apoco y sujetándolo con cuidado entre los dientes.

Sus dedos seguían explorando su interior, despacio al principio, hasta que no pudo aguantarlo y fue ella misma quien se apretó contra su mano, ya rendida, mojada y llena de placer.

—Dominik —susurró. No tuvo que decir nada más.

Sus bocas se juntaron otra vez, los dedos salieron de su cuerpo y, tan rápido que un grito ahogado salió de su boca, él estuvo en ella. No sólo en su cuerpo, sino también en su alma.

La embistió una, y otra, y muchas veces, entre jadeos y suspiros.

Al final fue como una explosión de colores en su cabeza, una colisión que con una fuerza abrumadora arrasó con ellos y llenó sus cuerpos de electricidad. Y él siguió, con las emociones a flor de piel, hasta que el estallido fue con más colores, con más fuerza y con más energía.

Violeta

Al día siguiente, cuando abrí los ojos, me sentí desconcertada al no reconocer el lugar en donde estaba. Tenía la vista borrosa por el sueño, y la poca luz en la habitación no me ayudaba en lo absoluto.

Me incorporé despacio, restregándome la cara con las manos, sin embargo, lo que más me sirvió para reconocer dónde estaba no fue la vista, sino el leve soplo de frío que me llegó por la espalda cuando la sábana se deslizó por mi piel desnuda.

Era la habitación de Dominik. Y yo no había despertado aquí, de esta manera... vaya, había pasado tiempo. Sonreí con pereza, frotándome los brazos y buscando con la vista algo que ponerme, sin encontrar nada. Iba a levantarme cuando mis ojos cayeron en él, que dormía sin inmutarse a mi lado, con una media sonrisa que llevaba pintada en la cara desde la noche anterior. Permanecí contemplándolo un segundo en que el frío pasó a un segundo plano. Observé las líneas firmes y bien definidas de su rostro, como la curva de su nariz o el hueso de la mandíbula. Me gustaba verlo de ese modo, entregado con tal abandono que nada lo perturbaba. No había dientes apretados, ni ceños fruncidos, ni siquiera sonrisas: era él en su estado más puro.

Cuidando de no despertarlo estiré las sábanas negras un poco más arriba, para cubrirle los hombros, y salí despacio de la cama, aunque supuse que con el sueño pesado que tenía no era necesario, y abrí uno de los cajones de su armario (que ya me sabía de memoria) y saqué una camiseta gris de algodón grueso. Era lo suficientemente grande como para quedarme de vestido y tener que enrollar las mangas.

Me metí en el baño no mucho después, sintiéndome más despierta que nunca... y no tenía nada que ver con el café. Prendí la regadera y me quité la ropa (la camiseta, en realidad, porque era lo único que traía) frente al espejo. Examiné mi cuerpo con detenimiento, deteniéndome en las pequeñas marcas que me habían quedado en el cuello y algunas en el pecho. No hice nada por borrarlas: no me avergonzaba y casi podía decir que me gustaba que estuviesen ahí, ya que lo hacían todo más real.

No fue un sueño, nada de lo que pasó.

Me costó creerlo, sin embargo, una vez que salí del baño con mi propia ropa puesta y con el cabello estilando, Dominik me esperaba en la cocina con más café preparado.

—Despertaste —murmuré sonriendo—. Al fin.

—No dormí tanto —se defendió acercándose a mi. Antes de darle tiempo de hacerlo corté la distancia entre nosotros, me puse de puntillas y junté nuestras bocas. Pretendía que fuera un beso corto, juguetón, pero se me había olvidado el poder que él tiene sobre mi que hizo que casi me derrita contra sus labios. Sentí a Dominik sonreír—. Tenía buenos motivos para despertarme.

Y me devolvió el beso con mayor profundidad, abrazándome con tanta fuerza que por un minuto pensé que tenía miedo de que me escurriera entre sus brazos. Mi corazón dio un vuelco y también una voltereta dentro de mi pecho. Sentí que se separó de mi demasiado pronto, pero supuse que estaba bien, y que era mejor tomarnos las cosas con calma.

Desayunamos entre risas y bromas, y eso fue un alivio, porque por un momento llegué a pensar que sería extraño estar con él así como así, considerando lo que habíamos hecho, pero nada había cambiado. Me di cuenta, mientras lo observaba leer el diario y llevarse la taza de café a la boca, que eso que nos unía siempre estará ahí sin importar qué fuéramos el uno para el otro, porque siempre seríamos Dominik y Violeta.

Por la tarde vimos una película, aunque me dormí durante la mayoría de esta, demasiado cansada de mis propias emociones para mantener los ojos abiertos. Me abandoné sobre la cama sin pensar que debí haber puesto una alarma, pero por suerte Dominik me despertó a eso de las cinco para ir al trabajo. Una hora antes de tener que estar ahí. Bien, pues me llevaría un buen rato quitarme el sueño de encima, aunque, en definitiva, él era la mejor forma de despertarse.

La jornada pasó demasiado rápido, tanto que ni la sentí. El bar estaba lleno a reventar, y Tim me dijo que había sido lo mismo el día anterior. Me alegró ver la sonrisa de suficiencia cuando dijo que él se había podido encargar muy bien de todo mientras que Adrien cubría mi puesto. Y también me gustaba ver cómo sacaba a relucir cada vez más su personalidad tan encantadora con las demás personas, dejando de lado la timidez.

Cuando volví, muchas horas después, vi las luces prendidas apenas abrí la puerta del apartamento. Sonreí: Dominik me estaba esperando. Dejé mi bolso, mi chaqueta y las llaves sobre el sillón y seguí las luces hasta su habitación, en donde lo encontré sumamente concentrado, estudiando algo en el computador.

—Hola —saludé como si nada, después de un momento.

Él me miró como si jamás me hubiera visto. Esbozó una gran sonrisa y dejó todo de lado para venir junto a mi y saludarme como correspondía.

Cuando me besó traté de no pensar demasiado en qué significaba todo lo que había pasado entre nosotros, en si ya estábamos juntos oficialmente y en cómo se darían las cosas de ahora en adelante.

Me dejé llevar y dejé que mis instintos y mis ganas de él se apoderasen de mis sentidos, de mi cuerpo y de mi cabeza. Toda su esencia me inundaba en un frenesí. Quería más de él. Y eso era algo que quizás jamás entendería, porque mientras más lo tenía, más lo necesitaba. Así que lo seguí hasta cama, o él me siguió a mi, no estaba muy segura.

Mis terminaciones nerviosas explotaban con cada uno de sus roces: sus manos en mi cintura y subiendo por mi espalda, sus dientes mordiendo mi labio y luego su lengua bajando por mi cuello hasta mi pecho. Yo sabía lo que venía después... y eso no era tomarse las cosas con calma. De pronto me asusté. No de él, eso jamás, sino de mi misma. ¿Estábamos haciendo lo correcto, o era que no estábamos pensando? En cualquier otra circunstancia, con otra persona... me daría lo mismo. ¿Qué importaría si no pensábamos? Disfrutaba de lo que hacíamos, me encantaba estar con él, y era lo que yo quería, pero me era imposible no recordar las veces anteriores en que habíamos sido así, impulsivos y precipitados, en que nos habíamos dejado llevar por lo que queríamos sin pensarlo antes.

Cuando no pensamos todo se fue a la mierda demasiado rápido, y más que cualquier otra cosa me daba miedo que eso volviese a suceder.

Ahora quería hacerlo bien.

—Yo... Dominik, creo que vamos demasiado rápido —susurré contra su boca antes de perder el valor, y antes de que él fuera a sacarme la camiseta, porque sino ya no lo diría nunca—. Quiero esto —me apresuré a aclarar cuando él se separó de mi—, pero de verdad que no soportaría arruinarlo esta vez... Cada vez que hemos estado juntos ha sido apresurado e irracional. Fue puro deseo y terminó mal...

—No fue puro deseo —masculló Dom.

Sonreí apenas, acerándome una vez más y poniendo ambas manos sobre sus hombros para obligarlo a que verme.

—No me refiero a eso. Pero no puedes negar que ni siquiera pensamos en lo que estábamos haciendo, y no... No quiero que esto termine de la misma manera y que... —él me detuvo cuando comencé a perder la calma.

—Violeta... está bien, tienes razón —suspiró. Pensé que no diría más, sin embargo, acto seguido me miró directo a los ojos y con total decisión—. Haremos esto como tú quieras, yo estoy dispuesto a todo con tal de que estés conmigo. Puedo esperarte lo que haga falta, hasta que estés lista.

Sentí que mis ojos empezaban a lagrimear de la emoción, y lo abracé con fuerza sin darle tiempo a que lo notase. Contra su cuello aspiré su aroma y dije con toda sinceridad:

—Es que no te quiero perder.

—No puedes perderme, linda. Soy tuyo.

Decidimos que lo mejor sería que yo siguiera durmiendo en mi habitación... de momento, pero lo que menos hice fue dormir, y a los pocos días nos dimos cuenta de que eso no iba a funcionar, porque con solo una delgada pared de por medio era demasiado fácil olvidarse de la resolución de ir lento, y por el contrario era demasiado fácil empezar a besarse y terminar enrollados sin ropa una vez más, pues una vez que empezaba ya no podía separarme de él. Aunque Dominik lo intentaba, sé que le era difícil también, por lo que la semana siguiente decidí volver a mi apartamento. De todos modos, ya es hora de que arregle ese asunto. No lo puedo seguir ignorándolo, e iba a ser tarde o temprano, le dije, y era cien por ciento cierto.

Si bien parecía como una buena idea al principio, se tornó más difícil con cada día que pasaba. Seguía viendo a Dominik, por supuesto. De hecho, casi todos los días era él quien me llevaba al trabajo, porque quedaba más lejos ir desde mi casa que de la suya.

Deberías aprender a manejar, me decía constantemente, a lo que yo rodaba los ojos.

Algún día... quizás.

—Si te molesta tanto entonces puedo caminar...

—Sí, seguro —decía él y ahí acababa siempre la discusión, con una sonrisa y una mueca burlona.

A veces él se quedaba conmigo en el trabajo durante todo el turno, sentado en la barra con la computadora o con un libro, y otras veces simplemente me dejaba y se despedía de mi con un beso en los labios. Traté de obviar las sonrisitas que Adrien nos dedicaba, aunque le agradecí que nunca sacara a flote la última conversación "profunda" que habíamos mantenido en la que le dije que Dominik y yo solo éramos amigos. Ahora incluso a mi me daban ganas de responderle "sí, seguro" a la Violeta del pasado.

Sin embargo, a pesar de que lo estaba pasando bien, era feliz y estaba en paz con mi decisión de ir lento... me daba cuenta de que cuando llegaba a casa de madrugada no tenía que preguntarme si estarían o no prendidas las luces, porque sabía que no sería así, pues no había nadie que me esperara despierto para saber cómo me fue o prepararme algo de comer a las tres de la mañana.

Eso sí, mi departamento jamás se había visto tan limpio y reluciente. Estuve unos tres días asegurándome de eso, los primeros tres días, enfrascada totalmente en ponerlo todo en orden como si esos metros cuadrados reflejasen cada aspecto de mi vida. Y en esos días estuve tan ocupada que poco tiempo tuve para pensar en otra cosa, no obstante, cuando ya no hubo "nada" que hacer porque ya no había cosas fuera de lugar ni polvo que sacudir... comencé a extrañar las risas, las bromas tontas sobre que babeo por las noches, o despertarme con el aroma del café por las mañanas, o acabarme toda el agua caliente y que Dominik tuviese que esperar una hora para poder entrar en la ducha.

Lo extrañaba todo de él. No se lo había dicho, pero moría por hacerlo.

Pasaron los días y el invierno oficialmente dio comienzo. El frío era tal que tenía que ponerme capa tras capa de ropa para poder mantener el calor de mi cuerpo. Y la lluvia era todavía peor. Un día empezó a caer y ya no paró. Eso fue el martes, más o menos, y ya era sábado.

Aunque por lo general en invierno trataba de no mirar mucho por la ventana, en esa oportunidad lo hice. Me acerqué al cristal y corrí las cortinas. Tenía tanto frío que me faltaba poco para tiritar, y el único punto de calor provenía de la taza de té que tenía bien apretada entre las manos, tratando de que mis dedos entumecidos dejasen de doler.

Esa noche la lluvia era, quizás, peor que todo el resto de la semana. Con el ceño fruncido me acerqué varias en ocasiones a la ventana durante la tarde, aunque estaba tan oscuro que parecían ya las diez de la noche. Examinaba el cielo una y otra y otra vez, mirando de un lado a otro sin saber del todo qué demonios buscaba. Buscaba algo, de eso estaba segura, aunque lo único que veía eran nubes negras.

Con frustración me di cuenta de lo que era: no había ninguna estrella en el cielo.

—Maldición —dije entre dientes, acercándome más a la ventana como si cambiando de ángulo pudiera hacer que se abrieran las nubes.

Algo dentro de mi hizo clic. Llevaban siendo ya muchas noches sin estrellas: desde mitades de otoño que ya casi no aparecían, pero Dominik se había encargado de que pudiera verlas cada vez que quisiera.

Me había traído las estrellas, pero... él era la estrella más grande.

Había vivido toda mi vida con miedo. Distintos miedos a distintas cosas, pero miedo, al fin y al cabo: miedo a la muerte, a las Furias, a quedarme sola. Miedo a mostrarme tal como soy, a ser vulnerable y que me lo devuelvan con una puñalada por la espalda... o en el estómago, para hacer más precisa la analogía, pensé con sarcasmo. Miedo a darme cuenta de que los rostros, las voces y los recuerdos de mis padres se me estaban escapando, porque era tan pequeña que de no ser por las fotos me costaría visualizarlos. Miedo a lo que hacía el dolor con las personas, como Scott, que había sucumbido a él y había acabado muerto. Miedo a lo que hacían las personas —porque el mal existe—, cómo cambiaban a otras y luego las destruían, como le pasó a Hayden... Miedo a ser lastimada por quienes más quería, o a lastimarlos yo misma, como a Ethan, porque me enamoré de él sin pensar en las consecuencias, sin querer darme cuenta de que solo el hecho de ser nosotros estaba condenando nuestra relación al fracaso, porque no podía ser... y miedo a perder lo que más importaba en este mundo, como Dominik, y estar condenándonos de la misma manera, no por ser quienes somos sino por las cosas que cargamos.

Tenía miedo de que se acabe y dejemos de estar unidos como lo habíamos estado siempre.

Hacía varios meses había pensado que Ethan era el amor de mi vida. Lo había amado con tanta intensidad que cuando acabó pensé que jamás lo superaría, y aquí estaba, medio año después, preguntándome si quizás me había equivocado al pensar que él había sido el indicado. Pero si no lo era, si era Dominik, ¿hacía eso que mis sentimientos hayan sido menos reales, menos profundos?

Comprendí entonces que había muchos "indicados", que no era solo uno ese gran y épico amor, sino que eran varios que llegaban a tu vida y arrasaban con todo. Yo estaba dispuesta a aceptarlo de ese modo.

Ethan y Dominik habían sido para mi lo que difícilmente otro podría haber sido, lo sabía, pero con Dominik tenía algo que con Ethan jamás tendría: un hilo que nos conectaba desde el día en que nos conocimos hace muchos años, en las calles bajo la lluvia, y que nos unió desde entonces a través de nuestros más oscuros momentos. Habíamos pasado por tanto que tenía esa clase de amor que me haría dar mi vida por él sin dudarlo ni un segundo y sabía que él sentía lo mismo. Los hilos eran demasiado fuertes: habían estado allí mucho tiempo. Incluso cuando creí que se habían cortado; jamás lo hicieron.

En ese instante, dos realizaciones me golpearon con tal fuerza que se me fue el equilibrio y me dejé caer sobre la cama: no iba a perderlo. Y no iba a vivir más con miedo.

Revolví todo mi bolso y poco me faltó para dar vuelta el cajón de la mesa de entrada buscando las llaves. No quería esperar más, así que seguí el impulso que crecía dentro de mi y salí de mi casa y del edificio sin siquiera tomar una chaqueta. Fuera la lluvia torrencial me empapó en menos de un instante, y yo corrí y corrí con todas mis fuerzas sin detenerme más que en las luces rojas de los semáforos. Corrí con un anhelo y una energía que sólo él podía darme. Cuando llegué a su edificio el portero, que ya de sobra me conocía, me dejó entrar. Me dedicó una sonrisa cómplice que yo respondí mientras me subía al elevador y presionaba el botón que me llevaría más cerca de Dominik. Fue como si una eternidad nos separara, pero yo golpeteaba el suelo con ansiedad mientras que las gotas de lluvia resbalaban por mi cuerpo. No bien la puerta se hubo abierto y eché a correr nuevamente. Apenas estuve frente a su puerta toqué con ímpetu, con ganas, y se abrió no mucho después. Pude ver la mezcla de emociones en su cara al verme.

—Violeta, ¿estás...? —pero yo no le dejé decir nada más, porque me lancé a sus brazos buscando su contacto, y él me recibió como si hubiese estado esperándome toda la vida. Lo abracé, me abrazó, y en ese abrazo sólo importábamos nosotros—. ¿Qué pasa, Violeta? ¿Está todo bien?

Yo me separé solo lo suficiente para que pudiera verlo y él a mi. Me enterneció su preocupación. Sonreí casi con timidez.

—Es que allá no podía ver las estrellas —respondí, y pude ver la sonrisa en sus ojos al entender mis palabras. Entonces lo besé sin esperar nada, porque ya había esperado mucho. Él me respondió y me estrechó con más fuerza contra su pecho, como si quisiera fundir nuestras almas en una.

—Violeta yo te amo —susurró contra mis labios. Me separé, casi sin creer, pero a la vez sin dudar lo que escuchaba—. Y no me importa si todavía no puedes decirlo de vuelta, no me importa tener que esperarte, no me importa nada de eso. Sólo quería que lo sepas.

Asentí, creyendo que lloraría de nuevo.

—Claro que te amo —contesté de inmediato. Sus ojos se abrieron de la impresión—. No necesito pensarlo, Dominik. Siempre ha sido así.

—Violeta... —fue lo único que dijo antes de que nuestro beso se comiera todas las palabras, como si mi nombre fuera lo más lindo, lo más sagrado.

—¿Me recibirías aquí esta noche?

Dominik me sonrió.

—Y todas las noches que quieras.

Más tarde, cuando la oscuridad y las sábanas nos rodeaban, él me susurró al oído:

—Igual si no venías iba a ir yo a buscarte —sonreí.

Al final del día no éramos ni Dominik ni Violeta; ya no éramos las personas que cargaban con el peso de nuestros nombres a sus espaldas. Éramos sólo él y ella, el chico y la chica, que nada sabían de lo que había pasado y mucho menos de lo que estaba por acontecer.

¡Y llegamos al final...! De la segunda parte, no se me asusten. Aún queda un pedazo de historia por contar. ¿Qué creen que va a pasar ahora? Una pista: habrá nuevos personajes y también se sabrán más cosas sobre el pasado de Violeta con sus padres adoptivos.

Aprovecho de mencionar que esta última parte la actualizaré bastante rápido. Seguiré subiendo un capítulo diario hasta llegar al 42 (son 50 en total) y luego subiré todo el final y el epílogo de un viaja 🤯 para que tengan un maratón de Morir Mintiendo y puedan sentir todas las emociones de corrido 💖

¡No se olviden de votar y comentar! Nos vemos en la tercera parte 👀

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