Entre Tus Brazos

By NimeriaWhite

377K 22.2K 11.6K

Vera García acaba de vivir el peor momento de su vida, tal es así que acaba desmayándose en plena calle de no... More

1
2
3
4
5
6
7
8
9
10
11
12
13
14
15
16
17
18
19
20
21
22
23
24
25
26
27
28
29
30
31
32
33
34
35
36
37
38
39
40
41
42
43
44
45
46
47
48
49
51
52
53
54
55
Agradecimientos
EXTRA

50

5.6K 305 232
By NimeriaWhite

Poco a poco, con el paso de los días parece que vamos levantando cabeza. No digo que haya dejado de doler porque algo así jamás podremos olvidarlo, pero sí es cierto que ya no me paso el día llorando por toda la casa. Ahora, simplemente, no tengo ganas de nada, pero al menos tengo la energía suficiente como para ayudar a Luz a hacer las tareas del hogar o para ir a las prácticas de veterinaria.

Daniel ha retomado las reformas del gimnasio y cada mañana se marcha para hacerse a cargo de todo. Su humor, al igual que el mío, parece que va mejorando lentamente, pero lo hace y ya hasta se toma un rato para entrenar y salir a correr porque, según él, se está poniendo gordo de no hacer ejercicio.

Agradezco que Luz, quien está aquí conmigo ahora planchando mientras yo limpio los cristales, no haya rozado el tema de la pérdida del bebé desde que se enteró hace un par de semanas porque hablar de ello no me resulta cómodo todavía y creo que nunca llegará a hacerlo. Mis padres tampoco han querido rozar el tema, sólo me llaman para saber cómo me encuentro, al igual que Luis y mis amigos o Gabi vienen de vez en cuando para ver cómo estamos después de lo sucedido.

—Creo que nunca te lo he dicho, quizá porque hemos coincidido muy pocas veces en este tiempo, pero me caes muy bien, Vera —alega la mujer, de forma distraída mientras plancha una camiseta de Daniel.

Sonrío sin que me vea a la vez que mojo la ventana de limpiacristales.

—¿Por qué me lo dices ahora? —indago con curiosidad.

—Siempre es bueno escuchar cosas positivas.

—También me agradas mucho, Luz. Es reconfortante saber que Daniel ha tenido a alguien pese a estar tan lejos de su familia.

—Sólo vengo dos veces por semana, no es como si fuéramos inseparables.

Eso me saca una carcajada y de reojo veo que la mujer sonríe.

—Pero sí que hemos creado confianza con el paso del tiempo —prosigue ella—. Supongo que es lo normal después de casi cinco años.

—Eso es mucho tiempo.

—Sí —suspira la señora, dándole la vuelta a la camiseta—.  Le he visto esforzarse, gritar y reír, pero te diré que no le vi tan feliz como hasta ahora que está contigo. Con Vanesa todo eran problemas y escándalos.

Había olvidado a es arpía del demonio.

—¿Tan mala era esa relación? —pregunto intrigada, dejando los cristales a un lado para prestar toda la atención posible a Luz.

—Uy, si yo te contara... Una vez montó tal escándalo que me planteé la idea de darle laxante con el café.

—¿Quién eres, mi madre? —suelto entre risas, ganándome una mueca extrañada por su parte—. Mi madre también quiso darle un escarmiento a Vanesa de esa misma manera, pero se lo impedí.

—Eres demasiado buena, Vera. De haber sido tú, habría dejado que se bebiera ese café.

Me encojo de hombros con simpleza.

—Si antes hubiera sabido todo lo que ahora sé de ella, ten por seguro que le hubiera dejado a mi madre hacerlo. Es que en cuanto la conoció le cayó mal y quería que le diera una oportunidad a esa arpía —informo algo frustrada—. Tienes razón, soy demasiado buena.

—Las madres son muy sabias y si alguien no les entra por el ojo es que no es de fiar.

—¿A ti tampoco te agradó cuando la conociste? —indago un poco más. No es por nada, pero me gusta saber que soy la mejor pareja que Daniel ha tenido.

—Desde el primer momento en el que entró por la puerta —asegura firmemente—. Ese aire de superioridad que la rodeaba no le gusta a nadie.

Me alegra saber que gente muy cercana a Daniel tampoco la toleraba, es como que me sube un poco el ánimo.

—Pero ya es algo del pasado —continúa ella— y me alegra que no seas una persona tóxica para Daniel.

—No podría hacer algo que le hiriera a propósito.

—Y eso es más de lo que Rocío pediría.

—¿Rocío? —repito confundida.

No sé qué tiene que ver la madre de Daniel en esto, pero imagino que se refiere a que una madre le desea lo mejor a sus hijos siempre.

—Cuando Daniel le contó que salía contigo, Rocío me llamó para saber cosas sobre ti porque Daniel se negaba a decirle algo a parte de que eres encantadora —me explica Luz, terminando con la plancha—. Como nunca conoció a Vanesa, no sabía qué clase de mujer estaba con su hijo y de vez en cuando hablábamos para así yo contarle cómo les iba en su relación, así que hizo lo mismo cuando tú y Daniel empezasteis a salir.

—Espero que le contaras cosas buenas —bromeo, pero en el fondo es lo que deseo.

Luz sonríe y guarda la tabla de planchar para, después, coger el montón de ropa ya lista e ir a guardarla. Claramente, yo la sigo porque la conversación no ha acabado.

—Claro que sí —añade, subiendo las escaleras—. ¿Para qué iba a mentirle si su hijo era más feliz que nunca?

—Eso me alegra.

—Es lo que te has ganado al ser tan diferente a Vanesa.

A mi mente llega el recuerdo de cuando Daniel me dijo que no me parecía en nada a las mujeres a las que estaba acostumbrado. Recuerdo que me entristecí al escucharle hasta que aseguró que eso era lo que más le gustaba de mí y es ahora que lo entiendo. Mis inseguridades no me permitían ver que el boxeador no se refería a mi físico como yo pensaba, sino a mi forma de ser. Es ahora que mis complejos han desaparecido gracias a él que lo comprendo perfectamente.

Me reconforta estar hablando con Luz lejos del tema que me trae afligida y apática, aunque la charla se base en Vanesa y su toxicidad, pues la distracción que Luz me está brindando jamás podré agradecérsela.

Luz me comenta que gracias a mí ha acabado mucho antes con las tareas de la casa, cosa que siempre me agradece desde que estoy viviendo aquí, y se despide de mí con una sonrisa alegando que nos veremos la semana que viene. La acompaño hasta la puerta con una pequeña sonrisa y una vez que me encuentro sola la casa me parece gigantesca.

Deambulo por la vivienda y de vez en cuando se me escapa algún que otro suspiro, pero al menos ya no lloro a cada instante. No es agradable recordar que lo que pudo ser nunca será, pero he comprendido que andar llorando por cada esquina no me va a solucionar nada. Vamos levantando cabeza poco a poco, asimilando que ya no hay motivo para mirar cunas ni ropa diminuta. Vamos aceptando lentamente que ya no hay necesidad de preparar toda una habitación entera para un nuevo miembro. Los planes que teníamos como pintar dibujos de Dragon Ball si era niño o de Las Supernenas si era niña en las paredes quedaron en el olvido al igual que los nuevos muebles o los peluches. Ya no es necesario emplear nueve meses de preparación para cuando el bebé llegara...

Con un suspiro pesado me dejo caer en el sofá, pensando en cientos de cosas y en nada a la vez y permanezco así unos minutos hasta que mi mente se distrae al escuchar el sonido de la puerta al abrirse.

—Vera —me llama Daniel desde la puerta—, ¿puedes venir un segundo?

Camino hacia la entrada creyendo que me necesita porque va cargando compra o algo por el estilo, pero la sorpresa me golpea tan fuerte al verle que me quedo paralizada en mitad del pasillo.

—¿Qué...? —intento preguntar, pero me cubro la boca con las manos por estar más allá de lo sorprendida al ver que Daniel no está solo.

Su sonrisa hace acto de presencia haciendo que sus ojos se rasguen, pero yo sólo tengo atención para el perro que le acompaña. Es un can de tamaño mediano casi grande, de pelo largo de color blanco y negro y la forma con la que jadea con la lengua fuera me causa una ternura infinita.

—Te presento a Keisi. Keisi, esta es Vera.

—¡Ay, por dios! —exclamo entusiasmada, acercándome corriendo para acariciar a la perra—. ¡Eres preciosa! ¡¿De dónde has salido?!

Me entretengo diciéndole cosas tiernas y acariciando sus peludas orejitas, a lo que ella me lame las manos y se me sube encima con tanta emoción como yo siento.

—De la protectora —responde Daniel con simpleza.

—¿Qué?

—Que ha salido de la protectora de animales —aclara, evidente—. Fui ayer por la tarde y comencé los trámites de adopción, lo que me resultó muy difícil ya que no podía elegir a cuál llevarme.

—¿Por qué escogiste a Keisi? —no dejo de acariciar a la perrita cuando pregunto ni ella de disfrutar de mis mimos.

—Sólo pregunté cuál de todos lo había pasado peor, así sería más fácil.

—¿Tuviste problemas? —le pregunto a la perra, con un tono igual que se usa con los bebés—. ¿Quién sería capaz de hacerte daño, monada?

—Al parecer, alguien que la dejó atada a una tubería en el patio durante más de una semana sin comida.

—¡Ay, pobre! —exclamo, abrazando su peludo cuello—. A partir de ahora eso se acabó, aquí serás feliz.

Daniel cierra la puerta detrás de él y sujeta la correa que mantiene a Keisi a su lado para hacerla adentrarse a su nuevo hogar. Se agacha al lado de la perrita y le desata la correa para que campe a sus anchas por el lugar. En cuanto lo hace, Keisi sale disparada para olfatear todo lo que encuentra a su paso, correteando de allí para acá en busca de adaptarse a los olores su nueva casa.

—Eso es, explora tu nuevo hogar —comenta mi campeón, ilusionado.

Le regalo un beso enorme en los labios y sonrío viendo cómo el animal deambula por toda la planta baja olisqueando todo lo que encuentra.

He de admitir que Keisi es una buena manera de alegrarnos un poco después de lo que hemos pasado y confieso que con tan sólo estar presente, nos hace sonreír genuinamente después de tanto tiempo, pero tenerla con nosotros no borrará que hayamos perdido un bebé recientemente.

Tomo la mano de Daniel sintiendo cierto toque de nostalgia acumulado en mi garganta mezclado con un ligero dolor, el mismo dolor emocional que siento desde que aborté.

—Daniel, Keisi no reemplazará a...

—Lo sé... —me interrumpe en un suspiro—. No es mi intención sustituir al bebé, pero pensé que sería una buena forma de alegrarte otra vez —acaricia mis nudillos con su pulgar—. Con Keisi aquí estaremos más ocupados y entretenidos.

Su confesión me enternece tanto que me entran unas ganas de sonreír infinitas. No importa cuántos problemas se nos crucen, Daniel siempre tomará el camino menos doloroso.

—Bueno, siempre has querido tener una mascota, ¿verdad? —cambio de tema, viendo el lado positivo.

—Sí... Espero que mi primo no venga a patear a Keisi como yo hice con su tortuga.

La carcajada que suelto le hace curvar sus labios hacia arriba, mostrando así la alineación y blancura de sus dientes.

Daniel me observa tan fijamente que mi temperatura corporal comienza a ascender desde dentro, provocando que mis mejillas se calienten y puedo jurar que no me cansaré del efecto que el boxeador causa en mí nunca. Jamás me acostumbraré a ser el centro de su atención ni dejaré de sentirme única y especial.

—¿Qué miras? —cuestiono divertida antes de agacharme para acariciar a Keisi, quien se me ha acercado para olfatearme.

—Hacía tiempo que no te escuchaba reír así.

—¿Y eso te impresiona? —insisto, distraída con la perra.

—Lo extraño es que tu risa nunca deja de sorprenderme.

—¿Por qué?

—Porque nunca se escucha igual pero siempre tiene el mismo efecto en mí —afirma, tomando mi mano para erguirme y que así pueda mirarle—. Eso es algo extraño que a día de hoy todavía me impresiona.

Le beso antes de murmurar:

—Tienes el don de decir siempre lo correcto.

—Sólo digo lo que pienso —encoge los hombros como si no tuviera importancia—, pero tengo la suerte de acertar en todo lo que digo.

—Qué presumido.

—Presumir es una virtud, no todos pueden hacerlo —comenta de manera distraída, sacando un par de tarjetas de su bolsillo y un pequeño y fino librito para dejarlos sobre la estantería que hay sobre el televisor.

—¿Qué es eso?

—La documentación de Keisi. Vacunas, carnet, pasaporte...

—¿Pasaporte? —repito sorprendida.

—Si algún día nos vamos de viaje, no va a quedarse aquí.

—¿Desde cuándo planeabas adoptar a Keisi?

—Desde ayer, ya te lo he dicho.

—¿Y cómo has podido tener toda su documentación en tan poco tiempo?

—La protectora de animales se encargó de todo. Gracias a la gente que colabora con ella pudieron vacunarla hace tiempo y revisar su salud, yo sólo tuve que costear el chip y el pasaporte, además de firmar los papeles de la adopción. Te sorprendería lo rápido que van las cosas cuando tienes dinero...

—Así que oficialmente es tuya.

—Nuestra —me corrige con rapidez—. Keisi está a tu nombre.

—¿Qué...? —las emociones y palabras se me atascan en la garganta.

—Yo he tramitado todo, pero firmé en tu nombre y di tus datos —confiesa despreocupado, sacando de otro de sus bolsillos mi carnet de identidad—. No será ilegal si no me denuncias.

Mi cuerpo se mueve por sí solo para abrazarle con fuerza y en el tiempo que tardo en regocijarme de su calor, él aprovecha para contornear mi silueta con las manos tan lenta como placenteramente.

Nuestros labios se encuentran en un beso dulce y apasionado que me hace rodear su cuello con mis manos para poder tenerle pegado a mí y Daniel, sin oponer resistencia alguna, se adueña de mis glúteos posesivamente durante un instante para acabar sosteniéndome en el aire.

Adoro la manera en la que el movimiento de nuestros labios se sincroniza para tomar un ritmo más acelerado. En ningún momento nos separamos pese a que nuestras respiraciones sean agitadas y descoordinadas porque la burbuja de amor que nos rodea es lo suficientemente fuerte como para desear devorarnos de inmediato. Mis ganas de él reviven tan esperanzadas y fuertes como siempre y a juzgar por cómo me besa y toca, para Daniel tampoco es indiferente el deseo que le abarca.

Tan ensimismados estamos en el otro que ninguno le presta atención a lo demás. Me olvido de dónde estoy, me olvido de Keisi y me olvido de mí, sólo tengo sentidos para Daniel, para tocarle y complacerle como se merece. Desecho todo tipo de pensamientos y recuerdos que no tengan que ver con él y se siente como si el tiempo se hubiese parado para brindarnos un momento en el que ser puramente felices juntos... Hasta que Keisi ladra.

Los ladridos constantes de la perra son tan fuertes e incesantes que rompen la magia que nos hacía estar unidos y Daniel termina por posarse en el suelo con cuidado.

—Odio las interrupciones cuando estoy contigo... —masculla molesto, con la mandíbula apretada.

Es entonces cuando me doy cuenta de que alguien está llamando a la puerta y que de ahí viene la agitación de Keisi.

—Al menos tenemos a alguien que defiende la casa —comento optimista, yendo hacia la entrada.

Laura y Esteban aparecen al otro lado de la puerta con amplias sonrisas, como cada vez que vienen desde que se enteraron de nuestra pérdida. Imagino que lo hacen para no aumentar el dolor que eso nos causó.

—¿Lista para ir a por el vestido? —pregunta Laura con entusiasmo a modo de saludo, entrando en casa seguida de Esteban.

—Sí...

—¿Un chucho? ¿Desde cuándo hay aquí un chucho? —protesta mi amigo, observando a Keisi como si fuera un ser diabólico.

Daniel frunce el ceño en desaprobación a sus palabras y le sujeto por el pecho cuando se aproxima amenazantemente a Esteban tratando de calmarle.

—Se llama Keisi y ahora vive aquí —le comunico a mis amigos, con un tono protestante que va dirigido a Esteban.

—¡¿Os habéis vuelto locos?! —reclama él asombrado—. ¡Soy alérgico a los perros!

—Razón de más para tener a Keisi aquí —añade Daniel, como si fuera un motivo muy importante.

—Queréis matarme, ¿no? —dramatiza mi amigo—. Buscáis que acabe entubado en el hospital.

—No te acerques a ella y listo, cariño —le aconseja Laura con paciencia.

—¡Ella se acerca a mí! —grita alarmado, señalando a la perra que huele sus zapatos.

—Keisi, ven aquí —demanda Daniel autoritario, sorprendiéndome porque el animal no duda en hacerle caso e ir hasta él.

Confieso que Keisi es una perra de mediana edad muy bien educada y obediente, al menos el rato que lleva aquí, y ya me agrada muchísimo más de lo que imaginaba. Un perro siempre será un fiel y gran amigo, pero uno adoptado después de haber tenido una vida horrible, siempre te agradecerá el haberle rescatado y sentirá que está en deuda contigo. Así mismo es como veo a Keisi.

Ella, con su lengua fuera y respirando con energía, se sienta entre Daniel y yo mirando a nuestros invitados y me encanta que sea tan obediente a pesar de que no nos conoce todavía. Ni siquiera sabe que este es su hogar y ya hace caso como si la hubiéramos criado desde que nació. ¡Es tan mona y adorable!

—Si somos amigos, respetarás a mi perra —refuto decidida.

—No pienso discutir por un chucho —se rinde—. ¿Vemos el vestido o qué? —en cuanto termina de decirlo suelta un estornudo y sus ojos nos observan con reproche—. ¡¿Lo veis?! ¡Mi muerte está cerca! ¡Os espero en el coche!

Sin decir más, Esteban sale del lugar seguido por una Laura que bufa y niega con la cabeza como si el comportamiento de su novio la agotara.

Yo aprovecho para reír, besar a Daniel para despedirme y acariciar a Keisi por la misma razón.

—Nos vemos luego —le digo a mi amor.

—Dile a Esteban que sea más paciente o le diré a Keisi que le muerda la pierna.

—¿También sabe hacer eso? —inquiero sorprendida.

—Sí, si lo gritas.

(...)

Al sexto vestido ya estoy exhausta.

Laura no ha dejado de decir que era el vestido perfecto con cada uno de los que me ponía y Esteban se desplomó en uno de los sillones y se quedó dormido cuando me disponía a probarme el cuarto.

Ninguno termina de ser el ideal. Ninguno termina de convencerme del todo. Me veo guapa, sí. Me gusto, pero no me siento maravillosa. No me veo espectacular como lo hacen las novias en las películas. No encuentro ninguno con el que pueda decir "es este"... Y poco a poco voy perdiendo la ilusión al comprobar que se me acaba el tiempo y no logro verme perfecta.

—Este es el indicado.

—Laura, estamos hablando de un vestido, no del hombre de mi vida. No hables así.

—Uy, perdón, doña "todos los vestidos son horrorosos" —protesta con sarcasmo—. ¡Los seis te quedan de maravilla, Vera, ¿es que no lo ves?!

—No.

—¡¿Cómo que no?! —bufa, dando un salto del sillón—. Ya ha quedado claro que con tirantes o sin ellos, de palabra de honor o con mangas, todos los puñeteros vestidos te sientan bien.

—¡Pero no son el que quiero! —replico, cual niña mimada, cruzándome de brazos y dando una patada al suelo.

Esteban se despierta de golpe al oír mi pataleta y mira desorientado hacia todas partes hasta recordar dónde está. Entonces, resopla fastidiado y se marcha a dar una vuelta por el grandísimo local de vestidos, haciéndome imaginar que busca el baño.

Laura chasquea la lengua mientras se deja caer en el respaldo del sillón molesta.

—Eres una infantil... —murmura, irritada.

Puede que esté montando una escena. Que esté haciendo una montaña de un grano de arena. Puede que le esté dando demasiada importancia a algo que debería ser simple, pero no quiero ir vestida de cualquier forma al día de MI boda.

—Lo siento —suspiro, arrepentida, tomando la larguísima falda del vestido que llevo para ir a sentarme a su lado—. Es que no quiero que nada salga mal en mi gran día. Bastante mal nos ha ido ya con todo lo que nos ha pasado y no quiero arrepentirme de ninguna decisión.

—Lo que te pasa es que no sabes cómo lidiar con la pérdida del bebé —opina, siendo demasiado sincera, pero como la conozco bien sé que no intenta hacerme daño. Se vuelve hacia mí y me toma de las manos—. Mira, yo sé que no es fácil aunque no haya pasado por eso. Sé que es una gran mierda haber ideado un futuro que no será nunca, pero ahora tienes la oportunidad de crear un destino diferente. No digo que no pueda dolerte, pero tienes que diferenciar entre lo que pudo haber sido y lo que será en realidad. Ibas a casarte de todos modos, ¿verdad?

—Sí...

—Entonces, cariño, deja de boicotear inconscientemente lo que sabes que te hará feliz porque creo que eso es lo que estás haciendo.

—¿Crees que soy demasiado histérica?

—Histérica no, exigente. Te estás obligando a ser cuadriculadamente perfecta y no tiene que ser así —alega con cariño, acariciando mi cabeza al ver que estoy afligida—. La boda, los planes de futuro y tu relación saldrán como tienen que salir. No busques una historia perfecta, busca ser feliz sin tanta historia. ¿Qué más da este vestido o unos vaqueros ajustados? Lo que importa es que has decidido estar con Daniel el resto de tu vida.

Algo hace "click" en mi cabeza.

—Tienes razón.

—Por supuesto que la tengo —se enorgullece, levantando el mentón con arrogancia—. Y ahora entra al vestidor, mírate al espejo y di que eres preciosa. A fin de cuentas, Daniel te verá tan perfecta como siempre lo has sido para él.

Sostengo toda la tela que puedo y me levanto a trompicones porque es difícil moverte a tu antojo con semejante vestido.

La señora encargada de la tienda, quien ha estado pendiente de nosotros en todo momento para que no nos faltase de nada, se nos acerca nuevamente con una sonrisa suave y justo cuando abre la boca para decir lo que sea, Esteban grita.

—¡Lo tengo!

Las tres nos observamos extrañadas cuando se escuchan las aceleradas pisadas de mi delgaducho amigo que viene corriendo.

—¡Lo he encontrado! —exclama, jadeando con una cara de fascinación que me hace comprender de inmediato—. ¡Te juro que es perfecto! Sígueme.

Caminamos detrás de él entre vestidos impolutamente blancos, encajes y decoraciones. Los pasillos son largos y luminosos para dejar que veas la cantidad de variaciones que un vestido puede tener.

El recorrido se me hace interminable porque la expectación es fuerte y la ansiedad crece por su culpa. Sólo espero que de verdad Esteban haya dado con el indicado porque si no, me habré ilusionado para nada.

Mi amigo rebusca con desesperación entre los vestidos colgados a la derecha del pasillo y cuando encuentra ese que tan perfecto afirma que es, me quedo paralizada.

Una falda de tela lisa y de apariencia suave cae hasta el suelo sujeta por la parte del busto, que contiene una ligera capa de pedrería y diminutas florecitas repartidas sobre diferentes puntos estratégicos para no hacer de la tela una demasiado cargada de detalles. Sin mangas y sin tirantes, simplemente un vestido blanco, llamativo y, tal y como ha dicho, perfecto.

—¿A que es este? —pregunta mi amigo emocionado.

Me acerco para comprobar que la tela es tan suave como aparenta.

—Sí...

—¡Al fin! —grita Laura alegre.

Me quedo maravillada, tanto como imaginé que quedaría al encontrar el vestido ideal para mi gran día. Es el vestido más simple que he visto hasta ahora y a la vez el más digno de mi completa atención.

—Con un par de arreglos en el bajo de la falda quedaría perfecto para ti —comenta la mujer a cargo de la tienda.

—¿Cuánto tardaría en hacer eso? —interviene Laura.

—Si empezamos a tomar las medidas ya, en un par de días.

La ilusión empieza a florecer en mis venas.

—Entonces quítate ese vestido —me ordena Esteban, ansioso—, tenemos una boda que preparar.



*
*
*
¡Hey! ¿Ya veis que sí van saliendo adelante? Poco a poco pero lo hacen.

Ay, mis campeonas, lamento avisar de que ya queda muy poquito para acabar esta historia. Creo que lloraré... Nah, lo dudo xD pero sí que me pone triste.

Nos leemos el viernes que viene.

Os quiero tres mil ❤️

Continue Reading

You'll Also Like

804K 83.4K 45
Ser padre a los veintiuno es difícil. Ser padre soltero, desheredado, estudiante y trabajador de medio tiempo, lo es aún más. No necesitaba añadir...
4M 274K 172
Han pasado 3 años desde la última vez que el príncipe Alexander sintió su corazón latir por una mujer, es tan mujeriego que todas las mujeres de Ingl...
91.4K 7.3K 17
Tony observo al chico enfrente suyo. Parecía destrozado, dolido. Como si una parte de su corazón se perdiera al saber la verdad. Pero no fue él único...
271K 15.9K 59
¿Prestar atención al tema de la clase o a su atractiva figura? ¿Sucumbir al torbellino de sus ojos oscuros o simplemente olvidarlo? ¿Hacer caso omiso...