RASSEN I

By YolandaNavarro7

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Luna no recuerda nada de su pasado, aún así, terribles pesadillas nocturnas la ayudan cada noche a hacerse un... More

RASSEN ARGUMENTO TRAMA PRINCIPAL TRILOGÍA
RASSEN ARGUMENTO <<LUNA>> Vol.1
Árbol genealógico (Relaciones entre los personajes)
INTRODUCCIÓN
CAP.1
CAP.2
CAP.3
CAP.4
CAP.5
CAP.6
CAP.7
CAP.8
CAP.9
CAP.10
CAP.11
CAP.12
CAP.13
CAP.14
CAP.15
CAP.16
CAP.17
CAP.18
CAP.19
CAP.20
CAP.21
CAP.22
CAP.23
CAP.24
CAP.25
CAP.26
CAP.27
CAP.28
CAP.29
CAP.30
CAP.31
CAP.32
CAP.33
CAP.34
CAP.35
CAP.36
CAP.37
CAP.38
CAP.39
CAP.40
CAP.41
CAP.42
CAP.43
CAP.44
CAP.45
CAP.46
CAP.47
CAP.48
CAP.49
CAP.50
CAP.51
CAP.52
CAP.53
CAP.54
CAP.56
CAP. 57
CAP.58
CAP.59
EPÍLOGO
LA NOVELA ESTÁ SIENDO REEDITADA Y CORREGIDA
IMPORTANTE: LA HISTORIA DETRÁS DE LA HISTORIA. POR FAVOR, ÉCHALE UN VISTAZO.

CAP.55

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By YolandaNavarro7

Luna tuvo la sensación de que, al igual que Beth, Maryam también pretendía hacer de alcahueta para Alexander. Resultaba muy halagador que las dos mujeres la consideraran digna de alguien al que amaban tanto, pero no podía olvidar que solo la conocían a través de los ojos de su padre y que, a todas luces, cambiarían de opinión cuando supieran cómo era en realidad. También le producía una sensación agridulce lo poco que confiaban ambas en que el griego pudiera hacerse amar sin interferencias ajenas. Ella, que sabía bien lo humillante que era eso, daba por hecho que todos se cuidaban mucho de que él no se enterara de sus intromisiones, pues de ningún modo las hubiera permitido.

—¿Por qué tengo la impresión de que pensáis que vuestro amigo no puede cuidar de sí mismo? —opinó, en un momento dado, cuando Maryam se congratuló de que por fin hubiera aparecido.

—Es difícil confiar en que alguien que desea estar muerto sea capaz de procurarse felicidad por sí mismo... Tú debes saber bien de lo que hablo...

Las insinuaciones de la mujer hicieron que Luna se quedara paralizada.

—¿Yo? —balbuceó.

—Martín: no es un secreto que se siente culpable por haber sobrevivido al incendio... Es curioso el modo en el que los caminos de las personas se entrecruzan, ¿no te parece? Si él o Alex hubieran perecido esta noche ninguno de nosotros estaría aquí. Ni siquiera tú...

<<Ni siquiera tú>>, habían llegado a la mesa de los organizadores, por lo que Luna no tuvo oportunidad de preguntarle a Maryam por qué tendría más sentido que ella estuviera allí, frente a que lo estuvieran todos los demás. El pequeño misterio dejó de importarle cuando se percató de que le habían reservado una silla junto a la de Alexander y que él, con los ojos enrojecidos y la mirada perdida, parecía estar tan triste como lejos de allí. De nuevo, cualquier pensamiento útil en su mente desapareció bajo el control de sus hormonas. Al ser conscientes de la tensión entre los dos, el resto de los presentes dejó de conversar para centrar toda su atención en ellos. Incómodo, el griego la miró de abajo a arriba, como siempre, sin levantar un milímetro su afilada barbilla. Sin mediar palabra, se levantó, le retiró la silla y volvió a sentarse. Como un autómata, ella le dio las gracias, se acomodó el vestido y tomó asiento.

Al ver aquel gesto, Irene y Marco soltaron sendas carcajadas, antes de tachar a su amigo de machista y cursi. Él intentó sonreírles y responder a sus bromas con la misma celeridad e ingenio a los que los tenía acostumbrados, pero no fue capaz. Su actitud despertó ciertas sospechas en Beth, que enseguida le lanzó a su novio una mirada interrogante que no fue capaz de responder. Tiz, ajeno a los diálogos silenciosos que se sucedían a su alrededor, comenzó a asediar el escote de Irene, sentada frente a él, usando como proyectiles pequeñas bayas rojas del adorno floral que había en el centro de la mesa. Luna dejó escapar un suspiro de alivio cuando todos centraron su atención en los dos jóvenes, dándole a ella la oportunidad de hacer lo propio con Alexander.

—Bienvenida—la saludó él, con una inclinación de cabeza.

Su voz, tan ronca y desapasionada, resonó en el interior de la rubia al igual que lo hubiera hecho una moneda al caer en un pozo profundo y seco. Se sintió desfallecer cuando la miró de abajo hacia arriba, sin alzar un milímetro la barbilla. Sus ojos centellearon cuando le dedicó una de sus peculiares sonrisas; a un paso de la timidez, a un dedo de la malignidad, pero capaz de derretir un iceberg. Hubiera dado cualquier cosa por poder abrazarle y gritarle lo mucho que se alegraba de verle.

—Gracias por invitarme — gimió.

—¿Están bien Tanvi y los suyos? —le preguntó, con la esperanza de que volviera a comportarse con la familiaridad que solía.

—Sí, muy bien. ¿Disfrutas de la fiesta? —le susurró él, en tono formal.

—Tus amigos son muy amables —aseguró ella, para evitar confesarle que él era el único incentivo que tenía para estar allí.

—Lamento no haber podido ir a recogerte; me surgió un imprevisto en el lago.

—No tienes por qué disculparte; como le encomendasteis, vuestro querido Anjay me trajo hasta aquí de una pieza.

Alexander, abrumado por los remordimientos y mortificado por la nueva traición de sus seres queridos, soltó un pequeño bufido y dejó caer la cabeza hacia atrás, luego asintió con cierto pesar. Luna hubiera jurado que estaba a punto de echarse a llorar.

—Supongo que ya no tiene sentido fingir que no sabía que estarías aquí—admitió él.

—Entonces, ¿nuestro encuentro no ha sido una casual?

Un nuevo bufido le hizo entender a la rubia que su humor infantil no iba a influir en el estado de ánimo del griego y que había malinterpretado su complicidad, amistad o lo que fuera que creía haber compartido con él. Una vez más, había idealizado su relación con un chico guapo y agradable, aunque ya no podía achacarle el error a la adolescencia.

Para Beth y los demás, la apatía de Alexander también empezó a ser preocupante, tanto, que incluso sus diálogos silenciosos empezaron a convertirse en sonoras y discretas puyas. Por su parte, ajeno a todo lo que no fueran sus propios pensamientos, él se debatía entre llevarse a Luna a un lado y confesarle su engaño, o emboscar a sus amigos en la cocina, para preguntarles qué sabían de ella. ¿Qué debía hacer? Odiaba tomar decisiones cuando estaba tan confundido.

Tras su conversación con Claudio empezaba a sospechar de todo y de todos, incluso del bueno de Hrithik. Era evidente que Beth le había hablado de sus intenciones con Luna y del modo en el que la había arrastrado hasta allí, entonces ¿por qué el íntegro y paternal indio no se lo había reprochado? ¿Por qué nadie se había sorprendido de que se hubiera autonombrado protector de la hija del hombre que odiaba? Hacía años que no mencionaba nada sobre la muerte de su padre. Nadie sabía el paradero de Munt, ni que hubiera adoptado a una hija. Solían hablar de él como de un pobre loco desgraciado, y, sin embargo, habían acogido a Luna como si fuera la heredera del sol. Y luego estaba Maryam... Ella era muy recelosa, pero había sacado su faceta maternal con la rubia. ¿Era posible que todos, excepto él, supiesen quién era ella en realidad? ¿Sabrían también entonces dónde estaba su padre? ¿Qué les importaba a sus amigos el bienestar de aquel hombre y de su presunta hija? ¿Por qué le mantenían al margen de todo?

Luna, más preocupada por la frialdad del griego que por cualquier otra cosa que pudiera suceder a su alrededor, le preguntó si sabía algo más de la situación en las montañas. Él fingió examinar su teléfono móvil y ladeó la cabeza en respuesta. En la mesa todos comenzaron a hablar sobre las futuras obras de remodelación y ampliación de la escuela, y automáticamente la hija de Munt quedó excluida de la conversación. Así que decidió matar el tiempo observando a los invitados. Examinando sus vestidos, sus gestos, haciendo cávalas sobre su origen, su empleo y sus pensamientos. Siguió en aquel estado, casi vegetativo, hasta que prácticamente había finalizado la cena. Lo único bueno de la situación, era que estaba tan desorientada que en poco tiempo había aprendido a sostener la mirada de Alexander sin ruborizarse.

Justo cuando los camareros estaban sirviendo los postres se unieron al grupo los gemelos Kapoor, dueños del pabellón. Entre graves risotadas, los ricos herederos se sentaron junto a ellos, y a partir de ese momento todas las conversaciones giraron en torno a sus grandes egos y a su desenfrenado tren de vida.

Luna intentaba no precipitarse a la hora de juzgar a las personas, sobre todo, desde que Clara le había advertido que era la reina de algo llamado <<prejuicio cognitivo>>, por eso intentó tener la mente abierta frente a los Kapoor, pero ellos, que creían que riqueza era sinónimo de educación y buen gusto, eran demasiado presuntuosos como para ignorarles cuando confundían sinceridad con impertinencia. Lidió con sus insultos velados lo mejor que pudo, hasta que Hrithik la lanzó a sus fauces solo para divertirse.

—¿Saben? Luna no podía creer que haya nacido siendo un paria —aseguró, en tono jocoso.

Desde entonces, para su mortificación e ignominia, la atención de los dueños del pabellón había recaído por completo en su persona.

—¿Es eso cierto? —le preguntó Aarush Kapoor, con una risita.

—Teniendo en cuenta que todos venimos al mundo tan solos y desnudos como cualquier otro animal, y sin manual de instrucciones, no tendría mucho sentido permitir que otros que nacieron en las mismas condiciones se autoproclamen guionistas de nuestra vida—comenzó a explicarse ella, en tono de broma, ruborizándose casi de inmediato—. Se había repetido aquello tantas veces a sí misma que había acabado aprendiéndoselo de memoria, como si fuera un mantra.

Aashish Kapoor le dedicó una mirada desdeñosa y, dispuesto a sacar todas sus inseguridades a flote, espetó:

—Querida, hay perros de pastoreo y perros falderos; la clase es algo con lo que se nace.

Luna sabía que una afrenta a los invitados de Beth sería una afrenta a la propia Beth, e intentó morderse la lengua, pero no pudo hacerlo por más de unos segundos:

—Lo cierto, es que me parece mucho más respetable ganarse el sustento con el trabajo y el esfuerzo, como sería el caso de un perro pastor, que a base de perder el orgullo y arrimarse a un mecenas que solo pretenda de uno su utilidad como objeto decorativo—opinó.

Temblaba, pero su voz había sonado mucho más fría y dura de lo que solía serlo. Sabía que había escogido el peor momento y el peor lugar para ponerse en plan reivindicativo y digno, pero todo un compendio de emociones dispares y desconocidas la empujaban. Y Alexander seguía ausente, perdido en sus propios pensamientos...

—Según usted, tener clase es saber mover la colita en la situación indicada—planteó Aarush, haciendo que los chicos estallaran en carcajadas.

Luna ni siquiera se detuvo a meditar su respuesta. Creyó que iba a darle un síncope si su corazón seguía latiendo en la forma en la que lo hacía. Como si el repetitivo sonido de tambores que llegaba desde el jardín le estuviera marcando el compás. Pero no podía parar, algo enfermizo y poderoso bullía en su interior, y la presionaba para que estallase, como las rocas fundidas dentro de un volcán.

—Para mí, la clase implica dignidad, y es difícil mantenerla dejándose llevar por la conveniencia—adujo con firmeza, con los latidos reflejándose ya en sus sienes—. Sin duda, se trata de algo intelectual y emocional, no material. Y, aunque pueda llegar a considerarse un legado, es fácil conseguirla siendo respetuoso, fiel a los propios principios, y tratando a los demás como deseamos ser tratados.

— Todo eso está muy bien, pero, cuando te debes a un nombre, todo tu esfuerzo se centra en honrar a tus antepasados y en no ser motivo de vergüenza para ellos— defendió Aarush—. No puede negarme que no hay revulsivo más efectivo para empujar a las personas a superarse en todos los aspectos.

La rubia se obligó a recordar de nuevo dónde estaba y se sintió muy mal. Las cosas allí funcionaban de otra manera. No podía olvidar que era solo una intrusa opinando desde su propia perspectiva, sin tener en cuenta las de los demás. Comprendiera o no, estuviera de acuerdo o no, su única misión allí era escuchar y callar.

—Tiene razón Sr. Kapoor —cedió —, aunque solo en caso de que se goce de la suerte de contar con buenos ejemplos. De lo contrario, o incluso a pesar de ello, lo ideal no sería velar solo por el orgullo familiar, sino también por la propia autoestima y la autorrealización —adujo, con total convencimiento —. Haciendo pequeñas concesiones cualquiera puede encajar en un molde o fingir que lo hace, pero repetir un patrón establecido nos priva del derecho a elegir nuestro camino y nos obliga a sumar los errores de nuestros predecesores a los propios. No podría considerarse una verdadera superación llenarse de frustraciones para ser la mejor versión de una versión, cuando podría aspirarse a ser algo único, desarrollando hasta su máxima expresión nuestras mejores cualidades y asumiendo con humildad nuestros defectos.

—¡Eso ha sonado muy inteligente para haber salido de los labios de una rubia! —se burló Aarush Kapoor, dando una palmada sobre la mesa—. ¿Puedo preguntarle entonces cómo honra usted a su familia?

Aquella simple pregunta ciñó con un nudo la garganta de Luna y la despojó de la poca serenidad que había conseguido reunir para no humillarse más.

—Pues verá Sr. Kapoor: no tengo el menor interés en honrar mis orígenes, mucho menos en imitarlos, pues mis progenitores decidieron desentenderse de mí cuando era casi un bebé—alegó, con una vocecilla, esforzándose por contener las lágrimas—. La única persona a la que puedo llamar familia y yo no compartimos vínculos sanguíneos, sin embargo, mi lealtad y amor hacia ella son tan inquebrantables como incuestionables.

Estaba a punto de derrumbarse. Sabía que no podría contener el llanto durante mucho más tiempo, de modo que había llegado el momento de buscar una excusa y desaparecer. ¡Malditos tambores! La estaban sacando de quicio. Sin duda su espíritu festivo había desaparecido en el mismo momento en el que le habían recordado que no debía estar en aquella fiesta.

Un fuerte rugido de tormenta les silenció a todos por un momento e hizo parpadear las luces. En las mesas, las peceras decorativas empezaron a burbujear, haciendo que los pececillos de colores saltaran sobre manteles y platos. Con la cara desencajada, Beth le pidió a Marco que se hiciera cargo, a lo que el fornido profesor accedió, aunque no sin advertirles antes, con una risilla nerviosa, que los dispositivos eléctricos estaban fallando por culpa de la tormenta (algo que incluía los termostatos de las peceras). Emulando al resto de los invitados y como si el drama no fuera con ellos, los Kapoor tomaron a los pececillos por sus colas y los metieron en sendas copas con agua, antes de proseguir con su conversación. Confundida, Beth hizo amago de intervenir en ella, pero Hrithik le indicó con una mirada fugaz que debía abstenerse. El indio parecía disfrutar con el espectáculo, y eso le dolió a Luna. Alexander tampoco se pronunció, al igual que el resto del grupo de amigos, que, uno por uno, se dedicaron a esquivar su mirada mortificada. Cuando ella estaba levantándose de su silla, con la excusa de ir al baño, Aarush Kapoor también se levantó, se desabotonó los primeros botones de su amplia y colorida camisola de seda, y procedió a quitarse un barroco medallón dorado que tenía colgado del cuello. Sin mediar palabra, le tomó la mano izquierda y se lo dejó caer en la palma.

—Ábrelo —le pidió, mirándola a los ojos.

Luna aspiró hondo y obedeció, no sin antes lanzarle una mirada airada a Alexander. Dentro del medallón había dos pequeñas fotografías: la de una mujer oronda y sonriente con el pelo trenzado, y la de un hombre no menos obeso ni sonriente.

—Ellos son nuestros padres —la informó Aarush señalando a su hermano—, pero no las personas que nos engendraron—confesó—. Resulta muy difícil pertenecer a la nobleza cuando el peso de la corona descansa bajo pecho y no en la cabeza; los humanos también podemos oler el miedo y el rastro de un corazón herido, princesa.

Aquellas palabras tan hermosas borraron de un plumazo el resentimiento y la ira, del pecho, de la mente y de los labios de Luna, pero no su dificultad para respirar ni su incipiente dolor de cabeza.

—Falderos o pastores, ninguno despreciamos la ocasión de poder olisquear un buen trasero —exclamó Aashish de repente, haciendo que todos estallaran en carcajadas.

Su inglés no era el mejor, el de los Kapoor tampoco, pero la rubia estuvo segura de que su falta de comprensión de lo que le decían se debía más al modo críptico en el que le hablaban que a su mal manejo del idioma. Se sentía como si todos se hubieran confabulado en su contra para hacerla pasar un mal rato, poniéndola a prueba, pero no tenía ni la menor idea de qué pretendían comprobar; ¿Quizá que su padre la había educado bien? ¿Tal vez que podría ser una buena candidata a Sra. Blake? ¿Solo querían ver cuánto tardaba una pueblerina española en estallar? De pie, con el ceño fruncido y los ojos clavados en la puerta principal, esperaba que un rayo la fulminase de un momento a otro, cuando Irene y Sara se empeñaron en que las acompañara hasta la pista de baile; una excusa ideal para perder de vista a casi todo el mundo.

—Siempre intentan sacar a todo el mundo de sus casillas, no te lo tomes como algo personal: los Kapoor son un poquito díscolos y suelen llevarles a sus conquistas alguna que otra década y cuenta corriente de ventaja. Estoy segura de que cuando Beth les dijo que Martín te había adoptado entrecomillaron todas y cada una de sus palabras; debieron pensar que eres una cazafortunas—le aseguró Sara al oído, cuando ya nadie podía escucharlas.  

Las deducciones de la maestra dejaron a Luna con la boca abierta; nadie allí la conocía, podía perdonarles por pensar mal de ella, pero, ¿a qué fortuna se referían? 

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