RASSEN I

By YolandaNavarro7

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Luna no recuerda nada de su pasado, aún así, terribles pesadillas nocturnas la ayudan cada noche a hacerse un... More

RASSEN ARGUMENTO TRAMA PRINCIPAL TRILOGÍA
RASSEN ARGUMENTO <<LUNA>> Vol.1
Árbol genealógico (Relaciones entre los personajes)
INTRODUCCIÓN
CAP.1
CAP.2
CAP.3
CAP.4
CAP.5
CAP.6
CAP.7
CAP.8
CAP.9
CAP.10
CAP.11
CAP.12
CAP.13
CAP.14
CAP.15
CAP.16
CAP.17
CAP.18
CAP.19
CAP.20
CAP.21
CAP.22
CAP.23
CAP.24
CAP.25
CAP.26
CAP.27
CAP.28
CAP.29
CAP.30
CAP.31
CAP.32
CAP.33
CAP.34
CAP.35
CAP.36
CAP.37
CAP.38
CAP.39
CAP.40
CAP.41
CAP.42
CAP.43
CAP.44
CAP.45
CAP.46
CAP.47
CAP.48
CAP.49
CAP.50
CAP.51
CAP.52
CAP.53
CAP.54
CAP.55
CAP.56
CAP. 57
CAP.58
CAP.59
LA NOVELA ESTÁ SIENDO REEDITADA Y CORREGIDA
IMPORTANTE: LA HISTORIA DETRÁS DE LA HISTORIA. POR FAVOR, ÉCHALE UN VISTAZO.

EPÍLOGO

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By YolandaNavarro7


Los hermanos Kapoor jugaban al criket con los políticos más influyentes del país, se iban de vacaciones con los magnates de la prensa y organizaban fiestas repletas de estrellas de Bollywood; la contienda en el pabellón Ananta terminó tan bruscamente como había comenzado, los heridos fueron atendidos, los muertos enterrados y los medios aleccionados: al amanecer anunciarían a bombo y platillo que un grupo de rebeldes había intentado colarse (sin éxito) en la fiesta más importante de la temporada.

En realidad, nadie sabía qué había ocurrido, ni siquiera Electra, a la que todos culpaban en silencio, aunque no fuera la única que había mantenido una actitud sospechosa aquella noche; nada justificaba que los Kapoor hubieran enviado a sus vigilantes a casa mucho antes de tiempo, ni su insana curiosidad por Luna. Era evidente que la prima adoptiva de los Blake había querido darle una lección a Alexander, demostrándole que no podía ocultarle nada, pero había entrado en pánico cuando las peceras se habían hecho añicos ante sus ojos. La forma en la que la vigilaban los supuestos camareros la había puesto en tensión de antemano, lo que había provocado que les ordenara a sus hombres estar muy alerta. Además, había sermoneado a Alexander y Hrithik por lo poco escrupulosos que habían sido a la hora de contratar a aquellos tipejos, que a saber qué intenciones tenían. Lo más inquietante de todo era que jamás llegarían a saberlo, porque se habían esfumado del mismo modo en el que habían aparecido. Por fortuna, no había nada más que lamentar (obviando las muertes del mago, el metre, una camarera y algún que otro guardaespaldas, que habían sido víctimas de fuego amigo).

Mientras en el jardín, Hrithik, Beth y los Kapoor atendían a las autoridades, Leander, convencido de que había sido la desconfianza de unos y de otros la que, sumiéndoles en una paranoia conjunta, había desencadenado el enfrentamiento, le reclamó a su prometida lo violentos e inconscientes que eran sus protectores, pues habían sido los primeros en disparar. A pocos metros de él, sentados en el borde del escenario, Paul y Alexander eran asistidos de sus heridas por un sanitario. A una distancia prudente, el resto de sus amigos observaban de reojo al griego, que, devastado, no tuvo el valor suficiente para enfrentarles. Sin despedirse, abandonó el pabellón a pie, y se dirigió a su bungalow, pero no sin antes tomar prestada una de las carísimas botellas de champán que aún quedaban sin abrir en la cocina. Esforzándose por no derrumbarse, mientras atravesaba el jardín trasero, revisó de nuevo el localizador vía satélite de su coche, a través de su teléfono móvil: a Gabriel y a Luna les faltaban algunos kilómetros para llegar al aeropuerto. Para alivio de su conciencia, Leander había podido contactar con ellos, justo cuando la trifulca en el pabellón se había acabado. Según el doctor, Luna estaba despierta y muy feliz de volver a casa con él. Alexander se negó a hacer conjeturas sobre las explicaciones que le habría dado aquel cobarde a su rubia triste para justificar todo lo ocurrido. Tampoco contempló imaginar cual sería la reacción de ella al enterarse de que había violado su intimidad y le había mentido de forma sistemática, o si consideraría perdonarle cuando viera que había sido capaz de regalarle su propio diario.

Fuera cual fuera la reacción de Llun-ha, tras rozar la verdad con los dedos antes de que unas mentiras sustituyeran a otras, probablemente estuviera lejos de parecerse a la del sargento Daniel Reyes enfrentándose a quienes le habían mentido.

Era un hangar. Un enorme, frío y oscuro hangar, el agente, con los ojos vendados y atado de pies y manos, aguardaba tumbado en el suelo a que terminaran con él los tipos con pasamontañas que algunas horas antes le habían humillado disparándole con balas de fogueo. Al menos había sido lo bastante rápido como para arrojar su teléfono móvil lejos del coche patrulla; esperaba que Érika hubiese podido escuchar lo suficiente como para alertar a sus jefes, así como también que las personas que le habían secuestrado no mostrasen interés alguno por su factura telefónica. ¡Nadie debía saber que su exmujer también estaba al tanto de la misteriosa vuelta a la vida de Iris Blake! Ella no podía ser cegada por la luz de gas, como sospechaba les había sucedido a Luna y a Rita.

Cuando los tipos regresaron, le obligaron a ponerse de pie, con la misma cortesía con la que le habían roto una costilla y un labio. El guardia civil tenía muy claro que su desgracia había sido estar en el lugar incorrecto en el momento incorrecto, a pesar de ello, necesitaba escuchar de voz de sus captores una acusación directa que justificase aquel maltrato. No perdía nada por intentar averiguarlo...

—¿Todo esto es porque metí a la chica en el coche? —preguntó.

—Todo esto es porque no es un buen jugador, agente; un buen jugador sabe que la suerte solo le acompaña si sabe retirarse a tiempo—le contestó una voz femenina, con un acento de lo más extraño, mientras le descubría los ojos y le liberaba de todas sus ataduras.

Reyes se quedó de piedra al ver el rostro de su captora: una septuagenaria, elegante y perfumada, que tenía pinta de tomar su té con pastas con la reina de Inglaterra. Su presencia allí era aún más incongruente que la del aparato luminoso que había hecho crujir su ropa interior.

—¿Y cuándo se supone que debí abandonar la partida? —insistió.

—Antes de ponerse a rondar la casa de Martín Munt fuera de su horario de trabajo; en estos días es muy difícil encontrar gente tan altruista y con ese elevado sentido del deber.

A una simple palmada de su interlocutora, el hangar se iluminó por completo. Reyes recorrió con una mirada analítica su entorno y se centró en idear la manera de escapar; ella le había dejado ver su rostro y eso solo podía significar que no pensaba dejarle salir de allí con vida.

—¿Quién es usted? —tanteó.

—Solo soy una abuela preocupada.

—Por supuesto... ¿Dónde estamos?

—En un portaviones de la U.R. de Interpol, sargento.

—¿La U.R.?

—Unité pour la réconciliation.

—¿Unidad para la conciliación? ¿Por qué ese nombre? Presiento que no son abogados matrimonialistas—apostó el agente, algo más optimista respecto a su suerte.

—No, no lo somos—sentenció la mujer, al tiempo que, con una nueva palmada hacía elevarse uno de los enormes portones laterales del hangar—. Como tampoco somos <<gentuza que no sabe lo que es la dignidad, ni el honor>>.

Reyes no escuchó aquel último reproche; flotando a más de dos metros del suelo, en un patio enorme, había una nave cilíndrica de las dimensiones de un gran tanque de agua. Su fuselaje: finas láminas de turmalina, pulidas y superpuestas, como los pétalos de una flor, parecía electrificado. En el interior de su base y en el más absoluto de los silencios, rotaban enormes hélices metálicas, y refulgían de forma intermitente cegadores destellos azules y blancos. ¡Jamás había visto nada igual! Ni siquiera se había planteado que algo así pudiera existir.

—¿Qué demonios es esta cosa? —farfulló, sintiendo como todo el pelo del cuerpo se le erizaba y la ropa se le adhería a la piel.

—Es el Statique: un prodigio capaz de burlar tanto las normas básicas de la aeronáutica, como a radares y a su educación de chico de clase media-baja con padres hippies, educado en una escuela pública rural —le informó su captora como si tal cosa, al tiempo que le invitaba a acercarse al aparato.

El sargento lo hizo a regañadientes; tenía tantas preguntas que hacerle a aquella misteriosa mujer... Tener aquella cosa con lucecitas jugando con sus sentidos no le dejaba pensar...

—Se está fraguando una guerra Sr. Reyes. El enfrentamiento definitivo. Los niños mimados del sistema, como Steven Rud y Nico Delaras, se han cansado de jugar con sus juguetes a solas y arden en deseos de socializar; necesitamos gente comprometida, sin ataduras emocionales, que lo deje todo para ayudarnos a impedir que eso suceda.

Ante semejante revelación, Reyes soltó una carcajada y negó con la cabeza. El corte profundo en el labio llenó de sangre su boca. Nunca se había sentido más humillado, vendido y estúpido.

—¿Pretende hacerme creer que necesitan a un vulgar chico de clase media-baja como yo? No hace falta que siga burlándose de mí, señora, porque soy muy consciente de mi situación: cobro un sueldo de risa por hacer lo que nadie quiere hacer, por exponer mi cuerpo como la más desarropada de las prostitutas, en virtud de un sistema ingrato, sometido a variopintos intereses. Mis juguetitos son un Nissan Patrol con doscientos mil kilómetros de experiencia y mi pistola reglamentaria, la cual, ni aún en riesgo de mi vida, creen mis superiores que debo usar. Como verá, por más que me hiciera ilusión la idea, no puedo salir a jugar con usted, ni con sus amigos —desestimó.

La mujer se apartó del aparato e invitó al sargento a hacer lo mismo, justo cuando este emitió un leve pitido y se posó en el suelo. Reaccionó tarde, lo que propició que acabara siendo empujado por una fuerza invisible, que le hizo aterrizar de nalgas algunos metros atrás. Ante los desorbitados ojos del agente, el fuselaje se abrió como un loto, dejando al descubierto una cápsula metálica cubierta de algo gelatinoso, que se volvió cenizas tras una combustión, en apariencia, espontánea. No había terminado de asimilar el súbito incendio, cuando la cápsula fue perdiendo opacidad, hasta volverse transparente; tras ella encontró sin esperarlo los rostros interrogantes de sus compañeros, incluso Lucien Guillet estaba presente. Todos en perfecto estado de salud y, en apariencia, tan sorprendidos del encuentro como él. Pero María, Guillermo, Raúl y Erika, no daban la impresión de estar allí de forma involuntaria, todo lo contrario; la forense incluso llevaba puesta su bata de trabajo y tenía en las manos un portafolio, cuando descendió del aparato. Después de recorrer de un vistazo al sonriente y desorientado grupo, Reyes centró su atención en Guillet. La expresión confiada del francés le hizo ser consciente de que la persona que les había arrastrado hasta allí era él.

—¿Por qué estoy aquí? —le preguntó de un rugido.

—¿Doña Sofía? —le preguntó a su vez el francés a la sofisticada septuagenaria, como pidiéndole permiso.

La mujer asintió, entonces Guillet sacó un panfleto doblado del interior del bolsillo de su chaqueta y se lo entregó al sargento.

—¿Es para guiar mi visita a las instalaciones? —se burló Reyes, justo antes de abrirlo para echarle un vistazo.

—Es la versión escrita de la grabación propagandística que se difunde entre los partidarios del Proyecto 1G, y que hace unas horas inundó las redes sociales—le informó Erika.

¿Proyecto qué?

Reyes no tuvo ni la ocasión ni la necesidad de hacer más preguntas; el hangar se cerró, las luces volvieron a apagarse, y con las paredes como pantalla algo comenzó a proyectar imágenes de la India más remota y salvaje. Por megafonía, una voz ronca y pausada invitaba a los oyentes a ayudarle a devolverle el orden natural a las cosas:

<<Steven Rud, antiguo colaborador de la división de tecnología militar de Estados Unidos, más conocida como DARPA, está centrado actualmente en un ambicioso proyecto de comunicación y control mental, que facilitaría la sincronización y el acatamiento de órdenes dentro de grupos militarizados, sin la necesidad de utilizar ningún tipo de tecnología para ello. Después de varios intentos fallidos de llevar a cabo el trabajo, el doctor tuvo conocimiento de la historia de Delamara Blake y, desde entonces, ha puesto todo su empeño en localizar a su mítica tribu de origen, con objeto de estudiar ese ADN portentoso que podría simplificar y facilitar el logro de su objetivo. Conscientes de lo que podría suponer el éxito del doctor, y teniendo en cuenta nuestros propios intereses, le invitamos a colaborar en proyecto de reorganización mundial: el fallido proyecto Bluebeam, o "Rayo azul", que ahora, como ya saben, ha pasado a llamarse proyecto 1G, o proyecto "One God". Invitación que el doctor Rud afortunadamente aceptó. Si usted está viendo esto, sin duda debe estar al tanto de que nuestra motivación principal es propiciar que la población mundial acepte de buen grado un único gobierno. Que olvide sus inclinaciones políticas y religiosas, y se supedite a una gran corporación que dirigirá sus vidas las veinticuatro horas del día, en nombre de la paz y de la concordia. Con su ayuda, erradicaremos el pensamiento individual e instauraremos un pensamiento global. El ciudadano de a pie solo tendrá que preocuparse de sus necesidades y obligaciones básicas: comer, respirar, procrear y ser productivo. El concepto de familia se modificará, y todo aquel que muestre algún tipo de problema adaptativo se desechará, en beneficio del bienestar general. El proyecto constará de tres etapas: en la primera de ellas, llamada "Fase de concienciación", se llevará a las masas a ser conscientes de su vulnerabilidad mediante la enfermedad, la austeridad y severas crisis de fe, que desembocaran en cruentas oleadas de violencia. En la segunda fase, la "Fase de Hermanación", se empujará a los supervivientes a replantearse sus convicciones, prioridades y prejuicios, al tener que enfrentarse a un ficticio enemigo común, del que nosotros fingiremos liberarles. En la fase final, la "Fase de Aceptación", la humanidad entera será un solo ente. Un solo apéndice gobernado por nuestra corporación. Pero, para que nuestra misión pueda llevarse a cabo, es vital que el doctor Rud consiga llevar a buen puerto su trabajo. Así que, si usted tiene alguna prueba que demuestre que alguno de los descendientes de Delamara Blake, o cualquier otra persona, podría ocultar alguna portentosa cualidad, o tiene información sobre el paradero de los naga, le invitamos a que tome partido por nosotros>>.

Cuando Guillet volvió a encender las luces, Reyes ni siquiera se percató de ello. En su mente solo podía ver señales de alarma; de repente estaba inmerso en una pesadilla absurda y rodeado de locos, y lo peor era que sentía que no podía hacer nada para escapar. Para colmo, los chicos, <<sus>> chicos, por completo alienados, parecían convencidos de que la amenaza era real, y de que había algo sobrenatural en los Blake, y de que aquella chica con nombre de flor había regresado de entre los muertos.


En referencia a la obra teatral de Patrick Hamilton y a la forma de maltrato psicológico que recibe su nombre inspirándose en ella.

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