Como si se fuera a acabar el mundo, me tocaba, me besaba y su lengua se enredaba con la mía sin saber cómo desatarse una de la otra. Sus manos magrearon mis pechos mientras las mías buscaban terminar de desatar el nudo de su corbata muriendo por ver su torso atlético y tan perfectamente marcado. Estaba mucho más agresivo, más apasionado que nunca. Creo que era la primera vez que me trataba así y joder... me gustaba mucho. Sentí en cada mordida, en cada tirón de cabello, en sus ojos rosados y morbosos el deseo de desatar ese dominante que llevaba encadenado por tanto tiempo. Sujetó mi cuello mientras que con la otra mano buscó tirar fuertemente de mi braga. Sus dedos no se hicieron esperar y comenzó a frotar mi clítoris con movimientos circulares y continuos. Calor, ardor y más calor; no sabía qué hacer con todo aquello que estaba experimentando por primera vez. Su respiración se tornó violenta y mirándome a los ojos fijamente susurró.
— ¿Sabes que quiero hacerte? ¿Tienes una jodida idea? No..., no la tienes. Luego vienes, haces esto y..., y no me la pones fácil.
Sonreí con descaro, me gustaba la idea de crear esa sensación de desespero en él. Moría por saber qué era lo que pasaba por aquella mente morbosa y llena de fantasías que a su vez terminarían por hacerme sucumbir por igual.
— Quiero escucharlo..., quiero sentir eso que deseas hacerme.
— Detente
— Anda, dime— Besé su cuello riendo — ¿Tienes miedo?
Negó con la cabeza sin dejar de penetrarme con esa mirada que escondía deseos impuros pero aún así, moría por conocerlos. Su lengua lamia suave pero peligrosamente mis pezones. Era suculento, húmedo, electrificante. Lo endureció y la sensación fue dos veces más intensa. Quería escucharlo, quería saber qué era eso que tanto deseaba hacerme pero así mismo tanto reprimía. Me volví insistente, incitante y provocativa, tanto que su morbosidad terminó venciéndolo. Elevó mi pierna llevándola a la altura de sus caderas y apoyándola sobre la misma me dejó totalmente expuesta a sus dedos, a la forma brutal con la que los frotaba cada vez con más fuerza. Escuché la cremallera de su pantalón abrirse y yo ya estaba alucinando su polla gruesa y caliente justo dentro de mi vagina poniendo a prueba el aguante de mi útero.
— ¿La ves? ¿Ves como la tengo? Eso es lo que provocas, que quiera estar dentro de ti sintiendo su calidez a todas horas. — Tiró suavemente de mi pelo haciendo que mi cuello quedara a su merced.— Eres una peligrosa adicción.
Mis manos se tornaron traviesas. Saqué su polla por la rendija de la cremallera del pantalón; estaba gruesa, caliente..., palpitante. Lamí mis labios de solo saborear en mi mente mi propia fantasía con aquella delicia que tenía entre sus piernas. Sonreí, por primera vez me creí capaz de tomar las riendas del asunto. Antes, tenía miedo de aventarme a él y explorarlo, decirle groserías y pedirle que me diera con todo. Pensaba que si lo hacía, sonaría ridícula. Ja, pero la otra yo era un total descaro, dejaba los complejos en una gaveta y lo que pensaba lo hacía. Mi bultito estaba hinchado, empapado y latiendo a mil por segundo. Mi otra yo gritaba dentro de mí «¡métemela!» pero la haría esperar un poco.
— Yo te demostraré lo que quiero hacer. — Bajé la pierna quedando de pie a la par con él. — Muero por desbancarte, eres mío y te lo comprobaré ahora mismo.
Mis rodillas se apoyaron en el suelo y aquella gruesa, rosada y perfectamente depilada polla estaba a punto de ser succionada y lamida por mi boca. La agarré para seguido mover mi mano hacia arriba y hacia atrás en vaivén logrando que su garganta comenzara a emitir suculentos gemidos. Nunca lo había mirado fijamente a los ojos mientras lo masturbaba o lo chupaba pero aquella vez fue distinto. Levanté la mirada dándome inicio a un nuevo placer. Ver su rostro, sus ojos en blanco..., sentir su mano sobre mi cabeza empujándome contra su polla y sentirla alcanzar el fondo de mi garganta era simplemente la sensación más jodidamente rica y excitante que había experimentado en mucho tiempo. Estaba tan hinchado que su glande además de estar caliente, comenzó a escupir gotas de semen. Rocé mi lengua sobre ellas y chupándolo lo tragué como si fuera el sabor más exquisito sobre la tierra. Mis labios se encargaron de hacer temblar sus piernas. El Alessandro dominante que tenía el control de los orgasmos, se había sucumbido ante mí. Jadeaba, gruñía y cuando chupaba con fuerza, alababa mi nombre. Agarró un mechón de cabello y tirando esta vez con mucha más fuerza, jadeante suplicó.
— Oh si..., si..., así joder no pares, no te atrevas hacerlo.
Quería que me follara, quería sentirlo penetrandome pero más deseaba hacer que se corriera en mi boca. Era una de las cosas que no podía controlar por más que quisiera y ese día estaba dispuesta a todo con tal de darle un anticipo de lo que se le esperaba después. Se había envuelto en un vaivén de caderas y una estela de gemidos que iban incrementándose uno tras otro. Mientras lo saboreaba, yo me tocaba, frotaba mis dedos sobre
Gloriosa, toda una diosa; así me sentía en aquel momento y disfrutaba la sensación. Me gustaba saber que tenía el control de un hombre el cual generalmente siempre era quien lo tenía. Mis labios comenzaron a adormecerse, su hinchazón apenas me cabía en la boca. ¡iba a estallar! Podía sentirlo, estaba a nada de correrse en mi boca. Quería que se corriera, quería tragarme toda su leche y hacer que sus piernas temblaran, sus caderas se descontrolaran todavía. Aquella voz gruesa, ronca y potente, quería escucharla gemir y suplicar por más. Sus mejillas estaban sonrojadas, la respiración era violenta y apenas podía hablar sin ahogarse en sus propios gemidos. Intentando detenerme balbuceó.
— Basta..., detente o..., me voy a correr.
Lo chupé, lamí y volví a chupar con ganas de beberlo todo hasta dejarlo seco. Quería llevarlo a su límite, moría por ver sus ojos en blanco, sus mejillas arder, sus pupilas dilatarse y escuchar su voz balbucear cuánto le gustaba. Volvió a intentar detenerme, quería follarme, pero yo tenía otros planes. Rodeé su glande con mi lengua y dando sutiles toquecitos con ella susurré.
— Eres mío, has perdido.
Me miró descolocado. Era obvio que aquella Alicia era alguien totalmente distinta a la que él conocía. Tumbándolo sobre el diván que estaba al costado, hundí su polla en mi garganta hasta sentir como su leche caliente y ligera se derramaba en mi garganta. Acarició mi cabello mientras aún las respiraciones eran bruscas. Abrió los ojos y apenas pudo hablar masculló.
— Te..., te dije que te detuvieras
— Sabes..., sabes delicioso, nene.
— ¿Qué pasó contigo? ¿De dónde ha salido tanto descaro?
Guiñando un ojo respondí limpiando mis labios con una servilleta.
— Aún no has visto nada.
Me miró con desconcierto y por un momento pensé que no estaba seguro del todo que lo que había dicho fuera cierto. Se levantó del diván y cerrando la cremallera de su pantalón me dio el vestido para que me cubriera.
— ¿Pasa algo?
Volvió al escritorio y después de quedarse callado por unos minutos, respondió.
— Me ha encantado, no tienes idea de cuánto. Pero quiero que entiendas una cosa, no quiero que intentes ser alguien que no eres.
— Ah vale, ¿entonces piensas que no puedo ser atrevida y más sensual solo porque conociste una parte de mi totalmente distinta?
Negó con la cabeza preocupado y volviendo hacia mí agarró mi rostro con sus manos lleno de sutileza y ese amor que sentíamos el uno por el otro. Sonrió y pude sentir en su mirada el deseo de protegerme y por ello quería que dejara de intentar ser alguien que no era. Pero no intentaba nada, aquella era yo, siempre había sido esa mujer, esa que había masturbado a su hombre en su oficina con esa adrenalina de poder ser pillada infraganti. Suspiré y besé su labio inferior.
— Siempre he sido esta mujer. Siempre he querido disfrutar de esto, de sentir deseos de tener sexo y no sentir pena. Pensé..., pensé que eso te gustaría.
— Amor, me encanta. Solo quiero que no te sientas forzada por mi ni por nada. Entiendo que te puede resultar difícil tener ganas, o tener sexo seguido. — Algo apenado continuó — Quizá demandaba mucho en esa área pero me he sabido acoplar a ti y no me molesta. Eres la mujer que amo, la única con la que deseo hacer el amor.
— No quiero que te acoples a una Alicia que he odiado ser toda mi vida. La Alicia que conociste, era la que Ryan me había obligado a ser. No sé cuándo dejé de ser yo y me convertí en ella. No recuerdo cuando dejé de sentir deseo y placer sexual. Me perdí buscando algún momento erotico que haya salido bien en mi vida en los pasados veinte años y solo llegue a una conclusión. No era yo..., era él. Ahora que Ryan no es mi esposo, he vuelto a sentir que soy mujer en todo los sentidos. Déjame demostrarme a mí misma que puedo ser esa mujer que Ryan intentó matar en mí y tú has vuelto a revivir.
No sabía exactamente cuando había surgido aquella catarsis entre aquellas dos Alicias que se debatían por resurgir sobre la otra. Solo tenía algo claro, la vida es una y al menos la mitad de ella había estado sufriendo sin una reacción aparente. Mi alma se había perdido entre el alcohol, horas interminables de sueños y constantes recaídas depresivas donde la adicción a narcóticos venía a arroparme una vez más. Mi autoestima se había desgastado lo suficiente día tras día, tanto..., que mirarme al espejo era una de las cosas que más odiaba hacer. Todo eso cambió cuando probé por primera vez los labios de Alessandro y descubrí que aún la mujer no había muerto. Había entendido que lo que sucediera en mi vida era cuestión de actitud, el dolor no se iría, la maldad seguiría rondando y eso de ser felices eternamente tampoco existía. Era entonces cuando había comenzado a crear una teoría distinta a las otras con las cuales erróneamente vivi infeliz por tanto tiempo. Abotonando el último botón de mi vestido, suspire esta vez convencida de que nuestras vidas estaban a punto de cambiar radicalmente.
— Antes..., me comparaba con Caterina. Sin conocerla, desde el primer momento la vi como mi primer obstáculo para estar a tu lado. Primero por el hecho de que me creías su asesina y segundo, porque en ella veías una mujer totalmente distinta a mi. — Lo mire y en sus ojos pude reencontrarme en mí misma sin sentir más ese miedo de perderlo— Quería ser como ella, quería tener eso que ella poseía que no dejaba que la olvidaras aun estando muerta. Pero luego comprendí que ella es solo un reflejo de lo que debía ser y ni fue.
— ¿De qué hablas?
— Algún día lo entenderás. Me tomó mucho tiempo, pero he logrado volver a ser quien soy en realidad. Esa mujer que aún no conoces y tienes miedo de conocer.
— ¿Crees que tengo miedo?
Asentí con la cabeza
— Si, creo que tienes miedo.
— No
— De hecho, te aterra verme como realmente deseas.
Sonrió nervioso.
— Alicia, ¿A dónde quieres llegar con todo esto?
— Sabes muy bien a donde. Quiero que dejes de verme como si fuera incapaz de ser algo más que una simple mujer ama de casa que espera a su esposo con la cena lista y su hija en brazos. Así me siento, así me tratas.
Caminó de lado a lado y su rostro tenso, gélido y algo enojado más que asustarme me indignó. Leer aquel diario de Caterina y saber que con ella era el mismo y en cambio conmigo no era nada parecido a ese hombre, me jodia. Me enojaba que se cohibiera por el simple hecho de creerme frágil. Quería protegerme, deseaba cuidarme, me lo había vuelto a recordar aquella tarde. Yo en cambio quería conocer su mundo, que me hiciera parte de él.
— Cariño, no te creo frágil, pero tampoco quiero lastimarte por cumplir fantasías sexuales que no son importantes para mi. Me basta con hacerte el amor y saber que al final, terminaré no solo sacándote un orgasmo, terminaré escuchando cuánto me amas y yo respondiendote cuanto lo hago yo.
Asentí con la cabeza resignada
— Entonces..., jamás me dirás ¿Cierto?
Me miró, me miró y finalmente se acercó a mí sin dejar de clavar esas pupilas profundas y misteriosas en las mías. Pensé que otra vez daría evasivas, pero no..., esta vez me había dejado atónita completamente.
— Quiero azotar tu culo hasta verlo tornarse rojo. Muero por atarte, someterte y cubrir tu boca mientras te penetro con fuerza. ¿Sabes que más te haría? Encadenaría tus manos al techo con unas cadenas y tus tobillos al suelo. Separaría tus piernas y comenzaría a explorar cuánto aguante tiene tu vagina. Probaría primero con un dedo hasta terminar con la mano entera. — Sonrió mirando mis labios — También te ataría a mi cama especial, de una forma en la cual no pudieras moverte pero tus agujeros estuvieran expuestos para mi. No solo te penetraria, te besaría y también te mordería esos pezones rosados y perfectamente simétricos que posee tu piel.
Tragué saliva sin poder evitar imaginarme todo aquello.
— ¿Quieres que siga?
Asentí con la cabeza algo en trance
— Buscaría llevarte hasta el límite. Me fascinaría golpear tus nalgas, morder tu piel, agarrar tu cabello y tirar de él cada vez que sienta mi polla golpear tu útero. Deleitarme no solo con tus gemidos, también con tus gritos llenos de morbosidad. — Mirando mi cuerpo de pies a cabeza sonrió imaginándose todo lo que decía — Cubriría tus ojos y haría que te corrieras a ciegas. No dejaría un solo centímetro de tu piel hasta verlo colapsado, rojo, palpitante, extasiado.
Tragué saliva sintiendo un nudo en la garganta. Pero este nudo no era de tristeza, era de no saber dónde meter la pena y al mismo tiempo de calentura. Si..., aquello que me había dicho me había calentado de pies a cabeza. Aún procesaba aquellas palabras, digería el hecho de que yo pudiera causar todas esas fantasías en un hombre. Había escuchado siempre a Ryan decirme lo deprimente que le parecía mi cuerpo y lo aburrido que era llevarme a la cama, que creer que un hombre como Alessandro pudiera desearme a ese nivel, era una de mis fantasías que nunca pensé ver hecha realidad. Me quede callada mientras el me devoraba con la mirada. Se acercó un poco más y levantando con su índice mi mentón, susurró.
— Te haría cosas que solo en fantasías llevaría a cabo. Eres hermosa, sensual..., eres flamante; pero no haré que revivas tu pasado con ese hombre solo por querer complacerme.
Seguí callada y en trance. Mis bragas se habían mojado y mi corazón palpitaba rápidamente. No podía ser..., me había calentado nada más escucharlo. La piel se erizó y mordí mi labio inferior maquinando como hacer que por una noche, aunque fuera solo una noche Alessandro se desatara por completo y me hiciera objeto de su placer. hiciera objeto de su placer.
— No hagas eso, si sigues mordiendo ese labio, yo terminare mordiendote mas que eso.
Continué callada mirándolo fijamente.
— ¿Nerviosa?
Casi jadeante respondí
— Metemela
— ¿Que?
— Me has..., me has puesto muy caliente. Quiero sentirte dentro, muy dentro nene.
Sus ojos brillaron, su rostro se sonrojó pero al mismo tiempo se excitó. No dudo en agarrar mi cintura para luego ponerme contra su escritorio. ¡Joder! Sentí un hormigueo por todo el cuerpo, una sensación de adrenalina exquisita. Quería que me penetrara, moría por tener esa erección justo en mi vagina dándome duro, sin piedad, con rudeza. Escucharme fue como encender dentro de él una chispa que solo se apagaría con una cosa, sexo. Azotó mis nalgas con fuerza haciendo arder mi piel y mordiendo el lóbulo de mi oreja, separó mis piernas entrando en mi vagina de un rico y morboso empellón. Tiró de mi cabello mientras me embestía cada vez con más fuerza, con menos sutileza.
— Te has portado muy mal, debo enseñarle a ser una niña buena, señorita. — Susurró con morbosidad
Sonreí jadeante
— Castigame, he sido una niña muy mala.
Gemí, jadee, suspiré llena de placer y volví a gemir buscando no gritar y que media oficina nos escuchara. Sentía ligeramente sus testículos chocar con mis labios vaginales y sus caderas lograr ese ruido morboso igual al de palmadas constantes. Mis pechos se sacudían, mis nalgas ardían con cada azote y mi otra yo estaba lujuriosa, en todo su esplendor. Agarró mi cuello con fuerza y llevando mi oído a sus labios susurró embistiendo fuertemente mi vagina ocasionando un orgasmo que erizó cada centímetro de mi piel.
— ¿Sabes qué es lo que más muero por hacerte? ¿Quieres saberlo?
— Si..., quiero saberlo, también sentirlo.
— Te comeré ese culo, entraré suavemente para luego hacerlo con más fuerza, con menos sutileza. Lo haré hasta escuchar de tus labios que deseas que me detenga.
Ya me había hecho la fantasía en mi mente de aquello. Quería sentirlo, ir por lo nuevo y desconocido. Moría por no sólo ser la dulce Alicia, quería ser también esa mujer que le robara el aliento, quien dominara sus placeres. De pronto se escuchó la puerta del despacho abrirse y en segundos habíamos quedado pillados ante unos ojos llenos de envidia pero sobre todo, celos.