Entre Tus Brazos

By NimeriaWhite

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Vera García acaba de vivir el peor momento de su vida, tal es así que acaba desmayándose en plena calle de no... More

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Agradecimientos
EXTRA

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By NimeriaWhite

Una semana en Roma nos bastó para despejar nuestra mente y relajar nuestras preocupaciones. Hicimos mucho turismo. Vimos lugares increíbles y preciosos y comimos tanta comida italiana que creo que engordé un par de kilos incluso.

Esta luna de miel nos ha servido para tomarnos un merecido descanso de todo aquello que nos hería y nos ha hecho recordar lo que es ser felices juntos, aunque es algo que nunca hemos olvidado.

Hemos ido avanzando mucho en nuestros propios proyectos en este tiempo. Yo, por ejemplo, ya me gradué y empecé a trabajar en el mismo veterinario en el que hice las prácticas; tuve la suerte de ser contratada y estoy muy contenta con ello. Daniel, en cambio, ya acabó las obras del gimnasio y ahora todo está tal y como quería que fuera. De hecho, hoy es la inauguración y ya tiene a montones de personas dispuestas a ser entrenadas por él, supongo que ser el campeón nacional llama mucho la atención de los boxeadores principiantes.

—Keisi, ven aquí —dice Daniel, sujetando la correa rosa que le compramos para sacarla a pasear.

La perrita viene corriendo con la lengua afuera, contenta porque sabe que saldrá a la calle y Daniel engancha la correa al collar del mismo color para, después, darme la mano. Casi siempre que sacamos a Keisi lo hacemos juntos, a no ser que estemos trabajando u ocupados con algo importante.

No hay nadie que nos impida disfrutar de salir a pasear en familia, porque eso es lo que Keisi es para este reciente matrimonio feliz: nuestra familia.

La perrita va olfateando todo a su paso a pesar de que siempre huele los mismos lugares mientras nosotros caminamos tranquilamente disfrutando del frescor que ya va haciendo en un mes tan sereno como septiembre.

El tiempo ha pasado volando y ya casi llevamos casados un mes, algo con lo que nunca había soñado pero sin lo que ahora no me imaginaría. No puedo concebir la idea de estar lejos de Daniel ni mucho menos el no haberle conocido nunca. Cierto es que casarme nunca había sido algo que entraba en mis planes, pero hay veces en la vida en las que todos tus esquemas se rompen y dan paso a un camino distinto a como lo habías imaginado. Yo me veía trabajando en mi ciudad natal, con un pequeño apartamento en mi poder y, por supuesto, soltera... Ahora todo es tan diferente que no entiendo cómo fue que no deseé esta vida.

—¿Estás nervioso por la inauguración? —le pregunto, siguiendo su paso, aunque de sobra sé que no le enerva la idea de crear su propio negocio.

—Para nada, sé que todo saldrá bien. Ya hay una larga lista de gente que se apuntará y mi gimnasio y el de César colaborarán todo lo posible.

—Eso ya lo sé.

—Entonces, ¿para qué me preguntas?

Sonrío rodando los ojos.

—Sólo quería saber si mi campeón estaba emocionado.

—Emocionado, sí. Nervioso, no.

—Ya veo —desvío la mirada hacia donde Keisi está olfateando una planta del parque al que hemos llegado—. ¿Sabes lo que me emociona a mí?

—Supongo que dirás algo relacionado con que te emociona que yo esté haciendo lo que me gusta o que te alegra ver que seguiré amándote como el primer día.

Sonrío sintiendo el pecho lleno de euforia y calor. Daniel no espera para nada lo que voy a decirle y me entusiasma saber que se quedará tan sorprendido y emocionado como yo cuando me enteré.

—Bueno... —pronuncio con algo de indiferencia—, en parte sí. Todo eso me emociona mucho, pero hay algo que lo hace más todavía.

—¿Keisi ha aprendido a no subirse en el sofá?

Suelto una carcajada y niego con la cabeza.

—No, aunque admito que sería genial —tomo una inspiración y detengo sus pasos al tirar de su mano para llamar su atención. Me encuentro con esos iris preciosamente grisáceos y de inmediato mi ser estalla en miles de fuegos artificiales—. El doctor me ha llamado y empezaré con el tratamiento hormonal la semana que viene.

—¡¿Qué?! —vocifera perplejo, a lo que yo asiento y él me rodea con fuerza incluso sujetando todavía la correa de Keisi—. ¡No me lo puedo creer! —se le escucha muy eufórico y feliz—. ¡Vamos a poder ser padres, Vera!

Mi sonrisa flaquea cuando me separo de él.

—Recuerda que no nos han asegurado nada, campeón. Empezar con el tratamiento es sólo el primer paso de un proceso muy largo, costoso y...

—¿Y? —me corta, tratando de que su humor no decaiga, pero no puedo mentir y ser realistas es lo único a lo que debemos aferrarnos ahora—. Hay probabilidades, ¿no? Además, el setenta porciento de las mismas está a nuestro favor. No quiero pensar que volverá a ocurrir otra vez lo mismo.

—Eres tan optimista...

—¿Acaso tú no? —me toma de la mano nuevamente y reanuda la marcha—. Si hay una posibilidad, voy a aferrarme a ella.

—Supongo que en dos meses lo averiguaremos.

Dos meses aproximadamente es el tiempo que necesito para saber si estoy embarazada o no. La fecundación in vitro es un proceso un tanto delicado y mi cuerpo tiene que estar bien preparado para ello. Debo hormonarme, hacerme analíticas y ecografías, pasar por estimulaciones ováricas y, finalmente, tienen que hacerme la transferencia. Sólo cuando pasen dos semanas después de la transferencia sabremos si estoy embarazada o no.

—Podremos intentarlo de nuevo hasta que se haga realidad —me recuerda él, sin perder ni una pizca de su optimismo—. No hay que rendirse. Tus padres no lo hicieron y nosotros tampoco.

—¿En verdad crees que resultará a la primera? —pregunto, un poco preocupada y dudosa.

—Por supuesto. Le rezaré tanto a Dios que tendrá que cumplir con mis plegarias. Eso o llevarme con él porque no dejaré de rezar hasta verte con la barriga del tamaño de un balón.

Sus labios se ciernen sobre los míos y me da un casto pero significativo beso que al momento me encanta.

Juntos entramos al cercado que hay especialmente para perros y soltamos a Keisi de la correa, quien inmediatamente sale corriendo de aquí para allá probando su aguante hasta que ve a un perro más pequeño que ella con el que se pone a jugar. Saludamos al dueño del perrito y nos sentamos en uno de los bancos mientras vemos cómo nuestra pequeña de cuatro patas ladra, corre y salta junto a su nuevo amigo.

—Me gusta Keisi, nos da la alegría que no sabíamos que nos faltaba —confiesa mi campeón con una sonrisa, viendo cómo la mencionada salta por encima del otro perro—. La querremos igual cuando el bebé venga, ¿verdad?

—Pues... nunca he tenido una mascota ni un bebé, ni mucho menos a la vez, pero dudo mucho que vayamos a dejarla de lado. Tendrá que compartir nuestro amor con alguien más, pero no dejaremos de quererla.

—Nunca podré dejar de querer a algo que te pertenezca.

—¿Recuerdas que hablamos sobre Keisi? —cuestiono, extrañada.

—¿Recuerdas que Keisi está a tu nombre? —dice con el mismo tono que yo he usado.

Cierto... Keisi es nuestra, pero en sus papeles pone que es mía.

Dejar de querer a Keisi porque un bebé llegue a nuestras vidas sería algo atroz y desalmado, pero por desgracia hay mucha gente que sí lo hace. Al verla correr tan feliz de aquí para allá el corazón se me encoge de ternura y jamás se me pasaría por la cabeza dejarla de lado en ningún momento, ni siquiera con la llegada de algo que ocupará tanto tiempo en nuestras vidas como un bebé.

Ay, un bebé... Sólo de pensarlo me abrumo y emociono a la par.

Me emociono por razones obvias y me abrumo porque no sabemos al cien por cien si la fecundación in vitro dará el resultado esperado. No debería ilusionarme tan pronto, pero ser pesimista no va a llevarme a ningún lado. Tengo que ser tan positiva como Daniel, quizá así el universo me escuche y se compadezca de mí.

Nos acercamos a Keisi y jugamos con ella cuando su amigo canino se marcha con su dueño. Nos entretenemos lanzando piedras que ella persigue o corremos de un lado a otro para que vaya detrás nuestra. Su lengua está fuera todo el rato y cuando ladra corriendo detrás de nosotros se siente como si nos hablara. Es muy reconfortante pasar un rato así los tres juntos y, desgraciadamente, no podemos prolongarlo mucho más porque debemos prepararnos para la inauguración del gimnasio.

Keisi parece no querer irse cuando volvemos a atar su correa en el collar que lleva, pero se le olvida enseguida cuando, en el camino de vuelta, vuelve a oler los mismo lugares que cuando salimos a pasear. En cuanto llegamos a casa y Daniel le quita la correa, sale disparada hacia su cuenco de agua a beberse toda la que pueda y Daniel y yo nos encaminamos a la ducha para empezar a arreglarnos. Claramente, él termina mucho antes que yo porque no tiene una melena que frotar y secar y mientras Daniel se viste, yo me peino y me maquillo un poco.

Ir en ropa interior frente a Daniel nunca dejará de afectarme y lo digo por cómo se me queda mirando descaradamente cuando camino hacia el armario.

—Y por esto me casé contigo... —murmura, con cierto tono ronco.

—¿Para verme en ropa interior?

—Es uno de los muchos factores, sí.

—A mí me gusta porque tenemos anillos a juego.

Daniel sonríe y yo también lo hago antes de volver a mi misión de vestirme.

Entre todos los vestidos colgados veo uno en especial, ese de color amarillo que Daniel me regaló el día que nos conocimos. Fue un día fatídico que ojalá no vuelva a revivir nunca, pero también fue el comienzo de esto que estoy viviendo ahora.

Una gran parte de lo que ahora puedo disfrutar con Daniel se la debo a Esteban, sin ese chico delgado y gracioso jamás estaría aquí compartiendo mis días con mi campeón y se lo hice saber el día de mi boda. Le agradecí haberme llevado a aquel combate y también que hiciera su mayor esfuerzo para volvernos a juntar cuando Daniel y yo nos separamos. Mi amigo acabó con los ojos vidriosos y yo llorando de alegría y jamás, por mucho que se lo haya agradecido, podré recompensarle por haber ayudado tantísimo a que ahora sea tan feliz.

Al final acabo escogiendo un vestido simple de color azul claro con mangas cortas y unas sandalias negras que combinan por el color con el fino cinturón que el vestido lleva incorporado. Ajusto mi cabello un poco delante del espejo y después gasto mi tiempo en ver a través del espejo cómo los bíceps de Daniel aprietan la tela cuando intenta abrochar los botones de la camisa que lleva. Intento no sonrojarme, de verdad, pero es imposible, sobre todo cuando nuestros ojos conectan en el espejo.

—¿Eso que hay en tu barbilla es baba? —bromea, sonriendo y haciendo que sus ojos se vean más rasgados.

—Es probable —comunico, apartanto la mirada del espejo.

Sin esperármelo, Daniel me abraza desde atrás y deja un beso en mi nuca que me eriza toda la piel.

—Otro motivo por el que me casé contigo que añadir a la lista —musita con voz suave—. Se nota que me idolatras.

—¿Te casaste conmigo porque te admiro?

—Sí, pero yo te admiro aún más.

—¿Ah, sí? —cuestiono sonriendo—. ¿Y por qué?

—Eres la más fuerte de los dos.

—Tú eres el boxeador, eso no tiene lógica.

—Arisca —acaricia mi cuello con sus dedos—, tú has soportado mucho y aún así te esfuerzas por ser feliz, yo sólo doy puñetazos.

Me conmueve la idea que tiene de mí. Es como si para Daniel yo fuera tan especial que no puede creer estar conmigo y, si soy sincera, a mí me pasa exactamente igual que a él. Creo que ambos combinamos tan bien porque nos admiramos mutuamente por cosas diferentes, por cosas que nos falta y que al otro le sobran. Yo admiro su entereza, su optimismo o su perseverancia y él, bueno, cree que soy fuerte; eso es lo que él ve en mí que admira.

—Unos puñetazos muy fuertes —comento con exageración, a lo que él se encoge de hombros.

—Es práctica.

Doy un saltito en mi lugar cuando Keisi comienza a ladrar, lo cual significa sólo una cosa: alguien viene. Automáticamente, el timbre de la casa resuena por todas partes y la perrita no deja de ladrar hasta que estamos en el piso inferior para ver de quién se trata.

Mi tío me abraza cuando le abrimos la puerta y después le da la mano a Daniel para saludarle. Keisi también entra en el juego de saludar y salta enérgicamente para que Luis la acaricie.

—¿Estáis listos ya? —nos pregunta, señalando con la cabeza su coche porque ha dejado la puerta abierta.

—Dame un segundo para coger las llaves y nos vamos —pide Daniel, yendo hacia las llaves y asegurándose de que Keisi tiene agua y comida.

Luis no tiene ni idea de dónde está situado el gimnasio de Daniel y, aunque le dije que le mandaría la ubicación por mensaje, se empeñó en seguirnos con el coche porque para él es más fácil.

—Listo —anuncia mi campeón, cerrando la puerta a su salida.

(...)

La sala, amplia e iluminada por los focos del techo, luce tan impecable como magnífica. Nada más entrar al local tienes el mostrador a la derecha donde podrán tomarse los datos de quiénes quieran entrenar aquí. El cuadrilátero, tan grande como el que hay en el gimnasio de César, queda ubicado al fondo, cerca de los vestuarios, las duchas y demás y entre el mostrador y el ring  hay decenas de máquinas creadas para el entrenamiento; sacos colgados del techo, cintas de correr y todos esos chismes que no sé para qué sirven, pero están situados en el sitio correcto.

Además de mis amigos y de los miembros que pertenecían al equipo de Daniel cuando competía, el lugar está lleno de jóvenes y adultos, la mayoría hombres que, intrigados por la perseverancia de mi campeón en el ring, han decidido echar un vistazo a las instalaciones. Muchos de ellos se han apuntado y hasta han pagado las primeras cuotas para venir a aprender del mejor boxeador del país.

Estoy tan contenta que no dejo de sonreír al ver lo bien que todo parece ir.

Rocío y Marta también están aquí. De hecho, llegaron hace una hora porque el vuelo en el que venían se retrasó. Se quedarán con nosotros hasta mañana y volverán a su ciudad para empezar con sus quehaceres el lunes.

—¿Nos hacemos una foto? —me pregunta Marta, ilusionada—. Es para instagram.

—Es la quinta vez que te haces fotos con Vera —le reprocha su hermano.

—Quiero presumir de cuñada, ¿vale?

Sonrío por el comentario de la adolescente y poso para la foto con ella.

—Este filtro es genial —me comenta ella, enseñándome la foto—. Te agranda los ojos y te pone la piel lisa.

Me alegra ver que Marta es tan simpática conmigo. Daniel tenía razón en eso de decir que se parecía a mí porque coincidimos en muchas cosas que nos gustan, sobre todo en nuestra pasión por los animales. Estoy deseando que conozca a Keisi.

Laura llega a donde estamos con cara de fastidio y los brazos cruzados.

—¿Problemas en el paraíso? —se burla Daniel al mirar a Esteban tan concentrado que no se ha fijado en la ausencia de su novia.

—Todo es tu culpa —le reprocha ella, viendo cómo su novio desde lejos alardea de ser amigo de Daniel junto a un grupo de chicos adolescentes que quieren apuntarse al gimnasio—. Si no fueras su ídolo estaría disfrutando de esto con mi novio.

—Ya se le pasará —le aseguro.

—No sé cuándo. Hace demasiado tiempo que son amigos y Esteban no ha dejado de rezarle a Daniel por las noches.

—Yo le debo mucho, supongo que lo sabes —le dice mi campeón—. No se lo digas, pero creo que le aprecio más que a cualquier amigo de la infancia. A fin de cuentas, Esteban es quien me ha dado la oportunidad de tenerlo todo —confiesa, pasando su brazo por mi cintura—. Sin él no habría conocido a la mujer de mi vida y quizá no estaría inaugurando mi propio gimnasio. Esteban es sin duda una de las mejores personas que he conocido y me alegro de que forme parte de mi vida ahora. No se lo cuentes porque...

—¡Ay, dios mío...! —exclama Esteban a nuestra espalda, quien ha aparecido de pronto—. ¡Ros me ama!

—Yo no he dicho...

—¡Pero lo has dado a entender! —le interrumpe mi amigo, bramando emocionado—. Me quieres, tío, no puedes negarlo.

Daniel intenta controlar la sonrisa forzando una línea recta en sus labios, pero cuando Esteban se abalanza para abrazarle mi campeón no puede soportarlo más y acaba sonriendo ampliamente mientras le envuelve en un abrazo.

—Eres como un grano en el culo, ¿sabes? —se burla Daniel—. Pero admito que me caes bien.

—Somos amigos, tenemos que soportarnos como sea.

Siempre agradeceré la vida que me ha tocado; a mi familia, mis amigos y a cualquiera que me aporte cosas buenas en el camino. Puedo quejarme de muchas cosas o arrepentirme de otras, pero nunca podré mentir al decir que tengo a gente muy buena a mi alrededor. He sufrido cosas que no me apetece recordar y he llorado tantas veces que me he sentido débil, pero de lo que estoy segura es de que todo lo malo que me ha ocurrido me ha traído aquí ahora.

Todo pasa por algo. Cada pequeño detalle puede influir en tu futuro y mi presente es sin duda lo que nunca creí que iba a necesitar tanto.

Tengo una familia que me ama, amigos que me quieren por lo que soy y un marido que está más pendiente de mí que yo misma. No podría pedirle más a la vida porque ya lo tengo todo.

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